9

No fue hasta la mañana siguiente, cuando despertó y se encontró sin Liam a su lado, pero acompañada por una flor en su almohada, que dejó que la verdad saliera a la superficie y la inundara con fuerza. Estaba enamorada de su marido.

Cuando bajó de sus aposentos, las sendas expresiones satisfechas que lucían sus suegros la llenaron de vergüenza, aunque no tenía por qué. La repentina partida de ambos la noche anterior y la expresión embelesada que sabía que lucía, debían de indicarles todo. No comentaron nada. Se limitaron a alabar la fiesta agradeciéndole haber pensado en celebrarla.

—Has sido como una bendición —admitió Robina algo después—. A este paso el McDougall dejará muy pronto de ser tan huraño y contrario a los cambios. En cuanto a lo demás… todo vendrá por sí solo.

Como no tenía cabeza para nada más que hacerse ilusiones y fantasear con una vida que no creía llegar a tener nunca, decidió dar un paseo; porque hacía un sol espléndido y porque ese día radiante era una exacta expresión de sus sentimientos.

Cuando consideró que ya era hora de regresar, su humor no había hecho otra cosa que mejorar. Esperaba con ansias el encuentro con Liam y deseaba ver en él parte de lo que ella misma sentía.

El ruido de los cascos de un caballo que se aproximaban a su espalda la hizo detenerse a un lado del camino. Cuando se dio la vuelta vio que se trataba de Angus Clifford. Había olvidado por completo su primer y único encuentro.

—Señor Clifford —saludó con cortesía pero se dispuso a reemprender la marcha.

Al parecer, sus intenciones no habían sido todo lo claras que pretendía, porque este desmontó y caminó a su lado.

—Acabo de enterarme que anoche se celebró una fiesta en Glenrow a la que no fui invitado.

Deirdre ni se había percatado de ello.

—No se lo tome como algo personal —declaró—. No se repartieron invitaciones. Todo fue muy informal. Lamento de veras que no recibiera la noticia.

—No importa —replicó—. Lo que más lamento es haber perdido una oportunidad de bailar con usted.

Deirdre lo miró con cara de incomprensión.

—¿Por qué querría hacer eso? Ni siquiera nos conocemos.

—Espero que eso cambie muy pronto.

El comentario resultaba demasiado personal; al igual que su sonrisa y el brillo de sus ojos.

—No sé si le entiendo.

—Me resulta usted… fascinante, por decirlo de alguna manera.

Se acercó tanto a ella que pudo ver el color del iris de sus ojos con total claridad.

—¿Fascinante? —repitió azorada y sin saber cómo apartarlo. De repente se sentía muy incómoda.

—Exacto. Esperaba que, con el tiempo, pudiéramos llegar a ser… más que amigos.

Deirdre sintió su aliento acariciar su mejilla a la vez que este acariciaba con total descaro su brazo. Sintió un escalofrío de horror recorrer su espina dorsal. ¡Ese hombre pretendía que fueran amantes!

—¡Clifford! —El grito de Liam interrumpió el bochornoso espectáculo. Venía caminando en dirección opuesta con los puños apretados. Su cara estaba roja de furia.

Ambos saltaron como si se hubieran quemado y se separaron con rapidez. Deirdre tenía claro qué impresión habían dado. No sabía cómo explicar las deshonestas insinuaciones del señor Clifford sin parecer culpable.

—McDougall… —Angus tanteaba el terreno con voz incierta.

—No te acerques a mi mujer o te despedazaré.

Se hubiera sentido halagada por la amenaza si no percibiera que la furia también iba dirigida a ella.

—Y tú, ¿qué impresión crees que das coqueteando con cualquier hombre que se te ponga por delante? —La alejó más de Clifford dando un tirón que le hizo daño—. Nunca más te acerques a ese hombre; si no, te dará exactamente lo que te ofrece.

Aunque la esperaba, la acusación le sentó como una puñalada en el pecho. El sentimiento se agravaba porque también lo hacía en presencia de ese otro.

—Vamos, vamos, viejo amigo —intervino Clifford con voz falsamente conciliadora y socarrona—. No hace falta que te pongas así. Tu mujercita y yo solo nos estábamos conociendo.

—¡Oiga…! —La implicación de sus palabras estaban muy claras, dejando pocas dudas para que Liam pensase lo peor.

—¡Cállate! —le espetó su marido, interrumpiéndola—. Será mejor que me dejes resolver esto a mí. Vuelve a casa.

—Pero…

—¡Deirdre, por el amor de Dios!

No quería hacerlo y más sabiendo que pensaba tan mal de ella. No le había dado motivos para que dudase de su honor y eso la enfurecía, pero tal y como estaban las cosas, se limitó a obedecer. Solo cuando estuvo fuera del alcance de su vista se internó en el bosque que bordeaba el camino. Su intención era esconderse y volver para escuchar. No sabía el motivo, pero una fuerza ajena a ella la empujaba.

