Capítulo III

UNA SUPLICA Y UNA PROMESA

De nuevo el herido hizo una pausa y solicitó otra vez agua. Sam se la sirvió y remojó su cabeza.

La voz del minero se hacía poco a poco más ronca y más baja de tono y Bryan, que seguía su relato con interés creciente, temía que no llegase a dar fin a su historia.

Por fin, tras la pausa obligada, continuó:

"Aquella noche cuando me encontraba en mi habitación llamaron a la puerta y al abrir creyendo que sería algún mozo de la fonda, me encontré ante un tipo de unos treinta y cinco años — alto, no mal parecido, elegantemente vestido quien, saludando con una inclinación de cabeza, me preguntó:

"—¿Es usted Bem Albrecht?

”—En efecto. ¿Qué deseaba?

”—Quisiera hablar con usted un momento. ¿Me permite?

”Y sin esperar la contestación penetró en la estancia, cerró la puerta y, dejando su negro y redondo sombrero sobre la cama, dijo:

”—Usted no me conoce, ¿no es así?

"—No conozco a nadie en estas latitudes — contesté.

”—Pues me presentaré yo. Me llamo Murray Christic, y me dedico al negocio de minas.

”—Muy bien. ¿En qué puedo serle útil?

”—Pues… quizá quien pueda serle a usted útil soy yo.

”—¿En qué sentido?

"—En el de proporcionarle capitalistas que le ayuden a explotar su mina. Yo cuento con hombres ricos y emprendedores que le serán muy útiles.

”Le miré torvamente y repuse:

”—¿De dónde diablos ha sacado usted que yo tengo una rica mina y que necesito capitalista para explotarla?

”—Yo sé muchas cosas, señor Albrecht.

”—¡Y tanto! Sabe más que yo.

"—Se equivoca y me permito aconsejarle que estudie mi proposición… Yo soy un negociante, claro es, tengo una comisión por poner en contacto a mineros y financieros y tengo que defender mi negocio.

”—¿Y a mí qué me cuenta usted? — repliqué enojado. —Yo no tengo filón alguno ni sé de qué me habla.

”—¿Es que va a negar que ha llevado a analizar unas cuantas pepitas de oro?

”—Si lo sabe usted no lo niego. Las encontré a flor de agua en un arroyo cercano, pero no descubrí más. Creo que alguien debió extraviarlas y para saber si podía venderlas les hice analizar.

"—Un bonito cuento pero no sirve. Cuando la gente analiza cuarzo es porque quiere estar segura de que merece la pena explotar el lugar del hallazgo. Creo que usted debía considerar mi oferta.

”—No tengo por qué hacerlo ya que no poseo nada que explotar.

”—Muy bien; si rechaza mi proposición acaso tenga que arrepentirse. Yo le ofrezco ayuda el primero y sería, perjudicarme que la recibiese de otro sin Intervención mía.

”—Y aunque así fuese — grité enfadado—. ¿Por qué tengo yo que amoldarme a la intervención de quien no ha sido solicitado para ello?

”—Nadie le obliga, pero sí se le aconseja. A veces crearse enemigos sin necesidad es peligroso. Pueden suceder muchas cosas inesperadas que de evitarse…

”Me indigné ante el cinismo con que me amenazaba y próximo a perder el control de mis nervios le grité señalándole la puerta:

”—Salga de aquí inmediatamente si no quiere que le haga salir de otra manera.

”—No creo que le fuera fácil obligarme a salir por la fuerza — repuso suavemente—. Algunos lo han intentado y… fue peor para ellos. Pienso irme sin necesidad de que nadie me saque de mal grado, pero le aconsejo que medite en mi proposición. Si no acepta, pues… quién sabe…, acaso resulte verdad que no tiene usted filón que explotar… o que pueda explotar.

"Y con una reverencia salió de la habitación.

"Sentí deseos de liarme a tiros con él, pero me contuve y después me entregué a meditar mucho en sus palabras y en sus veladas amenazas.

