Capítulo 3

LA mañana llegó y con ella la incomodidad, las molestias y el nerviosismo. No le permitían levantarse de la cama ni siquiera para hacer pis. Le fastidiaba que la enfermera tuviera que colocarle aquel artilugio como si ella fuese una ancianita inválida. Además, le era muy difícil hacerlo acostada, tenía la sensación de que se mojaría hasta la espalda.

A media mañana las enfermeras le habían levantado la cama para que se incorporara y estuviese más cómoda, pero lo único que consiguió fue que le doliesen los riñones. Y si a todo eso le añadíamos que su padre había salido hacía horas hacia su casa y no había regresado... necesitaba llamar a Eduardo desesperadamente, ¿acaso no se daba cuenta? Si se enteraba por su propia madre de lo que había pasado, le daría un susto de muerte. Según su suegra ella había perdido al bebé, pobre Eduardo. Si no alcanzaba a contárselo ella misma se moriría de la angustia. Tenía que aclararle que no tenía nada de qué preocuparse, que la pequeña vida que habían creado juntos todavía seguía ahí. También quería decirle que ella estaba bien, a pesar de que la habían ingresado en el hospital y debía quedarse algunos días. Y lo más importante de todo, ansiaba que supiese cuánto le quería y que estaba dispuesta a ir a donde él la llevase. Dispuesta a enfrentar a sus padres y cualquier otra cosa por estar con él.

La aguja de su reloj de pulsera estaba por dar el mediodía cuando Paco regresó al lado de su hija. Llevaba un bolso de deporte colgado del hombro con algunas cosas que había traído para Ángela.

─Por fin llegaste papá.

─Te traje lo que me pediste y otras cosas que he creído necesarias ─comenzó a decirle dejando el bolso a los pies de su cama─, solo hubo un problema.

─¿Cuál?

─No encontré el móvil.

─¿Cómo que no? Estoy segura de que lo dejé encima de la mesa. Bueno, ¿has buscado en otro sitio por si acaso?

─He buscado por todas partes, de ahí que haya tardado tanto en volver.

─¿Has llamado con el tuyo para oírlo sonar?

─Sí, llamé y me dio «apagado o fuera de cobertura».

─Pero eso no es posible, cargué la batería ayer mismo para cuando me llamara Eduardo.

─Ángela, busqué hasta la saciedad por todas partes, no está.

─Tal vez esté confundida y lo dejé en la heladería. ─Ni ella misma se lo creía mientas lo decía.

La angustia se hizo presente en ella. Esto no podía estar pasando, necesitaba hablar con Eduardo con urgencia. Debía de estar angustiado por no poder localizarla, igual que ella en estos momentos.

─También pasé por allí y nadie vio tu móvil.

─No lo entiendo papá.

─Hija, olvídalo y llama desde mi teléfono ─le dijo su padre mientras rebuscaba en su bolsillo de atrás.

─No puedo papá. No me sé su número, lo tenía guardado en la agenda de mi móvil.

Esto debía de ser una broma del destino, cómo se podía haber perdido. No tenía explicación, recordaba perfectamente haberlo dejado encima de la mesa del salón, donde podía escucharlo fácilmente.

¿Cómo había sido tan tonta de no memorizar su número, con las veces que lo llamaba? O simplemente podría haberlo anotarlo en cualquier libreta o bloc de notas por si se le estropeaba el teléfono o lo perdía, como había sido el caso. Pero qué estúpida.

Con cada minuto que pasaba se sentía más inquieta, más afligida. Ya habían pasado demasiadas horas desde la última vez que habló con Eduardo. Demasiadas horas desde que habían quedado para llamarse sin conseguirlo.

A estas alturas su suegra ya le habría contado que ella había perdido al bebé. Cosa que no había pasado al fin y al cabo. Pero eso Silvia no lo sabía puesto que no había ido a verla ni una sola vez. Habría querido comunicarse con su novio primero, pero estaba segura que eso ya no sería posible. De pronto una idea le cruzó la mente, Silvia tendría el número de su hijo.

─Papá. Tienes que ir a casa de Eduardo y contarle a Silvia que no perdí al niño─. La ansiedad se estaba apoderando de ella nuevamente. Por mucho que intentara estar tranquila, era imposible. Esta situación la estaba superando.

─Esa mujer no se merece que pase por su casa después de lo que te hizo. Si estás aquí es por su culpa.

─Eso no te lo discuto, pero de paso podrías pedirle el número de Eduardo.

─No la soporto.

─Por favor papá. Le habrá contado que perdí al bebé y no se ha podido comunicar conmigo, debe de estar frenético.

─Está bien, iré ─cedió Paco. Lo único que importaba ahora era que su hija no estuviese nerviosa. Esa bruja no se merecía que el dirigieran la palabra, pero por Ángela haría cualquier cosa. Además, Eduardo era un buen muchacho, le gustaba para su niña, no se parecía a sus padres en lo más mínimo.

Ángela vio que su padre, a pesar de haber accedido, seguía sentado en el sillón al lado de su cama. Ella se estaba muriendo de los nervios y la desesperación y él seguía ahí acomodado tan tranquilo. Si no fuera porque debía guardar reposo absoluto, habría saltado de la cama y zarandeado a su padre.