—¿A qué estás jugando, Clifford? —Se había sentido fuera de sí cuando había visto la escena entre Deirdre y ese malnacido. Solo por tocarla como lo había visto hacer, se merecía que le rompiera las piernas.

—No estoy jugando a nada. Me ofende que lo insinúes siquiera.

—No mientas. Nos conocemos demasiado para que finjas ser un cordero cuando ambos sabemos que eres peor que los lobos. Además, tú nunca mostrarías interés alguno en mi mujer si no fuera quien es.

—Me parece una mujer muy interesante. —Angus percibió un ligero movimiento entre los árboles de más adelante. Se apostaba una jarra de cerveza a que esa fea mentecata que Liam tenía por esposa estaba escondida detrás. Si no podía seguir con su antigua estrategia, podía utilizar esa inesperada curiosidad femenina en su beneficio y de paso hacer lo que tenía en mente de un principio: hacer daño a Liam.

En realidad, tan pronto como supo que Liam se había casado pidió referencias sobre ella. Solo la había visto una vez en Glenrow. No se habría sorprendido más si se hubiera casado con una oveja. Lo tenía asombrado que hubiera elegido precisamente a esa; y además, inglesa. Sin embargo, lejos de desanimarse había elaborado un sencillo plan convencido de su fiabilidad. Solo tenía que engatusarla lo suficiente como para que se creyera enamorada de él y poder seducirla. Devolverla a Liam deshonrada sería la mejor jugada que podría haber deseado, pero el inesperado encuentro había dado al traste con sus intenciones.

—Lo que quieres es utilizarla como medio para vengarte de mí —replicó—. Al final no te habrías acostado con ella. No va con tu estilo.

—¿Qué quieres decir? —Aunque se sentía sorprendido porque Liam hubiese comprendido con tanta rapidez cuál era su intención original.

—Lo que es evidente. Al final solo serías capaz de ver lo que todos ven. Solo el hecho de besarla te supondría un suplicio.

—¿Es lo mismo que te sucede a ti? —preguntó malicioso—, porque ya ves, yo hubiera jurado lo mismo de ti. —Cogió con fuerzas las riendas ante la repentina impaciencia del caballo—. ¿O acaso te gusta? —No le dejó responder—. No, claro que no. Siempre te han atraído las mujeres hermosas y esa mujercita que tienes por esposa es fea como el pecado.

—Sí, lo es —confirmó.

—Me gusta cuando estamos de acuerdo en algo.

La amplia sonrisa de satisfacción que Clifford lucía lo llenó de inquietud.

—No hago sino confirmar lo obvio. También podría explicarte que no solo es un rostro incómodo de mirar, pero alguien como tú no lo entendería.

—¿Qué hay que entender? —preguntó frunciendo el ceño.

—A eso me refería. Lo que importa es que Deirdre es la mujer con quien me casé, por lo que, de ahora en adelante, te abstendrás de acercarte a menos de una milla de distancia…

—¿Una milla? —le interrumpió con una carcajada por lo exagerado de la orden.

—...en caso contrario, te buscaré y te arrancaré las entrañas de un tirón.

—¡Bah! Qué importancia tiene una fea más en este mundo. —No iba a seguir insistiendo. El daño que quería ya estaba hecho—. Tu mujer no vale la pena. Al menos espero que sepa calentarte la cama, porque para lo demás…

No llegó a terminar la frase. Liam ya había reaccionado lanzado su derechazo en toda la mandíbula de aquel tipejo.

—Siempre me has parecido carroña. Te lo repito, déjala en paz o atente a las consecuencias. —Temía hacer más que pegarle y tuvo que apelar a todas sus fuerzas para no hacerlo.

Con el golpe, Angus había soltado las bridas de su caballo, que escapó al galope.

—¡Maldita sea! —exclamó con furia—. Era mi mejor animal. —Lo miró con odio y soltó el mazazo final—. Regodéate cuanto quieras, pero yo de ti no me quedaría por aquí pavoneándome, pues tu adorada esposa ha estado escuchando. Es posible que ahora mismo esté haciendo el equipaje. —Su risa era puro veneno.

A Liam se le heló la sangre. ¿Escuchando? ¿Qué había dicho exactamente? Había hablado sin pensar movido por la rabia, pero no lo pensaba en serio. Lo que menos imaginaba era que Deirdre lo oiría. Ignoró a su enemigo y corrió como alma que lleva el diablo.

***

Deirdre llegó a casa rota por dentro y hecha un mar de lágrimas. No había sido capaz de seguir escuchando cuando Liam había afirmado que ella era fea con el mismo frío desapasionamiento que utilizaría para hablar del tiempo. Pensaba que él había sabido ver más allá de las apariencias y que empezaba a quererla, pero se había equivocado. El dolor pesaba tanto que no entendía cómo conseguía sostenerse en pie.

