Capítulo 25

Condenado

Derek tragó saliva y se dirigió con paso firme al comedor donde estaban los señores Rusewell, padres de la pelirroja. Cerró los ojos y suspiró. Solo sería esa vez, no habría nada más y apenas terminara podría salir de ese lugar. Después Candice firmaría el divorcio, y podría ser completamente feliz. Entró por el pasillo del recibidor y la pelirroja se levantó gustosa para recibirlo.

Sus padres lo miraban con una sonrisa, tal vez demasiado falsa. El muchacho trato de curvar las comisuras de sus labios y tomó asiento a lado de Candice.

—Mucho gusto, señores, soy Derek Crowell. Es un placer por fin conocerlos.

—El gusto es nuestro, Derek. Patrick y Amanda —respondió su padre señalándose.

Era un señor de unos cincuenta y muchos años, con pelo blanco y barba corta. Por otra parte, la señora era casi una réplica de su hija.

—Bueno, papá, como te he contado... nuestro matrimonio no puede ir mejor, estamos siendo muy felices —dijo Candice agarrando el hombro de Derek que inmediatamente se tornó tenso.

—Me alegro, hija, se ven muy bien juntos —comentó el señor tomando un sorbo de agua—. Mi hija me ha comentado que tienes una empresa.

Derek asintió y tragó saliva. Ya podía entender por qué lo miraban con un brillo de avaricia en los ojos, por supuesto.

—Bueno, sí. Pero yo no...

—Él la administra, aunque no está mucho tiempo fuera de casa. Lo haces por mí, ¿verdad, mi amor? —interrumpió Candice la oración de Derek.

Su padre alzó las cejas y esbozó una sonrisa.

—Sí, claro... —mintió Derek cada vez con más ganas de salir de ahí.

—¿Y sobre qué trabajan? —preguntó Patrick acariciando el brazo de su esposa, que ella solo miraba extrañamente a su hija.

—Productos lácteos, en realidad mi padre es el que la ha impulsado y yo solo la he heredado —aclaró él, incómodo. Hablar de su padre nunca había sido fácil y menos con esas personas a su alrededor, que no imaginaban el esfuerzo que estaba haciendo por no salir corriendo.

—Interesante. De verdad me sorprendes —dijo orgulloso el señor mirando a la pelirroja con una sonrisa arrogante, y después cortó su porción de carne—. Elegiste muy bien, hija.

Derek tensó la mandíbula pero trató de no decir nada. Ese señor le estaba cayendo en verdad muy mal. De pronto, Amanda, la madre de Candice, se aclaró la garganta.

—Bueno, mejor cuéntenos sobre sus planes de matrimonio en un futuro —interrumpió Amanda mirándolos fijamente.

Derek no movió los labios, pero Candice le tomó la mano entrelazando sus dedos. Él trató de no mostrar un signo de incomodidad, pero era tan difícil. Era absurdo, mas se sentía como si estuviera traicionando a Elena con ese simple toque.

—Bueno, pues ahora estamos concentrados en el trabajo. Derek en la empresa y yo con los diseños de vestidos de novia voy bien, como saben.

Su madre sonrió y después tragó un pedazo de comida. Derek miró hacia abajo y se dio cuenta de que ni siquiera había probado bocado, solo no tenía hambre. También comprendió que si no hubiera seguido a su corazón, ahora mismo esa sería su realidad entera, fría y patética.

—Y no han pensado sobre... ¿un posible nieto? —preguntó la madre de la pelirroja con una mueca en los labios pintados de rojo.

Derek retiró la mano del agarre de Candice, con la excusa de tomar el vaso de agua y beber un sorbo.

Entonces Candice se levantó pronunciando las palabras que dejarían a Derek inmóvil, desconcertado e incrédulo.

—De hecho estaba esperando este momento para darles la gran noticia; ni siquiera Derek lo sabe, quería que fuera sorpresa. Y bueno... Mamá, estoy embarazada de tres meses.

Sus padres abrieron los ojos con asombro y después se lanzaron a abrazar a su hija, sobre todo, la madre.

Derek veía todo rojo por la furia; no, ella no podía estar jugando con él de esa forma. ¿Embarazo? ¿Qué pretendía?

—Hombre, levántate. ¿Te dejó anonadado la noticia de que pronto serás padre? Porque comprendo tu reacción, cuando yo...

