Capítulo Uno
Tal vez si dejo de caminar, todo deje de moverse…
—¿Estás bien? Te ves como si fueras a caerte en cualquier momento —murmuró Matt, mirándola con aprensión.
Genial, alguien más estaba notando su precario equilibrio. Brie suspiró, mirando esos expresivos ojos verdes que ahora la analizaban en forma reprobatoria, justo antes de que él soltara un suspiro mortificado.
Matt Jones podía ser en la misma medida: increíblemente guapo y analítico. Dios, su mirada lograba ruborizarla haciéndola sentirse, más que nadie, como la adolescente que era. Él había sido el primer empleado que Hank había contratado para ayudarles en la cafetería, la cual era únicamente atendida por ella, Emily, la cocinera, y él, que se dedicaba a la limpieza, mientras que ella le daba prioridad a ser mesera.
«Como si ser mesera fuera una prioridad», pensó con ironía. Su mamá, Natalie, ya no podía ayudarles más a causa de su enfermedad, y desgraciadamente se le había ocurrido la para-nada-brillante-idea de dejar a cargo a su padrastro, Hank, que como el dueño que era ahora, únicamente se presentaba para cobrar… o gritar.
—Estoy bien —aseguró, tratando de restarle importancia. Incluso hasta sonrió sosteniéndose despistadamente de una mesa.
—Quiero revisar tu presión sanguínea, te noto demasiado pálida.
Él estrechó ligeramente los ojos mientras continuaba con aquel análisis exhaustivo, era muy difícil engañar a Matt. La conocía demasiado como para pasar por alto el detalle de su palidez excesiva. Quería vomitar, y quería hacerlo en calidad de urgente. Su penetrante mirada verde, sin embargo, logró curiosamente relajarla, calmando tenuemente los sudores fríos que recorrían su piel. La castaña podía jurar que él tenía un don o algo, siempre lograba tranquilizarla.
—Está bien —murmuró finalmente, sintiéndose incluso hipnotizada.
Matt sonrió luciendo todo encantador, provocándole que se ruborizara de nuevo mientras la sentaba al lado de una de las mesas del restaurante. Se acercó a ella y su loción le hizo cosquillas en la nariz, y cuando sujetó su mano, Brie contuvo un escalofrío. Era ridículo que fuera tan tímida, Dios, era peor que ridículo, era imposible después de lo que había hecho, lo cual resultaba para nada tímido y sobre todo para nada recatado pero bueno, fuera de eso, la realidad era que no tenía ninguna experiencia… con los hombres.
Él presionó cerca de su muñeca, la sangre ahí se acumuló al tiempo que Matt observaba su reloj. Brie suspiró mientras lo observaba. Él le parecía guapísimo, con su cabello rubio revuelto, su piel ligeramente bronceada y sus ojos verdes.
Definitivamente Matt era muy diferente al estereotipo que se había formado de los hombres. El que un solo hombre fuera un estúpido, retrógrada e insensible, no significaba que todos los demás también lo fueran, ¿o sí? Matt, muy por el contrario a ese horrible ogro, era amable y trabajador, la trataba siempre como si pudiera quebrarse, como algo sumamente delicado. Conversaban por horas aun pese a la diferencia de edades e incluso, él le había contado que trabajaba para pagarse la escuela de medicina. Le contó también sobre su deporte favorito, surfeo en la playa, Brie sonrió cálidamente mientras miraba su musculosa espalda, definitivamente ese deporte explicaba su complexión delgada pero fibrosa.
—Está un poco baja, Brielle —regañó con reprobación, ella miró hacia sus manos mordiendo ligeramente su labio—. ¿Por qué no descansas un poco en lo que te traigo un jugo? —La joven iba a agradecerle, pero en eso la campanita de la puerta del local sonó, indicando que había entrado un cliente—. Yo atiendo, descansa un poco —se apresuró a decir antes de levantarse rápidamente.
La castaña sonrió de forma débil al tiempo que asentía. Observó a su amigo correr hacia la cocina mientras se quitaba el delantal. La joven se relajó en su asiento, mirando distraídamente hacia los dos clientes que habían entrado. En realidad fue un destello rojo lo que llamó su atención, al fijarse descubrió que era cabello, abundante, impresionantemente largo y en perfectas ondas. Qué decir de la chica, lucía preciosa y el contraste de ese cabello como el fuego contra su piel blanca era increíble. Su rostro salpicado de pequeñas pecas estaba disimulado con su impresionante maquillaje. La chica sin duda lucía perfecta con su chaqueta negra y sus vaqueros de cuero. La castaña terminó su escrutinio mirando sus tacones de más de doce centímetros Jimmy Choo.
