13. Duetos

—Doc —dijo Seldom Seen Smith—, lo que me gustaría saber, confidencialmente, es: ¿qué sabes exactamente de este chaval Hayduke?

—No más de lo que sabes tú.

—Parece un tipo duro, Doc. Quiere cargarse todo lo que está al alcance de su vista. ¿Crees que puede ser uno de esos —no sé si se les llama así— agentes provocadores?

Doc lo consideró un instante.

—Seldom —le dijo—, podemos confiar en George. Es honesto. —Hizo una pausa—. Habla como habla porque… bueno, porque está comido por la ira. George está quemado, pero quemado del modo correcto. Le necesitamos, Seldom.

Smith le dio vuelta a esas palabras. Luego, avergonzado, dijo:

—Doc, no me importa decirte que también me hago la misma pregunta acerca de ti. Eres mayor que todos los demás y a la vista está que eres mucho más rico y encima eres doctor. No se supone que los doctores actúen como tú lo haces.

Doc Sarvis volvió a meditarlo. Y después de meditarlo dijo:

—No pises la Cryptantha. Tiene un tallo espinoso. —Se detuvo para echar un vistazo más detenido: Arizonica.

Arizonica —dijo Smith. Y siguieron adelante.

—En cuanto a tu pregunta: he visto mucho tejido maltrecho en el microscopio. Todas esas primitivas células de sangre multiplicándose como una plaga. Plaquetas carcomidas. Jóvenes criaturas en la flor de la edad, como Hayduke, como Bonnie, sangrando hasta morirse sin una sola herida. Leucemia aguda en aumento. Cáncer de pulmón. Creo que el mal está en la comida, en el ruido, en la multitud, en el estrés, en el agua, en el aire. He visto demasiado de todo eso, Seldom. Y va a ir a peor si permitimos que sigan con sus planes. Esas son mis razones.

—¿Por eso estás aquí?

—Exactamente.

Hayduke a Abbzug:

—¿Qué me dices de Smith?

—¿Qué le pasa?

—¿Cómo es que siempre quiere echar abajo mis planes?

—¿Tus planes? ¿Cómo que tus planes?, arrogante egocéntrico, cabeza de chorlito. ¡Tus planes! ¡Qué pasa con los demás!

—No estoy seguro de poder confiar en él.

—Así que no te fías de él. Escúchame bien, Hayduke, es la única persona decente en este grupo de enfermos. Es de hecho el único de aquí en el que puedo confiar.

—¿Qué me dices de Doc?

—Doc es un niño chico. Un completo ingenuo. Está convencido de que forma parte de una especie de cruzada.

Hayduke la miró severo.

—Y lo estamos. ¿Qué otra cosa si no? ¿Por qué estás tú aquí, Bonnie?

—Es la primera vez que me llamas por mi nombre de pila.

—Polladas.

—Es verdad. Es la primera vez.

—Bueno, mierda, trataré de ser más cuidadoso en el futuro.

—Si es que lo hay.

—Sí, joder, si es que lo hay.

—Todavía creo que deberíamos librarnos de esta rompecojones de tía.

—Estás loco, George, ella es lo único que hace que esta locura de críos comunistas se convierta de veras en un asunto de hombres de verdad.

—Los dos están locos, Doc.

—Vale, vale.

—Son un par de frikis. Anacrónicos. Excéntricos. Pirados. Tocapelotas.

—Bueno, bueno, son buenos chavales. Un poco raros, pero buenos chicos. Mira al capitán Smith, fuerte y robusto, sólido como un… como un…

—Cagadero público.

—En cuanto a Hayduke, todo fuego y pasión, una psicopatía muy saludable.

—Sí, el monstruo del Lago de Aguas Residuales.

—Lo sé, lo sé, Bonnie, pero tenemos que ser pacientes con ellos, probablemente son los únicos amigos que tenemos.

—Con amigos así, quién necesita un enema.

—Bien dicho. Pero tenemos que hacerle entender que nosotros no somos como los demás.

—Sí, estoy segura de que eso ya lo ha escuchado antes. ¿Y en cuanto al capitán Smith?

—Buen tipo, de lo mejor, un ejemplo de lo que es un gran americano.

—Un poco racista lo tuyo, ¿no? Es pelirrojo, rural, un predicador mormón.

—Los mejores hombres crecen en las colinas. Déjame mejorar este apotegma: los mejores hombres, como lo mejores vinos, se crían en las colinas.

—Y además sexista. ¿De dónde vienen las mejores mujeres?

—De Dios.

—Vaya mierda.

—Vienen del Bronx. No lo sé, supongo que vienen de la alcoba y de la cocina. No lo sé. Quién sabe. Qué más dará. Estoy cansado de esa vieja disputa.

—Pues harás bien en acostumbrarte. Vamos a estar cerca un buen rato.

—Bonnie, mi pequeña y dura nuez, no sabes cómo me alegra oír eso. Es mejor un mundo frío y amargo junto a una mujer que el Paraíso lejos de ella. Date la vuelta.

