Capítulo VIII
ORO EN EL VALLE
Cuando tras la nada grata visita se disponían a regresar a Unionville, Sam, medrosamente, preguntó:
—¿Cree usted que… no le sucederá nada a la muchacha?
—Creo que no, Sam, al menos inmediatamente. Ese Christic o quien sea no está aquí en estos momentos y no puede haber seguido nuestros pasos ni por sí ni a través de nadie. Por ahora está segura ahí; mejor que en Unionville cerca de nosotros.
—Bueno… Si usted lo cree así… Es que sería una pena que encima de su desgracia se viese a merced de esos sapos.
—Bueno, Sam, déjate de preocuparte tanto de ella que hay motivo. Si llegase el caso ya te confiaría la misión de quedarte al cuidado de ella.
—¿De verdad? Bueno, quise decir que si de verdad no piensa descuidar su vigilancia.
—No te preocupes, hombre, que no la olvidaré.
—¿Y ahora, qué vamos a hacer?
—Tenemos que preparar lo necesario para marchar a los montes e iniciar la investigación. Según mis estudios del plano, siguiendo rectos hacia el Sur desde Rye Patch a cierta distancia hay que torcer a la derecha y meterse en las estribaciones del monte por un paso que el muerto señaló como "Paso de las Peñas Gemelas", lo que quiere decir, según mi entender, que hay dos peñas iguales a los lados del paso, lo demás ya es más complicado y habrá que estudiarlo sobre el terreno.
"Por lo tanto, mi idea es que bajemos siguiendo la orilla del Hunboldt dejando al lado contrario las salinas y a cierta distancia, creo que él la calculó en diez millas, torcer a la derecha para entrar en el monte, pero para eso necesitamos adquirir un burro, herramientas y provisiones. Mañana mismo nos ocuparemos de eso y enseguida partiremos para el monte.
Sam, que había quedado meditando un momento, exclamó:
—Estoy pensando en algo, señor Bryan.
—¿En qué?
—Se trata de las ramificaciones de la cuadrilla y de su organización.
—¿Quieres explicarte?
—Hasta ahora no sabemos cierto, aunque lo sospechamos, que quien maneja todo es ese tipo llamado Christic.
—No cabe otra suposición.
—De acuerdo. Pero… ¿cómo consiguieron saber que Albrecht había descubierto el yacimiento si él lo había llevado muy en secreto?
—Pues… quizá cometió alguna imprudencia y…
—No, no es eso. Dijo algo que recuerdo y que creo que es la clave de todo.
—¿El qué?
—Que en la oficina de análisis, el empleado le miró de un modo extraño y le hizo esperar media hora. Yo creo que ese empleado o alguien de la oficina por cuyas manos pasan los análisis, está en combinación con los expoliadores y es quien les avisa para que vigilen a los que descubren algo importante. Todos los golpes los han dado a sabiendas de donde golpeaban y cuando un hombre como Albrecht guarda con tanto celo el secreto y apenas había obtenido la confirmación oficial de su suerte, recibió la visita de los expoliadores dispuestos a hacerle su presa, hay que admitir que solo han podido tener tales noticias a través de alguien empleado en las oficinas de análisis, únicos que pueden conocer los secretos de los análisis, y revelarlos a quien les interese.
El ingeniero, tras un momento de silencio, repuso:
—Tienes razón; creo como tú que esa es la fuente venenosa de donde manan todos esos latrocinios.
—Claro, y yo me pregunto si no sería cosa de hacer algo para acabar con eso. Un elemento así en la oficina es un peligro y puede significar la ruina y la muerte para algunos y si se le echase mano y se le obligase a cantar podrían descubrirse muchas cosas e incluso echar mano a algunos granujas complicados en los robos. También podríamos saber con certeza quién los dirige y algunas cosas más, que servirían para desarticular la banda y meter en la cárcel a varios.
—No es mala idea, Sam, y creo que nos ocuparemos de eso a su debido tiempo. Ahora lo que urge es salir de estos contornos y descubrir el valle con el yacimiento. Lo demás puede venir por sus pasos contados.
