Capítulo IX
SIGUIENDO LA PISTA
Durmieron pesadamente, el cansancio les aplanó y se levantaron relativamente tarde.
Se hallaban en el comedor desayunando cuando Bryan captó una voz ruda que discutía con el encargado de recepción y, al echar un vistazo al vestíbulo, descubrió que el que hablaba tan recio era el sheriff.
Al parecer buscaba a un individuo que había estado hospedado allí, pero que había desaparecido.
Bryan, al verle concibió un plan, el más eficaz que en aquellos momentos podía poner en práctica, y, levantándose, se acercó al sheriff, y le dijo:
—Si no le sirve de molestia, cuando acabe su misión le agradecería viniese un momento a mi mesa. Tengo que hacerle una consulta.
El sheriff asintió y unos minutos más tarde, no de muy buen humor, se acercó a la pareja.
—Usted dirá qué deseaba, señor,
—¿Le importaría sentarse unos minutos?
—Tengo bastante que hacer, pero si no es por mucho tiempo…
Se sentó y Bryan, extrayendo del bolsillo unos papeles, los puso sobre la mesa, diciendo:
—Creo que para que tome más en consideración lo que necesito decirle será conveniente que sepa quién soy. Como verá por estos documentos, me llamo Byron Bryan y soy ingeniero de minas.
—Tanto gusto en conocerle, señor. ¿En qué puedo servirle?
E hizo la pregunta con tono amable.
—El asunto es demasiado amplio y requiere tiempo para poder ponerle en antecedentes, pero, como no es prudente por mi parte salir de aquí sin antes informarle y asegurarme la colaboración de quienes están obligados a intervenir, no me ofrezco a pasar por su oficina… Quiero por si me sucede algo grave — o nos suceda a mí y a mi compañero — que alguien esté en antecedentes de lo que ocurre y nadie más indicado que usted.
El sheriff, intrigado por aquel preámbulo y en atención a la personalidad de Bryan, repuso;
—Señor, si es algo que me afecta como sheriff, mi obligación es atenderle cuando sea necesario. Dejaré lo demás para más tarde y le escucharé.
—En ese caso le ruego suba a mi habitación donde podremos charlar más cómodamente y sin que oídos indiscretos puedan intervenir.
Los tres subieron a la habitación del ingeniero y ya en ella Bryan procedió a hacer un relato escueto, pero preciso, de todo cuanto había sucedido desde que los expoliadores mataran a Albrecht hasta aquel momento.
El sheriff le escuchaba tensó y, cuando Bryan terminó de hablar, dijo:
—Ha tocado usted un punto muy delicado que es la obsesión de cuantos nos vemos obligados a actuar en los campos mineros como autoridades. Parece un mal endémico que no hay manera de extirpar porque tiene grandes ramificaciones y porque están tan bien organizados que no es fácil llegar hasta ellos y darles una batida que termine de una vez con esa lacra.
”No ignoro, ni nadie ignora, que se han cometido crímenes que han quedado impunes sin lograr el más leve rastro para apresar a los asesinos, pero aquí nadie ayuda a investigar, quizá porque todos tiene miedo a las represalias. Cada cual mira por sí y lo que le suceda al vecino les tiene sin cuidado.
”Me habla usted de un tal Christic y puedo decirle que le conozco. Va y viene, figura como traficante en cosas mineras, pues, al parecer, es agente de ciertos capitalistas interesados en la explotación de las minas y nadie le acusó nunca de nada ni hay el más leve indicio de que se le pueda acusar de algo tangible.
"Usted me comprende. Yo no podría detenerle, ni a él ni a ninguno sólo por sospechas. El hecho de que visitase a ese Albrecht de quien me habla y le propusiese de una manera más o menos coaccionante la intervención de algún capitalista conocido suyo, no es suficiente para acusarle de asesinato y aún más cuando el interesado ha muerto, según usted atestigua.
"Pero esto no quiere decir que yo me desentienda de sus actividades y trate de cogerle en algo delictivo, aunque estoy seguro de que sabrá maniobrar tan en la sombra que jamás dará un paso en falso.