—Querida, ha llegado una carta para ti. —La voz de su suegra se filtró a través de su dolor mientras subía las escaleras. No quería que la viera así, pero esta ya le había dado alcance—. Viene de Londres y… —Se detuvo al verla en ese estado—. Niña, ¿qué te ocurre?

—Nada, Robina, yo..., necesito… —Cogió la carta de sus manos—. Tengo que irme. —Subió las escaleras tan rápido como el vestido se lo permitió y se encerró en su refugio. A lo lejos, amortiguada por las puertas, oía a su suegra llamándola preocupadísima, pero no le importó.

Su amor no tenía esperanza de ser correspondido; ni ahora, ni nunca. Y eso la destrozaba. Lo peor de todo era la creencia que había sentido esa mañana y que había estado a punto de hacer que le declarara su amor a Liam. Menuda humillación.

¿Qué le habría respondido él? Ni siquiera conseguía imaginarlo. ¿Se reiría de sus patéticos sentimientos o lograría permanecer inmutable sin dejarse llevar por la hilaridad? La fea de su esposa enamorada…

Leyó la carta que Robina le había entregado a través del velo de lágrimas que no cesaba de mojar sus mejillas. Arropada por la nostalgia y la necesidad de estar con los suyos tomó una decisión que no quería pararse a meditar.

Así la encontró Liam poco después. Su semblante evidenciaba el sufrimiento anterior, pero solo por dentro parecía un río fluyendo hacia tierras desconocidas.

—Deirdre… —la llamó este no bien entró. Si había corrido preocupado, más lo había hecho cuando su madre le explicó el estado en el que su mujer había llegado. Cuando vio los baúles abiertos se detuvo en el acto—. ¿Qué haces?

—Me marcho. —Su voz era suave, aunque no firme.

—¿A dónde?

—A un lugar donde me quieran y me respeten. —Metió y dobló de cualquier manera camisones al azar.

—Deirdre, yo…

—¿Qué? ¿Tú, qué? —exclamó con furia repentina—. Para ya de mentir. No soy tonta. Estoy harta de tus ofensas y desprecios. Este es el último que te permito. ¿Cómo pudiste pensar que yo te haría algo así? Nunca, ¿me entiendes? N-U-N-C-A —deletreó rabiosa— te traicionaría con otro hombre y jamás te he dado motivo para que pienses lo contrario. Pero no solo eso, sino que además tenías que humillarme un poco más acusándome delante de ese… —Fue incapaz de seguir.

—Lo siento. —Intentó acercarse, pero Deirdre le rechazó alejándose—. Angus Clifford ha sido mi enemigo desde que tengo uso de razón. Cuando os vi en el camino…

—¡Detente! No quiero oír explicaciones absurdas. Créeme, me hago una ligera idea de lo que sentiste.

—¿Volverás? —preguntó Liam desesperado. La situación se le escapaba de las manos. No sabía qué decir o hacer para llegar a ella.

—¿Para qué? —Le miró con seriedad, pero sus ojos reflejaban lo traicionada que se sentía.

El dolor se reflejaba en cada uno de los gestos de su mujer y Liam lo estaba sintiendo como si él mismo hubiera sido el ultrajado.

—Estamos casados —barbotó incapaz de pensar en otra cosa que Deirdre abandonándole.

—No me lo recuerdes. Pero, ¿de qué te sirve una fea como yo? Excepto para acostarte conmigo, por supuesto. Solo que los demás no querrían hacer ni eso. Quizás si me cubro la cabeza con una sábana… O tal vez ni de ese modo, ¿verdad, Liam?

—Ya sé que has escuchado parte de la conversación, pero no toda. No lo decía con la intención de ofenderte. Solo pretendía que Angus te dejara en paz.

—Eres idiota. —Cerró un baúl—, pero lo eres tanto que ni te das cuenta de que lo eres de verdad. He recibido carta de mi hermano Andrew —dijo para cambiar de tema—. Mi sobrina está teniendo unas preocupantes fiebres y yo ni siquiera lo he conocido. Creo que este es el momento justo para que pongamos distancia entre los dos.

—¿A qué te refieres por distancia?

—Tiempo para reflexionar. No sé si volveré. —Detuvo con la mano el próximo comentario de su marido. Incluso pensar en lo que significaba la palabra, le dolía—. Si no lo hago, sé que esta vez contaré con todo el apoyo de mi familia, incluido mi padre —matizó por si quedaba alguna duda—. Si decido regresar, no sé cuándo será eso.

—Deirdre, sé que estás enfadada y decepcionada, pero las cosas no se solucionan huyendo.

—Me parece que no lo entiendes, Liam. Quedándome acabaría por perder la parte de mí misma que me define. Incluso podría llegar a odiarte. No huyo, simplemente soy incapaz de permanecer un segundo más a tu lado.