Capítulo 12

DESPUÉS de veinte minutos de coche, Eduardo paró en una estación de servicio para que el niño hiciese sus cosas y de paso tomar un tentempié. Edu se había desesperado en la parte trasera desde hacía unos cuantos kilómetros. No había contado con que los niños eran inquietos, no aguantaban demasiado rato en un mismo lugar y por supuesto no poseían paciencia. ¿Cómo no se le había ocurrido? Pues la respuesta era sencilla, porque no tenía ni idea de niños, nunca los había tratado. Si no llevaban ni media hora de viaje, pero al parecer su hijo no era de los que se quedaban quietos y aguardando.

Cuando volvieron al coche Ángela tuvo que preguntar:

─¿Cuánto falta para llegar? Como has podido comprobar, Edu no está acostumbrado a viajar. De hecho es la primera vez que lo hace.

─Nos quedan unos treinta minutos, quizás algo menos. ¿Nunca habéis salido de Santa Pola? ─La pregunta de Eduardo sonó como si no diese crédito a que eso fuese cierto.

─No, por eso Edu está más inquieto de lo habitual.

─¿Por qué?

─He trabajado todos los días de la semana desde que mi padre se jubiló. Renuncié a las vacaciones. Cada euro que entra en casa nos viene de maravilla.

Otra vez la sensación de que había fallado a la persona que más amaba en su vida, se adueñó de él. Estaba seguro de que Edu no había sufrido privaciones, pero Ángela sí. Ella había sacrificado sus días de descanso para poder ofrecerle a Edu todo lo que necesitara. Y seguramente había sacrificado muchas más cosas.

─Mamá estoy cansado ─se quejó Edu con sus medias palabras.

─Ya estamos llegando cariño y nos vamos a divertir muchísimo.

Se acercó al oído de Eduardo para susurrarle:

─Más vale que sea divertido ese lugar a donde nos llevas o será la última vez que subamos al coche contigo.

─Lo es, quédate tranquila, le va a encantar.

Ángela distrajo a su hijo con juegos y canciones que empleaban gestos hasta que llegaron al fin a su destino.

─Es una broma. ─Afirmaba más que preguntaba Ángela mientras Eduardo aparcaba el coche en el parking del lugar al que los había llevado.

─No lo es.

─¿De verdad vamos a pasar el día aquí?

─¿Habías venido alguna vez?

─Claro que no.

─Entonces también será tu primera vez ─añadió sonriendo.

─Hace mil años que no voy a un parque temático, desde mi viaje de fin de curso a Tarragona. A Edu solo le he llevado a la feria que hay cerca de las salinas pero no tiene ni punto de comparación. Esto es... esto es impresionante.

─Me alegro mucho de haber hecho al fin algo bien.

Esa afirmación acongojó a Ángela que cada vez estaba más convencida de la sinceridad de su ex novio. Iba a ser muy difícil seguir haciéndose la dura.

Pasaron un día magnífico, tal y como Eduardo había planeado. Edu saltó literalmente de alegría cuando cruzaron la puerta del parque. La euforia se apoderó del pequeño, tanto Ángela como Eduardo tampoco pudieron contener su entusiasmo. El niño no dejaba de señalar todo lo que le llamaba la atención. La antigua Grecia y Egipto fueron sus lugares favoritos. Los espectáculos estuvieron geniales aunque Edu se durmió en uno de ellos. Después fueron a comer a un restaurante rodeado de columnas romanas, Ángela también disfrutó como si tuviese tres años. Había olvidado lo que era divertirse de verdad. Hacía tanto tiempo que se comportaba como una adulta seria y responsable.

Ambos padres lamentaron no poder subir a las grandes atracciones. Podrían volver otro día con Paco para que hiciera de niñera, pensó Eduardo con una amplia sonrisa. De todos modos, solo por ver la felicidad del niño, valía la pena pasar el día entero allí. Y ver a una Ángela radiante no tenía precio.

Eduardo respetó todas las reglas de ella sin quejarse. A cambio ella tuvo que aceptar todos los regalos que él quiso comprarle a su hijo. Al fin y al cabo era su padre y le debía tres cumpleaños y tres navidades más todo lo que se compra entre medias.