"Y siendo así, ¿qué puedo hacer? Soy el primer interesado en acabar con esta plaga, pero necesito pruebas y sobre todo no sería atrapando a uno ni a dos como se acabaría con el mal si no localizando a la cuadrilla entera para barrerla como a un hormiguero.
"¿Cómo probarle nada si usted mismo no le conoce y cómo descubrir quiénes son los que actúan a sus órdenes? Solucióneme usted eso, ponga en mis manos pruebas fehacientes que no puedan ser destruidas y le aseguro que me tendrá a su lado y que me verá obrar con mano dura.
—Muy bien; me basta con esa promesa porque yo tengo ciertos planes para poder descubrir la personalidad de ese tipo, sus manejos subterráneos e incluso la totalidad de su cuadrilla que en estos momentos no debe ser muy nutrida porque en su intento de cerrarnos el paso a nosotros se ha dejado unos cuantos en la senda.
—¿Puedo saber cuál es su plan?
—En parte sí. Por ejemplo, mi criado apuntaba algo que creo es cierto y voy a comprobarlo. Me refiero a que estamos convencidos de que en las oficinas de análisis de minerales hay alguien que está al acecho de los descubrimientos más importantes de oro y da cuenta a Christic o a alguno de la cuadrilla del descubrimiento para que inmediatamente le sometan a vigilancia y presión hasta reducirle o hacerle desaparecer.
”Y si es así, quiero demostrar de un modo palpable que el individuo existe, en cuyo caso cuando se vea acusado y sin escape hablará denunciando a alguien más.
—¿Cómo lo va a conseguir?
—Para eso necesitaría ponerme al habla con el ingeniero jefe del departamento de análisis. ¿Usted le conoce?
—Claro que le conozco.
—¿Tiene usted un concepto formado de su honradez?
—Le creo todo un caballero. Gana un buen sueldo y es persona sobria. Trabajador y entendido.
—¿Usted podría ponerme en contacto con él sin necesidad de que yo tenga que personarme en su oficina? Esto lo dejaría para el truco final, pero antes necesito hablar con él y que nos pongamos de acuerdo. A él le interesa más que a nadie, pues se podría sospechar que él es uno de los complicados con la banda.
—¿Quién, el señor Kerbert Slichter? Ni soñarlo.
—¿Como? ¿Ha dicho usted Herbert Slichter?
—Ese es su nombre.
—Dígame: ¿se trata de un hombre de unos cuarenta y cinco años, bastante alto, delgado y con una pequeña cicatriz encima del ojo derecho?
—El mismo, ¿le conoce usted?
—Hemos estudiado juntos en San Luis y somos muy amigos. No sabía nada de él desde hace tres años y lo que menos podía suponer es que estuviese aquí analizando minerales.
—Lleva unos siete u ocho meses.
—En ese caso, yo le agradecería que de un modo confidencial, sin que nadie se enterase, hiciese llegar a él una tarjeta mía diciéndole que estoy aquí hospedado y que necesito verle sin que nadie se entere. Podría venir por la noche, después de cenar, y hablaríamos de algo en lo que él puede ayudarnos mucho por depender de él.
—Pues descuide que yo puedo verle a la hora del almuerzo, donde vive, y darle el recado.
—Y yo se lo agradeceré, y usted también porque estoy seguro de que si los acontecimientos no nos atropellan, yo pondré en sus manos la banda y a Christic sin que ésta tenga escape cuando se le sorprenda con las manos en la masa.
—Pues, adelante, señor Bryan, y tenga la seguridad de que contará con mi apoyo más decidido para todo.
La entrevista había concluido y el sheriff, tras estrechar la mano del ingeniero, se despidió.
Bryan se sentía ahora optimista. Contento con el sheriff y con el apoyo de su amigo Slichter, estaba seguro de dar la batalla definitiva a la cuadrilla.
Aquella misma noche, Slichter se presentó en la fonda a visitar a Bryan y ambos amigos se abrazaron emocionados, pues habían sido excelentes compañeros de estudios.
Tras recordar tiempos pasados, Bryan pasó a explicarle el motivo de su presencia en Unionville. Había rescindido un contrato para dirigir una mina en California, sólo por ocuparse de aquel asunto.