"Era indudable que aquel tipo ejercía el chantaje con los mineros. Debía tener confidentes que le daban cuenta de aquellos casos en que algunos presentaban al análisis cuarzo o pepitas dignas de no ser despreciadas.

"Luego, pues… seguramente el ofrecimiento de capitalistas para la explotación sólo era una añagaza para enredar a los incautos. Buscarían hombres de paja que se harían pasar por hombres de dinero y quién sabía lo que en definitiva harían con los verdaderos propietarios de los filones cuando supiesen donde estaban y tuviesen ocasión de posesionarse de las minas.

”Y recordando los crímenes cometidos con algunos mineros me di a pensar en el modo de evadir el contacto con aquel tipo y dejarle plantado sin que volviese a saber de mí ni pudiese ponerme espías para no perder de vista ninguno de mis movimientos.

”Tras meditarlo mucho tomé una determinación y aquel mismo día hice que un mozo de la fonda depositase en el correo una carta dirigida a mi hija en la que la decía que por razones poderosas que ya le explicaría no regresaría a su lado inmediatamente sino que pensaba salir para el Este en busca de una persona solvente que yo conocía para ultimar el asunto de la explotación del filón. Le prometía escribirla cuando llegase a mi destino, pero no la decía a donde pensaba dirigirme.

”Yo no quería que si me espiaban supiesen algo de mí hija, pues ésta podía servirles de cabo para muchas cosas indignas y prefería moverme yo solo con libertad para llevar adelante mis planes.

”Mi idea era venir a Archison donde conocía a un banquero muy dado a financiar negocios y ponerle en antecedentes de mi descubrimiento y de cuanto me sucedía para que él se ocupase no sólo de ver si le interesaba financiar la explotación caso de merecerlo sino de encargar a alguien que hiciese el registro a mi nombre y burlase la intervención de aquel tipo, quien con su cuadrilla de indeseables se dedicaba a expoliar a los mineros y cuando no se dejaban los suprimía fríamente.

”Yo no podía luchar con ellos, lo sabía, porque un hombre solo con un tesoro codiciado por muchos llevaba todas las de perder y era mejor desaparecer de allí, dejarles burlados y que alguien con fuerza y elementos para ocuparse del yacimiento y defenderlo se encargase del asunto.

"Después de enviar la carta a mi hija para dejarla tranquila decidí desaparecer en plena noche de la fonda y así, a altas horas, salí y anduve vagando por el campo hasta por la mañana. Cuando abrieron el despacho de billetes compré uno para venir a Archison con objeto de ponerme al habla con la persona en quien cifraba mis esperanzas de que me resolvería el problema.

”A la hora de emprender el viaje me presenté en la Casa de Postas y tomé asiento en la diligencia. Ahora, para venir al Este hay poco agobio y en cambio para el Oeste las diligencias llegan atestadas de buscadores de oro.

"Éramos tres los viajeros, pero en el momento de partir subieron dos más y cuando me fijé en ambos sentí que la carne se me ponía de gallina porque uno de ellos cuando menos lo había identificado como perteneciente al trío que asesinó al infeliz minero el día de mi llegada al poblado.

”Y sentí la sospecha de que su presencia en la diligencia no era un hecho casual sino que yo constituía el motivo de su viaje. Debieron vigilarme ferozmente noche y día y habían descubierto mi intento de fuga para librarme de la cuadrilla.

"Mis sospechas crecieron cuando fuimos dejando detrás de nosotros millas y millas y ellos continuaban el viaje sin perderme de vista, pues si nos apeábamos en los puestos de recambio siempre los tenía en torno a mí dispuestos a no permitir que me despegase de ellos quedándome en mitad del viaje.

”A veces sospeché si tratarían de asaltarme en pleno viaje, pero por suerte siempre hubo tres o cuatro personas más en el vehículo y no parecía cosa fácil.

