Capítulo 26

Luna nueva

Elena sintió la angustia en su pecho antes de siquiera saber por qué se sentía de esa manera. Derek se recargó contra la puerta, los brazos cruzados sobre su pecho y su mirada sombría, angustiada, infernal. ¿Qué sucedía?

—¿Perdonar? Derek, por favor, dime que está pasando... —Elena se dejó caer sobre el borde de la cama. Entonces él subió la mirada y la traspasó con esos pozos azules, ahora oscurecidos.

—¿Sabes qué tú eres mi vida entera, no? ¿Sabes qué te preferiría a ti por sobre todo, no? —preguntó Derek sin quitarle la mirada.

Elena frunció las cejas, no entendía por qué le estaba diciendo aquello.

—Derek, no entiendo. ¿Sucedió algo? ¡Por favor, dime!

—Elena... —Derek bajó los brazos al costado de su cuerpo, rendido—. Tienes que escuchar todo.

Derek tragó saliva sintiendo que una navaja rasgaba su corazón, veía la confusión y el temor en los ojos café de Elena y sabía que pronto vería lágrimas amontonándose en ellos.

—Solo dilo —susurró Elena sin emoción, sabía que era algo muy malo, demasiado malo, pero lo mejor era saberlo ya, antes de que la angustia la matase.

—Tienes que entender que si lo hubiera sabido antes, que si hubiera estado enterado antes, nunca... Jamás te hubiera prometido un paraíso para los dos, jamás hubiera tratado de que estemos juntos, aunque por dentro me estuviera muriendo por ti. Me hubiera alejado de ti, para no hacerte más daño. Pero... No sabía y ahora que lo sé, me está partiendo por dentro...

—Qué es lo que sabes, Derek —imploró Elena ahogando un sollozo. Su mente comenzaba a buscar posibles razones y una ya se estaba formando en su cabeza y, con eso, hundiendo su corazón.

—Candice... está embarazada, lo estaba antes de llegar a esta ciudad, nunca me lo dijo, jamás me habló de ello.

Elena soltó todo el aire de sus pulmones, las piernas le temblaron, y el corazón latía desbocado en su pecho. No podía emitir una palabra, todo giraba a su alrededor.

Derek cerró los ojos sin querer ver el rostro de Elena.

—Ella... me engañó diciéndome que me daría el divorcio si aceptaba estar en la cena con sus padres; en realidad, no está en sus intenciones dejarme ser feliz contigo... Pero yo, Elena, me divorciaré de ella, así me ponga mil trabas.

—Y qué pasara con tu hijo... —esas palabras fueron como ácido en los labios de ella, le dolía como los mil demonios que Candice estuviera esperando un hijo del hombre que amaba, pero algo le decía que eso no era todavía lo más doloroso.

—Ella ha perdido los estribos... Candice está cegada en su odio por ti y quiere que este sea también mi castigo; no haría nada de esto si yo me fuera con cualquier otra, pero como eres tú, no lo puede aceptar. Y por esa misma locura me está poniendo a elegir... —Derek se detuvo y miró a Elena que seguía con la mirada clavada en el suelo, con las manos crispadas en torno a las sábanas—.…entre mi hijo y tú. Me amenazó diciendo que si te elegía a ti, me quitaría al niño. Y, Elena, tengo que ser sincero contigo, es lo menos que te mereces por hacerte sufrir de este modo... —su voz se quebró en la última palabra.

Derek respiró hondo y le contó la oscura historia de su familia.

—Un hermano de mi padre, en realidad, su hermanastro, estuvo involucrado con la mafia. Con mucho dinero él pudo salir de la cárcel, pero es un pasado negro que recayó sobre toda la familia, así que Candice está muy convencida en poder quitarme al niño si me acusa a mí de estar dentro de esas cosas, me echaría tierra hasta lograr su objetivo. Yo..., Elena, no puedo concebir una vida donde tú no estés, por eso... Te quiero a ti, no me importa si Candice trata de quitarme al niño, yo lucharé hasta el final para que no lo logre, y, si no lo consiguiera y ella ganara, aún seguiría prefiriéndote a ti; por eso, yo te elijo a ti, Elena, sobre todo... Solo tú tienes que aceptarlo —las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Derek, le dolía ser capaz de renunciar a algo que él mismo había creado, pero no podía imaginarse siquiera sin Elena, porque el dolor era aún mucho más grande.