Sonrió mientras negaba con la cabeza, esas eran las pocas ventajas de trabajar en un club nocturno. Gracias a Katie se sabía los diferentes estilos en zapatos, su amiga ya estaría dando saltitos emocionada. Brie contuvo un escalofrío mirando sus propias ropas, deberían apodarla Briecienta. Así se sentía, con sus desgastados Converse, con su blusa sumamente delgada y gastada…
—¿Por qué quieres comer aquí, princesa? —preguntó una voz dulce, aterciopelada y… familiar.
El cuerpo de Brie sufrió un escalofrío seguido de una parálisis. Su corazón primero se detuvo y luego empezó a palpitar como loco. Se dijo que no debería mirar, sin embargo se encontró haciendo todo lo contrario. Él tenía una media sonrisa torciendo sus delgados labios mientras sujetaba por detrás a la mujer, le plantó un suave beso en el cuello haciéndola reír. Se veía, al menos si no enamorado, contento, despreocupado, hermoso y… oscuro.
Brielle estaba en shock, como si acabara de cortarse con un cuchillo y se hubiera desgarrado las venas o algo similar. Las suelas de sus Converse estaban pegadas al suelo y sus pulmones no podían conseguir el suficiente aire para respirar con normalidad. Se encontró jadeando antes de dejar caer todo su cabello hacia enfrente en un intento absurdo por ocultarse. Cualquiera que volteara a su lugar pensaría que era una hipster, o una indigente, no que le importara. Quería pasar desapercibida sí o sí. Cerró los ojos con fuerza e incluso comenzó a rezarle a todos los dioses habidos y por haber que no la fuera a ver. «Dios, ayúdame con esto, por favor y te juro que nunca más volveré a ese lugar, solo por favor…»
Escuchar su voz aterciopelada al hablarle a la otra mujer, le retorció las entrañas.
«Bastardo, eso es lo que eres.»
Brie se quedó a medio pensamiento… ¿Como por qué se estaba enojando? No lo sabía bien, y definitivamente tampoco era el momento para detenerse a pensar cosas que en dos meses no se había cuestionado nunca, como por ejemplo, por qué aún dormía con su chaqueta, la cual por cierto ya casi no olía a él, o por qué recreaba mentalmente en las noches su voz ronca, o por qué su mirada fría la cazaba en todos los sueños. Sabía bien que juzgarlo era lo más estúpido del mundo, porque cuando se enterara, el enojado sería él, sin embargo era ella la que se encontraba furiosa en estos momentos.
Sintiéndose como una tonta adolescente hormonal, miró con cuidado a través de la cortina de su espeso cabello, quería verlo. Tuvo que parpadear dos o tres veces ante la visión, tragó saliva compulsivamente, procesando la imagen ya que se veía mejor de lo que sus estúpidos recuerdos tenían de él. La camisa negra remangada hasta los codos destacaba sus penetrantes ojos azules, y los vaqueros oscuros terminaban en unas botas de puntera metálica que resaltaban aún más su tremenda estatura. Dios mío, definitivamente no recordaba a Jared y… ¡Oh mira, su cabello era negro! Por fin lo sabía ahora.
Además lucía caótico, no por producto del alcohol, al parecer así lo peinaba. Sus ojos azules eran del más claro que hubiera visto nunca, como un océano limpio, claros y con un ligero brillo mientras le hablaba a la pelirroja, y cuando se pasó una mano por el cabello, pudo ver los músculos de sus brazos, fuertes, amplios y sin un gramo de grasa, cubiertos por intrincados tatuajes que no se quiso detener a contemplar.
Síp, estaba buenísimo.
