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El informe Rudnev, revisado y corregido por Girchich
Yo, Vladimir Mijailovich Rudnev, Alto Comisionado Especial para la Revisión y la Investigación de Ministros y otros Altos Personajes del Gobierno Imperial, nombrado por el ministro de Justicia Kerensky, declaro:
Era procurador de Ekaterinoslav cuando recibí órdenes del ministro Kerensky de formar parte del Alto Comisionado, que investigaría la conducta y las responsabilidades de los miembros del anterior Gobierno. Mientras trabajaba en ello, se me encargó en especial que investigara a las llamadas «fuerzas oscuras», las influencias secretas que ejercían su poder en la corte del zar. Continué trabajando en ello hasta agosto de 1917, cuando forzaron mi dimisión porque el presidente Muraviev insistía en que solo emitiera informes negativos.
Y yo, el investigador Girchich, responsable asimismo de la Comisión Extraordinaria, como Alto Comisionado de igual rango, corrijo y afirmo.
Como juez de instrucción he tenido acceso a todos los documentos, he presenciado todos los interrogatorios a los testigos y lo he hecho con una mirada imparcial. Tuve acceso a todas las cartas encontradas en el palacio de Invierno, en Tsarskoye Selo y en Peterhof, en particular a la correspondencia privada entre los zares; a la encontrada en casa de Anna Vyrubova; desde luego, a la de los grandes duques, y a la de los intermediarios entre las casas reales rusa y alemana. Al ser consciente de la importancia de mi investigación, ordené hacer copias de cada documento, cada carta y cada declaración, y me las llevé conmigo a mi casa de Ekaterinoslav, donde las escondí. Pero muy posiblemente fueron destruidas cuando los bolcheviques asaltaron mi hogar. Desde luego, si se da la feliz coincidencia de que hayan sobrevivido, las publicaré al completo y sin comentarios por mi parte.
Mientras se decida eso, creo que es mi deber escribir este informe que se centrará en particular en la influencia que ejercían las fuerzas oscuras Grigori Rasputin y Anna Vyrubova. Escribo de memoria, de manera que es posible que me deje algunos detalles. Cuando acudí a San Petersburgo a iniciar la investigación, debo admitir que pesaban en mi ánimo todos aquellos artículos escritos acerca de la influencia de Rasputin, los rumores, los cotilleos, y comencé lleno de prejuicios. Pero una investigación imparcial y cuidadosa me ha llevado a pensar que no había base para esos rumores.
También yo he interrogado a la señora Vyrubova. No, por razones obvias, a Grigori Rasputin. No me guiaba ningún prejuicio, siendo en esto menos influenciable que mi colega.
La persona más interesante del caso era Rasputin: los informes procedentes de la vigilancia a la que estuvo sometido hasta el mismo día de su muerte han sido de capital importancia. Por lo general, lo vigilaba la Policía Secreta, unos agentes especiales disfrazados de policías o de criados que anotaban sus idas y venidas. Todo lo que le rodeaba está cuidadosamente registrado a diario: si Rasputin salía una hora o dos de su casa, se anotaba la hora de salida, la de entrada y con quién se había encontrado por el camino. Sabían quién lo visitaba y cuándo, y si no se conocía el nombre exacto, se ofrecía una descripción detallada.
Tras leer todos esos registros, he llegado a la conclusión de que Rasputin era una persona mucho más compleja y más difícil de entender de lo que se nos ha dicho. He prestado particular atención a los acontecimientos que se encadenaron para que se le abrieran las puertas del palacio del zar y he descubierto que el primer contacto fue su amistad con los obispos Teofan y Hermógenes, autoridades religiosas bien conocidas por su fama de santidad y de sabiduría. Puedo decir también que la causa de que estos dos pilares de la Iglesia ortodoxa perdieran su favor fue también Rasputin.
Él fue el responsable de que Hermógenes acabara en el monasterio de Saratov y de la destitución de Teofan, después de que estos dos hombres santos descubrieran sus bajos instintos e intentaran delatarlo.
