Capítulo 10

EDUARDO creyó haber oído mal. Sí debió de ser un error de entendimiento. Sintió un dolor intenso en su estómago, como un agujero negro que amenazaba con absorberlo desde el interior. El dolor fue subiendo hasta instalarse en su garganta impidiendo que sus palabras saliesen de su boca. Dios mío, había tenido que escuchar mal porque de no ser así... ¡Oh Dios! No quería pensarlo siquiera.

Paco vio en el rostro de Eduardo, primero desconcierto y luego dolor. Era evidente, que hasta este preciso momento, no tenía la menor idea de que era padre. Aún peor, pensaba que Ángela había abortado a propósito. Un malentendido que los mantuvo separados cuatro años. Cuatro años sumidos en la infelicidad. Silvia no se merecía ni el perdón Divino, porque estaba completamente seguro de que había sido ella la culpable de todo este enredo.

─Veo que la bruja de tu madre nos mintió a todos.

─Mi madre me dijo... ─Eduardo seguía sin poder hablar. No quería creer que su madre hubiese hecho semejante abominación. Además, él lo confirmó cuando un vecino lo vio marcharse─. No puede ser. ¡Me estás mintiendo! Tratas de confundirme.

─Ahora mismo duerme en la habitación del fondo, junto a la de su madre. Tiene tres años y medio.

Eduardo dio un paso adelante para entrar en la casa, tenía que comprobar con sus propios ojos que aquello era cierto. Paco lo detuvo colocando ambas manos en sus hombros.

─El niño está durmiendo y mi hija muy alterada. Mañana los verás.

─Necesito... ─Los ojos de Eduardo se inundaron con lágrimas desesperadas.

─Ahora no. Vete a casa y descansa.

─Te prometo que no le despertaré. ─Solo necesitaba estar seguro de que no estaba soñando, que era cierto que su hijo vivía, que había estado equivocado todo este tiempo─. Solo quiero mirarle. Solo un segundo. Solo...

Paco no soportó ver la angustia en un hombre del tamaño de Eduardo. Se le veía tan fuerte y seguro de sí mismo y en estos momentos era completamente vulnerable. Se le partía el corazón solo de pensar en lo que estaría pasando ese muchacho en este momento. Había sido testigo del infierno sufrido por su hija y Eduardo seguramente también lo había padecido. Con un triste suspiro accedió a dejarle entrar.

─No le despiertes y tampoco molestes a Ángela. ─Dio media vuelta y entró en la casa─. Ven te llevaré a su cuarto.

Nada más cruzar la puerta, el aroma al hogar penetró en Eduardo. Era extraño que aún recordara el olor de aquella casa, lo percibió ligeramente diferente pero seguía siendo el mismo.

La tenue luz de una lámpara situada en un rincón, iluminaba la habitación haciendo que el corazón se le encogiera. El salón estaba igual que la última vez que estuvo allí, observó. Nada había cambiado. Mirando el sofá en el centro, sonrió a su pesar mientras imágenes de los momentos de pasión vividos allí pasaban por su mente. Apartó la vista, el dolor se estaba volviendo cada vez más insoportable.

Cada paso que daba su corazón golpeaba más fuerte contra su pecho. Las manos comenzaron a sudarle y los nervios hicieron presa de él, solo esperaba no derrumbarse, tenía que ser fuerte como lo había sido Ángela todo este tiempo.

Cruzó el salón y llegó hasta el pasillo, Paco encendió la luz y se dirigió a la última puerta. Eduardo recordó que antaño esa habitación estaba llena de trastos, cosas que nadie usaba pero de las que daba pena deshacerse y se guardaban sin motivo. La puerta estaba entreabierta. Paco la empujó ligeramente y lo dejó pasar.

─Recuerda, no le despiertes ─advirtió Paco.

Estaba oscuro, sin embargo el rayo de luz que entraba por la puerta le permitió ver la habitación. Un armario a la derecha con pomos en forma de estrella. Una mesa con una sillita bajo la ventana. Un baúl de madera con dibujos de planetas al lado. Y a la izquierda, pegada a la pared estaba la cama. Se apreciaba un pequeño bulto bajo las mantas. Eduardo sintió que su corazón escaparía de su pecho de fuerte que latía. La emoción y el nerviosismo se mezclaron en un sentimiento que no podía describir. Todo lo que Paco le dijo era cierto. Era verdad, tenía un hijo. Lo que su madre le dijo aquel nefasto día era una mentira descomunal. Le engañó sin ningún remordimiento y hasta el día de hoy había mantenido esa mentira. ¿Cómo había podido hacerle algo así? ¿A su propio hijo? ¿Y con su propio nieto? ¿Cómo había consentido que les abandonara?

