Un vistazo al pasado

 

—Zack, odio la oscuridad —balbuceó, sosteniendo con fuerza la manta entre sus manos, tenía las mejillas encendidas y los ojos llorosos.

—Entonces ¡corre! —El niño abrió su casa de campaña para dejarlo pasar—. Yo también le temo, pero mi papá dice que no pasa nada mientras esté aquí, los espíritus nos protegen.

Jared sonrió mirando a su alrededor, Zack vivía en la mejor habitación de todo el orfanatorio: una hermosa casa de campaña verde. Dentro de ella tenía algunos atrapasueños que su papá había hecho para él, otro tipo de colguijes y una linterna. Zack era su mejor amigo y también el niño más valiente que conocía.

Los días a su lado eran fáciles y llevaderos, no recordaba todo el tiempo a Samantha y, si lo hacía, Zack le platicaba de cómo su mamá había muerto. Así que compartían el dolor de estar solos, aunque eso no era precisamente cierto. Zack tenía a su papá, y aunque no hacía mucho Aaron le había dicho que el señor rubio que los había visitado al parecer era su verdadero padre, Jared no creía que lo fuera, ni siquiera se parecían.

Sin embargo, le había gustado la señora que lo acompañaba, su cabello era del color de los caramelos, y el niño que venía con ellos se veía demasiado grande y lo había asustado, aunque había sido amable.

«Ojalá pudiera tener una familia, ojalá volviera mamá.» Ese era su único pensamiento, no obstante. Años después, pensaría que había que tener cuidado con lo que deseas.

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En cuanto Jared vio en el suelo la manzana y el sándwich que Julie le había preparado, suspiró. Tenía hambre pero podía aguantarse, lo que nunca vio venir fue la patada de su compañero, Collin. Tampoco pudo hacer mucho por salvar la pequeña lonchera que terminó rota y en girones en medio de la pelea.

—¡Miedoso! ¡El adoptado es un miedoso! —gritaban varios niños alrededor de él y Collin.

El niño cerró los ojos, no le importaban los insultos, tampoco su desayuno. Lo que le importaba era su defensa, era pésima, estaba recibiendo demasiado daño y eso no era bueno. Después, con el ojo morado, raspones en sus manos y el hombro adolorido, sollozó mientras miraba al director.

—No me gusta pelear —susurró tan bajito que apenas se escuchó su voz. Sus pies, que colgaban de la silla, llegaban apenas al suelo.

—Y haces bien, Jared. Ya llamé a tu padre para que venga por ti.

Al niño se le desbocó la respiración, al tiempo que un escalofrío lo recorría, y si no estuviera tan golpeado como para poder abrir bien los ojos, los tendría grandes como platos, eso era peor, mucho peor.

—¡Por favor no le diga a mi papá que me dio miedo! —gimoteó bordeando en lo histérico, el director frunció el ceño ante su arrebato mientras intentaba calmarlo, se puso en cuclillas a su lado.

—Claro que no le dijimos eso, pero sí le advertimos del mal comportamiento de Collin, no tienes nada de qué preocuparte, tú no tuviste la culpa, Jared.

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El director jamás se imaginó que sus palabras, como: "Jared no tuvo la culpa", "no se defendió porque no le gustan las peleas", o "necesita terapia" fueran como latigazos para el orgullo de Caleb Baker, quien toda la vida había soñado con tener un varón, un fuerte y gran sucesor. Desafortunadamente, había sido injuriado con un montón de niñas, estaba rodeado de malditos coños para donde quiera que volteara. Mientras respiraba hondo y trataba de parecer concentrado en las palabras del director, pensaba que de qué servía engendrar entonces.

Baltazar Baker, su orgulloso padre, siempre le había inculcado el valor de la sangre y de la persistencia. Nevada parecía tranquilo, cuando en realidad era un lugar terrible. Su papá se había visto obligado a crecer en calles violentas, las cuales se estaban volviendo una verdadera epidemia, había salvado a su madre de cualquier ladrón, drogadicto y violador al vivir en los límites del condado. Caleb había aprendido a muy corta edad a defenderse a sí mismo, así como lo que era suyo.