Su atractivo hacía parecer al mismísimo Robert Pattinson un candidato a rey feo. Era encantador, claro, pero no un buen chico. Ah no, señor, Jared era todo menos un buen chico, a la castaña le quedó claro al momento de conocerlo. Algo oscuro, impreciso y voluble se notaba detrás de su fría mirada, no solo eso, ella lo había experimentado de primera mano, y de forma inevitable se ruborizó furiosamente con el recuerdo. Además, estaba segura de que cualquier cosa que no le pareciera lo arreglaba a golpes. ¿Cuántos años tendría? Y... ¿por qué diablos estaba pensando todo eso? Enojada, aún ruborizada y un poquitín herida, se escondió nuevamente detrás de su cabello, él no debía verla.
Si Spencer se enteraba de esto, que Dios los agarrara confesados a todos. Se lo había prohibido, es más, casi esa era la única condición que le había pedido a cambio de dejarla, podría decirse, que en libertad. Nadie nunca se enteraría de su trato con los Cooper, Spencer había jurado hacerse cargo de los inconvenientes resultantes a cambio de la sencilla tarea de que Brie desapareciera.
Con el corazón tronándole contra las costillas y la vista nublada, la castaña se quedó hundida en la mesa, escuchando sus risas, su conversación. ¿Por qué engañaría a su novia o esposa? Podía apreciar que la quería por la manera en la que tocaba su rostro, por la forma en la que deslizaba esas enormes manos a su cintura...
Es oficial, estaba... ¿celosa?
¿Por qué? No lo sabía, pero ya lo odiaba… otra vez. Y cuando el joven soltó una feliz carcajada, el aleteo en su corazón convirtió cualquier ruido en un zumbido y su estómago se agitó con fuerza. Cerró nuevamente los ojos tratando de aguantar, tratando de no vomitar, pero al parecer su estómago no estaba muy cooperativo hoy. Sin poder pensar en otra cosa, sin poder evitarlo, se levantó abruptamente y por las prisas estuvo a punto de caerse al tropezar con una silla. Una de las mesas se tambaleó tirando un salero, pero Brie se negó a detenerse. Entró como un huracán hacia la cocina y de ahí corrió directo al baño donde se encerró.
—¿Brie? —Matt llamaba con los nudillos en la puerta, pero ella estaba vomitando hasta su nombre y no podía responder—. ¿Todo bien, Brielle? ¿Te traigo agua? —preguntó, su voz llena de angustia.
—Ajá… —logró gemir entre arcadas.
Después de unos interminables minutos logró recomponerse. «Eres una torpe, Briecienta, ¿ese fue tu mejor intento por que nadie te notara?», se reprendió. Contuvo las lágrimas mientras se mojaba el rostro con agua fresca, luego se sujetó el cabello en una alta coleta, respiró hondo tratando de controlar su respiración y se negó rotundamente a mirarse frente al espejo antes de abrir la puerta. Ahí estaba Matt, con su dulce sonrisa mientras le extendía un vaso con agua y una dona.
—No dudo que ni siquiera hayas desayunado. ¿Hank te lo prohibió otra vez? —Brie desvió la mirada hacia el vaso con agua.
—No, yo… lo olvidé… ¿Ya… ya se fueron los clientes? —balbuceó con la voz impregnada de miedo.
—Están por irse, pero Hank ya vino y está cobrando la cuenta. —Ella asintió, un poco asustada de que su padrastro no la viera atendiéndolos, eso no era nada bueno. Inesperadamente las pequeñas puertas que separaban la cocina de la cafetería se abrieron con fuerza de par en par, azotando contra las paredes
—¿Por qué mierda están aquí los dos? —bramó Hank, luciendo peor que otros días. Con la ropa muy desgastada y los ojos turbios, demasiado rojos—. A ti te pago para limpiar el puto piso y a ti te tengo para atender a los clientes —recalcó apuntándolos—. ¿Es tan difícil eso?, ¿tan difícil es hacer la única jodida cosa que les pido?
—Lo siento, señor, yo… me sentí mal pero inmediatamente iré al comedor…
Tratando de apurarse, la castaña pasó en seguida suyo, pero él tomó su muñeca con fuerza, retorciéndola de forma que todo su cuerpo tuvo que detenerse y enfrentarlo, gimió quedamente por el dolor y el asombro.
—Escúchame bien, Brielle, no me importa tu jodido trato con los Cooper, necesito más dinero —ladró. Ella boqueó de forma incrédula sintiendo como toda la sangre se drenaba de su cuerpo.
