Capítulo 14
LLEGARON en silencio hasta el paseo marítimo. La brisa salada del mar era fría y húmeda, tanto que traspasaba su chaqueta. Eduardo se abrochó el botón del cuello y metió las manos en los bolsillos. Miró a Ángela. Ella también se había abrochado la chaqueta y se había acomodado la bufanda marrón con flecos que llevaba alrededor del cuello.
Caminaron durante un rato más con el único sonido de las relajantes olas del mar. El cielo estaba despejado y el sol invernal se estaba poniendo rápidamente en el horizonte. La arena estaba limpia y desierta. Apenas un par de huellas delataban la escasa vida que había trascurrido por el lugar.
Eduardo tenía la esperanza que el paseo y el sonido del mar le hubiesen calmado un poco el coraje y la rabia que las palabras de ella le habían hecho sentir.
Llegaron hasta un banco donde se sentó y le tendió la mano a Ángela para que se sentara a su lado. Ella lo hizo ignorando su palma hacia arriba que retiró después de un resoplido.
─Bien, cuéntame eso de no alejar al niño de ti. ─Eduardo quería una explicación de por qué ella había pensado eso de él. Era lo primero que deseaba saber pues se sentía insultado y decepcionado también.
─Pues eso mismo, que no voy a permitir que lo alejes de mi lado.
─¿Tienes miedo de que te lo quite? ¿Es eso?
Ella no dijo nada y asintió con la cabeza.
─Yo jamás haría algo así. Pero debes entender que quiero disfrutar de él. Me he perdido los primeros años de su vida.
─Lo entiendo pero...
─No Ángela. Escúchame. ─Su voz sonó firme y tierna a la vez─. Ni se me había pasado por la cabeza quitarte a Edu. No sé cómo has podido pensar eso de mí.
Se quedó callada. No tenía ganas de darle explicaciones. Ella lo había pensado y Lorena había corroborado esa posibilidad.
En estos momentos Eduardo se veía tan correcto, tan indignado y dolido porque ella pensara mal de él, que ahora le parecía imposible que fuera capaz de una cosa así. Quizás esa bruja había instigado para que discutiesen.
Eduardo sabía que Ángela todavía tenía dudas sobre lo que pasó años atrás. No confiaba en él y seguramente pensaba que en cualquier momento se largaría dejándola sola. De eso solo él mismo era culpable. Llegó el momento de las explicaciones, no podía demorarlo más.
─Creo que es el momento de volver al pasado y hablar de él.
─De acuerdo.
─Bien. Cuéntame qué pasó. Desde el día en que dejaste de contestar a mis llamadas.
─Yo no dejé de contestar a tus llamadas.
─Entonces, desde que hablamos por última vez.
Ángela cerró los ojos y permitió a su mente vagar por el recuerdo hasta encontrar el espantoso día en que casi pierde a su hijo. Por mucho que le doliese, era necesario que se acordase de cada detalle para tratar de averiguar lo ocurrido.
Recordó que había hablado con Eduardo el día anterior, así que ese fue el último y el siguiente el peor de su vida. Respiró hondo y se armó de valor para poder hablar de aquello en voz alta. Hacía mucho que no pensaba en aquel momento y cuando lo hacía se le formaba un nudo en la garganta.
─Yo llegaba de trabajar. Todavía no había hablado contigo, quedamos en que me llamarías a las ocho. Me había quitado el bolso, y lo había dejado encima de la mesa junto al móvil cuando llamaron al timbre. Era tu madre. Entró hecha una furia y me dijo de todo menos bonita. Después extendió un cheque allí mismo y me lo ofreció. Me dijo que cubriría los gastos de un aborto en cualquier clínica privada. Yo me negué naturalmente. Le dije que quería a mi hijo. Le dije que tú también lo querías. Entonces ella comentó que ese niño te arruinaría la vida. Que te sentías obligado y que no serías feliz.
