CAPÍTULO VII La Gran Esfinge

La Esfinge es un animal fabuloso, es decir, que no existe en la naturaleza. Es de pura esencia mítica y somos nosotros quienes debemos buscar su significado.

Cuando hablamos de la Esfinge, prácticamente enseguida pensamos en la de la leyenda griega que, situada sobre la ruta de Tebas, interrogaba a los transeúntes.

Esta esfinge mitológica tenía un cuerpo de animal coronado por un busto de mujer. Normalmente solía llevar un par de alas que acentuaban su carácter irreal.

Todo el mundo conoce la fábula de Edipo y del animal hermafrodita. Al hijo de Laius se le planteó el enigma del destino humano y lo resolvió en el acto.

En resumen, el vencedor de la esfinge griega debía ser la víctima de su victoria. Convertido en el rey de Tebas, acumuló crímenes involuntariamente y tuvo que romper los votos.

Pero la esfinge de Tebas no es más que una réplica desfigurada de la esfinge egipcia, su antepasada de hace mucho tiempo, y cuya naturaleza no es la misma. En efecto, mientras que la esfinge hembra es una excepción en la arquitectura griega, la esfinge macho está reproducida en innumerables ejemplares sobre el suelo egipcio.

Por regla general, la esfinge egipcia suele estar compuesta por un cuerpo de león agachado, coronado por una cabeza humana. En algunos casos y, sobre todo en la inmensa avenida de dos kilómetros, que va desde Karnak hasta Lúxor, y a lo largo de la cual estaban alineadas más de seiscientas esfinges, este animal, la mayoría de las veces, acostumbraba a poseer un cuerpo de león y una cabeza de carnero, porque el camero, animal fecundante y conductor, correspondía a Amón-Ra, Sol fertilizador y guía de la vida.

Las posturas de estas esfinges (cuya alineación no sobrepasaba el número de 40 o de 60 en la entrada de los templos secundarios) varían de una estatua a otra, tanto en la actitud como en el símbolo capital. Unas tienen las patas delanteras replegadas bajo el cuerpo, mientras que la mayoría las tienen estiradas. Otras, aunque son la excepción, tienen una cara femenina. Los peinados y los emblemas difieren pero, en conjunto, la posición es la de la esfinge arrodillada.

¿Qué significaban exactamente esta unificación y esta postura en el pensamiento de los sacerdotes egipcios? Evidentemente, muchísimas cosas.

Por ahora, bastará con decir que la serpiente ureus (áspid) y la esfinge eran los atributos faraónicos, representativos del poder delegado por la divinidad.

La esfinge, en particular, pasaba por ser el símbolo de la fuerza unida a la inteligencia. En las salas del Louvre, podemos ver un modelo reducido de una esfinge de granito rosa con la marca, según se dice, del faraón opresor de Moisés y de los hebreos.

En materia de simbolismo, los no iniciados tienen la costumbre de juzgar sin saber y sin reflexionar.

Como prueba, no necesitamos más —y ello con el objetivo de no ofender a ningún moderno— que las burlas de san Clemente de Alejandría que, en el gato, en la serpiente y en el cocodrilo de los templos de Egipto no veía más que una especie de dioses bestiales.

Ménard respondió a esta presentación elemental imaginándose la sorpresa de un sacerdote egipcio de la época antigua al entrar en un santuario católico de la actualidad. Vería el cordero pascual, réplica reducida del buey menfítico, y también la paloma del Espíritu Santo, que le recordaría la inteligencia divina de Thot con la cabeza de Ibis.

¿Y qué hubiese pensado el iniciado del serapeo al considerar el pez simbólico de los primeros cristianos sobre las murallas de las catacumbas? ¿Y qué hubiese dicho de los romanos de entonces que, al interpretar en su sentido literal la comunión eucarística, acusaban a los fieles de Pedro de comerse a un niño pequeño?

