CAPÍTULO XV La palabra del final
Antes de concluir este estudio de la Gran Esfinge de Egipto, enigmáticamente arrodillada en el umbral del problema, nos permitiremos, aun a riesgo de disminuir el lirismo, atraer la atención del lector sobre la atmósfera de la meseta de Gizeh.
Hasta una época relativamente cercana, la Esfinge y la Pirámide habían permanecido en su soledad, no recibiendo más que la visita de los nómadas beduinos y de los saqueadores del desierto. De tarde en tarde, durante el transcurso de los tiempos, el silencio de Gizeh se vio turbado por los profanadores conscientes y por la naturaleza inconsciente. Pero ni los sultanes, ni los seísmos lograron empequeñecer su aspecto.
Incluso la propia destrucción de sus revestimientos tan sólo consiguió devolver al grupo de las Pirámides el aspecto y la actividad de su primitiva construcción. Durante largas épocas, por el contrario, la meseta de Gizeh sufrió constantes agresiones por parte de la arena del desierto, viéndose totalmente rodeada por él. Pero, bajo esta capa en movimiento, el enigma permanecía intacto sin perder nada de su grandeza.
Pertenecía al veinteavo siglo de nuestra era (el último, repitámoslo, de la edad adámica) el introducir en el paisaje más augusto de la historia una vulgaridad tan ruin.
Para los cairotas, Gizeh se convirtió en una especie de lugar de diversión. La publicidad, los bailes populares, la música, los autocares, le han creado una reputación de extrarradio.
Los admirables lebbeks, que cubrían con sus sombras el antiguo camino, han desaparecido. En su lugar, a los pies de las pirámides, se han instalado soláriums, piscinas, pistas de tenis, de ping-pong y de voleibol. Incluso los propios asnos llevan nombres de vedettes de music-hall.
Incluso, en la actualidad, para poder acceder a la Gran Pirámide, hay que pasar por taquilla y comprar una entrada por unas pocas piastras. El interior de Keops está iluminado con luz eléctrica. Y, según parece, hay que alumbrar el rostro de la Esfinge con luces indirectas.
De esta forma, la civilización moderna ha mancillado todo cuanto había. Nuestra época ha conseguido imponer a las Pirámides un ambiente de feria ambulante. Y, allí, nadie duda de la barbaridad de este sacrilegio cotidiano.
Pero Egipto ha conocido múltiples ejemplos de la venganza de los dioses. El Valle de los Reyes ha experimentado la derrota de exhumadores de sarcófagos. Sin embargo, esto no impide que los visitantes habituales sigan grabando sus nombres sobre todas las piedras, incluyendo la del cofre sagrado de la Cámara del Rey.
¿Cómo no relacionar la época de la revelación de la Esfinge con la de la deshonra universal? Los más elevados símbolos, las más santas alegorías, son víctimas de la inconsciencia de los hombres, vertiginosas moscas del reducto subterráneo.
Nosotros también tenemos que recurrir al mea culpa y liberar al simbolismo piramidal de las interpretaciones irrisorias.
La escuela de Davidson y la de Lagrange hicieron mal al rebajar la cronología profética a un nivel de incidentes parciales.
La Esfinge no examina la historia de Israel, ni la de los anglosajones, y ni siquiera la de los europeos, sino toda la historia de la humanidad.
El año 1936, la gran fecha alegórica de la entrada en la Cámara del Rey, marca el principio de una nueva era de conocimiento en la que el hombre, al dejar de escapar de sí mismo, mirará mucho más en su interior.
Todo el mal de la actualidad proviene de la inferioridad espiritual del individuo, cegado por su inteligencia consciente y mucho menos preocupado por su vida interior que por los fenómenos evidentes.
Un progreso hacia atrás, basado únicamente en el mundo material, ha engañado a la mayoría de los hombres de las presentes generaciones. Pero, hoy, muchos se despiertan de esta pesadilla industrial y, descendiendo hasta el fondo de sí mismos, vuelven a encontrar, tras la ganga bajo la que se había ocultado, la parcela divina que está en cada ser humano.
Las vanas disputas de los hombres, sus falsas necesidades y su pueril amor propio, no hacen más que ocultar la verdadera vida, fuera de la cual no hay ni puede haber una elevación duradera. El perfeccionamiento humano no procederá de los textos legislativos, ni de los movimientos sociales, sino tan sólo del irresistible avance industrial basado, no en la materia, sino en el espíritu.
De esta misma forma, a las antiguas Iglesias las sustituirá invisiblemente la Iglesia interior, sin jerarquías, sin teólogos.
Pues, además del secreto del final del mundo adámico, la profunda masa de la Gran Pirámide contiene este otro secreto del que la Esfinge conserva el misterio:
LA
VIDA
NO
ESTÁ
EN EL
EXTERIOR
SINO
EN EL
INTERIOR
Tal como dijimos al principio de El enigma de la Gran Esfinge, la cronología profética de la escala piramidal no debe de tomarse al pie de la letra, es decir, medida con respecto a unos acontecimientos aparentes.
La fecha del 4-5 de agosto de 1914 y la del 10-11 de noviembre de 1918 han sido obtenidas después o, dicho de otra manera, cuando el acontecimiento ha permitido la adaptación y la coincidencia, pero esta coincidencia no se reprodujo al principio de la segunda guerra mundial, que representaba el futuro en el momento de la última edición del libro de Davidson.
En la Pirámide, el 2 de septiembre de 1939 y el 10 de mayo de 1940, fechas capitales dentro de la aparente historia de la humanidad, no están marcadas por ninguna señal, lo que demuestra sin duda que los cálculos piramidales se aplican a unos acontecimientos no aparentes.
Por consiguiente, estos acontecimientos no son visibles, sino ocultos, no son materiales, sino espirituales, y no tienen nada que ver con los pequeños altercados históricos de los hombres.
Por ello, corresponde a cada uno de nosotros el descifrar las verdaderas fechas morales de la Pirámide, que son: 1909, 1914,1918,1919,1928, 1936, 1939, 1945, 1953 y 1992.
Esencialmente, estas fechas señalan unas épocas, unos momentos cruciales, unas encrucijadas y un punto de unión cuyo valor mundial se aplica al conjunto de los hombres y constituye el patrimonio común de la humanidad.