Eduardo hizo un gesto para hablar, pero ella levantó su mano para que callara, para que le dejase terminar. Después podrían debatir. Así pues, ella continuó:
─Las dos discutimos muy fuerte y después no me dio tiempo a decir mucho más porque sentí un fuerte dolor bajo el vientre y empecé a sangrar. Me asusté mucho. ─Comenzaron a caerle lágrimas incontroladas por las mejillas. Recordar aquel día tan espantoso le hizo volver a sentir ese terrible dolor y no solo el físico sino también el del corazón pensando que estaba perdiendo a su bebé.
Dios mío, se dijo Eduardo. Debió pasar un infierno y él debió estar a su lado, cuidándola. Cómo había sido tan idiota. Levantó su mano para consolarla con una caricia, pero se detuvo a medio camino al verla agachar la cabeza para continuar la historia. Su madre iba a pagar muy caro su entremetimiento, se prometió.
─Tu madre ─prosiguió ella ajena a los pensamientos y sentimientos de Eduardo─ se dio cuenta de lo que me pasaba y me dijo que la naturaleza era más sabia que nosotros. Que dejara que siguiera su curso.
»En ese momento entró mi padre, todavía doy gracias a la divina providencia por ello, y me llevó a urgencias. Allí se temieron lo peor, pero un milagro hizo que nuestro hijo viviera. Escuché su corazón y bombeaba con fuerza.
Ahora sí, Eduardo alzó la mano y le secó las lágrimas con sus pulgares. Después recreó sus manos en su rostro enmarcándolo de forma cariñosa. Bajó su cabeza y le dio un suave beso en la frente, en la nariz y por último en sus labios.
Ella se estrcemeció desde la cabeza hasta la punta de sus pies. Cerró los ojos y disfrutó de esa maravillosa intimidad.
Los besos de Eduardo, cortos y suaves, se desplazaron por su mejilla hasta el oído.
─¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué no cogiste el teléfono cuando te llamé yo? ─susurró.
─Creo que tu madre se llevó mi móvil. No he encontrado otra explicación a su desaparición. No tenía tu número. Mi padre fue un par de veces a tu casa pero tu madre le dijo que no querías saber nada de mí.
─Cómo pudiste creer eso después de lo que compartimos, de todo lo que vivimos juntos.
─No lo creí. Confiaba en ti plenamente. Pero cuando mi padre encontró a Fernando y le confirmó que no pensabas volver más por el pueblo... entonces tuve que aceptarlo. Aunque me resistí los primeros días. Cada vez que la puerta de mi habitación se abría pensaba que eras tú. Ansiaba que fueras tú. Luego, conforme pasaban las semanas, me fui haciendo a la idea de que no volverías.
Dios mío Fernando. Es verdad que fue a verle destrozado por la noticia de que Ángela lo había abandonado y se había deshecho del niño. Con razón ella ya no siguió buscándolo. Pero... ¿por qué no le dijeron a Fernando que ella no había abortado? Su amigo le habría llamado inmediatamente para informarle.
─Lo siento cariño. No sabes cuánto siento por todo lo que has tenido que pasar. Dime una cosa, por qué Fernando no sabía nada de Edu.
─Fernando le confirmó a mi padre que te habías marchado y creo que se fue sin decirle nada más. Ya para qué.
─Lo siento mi chiquita ─volvió a lamentarse─ siento no haber estado en el hospital contigo apoyándote, cuidándote. Siento que pasaras todo el embarazo sola, no era lo que yo había planeado, lo que yo deseaba, te lo aseguro.
No sabía por qué, pero Ángela le creyó. A ella volvieron las dulces promesas que Eduardo le hiciera un día ya muy lejano pero que hoy se le hacía presente. Oía el dolor y la angustia en sus palabras y no pudo seguir fría en indiferente. Además, era cierto que le había perdonado incluso cuando pensaba que era culpable.
─Ya no importa Eduardo. Pasó hace años.
─Y... ¿el parto fue bien? ¿Hubo complicaciones?
─No. Todo fue muy bien. ─Ahora se estaban mirando directamente a los ojos, solo había sinceridad entre los dos─. ¿Sabes? Te odié durante todo el embarazo por haberme abandonado. Después, cuando me pusieron a Edu en los brazos, te perdoné por dejarme. Es más, te di las gracias por hacerme el mejor regalo del mundo.