—Derek... No puedes hacer esto, no puedes pretender que yo acepte algo así —Elena se sentía rota, sangrando por dentro, por ya saberse fuera de la vida del hombre que amaba con todo su ser; todo por el odio que le tenía esa mujer, un odio que estaba destruyendo su vida sin poder hacer nada, pero a pesar de eso, ponerla a ella sobre su propio hijo era descomunal, irracional y un terrible error de él. Y Elena sabía que, aunque ahora Derek no lo comprendiera, acabaría arrepintiéndose más tarde. Y ella no podía hacer eso, no podía hacerle eso a él.

—Ella está cegada por su odio hacia mí y créeme que es capaz de cumplir esa amenaza, te quitará a tu hijo, Derek, hagas lo que hagas y, si seguimos juntos solo conseguirás eso. Ya entiendo lo que quiere, ya comprendo cuál es su verdadero objetivo: destruir mi felicidad por medio de ti... Y por más que quisiera defenderme, no podría contra esto, Derek, no puedo quitarte algo hermoso por seguir estando contigo... No entiendo por qué me odia tanto, pero la única solución a todo esto es que me marche... Y hagas tu vida con alguien más, así ella no te quitará a tu hijo, ni tendrás que elegir entre nadie. No quiero ser la responsable de que renuncies a tu propia sangre.

Las lágrimas salían de sus ojos sin control cuando se levantó hacia el armario, tenía que irse, no entendía por qué todo se había empeñado en separarla de Derek, por qué el destino no apoyó el amor que se tenían los dos. Elena estaba segura de que se hubiera quedado con Derek, hubiera luchado con él contra cualquier cosa, pero contra su propia felicidad..., no se quedaría con él, así no. Ella sabía que siempre estaría a su lado, siempre y cuando no estuviera en juego su tranquilidad, y ahora lo estaba. Sería egoísta si aceptara que Derek perdiera a su propia sangre por ella.

Tal vez esa era la manera de la vida para decirle que nunca sería completamente feliz, que siempre habría alguien o algo para echarlo a perder todo.

—No, Elena, por favor, podemos hacer esto juntos. Jamás conoceré a mi hijo, no me hará daño. Recuerda que no podemos extrañar si no lo hemos conocido, por favor... —Derek se acercó a ella por detrás, mientras la chica seguía sacando toda su ropa.

No, Elena no podía dejarlo, acabaría con él si lo intentaba, tenía que detenerla.

—Jamás me quedaré contigo, si eso pone en riesgo tu felicidad, Derek —Elena se volteó hacia él con las lágrimas y la furia corriendo por sus venas; rabia porque desde un principio fue un riesgo estar con él y ahora pagaba el precio—. No puedo quedarme para ver después lo que queda de ti cuando esa mujer te quite a tu hijo, no me quedaré para ver que arruiné una parte de tu felicidad...

—Tú lo has dicho, es una parte, la parte más grande eres tú. ¿Qué no lo entiendes? Me vas a dejar sin vida si te vas, Elena... —suplicó con la voz estrangulada, temblorosa.

La muchacha negó limpiándose las lágrimas del rostro. Cada célula de su cuerpo dolía al tener que dejarlo, lo sabía.

—Esa parte se va ir haciendo más grande a medida que pase el tiempo, Derek, hasta que te consuma por completo. Y si yo me voy, tu hijo lo llenará todo de alguna forma... Además podrás volver a enamorarte, que sé yo. Pero esa es la verdad, lo sabes.

—No funciona así conmigo, Elena, tú lo eres todo... —Derek la tomó de la cintura acercándola a su cuerpo—. Te odiaré si me dejas.

—Y tratar de chantajearme no funciona conmigo, Derek, lo siento... A mí también me está matando esto, también desearía que solo fuera una pesadilla, pero no lo es —Elena llevó las manos a su pecho tratando de alejarlo, tenerlo cerca no ayudaba para ganar fortaleza e irse.