Era aún muy joven cuando comenzó con el mercado de las drogas. Comercializarlas al principio no fue fácil. Muchas veces se vio en medio de enfrentamientos entre distribuidores, salió herido por bala y terriblemente golpeado en numerosas ocasiones. Abrirse paso en un mundo donde ya existía líder fue de lo más difícil, pero no imposible. En el camino hizo un montón de dinero, y aunque sus padres ya habían muerto a manos de un ladrón una noche en el maldito barrio marginado en el que vivían, juró frente a su tumba que él sacaría en alto su apellido. Así que con muchos esfuerzos compró una ostentosa casa nada más y nada menos que en Las Vegas.

Le iba bien con el negocio del narcotráfico y comenzó a desenvolverse en fiestas de clase alta, podía darse el lujo de que las personas creyeran que venía de fuera, de una familia adinerada, así que un par de años después conoció a Julie, la hija de uno de los apostadores más acérrimos y con suerte en Las Vegas. Fue una fortuna que por cómo era la gente de Las Vegas, confiada y poco interesada en informarse quién era quién mientras trajera dinero, Julie no tuvo manera de saber cómo Caleb había ido escalando en la sociedad, no es que a la mujer le importara. Era fría y calculadora, su belleza morena solo le sumaba puntos. El resto es historia, se podría decir que era feliz, pero claro, no todo podía ser perfecto. No había hombres en su descendencia.

Sin embargo, hacía no menos de un año por fin la suerte le había sonreído al concederle la adopción de un niño. Cuando lo conoció, lo primero en que se fijó era en su estatura, demasiado alto para su corta edad y su cuerpo no era esquelético, se veía fuerte y saludable. Pero ahora, mientras veía las lágrimas de Jared, o escuchaba los sollozos del niño viendo sus heridas, sentía todo aquello como si le cayera ácido en la piel. Detestaba que llorara como marica, detestaba su puta debilidad, su carácter pasivo y hasta retraído, cada vez que lo miraba, odiaba el transparente de sus azules ojos, llenos de paz en lugar de sentir rabia por lo que sus estúpidos compañeros de escuela le habían hecho.

Maldita sea, era como haber engendrado otra niña. Apretó con fuerza el volante, conteniendo la violencia que su cuerpo desprendía en grandes olas, y condujo a gran velocidad serpenteando la carretera, no obstante apenas se estacionó fuera de la casa lo miró iracundo. El pequeño tenía el rostro enterrado en las rodillas, los pies llenos de lodo malditamente arriba del asiento mientras se abrazaba con fuerza las piernas intentando convertirse en algo así como una jodida pelota. Incapaz de contenerse, le dio un fuerte golpe al volante haciendo que incluso el carro se sacudiera.

—¡Otra vez te putearon, Jared! —rugió lleno de odio. El insolente niño se estremeció antes de apretar con todas sus fuerzas los ojos.

—N-No fue mucho, señor, esta vez intenté defenderme…

—¡Mientes, cabrón! ¿Crees que estoy ciego? ¡Te estoy viendo todo el puto ojo morado! —Furioso se bajó del auto, su gabardina negra ondeaba a cada zancada que daba hacia la puerta del copiloto.

Abrió con fuerza la puerta y sujetó al niño con rudeza del brazo a sabiendas de que lo tenía lastimado. Podía verlo en sus malditos harapos rotos, luego tuvo que darle algo de crédito ya que Jared no se quejó mientras lo arrastraba hacia el granero, le valió absolutamente una mierda el reguero de útiles escolares y cuadernos que fueron dejando a su paso mientras lo arrastraba, ya que el inútil de Jared había intentado traerse con él la mochila.

—Pero no me duele, lo prometo… Por favor —suplicó, plantando los pies todo lo que pudo con la intención de que no lo llevara a ese lugar.

Eso solo incendió por completo su mente, lo destrozaría. En su familia, la cobardía no era opción. Era defenderse o morir.

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La paliza fue brutal. Como siempre.

A sus diez años, Jared no pudo entender la compleja mente de Caleb, no entendía por qué tenía esa obsesión porque en la escuela fuera él quién golpeara y no ser el golpeado. Detestaba la violencia. No era lo que Samantha le había enseñado, mucho menos Aaron. Pero de cualquier manera, ambos lo habían abandonado lanzándolo a los brazos de éste cruel padrastro.