Eduardo la rodeó con los brazos y la apretó contra su cuerpo. Respiró el aroma de su pelo. Quería reconfortarla y reconfortarse así mismo. Había vivido tan amargado todos esos años separado de ella. Daría parte de su vida por poder recuperarlos.
─¿Cuál es tu historia? ─preguntó ella con la cara apoyada en su hombro. Todavía no deseaba despegarse de él.
─Yo... te busqué. Regresé de Madrid a toda velocidad porque no me cogías el teléfono. Sabía que algo malo había pasado, porque no era normal que no contestaras. Cuando llegué, mi madre me contó esa barbaridad y yo tampoco quise creerla. Fui a buscarte y no estabas por ninguna parte.
»Me quedé en el portal de tu casa a esperar. Vi a un vecino y le pregunté, me dijo que vio a tu padre con una bolsa de viaje y tú seguías sin aparecer por ningún lado. También fue a tu trabajo, pero tampoco sabían de ti y yo no sabía qué más hacer. Cuando acepté que mi madre me había dicho la verdad, me volví loco. Me despedí de Fernando y me largué. Ni siquiera sé como llegue vivo a Madrid. Conduje con temeridad todo el trayecto. Me quería morir.
─Oh Eduardo. ─Ella se incorporó y acarició su mejilla.
─Te quería tanto, tanto... ─Eduardo bajó la mirada hasta encontrarse con la de ella, húmeda por las lágrimas─. Todavía te quiero, nunca he dejado de quererte. Nunca.
─Ahora es tarde Eduardo. No podemos recuperar lo perdido.
─¿Por qué no?
─Bueno, tienes... a Lorena.
─Ya rompí con ella. Debí haberlo hecho hace mucho tiempo.
─No debiste hacerlo. Deberías haber recordado por qué estabas con ella y lo que te hacía sentir...
─Eso hice ─la interrumpió él─. Empecé a salir con ella para olvidarte. Quise rehacer mi vida, pero no pude. No estaba enamorado de Lorena, tú seguías clavada en mi corazón y cuando supe que siempre estarías allí y jamás me enamoraría de ella, debí dejarla para no hacerle daño.
─Yo... no sé qué decir.
─Puedes empezar por decirme qué hay entre Fernando y tú.
Ella lo miró incrédula. ¿A qué venía esa pregunta?
─Hace unos meses nos volvimos a encontrar y ha sido un buen amigo desde entonces. Nada más.
─¿Te ha besado?
─No creo que eso te importe.
─Está bien, no me lo digas. Es mejor no saber con cuantos hombres has estado todo este tiempo o me volveré loco otra vez.
Ángela casi rió a carcajadas. El hombre que amaba había estado con otras mujeres. No necesitaba preguntarlo, Lorena era la prueba de ello. Sin embargo ella había sido fiel a su corazón. Le había sido fiel a Eduardo aun sabiendo que no volvería a verle. Aun sabiendo que no la amaba y que le había mentido.
Había salido con algunos chicos, pero nunca había hecho nada íntimo con ellos porque no se sintió lo suficientemente atraída por ninguno.
Bueno pues no tenía intención de contárselo. Ya tenía su ego demasiado grande. No necesitaba que ella se lo engordase más.
─¿Qué vamos a hacer ahora? ─preguntó Ángela.
─Por el momento me marcho a Madrid esta noche. Cuando llegue hablaré con mi abogado para que se ponga en contacto con el tuyo y...
─¿Te vas? ─En su voz había una nota de decepción.
─Hay cosas que debo solventar. Como te decía mi abogado se pondrá en contacto con el tuyo...
─No tengo abogado, ¿necesito contratar uno? ─Eduardo notó preocupación en su tono de voz.
─No te preocupes, no lo necesitas. Deja todo en mis manos.
─Todo el qué. No sé que estoy dejando exactamente en tus manos ─Ángela estaba dispuesta a confiar en él, pero tampoco de manera ciega, quería saber cómo estaban las cosas y qué era eso que debía solventar.
─Resolveré esta situación.
─Todavía no te comprendo.
─Lo único que tienes que hacer es quedarte tranquila y confiar en mí.
─La última vez que dijiste eso y te marchaste, me rompiste el corazón y tardaste cuatro años en volver.
