Más tarde, mientras estaba tumbado en la cama, me enteré de que me mudaba. Me enteré de que habían cambiado todos mis mañanas. El sol seguía brillando pero ahora ya era solo una rendija de luz en la distancia, y me tumbé sobre las sábanas, boca abajo, a mirar cómo brillaba esa rendija mientras iba encogiendo. Entonces vinieron hasta mi puerta, él detrás de ella, y se quedaron allí, él sonriendo, pero ella no.
—Di un sitio al que siempre hayas querido ir —me dijo ella.
—¿Yo? Noruega.
—Uno más cerca.
—Noruega es para los vikingos. Me mola.
—Di sitios más cerca.
—Vale. Chicago, Illinois.
—Di Nueva Orleans. Prueba con Nueva Orleans.
—¿Qué hay allí?
—El Tino’s, colega. El Tino’s es un restaurante que está en lo que llaman el Barrio Francés, allí, en Nueva Orleans. Es el sitio donde puede que vaya a cocinar a partir del lunes que viene.
—¿Te acuerdas de El barrio contra mí, cari… Shug? Eso es Nueva Orleans.
—¿En serio?
—El Tino’s está casi en Bourbon Street. Es la calle en la que todo el mundo se desmelena. La gente va allí desde todos los rincones del mundo para desmadrarse. El Tino’s está a un tiro de piedra de Bourbon Street. A un paso del Dauphin.
—Pero ¿por qué? ¿Por qué hay que ir ahí?
—Sabes que es mejor que no nos quedemos aquí. No te hagas el tonto.
—Y ¿qué coño se me ha perdido a mí en Nueva Orleans?
—No me gusta que hables de esa manera delante de tu madre. No está bien que un chico diga esa clase de palabras.
—Me temo que así es como le han enseñado a hablar.
—Y ¿qué tendríamos, un barco o qué?
—Una casa. Tendríamos una casa. Allí tienen unas casas raras que dan como miedo. Unas casas antiguas de estilo extranjero con enredaderas y grandes flores.
—Y ¿tendría mi propio cuarto?
—Claro. Claro que sí.
—Y óyeme una cosa, chico, la comida de allí es como para desmayarse. Cuando vas por la calle y la hueles, te desmayas de gusto. Son superfamosos por su comida, y te aseguro que con razón. La cocina que se hace allí es un reto fantástico.
—¿Qué clase de comida?
—Gambas tan grandes como muslos de pollo.
—Pero si yo nunca he comido gambas.
—Pues las primeras que pruebes serán para chuparte los dedos. No vas a comer mejores gambas en toda tu vida.
—Y gumbo, Shug. Y bollos franceses. Y pralinés.
—Y muffelettas.
—¿Qué narices es eso?
—Es un bocadillo que hacen allí. Como una torta de grande. Le ponen todas las cosas buenas que se les ocurren. Ostras, aceitunas, salami, gambas, lo que sea. Tardas una hora y media en comértelo entero.
—No sé. No lo veo claro.
—Pues yo sí que lo veo claro, Shug. Sé que tiene que ser así. Tenemos que irnos. Tenemos que largarnos de aquí, y lo sabes muy bien, claro que lo sabes.
—¿Cuándo nos iremos?
—En cuanto me llamen del restaurante.
—¿Te va a llamar Tino?
—Tino, no. Otro tipo al que conozco. Tino ya no está allí.
—¿Podré comer toda esa comida y tendré también mi propio cuarto?
—Ése es el plan.
—¿Y qué tal un perro?
—Eso no lo sé. Los perros me dan mala espina. Los pelos se me pegan a la ropa. Ya sabes que eso no me gusta.
—El barrio contra mí —dije yo—. Cuéntame otra vez lo de ese bocadillo. ¿Cómo has dicho que se llamaba?