—Sabe que Spencer dijo que era todo lo que me daría este mes…
—¡Me importa una mierda! —maldijo histérico—, dile que necesitas ropa o zapatos, invéntate algo. Necesito el dinero.
—¡Es que ya me inventé todo eso! —chilló enojada.
De verdad que ya no podía ir a ese club, a ese lugar, la familia Cooper la mataría tarde o temprano, estaba segura de que Hank ya les estaba colmando la paciencia y no podía exponerse ni exponer a su ánge… Una fuerte bofetada cortó el hilo de sus pensamientos, el dolor escoció en su piel y por el impacto cayó torpemente contra el suelo. Jadeando se llevó la mano a la mejilla.
—¡Detente, Hank! —gritó Matt furioso, empujando a su padrastro hacia atrás. Brie respiró hondo mientras paladeaba el sabor a hierro… es decir a sangre—. No vuelvas a tocarla, ¡¿escuchaste?!
—¡Quítame las manos de encima, imbécil, estás despedido! —espetó Hank zafándose del rubio, encolerizado; la castaña abrió los ojos de par en par y recuperando la compostura se puso de pie.
—¡Basta! Haré lo que me pide, pero no corra a Matt —sollozó aterrada, abrazándose a sí misma, el rubio realmente necesitaba el trabajo y no por su culpa iban a despedirlo—. Si lo deja seguir aquí, yo… yo haré lo que quiere. —Se relamió nerviosamente los labios—. Hoy mismo iré con Spencer... solo, por favor… —Hank escupió hacia el suelo, y aquella asquerosidad por poco le provocó arcadas.
—Brie, no es necesario… —comenzó a decir su amigo, pero ella le lanzó una mirada de déjame-a-mí-esto. Él suspiró para nada convencido mientras la ayudaba a levantarse. El rubio la volvió a mirar una última vez antes de desaparecer hacia la cocina.
—Es la última vez que tolero eso, ¿escuchaste, Brielle? —La joven asintió mientras veía a su padrastro marcharse.
Esa noche Brie estuvo dando vueltas en la cama, incapaz de dormirse ni dejar de pensar.
Respiró hondo mirando el techo, ella mejor que nadie sabía qué cosa la tenía así de inquieta, y no, no era la fuerte bofetada que su padrastro le había propinado, tampoco era la hermosa figura de Matt, no. Para no perder la costumbre, unos ojos azules de hielo estuvieron persiguiéndola en pesadillas, incluso despierta, su voz, su figura, incluso esa aura que él despedía parecía perseguirla hasta en la inconsciencia. Se acarició con deliberada lentitud el vientre dando un respingo ante el dolor de su muñeca, Hank había presionado con demasiada fuerza también sus brazos. Brie respiró profundo, cada día veía venir lo de antes, golpes reales, y no sabía cómo iba a poder detenerlo.
Por la mañana corrió al baño puesto que no aguantaba las ganas de orinar, aquello se le estaba saliendo literalmente de las manos, respiró hondo controlando el malestar que se estaba volviendo una costumbre. Luego, frente al espejo, vio con horror los grandes círculos que se habían formado bajo sus ojos, y para rematar su nuevo outfit, su mejilla lucía ligeramente morada. Genial. Aún estaba enojada mientras el agua caía por su cuerpo, trató de relajar sus tensos músculos, cosa que no pudo ya que el agua estaba fría.
Casi no había comida, ella ya no tenía ropa, y estaba segura de que a este paso en poco tiempo tampoco tendrían luz. ¿Cómo iba a tener dinero para el medicamento de su mamá, además?
Tiritando se envolvió en una diminuta toalla antes de apresurarse a su habitación, abrió la puerta rápidamente pero con tan mala suerte que resbaló con el agua. Chilló mientras caía golpeándose el trasero, la toalla se le subió más de lo debido dejando ver su piel ya enrojecida. Estaba segura de que le saldría un cardenal en la cadera. Genial, más golpes. Maldiciendo comenzó a ponerse en pie.
—¿Qué demonios te ocurre?
La oscura silueta de Hank apareció a mitad del pasillo. Llevaba una camisa de cuadros rojos, unos degastados vaqueros y sus pesadas botas de trabajo; sus ojos bailaban oscuros, repasándola de arriba abajo. Brie se estremeció, esta vez presa del terror.
