Gamla Enskede
Gamla Enskede
Jeanette está alegre al colgar. Sofia solo estaba un poco indispuesta y no tenía valor para responder al teléfono. No había motivos para inquietarse.
Esa salida a Gröna Lund le permite, por fin, darle una sorpresa a Johan y al mismo tiempo ver a Sofia.
Ahora que está de vacaciones, descansará unos días y solo después pensará en el futuro. La casa es demasiado grande para ella y Johan: ha pensado proponerle a Åke venderla. Piensa en el gran apartamento de Sofia en Söder y le gustaría encontrar algo parecido. Espera que Johan no será muy reticente a la idea de trasladarse al centro de la ciudad.
El timbre interrumpe sus reflexiones. Va a abrir.
En el umbral de la puerta, un policía uniformado, al que nunca había visto.
—Buenos días, me llamo Göran —dice tendiéndole la mano—. ¿Es usted Jeanette Kihlberg?
—¿Göran? ¿Qué desea?
—Andersson —precisa—. Göran Andersson, destinado en Värmdö.
—Vale, ¿y en qué puedo ayudarle?
—Pues verá… —Se aclara la voz—. Estoy destinado en Värmdö y hace unos días hubo allí un gran incendio. Fallecieron dos personas en lo que parecía un accidente. Estaban en la sauna y…
—¿Y…?
—Se trata de una pareja, Bengt y Birgitta Bergman, y lo que a primera vista parecía un accidente parece más complicado.
Jeanette se disculpa y le hace entrar.
—Pasemos a la cocina. ¿Un café?
—No, será solo un momento.
—Bueno, le escucho… ¿Qué le trae aquí?
Jeanette va a sentarse a la mesa de la cocina. El policía la sigue.
Se acomoda y prosigue.
—He hecho algunas indagaciones y enseguida he visto que había interrogado usted a Bengt Bergman en relación con una violación.
Jeanette asiente con la cabeza.
—Sí, así es. Pero no condujo a nada. Fue puesto en libertad.
—Sí… Y ahora está muerto, así que… Cuando llamé a su hija para decirle lo que había sucedido, reaccionó… ¿Cómo le diría?
—¿De forma extraña?
Jeanette recuerda su propia conversación con Victoria Bergman.
—No, más bien con indiferencia.
—Perdone, Göran —empieza a impacientarse Jeanette—, pero ¿por qué ha venido a verme?
Göran Andersson se inclina sobre la mesa y sonríe.
—No existe.
—¿Quién no existe?
Jeanette tiene una sensación desagradable.
—Hubo algo de la hija que me intrigó, así que investigué.
—¿Y qué ha encontrado?
—Nada. Cero. No hay ningún dato, ninguna cuenta bancaria. Nada de nada. Victoria Bergman no ha dejado ningún rastro desde hace veinte años.