Cuando llegaron de nuevo a Unionville ya era de noche y habrían de esperar al día siguiente para adquirir lo que necesitaban para emprender el viaje.
Esto contrarió a Bryan. Había perdido un día y si sus enemigos lograron escapar de la persecución y abandonar rápidos el lugar de sus fracasos, era muy posible que aquellas veinticuatro horas perdidas fuesen decisivas cara el éxito o el fracaso de sus planes.
Pero el motivo que les había hecho perder aquellas horas lo justificaba. Era un deber, por encima de todo, visitar a Iris, saber de su estado y darle cuenta de la trágica muerte de su padre y de lo que se proyectaba a cuenta de su descubrimiento.
Después de cenar y de confeccionar una lista de lo que precisarían para lanzarse a la busca del valle, se acostara y al día siguiente, tras el desayuno, salieron a realizar las compras.
Sam se ocuparía de adquirir vituallas, algunas prendas que necesitaban, algún menaje para la confección de los alimentos en pleno paisaje y el ingeniero buscaría un burro recio y resistente y las herramientas precisas para cavar la tierra. También adquiriría una tienda de lona por si les sorprendía como a Albrecht algún furioso temporal de lluvias.
Emplearon toda la mañana en las adquisiciones y era la hora del almuerzo cuando regresaban al hotel cargados de paquetes que a lomos del burro adquirido debería ser transportado al monte.
—Un par de caballos no nos hubiesen venido mal — dijo el ingeniero—, pero aquí son unos ladrones que piden un ojo de la cara por unos esqueletos que no resistirían cincuenta millas en quince días. Tardaremos algo más, pero estiraremos las piernas. Después de todo Albrecht hizo toda la exploración con solo un burro y nosotros somos más jóvenes que él. Lo haremos a pie y ya veremos qué tal salimos de la aventura.
Aquella misma tarde, adoptando todo género de precauciones para no ser vigilados, abandonaron Unionville, tomando el camino del río por su orilla izquierda.
El ingeniero, aunque sin ánimo de disfrazarse, había adquirido un atuendo vulgar y plebeyo a tono con lo que iban a realizar. Para andar por los montes, para dormir en plena pradera o en las cortadas y para rozarse con toda clase de obstáculos impuestos por la Naturaleza no se podía vestir como para pasear por el centro de una ciudad.
Las primeras jornadas no presentaron graves dificultades. Seguían por un paraje alegre y llano bordeando el río y únicamente la falta de costumbre de caminar largas jornadas lo acusaban por las tardes en agudas agujetas que poco a poco fueron desapareciendo a medida que sus músculos se fueron aclimatando a las marchas.
Como el pollino iba demasiado cargado no podían abusar de él utilizándole como medio de locomoción y tenían que resignarse a caminar por sus propios medios.
Ocho días más tarde, Bryan, que consultaba de vez en vez el gráfico señaló a su derecha la línea algo lejana de los montes Trinity e indicó:
—Creo que es llegado el momento de dejar el río a un lado y dirigirnos rectos hacia el monte.
"Poco más o menos de frente encontraremos esas rocas gemelas, si los datos no están equivocados, y una vez descubierto el paso, lo demás no creo que sea muy complicado.
Siguiendo la indicación derivaron hacia el Oeste hasta alcanzar un terreno que ya no era llano y que ofrecía más resistencia a sus avances cansándoles más.
Aún perdieron tres días subiendo y bajando de izquierda a derecha en busca del paso. Examinaban atentamente todos los salientes rocosos buscando dos iguales que coincidiesen con los señalados en el gráfico.
Pero no los descubrían y el ingeniero empezó a ponerse tenso pensando en el tiempo que perdían y en que si la búsqueda duraba mucho se les acabarían las provisiones y se verían en un grave problema.
Hasta que, una mañana Sam, ganando lo alto de un áspero ribazo, oteó el monte por detrás de las primeras estribaciones y con voz trémula gritó:
—¡Señor, señor, venga un momento!
Bryan acudió presuroso a la llamada y cuando se unió a su criado éste extendió el brazo diciendo:
—¿Qué ve usted allí enfrente?
