Capítulo 28

Más fuerte que todo

Elena terminó la llamada de Manón, era costumbre que su amiga le hablara al menos dos veces a la semana. Ayer había sido un día especial, por fin Manón había finalizado su carrera de medicina al igual que la castaña y también había cumplido veintitrés años.

Ya habían pasado tres meses desde aquel día en que Derek y Elena pudieron volver a estar juntos y todo había regresado a la normalidad, aunque ahora era diferente para ellos, ahora nada les impedía permanecer el uno con el otro, y el futuro se abría ante ellos lleno de esperanzas y promesas. Su vida realmente estaba siendo como un cuento, en donde todo estaba en su lugar; Elena ya se estaba especializando en pediatría y se estaba enamorando de ello, además de que la relación con sus amigos volvía a ser como antes, habían logrado superar la ruptura del pasado.

Se sentó en el borde de su cama mientras se pasaba los dedos por el cabello. Ahora vivía en el departamento de Derek, aunque a Jordan no le había gustado mucho la noticia; para él, la castaña seguía siendo su hermana pequeña. Chloe, que en ese momento había ido a visitarla, entró al cuarto y se sentó a su lado.

—He discutido con Jordan, es un idiota —refunfuñó Chloe.

Elena soltó un suspiro cansado; casi siempre su hermano y su amiga peleaban por nada, y a la hora siguiente no podían separar sus bocas.

—Sabes que en una hora volverán a estar como conejos en la cama —dijo Elena levantándose para contemplarse en el espejo, estaba hecha un desastre y lo peor era que había quedado en salir con Derek en poco tiempo.

—Eso no es cierto —se defendió su amiga con un rastro de burla en la voz.

—Como tú digas, pero mejor me arreglaré, porque Derek va a pasar por mí en una hora; dice que me va a llevar a algún lugar especial —informó Elena con una sonrisa de ilusión.

Chloe la miró desde atrás alzando las cejas con una sonrisa burlona.

—Entonces, será mejor que te arregles ese cabello ya —le aconsejó su amiga guiñándole el ojo.

Elena asintió devolviéndole el gesto y después la rubia salió del cuarto lanzándole una almohada en son de juego antes de desaparecer.

Elena sudaba del nerviosismo mientras Derek conducía por la carretera, con una mano en el volante y la otra entrelazada con la de ella. La joven no tuvo que adivinar hacia dónde se dirigían cuando vio el sendero que tomó Derek. La noche caía sobre ellos y lo bueno para Elena era que la obscuridad no era fría aunque, por las dudas, había llevado su abrigo.

Derek no había dicho ninguna palabra, solo tomó la mano de Elena y comenzaron a caminar hacia el pequeño claro donde ya habían ido un par de veces. La muchacha no comprendía por qué Derek la traía a ese lugar, había pensado que la llevaría a cenar a un restaurante o algo por el estilo. Pero no, ahí estaban, frente al tranquilo río y toda la naturaleza que los rodeaba.

Derek dejó de caminar justo cuando llegaron al centro del claro, él alzó la mirada hacia el cielo, donde las estrellas parecían estar más cerca de repente, o eso le pareció. Él tomó la mano de Elena y miró profundamente esos ojos café que robaban todos sus sueños. Aunque nunca lo admitiría, Derek sentía que el corazón se le iba a salir del pecho.

—Elena, no tienes idea de cuánto te amo... —susurró él sin dejar de mirarla, aunque los nervios lo estaban consumiendo por dentro—. Por eso... He... He decidido que quiero compartir toda mi vida contigo.

Elena dejó de respirar por un segundo, las palabras de Derek entraron a su cabeza tomando significado. Sintió las piernas débiles y, si no fuera porque él estaba enfrente de ella, se hubiera desplomado de la sorpresa y la felicidad que estaba experimentando en ese instante.

Derek tomó su diestra con más fuerza y, con los ojos llorosos, colocó una rodilla en el suelo mientras sostenía la mano de la chica.

—Elena, eres lo más hermoso de mi mundo y todo lo que yo quiero... Llegaste cuando menos lo esperaba, no entiendo cómo es que te metiste tan adentro de mi piel, ni cómo lograste que te amara de esta forma, pero de lo que sí estoy seguro es de que nadie... nadie más que tú podrías hacerlo. No me imagino una vida sin ti y por esa razón te regalo todo el amor que pueda ser capaz de sentir que, como es demasiado, jamás tendrás que preocuparte por enamorarme más todos los días.