Eduardo avanzó lentamente por la habitación. La alfombra que cubría el frío suelo amortiguó sus pisadas. Cuando llegó hasta la cama, se arrodilló lentamente. Una pequeña carita descansaba en la mullida almohada. Tenía el pelo oscuro y ondulado. No pudo apreciar nada más dada la oscuridad y lo arropado que estaba el pequeño. Alzó su mano para acariciarlo, pero detuvo su mano en lo alto y la retiró. No quería despertarle. Podría asustarse. Se quedó allí largo rato mirándolo. ¡Dios mío, su hijo! ¡Tenía un hijo! Y él lo había abandonado antes de que naciera. A él y a Ángela. Cómo había sido tan estúpido. No debería haber dejado de buscarla. Tendría que haber insistido y no aceptar las afirmaciones de su madre hasta que ella se las hubiese confirmado en la cara.

Todavía no entendía qué había pasado. Pero de una cosa estaba seguro, Ángela no tenía la culpa. Ángela no había hecho nada malo. Había sido una víctima y él fue tan injusto con ella. Al recordar las palabras que le había dirigido, se sintió todavía peor. Ni un solo reproche había salido de su boca en cambio él, la había insultado y maltratado desde que la viera en el restaurante. ¿Podría Ángela perdonarle?

Necesitaba averiguar cuanto antes lo que ocurrió años atrás. Mientras tanto, tendría que ver cómo compensarles su ausencia.

Se levantó al tiempo que secaba con su manga un par de lágrimas que habían rodado por su mejilla sin darse cuenta. Se dio la vuelta y salió del cuarto. Paco se hizo a un lado y lo dejó pasar. Sin embargo, él no avanzó por el pasillo hacia el salón sino que se dirigió a la puerta de al lado que estaba completamente cerrada. Paco lo detuvo cogiéndolo del brazo.

─No ─susurró.

Eduardo hizo caso omiso a la negación del padre de Ángela y se deshizo de su agarre. De forma sigilosa giró el pomo de la puerta. La abrió muy despacio y dio un paso hacia dentro. Estaba oscuro, pero como había ocurrido en la habitación anterior, un haz de luz procedente del pasillo iluminó su interior. Su mirada fue directamente hacia la cama. Ángela ya estaba dormida. Se acercó muy despacio, y se acuclilló junto a la madre de su hijo. Sus mejillas todavía estaban húmedas y pudo advertir que su rostro estaba algo enrojecido. Al parecer había sucumbido al sueño mientras lloraba por su culpa. Esa culpa que ya empezaba a apoderarse de él y a carcomerlo.

El alma se le desgarró al pensar en cuántas lágrimas había derramado desde que se separaron. Había abandonado a la mujer que amaba, encinta. Cuán sola se habría sentido todos esos meses de embarazo. Había oído que las mujeres en ese estado se volvían más sensibles y a veces algo caprichosas. Quién la había consolado y consentido en esos momentos. Él habría dado su mano derecha por hacerlo. Y el parto... ¿había sufrido mucho? Él no había estado para sujetarle la mano, para darle ánimos. Y después, los años sola con un niño pequeño. ¿Habría pasado alguna necesidad? Fernando le había dicho que Paco estaba jubilado desde hacía varios años. Así que Ángela tenía que mantener la casa y a sus tres miembros. Él había querido ofrecerle el sol, la luna y las estrellas sin embargo, la había dejado sola como un pequeño bote en alta mar, navegando a merced de las olas, golpeado por los elementos. ¿Cómo perdonarse a sí mismo? ¿Cómo hacer que Ángela lo perdonase?