Todas las evidencias apuntan a que la vida interior de Rasputin, un vulgar campesino de Tobolsk, sufrió una experiencia transformadora que lo llevó a Cristo. Solo de esa manera puedo explicarme esa cercanía tan notable a dos obispos. Esa hipótesis se confirma con el relato que el propio Rasputin hizo de su viaje a Tierra Santa, un libro muy sencillo, muy ingenuo, marcado por una gran inocencia.
Debido a la recomendación que de él hicieron Sus Eminencias, fue recibido por las grandes duquesas Anastasia y Militza, y a través de ellas trabó amistad con la señora Vyrubova, née Taneyev, que era dama de honor real. Causó una profunda impresión en esta señora, muy devota e inclinada a lo religioso, y con eso se le abrieron las últimas puertas al palacio imperial.
Fue entonces cuando se despertaron en él sus peores inclinaciones, dormidas hasta entonces, y comenzó a explotar a su favor el fervor religioso de tan altos personajes. ¿Estamos seguros de que estaban dormidas hasta entonces? Ver documentación adjunto 17.9-27. Hay que admitir que jugó entonces con extraordinaria inteligencia. La correspondencia mantenida revela que Rasputin rechazó cualquier tipo de gratificación, recompensas o incluso honores que le fueron ofrecidos con toda generosidad por los zares. Así demostraba su profunda integridad, probaba su desinterés y su profunda devoción al trono y se arrogaba el papel de intercesor entre la familia imperial y Dios.
Él aducía que todos envidiaban su posición, que lo rodeaban traidores e impostores y que los informes negativos que se entregaban no merecían el menor crédito. El único favor que aceptó fue el alquiler de su alojamiento, que pagaba la cancillería real. También aceptaba regalos de poco valor hechos a mano por la familia real, camisas, cinturones...
Rasputin tenía entrada libre a las habitaciones de la zarina, recitaba oraciones, los tuteaba y los saludaba a la manera de los campesinos siberianos, con un beso. Se sabe que advirtió al zar: «Mi muerte también será la tuya» y que la corte lo consideraba un hombre agraciado con el don de la profecía. Sus predicciones eran emitidas en frases oscuras y misteriosas, como las de los oráculos de la Antigüedad.
Los ingresos de Rasputin provenían de las numerosas personas que deseaban dinero y posición y que lo usaban como intermediario ante el zar. Rasputin pedía favores para esas personas y garantizaba a cambio las bendiciones para Rusia y para esa familia. Hay que añadir que Rasputin poseía un extraño poder para ejercer la sugestión y la hipnosis. He podido establecer con seguridad que curó por sugestión la enfermedad del baile de san Vito del hijo de Simanovitch. El joven estudiaba en la Escuela de Comercio y su enfermedad remitió por completo después de dos sesiones con Rasputin. (??? ¿Es esto relevante?)
Otro caso probado se dio en el invierno de 1914, cuando fue llamado a la casa del superintendente de vías de Tsarskoye Selo. Anna Vyrubova había sufrido un accidente en el que se había roto las piernas y fracturado la cabeza. Sus majestades se encontraban allí, y Rasputin llegó, levantó el brazo y dijo: «Anushka, abre los ojos».
Inmediatamente la mujer lo hizo, recobró el sentido y reconoció a los presentes. Eso, por supuesto, impresionó a todos, incluidos los zares, y aumentó su prestigio. Aunque Rasputin no sabía leer ni escribir, estaba lejos de ser una persona estúpida. Poseía una inteligencia aguda y penetrante y la rara cualidad de adivinar el carácter de las personas a las que conocía. Exageraba su brutalidad y su simpleza, como si fuera un simple campesino, lo que hacía pensar a quienes lo conocían que era un pobrecillo humilde y sin cultura.
Como se ha publicado tanto sobre su inmoralidad, presté mucha atención a este punto. Sí, vayamos a ese punto. Los informes de la Policía Secreta prueban que sus romances se limitaban a orgías nocturnas con cantantes y gitanas y a algunas peticiones. Consta que cuando se emborrachaba se insinuaba, en especial dentro de los altos círculos a los que tuvo acceso, pero no hay nada consignado en los informes policiales ni en el resto de investigaciones sobre relaciones amorosas con ninguna dama de la alta sociedad. Entre los papeles del obispo Bernabé encontramos un telegrama que dice: «Querido, no puedo ir, estas mujeres estúpidas se han puesto a llorar y no me dejan marcharme».