─¿A qué estás esperando papá?

─A que te traigan la comida. No tardarán y quiero asegurarme de que comas bien.

─¿Y crees que podré comer con esta angustia?

─Sí, lo harás. Por ti y por tu hijo. Tienes que recuperar fuerzas, después haré todo lo que me pidas.

─Pero papá...

─Ha pasado todo un día, qué más da una hora más.

El resoplido que dio Ángela fue tan fuerte que una de las enfermeras que pasaba por el corredor hizo una mueca al escucharlo. Tendría que ceder, conocía demasiado bien a su padre y sabía que no daría su brazo a torcer.

* * *

La casa estaba en primera línea de playa. Rodeada por un muro de piedra artificial. Los setos perfectamente recortados impedían la visión a través de la celosía que adornaba el muro. En aquella zona no vivían los lugareños sino los turistas ansiosos por disfrutar del mar. Llegaban cada temporada veraniega a anegar las playas con sus sombrillas y toallas.

En cuanto acababa la temporada, aquel lugar se volvía totalmente desierto. La gente adinerada que vivía allí regresaba a sus distinguidas casas de ciudad. La mayoría de turistas venían del interior del país y no regresaban hasta que volviese el buen tiempo.

La puerta exterior estaba abierta, Paco no vaciló y entró directamente a la terraza. Pisando firmemente los adoquines, anduvo hasta llegar a la puerta principal del chalet. Estaba seguro de que esa bruja de consuegra que tenía trataría de echarlo de allí. Sin embargo, él no pensaba marcharse sin explicarle lo sucedido a su hija. Era necesario que supiesen que no había perdido al niño y que debía avisar a Eduardo cuanto antes.

Cuadró sus hombros y se irguió todo lo posible para no amedrentarse frente a Silvia. Después, llamó a la puerta con decisión. La asistenta fue quien abrió y antes de que Paco pudiese entrar, la bruja hizo su aparición en el umbral apartando sin ninguna delicadeza a su empleada.

─¿Qué quieres? ─preguntó Silvia secamente.

─Solo venía a informarles que mi hija no perdió al bebé después de todo.

─Mala suerte. Y a nosotros qué nos importa.

─Ángela deseaba que lo supieseis─. Paco miró el interior de la vivienda más allá de su consuegra. ─¿Eduardo se encuentra en casa?

─No. Regresó anoche y se marchó esta mañana de nuevo para Madrid.

─¿Le dijiste que Ángela está en el hospital?

─Por supuesto. Le dije que había perdido al niño. Se alegró tanto... es normal puesto que había pensado en abandonarlos a los dos de todas formas. Me dio tanta pena que por eso fui a su casa para avisar a Ángela de la decisión de Eduardo. Ni siquiera quiso verla para despedirse.

Ahí estaba, pensó Paco, la bruja escupiendo todo su veneno. Pero él no se iba a dejar convencer. Eduardo era un buen muchacho, de eso estaba seguro.

─No la creo, mi hija me habló de los planes que habían hecho.

─Cuando llegó ayer me habló de ello. Me dijo que fue un arrebato del momento. Que se sintió obligado pero que le era imposible hacerse cargo y pensaba abandonarlos. En cuanto yo le comenté lo del aborto, le pareció lo mejor. Volvió a coger las maletas y se marchó sin más.

─¡Pues ahora ya no hay aborto! ─bramó furioso.

Por lo general era un hombre tranquilo, pero esta mujer lo estaba sacando de sus casillas.

─Eduardo no pensaba hacerse cargo. Dile a tu hija que el cheque que le ofrecí todavía está vigente.

─¿Podría darme su número de teléfono? ─Paco no tenía ganas de seguir discutiendo con la bruja.

─No. Mi hijo comienza la universidad en dos días y está muy ocupado.

─Por favor, debe saber que mi hija no ha abortado ─se rebajó únicamente por amor a Ángela. Silvia no se merecía ni que la mirase a la cara.

─No. ─La respuesta de Silvia fue contundente. ─No desea ser molestado, yo se lo diré, aunque ya te he dicho que no va a hacerse cargo. Debe acabar su carrera y tiene planeado marcharse al extranjero después. No tiene ni tiempo ni ganas de jugar a la familia feliz.

Paco supo que nada le sacaría a esa mujer. No valía la pena insistir y rebajarse aún más. Sin tan siquiera un adiós, el padre de Ángela dio media vuelta y salió de la propiedad a paso ligero. Fue hasta su coche, se subió en él. No podía volver al hospital con semejantes noticias para Ángela, pensó. Su hija debía estar tranquila por el bien de ella y del bebé. ¿Qué podía hacer? De pronto, recordó el pub-cafetería dónde solía reunirse Eduardo con un amigo suyo, Ángela le había acompañado alguna vez. Sí, en una ocasión le comentó que se reunían allí muy a menudo. Tal vez con un poco de suerte aquel amigo estuviese allí. Miró su reloj. La hora del café de la tarde. Si se marchaba ya, podría encontrarle.