8

Deirdre consideraba que su vida no era tan mala como había llegado a imaginar que sería, pero lidiar con su suegro y marido en algunos asuntos, le resultaba una tarea ardua y agotadora. Liam era más receptivo a los cambios, pero Evan McDougall siempre se quejaba con amargura de cada uno de ellos, aunque nunca en su presencia, claro.

Era de esperar que, cuando les planteara su nueva idea refunfuñaran un poco, y ambos hicieron exactamente eso.

—Me gustaría celebrar una fiesta —soltó a bocajarro mientras comía con su marido y sus suegros.

Estos levantaron las cabezas de golpe, cada uno con distintas expresiones la mar de sorprendidas.

—¿Una fiesta? —repitió Liam como si fuera incapaz de asumir que esas palabras hubieran salido de la boca de su esposa—. ¿No es eso una frivolidad?

—No sé si habrá alguien interesado en ella —aseveró por su parte el McDougall—. Al fin y al cabo, la gente de Glenrow no está habituada a ese tipo de cosas.

Deirdre se abstuvo de decirles que ya se lo había contado tanto a Edmé como Fiona y que estas se habían mostrado encantadas. Incluso Lorn hizo alguna sugerencia respecto a ello. No dudaban que sería un éxito al que todos acudirían. Ella también lo estaba deseando.

—No les hagas caso. —Robina desechó sus comentarios negativos con una mano—. Una fiesta siempre es bienvenida.

—¿Y cómo la pagaremos?

Ah, el siempre pragmático líder de los McDougall ya había sacado a colación el dinero. ¿Sería siempre así?

—¿En qué has estado pensando? —se interesó su suegra, interrumpiendo a su marido. ¡Bendita fuera!

—Me gustaría celebrar una fiesta nocturna que se asemeje a las mejores de Londres. Aun así, no pienso que debamos excedernos en nada y hacer algo muy costoso. De hecho, puede resultar tan barato como todos queramos. Podríamos utilizar para celebrarla el edificio vacío que está a las afueras de Glenrow.

—Le pertenece a Elnoch —dijo Liam como comentario.

Deirdre no sabía si con ello pretendía desalentarla.

—No le importaría —admitió—. Ya se lo he preguntado.

—Y está en buenas condiciones —añadió Robina; quizás para hacerles más agradable la idea—. Además, creo que a la comunidad le vendrá bien un poco de diversión.

—No todo tiene que ser trabajar —acotó ella.

—Algunos tenemos que hacerlo si queremos tener algo de comida en la mesa, pequeña.

Deirdre se molestó. ¿Es que nunca podría hablar del trabajo o el dinero sin que le restregara a la cara las carencias de esas tierras? Prefirió dejar pasar el comentario; no quería enfrentarse a su suegro.

—Además —añadió—, solo será algo de música, comida y diversión. La primera no será un problema y, en lo que respecta a la comida, podemos sugerir que cada uno traiga lo que quiera o pueda aportar.

—¡Es una excelente propuesta! —Robina estaba entusiasmada y aplaudió.

—Si tú lo dices… —Liam se había cruzado de brazos y reclinado en el respaldo de la silla. Parecía un hombre que ya había tomado una decisión.

—¿Qué puede haber de malo en un poco de sana diversión? —replicó Deirdre, picada por su actitud—. Es una inmejorable oportunidad para lucir los mejores vestidos que cada uno tenga y disfrutar de una velada agradable en compañía de vecinos y amigos.

—Quizás no sea tan malo después de todo —reflexionó el McDougall.

—Por supuesto que no, querido —se dirigió a su nuera—. No estamos acostumbrados a los cambios, pero unos pocos resultan refrescantes.

No pudo evitar lucir una sonrisa satisfecha, que todavía conservaba horas más tarde, mientras se daba un relajante baño en su habitación acompañada por el crepitar del fuego en la chimenea. Tanto Liam como su suegro habían claudicado —a regañadientes, eso sí— y eso la ponía de buen humor.

—¿Disfrutando del triunfo? —preguntó Liam cuando entró tiempo después.