Cuando Slichter estuvo impuesto de todo, dijo:
—Te confieso que no tenía la menor sospecha de que alguien a mis órdenes pudiese estar vendido a esos granujas y fuese el causante de algunas muertes o expolios. Yo vivo sólo para mi trabajo, y cuando uno es honrado cree que los que tiene a su lado también lo son. Pero en vista de lo que me descubres, me ocuparé de averiguar quién puede ser el traidor y…
—No te molestes. El traidor se denunciará solo, porque yo tengo un plan bien meditado y sólo necesito ayuda para desarrollarlo. Con la tuya y la del sheriff, espero triunfar.
—Si es así, tú dirás qué deseas de mí.
—En primer lugar, yo quisiera confiarte la misión de que te ocupases personalmente de inscribir la mina en el registro a nuestro nombre. Como algunos miembros de la banda nos conocen y sospecho que en estos momentos por el poblado deben andar los espías ojo avizor para localizarnos y procurar quitarnos de la circulación, no quisiera salir de este refugio hasta que lo más elemental esté en orden y mis planes en marcha. Quiero que si tienen la suerte de eliminarme, al menos fracasen en adjudicarse la propiedad de la mina o que en el mejor de los casos, ésta quede en el anónimo.
”Tú puedes entrar y salir en el registro sin llamar la atención por tu cargo y podrás depositar en él los planos, pues he trazado uno bastante preciso y pedir el resguardo del depósito, con lo que ya nadie podría apropiarse de ella. Quiero registrarla a mi nombre y a los de la hija de Albrecht y de mi criado. Los tres tenemos un derecho análogo y es justo que gocemos del beneficio por partes iguales.
—Si es ese tu deseo, no tengo inconveniente. Me das el plano y la documentación vuestra y yo haré el registro mañana mismo.
—¡Hum!… Eso es lo malo, que mi documentación y la de Sam podemos dártela, pero la de la muchacha… debe obrar en su poder.
—Pues pídesela y en cuanto me lo entregues…
—Es que la chica está en Rye Pacht donde la he dejado para que no la descubran y puedan tomarle como rehén para comerciar con su vida.
—Entonces… ¿qué se puede hacer?
Sam, que no se había atrevido a intervenir, pero que se sentía muy emocionado al oír que iba a figurar como uno de los propietarios del yacimiento, dijo:
—Yo puedo desplazarme a Rye Pacht para pedir a Iris su documentación mientras usted sigue desarrollando aquí sus planes. Si no se puede inscribir su parte por falta de documentos es justo que se aporten y cuanto antes mejor.
—Sí… algo habrá que hacer en ese sentido.
—Yo iré—insistió Sam — porque además… hemos estado más de tres semanas fuera y la muchacha quizá necesita dinero.
—Tienes razón. Tú irás mañana mismo.
Sam se sintió muy alegre con la decisión, porque esto le permitiría volver a ver a Iris, hacia la que se había sentido muy impresionado desde que contemplase su fotografía por primera vez.
Ahora esta impresión se acentuaba porque si él iba a ser uno más a participar del beneficio de la mina nadie podría impedir que un día, si a ella le parecía bien, llegasen a una inteligencia amorosa.
—Entonces — indicó Slichter — quedamos en que tú envíes por la documentación. ¿Cuándo crees que la tendrás?
—Mañana mismo saldrá Sam para Rye Pacht en la diligencia de la mañana y pasado puede estar aquí de vuelta.
—Pues pasado mañana por la noche vendré a buscarlo. Ahora dime cuál es tu plan para descubrir quién es el traidor que denuncia a los mineros.
—Cuando esté inscrita la mina te lo diré, porque aún tengo que estudiar algunos detalles, y además he de ponerme de acuerdo con el sheriff, cuya ayuda es indispensable para realizar la redada.
—Siendo así, no digo más. ¿Querías alguna otra cosa?
—Nada, Herbert. Ha sido para mí un inmenso placer volver a verte al cabo de tanto tiempo y espero que de aquí en adelante estemos en mayor contacto.
—Y yo te felicito por tu suerte aunque esa suerte haya sido a costa de la desgracia de otro. Si la mina responde, según las muestras que me has enseñado, te auguro que será uno de los más ricos filones de por aquí.
—Que tengas suerte es lo principal y que podamos extirpar esa inmunda plaga de aquí.