—No me hagas esto, Elena; si te vas me dejarás sin nada, estaré con mi hijo y separado de esa mujer, pero nunca podré enamorarme otra vez, jamás habrá espacio en mi corazón para otra mujer. Y yo no quiero una felicidad a medias, yo la quería completa y compartirla contigo —sus labios estaban cada vez más cerca de los de ella.

Elena dejó de luchar contra el deseo y el amor, y se permitió morder la manzana por última vez, después de todo, jamás volvería a vivir algo como aquello. Ella se caracterizaba por nunca rendirse, por enfrentarse a cualquier cosa, pero en esa ocasión el odio de Candice la había sobrepasado, porque lo que estaba en juego era la misma felicidad de Derek, y contra eso no podía luchar.

Derek se sorprendió cuando Elena rodeó su cuello con los brazos y se lanzó a besarlo con fuerza, con amargura, con dolor, con lamento. Comprendió que ella no lo estaba besando porque había aceptado quedarse con él, sino que se estaba despidiendo.

Por eso no pudo evitar que una lágrima escapara de sus ojos cuando la cargó en sus brazos y la depositó en la cama.

Si ella no cambiaba de opinión y lo dejaba, entonces, aprovecharía todo lo que pudiera para contemplar el sol y las nubes blancas, ya que la noche sería larga y las estrellas no bastarían para iluminar su cielo.

Se besaron con ganas, se acariciaron sin dejar ni un milímetro de piel sin rozar; el dolor de la separación, del sufrimiento que pasarían después de aquello provocó que los dos quisieran extraer hasta el último suspiro del otro. Elena le devolvió el beso con fiereza, enterrando las uñas en su espalda, tocando con desesperación todo su cuerpo; sería la última vez que estaría en el cielo y quería que ese recuerdo jamás se borrara, que perdurará hasta el último de sus días.

Se despojaron de sus ropas en un santiamén, no había delicadeza ni ternura en sus caricias y besos, sino dolor, pasión y amargura; ganas de quedarse en la piel del otro para siempre, ganas de crear caricias imborrables y que, de alguna forma, les permitiera vivir al recordarlo. Jadeos, gemidos llenos de pasión y asombro. Elena temblaba bajo su tacto, poco le importaban los arañazos de sus uñas en su espalda; respiraba su aliento fresco; él sentía sus piernas enrolladas en su cintura, sus manos aferradas a sus hombros y el infinito deseo y amor en su mirada café. Derek no lo pensó más: se hicieron uno en un solo arrebato, y se amaron como solo se puede amar a la persona por la que darías hasta la vida. El encuentro fue alucinante, increíble, arrollador y dolorosamente infernal también, porque los dos sabían que se trataba de la última vez.

Los jadeos, el sudor, el amor que los uniría siempre a pesar de la separación, y el deseo insaciable se hicieron dueños de esa noche, en la que dos personas, más que demostrarse y unir sus cuerpos, anclaron con cadenas de hierro sus almas, y eso era suficiente para sobrevivir en una tormenta eterna.

Elena abrió los ojos de repente, tuvieron que pasar algunos segundos para que todos los recuerdos de la noche anterior llegaran a su mente, y el dolor en su pecho no se hizo esperar. Tomó aire y se levantó de la cama sin despertar a Derek, al que prefería no mirar si quería mantenerse de pie y fuerte. Vio el reloj, eran las cinco de la mañana; dos lágrimas se escurrieron por sus mejillas y apretó los dientes para ahogar un sollozo. Tenía que pensar qué hacer rápido, su mente comenzó a trabajar hasta buscar la salida correcta.

Elena se vistió sin ver en realidad qué se ponía y terminó por guardar todas sus cosas en las dos maletas. Derek seguía aún sumido en el sueño. Elena tomó su celular y, antes de marcar el número, se atrevió a mirar a Derek; una parte de ella todavía quería quedarse, pero eso no podía ser, no podía ser egoísta. Ella estaba segura de estar haciendo lo correcto, Derek se quedaría con su hijo y podría hacer una vida con alguien más, alguien que al menos lo hiciera sonreír; ella no podía arrastrarlo a la frustración de saber que tenía un hijo y no conocerlo, de no haber podido estar con él. El odio de Candice esta vez había sobrepasado todas sus opciones por quedarse y, aunque quería con toda su alma vengarse de ella, esta vez la pelirroja la había atacado donde no podía defenderse; tan solo esperaba que la vida pudiera regresarle el golpe a aquella mujer, rogaba por eso.