Respecto a la acusación de que en Siberia se bañaba desnudo con mujeres y a la falsa afirmación de que pertenecía a una secta, fue consultado el profesor Grarnoglassoff, experto en esos temas, que dictaminó que en esas zonas de Siberia el baño compartido es una práctica común y que en sus sermones no hay evidencias de la pertenencia a la secta Khlysty.
Rasputin mostraba un gran corazón. Su casa siempre estaba abierta y llena de una extraña mezcla de gente que vivía a su costa. Para mantener su fama de benefactor y cumplir el precepto de la Biblia según el cual una mano generosa siempre está llena, Rasputin tomaba lo que le daban sus protegidos ricos, pero se lo daba a los pobres y a la gente de clase baja que le pedía ayuda. Eso le dio reputación de hombre generoso y desinteresado. Además de eso, Rasputin gastaba mucho en restaurantes, cafés, en salas de música y en general, en su día a día, de manera que cuando murió no dejó prácticamente nada. Las investigaciones dejan constancia de los favores en los que intermedió; puestos, cuestiones relacionadas con el ferrocarril, favores..., pero ni una sola muestra de actividad política.
Hay numerosas pruebas de su influencia entre los documentos del general Voyeikov, el comandante de palacio. Por ejemplo, cartas con el nombre de los solicitantes, su dirección, el tipo de petición, si se concedía o no, y las fechas. También se encontraron entre los informes del presidente del Consejo de Ministros, el señor Sturmer y otros personajes. Rasputin solo garabateaba en el margen: «Querido, ocúpate de esto, Grigori».
Llamaba al ministro Sturmer «el Anciano», al obispo Bernabé «Mariposa», «Papá» al zar y «Mamá» a la zarina. Pero con profundo respeto, claro está.
Queda establecida la profunda ascendencia del hombre en la Casa Real, pero también que se debía a los sentimientos religiosos de los zares, unidos a la convicción de que Rasputin era un santo y el intermediario de la familia y de toda Rusia ante Dios. La familia creyó ver pruebas de su santidad y de sus poderes en el caso de la resurrección de Anna Vyrubova, que ya se ha consignado, en la incuestionable influencia positiva sobre la salud del heredero y en otra serie de acontecimientos.
Es evidente que gente retorcida y sin escrúpulos hizo lo que puedo para beneficiarse de esta influencia en la corte y que eso llevó a este hombre a dar malos pasos. Esto es obvio en el caso del anterior ministro del Interior Khvostov y del director de la Policía, Belezy, que pactaron con él la suma de tres mil rublos mensuales, que salían del presupuesto de la Policía, si los ayudaba a aupar a sus candidatos. Rasputin accedió por tres meses, pero luego rompió el trato. Khvostov temió entonces que los delatara y comenzó a conspirar contra él. Este ministro contaba con la confianza de los zares, que lo tenían por alguien religioso y leal a la familia, pero las evidencias muestran que lo movía un mero interés privado.
Este ministro fue el más cercano a Rasputin. Con Sturmer le unía una amistad no demasiado profunda. Sturmer captó el poder de Rasputin e hizo lo que pudo por concederle sus peticiones. Le enviaba vino, fruta y delicatessen a menudo, pero no hay evidencias de que le permitiera la menor influencia en temas políticos. Tampoco tenía mayor relación con Protopopov, aunque Rasputin intercediera por él con frecuencia.
Vayamos ahora a la señora Vyrubova, de la que tanto había escuchado que era una excepcional influencia en la corte; había leído tantas cosas negativas sobre ella que reconozco que cuando fui a interrogarla a la Fortaleza de Pedro y Pablo estaba lleno de prejuicios contra ella. Mi hostilidad se mantuvo hasta que la trajeron a mi presencia los dos soldados de la escolta. Cuando entró en mi oficina, me impresionó la expresión de sus ojitos, llenos de dulzura y de docilidad. (???)
