Capítulo 19
ÁNGELA se subió en la parte de atrás del coche mientras Renato se colocaba al volante. Necesitó un buen rato para tranquilizarse después de la indeseada visita. No pensaba contárselo a Eduardo. Solo conseguiría que él se sintiese mal y no iba a estropear la primera Navidad que pasaban juntos. También le rogó a Renato que no le dijese nada, le costó convencerlo pues no estaba de acuerdo con ella. Según él, Eduardo debía saber todo cuanto que pasaba.
Treinta minutos después, Renato paraba el Audi frente a un edificio acristalado, situado en el Paseo de la Castellana. Ángela bajó del coche asustada, empezaba a arrepentirse por su impulso. ¿Qué tal si Eduardo estaba realmente ocupado y lo molestaba? ¿Qué tal si se enfadaba con ella por eso? Estuvo a punto de regresar al coche, pero respiró hondo y avanzó al lado de Renato.
Una vez al lado de los ascensores, él le entregó las bolsas con la comida.
─La oficina de Eduardo está en la última planta, luego gire a la derecha hasta el final.
─¿No subes conmigo?
─No. ─Con una sonrisa traviesa, Renato la abandonó en los ascensores.
Ahora estaría sola ante el peligro.
Mientras subía por el ascensor, se arrepentía de nuevo por estar allí. Bueno, si la echaba de la oficina, pediría un taxi... directo al aeropuerto. Porque no podría mirarle a los ojos después de pasar semejante vergüenza.
Llegó a la última planta y avanzó por donde le había indicado Renato. Cruzó un pasillo con mesas y ordenadores a derecha e izquierda. Todas vacías. Eduardo ya los había mandado a casa, pensó.
Llegó hasta el final del pasillo y allí encontró a una secretaria que ya se estaba colocando la chaqueta.
─Hola, ¿Eduardo está ahí dentro? ─Ella señaló con la cabeza la puerta que había cerrada a espaldas de la mujer.
─Sí señora. Pero no espera a nadie, cancelé todas sus citas.
─¿Tan ocupado está?
─Sí, me dijo que quiere acabar el trabajo lo antes posible para irse a casa. Su esposa y su hijo están en la ciudad y está muy emocionado.
¿Eduardo estaba emocionado? ¿Desea acabar pronto para ir a casa? ¿Y se había referido a ella como su esposa? Además, había estado hablando de ellos en la oficina. Ángela miró a la preocupada secretaria con una sonrisa tan amplia que le mostró todos sus dientes perlados. Así que con el ánimo subido a esas nubes donde solía sentarse a soñar, traqueó la puerta.
Quería acabar pronto para irse a casa, repetía su mente sin cesar.
─Elsa, puedes irte a casa ─gritó Eduardo desde el otro lado de la puerta.
Ángela entró en la oficina con una confianza que no había sentido en cuatro años.
─¿Cómo sigue el trabajo?
Él alzó la cabeza de inmediato al escuchar su melódica voz.
─¿Ángela? ¿Qué haces aquí? ─Eduardo estaba desconcertado por su presencia. Era la última persona que esperaba ver cruzar la puerta.
Ella levantó las manos donde cargaba con las bolsas de la comida al tiempo que levantaba las cejas en un gesto cómplice.
─Emi hizo pollo y he pensado que sería más sano y más sabroso que si encargabas comida a la oficina.
─Me has traído la comida ─murmuró sorprendido.
─Eduardo, lo siento, no pude detenerla. ─Se disculpó la secretaria a espaldas de Ángela.
─Tranquila Elsa. Ven, acércate ─dijo tendiéndole la mano─ ya que estás aquí, quiero presentarte a mi mujer, Ángela.
─Oh, lo siento señora. No sabía que era su esposa. ─Las dos mujeres se dieron la mano y se sonrieron─. Encantada de conocerla.
─Vete a casa Elsa y feliz Navidad.
─Igualmente para los dos. Adiós.
Una vez la puerta se cerró, Ángela miró a Eduardo mostrando un fingido ceño para ocultar que en realidad estaba encantada.
─¿Por qué me has presentado como tu esposa?
─Más bien dije que eras mi mujer, ella dio por hecho que estamos casados.
─Y no lo desmentiste.
─Porque sí eres mi mujer.
─No, no lo soy.
─Sí, sí lo eres.
─No estamos casados.
─Todavía. ─Eduardo rodeó su escritorio y le cogió las bolsas de las manos─. Además, ¿qué querías que le dijera, que solo eres la madre de mi hijo? Créeme, es mejor así.
