Capítulo 13
CUANDO llego a su casa de la playa, Eduardo ya estaba preparado para la batalla que se le venía encima. Tenía que deshacerse de Lorena como fuera y no sabía cómo reaccionaría. Conociendo su personalidad, no se lo iba a poner fácil.
Él no se consideraba un hombre cruel y lamentaba tener que romperle el corazón a una mujer. Sin embargo, la malicia que había percibido en su trato con Ángela, le iba a hacer más fácil el romper con ella. Había sido fría y cruel, la madre de su hijo no se lo merecía después de haber pasado, lo que habría pasado ella sola.
Se sentía furioso, cuando aparcó el coche en casa de Ángela, ella no le dejó coger a su hijo en brazos para entrarlo en casa. Su despedida fue gélida y distante. Había perdido todo el terreno ganado en su excursión al parque temático. Hoy iba a ser un día memorable, pero se había ido al traste. Por su culpa nuevamente. Siempre su culpa.
Eduardo no encontró a su futura ex novia en el salón, ni en la cocina, ni en la pequeña salita. Inmediatamente si figuró dónde estaba. Subió escaleras arriba y abrió la puerta de su habitación.
Efectivamente, ahí estaba. Acostada en su cama. Completamente desnuda y en una pose muy erótica. No obstante, a él no se le encendió la sangre como le sucedía normalmente al verla.
─Te dije que teníamos que hablar. Vístete ─ordenó.
─¿Por qué no jugamos primero? ─replicó ella mientras se acariciaba su propio cuerpo en un intento por excitarlo.
─Está bien, tú lo has querido. No me andaré con rodeos. ─Eduardo se situó lo más lejos posible de la cama─. Se acabó. Lo nuestro se ha terminado.
─¿Es una broma? ¿Solo hace una semana que me regalaste este zafiro y ahora me dejas? ─Lorena no daba crédito, sabía que tendría que luchar por Eduardo pero no se figuraba que sería tan rápido.
─Las cosas han cambiado.
─¿Por esa pordiosera con un niño que seguramente no es tuyo?
─Te aconsejo que te abstengas de insultarla.
─Por qué. Por su culpa me estas abandonando.
─Hace tiempo que debí haberte abandonado. Si tienes que culpar a alguien, es a mí por no haberte amado como merecías.
─No estás hablando en serio. Lo pasamos demasiado bien juntos. Lo que sucede es que esa mujer y su mocoso te han lavado el cerebro para que te compadezcas de ellos.
─Hace años me enamoré de ella. Nos separamos por un malentendido. Ahora que la he vuelto a ver me he dado cuenta que sigo enamorado.
─Estas confundido, eso es lo que te pasa. Esa mujer te hará infeliz, te sacará todo tu dinero y te amargará la vida.
─No la conoces.
─Conozco perfectamente a lagartas como esa.
─Te he dicho que no la insultes. Es la última vez que te lo advierto.
Lorena, viendo que ya nada más tenía que hacer, se levantó de la cama y comenzó a vestirse. No iba a perder más tiempo tratando de convencer a Eduardo, estaba claro que no iba a lograr que entrara en razón por el momento, porque no pensaba rendirse tan fácilmente.
Debía tratar con esa mujer, quizá a ella sí lograra convencerla. Mañana haría una visita a la lagarta.
─Bien querido, cuando te arrepientas estaré esperándote. Pero no tardes demasiado.
─Yo no planee esto. Espero que lo entiendas. ─Su voz se volvió un poco más suave.
Una vez vestida, Lorena pasó por su lado acariciándole el rostro como despedida.
─Adiós querido.
─Adiós Lorena.
Bueno, tampoco había ido tan mal. Lorena no había derramado lágrimas como había esperado. Eso hizo un poco de daño a su ego. Siempre pensó que lo amaba pero al dejarla había visto más dolido su orgullo femenino que su corazón. Mejor así. No hubiese sabido como consolar a una novia abandonada.
Ahora su única preocupación era cómo conquistar a Ángela. El día con ella había ido muy bien hasta hacía unas horas que se vino todo abajo. No obstante, había perdido una batalla, no la guerra. Ya no tendría que preocuparse más por Lorena, eso era un adelanto y un gran alivio. Ya podía concentrarse exclusivamente en la madre de su hijo. Le quedaban un par días antes que el deber lo obligara a regresar a Madrid. Y quería haber arreglado su situación con Ángela y Edu para cuando llegara el momento de partir. No iba a arriesgarse a perderlos ahora que los había encontrado.
