Capítulo 9

Enamorada

Elena le sonrió a la chica de cabello castaño claro y ojos miel. Parecía una chica simpática a simple vista, con esos rasgos suaves y confiables.

—Así que haremos el trabajo juntas —indicó su compañera.

Elena tomó asiento al lado de ella. El profesor había pedido proyectos en parejas y a ellas les había tocado juntas.

—Al parecer sí, ¿cuál es tu nombre? —preguntó Elena con voz animada mientras guardaba libros en su mochila.

—Soy Manón —dijo ella dedicándole una sonrisa.

Elena entrecerró los ojos.

—¿Eres extranjera?

—Sí, soy de providencia francesa —respondió su compañera pasándose una mano por el cabello—. Mi madre es norteamericana y mi padre francés —dijo con un chistoso acento.

—Genial, me encanta Francia. ¿Acabas de mudarte? Nunca te había visto — expresó Elena al tiempo que las dos comenzaban a salir del aula. Se dirigían hacia la cafetería que ya estaba atiborrada de gente.

—Naturalmente, ahora estoy viviendo con mi tío —comentó la extranjera metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta.

Elena asintió.

—Bueno, espero que estés a gusto en Detroit —puntualizó Elena con una gran sonrisa.

Manón le correspondió de igual manera.

—No me quejo, es más de lo que esperaba, en realidad —finalizó.

Tomaron una mesa en donde se sentaron a comer su desayuno. Ian, al parecer, estaba bastante ocupado —charlando con un chico en la esquina de la cafetería—, Elena lo vio de reojo y sonrío. Tom parecía un buen partido.

Ese mismo día, también se enteró de que su hermano Jordan se había metido en una buena pelea donde estaba involucrado Jason, y los dos habían sido suspendidos de clases por ese día. Dejó de pensar en ello y se concentró en la charla con su nueva amiga extranjera.

—Genial, a mí también me gustan las motos. Aunque mi madre siempre ha renegado —contestó Manón a una pregunta de Elena, que con facilidad le había tomado confianza.

—Sí, de hecho estoy por competir en una carrera, es el domingo —confesó Elena antes de darle una mordida a su torta.

La extranjera alzó las cejas interesada.

—Eso es magnífico, debes ser buena —la elogió Manón al tiempo que saludaba a un chico que le había guiñado el ojo. Al parecer, la chica nueva no pasaría desapercibida en la universidad.

Elena asintió, aunque no se mostró muy convencida.

—Supongo, aunque estoy preparándome con ayuda de alguien —admitió Elena.

Entonces recordó la noche que durmió en esa gigante cama mientras Derek la veía dormir. Sí, estaba despierta, aunque fingía dormir con mucho esfuerzo. Y es que ese día en ella había despertado algo muy fuerte. De pronto visualizó una mano en frente de su cara.

—Te has quedado en el limbo —Manón rio entre dientes.

Elena sacudió la cabeza y esbozó una tímida sonrisa. Sentía las mejillas arder. Demonios, cada vez le sorprendía más el efecto que ejercía sobre ella cuando pensaba en él.

—Lo siento, ¿qué es lo que habías dicho? —preguntó Elena intentando retomar la conversación.

Manón la miraba con una sonrisa burlona en los labios.

—Imagino que estás loca por quien te ayuda —especuló Manón al tiempo que Elena desviaba la mirada.

Sí, eso era cierto. Elena lo sabía, pero una parte de ella le decía que no solo era eso. Ni mucho menos.

—Bueno... —Elena juntó las manos sobre la mesa—. No niego que me gusta. ¿Cómo te diste cuenta?

Manón negó con la cabeza con una ligera sonrisa.

—Se nota en tu mirada, de pronto te quedaste en tu mundo de unicornios. Esa mirada solo puede ponerla una persona enamorada.

Elena sintió su corazón retumbar en su pecho.

Enamorada.

—Mmm... Ya debió comenzar la clase. Vamos —dijo Elena sin ganas de seguir la conversación porque los demonios de su estómago se habían despertado. No podía ser tan obvio lo que sentía por Derek.

Manón rio por lo bajo pero de igual manera se levantó y fueron a su siguiente clase. La chica extranjera era la clase de persona que le gustaba a Elena; ella se convertiría en una buena amiga. “Eso espero”, pensó con optimismo.

Elena suspiró sumergida en sus cavilaciones después de que Derek le llamara para pasar la tarde con ella. Aún le dolía la pierna, por lo que había decidido descansar aquel día. Ahora estaba indecisa sobre qué ponerse. De pronto, se dio cuenta de la situación y negó con la cabeza.

No es ninguna cita, maldición Elena.