Bryan se estremeció de alegría. Por detrás de aquellos ribazos de vanguardia que les impedía ver más allá, se elevaban dos trozos de roca altos, agudos, afilados, que parecían tallados en un mismo molde.
—¡Bravo, Sam! —exclamó el ingeniero—. Sin tu inspiración de subir aquí y mirar más allá de nuestras propias narices, creo que no lo hubiésemos descubierto por obstinarnos en buscarlo aquí fuera. Adelante, que esto se va animando.
Una vez en terreno llano se filtraron por las grietas de los ribazos hasta alcanzar una segunda línea de alturas que formaban un prolongado contrafuerte cortado por una especie de estrecho y sombrío cañón al que daban centinela a los lados las dos rocas gemelas.
Cuando dejaron atrás el estrecho paso se, encontraron en un terreno hostil con sendas retorcidas y altos peñascales que cortaban algunas y ocultaban otras.
Aquello era un conflicto, pues en el plano no se indicaba qué senda era la más útil para seguir adentrándose en el monte.
Pero al examinarlas todas atentamente, Bryan terminó por descubrir algo que juzgó una señal de guía. En una enorme roca, alguien con un hacha había pretendido grabar una especie de flecha. La señal era burda y mal confeccionada, pero elocuente en aquellos momentos.
Se internaron por aquella fisura y tuvieron que dar muchas vueltas para salir a pequeños trozos abiertos y volver a meterse por fisuras análogas a las dejadas atrás, pero de vez en vez, el plano presentaba signos que tenían semejanza con lo que les rodeaba y confiados en el éxito seguían adelante.
Fueron dos días agotadores, hasta que por fin una tarde alcanzaron a descubrir un ingente farallón de un color sangriento que se elevaba altísimo y al parecer caía cortado a pico.
Y Bryan, señalando el plano, indicó:
—Ve aquí. Según la nota, el “farallón rojo” cae a la izquierda y siguiendo esta senda retorcida aquí dibujada, muere en este lugar que dice "valle de la esperanza”. Lo que hay señalado en el centro con una cruz es el túmulo de piedras que Albrecht levantó para simular un enterramiento.
"Estamos tocando el éxito y confío en que esta misma tarde, antes de que muera la luz del sol habremos alcanzado nuestro objetivo.
Y dominados por un nerviosismo enorme siguieron avanzando.
Hasta que por fin bajo el rojizo resplandor del sol poniente que se hacía más rojizo aún al reflejarse sobre la sangrienta pared del farallón salieron al valle, un valle que apenas si mediría una milla por cada lado cubierto de alta hierba salvaje y signado por algunas grietas negras y húmedas por donde el agua discurría cuando descendía de las peñas o llovía con el ímpetu que Albrecht les había descrito en su relato.
Ambos buscaron con ansia, y casi en el centro geométrico del valle, destacando sobre el fresco verdor de la hierba, descubrieron el hacinamiento de piedras rematadas por la tosca cruz clavada entre ellas.
—¡Por fin! —exclamó el ingeniero—. No nos engañó Albrecht y lo que parecía un sueño se ha convertido en realidad. Ahora sólo falta que lo que oculta esa hierba salvaje siga respondiendo a las muestras que Albrecht recogió como testimonio de su feliz hallazgo.
Avanzaron febriles empuñando dos picos y corrieron al túmulo, retiraron la cruz. Luego, a golpes de pico lo deshicieron apartando las piedras que tapaban el hoyo abierto por el minero.
Febrilmente picaron sacando tierra con ardor. Sam lanzaba paletadas fuera del hoyo, que iba agrandando con su poderoso golpe de brazo y el ingeniero, ávidamente iba examinando la tierra y apartando pequeños trozos de ella.
Hasta que con voz ronca ordenó:
—Basta, Sam, ya es suficiente con lo visto. Mira todo esto que he apartado. Son pepitas de oro, algunas de un tamaño bastante regular y eso que no he cribado la tierra sino que he escogido al tacto. Creo que ya es bastante y que debemos volver a tapar todo eso.