Eduardo se dirigió al cuarto de baño para darse una ducha antes de irse a dormir. El día había sido intenso, muy intenso. Mañana pasaría a ver a Edu. Trataría de ganarse un poco más su confianza. ¿No sería maravilloso que Ángela y el niño lo acompañaran a Madrid? Quizá podría planteárselo a ella. Dejarlo caer. O solo sugerirlo para saber cómo reaccionaría.
Sería genial llevar a Ángela a su casa. Su ático de trescientos cincuenta metros cuadrados la dejaría patidifusa. Sonrió al pensar en la cara que pondría. Podía ofrecerle todo aquello que soñó darle cuatro años atrás, todo lo que ella merecía.
De pronto una amarga carcajada escapó de sus labios al recordar el pequeño piso que había alquilado para su vida en común. Su terraza era más grande que todo aquel piso. Sin embargo nunca se sintió tan feliz. Tenía ilusión y pasión por la vida. Perder el apoyo de sus padres no le había importado lo más mínimo. Ángela era todo lo que necesitaba. Después de que su vida se derrumbara, solo pensó en acabar su carrera, en hacer aquel máster que tenía planeado y después solo trabajo, trabajo y más trabajo.
La primera noche que pasó en su ático nuevo, se emborrachó pensando en qué le habría parecido a Ángela, en que ella habría disfrutado decorándolo. Pensando que aquel piso era lo que había soñado entregarle. Por eso nunca quiso meter a una mujer allí, ni siquiera a Lorena. Las noches que pasaba con ella lo hacía siempre en su casa.
Ahora deseaba ofrecerle a Ángela todas las comodidades, todos los lujos que se prometió a si mismo darle. Pero no podía hacerlo hasta ganarse nuevamente su confianza y lograr conquistarla. Claro que no podría hacerlo mostrándole todas sus posesiones. Eso era muy superficial y Ángela no era así y él tampoco. Tendría que demostrarle que la seguía amando a ella y al pequeño. Tendría que demostrarle que sería un buen padre y un buen marido también. Que se podía confiar en él y que no volvería a abandonarles pasara lo que pasase. Esta vez estaría siempre a su lado y tenía que convencerla de ese hecho como fuese.
Solo así la conquistaría.
Eduardo cerró el grifo, salió de la ducha y se colocó el albornoz. Secó su pelo con una toalla y después lo pasó por el espejo para limpiar el vaho. Se quedó observando durante largos minutos su propio rostro. Lo que veía en él era lo único que había enamorado a Ángela, de eso estaba seguro. Tenía que volver a ser él mismo, aquel universitario despreocupado y siempre dispuesto a hacerla reír. Era consciente de que hacía años que lo había enterrado en lo más profundo de su ser. ¿Sería capaz de volver a sacarlo? Mientras estuvo en el parque temático, pensó que sí. Que volvería a ser el hombre del que Ángela se enamoró. Estando a su lado no lo veía tan difícil. Lo haría por ella y por Edu. Haría cualquier cosa por ellos.
* * *
Esa mañana la mente de Ángela vagaba por mil pensamientos que nada tenían que ver con su trabajo, de ahí le venía el despiste del que todo el restaurante fue consciente. Confundió los pedidos de varias mesas y erró en el cambio una vez, a favor del cliente para su desgracia ya que le tocó pagar el dinero que faltaba. El gerente le había echado una buena bronca y seguramente tenía razón pues ni ella misma se sentía como siempre.
Tenía ojeras del tamaño de un lago y una hoja de papel tenía más color que su rostro. Su compañera le había preguntado cien veces qué le ocurría por el aspecto tan horroroso que presentaba. Ella le contestó que «nada» otras cien veces pues no tenía ganas de hablar de ello. No obstante, todos sus compañeros se habían dado cuenta de que pasaba alguna cosa y tenían razón. Le pasaba algo, algo grande. De al menos un metro ochenta, moreno, ojos castaños... toda la culpa la tenía Eduardo. La había descolocado.
Se había resignado a no volver a verle y de pronto la había hecho anhelar nuevamente una familia. Y no es que ella no estuviera orgullosa de la suya tal y como estaba. Su padre y su hijo eran todo lo que tenía y necesitaba. Sin embargo, pensar en tener a un hombre a su lado apoyándola en las decisiones, ayudándola en la educación de Edu... y no era eso lo único que anhelaba tener de un hombre. También necesitaba las caricias, el cariño y el amor. Hacía tanto tiempo que nadie la tocaba. Hacía tanto tiempo que Eduardo no la tocaba. Porque él había sido el primero y el último hombre de su vida.