Apretó los puños a ambos lados de su cuerpo. Ahora la rabia se estaba instalando en su corazón dejando a un lado la pena. Rabia por aquellos que habían intrigado para separarles. Su madre, la primera, estaba seguro. Su padre, seguramente inducido por su madre. ¿Fernando? Su amigo estaba enamorado de Ángela, quizá lo estuviese ya en ese entonces y quisiera separarlos. No, Eduardo descartó rápidamente la implicación de Fer, no lo creyó capaz de semejante bajeza, aunque tampoco lo había esperado de sus padres. Ya le preguntaría al verle.

Se puso en pie y a grandes zancadas salió al pasillo donde Paco lo esperaba.

─Dígale a Ángela que vendré a recogerlos a los dos mañana por la mañana y que no haga planes para el resto del día.

─Mi hija trabaja mañana ─le informó Paco mientras lo seguía hasta el salón.

─Que busque una excusa, quiero el día de mañana.

─No cobrará ese día si no trabaja.

─Se lo compensaré.

─No te equivoques con nosotros muchacho, nunca hemos buscado una «compensación».

─Lo sé. ─Eduardo se volvió y lo enfrentó─. Mañana a las doce estaré aquí. ─No fue una petición, más bien sonó como una orden, pensó Paco que posiblemente se debía a que estaba enfadado. Ya no vio lágrimas sino furia en sus ojos.

Salió de la casa pero antes de cerrar la puerta se volvió.

─¿Cómo se llama? ─preguntó con tristeza.

─Edu.

─Le puso mi nombre a pesar de que la abandoné ─susurró más para sí mismo que para su interlocutor─. Gracias. ─Le tendió la mano a Paco y se la estrechó con la promesa de que a partir de ese momento, todo cambiaría.

Cuando llegó a su casa todavía seguía subido en su nube. Dejó las llaves tiradas encima de una mesa y fue hacia las escaleras sin ser consciente de ello, sus pies flotaban sobre el suelo. De pronto una sonrisa escapó de sus labios. Tenía tantos sentimientos mezclados en ese momento. Se sentía feliz, feliz porque el hijo que él creyó muerto estaba vivo. Feliz porque la única mujer a la que había amado, no le había mentido, no lo había abandonado ni traicionado. Su amor fue verdadero y sincero. No obstante, la furia que trataba de contener enturbiaba esa felicidad. Había perdido cuatro años de la vida de Edu y de Ángela. Cuatro años malgastados y sumergidos en su propia amargura. También sentía tristeza, una enorme y gigantesca tristeza. Le habría gustado tanto haber cogido a su hijo en brazos cuando era un bebé... ahora ya no lo era. La tarea de un padre era enseñarle a hablar, a andar, pero su hijo ya hacía todo eso solo. Él no había hecho nada, era un completo desconocido y ya no había forma de cambiar lo que pasó.

De acuerdo, no podía recuperar el pasado, no servía de nada seguir torturándose, tendría que vivir con él. Se ocuparía de que mañana fuera un día especial, aunque todavía no estaba seguro de qué hacer. Algo se le ocurriría esta noche puesto que no dormiría. Iba a ser imposible conciliar el sueño cuando acababa de enterarse de que su mayor deseo se había hecho realidad.

Abrió la puerta de su habitación distraído ya que seguía sumido en sus pensamientos. Un extraño olor llegó a su nariz. Le era muy familiar, parecía... ¿lavanda? De pronto los ojos se le abrieron como platos y su mente bajó de la nube en el que había estado subido desde que saliera de casa de Ángela.

─¿Cariño? ─Una voz femenina y melosa lo llamó.

Eduardo siguió el sonido de la voz hacia su derecha y allí la vio.

─Lorena ─dijo su nombre con sorpresa.

La esbelta mujer apoyaba una mano en un perchero vacío que había colocado en el centro de la habitación. Llevaba puesto un picardías en color rojo y completamente transparente. Podía apreciarse claramente que no llevaba ropa interior. A su alrededor había colocado montones de velas perfumadas en lavanda, el aroma favorito de Lorena que hoy le resultaba bastante empalagoso.

─¿Dónde has estado? Llevo horas esperándote. ─Ella rodeó el perchero sin soltarlo de la mano mientras tarareaba la banda sonora de «Nueve semanas y media». Después se agachó de forma sensual y volvió a levantarse─. Tengo una sorpresa para ti.