A él se le formó un nudo en la garganta, mientras las lágrimas de Elena corrían silenciosas por sus mejillas, delatando todo lo que sentía en su interior.

—Elena... ¿Me harías el honor de casarte conmigo? —preguntó Derek ofreciéndole su corazón y más que eso.

Elena parpadeó despejando las lágrimas de su vista y solo pudo ver la respuesta en esas lagunas azules tan profundas y tan misteriosas que jamás se cansaría de seguir explorando.

—Sí, Derek. Quiero compartir toda mi vida contigo.

Elena se mantenía pegada al pecho de Derek mientras los dos contemplaban la noche caer sobre ellos; nada importaba en ese momento, solo el enorme amor y felicidad que había dentro de ambos, que no se comparaba con nada de lo que habían vivido antes. Elena comprendió que, si pudiera congelar el tiempo en ese momento, lo habría hecho sin pensarlo. Los dos, recostados sobre el pasto del prado, sentían que podían tocar las estrellas con solo alzar la mano.

Elena jugueteaba con los botones del suéter de Derek, cuando de pronto se acordó de algo que siempre le causó curiosidad aunque nunca preguntó.

—Por cierto, por qué..., incluso cuando te conocí por primera vez, nunca llevaste el anillo de matrimonio... cuando estabas casado con...

Derek soltó un suspiro y besó los labios de Elena en un leve roce, antes de contestar. Él no quería ni que Elena pronunciará el nombre de la pelirroja.

—Creo que no lo utilizaba porque en realidad no me sentía como si estuviera casado, además de que tampoco quería que te alejaras de mí por esa razón; creo que suena egoísta pero mira ahora... —dijo Derek al recordar cómo Elena había desequilibrado la vida buena que decía tener—. Por eso nunca lo llevé conmigo, pero ahora...

—Trataré de anclarlo a mi dedo —finalizó con una sonrisa traviesa.

Elena asintió y lo besó con lentitud apoyándose en su codo para sentirse más cómoda, mientras Derek pasaba una mano por su espalda acariciándola.

—Te amo, te amo, nunca me cansaré de decírtelo. Soy tuya —murmuró perdiéndose una vez más en esos pozos azules, que lucían más oscuros por la escasa luz de las estrellas y de la luna.

—Y yo nunca me cansaré de demostrarte todo lo que siento por ti, Elena —Derek la miró con una sonrisa traviesa en las comisuras de los labios—. Definitivamente has logrado que me vuelva loco, loco de verdad.

Tres meses después…

Las lágrimas en el rostro de Elena eran tan abundantes que apenas reconocía a las personas que la estaban abrazando por su boda; todo había ido perfecto desde aquel gran día cuando Derek le había propuesto matrimonio. Solo se dejaba llevar por su burbuja de felicidad, acompañada de las personas que más le importaban. Todo le parecía tan increíble todavía, definitivamente estaba viviendo un sueño hermoso.

Ya habían pasado seis meses desde el día en que descubrieron la mentira de Candice y por fin había llegado el momento que tanto había soñado. Elena sonrió con ganas mirando a su alrededor. Todos reían, todos platicaban alegres, lo único que los rodeaba era felicidad. Su hermano y Chloe estaban más juntos que nunca y, para sorpresa de todos, Jason y Caroline habían iniciado una bonita relación.

Elena suspiró y tomó un pequeño trago de su copa, a la vez que sus dos amigas la veían con curiosidad.

—¿Sabes a dónde piensa llevarte? —preguntó Manón ladeando la cabeza en dirección al orgulloso novio que estaba en otra mesa recibiendo elogios y felicitaciones.

Elena negó mirando a Derek con un brillo intenso en los ojos, aún a distancia. Nada de lo que hubiera sentido antes se podía comparar a la felicidad que la inundaba en ese momento. Y entonces Elena comprendió que todo el dolor y el sufrimiento habían valido la pena, y que había tomado las decisiones correctas.

—No lo sé, pero supongo que será un lugar muy bonito —Elena se encogió de hombros sin preocuparse por ello.

Chloe aplaudió con entusiasmo.

—Aún no puedo creer que ya seas una señora casada —admitió Chloe.

Elena le sacó la lengua en un gesto infantil.