Pero Derek no lo escuchaba, solo miraba fijamente a Candice exigiendo una explicación, ante tal cosa. ¡Demonios! No podía estar diciéndolo en serio. Él no fue consciente del tiempo que pasaron sus padres felicitando a su hija, hasta que el señor tomó la palabra.

—Bueno, es hora de irnos. En verdad hemos disfrutado esta cena —se despidió el señor dándole un beso a su hija y extendiéndole la mano a Derek, que aceptó estático con un remolino de emociones en su interior.

—Nosotros mucho más; gracias por venir, papás. Estaré en contacto con ustedes para informarles todo sobre mi embarazo, los quiero —agradeció Candice abrazando a su madre.

—Estás de suerte con mi hija, muchacho, cuídala mucho —le dijo Patrick a Derek en broma.

El pelinegro apretaba los dientes tratando de contenerse y no comenzar a reclamarle a Candice enfrente de sus padres. Porque eso tenía que ser una broma, una mentira de la pelirroja.

Avanzaron hacia la puerta de salida y se despidieron otra vez.

—Vendremos pronto a visitarlos, hija —le guiñó el ojo su padre a la pelirroja que asintió con alegría.

—Adiós, se cuidan mucho —los despidió Candice y cerró la puerta.

Inmediatamente Derek soltó un gruñido.

—¿Por qué dijiste eso, Candice? Accedí a comportarme enfrente de tus padres por esta cena, pero la mentira que acabas de hacer es una...

—No es una mentira, Derek —interrumpió Candice agachando la mirada.

El joven negó con incredulidad.

—¿A qué juegas, Candice? Está más que claro que...

—Ahí está la prueba, tengo tres meses de embarazo —cortó Candice sacando unos papeles de su bolsa.

Derek la miró entornado, casi enfurecido, no iba a aceptar tal mentira.

—No trates de engañarme con esto, Candice; mejor dime de una vez qué es lo que quieres de mí.

Candice marcó el teléfono del doctor que era compañero de su aún esposo y que, sabía, despejaría todas sus dudas.

—¿Doctor Sullivan? Quisiera que le dijera a mi esposo que mi embarazo va muy bien, lo que pasa es que se ha puesto nervioso.

El teléfono tenía altavoz y Derek escuchaba todo con el cuerpo rígido, sin poder moverse.

—Ya me lo imaginaba viniendo del doctor Crowell. Aunque me sorprende, él más que nadie debe saber no hay peligro en tu embarazo.

—Sí, ya lo sabe, de cualquier manera... Solo quería que se relajara un poco, bueno doctor, disculpe la molestia...

—No es molestia. Que tenga buena noche, señora Crowell.

Y Candice colgó la llamada enfrentando a Derek con la mirada. Él estaba anonadado, confundido, enojado, herido; quería gritar de furia.

—No, no y no. No puede ser, me lo hubieras dicho desde que llegamos aquí —Derek trató de defenderse, nada tenía sentido.

—¿Sabes por qué no te lo dije? Porque desde que llegamos apenas si me mirabas o escuchabas, te sentía lejano; por eso decidí no contarte hasta que volvieras a ser tú mismo, pero no lo hiciste o tal vez nunca te conocí muy bien. Después llegas, me pides el divorcio y me dices que te irás con la que era mi amiga. ¡¿Tienes idea de lo que sentí en ese momento?! Ese mismo día te lo iba a confesar, pero me rompiste cruelmente. Y hoy no pude callar, ya no.

Y escúchame, Derek. Tendrás que elegir entre tu propio hijo y esa mujer porque te advierto que, si la eliges a ella, no verás jamás a tu hijo, y sabes que tengo las de ganar con todo el antecedente negro de tu familia.

—No puedes hacer eso, Candice. No voy a separarme de ella y tampoco me quitarás a mi hijo; además, es absurda la elección que quieres imponerme. No voy a seguir casado contigo, Candice, estés embarazada o no.

Los ojos de la pelirroja chispearon con furia, con amenaza.

En realidad si pudiera hacer las cosas de otra manera, tal vez ganaría más. Si se divorciara de él, conseguiría todo lo que quisiera a través de la pensión de su hijo y todos los bienes que le tocarían a ella. Ganaría mucho dinero, más de lo que esperaba. Pero esa avaricia ya no controlaba sus actos ni sus deseos, ahora lo controlaba el profundo odio que sentía hacia Elena y haría lo que fuera para que ella no se quedara con Derek, haría todo lo posible para destruir su felicidad. La odiaba, realmente la odiaba. Elena siempre había sido la primera en todo tanto para Thomas como para Derek y ella siempre, la que recogía las sobras. Pero ahora se las cobraría.