El ingeniero se despidió de Bryan y éste quedó solo con su criado.
Sam, confuso, dijo:
—Señor… yo creo que usted se ha excedido adjudicándome una tercera parte en ese yacimiento. Yo… yo… no he hecho nada por merecerlo, y en justicia debe ser de usted y de esa pobre muchacha…
—Vamos, Sam, no digas tonterías. Tú me has ayudado enormemente y seguirás ayudándome con grave riesgo de tu vida y es muy lógico que tengas tu compensación. Por otra parte, si te quedases convertido en un simple criado… ¿cómo podrías llegar hasta la propietaria de una buena mina? Estarías en inferioridad de caudal y…
—¡Por favor, señor Bryan!… No se burle de mí.
—¿Por qué me voy a burlar? ¿Es que niegas que la muchacha te ha impresionado más de lo que suponías?
—Bueno, yo… Claro que la chica… Pero…
—No sigas que te vas a atragantar. Mañana irás a verla, la llevarás dinero y la pedirás la documentación. Dile cómo hemos explorado el terreno y como hemos comprobado la existencia de la mina, localizándola. No le digas más respecto al reparto y sí asegúrale que todo marcha bastante bien y que a no tardar mucho, habremos salvado todos los obstáculos y el peligro para ella y para nosotros habrá desaparecido.
"Mañana a las doce sale la diligencia para Rye Pacht, la tomarás y te trasladarás allí, pero muévete con mil ojos. Tengo la sensación de que toda la cuadrilla de ese sapo está alerta vigilando el poblado con la esperanza de descubrirnos porque sabe, que es aquí donde hemos de resolver la pugna.
—Descuide que no me dejaré sorprender. Llevo dos revólveres que sé manejar bien, y no me fiaré ni de mi sombra.
Después de aquella conversación, Bryan, encerrado en su habitación, se entregó a la tarea de dibujar el nuevo plano que debía ser presentado en el registro. Había tomado muchos datos geográficos para situar la mina con tal precisión que más adelante no hubiese confusiones respecto a su legal emplazamiento.
Ninguno de los dos se había movido de la fonda. No habiéndoles localizado aún era la única manera de evadir la vigilancia y sólo cuando la necesidad lo impusiera se verían obligados a desafiar el peligro.
Y al día siguiente, poco antes del mediodía, Sam, procurando pasar inadvertido, abandonó la fonda y se encaminó a la Casa de Postas para tomar la diligencia que debía conducirle a Rye Pacht.
Pero… Bryan no se había engañado al suponer que Christic habría conseguido escapar del peligro de la persecución por parte de las autoridades de la ruta y que habría llegado a Unionville dispuesto a realizar cuantos esfuerzos estuviesen a su alcance para localizar al ingeniero, vengarse de él fieramente y despojarle del secreto que tanto anhelaba.
Ciertamente que había perdido parte de sus hombres en la lucha con Bryan, pero aún le quedaban varios en el poblado y había conseguido arrastrar con él a dos de los que se habían librado de caer a tiros.
Estos, que eran los únicos que conocían personalmente a sus dos enemigos, habían sido comisionados para vigilar estrechamente todos los vehículos de transporte que encaban y salían en el poblado. Si no estaban en él podían llegar en cualquier momento y si estaban bien ocultos podrían intentar salir alguna vez sobre todo para buscar el tesoro de Albrecht, pues necesitarían localizarlo personalmente para poder denunciarlo y registrarlo o para intentar una exploración sobre el terreno con objeto de comprobar su valía.
Bryan y su criado se habían librado de ser descubiertos a su llegada a Unionville por el hecho de llegar de noche y no por ningún medio de locomoción, pero era seguro que en cuanto intentasen emplearlos serían localizados.
Y por ello, Sam no se libró de ser descubierto y reconocido por uno de los rufianes cuando se encaminó a la Casa de Postas para montar en la diligencia y marchar a Rye Pacht.
A las horas de llegada y salida de las diligencias varios rufianes se escalonaban próximos al lugar estratégico para caso de descubrir algo hacer circular la noticia y que llegase veloz a conocimiento de Christic o su segundo.