Lorena volvió a dar un giro alrededor del perchero, esta vez se quedó de espaldas a él. Se agachó nuevamente contoneando las caderas y al levantarse le ofreció el trasero. Se quedo unos segundos así mientras lo miraba por encima del hombro. Se metió un dedo en la boca de forma lasciva y le regaló una sonrisa cargada de promesas libidinosas.

─¿Qué estás haciendo aquí? ─La voz cortante de Eduardo hizo que Lorena abandonase su danza erótica bruscamente.

Eduardo había mirado a su novia prácticamente desnuda y descubrió que no sentía nada. Ni amor, ni cariño y tampoco deseo. Su cuerpo no reacciono al baile erótico de ella. En su mente solo podía ver el rostro de Ángela y la de su hijo dormido. Tenía tantas cosas que planear que le fue imposible concentrarse en Lorena y en lo que pretendía hacerle. Era consciente de que la mujer que tenía enfrente era una amante maravillosa, se lo había demostrado infinidad de veces, sin embargo no era eso lo que deseaba. En estos momentos lo único que quería era estar solo y planear el día de mañana con Ángela y Edu. Su familia, su responsabilidad. Quería recuperar el tiempo perdido como fuera. ¿Cómo se le decía a un niño de tres años «yo soy tu padre»? Esa frase le recordó a una de sus películas favoritas y una carcajada escapó de sus labios.

Lorena estaba completamente desconcertada. A Eduardo siempre le encantaban sus bailes eróticos. Normalmente no lograba acabar ninguno, él siempre se le tiraba encima como un salvaje. Y ahora su frialdad la sorprendió y más aún cuando comenzó a reírse. Se sentía ofendida y humillada.

─¿Te estás burlando de mí?

Eduardo no se dio cuenta de que había reído en voz alta y cerró la boca rápidamente.

─No, es que... ─titubeó─ estaba pensando en otra cosa.

─Estoy casi desnuda, seduciéndote y tú piensas en otra cosa. ─Lorena empezó a apagar las velas de mal humor, después fue hasta una silla, donde había dejado la bata y se la puso.

─Todavía no me has contestado. ¿Por qué estás aquí?

─Quería darte una sorpresa en agradecimiento a tu regalo.

─Qué regalo.

─Me mandaste esta sortija por mi cumpleaños. ─Ella le tendió la mano y le mostró la joya en oro blanco con un zafiro en el centro.

Eduardo recordó al momento. Como no iba a estar en Madrid para el cumpleaños de su novia, le pidió a su secretaria que le comprara una joya y se la mandara a su casa. No tenía la menor idea de qué le había comprado. Es más, en los últimos días hasta había olvidado por completo que tenía novia.

─Primero te comprometes conmigo ─prosiguió Lorena─ y luego te muestras distante. ¿Qué ha pasado? ¿Has tenido problemas con la casa?

─¿Comprometidos? ─Los ojos de Eduardo se salieron de sus cuencas al escuchar esa palabra en boca de una mujer que no era Ángela.

─Bueno, di por hecho que esta sortija era de compromiso, después de dos años juntos...

¡Joder! Gritó la conciencia de Eduardo. ¿Cómo habían llegado las cosas a ese punto? En los últimos días no había pensado con claridad, había estado tan descolocado al ver a Ángela... Y luego estaba lo que descubrió esta noche. No podía casarse con Lorena. En realidad jamás había pensado en casarse con su novia. Se lo pasaban bien en la cama y ya está. Le había gustado tenerla cerca todo este tiempo, siempre que sentía la necesidad la tenía a la mano, sin complicarse la vida en seducir a una mujer para una noche. Pero ahora que ella se creía comprometida se sintió como un monstruo sin corazón. Claro que Lorena nunca había sido una dulce damisela, podía asimilar la verdad. Podía decírselo de forma suave y con la esperanza de que lo comprendiera.

─No te compre esa joya con ese propósito.

─Hombres ─dijo sonriendo─ siempre tienen pánico al matrimonio aunque sea eso lo que quieren. Esta joya es prueba de ello, inconscientemente me lo has pedido.

¿Inconscientemente? Esta mujer se había vuelto loca. Ni siquiera la había comprado él. Claro que si le decía eso la haría sentirse peor y él quería evitarle una pena mayor. Al fin y al cabo iba a dejarla y se sentía culpable.

─En realidad yo...

Ella se acercó a Eduardo y lo calló con un beso. Él no respondió a sus labios como Lorena había esperado. Así pues, se separó bruscamente de él y le miró de forma acusadora.

