Capítulo 3
Nuevo instructor
Derek estaba confundido. Esa niña se había quedado flotando en su mente, sin poder borrar sus ojos café y su sonrisa inocente.
Él sacudió la cabeza tratando de concentrarse en las palabras de su amigo de la infancia, Mike Jones. Su colega lo había invitado a un restaurante lujoso para conversar. Mike era un empresario, al igual que Derek, si aceptara la empresa de productos lácteos que le dejó su padre ya fallecido. Al menos, por ahora, la administraba su hermana Caroline.
—¿Dejaste a Caroline con la empresa en Virginia? —preguntó incrédulo el rubio de ojos miel.
Derek no se sentía cómodo con que su amigo se hubiera transformado en un señor de negocios.
—No me interesa la empresa, Mike. Lo que me gusta es la medicina, lo sabes —replicó él, fastidiado.
Todo el mundo siempre se asombraba al saber que el muchacho había preferido trabajar en un hospital que tomar un imperio heredado.
—Entiendo que ames la medicina... Pero, la empresa era el negocio de tu padre y ahora el tuyo y el de tu familia. Quieras o no, sabes que Caroline no manejará la empresa tan bien como si estuvieran los dos juntos.
Derek hizo un mohín. No le gustaba estar en un traje todos los días. Él optaba por la ligereza. Ser libre, sin presiones. Sin que la empresa absorbiera su juventud. Prefería dedicar su tiempo en lo que más le gustaba hacer.
—No tiene caso hablar sobre esto.
—Como sea... ¿sigues en las carreras? —preguntó de pronto Mike, recordando la adolescencia de ellos.
Los dos eran originarios de Virginia, aunque Mike se encontraba en la Ciudad de Detroit por sus negocios de tiendas de ropa. Y Derek se radicaba ahí ahora porque quería comenzar de nuevo junto a Candice. Estar lejos de la constante presión de su familia sobre él.
—No me he subido a una desde que conocí a Candice. Ella odia eso, el peligro. A veces peleamos por ello, pero creo que puedo soportarlo —admitió Derek. Mike tomó un trago de agua.
—Me asombra. Tú amas ese pasatiempo Derek —recalcó su amigo rubio.
El pelinegro se encogió de hombros. A Candice le debía mucho. Ella lo ayudó cuando su padre falleció hacía un año. Los dos —casados— ya se habían recibido de la universidad. Aunque Candice se había quedado en Virgina por algunos pendientes viviendo con su suegra y su cuñada. Y Derek había venido a Detroit a comenzar una nueva vida con ella. No sabría cómo pagarle todo lo que había hecho por él.
—No todo lo que se quiere, se puede hacer... —farfulló Derek. Mike soltó una carcajada.
—Como quieras. Pero... No entiendo porque te casaste tan rápido. Apenas llevas un año con ella —Mike sacudió la cabeza.
—Ella quería eso. ¿Cómo podría negarme? Le debo bastante, Mike —respondió Derek. Aunque si era sincero, él hubiera preferido esperar un poco más de tiempo.
—Solo tienes veintiocho años, Derek, y apenas comienzas tu carrera como doctor. Aunque bueno, debes amarla mucho ¿No es así?
—Creo que no será tan malo. Candice es... comprensiva —dijo Derek haciendo girar una tapa de refresco con sus dedos largos.
—¿Y qué? ¿También planeas tener hijos ya?
Derek bajó la mirada.
—Eso todavía no está en nuestro plan. Primero quiero hacerla feliz. Es lo menos que puedo darle...
Mike negó con la cabeza.
—Derek, perdón que te diga esto..., pero pienso que te sientes en deuda con ella y por eso has tomado una decisión tan precipitada, cuando ni siquiera estás seguro de...
Y con eso Derek se encendió. Él era su amigo, pero nadie para decirle qué hacer y qué no. Empezaba a sonar como su madre.
—No empieces, Mike —bramó Derek antes de levantarse del asiento.
Mike suspiró negando con la cabeza. El rubio estaba convencido de que su amigo no estaba enamorado. No se le notaba la ilusión, aunque no le diría nada. Derek debía darse cuenta por sí mismo. Mientras tanto, no tocaría más ese tema. Derek era demasiado gruñón, por desgracia. Mike solo quería lo mejor para su colega y sabía que pronto lo vería inseguro respecto a su relación con Candice.
Derek subió a su Chevrolet, el último regalo de su padre —recordó con dolor—; le gustaba más esa camioneta que el propio Mercedes, el otro automóvil con el que contaba. Fue a su casa por la moto y la llevó a un taller cercano, donde le arreglaron todos los daños, que no eran muchos. Ya en frente del edificio de Elena, se llevó las manos a la nuca y apretó los ojos.
