Capítulo 21
Por sobre todo
Candice miraba interrogante a su esposo con una ceja curvada bien delineada, sabía muy bien lo que tenía que hacer. Cómo fingir exactamente, no diría ni una palabra sobre el embarazo, incluso le haría creer que firmaría el divorcio con la condición de que esperara a que llegaran sus padres dentro de poco. Así era ella, le gustaba jugar antes de destruir. Ya después justificaría sus razones de no haberle dicho sobre el embarazo y también lo pondría en la definitiva elección, entre su hijo o esa niña.
Derek paseó la mirada por la pelirroja y soltó un suspiro, había aprovechado la ausencia de su madre y de su hermana que habían salido por unas cosas; además, ya estaban a punto de marcharse. Candice cruzó las piernas sentada en el sillón de la sala, donde se encontraba, esperando la ya conocida noticia.
—¿Y bien?
—Candice, siento que... nuestra relación ya no es la de antes, aunque creo que nunca lo fue. Quiero ser sincero contigo y, aunque te aprecio como una amiga, yo lo siento de verdad... —Derek la miró apretando los labios, le dolía tener que hacerle eso a la pelirroja, pero no había otra manera viable—. Pero me di cuenta de que no te amo como yo había creído.
Candice soltó un gemido lastimero y lo miró fingiendo no comprender nada. Con qué facilidad demostraba emociones falsas, esa era una de sus cualidades.
—¿Qué...? No puedes estar diciéndome esto en serio...
—Lo siento, no sabes cuánto. Pero no puedo seguir mintiéndome, mintiéndote. No es justo, no para ti —Derek trató de hacerle comprender sus razones, pero ya sabía del dolor que de cualquier forma causaría en ella.
—No, no... Me niego a creerlo así nada más. ¿Entonces, por qué te casaste conmigo? ¿Por qué me hiciste creer que me amabas? —preguntó la pelirroja con la voz rota. Una lágrima recorrió su mejilla.
Derek bajó la mirada y la impotencia cubrió sus sentidos. Se sentía inmensamente culpable, pero ya no había otra salida. El daño era irremediable.
—Soy un maldito estúpido, y no me extraña que puedas odiarme o no querer volver a verme nunca. Pero tú no mereces a una persona que no te ame, Candice, mereces a alguien que esté solo para ti. Y me duele... Pero yo no soy esa persona. No la que tú necesitas. Yo... Por favor... Perdóname.
Derek se tomó de la nuca agachando la cabeza. No se podía sentir peor. Se imaginaba el calvario que debería estar pasando la pelirroja, aunque no podía hacer nada para remediarlo y hacer más pequeña la culpa.
Candice soltó más lágrimas y se ocultó el rostro con las manos. Aunque no había ni un ápice de tristeza dentro de ella, solo una furia contenida que tenía ganas de hacer estallar. Se arrepentirían, los dos. De eso estaba segura.
—¿Por qué? ¿Qué me falta para que puedas amarme? ¿Qué hice mal? O acaso... ¿Hay otra mujer? —Candice preguntó chasqueando la lengua en la última palabra.
Derek tragó saliva y la miró con dolor. Candice lloraba y se estaba rompiendo enfrente de él y le dolía. Después de todo, la consideraba su amiga, y una especial cuando al principio la había conocido. Aunque si era sincero, esa amiga desapareció hacía mucho tiempo, sobre todo, ya no la había reconocido cuando regresó a Detroit.
Derek se había dicho que le hablaría con la realidad, por muy dolorosa que le resultara; más valía una herida que varias, y eso lo conseguiría solo confesándolo todo. Era consciente de que tendría que hacer eso para poder tener algo de verdad con Elena, pero aun así, era difícil herir de esa manera los sentimientos de una persona.
—Candice... Tal vez me odies después de decirte esto, pero... Solo, por favor, escucha esto. Yo no lo elegí, ni siquiera lo sospeché. Solo... pasó —cerró los ojos incapaz de mirarla a los ojos—. Porque no pude ignorar el gran amor que nació de mi interior hacia...