Jared, a sus ahora catorce años, se sentía herido en lo más profundo de su corazón, y recordaba particularmente aquel día cuando Caleb lo había golpeado hasta dejarlo inconsciente. Se podía decir que no era extraño que creciera con odio hacia él, pero no obstante conservaba un poco de su alma de niño, por eso, justo ahora seguía acariciando con absoluta reverencia el álbum de fotos que le había regalado su mamá, su único recuerdo antes de abandonarlo. Y a pesar del sabor agridulce que le provocaba tener aquello en sus manos, lo necesitaba para no sentir que se estaba convirtiendo en un monstruo, alimentado por el odio, cegado por la ira. Ese álbum era el único lazo que le quedaba de su verdadera familia y el último retazo que le quedaba de cordura.

Porque los Baker no eran su familia, en cuatro años no había aceptado que ellos eran sus papás y no lo haría ahora. El álbum era pequeño y lo escondía como su mayor tesoro debajo de una tabla vieja bajo la cama de su habitación, porque si su padrastro lo llegaba a encontrar, sus días estarían contados. Tan solo pensar en Caleb se le puso la piel de gallina, su presencia le inspiraba miedo por dos razones: por su tamaño, y porque su actuar no era previsible. Siempre tenía un humor cambiante y sus estados de ánimo eran violentos, caprichosos, aleatorios.

A cuatro años de haber caído en el infierno, naturalmente Jared fue cambiando. De ser un niño tímido y reservado, de ser aquel al que le gritaban y lastimaban, a convertirse en un adolescente violento. Cualquier cosa que no le parecía, lo arreglaba a golpes, tal como le había enseñado Caleb, aunque no era esa la forma en la que le gustaría resolver las cosas, su padrastro no le dejaba otra opción. Eran esos chicos lastimados o él y con el tiempo, aquello ya no le pareció malo, por el contrario, le pareció lo lógico de hacer.

Esa tarde todo estaba muy silencioso en casa, Julie había salido con sus hijas al centro y Caleb tenía desaparecido todo el día. Cuando comenzó a llover le dio un poco de miedo, la casa era malditamente grande, y sola proyectaba sombras terribles, decidió ir a su habitación y encerrarse, pero en el camino vio una puerta entreabierta, una que siempre estaba cerrada.

Así fue como conoció la heroína.

Caleb era un traficante de drogas, y Jared después se enteraría que manejaba toda la red de narcotráfico en Las Vegas y parte de California. Con el tiempo, a Jared no le fue difícil caer en la adicción, lo que sí le resultó difícil fue esconderla, era muy joven y descuidado. Aquel martes de octubre estaba tan drogado que no fue capaz de levantarse para ir a la escuela, se había quedado en una especie de trance observando sus fotografías, martirizándose con el recuerdo de Samantha, pensando en qué la habría impulsado a lanzarlo a un maldito orfanatorio.

Caleb entró de improvisto y como un huracán a su habitación, sin darle tiempo a nada, sin respirar siquiera cerró el puño y lo clavó en el costado del joven, que tuvo que soltar su álbum pues el impacto le sacó el aire de los pulmones. Mientras jadeaba, pateó como pudo aquel álbum, intentando meterlo debajo de la cama.

—Párate, si quieres tener una puta esperanza de vida, será mejor que te pares. —Lo escupió en la cara, luego lo agarró por el cabello y lo arrojó lejos de la cama, como si fuera un desecho.

—¡Tan solo me quedé dormido! —Tosió, respirando con dificultad sujetándose las costillas.

—Desearía creerte, hijo, pero no. Esa mierda blanca que tienes en tu nariz te delata, esa mierda que me cuesta sangre y esfuerzo conseguir, tú la aspiras sin ninguna reserva, sin ningún puñetero esfuerzo.

—Tú la has puesto en mi camino, así de sencillo —respondió, mirándolo con odio.

—Bueno, pues de ahora en adelante si la quieres tendrás que aprender a ganártela. —Jared parpadeó, no estaba muy seguro de estar entendiendo.

—¿Quieres decir que no me lo prohibirás?

—¿Para qué hacer esa estupidez si sé que lo seguirás haciendo? —El joven miró a Caleb, luego hizo un esfuerzo para sentarse, pero no se podía imaginar cómo iba a hacer para ponerse de pie—. Si quieres algo de eso, pelearás por ello.

—¿Cuál es tu problema? —Su padrastro sonrió, respirando hondo mientras cerraba los ojos.