No entendía por qué sus pensamientos se empeñaba en repetir una y otra vez la escena de la mañana. Cuando contemplaba a la chica recostada en su sofá, recordó lo calmado y lo reconfortante que se sintió al ver dormir a esa auténtica desconocida.
Él salía de su casa, dispuesto a ir por unos pendientes del trabajo, cuando vio una moto tirada y una chica desmayada en el asfalto. Corrió hacia donde estaba y la levantó en brazos. No había nadie más en la calle por lo que la metió de inmediato en su casa. La recostó en el sofá y supo que solo se trataba de un desmayo. También levantó la moto y la metió en su patio delantero.
Tras unos escasos minutos, la chica despertó levantándose con demasiada rapidez y ahí fue cuando él la sostuvo entre sus brazos, impidiendo que se cayera.
Después de ese toque algo había cambiado en su interior y, cuando alzó la mirada y lo taladró con los ojos café más hermosos que había visto, supo que ya nada sería lo mismo. Sacudió la cabeza tratando de alejar aquellos pensamientos. No tenía que pensar en esa niña, no era nada para él. Apenas la conocía. Además tenía una mujer que pronto llegaría para comenzar una familia junto a él. Aunque muy a su pesar —sin motivo aparente— de repente el futuro le pareció bastante desalentador.
Entonces, sacándolo de sus cavilaciones, apareció la chica joven frente a él mirándolo con el nerviosismo marcado en el ovalado rostro. Derek sonrió sin poder evitarlo y salió de la camioneta.
Esa chiquilla tenía algo que lo hacia ponerse agitado conforme se iba acercando a ella. Estaba incómodo consigo mismo, estaba actuando como un jodido crío. Elena tenía unos pantalones ajustados y una blusa azul marino, que contrastaba con su piel pálida. No pudo evitar pensar que era hermosa.
—Hola, desconocido —saludó ella tendiéndole su mano, que estaba entre cálida y fría.
La misma corriente que había sentido antes por la mañana volvió a estremecerle el cuerpo. Trató de parecer sereno al retirar la mano.
—Hola, Elena —saludó él acariciando su nombre con la lengua.
Pudo darse cuenta del brillo en los ojos de la chica al estudiarlo; ella también estaba sintiendo lo mismo que él. “Detente”, pensó Derek en su fuero interno.
—¿Me vas a decir tu nombre? ¿O te gusta tu nuevo apodo? —preguntó ella con una sonrisa deslumbrante.
Como tonto, su mente se quedó en blanco por un segundo.
—Creo que mi nuevo apodo —él reaccionó con una sonrisa torcida.
Elena hizo una mueca.
—Dímelo ya —se quejó—. Es raro decirte “extraño”, o “desconocido” —añadió.
—Bien, soy Derek. Derek Crowell —confesó él mientras ella se recargaba contra la puerta del piloto de la camioneta.
De vez en cuando, Elena miraba de reojo al edificio, como si estuviera escondiéndose de alguien; su acompañante pudo darse cuenta.
—Lindo nombre —afirmó ella repitiendo las mismas palabras que había dicho él por la mañana.
Derek se pasó la mano por su cabello negro despeinado, le gustaba ese estilo, lo hacia sentir más joven, aunque apenas tenía veintiocho años.
—Ven, aquí está tu moto —comentó él caminando hacia la cajuela de la camioneta, y Elena lo siguió por detrás.
La chica abrió los ojos como platos al ver su motoneta como nueva; su rostro demostraba sorpresa y agradecimiento, pero también molestia.
—No era necesario, pero gracias. ¿Cuánto te debo por eso? —preguntó ella señalando la moto justo cuando él estaba bajándola de la camioneta y depositándola en el estacionamiento del edificio. Por el ejercicio que hacía con regularidad, a Derek no le molestó el peso de la moto, incluso lo hizo con cierta facilidad. Elena se quedó mirando con cierto agrado como la camiseta se le adhería al pecho más de la cuenta.
Derek regresó a donde ella estaba.
—No es nada, Elena —admitió él con una sonrisa burlona.
Ella lo fulminó —con un poco de trabajo— con la mirada. Siempre se sentía incómoda cuando le hacían favores sin pedirlos; no podía evitarlo.
A Derek le sorprendía la naturalidad con la que hablaba con ella, cuando apenas la conocía. Ella parecía también tenerle confianza, lo que le hacia sentir más cómoda aún la conversación.
—¿Estás loco? No me gusta que me hagan favores —aclaró la muchacha cruzando los brazos.
El viento que azotaba la ciudad de Detroit despeinó el cabello castaño de Elena que ondeaba por el viento.
Se veía graciosa, enojada, admitió Derek en su interior.