Elena hizo todas las llamadas a su tía del estado de Colorado y también avisó a su familia que se marcharía, escudándose con buenos argumentos que ellos creyeron, aunque tuvo que sincerarse con Jordan; él le prometió jamás revelar su paradero a nadie, mucho menos a Derek. Terminaría la universidad en Colorado, haría uso de todos sus ahorros y también buscaría un buen trabajo. Tenía que aceptar que el fantástico sueño junto a Derek había acabado, que la vida no era un cuento de hadas como había imaginado.

Con lágrimas en el rostro, Elena escribió en un pedazo de hoja sus últimas palabras a Derek, dobló el papel y selló también con cuidado su corazón, ya que este se quedaría con él para siempre, ya no lo necesitaría más. La chica tomó las dos maletas y sin hacer ruido caminó hasta la puerta; antes de cruzarla, miró sobre su hombro por última vez a Derek para quedarse con esa imagen del rostro tranquilo y sereno de él en su mente, que perduraría hasta siempre en sus recuerdos.

Sin mirar atrás, Elena se subió al auto sintiendo que ahora habitaba en su cuerpo la mitad de su ser; apretó el volante y aceleró cada vez más, para dejar atrás la ciudad y a la razón de su existencia, la misma con la que el dolor de Elena crecía en su interior.

Derek despertó con el corazón acelerado, movió el brazo esperando sentir el cuerpo caliente de Elena, pero solo encontró las sábanas. Salió de la cama con un salto, ella no estaba. Miró el armario vacío, sus maletas ya no se hallaban en la esquina de la pieza, entonces sintió que una daga le atravesaba el corazón.

—¡Elena!, ¡Elena! —gritó con fuerza saliendo del cuarto, la buscó por todo el apartamento con la esperanza de encontrarla, salió al estacionamiento y el coche de ella... ya no se encontraba.

—¡Mierda! —gritó enfurecido.

No fue consciente de cuando sus piernas se doblaron y terminó de rodillas sobre el pavimento, con la desesperación y el dolor en sus ojos, con el fuego que lo estaba consumiendo por dentro. Elena lo había dejado y él despertó tan tarde que no pudo retenerla. Derek gritó con rabia, ahí, fuera de ese pequeño apartamento, sin pensar en si había gente cerca. Golpeó el suelo con su puño, por lo que la sangre brotó de sus nudillos; poco le importaba. Ya nada importaba si Elena lo había abandonado. ¿Por qué? ¿Por qué tuvo que terminar así lo suyo? Las lágrimas se amontonaron en sus pozos azules y las dejo caer, salpicando en el pavimento. Hizo llamadas al teléfono de la chica, ninguna contestó. Incluso llamó a sus padres, a su hermano, mas estos le dijeron que no podían darle la información de dónde se encontraba el amor de su vida, o a dónde había ido. Tiró el teléfono contra el piso; le interesaba un carajo.

Se odiaba, no había sido suficiente para su princesa; entendía a Elena, la comprendía perfectamente porque ella estaba haciendo un sacrificio por su felicidad, pero el problema, era que Elena había olvidado que su felicidad estaba con ella, y ese sacrificio no tenía ningún sentido al marcharse.

Con lo poco que quedaba de él, volvió al departamento, sintiendo un enorme hueco en su pecho, un vacío que hasta dolía físicamente. ¿De verdad Elena pensó que al irse había salvado su felicidad? Se había equivocado. Derek vio entre toda el agua de sus ojos, una hoja doblada sobre las sábanas; el dolor lo atravesó al mirar la elegante caligrafía de Elena, sin embargo, no quiso leerla aún y la guardó en su pantalón, donde comenzó a quemarle. La furia, la rabia corría por sus venas, no podía perder tiempo. No quería estar emparentado a aquella mujer ni un segundo más.