Las palabras quemaban en su garganta al saber el gran dolor que provocaba en otra persona.
—¿Quién? Solo dilo —imploró Candice con un odio envenenado corriendo en su sangre. Pagarás esto Derek, al parecer, no me conociste bien.
—Elena... —contestó él resignado. Le dolía el sufrimiento de Candice pero, si era necesario eso para que pudiera tener a la mujer que amaba con locura, valía la pena. Por sobre todo, estaba dispuesto a luchar por ella.
Candice apretó los puños y apretó los dientes al oírle decir ese maldito nombre. Se levantó y se apoyó en el brazo del sillón, llevándose la mano a la frente.
—¿Qué? No, no puedo creerlo... No puedo creer todo esto. ¿Mi propia amiga me está traicionando? Y tú...
Derek se levantó y no rezongó ante nada. Todo lo merecía, ese era el precio que debía pagar por el amor, pero entonces tuvo miedo. Él solo heriría a una persona, Elena lo haría con sus amigos que sabía que quería con el alma. ¿Realmente estaba haciendo lo correcto? De pronto, se sintió la persona más egoísta del mundo. Si él no fuera tan débil, podría haber desaparecido y no haber provocado todo esto en la vida de Elena.
—No puedo creer que me haya casado contigo... Jamás imaginé que pudieras hacerme esto con... ¡Sabías que era mi amiga!
Al ver el rostro descompuesto de su esposo, Candice supo que su actuación estaba siendo muy realista.
—¿Por qué de entre todas las personas me traicionas con ella? Y de esa... No sabía qué clase de amiga tenía, ahora lo tengo claro. Son de lo peor por hacerme esto.
Derek ni siquiera pudo defenderse. Sin embargo, estaba tranquilo. Sabía del impacto ahora, pero pasaría el tiempo y esperaba que Candice lo superara, porque, de cualquier manera, sentía que ella tampoco lo amaba demasiado, no como antes creía. Y sabía que el orgullo y el coraje eran los que la hacían reaccionar de esa manera a la pelirroja.
—No, Candice. No sabía que era tu amiga cuando la conocí; no sé cómo pasó o cuándo... Solo, cuando tú regresaste, ya no me sentía la misma persona. Y ella tampoco sabía que yo era tu esposo.
—¡Mentiras! —gritó Candice limpiándose las lágrimas de la cara. Y esas eran de verdad, de furia, de saber —de los propios labios de Derek— la verdad que la hacía perder la cabeza. Elena no se quedaría con toda la fortuna, era de ella. No permitiría que Elena se quedara con lo que siempre quiso para sí misma.
—No te creo. No eres la persona que creía y mucho menos esa perra... Porque eso es lo que es al meterse contigo... —escupió con la voz cargada de odio puro.
Derek apretó la mandíbula, no iba a permitir que la llamara así a ella; a él podría decirle lo que quisiera, pero no permitiría que Elena cargara con eso también. Porque el mayor culpable había sido él, no ella. Elena intentó alejarlo, pero él no se lo permitió. Y ahora estas eran las consecuencias.
—No la culpes de todo, yo soy el único culpable. Ella siempre intentó alejarse de mí, y yo fui tan egoísta para no habérselo permitido, terminé arrastrándola a esto sin que pudiera reaccionar. Si a alguien quieres culpar, cúlpame a mí.
Candice lo miró incrédula. Lo único que estaba haciendo era aumentar su rabia, y eso era malo.
—De cualquier manera, me estás matando porque yo... —dijo con un sollozo cerrando los ojos. Los abrió y fingió tener una mirada de pesar. Derek estaba en el otro extremo de la sala, tratando de darle su espacio.