—Seré una señora cuando tenga hijos —se defendió Elena con diversión.

—¿Y piensas tenerlos ya? —preguntó Chloe abriendo los ojos como platos.

Elena negó rápidamente volcando los ojos.

—No creo, primero quiero disfrutar lo más que pueda. Aunque de cualquier manera, él ya es mi paraíso, y lo todo lo que pase será hermoso —respondió Elena con convicción.

—Bueno, prefiero que se contengan las ganas como yo con Jordan; no querrás convertir a tu mamá en abuela tan joven ¿o sí? —cuestionó Chloe pasando una mano por sus cabellos.

—Mi madre brincaría del susto, pero al parecer la madre de Derek... se muere por un nieto —contestó Elena mirando de refilón a la mesa contigua, donde seguía su ya ahora marido.

Marido.

Qué bien se escuchaba esa palabra.

—Por cierto. ¿Te ha gustado su madre? —intervino Manón con interés. Elena asintió encogiéndose de hombros.

Antonella había resultado una buena mujer; aunque Elena sentía que ella no le agradaba del todo, al menos, no había discordia entre ambas.

—Supongamos que ni bien ni mal... —admitió Elena—. Sé que puedo manejarlo.

Chloe sonrió y tomó la mano de su amiga sobre la mesa.

—De verdad estoy feliz por ti, Elena. Derek y tú se lo merecen; su amor hacia ti es de verdad grande... —confesó la rubia.

Elena asintió y tragó saliva para deshacer el nudo de su garganta, quería llorar de felicidad. Todo estaba siendo tan perfecto; finalmente Candice se había ido de la ciudad y ahora nadie sabía de ella, aunque a nadie preocupaba.

—Y hablando de él... —anunció Manón señalando a Derek con un dedo, que se acercaba a la mesa de las chicas.

Elena sintió su corazón latir acelerado dentro de su pecho cuando lo volvió a recorrer con la mirada. Él lucía increíble, aunque no era eso lo que la sorprendía, sino el semblante de Derek. Era como si en ella hubiera encontrado un tesoro perdido.

—¿Quiere bailar señora, Crowell? —preguntó él tendiéndole la mano a la joven. Elena con las mejillas sonrojadas ante la mención de su nuevo apellido, se levantó de la mesa. Sus amigas le dedicaron un guiño antes de que Elena se perdiera entre la gente para ir a bailar.

Los recién casados llegaron hasta el centro de la pista, y ahí Derek tomó a su esposa acercándola a su cuerpo. Elena posó una mano en el hombro de él y la otra la entrelazó con la de su esposo. Sus cuerpos comenzaron a seguir el ritmo de la música lenta mientras sus miradas no se desconectaban ni un segundo.

Una lágrima se desbordó de los ojos de Elena, mientras contemplaba las lagunas azules de Derek, que brillaban como nunca antes. Él acariciaba su espalda al ritmo de la canción mientras bailaban.

—La felicidad que ahora siento no se compara con nada, Elena... —susurró él en su oído. Derek se sentía en el mismo cielo, ahora su vida tenía el sentido que siempre estuvo buscando—. Gracias por todo esto... Gracias por existir.

—Yo... No puedo describir con palabras lo que ahora siento —admitió Elena con una sonrisa nerviosa en los labios—. Es... Eres más de lo que merezco.

Derek negó con un movimiento de la cabeza y al terminar la canción arrastró a Elena con él fuera de la pista, llegaron hasta un enorme muro de cristal que se encontraba un poco alejado de la gente y de la música, donde ellos se reflejaban perfectamente.

—No, tú eres mucho más de lo que puedo merecer y por eso me siento tan agradecido. Eres la más hermosa, Elena, solo basta mirarte —declaró él observando a Elena a través de su reflejo.

La castaña contempló con admiración a la hermosa novia vestida de blanco y al apuesto joven que le rodeaba la cintura. Derek se veía impresionante, pero ella, simplemente no se podía reconocer en su propio reflejo. La chica hermosa que ahí se reflejaba, sin duda parecía sacada de un cuento. Elena sintió ganas de llorar al contemplar que encajaba a la perfección con Derek, mas tomo un largo suspiro, no quería tener el rostro más rojo de lo que ya estaba por las lágrimas.

