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Y con ojo crepuscular pienso ya,
sonriendo de la seria jornada,
verlo a él, al Príncipe de la fiesta.
Pero si ya niegas gustoso tu país extranjero,
y cuando cansado de larga y heroica marcha
bajas tu ojo, olvidado, levemente ensombrecido,
y tomas figura de amigo, tú de todos conocido, sólo
lo alto casi doblega la rodilla. Nada antes de ti,
sólo una cosa sé; no eres mortal.
Un sabio puede esclarecerme mucho; pero donde
aún aparece un dios,
hay allí empero otra claridad.