—Puedes odiame lo que quieras... No protestaré. Eres libre de decirme lo peor, yo juré nunca hacer esto... Pero..., no sería justo para ti que siguiera contigo. Te mentiría aún más y por eso... Lo mejor es romper esto cuanto antes. No quiero lastimarte más, Candice. Por eso... te pido que firmes el divorcio.
La pelirroja sonrió con tristeza ocultando muy bien su odio, que ahora mismo la estaba consumiendo. La estaba humillando, pero ya se arrepentiría más tarde. Lo tenía todo planeado: le contaría sobre su embarazo cuando llegaran sus padres, lo contaría enfrente de todos, Derek no podría hacer nada.
—Eso lo hubieras pensado antes de irte con mi amiga. No sabes cómo me siento... Y justo este fin de semana van a venir mis padres a felicitarme por mi matrimonio. ¿Qué les voy a decir? ¿Qué me has dejado por mi supuesta amiga?
Derek desvió la mirada, con la culpa en ella. Candice se veía tan deshecha, que estaba comenzando a preocuparlo e inevitablemente quería consolarla. Porque ella era su amiga o, al menos, la había considerado de esa manera. Y tener que hacerle eso, no era fácil.
—Yo...
Candice lo miró suplicante y con el semblante más frágil y derrotado que pudo fingir.
—Pero... Solo te pido una cosa. Firmaré el divorcio, pero después de que se hayan ido mis padres; al menos finge que estás enamorado de mí cuando lleguen ellos. Es lo único...
Derek tragó saliva. ¿Cómo había pasado de parecer tan enojada, tan llena de coraje a…? ¿Estar poniéndoselo todo tan fácil, sin objeciones? Casi resultaba anormal, comprendió, entonces, que la pelirroja en realidad se merecía a alguien que pudiera amarla de verdad. Porque de alguna manera lo que ella estaba haciendo le parecía justo.
—Está bien, si es lo que quieres... —la miró con tristeza—. De verdad, Candice, yo no soy el hombre que necesitas, ya te darás cuenta... —lamentó.
—Aunque si no te molesta... Me mudaré a un departamento. Tú... puedes quedarte aquí hasta que hayamos repartido todos los bienes —aclaró él todavía sin creer que fuera así, sin más. Había pensado que sería un problema mucho más difícil y que de ninguna manera Candice le pondría las cosas tan sencillas.
La pelirroja asintió quitando las últimas lágrimas de su mejilla.
—Está bien... Solo espero que puedas estar aquí en la cena con mis padres. Después de eso... nos divorciaremos. Yo tampoco puedo estar con un hombre que no me ame. Y, aunque me duela que me dejes por la que era mi amiga, no quiero guardar rencor — gimoteó Candice bajando la mirada. Estaba orgullosa; si se hubiera dedicado al cine, sería una gran actriz, sin duda.
Derek asintió y dio dos pasos hacia la salida. Quería huir de ahí; ya el daño estaba hecho, sin vuelta atrás. Ahora seguramente Candice querría su espacio.
—Gracias, Candice... Espero que algún día puedas perdonarme y encontrar a alguien que te quiera por sobre todo. Y... A pesar de las cosas, no he dejado de considerarte mi amiga, por eso decidí hablarte con la verdad. No es justo que te estuviera mintiendo.
Candice sonrió y se encogió de hombros.
—Adiós, Derek —lo despidió.
“Pronto te veré sufrir y quitaré tu sonrisa. No escaparás de mí”, pensó Candice con una sonrisa en los labios.
Él suspiro y salió de la que por un mes había sido su casa. Ya estaba hecho, ya había pagado el precio por el amor que sentía hacia Elena, aunque ahora lo asaltaba otra clase de miedo. Temía que Elena no pudiera soportarlo y lo dejara. Y si eso sucedía... Estaba seguro, dejaría vivir en paz a todos y se marcharía lejos.