—En absoluto. —Se hundió un poco en el agua espumosa. A esas alturas todavía sentía cierta vergüenza de verse completamente desnuda delante de él. Se sentía demasiado expuesta aun cuando su cuerpo carecía de evidentes imperfecciones, algo que su marido no había dejado de mencionar en variadas ocasiones y que le escocía por la simple razón de que excluía su rostro. Ese era un tema espinoso que todavía no sabía cómo encajar en esa aparente buena relación de la que gozaban—. Deleitarme con un buen baño en la paz de mi habitación es un placer por sí mismo.

Charlaron de banalidades mientras el agua se enfriaba.

—¿No vas a salir? —preguntó él divertido desde la cama.

Parecía saber lo mucho que la turbaba hacerlo. Desde luego, Liam no había tenido problemas a la hora de quitarse la ropa y ponerse más cómodo.

—En un instante —respondió Deirdre.

Roja como la grana se levantó cual alta era. A pesar de la escasez de luz vio cómo Liam respondía a la exhibición de su cuerpo mojado y desnudo. Su parte más práctica le recordaba que disfrutase de verse deseada. Se secó despacio, saboreando cada mirada y haciendo crecer el deseo de ambos. Cuando llegó a la cama no perdieron tiempo en sutilezas e hicieron el amor de una forma apasionada y muy gratificante.

Eso mismo recordaba al día siguiente mientras volvía a casa tras haber pasado por el hogar de los Pagan, uno de los arrendatarios que vivía más al este, y ayudar con la colcha que la abuela Glenna estaba tejiendo con sus manos cansadas y ajadas para su nieto más joven. No es que Deirdre fuera muy diestra, pero combinaba el bordado con los consejos que la abuela le daba y así sentía que colaboraba a mejorar las cosas. Era poco lo que podía hacer, pero ¿no decía Sharon que si todos pusiéramos nuestro granito de arena en el mundo, este sería un lugar mucho mejor?

Apenas le faltaban un par de millas para llegar, cuando se encontró con un extraño montado en un caballo.

—Buenos días —la saludó este.

Su voz profunda resonó en sus oídos y se detuvo sorprendida. Si no era el hombre más apuesto que había conocido, poco le faltaba. La buena educación y la curiosidad le hicieron devolver el saludo.

—¿Cómo está usted?

—Bien, gracias. —Desmontó con gracia—. No me resulta conocida, por lo que deduzco que no es de aquí. Mi nombre es Angus Clifford y vivo más allá de aquella loma —se la quedó mirando como si su nombre hubiera de serle familiar.

—Encantada. Soy Deirdre Doy… —se paró a rectificar—. McDougall.

El señor Clifford puso cara de sorpresa, aunque Deirdre tuvo la vaga sensación de que ya conocía ese dato.

—Entonces deduzco que es la flamante recién esposa de Liam.

—¿Le conoce? —preguntó con ingenuidad.

—Señora, aquí todos sabemos quién es quién —sonrió—. Y ya que la casualidad y el destino han propiciado este encuentro, permítame unirme a su paseo para tratar de conocerla un poco mejor.

Le ofreció su brazo de forma galante y, aunque Deirdre hubiera preferido terminar el corto trayecto sin compañía, no tuvo el valor de desairarle. Probó con una excusa.

—En realidad, no creo que deba molestarse. Mi camino está llegando a su fin y usted parecía ir en dirección contraria.

—Su preocupación la honra —repuso el señor Clifford—, pero no se preocupe. No importa tanto la dirección que uno toma, sino la compañía. —Se puso a su lado.

Durante el trayecto le preguntó acerca de cómo se adaptaba al ritmo de vida de la Escocia rural, cómo se conocieron ella y Liam y otras tantas preguntas más que hicieron que Deirdre llegara a sentirse objeto de un estudio por parte del señor Clifford. En algunos detalles no tuvo inconveniente en responder, pero en aquellos más íntimos y comprometedores mintió con todo descaro. Su instinto le prevenía contra él y su «sana» curiosidad.