El cerró los ojos y comprendió el temor de ella. Tenía todo el derecho de estar a la defensiva. No quería ni imaginar cómo se sintió cuando descubrió que él no volvería. No obstante, tenía que lograr que confiara en él de nuevo.
─Esta vez nada ni nadie detendrá mis planes ─dijo con determinación.
─Tu madre se pondrá furiosa.
─Mi madre... ─Eduardo pensó en todo lo que había hecho su madre para separarlos─. Soy yo el que tiene que estar furioso. Cuando la vuelva a ver tengo intención de dejarle bien claro lo que pienso de ella.
─Imagino lo que debes sentir. No obstante, ella es tu madre, la mujer que te dio la vida. No lo olvides.
─¿Todavía la defiendes?
─Supongo que quería lo mejor para ti. Ahora que soy madre, entiendo eso aunque jamás procedería como ella.
─Tú eras lo mejor para mí y ella debió darse cuenta de eso.
─La gente comete errores y las madres no somos una excepción.
Eduardo la miró con tanta dulzura. Cómo había podido sobrevivir todos estos años sin Ángela. Todavía no se lo explicaba pues la necesitaba a su lado, la necesitaba para respirar. La madurez que había adquirido le sentaba muy bien, pensó con una sonrisa orgullosa.
─Mi chiquita... ─La voz de Eduardo sonó suave y anhelante.
Tras escuchar el apelativo que solo él usaba, le temblaron las piernas, menos mal que estaba sentada si no habría caído de bruces. Le encantaba que la llamara así. Seguía amando a ese hombre con todo su corazón, con toda su alma y con todo su cuerpo.
─Tengo que irme ya. Todavía tengo que preparar el equipaje y seguramente llegaré de madrugada.
─Puedes despedirte de Edu si lo deseas ─se apresuró a decir.
─Gracias. Me pasaré por tu casa antes de irme.
Después de acompañar a Ángela fue a ver a Fernando. Tenía que contarle lo que había pasado. Todavía no le había dicho que su hijo estaba vivo y tenía que sacarle de la cabeza la idea de que saliese con ella, pues Ángela era para él y para nadie más. Además, debía averiguar si había tenido algo que ver en aquella confabulación.
─Vaya, te veo muy contento. ¿Se debe a Ángela?
─Fer tengo noticias maravillosas. ─Eduardo hizo una pausa haciéndose el interesante antes de continuar─. Mi hijo está vivo. Ángela nunca abortó, fue un falso testimonio de mi madre.
Fer abrió los ojos como platos, no podía creer lo que su amigo le estaba diciendo. ¿Por qué ella nunca lo había nombrado?
Fue entonces que Eduardo descubrió que nada tuvo que ver en todo aquello. Así que le contó cómo es que fueron las cosas y el por qué de toda esa confusión. Fernando se sintió feliz por un lado pero triste por el otro. Ya nada tenía que hacer con Ángela, era una pérdida de tiempo declarase pues esos dos seguían enamorados. Ahora ya no había ni rencores, ni reproches, nada que les separase, es más, tenían un hijo en común y estando así las cosas él no iba a interponerse. Además, tampoco Ángela se había sentido muy interesada en él. Ya sabía el por qué.
─Me alegro por ti, de verdad. Espero que seáis felices.
─Gracias. Sé que estabas enamorado de ella y lo siento mucho, pero nos pertenecemos el uno al otro.
─Lo entiendo ─dijo desmoralizado.
Eduardo abrazó a su amigo a modo de despedida sabiendo que era de los pocos que tenía y esperaba que esta situación no le hiciese perder su amistad. Deseó que Fer encontrase una buena chica como Ángela y fuese tan dichoso como él. Era un gran tipo y se lo merecía.
Luego fue hasta su casa de la playa a preparar el equipaje. Le esperaban días largos y lentos en Madrid. No quería irse, pero había desatendido la empresa durante demasiado tiempo. Desde la muerte de su padre, había clientes que exigían hablar con él personalmente. Así pues, sus vacaciones se habían acabado y tenía responsabilidades. No obstante, se prometió a sí mismo que muy pronto tendría a su mujer y a su hijo junto a él. No los iba a dejar escapar. Esta vez no.