Elena apretó los labios tratando de reprimir una lágrima que quería dejar salir. Jason la había estado ignorando durante todo el día y, aunque aún no le había dicho nada a su hermano Jordán, sabía que pronto todos se enterarían. Y más al saber que ese día Derek le había pedido el divorcio a Candice. Se sentía miserable. Era tan egoísta que prefería su propia felicidad antes que a sus amigos. No le importaba lo que pudiera provocar, mas aun así, no dejaba de doler como el demonio.
—¿Elena? Te estaba buscando —dijo Manón tocándole el hombro.
La chica se volvió hacia su amiga tratando de colocar una sonrisa en sus labios.
—Hmmm ya iba para allá —dijo Elena despreocupada.
Manón entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.
—¿Es Jason...? Sabes que es difícil esto, Elena y aún más porque ese chico está enamorado de ti... Es obvio. Por eso es que está herido —intuyó su amiga tratando de reconfortarla. No le gustaba ver a Elena de esa forma y, aunque comprendía su relación con Derek, sabía que cualquier otra persona pensaría lo peor de ella.
Elena bajó la mirada derrotada.
—Están siendo las cosas difíciles, Manón, pero bueno, sabía que esto iba a pasar, aun así... me duele —admitió desviando la vista. Manón cruzó los brazos y se recargó en uno de los casilleros.
—¿Estás segura de estar haciendo lo correcto? Porque sacrificarás amistades por amor, Elena, y eso no es nada fácil. ¿Sabes? Me recuerdas a Medea, la protagonista del libro de Euripides. Básicamente prefirió a Jasón que a su propio hogar.
Elena sonrió al escuchar las comparaciones de Manón.
—Pero, ya, en serio. ¿De verdad harás todo esto? Porque tal vez puedas arrepentirte...
Elena sacudió la cabeza. No, definitivamente estaba segura de su elección. De hacer lo contrario, el dolor de dejar a Derek no se compararía con el que estaba sufriendo ahora mismo.
—Lo amo, Manón. Por sobre todo. Aunque odio el destino. ¿Por qué demonios no lo conocí antes que ella?
—No lo sé, sabes que la vida es una perra. Pero bueno, vámonos. Creo que va a llover y Ian nos está esperando fuera del estacionamiento.
Elena asintió y caminó junto a su amiga hasta llegar al coche de Ian, el chico de ojos verdes que al parecer estaba hablando con Tom, su novio.
—Creo que los vamos a interrumpir —susurró Manón.
Elena sonrió divertida. Cuando se acercaron, el muchacho con el que estaba platicando Ian ya se había marchado.
—¿Cómo vas con él? —preguntó Elena entrando al asiento del copiloto, mientras Manón lo hacía en los traseros. Cerró la puerta abrazándose, ya había comenzado a llover más fuerte y la temperatura había bajado.
—De maravilla —contestó su amigo.
Las dos chicas se la pasaron molestando durante todo el trayecto a su amigo con una pregunta seguida de la otra. Elena lo habría querido llamar a Derek, pero sabía que ahora estaba en el hospital y no deseaba molestarlo durante su trabajo, por lo que lo llamaría después para saber qué había pasado con Candice.
—Bueno, llegamos —dijo Ian estacionando el auto enfrente del departamento de Elena. La castaña se despidió de sus amigos y Ian arrancó el auto; ella se quedó de pie en la acera. Sonó su celular, era Jordan; le pareció extraño, su hermano nunca la llamaba a esa hora. Él se había ido de la universidad antes que ella. ¿Tal vez había olvidado algo?
Contestó la llamada.
—¿Jordan?
—Elena, más vale que te prepares a todo esto cuando llegues —le advirtió su hermano. Supongo que ya sabes a qué me refiero.
—¿Lo saben?
—Sí. ¿Por qué no me lo habías dicho? —su hermano sonó herido—. Yo jamás podría pensar mal de ti, pero... Los otros no dicen lo mismo.
—Ya te lo explicaré todo, Jordán; sé que sabes cómo soy —dijo Elena con un nudo en la garganta y las manos sudorosas.
—Sí y por eso mismo te voy a defender, pero tienes que enfrentar esto —dijo su hermano antes de colgar.