—Na-Nada —balbuceó, jalando la toalla lo más que pudo. Se puso de pie rápidamente, y sin otra palabra dio media vuelta para seguir el camino a su habitación.
—Un momento, Brielle. —Su padrastro sujetó fuertemente su brazo, haciéndola gemir un poco al tiempo que lo encaraba. Su sucia barba comenzaba a notarse más y la gorra que tenía puesta ensombrecía sus marcadas facciones—. Se nota que estás cambiando… —murmuró con voz trémula, sus ojos ahora oscurecidos lograron que se le formara un doloroso nudo en el estómago y en la garganta, impidiéndole articular alguna palabra—. ¿De quién es?
—S-Spencer no me deja decirlo… —susurró. Hank le estaba mirando con avidez los pechos antes de que un sonido ronco y bajo en forma de risa escapara de entre sus dientes.
—Ese maldito, pero no te preocupes, ya averiguaré por qué tanto secreto. —La liberó lentamente con una tácita caricia en su brazo pero inmediatamente después frunció el ceño—. Asegúrate de ocultar bien estas marcas, tu maldita piel sensible nos puede meter en problemas. ¿Entendiste?
—Sí… yo… sí, con permiso…
Encontrando fuerzas en sus paralizadas piernas, Brielle dio media vuelta y subió casi corriendo hasta su habitación. Mientras intentaba controlar su respiración se abrazó a sí misma, pero hizo una mueca de dolor cuando se apretó los brazos, mordió su labio al tiempo que se liberaba, dejó que su espalda se resbalara contra la puerta hasta que llegó al suelo donde se quedó contemplando por largo tiempo el ropero. No quería ir con Spencer Cooper, pero Hank podía ser un buen dolor de cabeza, así que finalmente decidió vestirse con sus peores ropas. Unos vaqueros azules desgastados, no porque estuvieran a la moda, claro, un amplio y viejo suéter azul que cubría todas sus marcas y sus inseparables Converse.
Las grandes y brillantes puertas del Cooper’s irremediablemente hicieron que le temblaran las piernas incluso antes de entrar, se sintió mareada mientras miraba el lugar. Los pocos meses que había trabajado aquí habían sido los más espantosos de su vida, y lo último que quería era volver. El olor a cigarro y alcohol era espeso en el aire, se había quedado sin duda impregnado por todo el lugar. Suspiró una última vez armándose de valor antes de llamar a la puerta.
—Las chicas como tú no deberían volver a este lugar. —Owen parecía un enorme gorila y su mirada oscura la hizo sentir aún más pequeña.
—Tengo que hablar con Spencer —balbuceó. El hombre la miró largamente antes de dejarla pasar y conducirla a la oficina de los Cooper.
Aquel lugar le parecía tan excéntrico y bullicioso de día y de noche, recalcando la clase de depravaciones y cosas ilegales que ahí pasaban. El Cooper’s era un club nocturno sumamente reconocido, manejado por los dos hermanos Cooper, nadie querría meterse con ellos en ninguna deuda, nadie claro excepto Hank. Dios, ¿pero qué había visto su mamá en él?
—Te ves de la mierda, Porcelana —notó Spencer, riéndose sin control en cuanto Owen se fue—. No tenías que venir vestida así para pedirme más dinero. —Ella se ruborizó ante su señalamiento, y sin poder evitarlo bajó la mirada hacia sus pies—. ¿Qué mierda te pasó en la cara?
Brie cerró los ojos, había sido tan tonta en no maquillarse un poco…
—¿Por qué no pasas y visitas a las chicas? Te firmaremos otro cheque —comentó Jeff, apareciendo detrás de su hermano.
—Gracias… —suspiró con alivio antes de regalarles una tímida sonrisa y encaminarse a los camerinos.
—Ese Hank…
Spencer estaba furioso mientras hablaba con su hermano, pero ella no se detuvo a escuchar lo que decían, tenía horror de pensar en lo que harían con su padrastro o su mamá. En cuanto Katie y Allison la vieron chillaron de felicidad y corrieron a abrazarla, sacándola un poco de sus tormentosos pensamientos.
—Ayer lo vi —confesó en voz baja, no quería que ni por error alguien la escuchara.
—¿Estamos hablando del Frío? —indagó Allison al tiempo que elevaba una perfecta y delineada ceja, su tono de voz seco y algo incrédulo la hizo fruncir el ceño antes de asentir.