—¿Lo ves? —preguntó Derek enjugando una lágrima de su mejilla—. Eres mucho más de lo que merece cualquier hombre, y el afortunado soy yo... Increíblemente.

Elena soltó una risa temblorosa mientras tomaba su mano para caminar de regreso al centro de la fiesta, antes de que alguien notara su ausencia. Derek miró su reloj que llevaba en el brazo y sonrío con ganas.

—Será mejor que vayámonos despidiendo de todos, si no queremos perder el avión —dijo Derek a Elena que sonrió emocionada, sabía muy bien qué significaba eso, y pronto los nervios comenzaron a recorrerle el cuerpo. Elena se fue despidiendo de cada uno de sus amigos al igual que Derek, incluso habían venido unos primos que tenía de parte de su madre y que, desde México, habían viajado para acompañarla.

La muchacha dejó caer varias lágrimas cuando se despidió de sus mejores amigos, Manón, Chloe, Ian y Jason.

—Disfruta tu luna de miel, Elena; es de lo mejor que podrás vivir —dijo Manón abrazándola con fuerza. La recién casada asintió mientras se acercaba a abrazar a los dos hermanos.

—Sé que cometimos un error al juzgarte sin más Elena, pero sabes que eres una de las personas que más me importan y, por eso, a pesar de los errores del pasado, deseo con todo corazón que seas feliz —dijo Chloe con lágrimas en sus ojos azules—. Te quiero, Elena.

Las dos chicas se abrazaron, incluyendo a Jason que también se unió a ellas.

—Gracias por todo, ustedes ayudaron a hacer de este día el mejor de mi vida —confesó Elena tratando de ya no llorar más, aunque seguramente su maquillaje ya se había arruinado.

—No, el mejor día de tu vida será cuando por fin me ganes una carrera nadando —intervino Ian burlón, tomando de sorpresa a Elena de la cintura dándole una vuelta en el aire.

—¡Ian! —gritó Elena riendo cuando por fin la depositó de nuevo en el suelo.

Ian dio un paso atrás para mirarla mejor.

—No sé qué pasó contigo hoy, pero sin duda estás para el pecado. Si no fuera gay, poco podría hacer para contenerme —confesó Ian soltando una carcajada.

Elena puso los ojos en blanco y abrazó por último a su amigo.

Elena terminó de despedirse de todos, cuando vio a sus padres y a su hermano, que eran los últimos por despedirse; sintió un nudo en la garganta cuando se acercó a ellos.

—Aún no puedo creer que mi niña se esté casando —dijo el hombre melancólico. Elena negó sonriendo, mientras pasaban por su mente todos los momentos divertidos que había pasado junto a su padre y que, gracias a Dios, ya se notaba mucho mejor de su enfermedad.

—Nunca dejaré de ser tu niña, papá, aunque ahora prácticamente ya soy...

—Una señora casada —terminó Jordan mirando a su hermana con verdadero orgullo, aunque se notaba un poco la tristeza en sus ojos. Los dos hermanos estaban acostumbrados a vivir juntos, por lo que ahora la separación dolía.

—Sí, pero sabes que nunca dejaré de ser yo —dijo Elena sacándole la lengua a su hermano, que se acercó para estrecharla en sus brazos.

—Te voy a extrañar mucho, enana —le dijo Jordan en su oído—. Y ya sabes, si algo sale mal entre ustedes, tienes quien le rompa la cara —finalizó su hermano dedicándole una sonrisa traviesa.

Elena sacudió la cabeza, su hermano nunca dejaría de ser un celoso.

—Lo tomaré en cuenta —prometió Elena.

Ella miró hacia atrás y vio que Derek ya estaba terminando de despedirse de todos para pronto marcharse. Debía darse prisa.

—Mi niña, me siento tan orgullosa de ti, sé que tomaste la decisión correcta y también sé que ese muchacho te hará muy feliz —dijo su madre atrayéndola hacia ella.

—Lo sé mamá —respondió la chica en un susurro.

—Aunque quisiera nunca soltarte, hija, será mejor que no hagas esperar a tu... esposo —intervino su padre sintiendo un nudo en la garganta. Elena asintió y abrazó con cariño a su padre, veía en sus ojos que le estaba costando dejarla ir.

–Los amo mucho, no se preocupen por mí. Estaré más que bien junto con Derek —les aseguró Elena suspirando.

—Anda, ve. Tu príncipe está esperando —se burló Jordan ya más tranquilo.