—No parece usted el tipo de mujer a la que Liam solía frecuentar —añadió su forzado acompañante de pronto.

Ese comentario casual la hizo tensarse. Si hacía alguna observación sobre su fealdad…

—Me refiero —continuó como si nada—, a que ellas no eran tan agradables, educadas ni inteligentes como usted.

A pesar del evidente cumplido, no pudo relajarse del todo; y él lo notó, por lo que cuando llegaron al cruce que la llevaba a casa, el señor Clifford se apresuró a despedirse con un beso en la mano y una elegante reverencia.

—Espero verla muy pronto —añadió como despedida.

Se subió a lomos del caballo mientras Deirdre seguía su camino. Sin ni siquiera volverse supo, sin lugar a dudas, que el tal Clifford no se había movido del sitio. No era por no haber oído los casos del caballo alejarse, sino por la extraña quemazón que sentía a su espalda, con los ojos del hombre clavados en ella.

Deirdre hizo el firme propósito de olvidarlo y desapareció de su vista.

***

El día de la fiesta llegó deprisa. Mujeres y hombres esperaban con tanta ilusión el evento, que pusieron todo su empeño en que todo resultara perfecto.

—No puedo creer que haya quedado todo tan bonito. —Fue el comentario de Robina en cuanto entraron en el edificio que, hasta hacía poco, estaba vacío y sin usar.

Edmé y Fiona estuvieron de acuerdo y se apresuraron en dejar en las mesas las viandas que habían hecho especialmente para la ocasión.

Se habían utilizado guirnaldas para decorar paredes y techos. Todo había sido barrido y limpiado, poniendo al fondo mesas en las que cada uno pondría la comida que pensaba traer. Para las bebidas se recurrió a la taberna local, donde el dueño se ofreció a participar con whisky y otras bebidas varias. Habían contratado para la música a un grupo de los alrededores que accedió a tocar para ellos a cambio de comida, bebida y cama gratis.

—Creo que nos lo pasaremos muy bien —afirmó Lorn a nadie en particular. Era de todos sabido lo mucho que le gustaban este tipo de eventos.

Liam no dijo nada, pero dado el entusiasmo general, sobre todo el de su mujer, no pensaba decir lo contrario. Incluso su padre parecía más animado que de costumbre. Al parecer, las ideas de Deirdre solían acabar por implicar a toda la comunidad y dejando a todo el mundo satisfecho.

Miró a su esposa y la ayudó a quitarse la capa, lo cual le agradeció con una sonrisa. Esta noche lucía muy elegante pero sin llegar a desentonar. El vestido de seda, de doble capa con líneas que caían paralelas en rojo purpúreo y sobrefalda recogida con flores en el lado izquierdo, parecía una segunda piel. Los guantes, del mismo intenso color que las líneas, hacían destacar los reflejos de su pelo y la palidez de la porción de piel que estaba al descubierto. En otras circunstancias podría haber resultado la más hermosa de la fiesta, pero tal y como eran las cosas resultaba un hecho imposible.

Sin embargo, su esposa poseía otras cualidades que le resultaban muy estimulantes. Su inteligencia, perspicacia y a veces irreverente sentido del humor habían conseguido que desarrollara un inesperado y grato afecto por Deirdre. Lo contrario habría resultado inhumano, pero no pasaba de un simple cariño entre dos adultos. Eso sí, en la cama ardía por ella. El sexo con ella había resultado toda una revelación. Su esposa daba tanto como recibía, le gustaba probar cosas nuevas y le encantaba tomar la iniciativa. Podía asegurar que jamás había disfrutado tanto con alguien; ni dentro ni fuera de la cama.

—¿Ocurre algo, Liam? —le preguntó el objeto de sus pensamientos.

—Solo pensaba que todo está muy bien. —Eso también era cierto.

—¿De verdad? —Se veía más que feliz, resplandeciente—. Espero que vengan todos. Vamos a bailar como locos.

—¿Acaso dudas que acudan? Te adoran —sentenció—. Y en cuanto al baile… espero que me reserves el primero.