Esa impresión se confirmó en posteriores entrevistas, hasta que llegué a la conclusión de que por sus características y su personalidad no podía ejercer ni la menor influencia en política, ni interna ni exterior. Curioso.
Creo esto en primer lugar por su punto de vista tan femenino sobre todas las cuestiones que tratamos, después por su locuacidad y su absoluta incapacidad para mantener un secreto, incluso sobre temas que le podían perjudicar.
Cuando me conoció, se confió a mí: «Por Dios, usted es conocido por valorar la nobleza humana. No es como ese horrible Girchich, que hurga y hurga en el interior de la gente. Usted me entenderá bien; yo he vivido para la familia real. Si he mentido algunas veces, lo he hecho solo por ellos. Juzgue mi paciencia cristiana a la hora de soportar mis males y saque conclusiones». Ah, ahora entro yo, ese horrible Girchich.
Me convencí de que confiar un secreto a la señora era como proclamarlo a voces desde un campanario, porque se sentía impelida a contar todo lo que le parecía importante o llamativo, no solo a los amigos sino también a enemigos potenciales. Teniendo en cuenta estas dos propiedades de la señora, me planteé dos cuestiones:
1 El porqué de su estrecha relación con Rasputin.
2 El secreto de su intimidad con la familia real.
La primera la contesté al hablar con sus padres. Me contaron un hecho que en mi opinión explica la influencia que obtuvo Rasputin sobre ella. Cuando era una jovencita, Anna enfermó de tifus, complicado con peritonitis, y estuvo a punto de morir. Sus padres llevaron a su lado al afamado sacerdote Juan de Kronstadt, que oró por ella. Poco después la chica se recuperaba, lo que le provocó una profunda impresión y una tendencia al misticismo.
Anna conoció a Rasputin en la casa de la gran duquesa Militza, en circunstancias poco agradables. Hablaron estrictamente de temas religiosos en varias ocasiones; y cuando ella, en vísperas de su boda, le pidió consejo sobre si casarse o no, Rasputin contestó con una alegoría y le dijo que el sendero de la vida estaba sembrado no solo de rosas sino también de espinas y que el hombre alcanza la perfección solo por el sufrimiento y las duras pruebas. Bla, bla, bla.
El matrimonio de Anna fue infeliz desde el primer momento. El testimonio de la señora Taneyev indica que el hombre era impotente, adicto a prácticas perversas y sádicas y que infligió a su hija los más terribles sufrimientos morales y un maltrato físico. Pero siguiendo el precepto bíblico «Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre», Anna mantuvo por un tiempo en secreto sus sufrimientos y solo reveló la tragedia de su matrimonio en una ocasión en la que casi la mata. El resultado fue el divorcio, obviamente.
Este testimonio de la señora Taneyev fue confirmado por el análisis médico solicitado por Anna y llevado a cabo por la comisión de investigación en mayo de 1917, que estableció la conclusión de que la mujer continuaba siendo virgen. Virgen. Y este imbécil se cree todo el montaje porque una vaca gorda sigue siendo virgen.
El trauma de su matrimonio aumentó las inclinaciones místicas de Anna, que terminaron en una manía religiosa. Se convirtió en la admiradora más fiel y sincera de Rasputin, a quien consideró y considera un santo, por completo desasido de necesidades materiales. Esto no es lo que me contó a mí.
Respecto a la intimidad de Anna con la familia real, concluyo que se explica por la enorme diferencia de mentalidad entre la zarina y ella, esa atracción de opuestos que tantas veces resulta necesaria para encontrar el equilibrio. Este hombre es bobo. Las dos mujeres eran muy distintas, pero compartían muchas cosas. Por ejemplo, les apasionaba la música, y como la zarina tenía una preciosa voz de contralto y ella era una buena soprano, pasaban muchas horas cantando a dúo. Vaya, esto sí que me lo contó. Varias veces, además.