Elena soltó el aire de sus pulmones y miró hacia arriba, donde se encontraba su departamento.
Había pensado que podría enfrentar eso, pero ahora tenía miedo. Sin embargo, debía recordar que Derek la amaba tanto como ella a él. Y eso era suficiente para enfrentar a todo el mundo si era necesario. Y por más prohibida que fuera su relación.
—Tengo que enfrentar esto —susurró Elena comenzando a caminar hacia la entrada. Si ya sabían toda la verdad, o era que Jason lo había confesado, o que Derek le había dicho la verdad a Candice, de cualquier manera, el resultado sería el mismo.
Con un nudo en el estómago avanzó hasta su departamento y tocó la puerta. Le dolería más que todos, su amiga Chloe. Ella ya sabía de su enamoramiento con Derek, pero Elena había prometido que no intentaría nada, ya sentía la dolorosa opresión en el pecho. No tuvo que esperar demasiado para que abrieran, pero se quedó estática por un segundo al ver quién estaba también. Candice, la pelirroja la estudiaba de una forma que, si la mirada matara, ya estaría del otro lado.
—Miren quién está aquí, la amiga que me quitó a mi esposo —rugió la pelirroja apartándose de la entrada y dejando ver a Chloe, Jason y Jordan detrás de ella, todos de pie a un lado de la sala.
Sus amigos la veían con tristeza, decepción, mientras su hermano parecía librar una batalla interna. Elena negó y entró.
—No es lo que parece... —dijo Elena mirando a la rubia, que sonrió con burla.
Jason parecía abatido y triste. El nudo en su estómago aumentó.
—¿No? Mira lo que has hecho, Elena. Estar enamorada era una cosa y una muy diferente es hacer lo que hiciste. Nunca esperé esto, no de ti... —contestó Chloe con decepción.
No comprendía por qué Elena había sido capaz de traicionar a Candice. Y le dolía que Elena le hubiera mentido todo este tiempo.
—Sé que, si les digo cómo paso todo, no cambiará nada.
—Eres despreciable, Elena, no hay excusas. Preferiste a él por sobre Candice, nuestra amiga, no te importó su sufrimiento —escupió Chloe.
Entonces Elena lo supo, por eso no se sentía lo suficientemente culpable por estar traicionando a Candice, porque ya ni siquiera la conocía y mucho menos como amiga.
—Tal vez porque ya no somos amigas, Candice. La persona que eres ahora no es la que conocí. Y no sé por qué, pero algo me dice que nunca fuiste mi amiga... —Elena apretó los dientes recordando de repente todas las ocasiones donde ella había necesitado su ayuda y la pelirroja siempre la había ignorado. Tal vez lo había pasado por alto para no buscar problemas, pero ahora, cada detalle regresaba a su memoria de golpe.
Tal vez, Candice, nunca había sido su verdadera amiga y ella había estado sin querer verlo.
La pelirroja soltó una risa.
—No me hagas reír, tú eres la que menos derecho tiene a recriminarme nada, no intentes parecer la buena. Porque no lo eres, eres una pe...
—Cállate, Candice —intervino Jordan con el cuerpo tenso.
Todos los miraron sorprendidos, especialmente Chloe que también lo miraba confundida.
—Pero, Jordan... Mira lo que ha hecho tu hermana. Ni siquiera la reconozco. También me traiciono a mí —recriminó Chloe con un rastro de dolor en su voz.
Jordan negó y caminó hacia Elena.
—Nadie puede juzgarla de esa manera, sobre todo, cuando tal vez no seamos los más puros —esta vez miró inquisitivamente a Candice—. Sea lo que sea que parezca ahora, sé qué tipo de hermana tengo, Chloe. Tú eres o eras su amiga, pero yo soy su hermano. Hay una diferencia.
Chloe lo miraba apretando los dientes, con la mirada confundida.