El regreso fue mucho más calmado. Edu durmió todo el trayecto. Ella apoyó su cabeza en el respaldo y también se dio el lujo de dar una cabezadita. Estaba agotada. Habían corrido todo el día de aquí para allá. Le vendría bien dormir un poco, mañana también tenía que trabajar. Hoy se había escabullido, pero no podía hacerlo otra vez. En la oficina se apilaban los currículos de gente que buscaba trabajo. Su jefe podría reemplazarla cuando quisiera y no podía permitirlo, necesitaba ese puesto.

─Ángela despierta. ─Eduardo le dio un leve empujón en el hombro.

Ángela había dormido profundamente el último tramo. Le dio pena despertarla porque estaba preciosa. Era preciosa. Los años la habían favorecido enormemente y su aspecto de mujer madura lo atraía incluso más que antes.

─Ángela, hemos llegado.

─Mmm. ─Ella abrió lentamente los ojos.

Estuvo tentada a desperezarse, pero se contuvo. Era consciente de la presencia masculina que tenía a su lado. Bajó del coche disimulando un bostezo y entonces frunció el cejo.

─Esta no es mi casa.

─Ya lo sé.

─Es la tuya.

─Bueno, dije un día entero con Edu y todavía no ha acabado.

─Eduardo ─dijo con paciencia─ el niño está durmiendo y no se despertará hasta mañana. Es tarde y tiene que madrugar para ir al colegio.

─Tengo camas de sobra. Acuéstalo. Cenamos y luego os llevo a casa.

─Yo también quiero acostarme. Mañana trabajo. Estoy agotada.

─Una cena rápida entonces. ─La sonrisa de niño travieso que le dedicó hizo que le temblaran las piernas.

Ángela estaba a punto de acceder a su petición cuando una mujer salió de la casa y se colgó del cuello de Eduardo antes de poder sacar al niño del coche.

─¡Oh querido! Te he echado tanto de menos.

Maldita sea, pensó Eduardo, se había vuelto a olvidar por completo de Lorena. ¿Pero qué demonios hacía allí? Le había dejado bien claro que se fuera a un hotel.

─Lorena ─dijo su nombre mientras trataba de quitársela de encima─ quiero presentarte a Ángela.

La mujer se giró para ver cara a cara a la que consideraba su rival. La miró con superioridad. Era poca cosa, pensó. No podía compararse con ella. Claro que jugaba con la ventaja de que tenían un mocoso en común. Tendría que emplear todas sus armas y tendría que hacerlo rápido. Esa mujer le ganaba terreno a cada minuto que pasaba.

Ángela se quedó estupefacta. Encontrar a Eduardo con otra mujer era algo con lo que no contaba. Había pensado en que cabía la posibilidad de que estuviese con otra mujer, era consciente de que no había mantenido celibato cuatro años. Sin embargo, ver que sus miedos se hacían realidad, tener la mujer con la que él intimaba frente a ella, mirándola como si fuese más insignificante que un mosquito... era demasiado doloroso.

Pero qué estúpida había sido. Solo un día con Eduardo y ya se había ablandando. Lo había pasado tan bien, había sido un día maravilloso. Los tres juntos, como una familia feliz. ¿Realmente se había hecho ilusiones de que podrían serlo? Cómo se podía ser tan tonta. Eduardo estaba con otra mujer, quizás fuera su novia o su esposa. Al menos podía haber tenido la gentileza de decirle que no estaba libre. Esa era la triste realidad y tenía que aceptarla.

─Encantada de conocerte ─dijo Ángela educadamente al tiempo que trataba de disimular su desazón.

─Igualmente ─respondió y después le dio la espalda a Ángela para volver a dirigirse a su hombre─. Y dónde está ese supuesto hijo tuyo. Me gustaría conocerlo.

─¿Supuesto? ─Ángela no pudo callarse ante semejante ofensa. ¿Quién se había creído que era? Podía estar casada con el mismísimo presidente del gobierno y aun así no tenía ningún derecho a dudar de su palabra.

─Sí, supuesto ─afirmó nuevamente girándose bruscamente para mirarla─. Quiero que mi prometido se haga una prueba de paternidad.

Ángela trató de dejar pasar la palabra «prometido», por mucho dolor que le causase. Todavía no se había casado pero lo iba a hacer. Dejó a un lado los pensamientos hacia su ex, el bienestar de Edu era lo primero y no pensaba hacerle ninguna estúpida prueba.