─¡Tienes una amante!

─No, claro que no.

─Es la única explicación para que me rechaces.

─No, no lo es.

─Pues ya puedes estar dándome una y que sea convincente.

Dios mío, no tenía ganas de tener esta conversación con ella a esta hora. Eran más de las tres de la mañana y estaba cansado. No obstante, tendría que contárselo. No todo, puesto que ni él mismo lo sabía todo, pero algo sí tendría que decirle sino no se la quitaría de encima. Quizá lograra asustarla y saliese huyendo de su vida. Si ocurría aquello sería una bendición, se ahorraría un montón de palabras de disculpa y lágrimas incómodas.

─Esta noche he descubierto que tengo un hijo.

Lorena se quedó muda de asombro. Era lo que menos esperaba oír de sus labios. Eduardo aprovechó su silencio para darle algo más de información.

─Yo no tenía ni idea. El niño tiene tres años y mañana voy a conocerle.

─¿Y la madre?

─¿Qué pasa con la madre?

─Bueno... no sé, ¿qué piensas hacer?

─Todavía no he hablado con ella de este asunto. También lo haré mañana.

─Bien, esto sí que es una sorpresa. ─Lorena cogió la ropa que había dejado en la cómoda horas atrás, cuando creyó que pasaría una noche memorable con su prometido, y comenzó a vestirse.

─Si quieres abandonarme estás en tu derecho. ─Lo dijo con la esperanza de que ella dijese que sí. Tener novia lo complicaba todo en este momento y si ella rompía primero, le ahorraría la pena de hacerlo él.

─Oh no cariño. Fue antes de conocernos. ─Se tocó los labios con los dedos en un gesto pensativo─. Tendrás que pagarle una manutención y como no vives cerca de tu hijo, no podrás quedártelo los fines de semana. Pero sí en vacaciones. Yo no voy a poner objeciones a eso, puedes quedarte tranquilo. ─Y le dedicó una enorme sonrisa.

Eduardo no contestó nada mientras pensaba en las palabras que había dicho. ¿Qué era eso de ver a su hijo solo en vacaciones? Él quería verle todos los días, ya se había perdido los tres primeros años de su vida. Una manutención, sí, por supuesto le debía eso a Ángela y los atrasos de los últimos años. Pero bajo ningún concepto iba a aceptar alejarse de ese niño.

─Deberías hablar con tu abogado primero antes de acordar nada con ella. Esa mujer podría querer sacarte dinero. Quizá el niño ni siquiera sea tuyo. Sí, antes que nada pide una prueba de paternidad también ─sugirió por último.

Aquellas palabras irrumpieron en los pensamientos de Eduardo helándole la sangre. No, no pensaba someter a Ángela a esa humillación. Ya había sufrido lo suficiente por su culpa. No pensaba dudar de ella ni por un segundo si no estaba seguro de que los perdería para siempre y no iba a permitirlo.

─Será mejor que esta noche te vayas a un hotel. ─Su voz sonó fría y cortante.

─¿Me estás echando? ¿A dónde se supone que iré a las tres de la mañana?

─No lo sé, pero no te quiero aquí.

─Eduardo por favor, sé razonable. Son las tres de la mañana, no conseguiré ninguna habitación.

Se sintió algo más que culpable por lo que le estaba haciendo a esa mujer. No quería estropear ninguna reconciliación con Ángela pero tampoco podía comportarse como un cretino con la que había sido su amante durante dos años.

─Está bien, quédate en la otra habitación.

─Así que me rechazas esta noche porque te has enterado que tienes un hijo, que en realidad no se ha confirmado que sea tuyo.

─No hay dudas de que sea mío. Jamás le pediré a Ángela una prueba de paternidad. ─La ira se había adueñado de él. La cogió por el brazo y la arrastró fuera de su habitación─. Ahora déjame dormir. ─Cerró la puerta en sus narices dejándola atónita.

─Esa mujer me supone un peligro ─murmuró mientras caminaba hacia la otra habitación─ y con un mocoso, más peligrosa todavía. Tiene que ocurrírseme algo para salvar mi relación o de lo contrario perderé a Eduardo. No había estado dos años tragando la frialdad de su novio para que ahora le diera la patada.