—Eso es exactamente a lo que me refiero.

—Date la vuelta.

—Vete al diablo, date la vuelta tú.

—Ha vuelto el sátiro.

—El sátiro se la puede menear en la luna.

—Vamos, Bonnie.

—Doc, vas a tener que cambiar de postura.

—¿Quieres decir que hay otra postura?

—No, no es eso lo que quiero decir. ¿Es que no me escuchas nunca?

—Siempre te escucho.

—¿Y qué te he dicho?

—Algo que siempre me dices.

—Ya veo. Doc, tengo algo importante que decirte.

—No estoy seguro de querer escucharlo.

—Seldom, eres un puto buen cocinero. Pero por amor del cielo, no podrías echar algo de jodida carne en las jodidas judías.

—George, las judías son un alimento básico. ¿Qué pasa, tienes delicado el estómago? Pues si no, calla y cómete las judías.

—Cuándo inventarán unas judías que no den gases.

—Están en ello.

—Pero ellos lo tienen todo. Tienen la organización y el control, tienen las comunicaciones y el ejército y la policía y la policía secreta. Tienen grandes máquinas. Tienen la ley, y drogas y cárceles, y tribunales y jueces y celdas. Son demasiado fuertes. Y nosotros muy pequeños.

—Son dinosaurios. Dinosaurios de hierro. No tienen la menor posibilidad contra nosotros.

—Somos cuatro. Ellos cuatro millones, contando la Fuerza Aérea. ¿Te vale como respuesta?

—Bonnie, ¿es que crees que estamos solos? Apuesto, escucha lo que te digo, apuesto que ahí fuera, en la oscuridad, hay tipos que están haciendo exactamente lo mismo que hacemos nosotros, por todo el país, peñas de dos o tres chavales que están en la lucha.

—¿Te refieres a un movimiento nacional bien organizado?

—No, nada de eso. Nada de organización. Ninguno de nosotros conocemos a ninguno de los de las demás pequeñas bandas. Por eso no podemos detenernos los unos a los otros.

—¿Y por qué nunca hemos oído hablar de ellos?

—Por el factor sorpresa, por eso, nadie quiere que la voz empiece a circular.

—Habló el ex Boina Verde. Y dime Hayduke, ¿cómo sabemos que no eres un infiltrado?

—No lo sabéis.

—¿Y lo eres?

—Puede.

—¿Y cómo sabes que yo no lo soy?

—Te he observado.

—Supón que te equivocas.

—Por eso llevo este cuchillo.

—¿Te gustaría besarme?

—Joder, sí.

—¿Y bien?

—¿Sí?

—¿A qué estás esperando?

—Bueno, mierda… Eres la mujer de Doc.

—Y una mierda. Yo soy mi propia mujer.

—¿Sí? Bueno, no sé.

—Pues yo sí lo sé, así que bésame, feo bastardo.

—¿Sí? Supongo que mejor no.

—¿Por qué no?

—Primero tengo que hablarlo con Doc.

—Puedes irte al carajo, George.

—Ya he estado allí antes.

—Eres un cobarde.

—Soy un cobarde.

—Tuviste tu oportunidad, George, y la desaprovechaste. Así que ahora vas a sudarla.

—¿A sudar? En mi vida he sudado yo por una mujer. En mi vida he conocido a una mujer por la que merezca la pena meterse en problemas. Hay un montón de jodidas cosas más importantes que las mujeres, no sé si lo sabes.

—Si no fuese por las mujeres ni siquiera existirías.

—No digo que no seáis útiles. Digo que hay cosas más importantes. Como las pistolas. Como una buena llave dinamométrica. Como un cabrestante que funcione.

—Dios santo, un buen montón de cosas, sí. Estoy rodeada de auténticos idiotas. Los tres quieren ser cowboys. Cerdos del siglo XIX. Anacronismos del XVIII. Proscritos del XVII. Absolutamente superados. Completamente fuera de la época. Fuera de lugar, fuera de todo. Estás obsoleto, Hayduke.

—Como una regulación de las válvulas bien hecha. Como un decente —bueno, quiero decir—, como un buen perro de caza, como una cabaña en el bosque donde un hombre pueda hacer pis desde el porche —espera un momento—, donde un hombre pueda mear desde el porche delantero siempre que por Dios santo él lo necesite.

—Completamente superado, superado por completo.

Hayduke dejó de pensar en cosas indispensables, incapaz de encontrar más símiles.

Abbzug le dedicó su sonrisa especial, la sonrisa de desprecio.

—La Historia ha pasado de ti, Hayduke.

Con un golpe de su preciosa melena le dio la espalda. Aplastado y mudo, él miró cómo se alejaba.

Más tarde, metiéndose en su grasiento saco de pedos bajo la fiera luz de las estrellas, se le ocurrió (demasiado tarde) la réplica correcta: Lo que está superado hoy mañana puede ser insuperable, nena.