—Pero Jordan, sabes en qué lugar queda ella al hacer esto, no la puedes defender —intervino Jason.
Elena no pudo evitar sentir una opresión en el pecho. Estaba perdiendo a sus mejores amigos, sus ojos querían llenarse de lágrimas. Pero era verdad. Había elegido a alguien más por sobre ellos, no tenía excusa.
—Sé quién es mi hermana y no es la que están acusando.
—Me lo esperaba, aunque tu hermanita se haya metido con mi esposo, tú siempre la defenderás verdad. Eso no importa, ella no deja de ser una vergüenza, que no sabe respetar —menospreció Candice mirándolos con odio.
—Di lo que quieras, Candice; lo que dice Elena es verdad. Tú nunca fuiste su verdadera amiga.
La pelirroja mostró los dientes con burla para después centrar su atención en la joven. Elena apartó a su hermano y suspiró. Esto tenía que enfrentarlo ella, no quería arrastrar a Jordan también.
—Tienes razón, merezco todo lo que me dices, pero nunca sabrás mis razones, ni siquiera las comprenderás —Elena miró con tristeza a su amiga rubia—. Sé que es difícil para ti Chloe porque Candice también es tu amiga. Y me equivoqué, debí decirte la verdad completa. Pero desearía que solo pudieras escucharme.
—No es necesario... No puedo creer que hayas sido capaz de esto, Elena... Pensé que las tres teníamos una amistad verdadera —contestó la rubia negando con la cabeza.
Elena tragó saliva tratando de desaparecer el nudo en su garganta. No le dolía Candice, pero sí los dos hermanos rubios que consideraba una de las personas más importantes en su vida.
—No quería que esto acabara así, Chloe —farfulló casi con la voz rota.
Su amiga la miró indiferente. Elena supo que, si le hubiera dicho de su decisión antes, tal vez eso no estuviera pasando. Pero comprendía a su amiga, Chloe sabía de su enamoramiento con Derek, pero ella misma le había prometido que no intentaría nada con él. Pero, entonces, ¿de quién era la culpa? ¿Era ese sentimiento tan fuerte y tan difícil de aceptar?
—No veo de qué otra forma.
Elena negó reprimiendo las lágrimas que quería soltar. Sabía que eso sucedería, que dolería, pero hasta ahora se daba cuenta del precio de las cosas. Una parte de ella se decepcionaba ya que estaba haciendo lo que nunca se imaginó, pero, cuando estaba con él se sentía tan fuerte y segura, que dejaba de importar el mundo entero. Entonces, supo que el amor te hacia cometer verdaderas locuras y cosas que nunca pensaste hacer antes.
—Vete, Elena, creo que ya no tienes nada que hacer aquí —la despidió Chloe con amargura.
Elena asintió y aguantó las lágrimas un poco más hasta que pudo salir del departamento. No tuvo idea de que Jordan la siguió hasta que él la estaba estrechando en sus brazos. No pudo contenerse más, el sentimiento que la perforaba parecía no saciarse con las lágrimas derramadas. Había perdido a dos de sus amigos, pero el amor lo compensaría, quería pensar. Y tal vez, algún día podría volver a recuperarlos, trató de creer.
—Tranquila Elena, aunque no sé bien cómo son las cosas, te creo. Nunca desconfiaré de ti —aseguró su hermano entre su cabello. Elena trató de sonreír y se apartó de Jordan.
—Gracias, Jordan, pensé que tampoco me escucharías al estar tú con Chloe.
—Elena, eres mi hermana. ¿Crees que no te preferiría a ti antes que a nadie? —preguntó su hermano serio.
Elena asintió con culpabilidad.
—Por favor, no quiero ser la culpable de que tu relación se complique. Déjame esto a mí.
Jordan soltó un suspiro cansado.
—Eso no importa, podrías hacer cualquier cosa y aun así jamás permitiría que te humillen de esa forma delante de mí —dijo su hermano con coraje.
Elena sonrió, pero necesitaba un respiro, estar sola.