"Pero a medida que íbamos llegando, mi inquietud era más grande, pues, si me seguían hasta Archison y me veían hablar con la persona en quien yo confiaba, no podría guardar el incógnito y quizá no sólo yo corriese peligro si no la persona que podía ayudarme.

"Concebí el propósito de hacer algo para evitar que llegasen hasta el final. Tenía que deshacerme de ellos como fuese, pero no podía permitir ni un minuto más aquella persecución muda, pero tenaz.

”Y cuando sucedió el incidente de la caída de los caballos y me vi a pocos pasos del monte, decidí aprovechar ese momento. Si no me servía para burlarlos, ya no podría intentarlo en mejores condiciones porque en el monte era fácil esconderse y escabullirse entre tanto peñascal si se decidían a perseguirme.

”Me equivoqué y he pagado las consecuencias porque no tuve suerte al disparar y ellos sí.

”Esta es la historia. Ahora, ¿qué será de mi hija y de mi descubrimiento? Quizá de haber llegado a tiempo, el señor Taylor hubiese hecho algo, pero…

El ingeniero, que le había escuchado anhelante, inquirió:

—¿Se refiere a B. H. Taylor el banquero?

—Sí, mi mujer había servido en su casa antes de casarnos y la apreciaban mucho. Yo quería…

—Pues siento decirle que hubiese perdido el viaje. El señor Taylor, que estaba bastante delicado, se deshizo del negocio del Banco, vendió sus propiedades y marchó a Francia donde pensaba establecerse.

—¡Dios de Dios!… ¿Y para eso expuse yo mi vida?

—Ha sido una desgracia, pero… ¿qué se puede hacer?

El herido, que se agotaba por momentos, quedó callado respirando de un modo agobiador. Por fin, con voz muy ronca y débil, murmuró:

—Escúcheme; usted es ingeniero, sabe de minas y puede hacer algo por ese descubrimiento. Yo pongo en sus manos el croquis para que pueda llegar hasta el valle, y sólo le voy a pedir un inmenso favor: cuídese de mi hija, no la deje abandonada. Si aquello vale algo y se le saca utilidad reconozca una parte en los beneficios a mi hija de forma que pueda vivir decentemente y sin pasar miseria; lo demás para usted, pero ella…, ella es lo que más me preocupa en estos momentos en que estoy a punto de entregar mi alma a Dios y pedirle perdón por los pecados que pude haber cometido… Yo le ruego por lo que más quiera… por su madre, por su esposa o sus hijos si los tiene, que oiga mi súplica y acepte. Es una infeliz que ha quedado abandonada sin ayuda de nadie y contra la que pueden tomar represalias si descubren que es mi hija, pues pueden creer que ella está en el secreto de mi descubrimiento y si así fuese… ¿Usted calcula lo que podrían intentar contra ella?

Hablaba con vehemencia alucinante, agotando sus pobres fuerzas, sacando ánimos de donde ya no las tenía para dar más firmeza a su petición y el ingeniero, con un nudo en la garganta, no sabía qué decisión tomar.

Para él era tentador hacerse cargo de una empresa de aquella envergadura cuyo rendimiento, a juzgar por lo que el minero aseguraba, prometía ser fabulosa; pero se daba cuenta de las dificultades y de los peligros que seguramente habrían de correr para poner en orden aquel peligroso asunto.

Por otra parte, le parecía tonto abandonar una posible fructífera mina y sobre todo dejar abandonada en la indigencia y a merced de unos desalmados a una joven que tras años de miseria se había asomado a la riqueza y a la comodidad, y apenas vislumbrarla había vuelto a hundirse en la nada y quizá en la desesperación. Y por último, su espíritu honrado se sublevaba contra aquella inmunda cuadrilla de indeseables que cometían toda clase de crímenes y sembraban de luto cuanto encontraban a su paso y era de hombres decentes acabar con lacras de aquella naturaleza.