—Tómalo como favor de un amigo —protestó él tomándole la mano con bastante disimulo. Eso sorprendió a Elena, pero reaccionó apartándose con brusquedad. La castaña odiaba sentir esa sensación con prácticamente un desconocido para ella. Ahora estaba acorralada, sus mejillas se habían ruborizado.
—Está bien, bufón, pero solo por esta vez —advirtió ella.
Él sonrió con ganas.
—¿Consideras que habrá más veces? —preguntó Derek ocasionando avergonzarla más.
Podía sentir el calor que irradiaba del cuerpo de Elena.
—Bueno, supongo que tengo que entrar... —vaciló Elena dando un paso atrás, tratando de terminar la conversación.
—Espera, ¿te gustan mucho las motocicletas? —preguntó él esforzándose por buscar excusas para estar ahí más tiempo. El rostro de ella se iluminó.
—Me encantan. Siempre he querido correr en alguna moto de carreras y, claro, participar en alguna corrida —contestó la chica.
Entonces Derek se sintió aliviado y emocionado.
—Yo soy un experto en correr con esas motos —dijo él.
Elena entrecerró los ojos.
—¿De verdad?
—No podría mentir con algo así —sonrió Derek.
Los ojos café de la castaña brillaron de emoción.
—Bueno, en unas cuentas semanas habrá una carrera con muy buen premio. He querido entrar, pero mi hermano no ayuda para nada.
—¿Sabes conducirlas? —preguntó él interesado. Ella frunció los labios avergonzada. Sabía hacerlo, aunque montar una moto de carreras era un reto para ella.
—No tanto —dijo recordando el accidente de la mañana—. Aunque tengo la pasión por las motos de carrera, mi hermano jamás me ha dejado usar una. Estas son las únicas que me deja utilizar —indicó señalando su motoneta roja.
Derek sonrió de lado.
—Yo puedo ayudarte, si quieres.
A Elena la tomó por sorpresa. Parecía estar diciéndolo en serio.
—¿Tienes alguna moto de carrera?
—Sí —mintió él.
Todas sus motos las había vendido por petición de Candice, pero ahora tenía una excusa para verla de nuevo. Solo tendría que comprarlas, el dinero no era problema para él.
—Eso es...
—¿Genial? ¿Entonces, qué? ¿Aceptas que te ayude con eso? —preguntó Derek tratando de convencerla.
—Pero apenas te conozco. ¿Cómo sé que estoy segura contigo? —Elena ladeó la cabeza. Una parte de ella se moría por aceptar, ya que significaba pasar tiempo con él. Aunque la otra, la de la Elena sensata, lo rechazaba.
—No soy ningún secuestrador, no te preocupes por eso —dijo él, burlón—. A propósito, así podemos conocernos más.
—Antes dime qué haces o dónde trabajas —interrogó ella insegura, aunque con un dejo de diversión en los ojos.
—Soy médico anestesiólogo —respondió él con orgullo.
Elena entreabrió los labios. Hubiera esperado cualquier cosa, menos eso.
—¿De verdad? Yo estoy estudiando medicina —comentó Elena perpleja y maravillada.
Compartían de algunos gustos, como la medicina y las carreras de motocicletas.
—De nuevo, no podría mentirte. Si quieres puedes ir a verme al hospital donde trabajo, para sacarte de dudas.
Ella asintió maquinando todo en su cabeza. Si decía la verdad, no había riesgo de nada. Y una parte de ella se moría por involucrarse con él, si no quería engañarse.
—Si es así...
—¿Aceptas? —pregunto él esperanzado. Sus ojos azules chispeantes la descompusieron y, entonces, Elena le tendió la mano sonriéndole con complicidad.
—Quiero participar en una carrera en un mes, así que sí podrías ayudarme —dijo Elena al tiempo que se daban la mano.
Como si hubieran tocado fuego —otra vez—, los dos la retiraron de inmediato.
Ella estaba emocionada, por fin alguien le enseñaría a conducir una motocicleta de carrera sin rogarle a su hermano y además su instinto la hacia querer acercarse a él. Por otro lado, Derek se sentía confundido y excitado. Sabía que había comenzado con algo que podría lamentar después. Aunque ahora no le importaba nada de eso.
Derek aprovechó la oportunidad para invitarla a comer. No sentía que estaba haciendo algo malo, ella podría ser su amiga. Sí, eso sería. Porque de alguna manera, quería que esa chiquilla estuviera entrelazada a él de alguna forma, debía admitirlo.
Durante el trayecto, cuando tenía la oportunidad, Derek aprovechaba para mirarla de reojo, no podía dejar de maravillarse. Era consciente de que esa muchacha estaba despertando algo extraño en él, aunque luchaba por ignorarlo.