—Creo que no me quedaré por aquí más tiempo, no quiero problemas, Jordan. Yo... Por ahora solo quiero estar sola.
Su hermano asintió dándole un beso en la frente.
—Solo llámame estés donde estés y si quieres que te haga compañía, iré, ¿de acuerdo? —expresó su hermano con preocupación. Elena intentó sonreírle para ya no alterarlo más y le dio un abrazo de despedida.
—Lo haré, gracias por esto.
Jordan le sonrió con amor.
—Siempre.
Elena salió del edificio con una presión incómoda en el pecho, sabía que tenía que desahogarse. Le dolía cómo sus amigos habían pensado lo peor de ella y cómo ni siquiera había tenido el beneficio de la duda. Caminó hasta llegar a un parque tranquilo y armonioso, solo con los sonidos de los animales y las risas de algunos pequeños. Se sentó en una banca y se abrazó a sí misma.
Su mirada quedó fija en una pareja joven que pasaba junto a una pequeña niña de rizos largos. No pudo evitar imaginarse de la mano de Derek. Solo estaba enamorada. ¿Por qué todo tenía que ser de esa manera? Deseaba ser libre de cualquier culpa y caminar de la mano como aquel par de jóvenes. Felices, disfrutando de su amor.
Una lágrima silenciosa escurrió por su mejilla que rápidamente limpió con el dorso de la mano. El daño estaba hecho, no había vuelto atrás. Pero el sufrimiento era opcional. Y ella ya no quería seguir haciéndolo. Ese era el precio que debía pagar por su felicidad junto a Derek y comprendió que valdría la pena, si es que las cosas terminaban como en sus sueños.
Se levantó de repente con una necesidad inhumana de estar con él ahora mismo. Comprendió que de nada había servido abstenerse el día anterior, de cualquier manera, el sabor del dolor era el mismo, ese día y ahora. Necesitaba verlo, saber que eran el uno para el otro y nada los detendría, que él era todo lo que necesitaba para seguir avanzando. Sacó su celular y le envió un mensaje indicándole que viniera por ella. No tuvo que esperarlo mucho tiempo de pie en la acera, Derek llegó casi al momento.
De pronto unos brazos cálidos y fuertes la rodearon, provocando que cualquier duda se disipara. Elena lo abrazó con fuerza y escondió su rostro en su cuello. Nunca en unos brazos se había sentido tan segura y completa. No tenían que decir nada; Derek sabía de lo que había pasado Elena hacía unos minutos, también sabía de lo que los dos finalmente habían enfrentado; sin embargo, gracias a la conexión, al amor y a la seguridad que sentían los dos, todo dejaba de importar.
Derek respiró el aroma de su cabello y, aunque le dolía como el infierno que ella estuviera triste por lo que acababa de perder, se alegró de tenerla junto a él, resguardada en sus manos donde trataría que ella ya no sufriera más. No tuvieron que decir nada durante el trayecto en el auto, sus miradas decían mucho más que cualquier comentario. Podían sentir el dolor de cada uno, pero al mismo tiempo la intensidad de su sentimiento que no dejaba lugar a la duda, enfrentarían cualquier cosa, aun si fuera muy dolorosa.
Habían llegado al nuevo departamento de él, con un único deseo latente en sus miradas. Se necesitaban, ahora más que nunca. Derek pegó la espalda de Elena a la pared después de haber cerrado la puerta; unieron sus labios con frenesí, con desesperación desenfrenada.
Elena rodeó su nuca tomándolo del cabello con fuerza, en un intento de tenerlo más cerca. No le importaba nada, solo quería ser suya y que él fuera de ella. Sintió cómo los brazos de Derek la tomaban de la cintura y la elevaba con facilidad mientras la besaba sin cesar; Elena rodeó con sus piernas su cintura y se aferró a sus hombros casi clavándole las uñas en la carne. El muchacho dejó de besarla y bajó por su cuello tratando de no dejar ni un centímetro de piel sin poder acariciar. Derek sentía el deseo, la pasión, la conexión entre sus cuerpos y sus mismas almas, como si siempre hubieran estado esperando para ese momento. Jamás había sentido tales sentimientos tan arrolladores con ninguna otra mujer. No aguantaba más, quería hacerla suya ya, de una maldita vez.