El herido, que le miraba fijamente con sus turbios ojos en los que el fantasma de la muerte parecía reflejarse intensamente, terminó por murmurar:

—No se atreve, ¿verdad?… Lo siento. Yo… yo…

Bryan experimentó una sacudida en todo su cuerpo al oír el doloroso y despectivo comentario del minero, y tomando una resolución tajante, exclamó:

—No me crea un cobarde, amigo. Jamás he tenido miedo a nada y si vacilaba es porque no me gusta comprometerme de antemano a cosas que no sé si podré cumplir. Precisamente estoy a punto de partir para Nevada a hacerme cargo de la dirección de una mina y, como comprenderá, si tuviese miedo no iría. En fin, yo le prometo que si usted muere trataré de descubrir el lugar donde está ese yacimiento y haré cuanto esté en mi mano para librarlo de las garras de esos buitres de las minas y al mismo tiempo cuidarme de su hija para que obtenga un beneficio que la ponga a cubierto del hambre y la miseria. Dígame dónde está su hija y deme los informes que posea para que yo pueda cumplir mi misión con más facilidad. Haré cuanto esté en mi mano y si fracaso será porque carezco de fuerzas para triunfar o porque otros han sido más fuertes que yo.

El minero abocetó en sus exangües labios algo que quiso ser una sonrisa de agradecimiento y que sólo fue una mueca trágica y murmuró:

—Aquí… en la bota encontrará el croquis… Mi hija… Iris está en Rye Patch en el curso del río Hunboldt y entre las depresiones de los Montes Trinity… En el croquis verán dos cruces, una señala el río y la otra el poblado, eso les servirá de referencia y punto de partida hacia el Oeste… En cuanto a mi hija… aquí en la cartera tengo un retrato… Quiero… quiero… que me la acerque a los labios para… darla el beso de despedida ya que… que… no puedo dárselo a ella.

El ingeniero, conmovido, buscó su raída cartera y de ella extrajo el retrato. Aunque lo miró a simple vista pudo observar que se trataba de una muchacha de unos veinte años, rubia, de ojos grandes, rostro lindo y aire sencillo como correspondía a su humilde condición.

Le presentó el retrato. El minero lo besó con ansia murmurando:

—Gracias… Dígale que… muero por ella y… pensando en ella, y que… se acuerde mucho de mí y… sea muy feliz… En cuanto a usted, yo… yo confío…

Apretó convulso una muñeca del ingeniero y durante unos segundos le miró fijamente; luego aflojó la presión, volvió la cabeza y quedó inmóvil.

El ingeniero y Sam quedaron en pie frente a él con la cabeza inclinada y de sus labios brotó en voz baja una oración por el alma del desgraciado Albrecht. Había muerto, pero moría al parecer feliz y tranquilo de saber que alguien decente le había hecho la promesa que más valor podía tener para él en la vida y en la muerte: la de preocuparse de su hija y hacer algo para que no se hundiese en la miseria y la desesperación.

Por fin, terminada la oración, Bryan, reaccionando, dijo:

—Extraña aventura, Sam.

—Muy extraña, señor Bryan.

—Y lo malo es que me he comprometido a algo que va a resultar un poco más peligroso aún que lo que tenía proyectado.

—Bueno, usted es valiente y yo… yo creo que también lo soy, y que puedo serle útil. Después de todo, entre ir a correr peligro en las minas por un sueldo o correrlo por algo que puede significarle una fortuna, yo no vacilaría en la elección.

—Ya sé que a ti te encanta todo lo que sea emoción, pero no te has parado a pensar en muchas cosas y en muchos inconvenientes que… En fin, no es cosa de analizarlos ni discutirlos ahora. Lo esencial es ver qué hacemos con el cadáver de este infeliz.

—Podemos trasladarlo a la diligencia y desde ella…

—¿Tú crees que estará aún en la senda? Hemos perdido mucho tiempo aquí y ya has visto que no apareció nadie a interesarse por lo que sucedía. El mayoral habrá pensado que su misión es conducir el vehículo y llegar a fechas fijas y que lo demás no va con él, mucho más cuando todo ha sucedido lejos del vehículo. De todas formas asómate a ver si está y si no… Ya veremos qué decisión es la mejor.