De manera que esto es lo que hace que los profanos confundan la amistad de las dos mujeres con una posible influencia de Anna en los asuntos de la corte. Como ya he dicho, ni poseía tanto poder ni podría jamás haberlo ejercido. La zarina era superior en inteligencia y voluntad a Anna, pero el lazo entre las mujeres era muy sólido, comparable al de una madre y su hija. Superior a ella en todo, pero bien que le coló a Rasputin y se lo metió en casa.
Y mi impresión de las cualidades morales de esta señora, que extraigo de los interrogatorios en la Fortaleza, es que poseía una entereza admirable. Por ejemplo, otorgó su perdón cristiano a los que le causaron durante su cautiverio todo tipo de vejaciones. Le escupían a la cara, le arrancaban la ropa, la abofeteaban y golpeaban... Pero siguió virgen, qué cosas. La pobre ni siquiera se quejó por sí misma, sino que fue su madre quien me habló de estas torturas, y cuando la confronté, las reconoció, sin el menor rencor, y añadió que no había que culparles a ellos, porque no sabían lo que hacían. Conmovedor. Conmovedor. Por cierto, ¿alguien interrogó a los guardias? Porque creo entender que Rudnev trasladó a la prisionera a raíz de esas acusaciones sin más pruebas que su testimonio.
Sus declaraciones eran tan directas y creíbles que no cabe duda de que dice la verdad, basándonos en las pruebas. La única falta que he encontrado en Anna es su tendencia al parloteo y su manera desquiciante de saltar de un tema a otro, se perjudique a sí misma o no. Sí, pero el caso es que nunca nunca se perjudica a sí misma... Anna, al parecer, intentó también interceder por algunos de sus amigos, pero no tuvo éxito porque no la tomaron en serio.
El carácter de la zarina se revela con claridad en la correspondencia que mantuvo con su marido y con Anna. Escrita en inglés y francés, está trufada de afecto por su marido y sus hijos. Se ocupaba personalmente de su educación y muchas veces se refiere a que no había que malcriarlos con lujos. También se pone de manifiesto su profunda piedad. En las cartas a su marido habla en muchas ocasiones de cómo se sentía en la iglesia y de la paz que la invadía tras las oraciones.
Apenas hablaban de política. Las cartas tratan principalmente temas privados y familiares. Cuando habla de Rasputin se refiere a él como «Hombre Santo» o «Nuestro Amigo» y se ve que lo consideraba un enviado de Dios, un profeta y un valedor de la familia. En toda la correspondencia, que ocupa una década, no hay una sola carta escrita en alemán.
Debido a los rumores de las simpatías germanófilas de la zarina y la creencia de que se comunicaba en secreto con Berlín, hice examinar con todo cuidado sus aposentos privados, sin que se encontrara la menor evidencia de esas comunicaciones entre casas reales. Es más, también analicé las acusaciones de que atendía a prisioneros de guerra alemanes. Todo lo que encontré era que no hacía distinciones entre heridos alemanes y rusos, porque quería seguir el mandamiento de Cristo de que quien visitaba a los enfermos y sufrientes lo visitaba a Él mismo. Una santa. Un poco empalagosa y un mucho histérica, pero una santa al fin y al cabo.
Por estas razones, y sobre todo por la salud de la zarina, que padecía una enfermedad cardiaca, la familia real llevaba una vida muy retirada que favoreció esa piedad extrema de la señora. Fundó conventos, monasterios, acudía a misas que duraban horas. Esas creencias le impedían calibrar con equilibrio la fuente real de la influencia de Rasputin sobre la salud del heredero y creía la explicación que se le daba, que se debía a los poderes celestiales del campesino y no al hipnotismo.
Un año antes de la Revolución de 1917, el monje Trufanov publicó un libro escandaloso sobre las relaciones entre Rasputin y la familia real. La Policía Secreta secuestró el manuscrito, por el que abonó sesenta mil rublos. La zarina lo leyó y lo repudió con indignación. «El blanco no se puede volver negro, y una persona inocente no puede ser calumniada», afirmó.
Hasta aquí mis conclusiones y el resumen de mi investigación.