Pensándolo de ese modo, provocaba monstruos en su vientre. Al final optó por algo casual, aunque no pudo evitar mirarse más de una vez en el espejo. No le gustaba para nada la actitud que estaba tomando. Parecía una cría de quince años emocionada por algún chico guapo.

Ella era consciente de la atracción que le provocaba él y de los sentimientos que habían nacido en su interior. Pero no podía confiarse, no sabía lo que él sentía por ella. No le sorprendería que si se lo confesara, Derek pensara que estaba loca.

Chloe la miró escudriñando con detenimiento.

—¿Saldrás con alguien? —preguntó la rubia desde el sofá mirando la televisión junto a Jordan.

“Esos dos sí que hacen una buena pareja”, pensó para sus adentros. Jordan la miró inquisitivamente. ¡Oh, no!, ahora no era el momento para que su hermano sacara su modo controlador.

—¿Con quién? —intervino su hermano.

—Daré una vuelta con una amiga —anunció Elena sonriéndole a Chloe y una seña con los labios que significaba que se lo contaría más tarde. Aunque era obvio que no lo haría, Chloe no podía saber que estaba por participar en aquella carrera. Chloe odiaba las motos desde que Gabriel había muerto en ese accidente y no dudaría en acusarla con su hermano Jordan y sus padres.

Cerró la puerta a sus espaldas, sin esperar a que formularan más preguntas. Sobre todo su hermano. Elena alisó su falda con nerviosismo mientras esperaba que el elevador abriera sus puertas. Cuando lo hizo, Jason apareció con muchas bolsas en la mano. Suponía que era de la comida. Su amigo la miró sorprendido.

—¿No te quedaras a la comida? —preguntó desanimado de repente y con un tono de voz diferente al que solía escucharle.

—Hoy no —dijo Elena entrando al elevador. Jason la contempló entrecerrando sus ojos azules claros.

—Espero que no sea todos los días —y las puertas del elevador se cerraron.

Elena soltó un suspiro. ¿Qué había sido eso? Sin darle importancia, sus pensamientos se dirigieron a las sensaciones que había experimentado antes de quedarse dormida en aquella gran cama blanca.

Una ilusión ya se había incrustado dentro de su corazón; cerró los ojos. Derek se había quedado arrodillado al lado de la cama por eternos minutos y, antes de irse, le había acariciado la mejilla con sutileza. Su razón le decía que él sentía algo por ella. No habría hecho algo similar si le fuera indiferente. Y eso era suficiente para Elena. Ya se había involucrado demasiado, ahora solo rogaba porque en el fondo hubiera una red y no cayera en el abismo por completo.

Contuvo el aliento cuando lo miró recargado en su Mercedes. Estaba vestido con unos vaqueros desgastados y con una playera negra de manga larga, jovial y casual; su cabello despeinado, como a ella le comenzaba a gustar.

—Y bien. Tú decides —comentó Derek poniendo en marcha el coche, mirándola de reojo. ¿Por qué sentía que la temperatura había aumentado de repente?

—A algún lugar donde no tenga que caminar mucho, aún siento cierta molestia —farfulló Elena con el corazón hecho un nudo. Ya comenzaba a acostumbrarse a cómo se sentía cuando estaba tan cerca de él, como en esa ocasión, los dos dentro de su auto.

Derek esbozó una sonrisa arrebatadora y encaminó el coche a la carretera. El lugar era precioso, natural y tranquilizante; todo eso se quedaba corto comparándolo. Derek había aparcado el coche al lado de la carretera y solo habían caminado cien metros siguiendo un sendero. El lugar estaba rodeado de árboles y grandes rocas alrededor de una pequeña laguna donde brotaba agua tan transparente como el cristal. Los dos se habían sentado sobre una gran roca y Elena se había quitado los zapatos para mojar los dedos de sus pies.

—Esto es hermoso, ¿cuándo lo descubriste? —preguntó ella todavía maravillada del lugar. Aunque sin duda, con Derek a su lado, parecía mucho mejor. El mejor sitio del mundo para Elena.

—El primer día me perdí de regreso a casa, y encontré esto por casualidad cuando me detuve para revisar las llantas. Algo me dijo que siguiera por este pequeño sendero, es mi lugar favorito, desde ahora —explicó Derek con su voz angelical, para los oídos de ella—. Y bueno... Eres la primera persona con quien comparto esto.

Elena sintió una calidez que brotó desde lo más profundo de su interior. Su corazón parecía querer salir de su pecho agitado. ¿Él se daría cuenta? ¿Se daría cuenta del efecto que provocaba en ella?

—Gracias... por compartir esto —susurró Elena mirando su reflejo en el agua. A través de este, como un espejo natural, vio a Derek sonriéndole. Si tan solo él sintiera al menos una pequeña parte de lo que ella sentía...

