Capítulo 2

HABÍAN pasado dos días desde que Eduardo se fuera. Tal y como había prometido, la había llamado cada uno de esos días. Le contó que al menos había visitado veinte pisos antes de encontrar el adecuado, pero que al final había dado con él. Que ya lo tenía apalabrado y que en un par de días firmaría el contrato. El piso era pequeño pero estaba amueblado. Constaba de un solo cuarto de baño, dos dormitorios, un pequeño salón que se comunicaba con la cocina. No tenía ascensor pero era un primer piso, por el momento tendrían que conformarse, claro que a ella eso no le preocupada. En tal de estar junto a Eduardo viviría en una chabola si hiciese falta. Lo único que deseaba era pasar su vida junto a él. Tener a su hijo, formar una familia... la vida era maravillosa. En su última conversación, Eduardo le había dicho que tardaría dos o tres días más en regresar por ella y que ya podía ir renunciando a la heladería e ir haciendo las maletas.

Solo había una cosa que la dejaba preocupada en la nueva vida que estaba a punto de comenzar, su padre. Le dejaría solo en el pueblo. Tenía amigos y vecinos con quienes podía contar, no obstante, no era lo mismo que tener una hija a su lado, preocupándose y cuidándole. De todas formas en cuanto se jubilase, se podría ir a vivir con ella a Madrid. Así disfrutaría también de su nieto. Un par de años se pasaban rápido y se visitarían continuamente.

Ángela dio un largo suspiro mientras abría la puerta de su casa, había tanto en lo que pensar. Pasó por el salón, dejó su móvil encima de la mesa para escucharlo cuando Eduardo la llamara. Después fue hasta su habitación y se quitó los zapatos para ponerse sus chancletas playeras. Hoy tenía los pies destrozados, necesitaba acostarse en el sofá y ponerlos en alto. De pronto su estómago protestó por haber permanecido vacío varias horas. Tendría que posponer lo del sofá pues su bebé reclamaba alimentos. Así pues se dirigió a la cocina.

A pesar de que tenía hambre, no sabía qué comer. Miró en la nevera, estaba repleta de alimentos muy variados y sin embargo a ella no le apetecía nada. La cerró. Caminó hacia el armario y lo abrió. Había galletas, pero no eran de chocolate. Ángela se pasó la mano por su abdomen. Al parecer su bebé era muy caprichoso porque esto no le había pasado nunca. Ella era muy buena comiente.

Mientras tamborileaba los dedos en su barbilla pensando qué llevarse a la boca, sonó el timbre de la puerta. Con un suspiro cerró el armario, ya vería qué comer más tarde. Con un suspiro resignado fue a ver quién era.

Ángela se quedó de piedra cuando vio quien había en el umbral de su casa. Silvia, su elegante y distinguida suegra. La que no aprobaba la relación que mantenía con Eduardo desde un principio. La que no había apoyado a Eduardo cuando le dijo que estaban esperando un hijo.

─Pase ─le dijo ella en un tono seco.

─Solo será un momento ─contestó Silvia con prepotencia.

Una vez dentro la condujo por el pasillo hasta el sencillo salón.

─¿Quiere sentarse? ─le ofreció ella solo por educación.

─No, me marcharé enseguida.

Ángela permaneció firmemente erguida frente a Silvia. Esa mujer no iba a intimidarla con su actitud arrogante y prepotente. ¿Acaso no se había dado cuenta que la época de la nobleza y la plebe ya habían pasado? Eduardo no se parecía a ella en absoluto, gracias a Dios por ello. Él no encajaba en esa familia, quizá por eso se había enamorado de ella, una chica normal y corriente.

─Usted dirá.

─Iré al grano─. Silvia entrelazó los dedos de las manos. ─No eres suficiente mujer para mi hijo. Y ese embarazo tuyo ─bajó la vista a su abdomen─ es un inconveniente. No obstante, podemos llegar a un acuerdo.

A Ángela no le sorprendieron sus palabras. Es más, las esperaba en cuanto la encontró plantada en su puerta. Silvia nunca había ocultado su rechazo y debido a eso nunca visitaba su casa y apenas se habían visto en los meses que llevaban Eduardo y ella juntos

─No creo que me interese hacer ningún trato con usted.

─Te buscaré la mejor clínica para que abortes, por supuesto yo corro con los gastos. Después te daré un cheque bastante generoso para que te tomes unas vacaciones lejos de aquí y por supuesto no le dirás ni una sola palabra a mi hijo.

─No pienso abortar a mi niño y tampoco me voy a ir a ninguna parte─. Ángela se sintió indignada con tal proposición. ─Eduardo y yo tenemos planes.