Elena les dio un último beso a los tres antes de ir hacia Derek, que le abrió la puerta del copiloto del Mercedes. Él rodeó el coche hasta llegar al asiento del conductor y encendió el motor. Todos agitaban su mano despidiéndolos, al tiempo que Elena también se despedía sacando su mano por la ventana. Derek arrancó el coche y Elena se acomodó en el asiento, con la última imagen de su familia y amigos juntos en la mente.

El coche tomó velocidad y pronto comenzaron a alejarse cada vez más de su fiesta. Derek sujetó la mano de Elena entrelazando sus dedos al tiempo que apretaba el acelerador. Elena lo miró con la felicidad marcada en sus labios y ansiosa de pronto comenzar a vivir su paraíso personal.

La noche caía ya sobre ellos, cuando Elena se despertó por completo, mientras el automóvil recorría las calles de una ciudad. El viaje le había parecido increíblemente corto por todo lo que durmió, por lo que la desorientación cubrió sus ojos. Derek que le rodeaba los hombros, le sonrió tranquilizándola.

—Por fin despiertas bella durmiente —susurró él besando su frente.

Elena se sonrojó de pronto, al comprender que seguramente Derek debió haberse encargado de todo mientras ella estaba dormida. Se había dormido cuando subieron a un taxi después de llegar al aeropuerto de Cancún.

—Yo... —Elena frunció el ceño tratando de reconocer su entorno—. ¿En dónde estamos?

Derek esbozó una sonrisa traviesa.

—Tu hermano me ayudó a elegir el lugar, me dijo que siempre habías querido conocer Cancún —contestó Derek a la vez que el taxi se detenía frente a una gran casa blanca.

Elena comprendió, por el ruido de las olas del mar y la brisa en su rostro que entraba por la ventanilla, que estaban al lado del mar.

—¿Estamos en México? —preguntó Elena con la boca abierta.

Nunca había tenido la oportunidad de visitar México, su país favorito. Por parte de su madre tenía ascendencia mexicana en ese estado, por lo que Elena le tenía especial cariño a Quintana Roo.

Derek le pagó al señor que los había traído y con las maletas en la mano, se encaminaron hacia la casa blanca de dos pisos que estaba a unos cuantos pasos cerca de la playa. Elena miró alrededor y pudo darse cuenta de que las casas vecinas estaban bastante apartadas de ellos y la que tenía enfrente, sin duda, era hermosa, más que eso, preciosa.

—Sí, efectivamente, estamos en México —respondió Derek depositando las maletas en la entrada.

Elena se quitó los zapatos para caminar descalza por el espacio de la casa, conociendo a su alrededor. Todo lucía perfectamente, nada desproporcionado. El estilo de la casa parecía un poco colonial y era a la vez encantadora.

—¿Cómo conseguiste esto? —preguntó Elena maravillada tocando los muebles de cedro fino. Derek depositó una fotografía de ellos en uno de los burós de la sala.

—Esta casa ya es tuya, Elena —Derek se rascó la nuca con nerviosismo—. Pensé que sería un buen regalo.

La chica se volvió bruscamente hacia él, mientras sentía la boca seca. Sus ojos se volvieron llorosos al contemplarlo todo, no podía creerlo.

—¿Quieres decir que compraste esta casa? —preguntó la chica acercándose al ventanal que daba hacia la playa. Elena abrió la puerta corrediza al lado de este y al pasar la puerta sintió la arena bajo sus pies y su vestido blanco ligero ondeando con la brisa del mar. Sus cabellos castaños revolotearon enredándose cerca de su rostro.

—Es solo una pequeña parte de todo lo que quiero darte, Elena —dijo él acercándose por detrás hasta rodearle la cintura—. Por favor, acéptala.

Elena negó con una sonrisa en los labios.

—Es hermosa, Derek, tan fascinante que no sé qué decir; pero recuerda que el mejor regalo que puedes darme... —Elena se volvió hacia él, pasó una mano por su cuello y alzándose de puntitas rozó sus labios con los suyos— eres tú mismo.

Derek soltó una risa suave.

—Ya sabes que soy todo tuyo.

Elena no perdió tiempo y lo besó con pasión, enredando sus dedos en su cabello oscuro como la noche. De pronto Derek tomó a Elena cargándola como a un bebé y comenzó a caminar hacia el mar. Las estrellas y la luna llena eran los únicos testigos de todas sus acciones, y el suave sonido de las olas del mar los acompañaba.