—¿Otra vez? ¿No teme usted que alguien,..?
—Es un peligro a correr, pero por el lugar donde aquel infeliz hizo el descubrimiento no creo que sea tan fácil localizar esto. Tú has visto como a pesar de los datos que traíamos, hemos estado a punto de fracasar.
—Cierto, y sin embargo… Albrecht lo descubrió.
—No se dan dos casualidades idénticas o es casi imposible. De todas formas, no podemos hacer nada más que volver sobre nuestros pasos ya que aquí no podemos quedarnos por falta de medios para continuar.
”Lo que haré es levantar un plano más perfecto y con él, en cuanto lleguemos a Unionville, haré el registro en las oficinas correspondientes y enseguida me ocuparé de organizar la explotación. Espero que con las muestras de lo recogido no falten capitales interesados en la explotación.
"Después, si me interesa, me quedaré como director de la mina y si no… En fin, ya veremos.
"Ahora prepara la tienda y disponte a cocinar algo de lo mejor que nos quede en los sacos de viaje para celebrar el hallazgo. La cosa bien merece un brindis de agradecimiento por el alma de Albrecht.
—Y otro por el exterminio de Christie y su banda, pues parece que los ha olvidado usted.
—No, pero ahora no les temo. Registrada la mina, sus actividades serían muy peligrosas para él y cuando menos se verá privado de apropiarse de la mina… Respecto a lo que después pueda intentar, ya veremos.
Durmieron en el valle en medio de un silencio opresivo: aquél era un rincón abandonado de la mano de Dios y casi podía asegurarse que antes de Albrecht nadie había puesto su planta en él.
En el silencio de la noche, el ingeniero pensaba en muchas cosas, entre otras en lo difícil que sería explotar el yacimiento, pues dado lo áspero y hosco del paraje se precisaría una obra ingente de ingeniería para abrir caminos hasta el valle del Hunboldt y poder transportar con cierta facilidad el cuarzo y llevar la maquinaria o herramental preciso si el filón se ahondaba y se convertía la veta en nada fácil de extraer por los medios primitivos.
Por ello quizá fuese más práctico encontrar quien, con dinero para la explotación y medios, comprase el valle y lo explotase por su cuenta. Él era ingeniero, podía dirigir los trabajos, pero no era un financiero ni poseía capital suficiente para meterse en un negocio de aquella envergadura.
Por otra parte, sus naturales escrúpulos no le permitían apropiarse en su totalidad de aquello. En primer término, había una dueña legítima, que era Iris, y en segundo, Sam era una parte integrante en el asunto, pues le había ayudado, había corrido peligros con él y aún podía correrlos más graves. Lo justo, según entendía, era dividir el negocio en tres partes iguales y adjudicárselas entre los tres. Por esto pensaba que lo mejor era venderlo y así no habría dificultades en el reparto, y menos en la explotación.
Pero aún no podían cantar victoria. Habían estado casi tres semanas vagando por las inmediaciones de los monees Trinity y en este tiempo, Christic debía haber regresado a los campos mineros y le estaría buscando con rabia de lobo hambriento.
Por lo tanto, en cuanto llegase a Unionville, lo primero que tenía que hacer era verificar el registro y luego acometer la empresa de combatir a Christic y a su banda. La sugerencia de Sam respecto a algún empleado de las oficinas de análisis podía ser el punto de partida para iniciar la ofensiva.
Un atardecer dieron vista al poblado, pero el ingeniero no quiso entrar en él a hora tan temprana. Tenía la viva sospecha de que sus enemigos estarían ya de vuelta y tendría organizada una férrea red de vigilancia para localizarle.
Entrarían con la noche bien avanzada para eludir mejor el espionaje y, una vez en la posada, estudiaría qué plan sería el mejor a seguir.
Acamparon en un lugar solitario y casi a la una de la noche, por lugares en sombras, consiguieron ganar la posada, casi seguros de no haber sido descubiertos.
La situación era comprometida. Estaban dentro de una ratonera en la que sus enemigos eran más y desconocidos y las bazas a jugar para darles la batalla decisiva resultarían más difíciles y comprometidas.