Había salido con algunos chicos después del nacimiento de Edu, pero nunca había llegado tan lejos con ninguno de ellos porque no la habían hecho vibrar, volar, soñar como su ex. Estaba segura que nunca volvería a sentirse así a no ser que fuera con Eduardo, pues con solo una palabra ya la hacía estremecerse.
─¡Pero qué haces! La mesa tres hace rato que te está esperando ─la reprendió Bea. Su compañera tuvo que llamarle la atención al verla embelesada con la bandeja en la mano, la mirada perdida y sin dirigirse a ninguna parte.
─Oh.
─Como vuelva a verte Carlos ahí parada, te dará otra reprimenda.
─Te prometo que no me verá otra vez.
Con esa promesa flotando por su mente, Ángela sacudió su cabeza para ahuyentar los pensamientos sobre cómo se sentían las caricias de Eduardo sobre su cuerpo y lo bien que le hacía el amor. Maldita sea, pensó, Bea tenía razón, si el gerente la veía embobada se llevaría otra bronca. Y su contrato pronto expiraría, no podía permitírselo.
Con movimientos ágiles, cogió los cafés de la barra, los colocó en su bandeja y los entregó eficientemente a sus respectivas mesas. Regresó rápidamente para volver a llenar su bandeja con el siguiente pedido y así sucesivamente transcurrió toda la mañana sin ningún contratiempo más o eso creyó ella.
Unas horas más tarde, si pensó que la mañana había ido mal y no podía empeorar, estaba equivocada. Era mediodía cuando una clienta recientemente conocida, la sacó de sus casillas.
─Hola Ángela, ¿cómo estás? No sabía que trabajabas aquí ─saludó Lorena mintiendo descaradamente.
«No, claro que no lo sabías», pensó ella con sarcasmo. «¿Qué demonios querrá?» Solo de pensar que esa pelirroja despampanante se acostaba con Eduardo le revolvía las tripas. Apenas soportaba mirarla a la cara. Hacía solo unas horas estaba pensando en las caricias de él sobre su cuerpo y en cuánto las anhelaba y ahora caía en la cuenta de que esas caricias se las estaba dando a esa bruja. ¿Y si se convertía en la madrastra de Edu? No soportaría que esa mujer se acercase a su hijo. ¿Qué tal si se portaba mal con él? ¿Y si se le ocurría pegarle? ¿Eduardo lo consentiría? Trató de alejar esas preguntas que con el tiempo ya tendrían su respuesta y ella actuaría en consecuencia. Ahora trataría de poner cara de póker y atender a la clienta indeseada.
─Hola. ¿Qué quieres tomar?
─Tomaré dorada a la sal y de beber tráeme un Remelluri Blanco.
─¿Un qué?
─Remelluri Blanco. Es un vino blanco con crianza, muy fino.
─Ah. Pues no tenemos ese vino. No obstante, te podemos ofrecer el Diamante Blanco. Es un Rioja muy bueno.
─De acuerdo ─aceptó mientras le devolvía la carta─ que esperaba en un lugar como este. ─El murmullo de Lorena llegó a oídos de Ángela tal y como ella quería. La jugada le estaba saliendo muy bien.
Ángela se marchó con los dientes apretados de irritación. Qué mujer más prepotente, arrogante, cínica, ególatra... y mejor callar o no acabaría nunca con los adjetivos que le despertaba. Hacía una pareja ideal con Eduardo. De nuevo volvió a pensar en ellos juntos, en la cama, tocándose y le entraron nauseas. Dios mío, tenía que alejar su mente la imagen de esos dos haciendo el amor o no podría seguir trabajando. No podría seguir con la vida que se había construido junto a su hijo desde que Eduardo se fuera.
No era justo. No era justo que ahora que ella estaba acostumbrada a no tener al hombre que amaba a su lado, él apareciera en su vida para complicársela. Para hacerla anhelar cosas que no estaban a su alcance y que hacía tiempo no se permitía desear.
Lorena se quejó del pescado, de los cubiertos, de las copas y por supuesto del vino. La comida no estaba a su altura, tampoco el servicio. Esa mujer era una pesadilla, se dijo Ángela. Había estado tentada a coger la copa y tirársela por la cabeza. Si no fuera porque necesitaba ese trabajo y el dinero que le proporcionaba, lo hubiese hecho y al demonio con las consecuencias, esa bruja se lo merecía.