—Elena —dijo Derek olvidando que lo que estaba haciendo solo fortalecería los lazos entre ellos—. ¿Alguna vez te has enamorado?

Ella lo miró entre sorprendida y tímida. Había tenido tres novios antes de conocerlo, aunque sus recuerdos no registraban los mismos sentimientos que ahora comenzaba a sentir por él. Así que apenas estaba conociendo al amor verdadero.

—Bueno, supongo que lo normal, ¿no?

Derek arqueó las cejas.

—No sé qué significa “lo normal”, pero tengo que decir que fueron unos afortunados —respondió él con una media sonrisa, de repente, celoso de hombres sin rostro. Elena sentía que la opresión en su pecho no la dejaba respirar. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso él trataba de decirle algo?

—¿Lucharías por amor? —soltó Derek después de unos minutos en silencio.

A ella le sorprendió esa pregunta. Parecía que tenía un significado detrás de esas palabras, mas no lograba descifrarlo.

—Sí, si fuera lo correcto —respondió ella mirándolo a través de su espejo natural. La sonrisa de Derek se borró de inmediato cuando terminó de pronunciar la última palabra. De repente, él se levantó, dio algunos pasos atrás y dejó de reflejarse en el agua. Elena ya no podía verlo, así que también se puso de pie y giró hacia él. Su rostro lucía diferente, duro y contrariado.

—¿No tienes hambre? Creo que ya es tarde —vaciló Derek antes de darse la vuelta y comenzar a caminar metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.

Elena lo siguió por detrás completamente en silencio mientras pensaba sobre su repentino cambio de humor. No lo entendía, no lograba hallar el motivo por su aparente enojo. Razonó lo último que había dicho, por lo que Derek había borrado su sonrisa, pero aun así no comprendía el porqué.

Después de una hora los dos se encontraban frente a frente en un restaurante. Para alivio de Elena ya había pasado su aparente mal humor, para el cual no le exigió una explicación. Y ahora él platicaba con su habitual sonrisa.

—Por cierto ¿hay alguna razón por la que tu familia no te quiere ver en una moto de carreras? —preguntó Derek con curiosidad.

Ella desvío los ojos de su penetrante mirada, así era más fácil concentrarse y no comenzar a delirar.

—Tenía un primo que era fanático de las corridas, al igual que mi padre, Jordan y yo. Un fatal día tuvo un accidente en una carrera y no pudo salvarse por más que intentaron los doctores —explicó al tiempo que en su mente se registraba justo el momento del accidente.

Ella lo había visto con sus propios ojos, precisándolo todo.

—Lo siento —dijo Derek.

Elena negó con la cabeza.

—Desde ese día está prohibido para nosotros subirnos a una motocicleta y mucho menos competir en alguna corrida —se encogió, Elena, de hombros.

—¿Seguirás en las carreras después del torneo? —preguntó él de repente ansioso. No era que le preocupara si seguía con aquello o no, sucedía que no le agradaba imaginarla envuelta en ese mundo sola. Hombres de mala vida siempre estaban presentes en aquellos lugares y Elena se veía tan frágil, tan inocente.

—No lo sé, pero... Si logro ganar, supongo que sí —confesó tomando un trago de agua. La camarera llegó para retirar sus platos, y Elena se dio cuenta de la mirada insinuante que ella le dedicó a Derek. Sin poder evitarlo, Elena la fulminó con la mirada, lo que provocó que la camarera se fuera trastabillando. No sabía que podía asustar a alguien de esa forma, hasta ese momento.

Derek luchaba contra los pensamientos que se arremolinaban en su cabeza. Elena ya había bajado del coche y entró a su edificio. El aroma que había dejado en el interior del auto, todavía no se había disipado. Ella le había preguntado si volverían a ir a ese lugar mágico donde la había llevado. Una pregunta a lo que Derek no había tenido una respuesta clara. Después de todo, no quedaba mucho tiempo. Tenía que cumplir su autopromesa: dejar de ver a Elena después de la carrera, por el bien de él y el de Candice.

Cinco días para que su esposa volviera. Y cuatro días para que todo terminara con Elena. Esperaba que cuando su mujer llegara todo volviera a ser como antes. Y sobre todo, que volviera a ser el hombre que estaba enamorado de la pelirroja. Y que esa chiquilla, dejara de entrometerse en sus pensamientos cada cinco minutos.

Definitivamente, esperaba eso. Porque ahora mismo no se reconocía. En un mes, le parecía que había cambiado totalmente por culpa de aquella niña y de esa mirada que era capaz de desarmarlo por completo.

Hasta hacerle olvidar todo. Incluso a su propia esposa.