Tvålpalatset
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Al acabar la jornada, cuando Sofia Zetterlund se disponía a regresar a su casa, sonó su teléfono.
—Buenas tardes, soy Rose-Marie Bjöörn, de los servicios sociales de Hässelby. ¿Tiene un momento?
Sofia vio en su reloj que pronto serían las cuatro y media. No tenía muchas ganas de hablar, pero aceptó, si no era demasiado largo.
—No, no se preocupe. —La mujer parecía amable—. Solo quería saber si es cierto que tiene usted experiencia con niños traumatizados por la guerra.
Sofia se aclaró la voz.
—Sí, así es. ¿Qué desea saber?
—Resulta que aquí en Hässelby tenemos una familia cuyo hijo necesitaría ver a alguien que pudiera comprender mejor lo que ha vivido. He oído hablar de usted por casualidad, y me he decidido a llamarla.
Sofia se sintió cansada. Colgar, eso era lo que más hubiera deseado.
—La verdad es que estoy a tope. ¿Qué edad tiene el chico?
—Dieciséis años. Se llama Samuel, Samuel Bai. Es de Sierra Leona.
Sofia sopesó los pros y los contras durante un instante.
Qué extraña coincidencia, se dijo. No había vuelto a pensar en Sierra Leona desde hacía varios años y de repente me aparecen dos proposiciones ligadas a ese país.
—Pero quizá podré organizarme, a pesar de todo —acabó por decir—. ¿Es urgente?
Acordaron una primera entrevista de evaluación una semana más tarde y, cuando la asistente social prometió a Sofia que le mandaría el historial del muchacho, colgaron.
Antes de salir del despacho, se puso unos zapatos rojos Jimmy Choo, a sabiendas de que la llaga de su talón volvería a sangrar antes incluso de llegar al ascensor.