Derek depositó a Elena en la arena, tendiéndola sobre ella. Él se levantó mientras Elena lo miraba desde abajo alzando una ceja.

—No te muevas —ordenó él.

Derek comenzó a dibujar un enorme corazón alrededor de la muchacha, dejando espacio suficiente para que él pudiera tener cabida en la figura. Elena al borde de las lágrimas miró también como escribía las palabras “te amo” justo debajo del corazón, a sus pies. Él regresó y se recostó junto a Elena, con la mirada puesta en el firmamento oscuro iluminado solo por las estrellas y la hermosa luna llena.

—Quiero que la luna sea testigo de mi promesa, para que cada vez que salga luna llena puedas tenerlo presente —dijo Derek mirándola a la vez que le tomaba la mano con fuerza.

La muchacha miró con una sonrisa sus lagunas azules que parecían más oscuras de lo normal.

—Te prometo Elena, que siempre estaré contigo, nunca te dejaré sola. Nada me apartará de ti. Jamás.

Elena soltó una risa baja.

—¿Estás seguro que nada?

Derek frunció el ceño y se mordió el labio pensando.

—Bueno, lo único que podría hacerlo literalmente sería la muerte, pero no, ni siquiera eso sería capaz —respondió él con seguridad.

Elena formó una sonrisa burlona en su rostro.

—¿Y cómo sería eso, según tú?

—Estaré contigo, Elena, siempre lo estaré. En cualquier lugar donde me encuentre, sea en la tierra o en cualquier otro plano, mi amor por ti nunca va a terminar, es más fuerte que todo.

—Estás loco, ¿sabes? —interrumpió ella riendo—. Pero así te amo más que a nadie.

—¿Debería sentirme ofendido o halagado?

—Halagado —respondió Elena.

Después de contemplar juntos las estrellas, Derek se levantó casi de un salto para tenderle la mano a la muchacha, que se levantó también. Él pasó los brazos por su cintura para acercarla más a su cuerpo. Derek la besó con lentitud, disfrutando de cada roce de sus labios, deleitándose con la sensación de que Elena era suya y nada más. Se separaron cuando el aire comenzó a hacer escaso para ellos.

—Esto es el principio de un sueño que nunca quiero que termine —susurró Elena admirando de nuevo sus ojos azules que contrarrestaba con su pelo oscuro como la noche.

—Nunca va a terminar, Elena, nunca —juró Derek antes de unir sus labios de nuevo.

No había lugar para las dudas, ni para ninguna otra cosa. De pronto, todas las terminaciones nerviosas del cuerpo de Elena cobraron vida, y la transportaron a otro mundo hasta llegar a la cima del cielo.

Derek recorrió con sus labios cada rincón del cuerpo de Elena con amor desproporcionado, y a la vez con una inmensa pasión en su recorrido. La chica, por su parte, besó el pecho de él, su cuello y su mentón mientras sus manos se aferraban a su espalda, casi enterrándole las uñas en la piel.

Él la desnudó tiernamente, saboreando cada gesto, cada momento, explorando su cuerpo como ya antes lo había hecho, sin embargo, en aquella ocasión, admiró hasta los lunares de su piel y cada imperfección de esta. Las caricias fueron incrementándose entre ellos proporcionándose el placer más grande que pudieran sentir. El cuerpo de Elena vibraba como una hoja mientras los gemidos comenzaban a querer escapar de sus labios. Derek con suma ternura y a la vez ferocidad en sus movimientos se acomodó en su centro. Su mirada se detuvo en los ojos café de la chica y le dijo con esta más que mil palabras que simplemente no existían. Entonces Elena, en ese mismo instante, comprendió el gran significado de amar, en cuerpo y alma, y se dejó llevar porque su ser lo pedía a gritos.

Derek la tomó fuerte de la cintura y se introdujo en ella con un gruñido desde el fondo de su estómago. Y entre besos, caricias y gemidos se amaron el uno al otro, como si fuera la primera vez y también la última. Finalmente, después de los minutos más hermosos para los dos, se dejó caer rendido a lado de Elena con la frente con gotas de sudor y con el corazón martillando en su pecho como un demente. Elena tan solo pudo acercar su cuerpo a él, recostar su cabeza sobre su pecho y perderse en el sueño con una sonrisa en los labios. Al borde del sueño, Elena comprendió que esa noche se habían entregado más que el cuerpo.