—Por… por supuesto —balbuceó sorprendida; pero al instante recuperó su sonrisa, que se hizo todavía más amplia.

Liam no había olvidado el comentario de su cuñada Casandra en la fiesta posterior a su boda. En esa ocasión, lleno como estaba de orgullo herido y rencor, no hizo caso, pero esta noche enmendaría su error. Tenía intención de bailar con ella hasta que ninguno de los dos notara los pies, así al menos le devolvería parte de la alegría y frescura que ella había traído a su hogar.

A las pocas horas se había contagiado del espíritu festivo de todas las personas que se encontraban apiñadas en el sitio. Nadie había faltado a la cita y todos reían, charlaban, bebían y bailaban como si no tuvieran otra preocupación en el mundo salvo lo que estaban haciendo. Los niños entraban y salían jugando y corriendo mientras padres, hermanas o demás parientes aprovechaban la ocasión para recordar lo que los había unido antaño o buscar un pretendiente.

En varias ocasiones divisó a su primo con su prometida mientras reían y bailaban al ritmo de alguna danza local. Se les veía muy unidos y enamorados. Incluso sus padres parecían pasárselo en grande en compañía de amigos y los mellizos, hijos de su prima y Parlan, que hacía ya un buen rato que habían desaparecido, seguro que con intención de disfrutar de unos besos robados y quizás algo más.

—Todo esto es obra tuya —le dijo a su esposa en algún momento de la noche mientras bailaban—. Es todo un éxito.

Había disfrutado de su compañía y no se había separado de ella más que para ir y traerle bebida y comida. Su entusiasmo era contagioso y se había dejado llevar. No se había preparado para lo que sintió: felicidad, orgullo de que fuera su esposa y algo más… Algo a lo que no se atrevía a ponerle nombre.

—Eso parece —respondió ella sin falsa modestia—. Es tal y como me imaginé. —Y además, volaba en una nube. Liam no la había dejado sola en toda la noche y había bailado con ella cada pieza. Parecía estar contento de estar donde estaba y eso le provocaba una curiosa y placentera sensación de plenitud. Hacía días que notaba unos sentimientos nuevos que florecían en ella sin poder evitarlo. En otras circunstancias los hubiera aplastado con fuerza, pero presentía por la actitud de su marido que este podía acabar sintiendo lo mismo. Empezaba a desearlo con fervor.

—Creo —le dijo su esposo en la oreja mientras bailaban una danza más tranquila— que es hora de que nos retiremos.

—¿Tan pronto? —preguntó desilusionada—. Pero si no son ni las cuatro.

Esa respuesta arrancó en él una carcajada.

—Lo que te tengo reservado te gustará más, créeme.

Era evidente a qué se refería y una excitación muy diferente recorrió su cuerpo.

Después de eso prefirieron despedirse de pocas personas, pues eso hubiera eternizado el momento de partir.

Poco tiempo después ya habían llegado a su casa y corrían escaleras arriba cogidos de la mano.

Deirdre registró el momento exacto en el que cerraron la puerta de sus dominios. Ya en su habitación, Liam apenas le dio tiempo a nada pues se lanzó a su boca en un acto desesperado.

Se quedó unos instantes estupefacta, sin saber cómo responder. Nunca la había besado, pero era la sensación más asombrosa que jamás hubiera podido tener. Ese gesto significaba algo; tenía que significarlo, por lo que olvidó toda precaución y se entregó a él con cada resquicio de su ser.

Con un renovado entusiasmo abrió los labios para que Liam pudiera tener un mejor acceso. Cuando sus lenguas se enredaron en un baile sinuoso y abrasador, se aferró a sus hombros y lanzó un gemido de puro placer.

Se dejó besar por todas partes correspondiéndole de la misma forma y en su frenesí por sentirse tiraron y arrancaron partes del vestuario.

La primera vez fue ardiente y rápida, pero las posteriores, más tiernas y pausadas, hicieron mella en su desconfiado y resguardado corazón.

Se durmió con una esperanzada sonrisa.