Este, en una taberna fronteriza, esperaba cualquier aviso y, así, cuando uno de sus hombres descubrió a Sam envió rápido a otro para que lo comunicase.
Hillary corrió en busca de su jefe, al que le dio la noticia.
Christic, con los ojos brillantes de satisfacción, dijo:
—Si sale en la diligencia de Rye Pacht posiblemente se dirige a dicho poblado donde es posible que le esté esperando ese buitre de ingeniero. Tienes cuatro hombres cerca y sus caballos están listos. Sal con ellos por delante y tenéis que llegar a Rye Pacht antes que la diligencia. Cuando llegue ésta si desciende de ella dejadle, pero seguidle sin que se dé cuenta y averiguad a dónde va y con quién ha de entrevistarse. Es posible que le aguarde allí el ingeniero o vaya a realizar alguna gestión por cuenta de él.
"Si no está allí el ingeniero, limitaos a seguirle hasta que nos lleve a donde se esconde el otro y si está… Arréglatelas como puedas, pero necesito que te apoderes de los dos. Me serviría más vivo que muerto por si no encontramos documento alguno que nos lleve al filón. Si le cazamos vivo le haremos hablar aunque sea arrancándole los ojos. Lo dejo a tu discreción.
—Procuraré cazarle aunque sea malherido. Con que viva lo suficiente para hacerle hablar, bastará.
Raudo tomó su caballo trabado cerca de la taberna y buscó a sus restantes hombres, que se hallaban escalonados próximos a la Casa de Postas, Con una orden seca los puso en marcha.
—A caballo y a galope — ordenó—, tenemos que llegar a Rye Pacht antes que la diligencia.
Por suerte para ellos la distancia no era excesiva. Sólo le separaban de Unionville doce millas, y para los caballos no sería una carrera agotadora.
Merced a esto consiguieron llegar con un cuarto de hora de ventaja y situarse estratégicamente próximos al lugar de llegada.
Sam, siempre alerta, descendió con desconfianza del vehículo y antes de tomar el camino de la casita donde se escondía Iris, dio unos paseos por las calles siempre vigilando en torno a él, pero no descubrió nada sospechoso. Sin embargo, si él era astuto, los hombres que le vigilaban lo eran más y cuidaron mucho de no despertar sospecha alguna en el criado.
Este, convencido de que todo iba bien, se encaminó a la casita y llamó. Poco después era recibido y desapareció en el interior.
Hillary cambió impresiones con sus hombres.
—¿Alguno de vosotros sabe quién vive ahí?
Ninguno lo sabía, pero realizarían gestiones y buscando una de las pocas tabernas del poblado, entraron a beber unas copas y a hacer preguntas.
Poco después salían con informes bastante precisos. La dueña era una viuda y tenía como huésped a una muchacha muy linda a la que últimamente habían visto vestida de luto, sin duda por la pérdida de algún familiar.
Hillary quedó perplejo ante aquellos datos. ¿Quién sería aquella joven vestida de luto a quien el criado del ingeniero tenía que visitar en tales momentos cuando tenían cosas más urgentes de que ocuparse?
Y sin embargo, pese a todo se arriesgaban a exhibirse desafiando el peligro de ser descubiertos sólo por realizar aquella visita, una visita que debía ser muy interesante para ellos y estar relacionada con el asunto que les había llevado a Nevada.
Y a fuerza de estudiar el asunto, terminó por aproximarse a la verdad.
Si aquella muchacha tenía algo que ver con la presencia de Bryan en aquella zona minera había que admitir que tenía relación directa con Albrecht y si estaba relacionada con él, el hecho de vestir de luto no sólo lo corroboraba, sino que la ligaba tan directamente con el minero muerto que solamente podía tratarse de un familiar suyo.
Y come Albrecht, al morir era un hombre próximo a los sesenta años, no podía tratarse de su mujer, pero sí de alguna hija o de una hermana. Esto justificaba muchas cosas y las hacía más interesantes.
¿Su hija? Sería formidable para ellos que así fuese, porque entonces, si se apoderaban de ella y la guardaban como rehén, su vida podía ser el precio adecuado a cambio del filón.
Y ponderando lo que podía significar raptar a la joven, empezó a estudiar la manera de apoderarse de ella y del peligroso criado de Bryan.