Cuando al fin se disponía a marcharse, la mandó llamar de nuevo. Seguramente para seguir atormentándola. ¡Pero qué bruja! Gritó la mente de Ángela.
─No te hagas ilusiones con Eduardo. Es mío.
─Por mí puedes quedártelo.
─No me hagas reír ─simuló una carcajada─, sé que quieres reconquistarlo.
─Estás muy equivocada, yo no pretendo reconquistarlo.
Ángela no mintió cuando hizo esa afirmación. Era cierto que no quería conquistarlo. Eso solo la llevaría a tener más problemas. Sin embargo... sin embargo... si lo conquistaba sin ella haberlo pretendido, tendría la certeza de no haberlo hecho adrede. «¡Dios mío Ángela! Qué pensamientos más estúpidos estás teniendo», se reprochó a sí misma. No podía darle una segunda oportunidad, había pasado demasiado tiempo y demasiadas cosas. Él estaba con otra mujer.
─Eduardo solo pretende ganarse tu confianza, para después llevarse al niño.
Al escuchar sus propios miedos en boca de aquella desconocida, se le paró el corazón, se le secó la boca y le entró el pánico. ¿Era posible que Eduardo le hubiera contado sus planes a su novia? Por supuesto que sí, iba a compartir su vida con ella.
Ángela no pudo pronunciar palabra. El terror la había invadido dejándola paralizada.
─Piensa un poco. Eduardo vive a cuatrocientos kilómetros y parece estar embelesado con ese hijo tuyo. Te lo arrebatará, no le será difícil conseguir la custodia. Él pude ofrecerle mucho más que tú. Sus abogados te destrozarán.
─¡Pero yo soy su madre! ─gritó indignada.
─Un juez no mirará solo eso, sino el entorno del niño.
─¡Su entorno está perfecto!
─El de Eduardo es mucho más perfecto. ─Lorena se levantó de la mesa, dejó el dinero de la cuenta sobre una bandejita plateada y antes de marcharse, se volvió hacia ella─. Piénsatelo querida. Los padres pueden llegar a ser muy «molones» para los niños y después de todos los regalos que él le haga, tu hijo elegirá a Eduardo cuando un juez le pregunte.
Con la maligna semilla ya plantada, Lorena abandonó el restaurante con una flamante sonrisa y las ganas de gritar «victoria». Esa tonta se lo había tragado. Ahora, seguramente le negará el niño a Eduardo y éste la odiará por ello. Como mucho en un par de días se habrá deshecho de la madre y del mocoso. Entonces Eduardo no tendrá más remedio que volver a su lado en busca de consuelo y ella se lo dará con creces. Era un plan perfecto.
Ángela tuvo que salir una hora antes de acabar su turno. La conversación con Lorena la había alterado sobremanera. El gerente fue muy comprensivo a pesar de todos sus despistes, pues el día anterior había sufrido de «una fiebre muy alta», fue la excusa que dio para poder ir al parque temático, y de todas formas no estaba rindiendo como debería. Así que con la idea de que seguía enferma, cosa que tampoco era del todo incierta, dado el estado en el que esa bruja la había dejado, la mandó a casa.
Cuando cruzó la puerta de su hogar, se dejó caer en el sofá y cerró los ojos. Pero al instante los abrió alarmada. La casa estaba en silencio y nadie había ido a recibirla. Edu siempre llegaba corriendo y se lanzaba a sus brazos, ansioso por un beso de mamá. Pero no hubo ni carreras, ni abrazos, ni besos, nada de nada. O Edu estaba enfermo o no se encontraba en casa, una de dos.
Ángela se levantó de un salto y fue hasta su habitación y al no encontrarle se alarmó.
¡Dios mío! No podía estar pasando tan pronto. Sus miedos se estaban haciendo realidad cuando aún no había tenido tiempo de asimilarlo para saber cómo actuar.
─Papá ─gritó con desesperación.
No tuvo que repetir el llamamiento puesto que su padre apareció por el pasillo al instante.
─¿Sucede algo? Has llegado temprano.
─Me dieron permiso para salir una hora antes. ¿Dónde está Edu?
─Su padre vino temprano y se lo llevó.
─¿Qué?
─Dijo que le traería antes de que llegaras. Pero como te has adelantado. No tardarán.
─Le has dejado que se lo lleve. Oh papá. ─Ella se puso a llorar literalmente.