Silvia se rió en su cara, cosa que la indignó todavía más. Esa mujer no la respetaba en absoluto, ¿qué se había creído?

─Querida niña, siento ser yo la que te abra los ojos ─dio unos pasos hacia ella─ para Eduardo no fuiste más que una aventura de verano. Ahora que ha vuelto a Madrid retomará su vida donde la dejó. Seguramente ya se ha olvidado de ti. Dejó infinidad de chicas esperando su regreso a lo largo de todos estos años que venimos aquí a pasar el verano.

─Hablé con Eduardo ayer mismo, me ama y yo a él. Usted no me hará creer lo contrario, pierde su tiempo.

Maldita sea, pensó Silvia, estaba muy segura de sí misma.

─Mi hijo tiene que acabar su carrera y después tiene planeado hacer un Máster en el extranjero. Tú no estás dentro de sus planes. Acéptalo niña.

─Acepte usted que estamos enamorados. Que vamos a tener un hijo. Ahora mismo está buscando un piso adecuado para que vivamos juntos.

Silvia trató de disimular su sorpresa. Eso no lo sabía, Eduardo no le había dicho a qué iba a Madrid, como no se habían dirigido la palabra desde que supo lo del embarazo. Niña entrometida, pensó. ¿Acaso creía estar a la altura de su familia? Ella iba a bajarle los humos a esa insolente. Silvia del Castillo siempre se salía con la suya. Ninguna insignificante mocosa la dejaría en ridículo.

─Te equivocas. La semana que viene comenzará la universidad, está preparando los libros y el material que necesita. No piensa volver por ti. Me ha dado mucha pena la forma en que piensa abandonarte y por eso estoy aquí.

─No la creo nada─. Ángela estaba al borde de las lágrimas solo de pensar que algo de lo que decía esa mujer fuera cierto... No obstante, no se derrumbaría frente a ella. Estaba segura de que nada de aquello era verdad. Eduardo no iba a abandonarla. Ni a ella ni al hijo que esperaban juntos. Confiaba plenamente en su novio. Su suegra no la haría dudar.

─¡Niña estúpida! No ves que lo mejor es que abortes ese niño.

Como si de una maldición se tratase, las palabras de Silvia parecían haber sido escuchadas por el diablo. De pronto, Ángela sintió una cálida humedad que corría por sus piernas. Bajó la vista para descubrir que estaban cubiertas de sangre. Al mismo tiempo un dolor punzante le atravesó las entrañas haciéndola encogerse.

─¡No! ¡No! ─gritó espantada mientras se agarraba la cintura a modo de protección. No podía perder a su bebé. No podía. Esto no podía estar pasando.

La casualidad hizo que su padre entrase por la puerta en ese momento. Al oírla gritar corrió hasta el salón y la vio arrodillada en el suelo, abrazando su cintura en un charco de sangre. Ni se percató de que su consuegra estaba presente. Paco se limitó a socorrer a su única hija.

Entre la confusión, Silvia advirtió que encima de la mesa había un móvil con un colgante de corazones. El móvil de Ángela, pensó. Disimuladamente se acercó a la mesa, lo cogió y lo guardó en su bolso. Con un poco de suerte la habría hecho perder el número de teléfono de Eduardo y ella se encargaría de que él no la encontrase.

─¡Voy a traer el coche hasta la puerta! Aguanta hija.

Silvia aprovechó la ausencia de Paco para acercase a Ángela. Se inclinó hasta casi rozar su oído.

─Deja que la naturaleza siga su curso. A veces es más sabia que nosotros. Lo del cheque sigue en pie─. Se incorporó de nuevo─. Adiós.

Cómo podía esa mujer ser tan insensible, tan fría, se preguntó Ángela mientras sus lágrimas corrían por sus mejillas como ríos desbordados. Era a su nieto a quién estaba perdiendo en esos momentos. ¿Es que nada la conmovía? Entonces pensó en Eduardo. Dios mío, estaba tan ilusionado con el bebé. Tan contento con los planes que estaba haciendo. Lo iba a estropear todo.

No. No podía perderlo. Dios no podía permitir que ocurriera.

* * *

Tres horas después, Ángela descansaba en la cama de un hospital. Se sentía débil, cansada. Necesitaba hacer un gran esfuerzo para abrir los ojos y en cuanto lo consiguió, la habitación comenzó a dar vueltas como si estuviese dentro de un torbellino. Volvió a cerrar los ojos y abrirlos de nuevo, esta vez más lentamente. Repitió este proceso varias veces hasta que la sensación de mareo fue menguando.

¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba? Recordaba a Silvia insultándola, diciéndole que Eduardo no la quería y la había abandonado. Después... ¡Dios mío el bebé! ¿Había perdido a su bebé? Instintivamente se tocó el abdomen.

─Todavía está ahí─. La voz de su padre llegó hasta ella como un bálsamo relajante.

─Papá ─musitó─ mi bebé─. La voz se le quebró.

─Está bien Ángela. Tu bebé está bien─. Él se acercó y le acarició la mano para tranquilizarla. ─Has perdido mucha sangre. Te han tenido que hacer una transfusión ─sonrió─ los médicos dicen que es un milagro que su corazón siga latiendo. Al parecer tu hijito tiene muchas ganas de vivir.

─¿No me estarás engañando?

─No cariño. Es la verdad─. Se levantó de la silla, si inclinó hacia ella y le dio un beso en la frente.

Ángela suspiró aliviada después del tremendo miedo que había sentido... todo había pasado ya. Su bebé estaba bien. Dios le había permitido quedárselo.

─¿Qué ha dicho el médico?

─Como te he dicho antes, has perdido mucha sangre. Te desmayaste en el coche de camino hacia aquí. El médico dio por hecho que era un aborto, pero cuando te examinaron... ese pequeño corazón seguía latiendo con fuerza. Sin embargo, hay riesgo de aborto o parto prematuro. Tendrás que hacer reposo durante todo el embarazo y cuidarte mucho.

─¿Y mi trabajo?

─Te darán la baja.

─Papá, tú no cobras mucho y mi sueldo...

─Nos las arreglaremos. No te preocupes por eso ahora.

─¿Cuándo podré ir a casa?

─Unos cuantos días, quizá una semana, según cómo te vayas recuperando. Estás muy débil todavía y en lo único que debes pensar es en cuidarte.

Ella miró su brazo y vio la vía que tenía puesta. Miró hacia arriba y se fijó en el gotero que colgaba por encima de su cabeza. Ya estaba a salvo, su niño y ella estaban a salvo. No importaba si debía quedarse allí unos días más. Todo había pasado y le haría caso a su padre.

Una vez disipado el miedo por su bebé. Pensó en Eduardo. Dios mío, que susto iba a darle cuando le dijera que estaba en el hospital. ¿O quizás era mejor no contárselo? No, Eduardo debía saberlo, pero sería ella misma quien lo hiciera y así se preocuparía menos.

─Papá, me dejé el móvil en el salón, ¿podrías pasar a recogerlo? Quiero llamar a Eduardo.

─Mañana te lo traigo.

─Quiero llamarle hoy.

─Cariño, ya es muy tarde.

─¿Qué hora es? ─Ángela había perdido la noción del tiempo. Giró la cabeza hacia la ventana y vio que ya era de noche.

─Son las doce menos cuarto, si salgo ahora no me dejaran entrar después y no quiero dejarte sola esta noche.

─Oh papá. Eduardo me dijo que me llamaría a las ocho. Estará preocupado.

─Tal vez piense que te has dejado el móvil en la heladería... no te pongas nerviosa, el médico dijo que debías estar tranquila.

A pesar de las palabras de su padre, Ángela comenzó a agitarse. Necesitaba desesperadamente comunicarse con Eduardo. Necesitaba escuchar su voz. Necesitaba que la consolara, que le dijera que todo iba a salir bien, porque solo si él se lo decía le creería. Y necesitaba sobre todo oír sus palabras de amor. Después del encuentro con su suegra, ansiaba que le dijese “te quiero”. A pesar de saber que lo dicho por aquella mujer era una mentira, no tenía duda alguna sobre ello, oír esas dos palabras calmaría su corazón. Oh Eduardo, pensó, cuánto deseaba tenerle a su lado, cuán preocupado estaría en estos momentos.

─Tranquilízate cariño ─repitió Paco─, piensa en tu hijo, tu estado es delicado y no es bueno que te alteres.

Las palabras de su padre al fin hicieron el efecto deseado. Ángela respiró hondo y trató de relajarse. Por su bebé era capaz de cualquier cosa. Eduardo también amaba a este niño y ella debía cuidarlo por los dos, al menos durante estos nueve meses.

─De acuerdo. Pero quiero que vayas mañana a primera hora y me lo traigas.

Paco asintió con la cabeza, le dio otro beso en la frente y se acomodó como pudo en el sillón para pasar la noche junto a su hija.

Ángela se sentía agotada. En cuanto cerró los ojos se durmió al instante y Paco pudo hacer lo mismo después de hora y horas de desesperación.