Elena abrió los ojos con el corazón acelerado. Últimamente las pesadillas comenzaban a invadirla más de lo normal. Al extender el brazo se dio cuenta de que su esposo no estaba, mas rozó con un pedazo de hoja, que tomo para leerla.

Por si despiertas en mi ausencia, tuve que salir de emergencia al hospital. Ojalá no la notes, de cualquier manera no tardaré. Te amo.

Elena suspiró a la vez que estiraba las extremidades de su cuerpo. Ya había pasado un mes y medio desde su luna de miel, aunque seguían viviendo en su pequeño departamento por petición de Elena. La chica había decidido que comprarían una casa una vez que se mudaran a Virginia, donde querrían los dos mudarse pronto. Todo en su vida estaba siendo perfecto y normal, su hermano y sus amigos ya se habían recibido al igual que ella y ahora cada quien se desempeñaba en su trabajo. Manón venía a veces de visita a Detroit, ya que se había quedado a vivir en Francia. Y, para sorpresa de todos, Jason se había mudado a Virginia para estar cerca de Caroline, que seguía a cargo de la empresa, a la que ya Derek apoyaba más en serio, aunque sin descuidar su trabajo.

Elena se levantó de la cama cuando, de pronto, un mareo le nubló la vista, lo que provocó que volviera a caer en las sábanas. Se llevó las manos a la cabeza intentando despejarse. Después de que el mareo pasara, Elena frunció el ceño y comenzó a hacer cuentas en su cabeza.

Tan despistada estaba siendo que había olvidado que su periodo tendría que haberle llegado ya hacía por lo menos tres semanas.

Su corazón se precipitó en su pecho como un colibrí e instintivamente se llevó la mano a su vientre plano. Elena se levantó tambaleante hasta llegar al cajón donde guardaba cosas de emergencia, entre ellas pruebas de embarazo. Elena la tomó aún consternada por lo que estaba pasando y se dirigió al baño temblando de emoción y de miedo.

La verdad era que nunca se había imaginado en el papel de madre, pero ahora, esa palabra le parecía que estaba más cerca que nunca. Elena hizo lo que tenía que hacer y después esperó tranquilamente al resultado. La joven salió del baño y se sentó en el borde de la cama y, con el corazón a toda velocidad dentro de su pecho, supo que había llegado el momento de saber la verdad.

Elena contuvo un respiro y después se atrevió a mirar el resultado. Su corazón se detuvo por una milésima de segundo y después sintió una lágrima escurrir por su mejilla.

Positivo.

Positivo, la prueba de embarazo indicaba que dentro de ella comenzaba a crecer una vida, un bebé. Un hijo, producto del amor de Derek y ella. La muchacha respiró varias veces para calmar sus emociones, aunque su mente comenzó a llenarse de imágenes de ella con un bebé en sus brazos, un hermoso niño con ojos azules y cabello negro. En ese momento sintió su corazón crecer al doble de su tamaño, una sensación de calidez le recorrió la sangre, llenándola de un nuevo sentimiento. Y entonces lo supo.

Ya quería al pequeño bebé que crecía en sus entrañas. Ya lo amaba, lo adoraba con locura, sentía que su corazón ya no podía abarcar tanto amor, por lo que este se había hecho más grande, solo así era como podía describir todas las emociones de su interior.

Con las lágrimas cubriendo su rostro, Elena se vistió y tomó las llaves del Mercedes, Derek se había llevado la camioneta. La muchacha salió del departamento con la mente embobada llena de imágenes de ese pequeño ser dentro de ella.

—Un bebé —susurró Elena caminando hacia el automóvil. Quería decírselo a Derek, a su madre, a sus amigos, a todos. Primero iría a ver a sus padres, decidió Elena. Quería ante todo las felicitaciones de su madre, sabía que le emocionaría la noticia como nunca.

Elena, con todos esos pensamientos revolviéndose en su cabeza, abrió la puerta del coche cuando, sin más, sintió que alguien la jalaba de los brazos hasta acorralarla a un callejón oscuro.

Elena intentó pedir auxilio, pero sus gritos perdieron fuerza cuando se sintió desfallecer y su mente quedó en negro por completo.