─Ángela. ¿Ha pasado algo grave en el trabajo?
─Lo grave, papá, es que Eduardo se llevara a mi hijo ─dijo entre sollozos─. ¿No te das cuenta? Tal vez se esté dirigiendo ahora mismo a Madrid. No lo volveré a ver nunca más.
Paco sabía que su hija estaba siendo demasiado dramática. Estaba exagerando y no pensaba con claridad. Si él hubiese tenido la más mínima duda sobre Eduardo, jamás le habría permitido llevarse a su nieto. Vio a un Eduardo ilusionado, esperanzado y deseoso de ver al niño. A él le pareció de lo más normal.
─Ángela...
─Papá, rápido tenemos que ir a la estación. Llama a la policía. Denunciaremos el secuestro.
─Ángela ─él la tomó por los hombros─ escúchame pequeña. Eduardo no va a secuestrar a su propio hijo. Y si lo hiciera y se lo llevara a Madrid, dudo que la policía tardara mucho en encontrarlo y devolvértelo.
─Papá, tiene mucho dinero, contratará abogados y le perderemos para siempre.
─Hija... ─Paco debía hacerla entrar en razones. Se estaba volviendo paranoica.
─Quizá se lo lleve al extranjero ─continuó con su demencia.
─¿Y para qué iba a hacer eso? Tú se lo dejas ver. Nunca se lo has negado. Además, tiene una gran empresa que presidir... ¿Te das cuenta que estas sacando las cosas de quicio? Esa cabecita tuya ha estado pensando demasiado y te has montado una película.
─Es que...
Las palabras murieron en su boca cuando la puerta se abrió y un niño pequeño entró corriendo y gritando de emoción. Cuando vio a su madre se lanzó a sus brazos sin vacilación.
─Mamá, mamá ¿sabes que he hecho?
─No cariño ─contestó mientras se limpiaba las lágrimas rápidamente.
─Eduardo me ha llevado a jugar a fútbol ─le informó el niño entusiasmado y sin vocalizar bien sus palabras como cualquier niño de su edad.
─¿Y cómo te ha ido?
─¡He metido tres goles! ─Después de su declaración, el niño bajó del regazo de su madre y fue directo a los brazos de su abuelo para contarle su hazaña.
Cuando Paco se llevó a Edu a la cocina alegando que debía reponer fuerzas y hacer una buena merienda, Ángela se puso en pie, se colocó una mano en la cintura y con la otra apuntó su dedo acusador hacia Eduardo.
─No vuelvas a hacer eso. ¿Me has entendido?
─¿Hacer qué? ¿Llevarme a mi hijo a jugar a fútbol?
─No. Llevártelo sin mi permiso.
─Tu padre me dio permiso. Además, pensaba llegar antes que tú para que no te preocuparas.
─No vuelvas a llevarte a mi hijo. ─La frialdad de sus palabras sorprendieron a Eduardo.
─También es hijo mío.
─Eso no te da derecho a llevártelo y alejarlo de mí.
De pronto Eduardo se percató del miedo que ocultaban sus palabras. Ángela estaba aterrorizada. Sus ojos enrojecidos y húmedos le indicaban que había estado llorando. ¿Llorando porque él se llevó a Edu a jugar un partido? Aquello no tenía lógica. Entonces una idea terrible se le pasó por la cabeza. ¿Ángela estaba pensado que era capaz de quitarle al niño? Él jamás haría una cosa así. Era una crueldad separar a un niño de su madre. ¿Acaso ella le creía cruel? ¿Un hombre sin corazón? Esto no podía continuar así. Había llegado el momento de hablar sobre lo sucedido cuatro años atrás. Debían poner las cartas sobre la mesa y saber a qué atenerse por ambas partes.
─Creo que no deberíamos demorar más nuestra charla.
─Mientras me hagas caso...
─No ─la cortó él─ me refiero a lo sucedido cuando nos separamos.
Ella no dijo nada.
─Vamos, demos un paseo para calmar los nervios.
Ella dudó durante unos segundos antes de aceptar sin protestar. Eduardo tenía razón. Necesitaba saber lo que había sucedido, el motivo de su separación. Cómo se había sentido él y sobre todo necesitaba saber lo que sentía ahora y cuáles eran sus planes respecto a Edu.
─¡Papá! Voy a salir, no tardaré.
─Ve tranquila hija. ─Se oyó la respuesta comprensiva de Paco desde otro lado del pasillo.