Elena sintió cómo de pronto él comenzó a caminar hacia su cuarto con ella pegada a su cuerpo y después cómo su espalda sentía la suavidad de las sábanas. Derek no perdió ni un segundo, se quitó la playera negra y quedó con el torso desnudo, fuerte, con los músculos suficientes para hacerla jadear. Elena se maravilló de su cuerpo soltando un suspiro, aunque lo que la hizo temblar fueron sus pozos azules oscurecidos, tan latentes de deseo, de frenesí, de ese sentimiento tan único; la desarmó y la pasión aumentó en su cuerpo. Lo atrajo aferrándolo por la espalda, acariciando sus hombros anchos y fuertes. Sentía el calor emanar de su cuerpo y su olor tan embriagador que le nublaba los sentidos. La muchacha sintió cómo las manos de él se movieron para quitarle la blusa de un tirón y el sostén en un arrebato.
Derek besó sus labios y bajó por su cuello, llegando hasta sus pechos. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Elena cuando sintió el roce de su boca en esa parte sensible de su piel. Entonces Elena sintió cómo sus manos ascendían por sus muslos debajo de su falda ligera y cómo sus labios besaban la piel sensible de sus pechos, ahogó un gemido proveniente desde su interior. Pareció con eso incendiar aún más la pasión entre ellos, la muchacha no fue consciente de cómo Derek ya había logrado quitarle la falda; quedó semidesnuda delante de él y los colores volaron a su rostro al ver cómo él la contemplaba.
El pelinegro sonrió y la miró intensamente, dejando expuestos sus sentimientos, para que Elena pudiera ver en ellos cuánto la amaba y la necesitaba.
—Eres hermosa, Elena —susurró con la voz ronca nublada de deseo—. Y te amo.
Elena se sintió en el cielo con esas palabras y olvidó todo lo demás, ese momento era de ellos, que quedaría imborrable en sus memorias. La pasión y el deseo controlaron sus cuerpos y los dos ya estaban desnudos completamente. Él abrió sus piernas y se posicionó entre ellas, después de haberse puesto el preservativo, antes de acomodarse en su centro; la miró a los ojos, admirándola. Sentía que nunca nadie vencería el amor entre ellos. Elena sonrió ante esas lagunas azules oscuras y profundas y se aferró a su espalda lista para que sus cuerpos se hicieran uno solo por primera vez.
—Te amo —susurró y, sin atrasarlo más tiempo entró en ella con un rugido de placer. Elena lo recibió con un gritito que escapó de sus labios, por la sorpresa de la invasión en su cuerpo; su vida sexual había sido muy escasa, por lo que no pudo evitar sentir molestia. Derek, al notarlo, se quedó dentro de ella sin moverse, esperando a que se acostumbrase su interior. El ardor fue disminuyendo y un nuevo deseo comenzó a recorrerle la piel. Entonces, sin darse cuenta, sus labios cobraron vida rogándole por más, y eso fue lo único que necesito él para dar rienda suelta a toda la pasión que lo consumía. Sus cuerpos se amaron de todas las maneras posibles llevándolos a la cima del placer, temblando por el arrebatado encuentro. En ese momento comprendieron que sus corazones, después de todo, sí tenían una función aparte de la obvia: amar y, en su caso, amar con verdadera intensidad.
Y al caer la muchacha sobre el pecho de él, agotada, temblorosa y con una sonrisa en los labios después de lo más hermoso que le hubiera pasado nunca, comprendió una cosa: estar ahí entre sus brazos era su verdadero hogar y lo único por lo que lucharía.
Por sobre todo.