—Te he dicho que mi papá era un guerrero, yo lo soy y tú malditamente lo vas a ser. Nuestro apellido quedará grabado en la conciencia de todos, ¿me escuchaste? ¡Nadie se va a meter con un Baker! —El joven finalmente logró ponerse con dificultad en pie—. Siempre te toman con la guardia baja, eres un puto descuidado…

Jared plantó los pies en el suelo y reuniendo todas sus fuerzas, le dio un fuerte puñetazo a Caleb en la mandíbula, a pesar de que siempre luchaban, su padrastro no se lo esperaba y retrocedió luciendo sorprendido, se llevó el puño a la comisura de los labios encontrando su propia sangre.

—Yo no soy un Baker y tú ¡solo serás un maldito adicto! —gritó un jadeante Jared, sus rodillas parecían de gelatina de tanto que le temblaban, pero aun así se negaba a caer frente a él. Caleb sonrió, sus dientes llenos de sangre le produjeron náuseas.

—¡Y tú un puto débil!, ¿acaso no puedes defenderte nunca? —rugió, tomándolo por sorpresa, embistiendo con una patada certera en su abdomen. El dolor fue tan intenso que lo dobló, el aire explotó en sus pulmones, la visión se le nubló y todo comenzó a dar vueltas mientras sentía el áspero suelo chocar contra su mejilla—. Eres un inútil, ¡levántate, cabrón!

Caleb empezó a patearlo una y otra vez, Jared comenzó a toser de forma angustiosamente violenta en busca de aire, la sangre en su boca sabía a hierro, pero el dolor en todo el cuerpo le tenía paralizado. Su padrastro continuó con sus acometidas, y con cada golpe, el joven no podía evitar pensar ¿cuánto podía soportar el cuerpo humano?

Para su suerte, el dolor gradualmente dejó de sentirse, y mientras su cuerpo seguía sacudiéndose presa de los golpes, una extraña paz lo embargó, por lo que cerró los ojos. Quizás esto era morirse.

—¡No te atrevas a desmayarte, maldito afeminado!, ¿me escuchas? —Le tiró con fuerza del cabello hasta sentarlo—. Vas a seguir luchando, ¿entendido?

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Esperaba que con los años Jared acabara muriéndose en una de esas jodidas peleas, pero para su absoluto asombro, no lo hacía. A cambio de darle un poco de droga, su hijo peleaba en cualquier callejón de mala muerte. Había muchos cabrones que le debían dinero y no le pagaban, entonces, a Caleb se le ocurrió que podía cobrarles usando la fuerza de Jared. Así que habían hecho un acuerdo tácito, Caleb le proporcionaría raciones de cualquier droga y a cambio Jared cobraría a sus deudores, aquel acuerdo lo cerraron con un apretón de manos y una mirada a los ojos. Como malditamente debía ser.

Mientras veía caer al maldito rubio con la mirada perdida y la boca llena de sangre, Caleb sonrió. Había que darle algo de crédito a su hijo, estaba mejorando con los años, y su patética adicción lo hacía parecer un maldito león a la caza, a pesar de sus escasos diecisiete años, Jared había sacado hasta la mierda de todos sus deudores y había hecho correr a dos más. 

Por primera vez se sintió orgulloso, finalmente su apellido estaba recibiendo la reputación que quería. Baker era sinónimo de dolor y miedo, así que tan contento como se sentía, Caleb condujo al orfanatorio. Mensualmente enviaba dinero, pero esta vez quería agradecer personalmente a Aaron el haber puesto a Jared en su vida.

—¡Caleb! Qué gusto que vinieras. —El hombre con acento latino salió a su encuentro, se veía realmente feliz de verlo.

—Lamento no haber venido antes, Aaron —murmuró, estrechando su mano—. Había estado muy ocupado.

—Sí, de cualquier manera quiero que sepas que nos han estado llegando tus generosos donativos.

—Me alegro —asintió complacido.

—Toma asiento, ¿dónde se habían metido? No había manera de contactarles… —Caleb se tensó un poco.

—No veo para qué, no me gusta alardear de lo que hago.

—Bueno… —Aaron carraspeó—. Por supuesto quería contactarte para agradecerte, pero también para preguntarte por Jared. Le perdimos totalmente la pista. —Caleb frunció el ceño.

—¿Para qué quieres saber de mi hijo?

—Además de que es mi obligación saber cómo siguen las cosas… bueno… lo que pasa es que su madre biológica estuvo por aquí y no venía sola… —El hombre se puso de pie, golpeando el escritorio de Aaron con ambos puños.