Los siguientes días fueron un infierno, vacíos, sin sentido; todo se había venido abajo para Derek, aunque por suerte para él, su hermana Caroline no llegaría hasta días después, por imprevistos de la empresa. Eso lo aliviaba, su hermana sufriría al verlo en el estado en que se encontraba. Pero al menos ya había hecho lo más importante.

Por fin se estaba divorciado, por fin sin ninguna atadura a esa mujer que ahora no podía ver, ni siquiera decir su nombre, así fuera la madre de su hijo.

Candice había sonreído triunfal al enterarse por medio de Chloe y Jason que Elena se había marchado lejos de la ciudad para siempre.

La pelirroja le había dado el divorcio a Derek, con lo que ganó gran parte de dinero al dividir los bienes; eso a él no le importó, tampoco le dolió. Y Candice no le quitaría a su hijo, ya no tenía razón para hacerlo. Se sentía satisfecha, por fin se había vengado de Elena; realmente el haber sido siempre plato de segunda mesa para todos los hombres que le atraían la había cansado, porque siempre era de ella, de Elena, de la que se enamoraban. Así había sucedido con el primer hombre de la que la pelirroja se enamoró perdidamente, pero ese idiota había caído a los pies de la castaña, y la muy estúpida de Elena lo había rechazado. Desde esa ocasión, su odio, su envidia hacia su amiga comenzó a crecer, hasta que su desahogo a ese rencor que la consumía, lo sacó metiéndose con el novio de Elena en aquel tiempo. Y fue el colmo que hasta el que era su marido, también se enamorara de esa tonta. Por eso, Candice la detestaba a tal grado que era capaz de destruir su felicidad a costa de lo que fuera. Y lo había logrado.

Por otro lado, Thomas había cobrado el dinero que le correspondía por guardar el secreto sobre que él era el verdadero padre del hijo de Candice. Además, la pelirroja notó que Thomas ya no estaba interesado en la estúpida de Elena, cuando lo vio con otra mujer. Candice sonrió a su vientre y lo acarició sin dejar de hacerlo.

—Me has ayudado bastante pequeñín.

Elena acabó en el suelo con el teléfono en la mano quemándole como el demonio; siempre estaba a punto de llamarlo a Derek cada noche, pero a último momento recordaba que no podía hacerlo y el dolor se apoderaba de ella.

Ya habían pasado dos semanas desde que había llegado a Colorado y empezado una nueva vida. Vivía con su tía, ya se había inscrito en su nueva universidad y sus padres se comunicaban cada tres días; su hermano también la llamaba en ocasiones, en las que Elena siempre decía que estaba de maravilla, mentira que Jordan no se tragaba. Jordan había dejado de hablar sobre su hermana con su novia y con su aún amigo, y ellos tampoco la mencionaban. En verdad a Jordan le dolía lo que había pasado con su hermana, pero confiaba en que Elena pudiera comenzar de nuevo lejos de ahí, después de todo, dudaba que su amor por Derek hubiera sido tan grande en tan poco tiempo.

Elena se acercó al balcón de su cuarto y fijó la mirada llorosa en el firmamento oscuro; esa noche era luna nueva, ni siquiera las estrellas se podían ver desde aquel lugar, parecía estar en una cárcel y el cielo representaba lo que era y sería su vida. Oscura, vacía y sin sentido, pero al fin y al cabo seguía respirando, incluso, si el mismo acto de hacerlo doliera.

Qué poco tiempo había durado su felicidad en realidad, aunque en ese momento lo supo: volvería a vivir lo mismo cientos de veces, siempre y cuando conociera a Derek, siempre y cuando él entrara a su vida. No le importaría sentir el dolor que ahora estaba sintiendo incontables veces, si el premio sería la más corta y grande felicidad del mundo. Elena dejó escapar un suspiró evocando todos los recuerdos con él.

Y una lágrima rodó por su mejilla. Desde ese momento, lloró. Lloró por ellos, por su amor que ya no podría ser, por ese sentimiento que no moriría nunca, así pasasen muchos años.

Y lloró también, porque desde ese momento ya lo extrañaba.