─Mi hijo es de Eduardo. ─La frialdad de su voz congeló hasta la sangre de su ex novio. Nunca había visto esa mirada en ella.

Bien, ya se había fastidiado el día, pensó él. Ahora que Ángela había empezado a relajarse. Ahora que el niño le había cogido cierta confianza... La estúpida de Lorena iba a estropearlo todo. Debía hacer algo, no iba a permitir que nadie lo volviera a separar de ellos. Eran lo más importante de su vida. Pasaría por encima de cualquiera por su familia recién descubierta.

─¡Lorena! ¡Cállate! Te dije ayer que no había duda alguna de que ese niño es mío. ─Su voz sonó tan fría como la de Ángela.

─¿De verdad no dudas?

─No. ─Hizo una pequeña pausa y continuó─. Por cierto, ¿qué haces aquí? También te dije ayer que te fueras a un hotel o mejor aún, regrésate a Madrid.

─Por favor Eduardo, que descortesía por tu parte dejar que tu prometida se vaya a un hotel. Eso no se hace.

Eduardo ignoró el sarcasmo de Lorena y se dirigió a Ángela.

─Sube al coche, os llevaré a casa.

─No. No deseo estropearte la noche. Cogeré a mi hijo y pediré un taxi.

─Sube al coche. ─El tono autoritario de Eduardo le impidió replicar nuevamente y subió sin discutir. Se abrochó el cinturón y guardó silencio. Eduardo rodeó el vehículo y antes de subir alzó la vista.

─Búscate un hotel, no quiero verte aquí cuando llegue.

─Pero a esta hora...

No podía discutir aquí, con Ángela delante, pensó él. Esta situación debía acabarse. Tenía que romper con Lorena esta misma noche.

─Está bien quédate. Tenemos que hablar.

El trayecto hasta casa de Ángela fue en absoluto silencio. Solo cuando llegaron, Eduardo se atrevió a romperlo.

─Lo siento. No era así como deseaba acabar la noche. Disculpa a Lorena por lo que te dijo.

─No importa. ─Mintió ella puesto que sí le importaba... y mucho.

Eduardo cogió en brazos a su hijo dormido y caminó hacia la casa.

─No estoy comprometido con ella.

─No es asunto mío.

─Supongo que nada de lo que haga te importa, sin embargo me gustaría que quedara claro porque es la verdad.

Ángela no contestó. No sabía si creerle o no, se sentía decepcionada. Una vez más Eduardo la había hecho sentirse así. Pero qué estúpida era.

Abrió la puerta y Eduardo entró tras ella cargando al niño y fue hasta su habitación donde lo acostó, lo arropó y le dio un cariñoso beso en la frente.

Cuando salió, Ángela y su padre estaban en el salón.

─¿Os lo habéis pasado bien?

─Edu se ha divertido mucho ─respondió ella.

─¿Y tú Ángela?

─Un poco. ─Después miró a Eduardo a los ojos─. Gracias y buenas noches ─expresó a modo de despedida.

Eduardo no se movió. Estaba plantado, con los brazos cruzados frente a ellos. Paco percibió la tensión entre ambos jóvenes y supo que tenían mucho que decirse todavía. Con una débil excusa se marchó dejándolos solos. Eduardo lo siguió con la mirada y esperó a que desapareciera para convencer a Ángela.

─No estoy comprometido con Lorena, no me has dicho nada y quiero que lo sepas. De hecho, voy a romper con ella esta misma noche.

─No me debes ninguna explicación.

─Lo sé. Aun así quiero dártela.

─Entonces contéstame a algo: ¿por qué dice ella que estáis comprometidos?

─Porque le regalé una sortija.

─Por qué motivo regalarías una sortija si no es para comprometerte.

Eduardo dio un bufido de desesperación.

─No sabía que era una sortija lo que le regalé.

─¿No sabes lo que regalas? ─preguntó sin comprender nada.

─Le encargué a mi secretaria que le comprara una joya bonita por su cumpleaños antes de venir a Santa Pola. Ella le compró la sortija. Hasta el día de ayer no sabía lo que era.

─Pobre novia tuya ─dijo compadeciéndose realmente de esa mujer.

─Esta noche romperé con ella, ya te lo he dicho.