—Esa mujer no tiene ningún derecho a pararse por aquí preguntando por mi hijo —rugió. Esa puta drogadicta no se iba a volver a aparecer nunca más, de eso estaba seguro.

—Lo sé, pero tú sabes también que siempre puede ocurrir eso, además el padre biológico de Jared exige verlo, no estaba enterado de su existencia y me presentó una demanda con la custodia, pero ustedes simplemente desaparecieron del mapa.

—¡Jared no tiene otros padres que nosotros! —bramó violento, la cara amable de Aaron se descompuso y se removió incómodo en su silla.

—Él tiene derecho a saber…

—No, no tiene ningún derecho a saber nada, lo único que debe saber es que es mi hijo y soy todo lo que tiene, esta conversación ha terminado.

Mientras salía hecho una furia de ese puto orfanatorio, Caleb no podía creerlo, simplemente no podía. Tantos años criando a Jared, tantos años enseñándole cómo jodidos defenderse, cómo abrirse paso en el mundo… para que la puta de su madre quisiera recuperarlo, no conforme con eso, había recurrido a su maldito padre.

Se irían de la ciudad esta misma noche, pero antes… Sacó de su costoso abrigo su celular y marcó un número. Le contestaron al segundo timbre.

—¿Liam? Necesito que te encargues de una puta, quiero que la asesines esta misma noche. Su nombre es Samantha Smith.

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Jared estaba acostado en el suelo de su habitación mirando el álbum, sí, otra puñetera vez. Sin embargo, esta vez la cocaína lo tenía peor que de costumbre. Demasiado nostálgico para ser sinceros. Tan distraído estaba acariciando el hermoso rostro de su madre, que no escuchó a Caleb entrar.

—¿Qué haces aquí? ¿Leer jodidos libros? —El joven se puso de pie rápidamente, aunque no lo suficiente para deslizar el álbum de fotos a su escondite—. ¿Qué es esa mierda que está atrás de ti?

—No es nada y no me pongo a leer nada…

—Yo creo que sí, y creo que debes dármelo de inmediato. —Le tendió la mano de forma impaciente—. Me estás haciendo enfurecer.

Jared vaciló solo un segundo que bastó para que recibiera una bofetada tan fuerte que lo tumbó contra el suelo. Al inclinarse hacia atrás trató de ocultar su álbum, la sangre que le goteaba de la nariz manchó su camiseta.

—¿Tendré que golpearte de nuevo? ¿O ahora sí me darás lo que te he pedido? —Caleb se lo pidió con un tono de voz aburrido. Cualquiera de las dos opciones que le había dado a Jared le parecía aceptable, pues los dos le harían daño y le producirían satisfacción a él.

Jared miró hacia su gastado álbum y sintió que el pecho le rugía de dolor al despedirse de su tesoro, más específicamente de Samantha. Las emociones eran tan jodidamente inservibles, ¿no es así? Aquellas fotografías que él tanto quería estaban a punto de ser destruidas de alguna manera. Y eso iba a pasar en aquel preciso instante,  independientemente de lo que pudiera hacer, así que en ese momento entendió que de hecho ya era como si no existieran.

Elevó la mirada y se encontró con los ojos oscuros de Caleb, llevaba una larga gabardina negra y pantalones seguramente igual de costosos que terminaban en unos relucientes zapatos negros. Y justo ahí, de rodillas ante Caleb, con la nariz goteándole sangre mientras miraba el álbum, comprendió una verdad que cambió su vida. Su padrastro iba a destruir cualquier maldita cosa o a cualquier persona a la que Jared quisiera. Ya lo había hecho mil veces y de innumerables maneras, y seguiría haciéndolo.

Darse cuenta de eso hizo que todo el dolor agudo en su pecho desapareciera. Como por arte de magia. Para él, establecer algún lazo emocional con otra cosa de ahora en adelante sería inútil, pues estaba comprobado que era un punto débil en su coraza, Caleb lo utilizaría como una muy buena fuente de dolor cuando esa cosa le fuera arrancada.

Así que ya no se apegaría a nada, ya no sentiría malditamente nada.

Jared se puso de pie, recogiendo su álbum que había acunado en sus manos durante horas y horas, donde había venerado a una madre que no se lo merecía y había soñado con otro futuro. Caminó hasta encararse a su padrastro, observó la mano que Caleb le tendía y sin pensarlo entregó lo que había considerado su salvavidas, y mientras lo hacía, no sintió ningún dolor o apego por las fotografías. Era como si nunca antes lo hubiese visto.