─Bueno... podrías haber dicho que soy tu novia.
─Pero yo no te considero mi novia, sino mi mujer.
─Piensas ganar esta discusión, ¿verdad?
─Sí, no tienes ninguna posibilidad.
─Entonces comamos antes de que se seque el pollo. ─Su voz sonó resignada aunque hacía muchos años que no sentía tal felicidad.
Comieron sobre la mesa de reuniones mientras Ángela le habló de todo lo que Edu había hecho durante la mañana y él también le comentó sobre su trabajo y los problemas que estaba teniendo con sus socios. Después recogieron y limpiaron la mesa.
Ambos se quedaron largo rato mirándose. Dios mío, ahora estaba más enamorado de ella, pensó Eduardo. Sabía que ella le quería, no podía ocultarlo, era bastante evidente pero deseaba oírselo decir. Lo necesitaba tanto como un naufrago el agua dulce. Sí, se sentía sediento de amor, pero solo Ángela podía apagar esa sed. Solo ella podía saciarle.
Era irritante que todavía no confiara en él. Aunque trataba de entenderlo, siempre le ponía de mal humor sus dudas y titubeos. No obstante, debía reconocer que hoy había visto a la Ángela de dieciocho años. Esa Ángela risueña y segura de sí misma. Hasta se había preocupado por él.
El detalle de venir con comida hasta aquí le demostraba que seguía sintiendo algo profundo por él y ahora solo le quedaba que ella lo admitiese. Quizá si la presionaba un poco...
─¿Por qué has venido? Y no me digas que es porque la comida a domicilio no es sana. Quiero la verdad.
Ella no contestó.
─Vamos Ángela, dímelo. Necesito escucharlo.
Eduardo le había dicho infinidad de veces que la quería, que la amaba. La había presentado como su mujer. Le había insinuado que quería casarse con ella. ¿Necesitaba más pruebas para confiar en él? Qué más daba arriesgarse a abrir su corazón si ya estaba en peligro de muerte. Se había lanzado al vacío, ahora solo faltaba que él tirase de la cuerda y abriese su paracaídas.
Debía hacerlo, debía decirle lo que sentía.
─Bueno yo... sabía que estarías aquí solo y te he echado de menos toda la mañana.
─¿De verdad?
─Sí.
─¿Por qué?
─Ya sabes por qué.
─Quiero que me lo digas.
Ángela cerró los ojos y agachó la cabeza. Su corazón rebosaba de amor por ese hombre y él lo sabía. No le quedaba otra opción que admitirlo en voz alta. Abrió los ojos y alzó la mirada para encontrarse con la suya que brillaba esperanzada.
─Te amo Eduardo. Nunca he dejado de amarte. ─Él abrió la boca dispuesto a contestar pero ella le puso los dedos en sus labios para que la dejase terminar─. Pensaba que jamás volvería a verte y aun así mi corazón te esperaba. Siempre te ha esperado.
─¿Me has esperado? ¿Qué quieres decir?
─Pues justamente lo que he dicho. No tuve otro novio después de ti. Tú has sido el único hombre con el que he estado.
Eduardo no esperaba semejante amor y lealtad. Su corazón se hinchó y el amor que sentía por ella rebosó por los bordes derramándose por todo su cuerpo. Sabía que le haría bien escuchar una declaración de amor de su parte, pero esto... esto lo había superado todo. Ni en sus más anhelantes sueños había imaginado lo que ella acababa de decirle. ¿Y esa mujer se pensaba que iba a volver a Santa Pola? Nunca la dejaría marchar. Nunca.
─Ángela ─susurró.
─Tengo miedo Eduardo.
─Dime de qué, mi chiquita. ─La ternura que escuchó en su voz la hizo temblar.
─De que lo nuestro no funcione. De que te canses de mí o... no sé. Solo sé que si te pierdo de nuevo, esta vez no podré sobrevivir. Al menos no cuerda y tengo un hijo al que cuidar.
Una solitaria lágrima escapó de sus ojos y se deslizó suavemente por su mejilla.
─Eso jamás pasará. No puedes imaginar el tormento que he sentido lejos de ti. He vivido todo este tiempo amargado. Solo tú me das paz. Solo tú completas mi alma.