─Bien por ella, así se librará de un sinvergüenza como tú.

─Ángela...

─Vamos Eduardo, ¿qué mujer quiere a un novio que encarga regalos a su secretaria?

─Nunca he estado enamorado de ella.

─Mejor me lo pones, pobre mujer, realmente la compadezco.

─Yo solo trataba de... quería rehacer mi vida y...

Eduardo no sabía cómo explicarle a Ángela el porqué estaba con Lorena. Quería que lo entendiese. Pero también entendía, después de los comentarios de Ángela, que no había sido justo con su novia. Ella había entregado todo y él casi nada. Su cuerpo de vez en cuando y nada más.

─Espero no que dejes tu relación por Edu y por mí.

─Lo mío con Lorena no va a ninguna parte tanto si existes como si no.

Ángela no sabía cómo sentirse antes sus palabras. No estaba segura de con qué intención las había dicho.

─Mañana tengo que madrugar, buenas noches. ─Se dirigió a la puerta y la abrió invitándolo a marcharse.

Genial, pensó Eduardo tristemente. Pensaba que hoy había ganado una gran batalla contra Ángela. Sabía de primera mano lo mucho que había disfrutado con él. Cosa que no quiso reconocer frente a su padre pero él sabía lo mucho que se había divertido con Edu. Desgraciadamente, al final del día se había estropeado todo. Lorena era la culpable. No, rectificó. Era culpa suya. Hacía meses que tenía que haber roto con ella. No la amaba y no debería haberle dejado creer que sí. No debió prolongar su relación sabiendo que no llegarían a ninguna parte. Sabiendo que ella sí pensaba en que tenían futuro. Para él era cómodo tener novia, tenía sexo siempre que le apetecía sin tener que ir a buscarlo a discotecas, y cuando necesitaba una acompañante, la tenía sin necesidad de convencer a ninguna mujer. Había sido muy egoísta por su parte, reconoció. De todas formas, ella había perdido su razón cuando insultó a Ángela. Eso no lo iba a permitir por muy culpable que se sintiera con ella.

¿Cómo se le ocurrió llevar Ángela a su casa sin averiguar primero si su novia se había marchado? La respuesta era simple, cuando estaba con Ángela se olvidaba de todo lo demás, nadie más existía salvo ella y su hijo. Incluso había dejado de lado sus obligaciones con la empresa. Durante los últimos dos días había estado recibiendo llamadas del director, de uno de los socios, de su asesor financiero... Le quedaba poco tiempo de estar en el pueblo costero. Como presidente de la empresa tenía mucho trabajo que hacer, trabajo que había dejado aparcado para venir hasta aquí.

Él había pensado que solucionaría los papeles de la casa en un par de días y estaría de vuelta. Pensaba que estar en la misma ciudad que Ángela no lo alteraría. Pero qué equivocado había estado. Además, había que añadir el incentivo de su hijo. No sabía que tenía uno hasta ayer y eso fue su mayor trastorno. Años pensando que ese niño no existía y ahora venía a darse cuenta de cuán estúpido había sido.

Antes de que ella volviese a entrar en su casa, Eduardo metió la mano en su chaqueta mientras caminaba en su dirección. Sacó un sobre y se lo ofreció.

─¿Qué es?

─Los trescientos euros que te prometí.

─No quiero tu dinero.

─Fue un trato y yo cumplo.

─He dicho que no lo quiero.

─Cógelo. Sé que te hace falta.

─Por favor Eduardo, no me hagas sentir como una prostituta.

─¡Por Dios! Si ni siquiera nos hemos rozado.

─Si acepto ese dinero así es como me sentiré.

─Piensa entonces que ese dinero es para Edu. Cómprale una chaqueta nueva, un suéter... no sé, lo que veas que le haga falta.

─Una chaqueta y un suéter no valen trescientos euros.

─Guarda lo que te sobre para lo que le haga falta más adelante.

─Está bien ─cedió ante tanta insistencia─ le abriré una cuenta de ahorros y se lo ingresaré allí.

─Es una buena idea, pero antes cómprale con ese dinero lo que necesite y lo que necesites tú también, el resto lo podrás ingresar.

De mala gana Ángela cogió el sobre y despidió a Eduardo con un simple adiós.

─Yo no voy a comprarme nada con él.

─Mira que eres terca.