—Entonces, estás en un problema, Derek. No voy a darte el divorcio para que te vayas con esa zorra, no voy a permitirlo. Y si te atreves a hacer lo contrario, te olvidas de tu hijo. ¡Te olvidas para siempre! —advirtió la pelirroja enfurecida.

—¿Se trata de ella? ¿Si me fuera con cualquier otra, no harías lo mismo? —preguntó Derek consternado.

—Si te fueras con cualquier otra aceptaría el divorcio y no te quitaría a tu hijo. Pero la odio, por mirarme siempre a la cara y haber estado contigo a mis espaldas, cuando se supone que era mi amiga. ¡Por eso este es tu castigo! Por engañarme con la que era mi amiga.

—No vas a separarme de ella, Candice.

—Eso lo veremos, y tienes hasta mañana para decirme qué opción elegiste —soltó Candice antes de subir las escaleras corriendo y Derek se quedó solo en la sala.

Su cuerpo temblaba de miedo, de impotencia, de furia, de dolor, pero sobre todo de temor, porque ya sentía que estaba perdiendo a Elena. ¿Por qué Candice le decía eso recién ahora? ¿Por qué parecía que todo trataba de separarlo del amor de su vida? Las lágrimas comenzaron a invadirlo; él ya había elegido qué haría frente a Candice, pero dudaba que Elena tan siquiera aceptara algo como eso.

Le dio un golpe a la pared con fuerza, apretando los dientes, importándole un comino si se hiciera algún daño. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Ahora qué demonios haría? Estaba claro que Candice hablaba en serio con el tema de apartarlo de su hijo, se había vuelto completamente ilógica con su odio hacia Elena. Por supuesto él no seguiría casado con ella. Pero, entonces, tendría que comenzar una guerra contra Candice por su hijo y sabía muy bien que ella probablemente terminaría ganando, porque la pelirroja conocía todos los fraudes y malos negocios del hermanastro de su padre con la mafia, que terminaron manchando a la familia, y que podrían ser denunciados, lo cual era un punto muy grande a favor de ella, quien podría desestimar cualquier oposición.

Él se divorciaría de Candice, se quedaría con Elena, pero perdería a su hijo. ¿Por qué tenía que estar pasando todo esto? Derek arrancó el motor del coche con ya un gran vacío en el pecho, sabía de sobra lo que haría la castaña; Elena jamás lo pondría a elegir entre su hijo o ella y terminaría sacrificando su amor.

Las lágrimas resbalaban de las mejillas de Derek, al mismo tiempo que también abandonaba la felicidad, los sueños y lo que alguna vez soñó en su paraíso personal con Elena. Sentía que todo se le resbalaba de los dedos, antes de siquiera tener algo en las manos.

Estacionó el auto enfrente de su departamento, Elena estaba ahí, ya que se encontraba el coche de su madre. Se pasó la mano por la nuca con desesperación, jalándose los cabellos. Inmediatamente sentía que todo se derrumbaba dentro de él. No, no podía ser.

Elena, Elena, Dios. Cómo no le rompería el corazón ¿Cómo arreglaría aquello que parecía ya estar condenado a la separación?

Derek bajó trastabillando del coche y como pudo abrió la puerta del departamento, sintiendo miles de toneladas sobre sus hombros, el peso de la realidad lo estaba golpeando y lo peor era que no sabía por dónde comenzar a remendarlo.

—Elena... —susurró él al verla sentada en el borde de la cama. Lucía tan hermosa y tan inalcanzable ya, tal vez él no era lo suficiente para ese ángel y por eso la vida se lo estaba gritando en la cara. Tal vez él era el demonio que solo logró lastimar a ese ángel.

—¡Derek! Estaba por marcarte, ahora sí me puedes... —Elena comenzó a decir, aunque al estudiarlo se detuvo confundida, nunca lo había visto con ese semblante—. ¿Derek? ¿Pasa algo?

Él esperó un poco más. Respiró profundo y sus pulmones se llenaron de aire, porque sentía que podía romperse ahora mismo. No quería lastimar a su Elena, al amor de su vida.

—Elena, tienes que perdonarme.