Sam se dispuso a abandonar el lugar donde yacía el minero y Bryan le advirtió:

—Ten mucho cuidado… El tipo que escapó puede andar al acecho.

—Ojalá esté para mandarle a hacer compañía al otro… Quien debe estar prevenido es usted.

Descendió por la pina senda con el revólver en la mano mirando atentamente a las alturas, y por fin salió a la senda. Como Bryan temía, la diligencia, una vez puestos los caballos en pie, había desaparecido.

Regresó sobre sus pasos a dar cuenta del examen. El ingeniero, tras un momento de duda, repuso:

—Bueno, vamos a llevarnos todo lo que de útil portaba este hombre y daremos parte al sheriff del poblado para que venga a hacerse cargo de los dos cadáveres. Diremos lo que hemos visto un poco disfrazado. Se tirotearon Albrecht y esos dos sapos y se mataron entre sí. El otro huyó cuando intervinimos nosotros y no sabemos más. No podemos lanzar a los cuatro vientos la historia que nos ha contado, pues cuanto más callada esté entre nosotros mejor. Uno ha escapado, sabe que hemos intervenido y no creo que acepte el fracaso sin hacer algo por seguir adelante en el empeño de saber qué hemos averiguado por nuestra cuenta. El asunto no está muy claro ni mucho menos, y es posible que seamos nosotros los que tengamos que pelear mucho y fieramente con esa cuadrilla hasta apartarla de nuestro camino y llegar al lugar donde está el yacimiento.

—Pues pelearemos, señor Bryan, y no podría ofrecerme algo mejor que ir metiendo plomo en la barriga de esos miserables hasta acabar con todo. Estoy dispuesto a llegar con usted hasta el propio infierno, con tal de exterminar a esos buitres.

—Muy bien, no te entusiasmes tanto y terminemos. Sujeta el cuerpo de ese infeliz mientras le saco la bota.

Ya con ésta en su poder levantó la plantilla y debajo, envuelto en un trozo doblado de hule había un pliego de papel bastante grande con señales, nombres, cruces, medidas y demás signos con los que el muerto entendió que podía facilitar la tarea de encontrar el valle.

Sin tiempo a más, lo guardó en su cartera y dijo:

—Pongámosle la bota otra vez. Que no queden huellas del registro.

La cartera sólo contenía el retrato, unos documentos y algunos dólares. Bryan entendió que no debía dejar huella alguna de identificación, al menos de momento, y se guardó todo excepto la cartera.

Cuando llegase la oportunidad descubriría la personalidad del muerto. Con aquel silencio pretendía eludir toda publicidad que podría perjudicar la misión a que se había comprometido.

Terminada la operación, dejaron el cadáver donde estaba, y salieron a la senda con los caballos. Una vez en ella emprendieron el camino de Muscotah.

Ya en el poblado, el ingeniero visitó al comisario del sheriff y le dio cuenta del extraño suceso. El sheriff se mostró asombrado e inquirió:

—¿Quiénes eran esos buitres?

—No lo sabemos. Cuando intervinimos, los dos habían muerto y no sabemos más. Los tiene usted donde han caído para que se haga cargo de ellos.

—Tendrá que acompañarme alguien — repuso — porque cualquiera los busca en las cortadas.

—Sam irá con usted y si necesita ayuda él se la prestará.

—Pues andando. Espere que saque mi caballo y una mula para traerme los cadáveres.

El ingeniero se despidió, ordenando a Sam que cuando acabase su misión regresase a la casa y el sheriff preparó las caballerías y en unión del criado se encaminó a las cortadas.

Cuando llegaron al lugar de la tragedia y descubrieron los dos cuerpos, tanto Sam como el sheriff se asombraron de observar que el cadáver del minero había sido despojado de las botas y de la ropa, todo lo cual yacía tirado en torno a él.