Cuando abrió la puerta encontró una carta en el suelo. La recogió y fue a sentarse al salón. Imaginaba de quien se trababa, Lorena.
Rasgó el sobre, sacó una cuartilla de dentro y leyó:
Mi querido Eduardo,
Cuando te canses de hacer de «padre del año» con un hijo que puede no ser tuyo. Y cuando te canses de hacer de «el marido perfecto» con una mujer que solo quiere sacarte dinero, ven a buscarme. Te estaré esperando con un conjuntito nuevo y una danza nueva. Nadie satisfará tu necesidad como yo.
Tuya siempre
Lorena
Al parecer Lorena no se había resignado a perderlo. Y estaba seguro de que no era porque lo amara sino por simple orgullo femenino. No sabía cuán equivocadas estaban todas sus palabras. Solo hubo un par de cosas que le gustaron: eso de «el padre del año» y «el marido perfecto» sonaba muy bien. No creía poder conseguirlo, pero por la tumba de su padre, que lo intentaría.
* * *
Una hora después, Eduardo se encontraba en casa de Ángela con su hijo en el regazo. Era la primera vez que el niño rodeaba su cuello con sus pequeños bracitos. Tuvo que controlar la emoción que sintió para no derramar ninguna lágrima. No obstante el nudo que se le formó en la garganta, le impedía tragar con normalidad. Aquel pequeño cuerpecito rodeándole con una fuerza insignificante pero intensa, la sensación era increíble. Él era el padre de ese niño, él había contribuido a engendrarle. El amor había creado a ese pequeño ser y tener esa certeza le producía un sentimiento inimaginable, le faltaban palabras para describirlo.
─Nos veremos pronto chaval. ─Eduardo lo dejó en el suelo y le revolvió el pelo con la mano.
El niño le dio un rápido beso en la mejilla y echó a correr hasta su habitación.
Ángela se acercó a Eduardo después de que él se incorporara. Se acariciaba con la mano en el lugar donde su hijo le había besado.
─Los niños se encariñan rápido con las personas que les presta atención. Son muy generosos con su afecto.
Ojalá esa afirmación sea cierta, deseó Eduardo.
Ella extendió la mano y le entregó una nota.
─Puedes llamarle por teléfono.
─Gracias, lo haré ─Eduardo metió la mano en su bolsillo y sacó una tarjeta─. Vosotros también podéis llamarme. Es más, quiero que lo hagas si tenéis algún problema o si os apetece simplemente. Aquí tienes el número de mi oficina. ─Sacó un bolígrafo e hizo unas anotaciones─. Y también te dejo el número de mi móvil y el de mi casa.
─Gracias, trataré de no molestarte.
─No me vas a molestar. Llama siempre que quieras o lo necesites.
─Vale. ─Ángela se sintió emocionada ante tanto número donde localizarlo.
De pronto, le entró un ataque de timidez y bajó la mirada al suelo. Eduardo la tomó de la barbilla y le levantó la cabeza.
─Te quiero mi chiquita ─dijo al tiempo que bajó sus labios y los posó sobre los de ella en un beso tan dulce y fresco como esas manzanas recubiertas de caramelo que puedes adquirir en las ferias.
Eduardo seguía suavemente recorriendo su boca y sus manos descansaron en las caderas de ella. No quería que acabara nunca. No quería que él parase nunca de besarla y tocarla. Hacía tanto tiempo que anhelaba sus caricias, no había sido consciente hasta ahora de ello.
De pronto, Ángela recordó que Edu estaba en casa y se separó rápidamente de él.
─No quiero que Edu nos vea.
Eduardo sonrió tristemente al darse cuenta que no podía besar a su mujer frente a su hijo hasta que no hablasen con él.
En sus pensamientos se había referido a ella como su mujer, porque así la consideraba y esta vez nadie la separaría de él. Y el niño... solo un poco más de tiempo y le llamaría papá. Solo hacía tres días que le conocía, debía ser paciente.
─Nos veremos pronto. ─Y con esa simple promesa se marchó dejando a Ángela ávida de que la cumpliera.