Caleb esbozó una enorme sonrisa que se congeló a medida que ojeaba las fotografías, página a página su rostro se iba descomponiendo, tornándose de un intenso rojo carmesí, comenzó a pasar con furia por las fotografías, haciendo que el viejo pegamento de aquel álbum cediera y comenzaran a caer una que otra alrededor de sus pies.

—¿Qué putas es esto?

—Es mi madre.

—¿Con que tu madre… ah? ¿Sabes? —Deslizó sus largos dedos dentro de sus pantalones de marca y sacó un fino cuadrado de plata con las letras Zippo talladas—. Veo que no ha servido de nada los esfuerzos de Julie o míos por ser tus padres durante estos malditos años, ¿o sí? —Abrió aquel cuadrado que resultó ser un encendedor y le prendió fuego a una vieja orilla del álbum.

Caleb entrecerró los ojos al ver que Jared respiraba tranquilamente pese a que estaba quemando los recuerdos de su madre, su mirada era cautelosa, lo estaba estudiando cuidadosamente, esperando una reacción. Pero mientras veía el álbum calcinarse, Jared se dio cuenta de que ya no sentía odio. Por lo general, cuando su padrastro le daba la espalda, o lo llevaba para que cobrara lo que las personas le debían, aprovechaba para dar rienda suelta al desprecio que sentía por él. Pero ahora no sintió nada. Fue igual que cuando le entregó el álbum. No sintió… absolutamente nada.

—¿Qué es esa mirada vacía, Jared? —preguntó el hombre sonriendo—. ¿Estás demasiado drogado como para sentir algo?

—Ya no me interesa lo que hagas, nada puede lastimarme —contestó en tono aburrido, Caleb cambió su expresión irónica por una de absoluto odio. Lanzó el álbum que seguía ardiendo hacia un lado.

—¿Nada? —Comenzó a remangarse la camisa por los codos—. ¿Estás seguro, hijo?

No soy tu hijo, y si te vuelves a acercar a mí, te voy a romper ambas piernas y brazos, y ten por seguro que me aseguraré de que nunca más vuelvas a respirar. ¿Está claro? —Su padrastro elevó ambas cejas mientras sonreía.

—Has aprendido bien, del mejor. Pero ¿qué pasa si esta vez no me detengo a tiempo y te mato? —preguntó, caminando en forma decidida hacia él. Jared intuyó que no había marcha atrás, así que deslizó los pies a los lados plantándose en posición de combate.

—¿Y qué pasa si yo no me detengo tampoco? —Caleb soltó una carcajada.

—Entonces supongo que serás libre.

El chico abrió los ojos, aún con esa sensación de desapego que revestía su cuerpo, sentía que no había nada que no fuera capaz de hacer, ningún trabajo que no pudiera lograr, ningún medio al que no recurriera para alcanzar sus propósitos. Obtener la libertad, era una expresión de la que un hombre preparado para cualquier cosa podía enamorarse. Producía un sonido oscuro, suavemente siniestro… serás libre.

Caleb le lanzó un duro puñetazo a la mandíbula, y después de eso, el combate resultó ser más bien un concurso de esquivar golpes, en el cual Jared sentía que se defendía con torpeza a causa de la droga, mientras su padrastro hacía un despliegue de ataque. Caleb era bueno, demasiado bueno para haber pensado en salir airoso de esa pelea.

Sin embargo, su velocidad ya no era tan buena como antes, y después de siete años de combatir contra él, a Jared le resultaba más fácil predecir sus movimientos, porque aunque su padrastro era muy fuerte, cada vez que peleaban le había dejado un conocimiento, y ahora casi podía leerle la mente. Las patadas y los puñetazos resonaban por la habitación, mientras el fuego que había generado el álbum comenzaba a expandirse por todo el suelo de madera.

Sobrepasado en fuerza y velocidad, un jadeante Caleb sacó un arma y apuntó directamente al pecho del joven.

—Eres un hijo de puta —masculló entre sus dientes sangrientos.

—¿No dijiste siempre que las armas eran el último recurso del débil? —preguntó deliberadamente, dando un paso más hacia adelante provocando que el arma se hundiera más en su pecho.

Ya no podía abrir un ojo y sentía quizás hasta una costilla rota, un hilillo de sangre bajaba por su frente y le dolía cada parte de su cuerpo, así que en ese momento no había otra cosa que Jared deseara más que terminar de una vez por todas con su miserable y jodida vida.