Eligieron un restaurante de comida rápida y se decidieron por unas hamburguesas. Él no podía dejar de admirar sus ojos café. Eran los más hermosas que había visto nunca.
—Siento que me estás acosando, ¿puedes dejar de mirarme de esa forma? —se quejó Elena con vergüenza desviando la mirada.
En verdad él la ponía nerviosa. Derek sonrió y fijó la vista en su comida.
—Intento descifrarte —admitió Derek dándole una mordida a su hamburguesa. Ella volvió la mirada hacia él, de donde ya no la apartó más.
—¿Descifrarme? —preguntó ella con una sonrisa en sus labios llenos y rojos—. Sorpréndeme entonces.
Él esbozo una sonrisa torcida.
—Tengo una suposición —dijo él.
Ella alzó las cejas con diversión
—Pareces alguien difícil de predecir porque cambias de emociones drásticamente, primero te comportas tímida y después tienes atrevimiento para llamarme “bufón”.
Ella sonrío mientras se mordía un labio. Ese movimiento hizo que Derek mantuviera su atención sobre ellos. Elena liberó su labio inferior, ahora un poco enrojecido. De pronto él se imaginó besándola. Alarmado por el rumbo que empezaban a tomar sus pensamientos, apartó la vista de ella.
—No estás tan lejos de la realidad, aunque tampoco cerca. Ahora déjame a mí hablar —dispuso Elena pasando un mechón de su cabello rebelde por detrás de su oreja.
Él entrecerró los ojos con curiosidad.
—Adelante —sonrió Derek.
—Pareces un hombre amable, carismático, aunque atrevido. Estoy pensando que eres mucho más de lo que aparentas —apuntó Elena perforándolo con la mirada.
—Me gusta demostrar mis habilidades, por eso voy a ayudarte. Y sí, supongo que soy algo atrevido —dijo él jugando con la tapa de la botella, su costumbre para concentrarse.
—A propósito. ¿Cuánto debo pagarte por tus servicios? Digo, no creo que quieras tirar tu tiempo por nada. —Elena se encogió de hombros.
Él dejó de jugar con la tapa y levantó la mirada.
—No es nada. Creo que gano suficiente en el hospital.
Siguieron conversando mientras terminaban su comida. Derek le contó que apenas se había mudado y algunos de sus otros pasatiempos, como era el paracaidismo. Ninguno de los dos formuló preguntas más personales. A Elena no le pareció prudente, él solo la ayudaría a prepararse para la próxima carrera. Nada más.
Derek seguía absorto mirando de reojo a esa chiquilla cuando ella se despistaba durante el trayecto de regreso. Un nombre apareció en sus pensamientos: Candice. Tembló de miedo y enojo. Ni siquiera le había dedicado espacio en sus pensamientos a su reciente esposa.
Y lo peor era que ahora se estaba preguntando si había hecho lo correcto al casarse tan rápido. Candice era una mujer maravillosa, ella lo había ayudado a superar la muerte de su padre y salir adelante, lo había sacado del pozo negro donde estaba sumergido. Se sentía tan unido a ella que, cuando la pelirroja le pidió matrimonio, temió que si se negaba, ella se fuera y lo abandonara hundido en la oscuridad de nuevo.
Ella le importaba. ¿Por qué ahora reconsideraba lo suyo? Llegaron a la casa de los padres de Elena y no a su departamento, ya que al parecer la chica había recibido una llamada urgente de su madre. Por lo mismo el viaje duró mucho más tiempo, aunque al muchacho no le importó aquello.
—Gracias, Derek. ¿Entonces, mañana por la tarde? —se aseguró Elena mientras se quitaba el cinturón.
La atención de él volvió a estar sobre ella. Una parte de Derek se moría por tocarla —aunque fuera solo un roce— ahí mismo, tal era el magnetismo que le hacia sentir escalofríos.
—Ahí estaré —prometió él.
De pronto el aire se volvió denso para el joven, su pecho ardía. Parecía que había olvidado cómo respirar al sumergirse en los ojos café de Elena.
—Bien —dijo ella sacándolo de su pequeño trance.
Él —para lucir normal— le dedicó una sonrisa que la dejó un poco deslumbrada.
—Hasta pronto, Elena.
—Hasta pronto, Derek —se despidió ella y salió de la camioneta mientras él la seguía con la mirada sintiendo de todo, menos tranquilidad.
Por alguna razón, Derek no usaba su anillo de compromiso como debería y ahora las dudas sobre su matrimonio comenzaban a asaltarlo de nuevo. Y con más fuerza en ese momento, que se había tropezado con esa chiquilla que todavía era una desconocida para él.