—¡Diablo! —comentó el sheriff—. ¿Quién hizo esa bonita faena?

Sam sonrió de un modo extraño y repuso:

—Nosotros no, pero sin duda el que escapó y no pudimos encontrar, debió volver cuando nos marchamos nosotros y ha registrado el cadáver.

—¿Qué esperaba encontrar entre esos andrajos? ¿Acciones de algún Banco de Chicago?

—Es posible… Busque al que lo hizo y lo sabrá.

—¿Será fácil?

—No lo sé; eso es cosa suya.

También el otro muerto debió ser registrado porque no encontraron en sus ropas ni un papel ni nada que le identificase.

Esto indicaba que tendrían que ser enterrados en el anónimo sin el más leve rastro de sus personas.

Los dos cuerpos fueron cargados en la mula y el sheriff comentó:

—Menos mal que el cementerio está fuera del poblado y puedo dejarlos allí sin necesidad de pasear estas carroñas por la calle principal. Si no, bonito espectáculo les íbamos a ofrecer a los vecinos.

Emprendieron la marcha y cuando se aproximaban al cementerio, Sam, considerando que ya no era necesaria su ayuda, se despidió del sheriff y regresó a la casa de los Bryan.

Cuando llegó, el ingeniero, que se encontraba en su despacho estudiando el gráfico, preguntó:

—¿Alguna novedad?

—Sí, una bastante macabra.

—¿Cuál?

—Que en nuestra ausencia, el otro sapo que debía andar al acecho por entre las peñas ha desnudado el cadáver de Albrecht y le ha despojado hasta de las botas.

—Comprendido. Debía buscar lo que nosotros tenemos.

—Hay que sospechar que eso era lo que buscaba.

—Pero ha llegado tarde.

—Sí, pero lo que me pregunto es por dónde andará ahora y qué podrá intentar. A juzgar por el relato que nos hizo ese infeliz, se trata de una cuadrilla bien organizada y dura. No se resignarán a fracasar de ese modo y si logra localizarnos quizá… no nos deje de su mano.

—Pues celebraría que diese señales de vida porque se iba a encontrar con un pasaporte para el infierno en compañía de su compañero. Con eso romperíamos toda posible conexión entre él y el resto de la banda.

—Pues… habrá que vivir muy alerta hasta que llegue el momento de emprender el viaje. ¿Cree usted que tardaremos mucho en salir?

—No mucho, pero sí algunos días. Tengo que avisar que no me esperen para hacerme cargo de la mina y tengo que estudiar este croquis y preparar algunas cosas que antes no necesitábamos para cambiar la ruta y marchar en condiciones de iniciar la exploración.

—Me hago cargo, pero… no hago más que pensar en la hija de ese infeliz.

—Yo también, pero según nos dijo la dejó preparada para que no se inquietase en unos días ya que él emprendía un viaje largo y al parecer la dejó dinero para ese tiempo y algunos trozos de oro que podría vender en caso de agobio.

—No me refiero a eso, sino a que esos buitres sepan de Albrecht y de su hija más de lo que él suponía y puedan tomar como blanco de sus iras a la muchacha.

—Eso es algo que ignoramos, pero que no está en nuestra mano evitar hasta que lleguemos allí.

—Que será… lo menos dentro de tres semanas.

—O algo más. Yo intentaré acelerarlo todo, pero no puedo salir con las manos cruzadas y sin tomar ciertas garantías. En fin, haremos lo que podamos, pero que no nos exijan más de lo que nos sea posible hacer. Yo también pienso en esa infeliz y en todo, pero nada más.

”Y ahora cuídate de vigilar bien por si acaso. No pudimos ver bien al otro indeseable, y no sería fácil reconocerle, pero como aquí no hay forasteros, cualquier cara desconocida tómala como sospechosa.

—Descuide que no se me escapará nadie que me sea desconocido.