Eduardo la tomó de la mano y tiró de ella hasta sentarla en el sofá que había al otro lado de la oficina. Enmarcó su rostro con las manos y la besó con delicadeza. Ángela agarró su cuello para acercarlo más a ella e intensificar el beso. Ese gesto desató el deseo más primario de Eduardo que empezó a desnudarla poco a poco. Primero el jersey, después la camiseta y cuando se disponía a desabrochar los pantalones le susurró en el oído:
─Cásate conmigo Ángela. Quédate.
Los besos recorrieron la curva de su garganta hasta el valle de sus pechos. Sus manos recorrieron cada curva de su cuerpo. Ella lo agarró por los hombros al tiempo que se arqueaba contra él deseando más.
─Di que sí, Ángela ─susurró contra su piel─ dime que no te marcharás.
Los besos y las caricias de Eduardo y sobre todo sus últimas palabras, mantenían a Ángela sin habla. Lo que ella más deseaba en el mundo era quedarse con él. Formar la familia que siempre había soñado. Tenía que aprender a confiar en él de nuevo. Desde que se habían reencontrado, Eduardo no le había dado ningún motivo para que desconfiara. Tenía miedo, pero tenía que superarlo. Tenía que hacerlo también por su hijo. Él se merecía tener un padre como todos los demás. Nadie podía sustituir la figura paterna aunque había tratado de hacerlo. Cuando veía juntos, a padre e hijo se daba cuenta de que se necesitaban. Ambos se necesitaban y ella no tenía derecho a separarlos. Además, Eduardo todavía la amaba y ella nunca había dejado de quererlo a él. Qué sentido tenía negarse a la felicidad que él le ofrecía. Para qué seguir resistiéndose.
Así pues, Ángela trató de encontrar su voz entre los jadeos que Eduardo le estaba provocando con sus labios y sus manos para decirle:
─Sí.
Eduardo se incorporó y miró aquellas dos esmeraldas vidriosas por la pasión.
─¿Cómo has dicho? ─Él todavía no podía creer que Ángela hubiese aceptado. Debía volverlo a escuchar para asegurarse de que había oído bien y la había entendido bien.
─He dicho que sí. Me casaré contigo.
Eduardo sintió tal alivio que dejó su cuerpo lánguido durante unos segundos. Mientras asimilaba que ella había aceptado su proposición.
Después le quitó los pantalones por completo y comenzó a desnudarse él. Mientras se quitaba la chaqueta, ella fue desabotonando la camisa. Le pasó las manos por el pecho desnudo y depositó besos cortos y tiernos mordiscos por toda su piel hasta hacer gemir a Eduardo.
Iba a hacerle el amor con toda la ternura y pasión que solo ella encendía. Porque aunque trató de olvidarla, de odiarla, no había podido. Y en estos momentos la amaba más que nunca. Esta vez sería distinto pues ya había aceptado quedarse con él. Sabía que esta no sería la última vez. Tenían todo un futuro por delante para amarse.
Con la suavidad de los pétalos de una rosa, Eduardo le quitó la ropa interior y la contempló desnuda durante segundos eternos. Su cuerpo escultural le dejó anonadado una vez más. Estaba seguro de que por mucho que la viera desnuda, nunca se saciaría de ella. La haría su mujer, su esposa para siempre.
Ángela cerró los ojos y se dejó llevar por el placer que Eduardo le proporcionaba con su boca, su lengua, sus manos. Y cuando entró en su cuerpo ella sintió que su vida ya estaba completa. No necesitaba nada más para vivir. Solo la certeza de que Eduardo estaría con ella y con Edu siempre.
Ambos amantes llegaron a un clímax tan potente como un tsunami. Los arrastró, los sumergió y después los hizo flotar sobre aguas tranquilas quedando exhaustos uno encima del otro.
Un rato después Ángela y Eduardo todavía estaban en el sofá del despacho. Desnudos y entrelazados. A él le pesaban los párpados, hacía cuatro años que no sentía tanta paz en su alma. Necesitaba descansar, llevaba semanas sin apenas pegar ojo debido a los nervios, primero por la llegada de Ángela y Edu y después por si se iban al acabar las vacaciones. Pero ahora que sabía que ni ella, ni el niño se marcharían, ahora podría descansar.
─Eduardo.
─Mmm
─Deberíamos levantarnos, seguro que te estoy molestando.
Una sonora carcajada fue la respuesta a ese absurdo comentario.
─Me dijiste que tenías trabajo y que necesitabas acabarlo.
─Así es. ¿Y?
─Bueno, no has trabajado desde que llegué. Te estoy entreteniendo.
─Sí, y espero que en el futuro sigas viniendo a esta oficina a entretenerme.