A excepción de que seamos unos ignorantes, jamás debemos confundir el simbolismo con la idolatría.

Lo cierto es que la iniciación egipcia había exagerado tanto sus precauciones con el fin de enmascarar la doctrina esotérica que, poco a poco, la religión externa tomó la delantera a la otra en virtud de este principio que hace que, para el hombre común, la forma disimule el fondo.

De todo cuanto precede, se deduce que la acumulación de las esfinges tenía un carácter intencional y que la significación primera del animal fabuloso estaba orientada hacia el misterio.

Ante todo, su presencia quería decir: ¿Cuál es la palabra del enigma?

Este sentido principal es tan evidente que fue el que importaron de Egipto los griegos primitivos y lo introdujeron en la historia fabulosa de la Tebas griega, tal y como se ha comentado más arriba.

Así pues, los misterios eran numerosos para el iniciado de los templos de Egipto. De ahí la conclusión de que el número de esfinges vestibulares era proporcional al mismo número de secretos.

Debido a que Lúxor y Karnak eran lugares de completa iniciación, una armada de esfinges unía el uno al otro.

Cualquier esfinge aislada posee un significado particular y, precisamente, éste es el caso de la Esfinge de Gizeh.

La Gran Esfinge de Gizeh no tiene equivalente en el resto del mundo, ni siquiera en Egipto.

Su situación, en la necrópolis de la meseta y al pie de las Grandes Pirámides, le confiere un sentido realmente especial.

No fue construida o tallada con todo tipo de piezas como las esfinges de talla común. El escultor originario la desprendió de un enorme bloque de roca.50

No se ven muchas rocas emergiendo de la plataforma de Gizeh. Sin embargo, ésta posee un considerable volumen. Puesto que, sin duda, fue la única de la que se apropió el artista desconocido para su fin, este último la utilizó para la cabeza, el cuello, el pecho, una parte del cuerpo y de los miembros; y las partes que faltaban de la estatua las completó con mampostería, predominando los ladrillos de grandes dimensiones, sobre todo en las patas de delante.

Al principio, la impresión causada por el gigante de las esfinges debía ser considerable. En la actualidad, la impresión no es menor, aunque sea de otra clase, a causa del estado mismo de la ruina y de su retroceso al pasado.

De acuerdo con los números de Mariette,51 la Gran Esfinge mide 19,97 m desde el suelo al motivo más elevado de su peinado. La mayor anchura de la figura sería de 4,15 m. La cara tendría 5 metros de altura. La oreja tendría 1,79 m de altura, desde el borde del pabellón hasta la base del lóbulo, y la boca 2,32 m.

De acuerdo con Clément Robichon, la longitud total del cuerpo alcanzaría los 72 metros, desde el nacimiento de la cola hasta la extremidad de las patas anteriores.

Entre estas patas, de las que el grosor de los dedos de los pies sobrepasa la altura de un hombre, antiguamente había un pequeño santuario de construcción posterior, del que se decía que estaba consagrado al Sol.

¿En qué época fue construida y esculpida la Gran Esfinge y por quién? Éste es un misterio todavía más difícil de descifrar que el de la Gran Pirámide.

En efecto, existen muy pocos monumentos tan célebres con respecto a los cuales la historia se muestre tan pobre. Ni los viajeros, ni los sabios, ni los poetas dejaron absolutamente nada sobre la Gran Esfinge. Ningún documento, ninguna bibliografía, ningún folclore hace alusiones eficaces a este respecto. Las reflexiones de los hombres más informados sobre el tema se limitan a triviales observaciones que nos recuerdan a la literatura de las guías.

Incluso, también nos sorprende la increíble atonía que sobrecoge, frente a la Gran Esfinge, a las mentes más afiladas. Esta gigantesca figura nos sobrepasa y nos oprime y nadie se atreve a reconocerlo. Al menos, existe una acusada tendencia a querer ocultar nuestros verdaderos sentimientos ante los testimonios más comunes.