—¡Caleb! ¿Qué está pasando ahí dentro? —gritó Julie, aporreando frenéticamente la puerta—. ¡Nos estamos incendiando, ya avisé a los bomberos!

Caleb murmuró un par de maldiciones mientras guardaba el arma. El joven respiró hondo, sintiendo como los ojos se le llenaban de lágrimas furiosas, habría preferido morirse en ese momento que seguir viviendo en el infierno. Soltó un tembloroso suspiro cerrando con fuerza los ojos.

En su descuido, Caleb aprovechó para darle un fuerte puñetazo en el abdomen, pero tan frenético como Jared se encontraba, cerró la mano derecha en un puño y lo descargó con toda su fuerza sobre la cabeza de su padrastro.

Ni el rugido de las llamas, ni el humo envolviéndolo, o el latido doloroso de su corazón contra su pecho, haría que Jared olvidara jamás ese momento. El cuerpo de quien lo había apaleado por años, de quien le había hecho temblar innumerable cantidad de veces, cayó en un sonido seco al suelo. Julie, acompañada por los bomberos, abrió en ese momento la puerta y todo pasó a cámara lenta.

Los gritos, el personal apagando el incendio, el intento por auxiliar a su padrastro… nada. Caleb estaba muerto y, aunque pareciera ridículo, Jared nunca pensó que sentiría tanto alivio de saber que finalmente saldría de ese infierno, y aunque iría a otro, prefería mil veces la cárcel. Donde permanecía hasta que el sonido de la fusta de un guardia de seguridad golpeando contra los barrotes de su celda, lo sacó de sus recuerdos.

—Oye, chico, tienes visita. —Jared elevó una ceja, en casi dos años habían venido a visitarlo una cantidad impresionante de pandilleros Ghetto que había conocido en el orfanatorio.

Aunque no eran los únicos, algunos padres adoptivos del orfanatorio también habían venido a maldecirlo, a joderlo diciéndole que era un ser oscuro y retorcido que había asesinado a su madre biológica y luego a su padrastro, un ser desagradecido y que merecía pudrirse en la cárcel. «Nada mal para comenzar a ser una leyenda», pensó, sonriendo torcidamente. Nunca se había molestado en aclararlo, ni dar explicaciones. Ni a las autoridades, ni siquiera a Aaron. No veía el sentido.

Había soportado en silencio todas y cada una de las preguntas. Muchos internos hasta pensaban que era mudo, pero cuando alguno quiso hacerlo hablar, se encontró con un puño enterrado en la cara, o convaleciente en algún rincón. Nadie se metía con Jared.

—No quiero ver a nadie —murmuró, mirando hacia el suelo.

—No se trata de que quieras. —El guardia abrió la celda y le puso las esposas a la fuerza, no sin antes forcejear por un buen rato, hasta que el joven se aburrió y prefirió ceder. Entre más rápido fuera a recibir a quien sea, más rápido estaría en su celda.

Pero en la pequeña sala para visitas no era ningún padre enfurecido o pandillero quien lo esperaba. El señor que se puso de pie en cuanto lo vio entrar era alto y rubio, llevaba un impecable traje negro que resaltaba sus azules ojos, ojos que lo miraron con… un enorme pesar mezclado con lástima. «A la mierda», no había otra cosa que Jared pudiera soportar menos. Prefería las maldiciones, los insultos, los golpes, cualquier otra mierda a ese tipo de miradas.

—¿Quién eres y qué mierda quieres? —El rubio elevó ambas cejas, una extraña sonrisa curvándose en sus labios.

—¿Ya no me recuerdas? Soy William Brown, y tú, Jared, eres mi hijo —sonrió ampliamente—. Al fin te encontré y vengo para sacarte de este infierno.

Jared se quedó de piedra, recordando a ese mismo señor visitándolo en el orfanatorio muchos años atrás. Luego sintió que las comisuras de su boca se curvaban en una extraña sonrisa, y de pronto, una risa histérica comenzó a burbujear en su pecho, amenazando con dejarlo internado ahora por locura.

Qué puta ironía. ¿Hasta cuándo dejaría de pertenecerle a alguien?, ¿a qué nuevo infierno lo llevarían esta vez? Y lo más importante: ¿tendría una oportunidad de ser realmente libre alguna jodida vez?