─No creo que así tengas contentos a tus clientes ni a tus socios.
─Yo sí estaré contento, con eso me basta.
─Vamos Eduardo, es Nochebuena y quiero que regreses pronto a casa. Tenemos que contarle algo nuestro hijo.
─¿Vas a hablar con él?
─Sí, te dije que lo haría en Nochebuena.
Ángela iba a contarle que él era su padre. Cuánto había deseado ese momento pero ahora que se acercaba le daba pánico la reacción del niño.
─Está bien ─asintió con un nudo en el estómago─. ¿Me esperas y nos vamos juntos?
─Claro.
Se levantaron del sofá y se vistieron. Ángela le ayudó ordenado sus papeles y carpetas e hizo todo lo que le pidió.
En tan solo un par de horas Eduardo pudo acabar. Cogió a Ángela de la mano y salieron del edificio camino a casa. Esa noche iba a ser muy especial. Sería la primera vez que la pasaba con la mujer que amaba y con su hijo. ¿Qué más podía pedirle a Dios por Navidad? Todo cuanto quería ya se lo habían concedido.
* * *
─Entonces puedo llamarte papá.
─¿Te gustaría?
─¡Sí! Te he estado esperando. Mamá dijo que estabas lejos.
─Pero ya estáis aquí conmigo y no vamos a separarnos nunca.
─¿Te quedarás para siempre con nosotros?
─Sí.
─¡Bien!
El niño rodeó con sus bracitos el cuello de Eduardo y le besó en la mejilla. Por primera vez desde que conociera a su hijo, Eduardo se sintió padre. Y se prometió a sí mismo que sería el mejor. Mucho mejor que el suyo, que no tuvo la personalidad suficiente para enfrentarse a los planes que su madre tenía para él. Apoyaría a Edu y le aconsejaría en cada etapa de su vida. No sería tan difícil puesto que contaba con Ángela. Ella sola había hecho un trabajo excelente con Edu y a partir de ahora lo harían juntos.
─Supongo que regresaré solo a Santa Pola ─intervino Paco.
─Oh papá, podríamos...
─No te preocupes cariño, estaré bien.
─No quisiera dejarte solo.
─Estaré entretenido con mis amigos de «La casa del jubilado». Quizá me apunte a uno de esos viajes del Imserso que siempre he deseado hacer.
─Bueno, eso sería genial, papá.
─Espero que pases largas temporadas con nosotros ─le invitó Eduardo─ recuerda que Edu necesita a su abuelo. Todo niño necesita un abuelo que lo consienta.
─Cuenta con ello.
Suegro y yerno se dieron un apretón de manos amistoso.
─He pensado ─comenzó diciendo Ángela─ que es mejor que nos viniésemos para el verano. Así Edu acabará el curso.
─Estuve buscando colegios antes de que llegarais. Tengo dos que me parecen estupendos. Puedes echarles un vistazo.
─Pero Eduardo, esto es tan repentino... no sé si Edu estará preparado para un cambio tan radical.
─Pues le pediremos opinión.
Eduardo se puso de cuclillas para estar cara a cara con su hijo. Iba a hacerle la proposición de que tanto su madre como él se quedasen a vivir allí.
Vaciló unos segundos, cabía la posibilidad de que le dijera que no. No obstante, tendría que hacérsela, tenía la ligera esperanza de que aceptara. Se había puesto contento al saber que era su padre y también le había expresado el deseo de que se quedara con él y no se marchara.
Eduardo, tomó a su hijo por los hombros y respiró hondo.
─¿Te gustaría vivir aquí conmigo?
─¿Sin mamá?
─No. Por supuesto que con mamá. Los tres juntos.
─Sí, me gustaría. Me encanta mi habitación.
─Pero debes saber que si te quedas aquí, tendrás que cambiar de colegio.
─Si cambio de colegio no volveré a ver a Raúl Gómez... ─El niño hizo un gesto pensativo─. De acuerdo, Raúl Gómez siempre me da patadas.
─Pues si en este nuevo colegio alguien te pega patadas, recuerda que tienes un padre al que acudir. Yo te enseñaré qué hacer con esos niños.
Edu, rodeó el cuello de su padre con sus pequeños bracitos nuevamente y le susurró al oído un «te quiero papá». Eduardo tuvo que hacer grandes esfuerzos por no derramar lágrimas de emoción. Lo había conseguido. Volvía a tener el amor de Ángela y ahora también el amor de su hijo.
Esta era la mejor Navidad de toda su vida.