Pero es imposible sustraerse a la influencia de esta mirada petrificada.

La antigüedad de la Gran Esfinge se remonta a los principios de la edad adámica. Como mínimo es contemporánea de las Pirámides, a las que completa, tal y como veremos a continuación. A lo largo de los siglos, la efigie de la Gran Esfinge ha sufrido numerosas vicisitudes. La arena ha llegado a recubrirla totalmente muchas veces y, durante algunas épocas, ha pasado a ser considerada como una leyenda o como un simple recuerdo. El movible velo que la recubría se retiraba por sí mismo en su totalidad, o en parte. Una inscripción de la Cuarta Dinastía52 hablaba de la Esfinge como de un «monumento cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos».53 El faraón que reinaba durante esta época ordenó que de la arena libanesa se extrajera el conjunto de la estatua que había desaparecido de la faz del desierto desde hacía generaciones.

De esta forma, en repetidas ocasiones, y desde su nacimiento en la piedra, la Gran Esfinge moría y resucitaba.

Cada resurrección la ha mostrado más alta o más baja, a nivel del suelo, dependiendo de si una parte más o menos grande de sus flancos estaba o no hundida en la arena.

Las fotografías de hace cincuenta años representan al monstruo, carente de patas, mientras que los clichés más recientes hacen que aparezcan los miembros inferiores en pleno relieve. No tiene porqué resultamos indiferente el hecho de observar el actual y prácticamente total «surgimiento» de la Gran Esfinge, como si éste estuviese dirigido a la época presente.

El basamento de roca muestra un cierto número de hileras, desde las patas hasta el cuello. Mayou comparaba los seis saltos sucesivos del Nilo con las seis hileras naturales o sedimentos de la piedra. Y esta barba de cataratas le parecían la revelación del desvío egipcio del Nilo.54

Las erosiones provocadas por la intemperie, el desmoronamiento natural de las superficies, la flagelación multiplicada de las tormentas de arena, se unieron a la acción de los hombres para mutilar a la Gran Esfinge.

La nariz está prácticamente arrancada y ello otorga una expresión desnarigada a la Esfinge. Su enorme boca, salvo una pequeña parte del labio superior, no ha sufrido ningún daño. Las orejas, exceptuando la parte baja, conservan la línea primitiva. Los ojos, aunque algo deteriorados, siguen levantando su mirada triangular hacia el cielo.

En la postura de la Gran Esfinge arrodillada existe una nobleza natural. Tanto miremos a la estatua de cara o de frente, por la izquierda o por la derecha, es imposible negarle una majestuosidad especial.

La altura de su rostro abarca seis hileras; la primera va desde la parte superior del cráneo hasta las cejas, la segunda es la de los ojos, la tercera engloba la nariz y la cuarta desciende hasta la mitad de la boca, la quinta empieza en el labio inferior y la sexta termina en la barbilla.

Cuando el Sol del mediodía da en la cabeza de la Esfinge y la sombra baja hasta su pecho, el misterio se desprende de sus huecas pupilas o se oculta tras las estrías de su ornamentado peinado.

El atento estudio del rostro de la Gran Esfinge conduce a dos concepciones diferentes: una de orden étnico y otra de orden natural.

Lo primero que nos llama la atención es que los rasgos no son los de un egipcio, sino los de un nubio. El prototipo de la Gran Esfinge no es el de un hijo de Jafet, ni el de un hijo de Sem, sino el de un hijo de Cam, tal vez el del propio Nemrod, el primer faraón negro y el faraón esencial. Después, evocamos una especie de Daah, espiritualizado en la materia, o el ancestro de Cromañón, habiendo permanecido prognato y con la frente bien erguida.

El pensamiento que aparece a continuación en nuestras mentes es el de un cadáver que se descompone, una especie de esqueleto de la parte delantera del cuerpo en vías de liberación.

El enigma de la Gran Esfinge
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