—¡Brie! —regañó Katie—. ¿No le hablaste, verdad?
—¡No! —chilló casi escandalizada—, por supuesto que no.
—Sabes que eso te puede ocasionar problemas con los Cooper, no lo hagas. Además ese tipo está loco, Brie, te lo digo en serio —aseguró la joven de forma contundente.
—Fue a comer a mi cafetería, ¿pueden creerlo? —Ellas soltaron carcajadas mientras negaban de forma incrédula—. P-Pero con su novia… —susurró, recordando lo que vio y lo mal que eso la hizo sentir.
Él se veía diferente, igual de temible pero más accesible, abrazando a la pelirroja y sonriendo de vez en cuando, nada que ver con el horrible ogro en el que se había transformado cuando ambos estuvieron juntos. De pronto dejó de escuchar las risas de sus amigas por lo que las miró, ambas la estaban viendo a su vez, pero ahora de forma extraña.
—¿Qué?
—¿Eso quiere decir que el plan de Spencer no funcionó? —indagó Katie.
—Al parecer no —murmuró la castaña en forma temerosa—. ¿Creen que Spencer ya lo sabe?
—Esperemos que no. ¡Dios, Brie! Sería el fin del mundo, créeme por favor cuando te digo que esos hombres son muy violentos —habló la joven con los ojos dilatados—. Y en cuanto a Jared, tienes que evitarlo. ¡No debe verte!
—Cálmate, Katie. No quiero verlo tampoco, ni a él ni a su estúpida novia, ¡los odio!
—¿Y por qué piensas que al Frío puedes importarle? —interrumpió Allison con una extraña sonrisa. Algo en su tono de voz y en su mirada le provocó a Brie un escalofrío, se recompuso negando rápidamente con la cabeza.
—Yo no dije que le importe, ni siquiera lo conozco, me cogió en un mugroso sofá, ¡es todo lo que sé de él! Ni lo quiero, ni lo celo, ni nada —afirmó furiosa.
Allison la miró unos instantes más, su mirada azul se volvió helada por unos segundos, pero no agregó nada más. Agradeciendo mentalmente que no siguieran con el escabroso tema de sofás y noches violentas de copas, cambió de conversación, contándoles sobre su trabajo en la cafetería, y ya que había sido tan tonta como para no ocultar su golpe en la mejilla, tuvo que contarles sobre lo mal que la trataba Hank. Katie ladró maldiciones contra su padrastro, pero no había mucho qué hacer. También les habló de la enfermedad de Natalie…
Conversaron hasta que se hizo muy tarde y Gary, el chofer de los Cooper, finalmente la llevó a casa.
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Explicarle a Zoey la mierda en la que había caído, sería una de las cosas más difíciles por la que Jared hubiera pasado hasta ese día.
Sin embargo, se encontró con que pasaban los días, incluso las semanas sin nadie que hablara sobre lo ocurrido en el Cooper’s. Y justo cuando creía que nada pasaría, se encontró con que Allison, esa perra, le había contado a su novia que lo había visto consumiendo cocaína. Zoey realmente se había vuelto loca, había amenazado incluso con jodidamente suicidarse intentando ingerir un montón de sus pastillas.
Dios lo librara si se enteraba de qué otra mierda había hecho ese día. Pasaron unos días para que la pelirroja entendiera que Spencer le había tendido una trampa. Ella no había querido creerlo del todo, pese a que sabía los alcances de su padre, se negó a echarle toda la culpa. Ahora seguían enojados pero al menos estaban en algo así como un proceso de reconciliación.
Necesitaba que lo que sucedió aquel día, quedara jodidamente borrado de la historia.
—¿Por qué quieres comer aquí, princesa? —preguntó en su mejor intento de voz suave. Zoey seguía puñeteramente extraña y necesitaba reconciliarse con ella.
La había convencido que ya no iría al Cooper's, le había dicho que dejaría de pelear y drogarse, incluso había caído tan jodidamente bajo prometiéndole que buscaría un trabajo si lo perdonaba. Sin embargo, las peleas eran lo que podían mantener su cuerpo a raya, eran como una droga para él, y al no tenerlas, se encontró varias noches sudando frío y literalmente temblando, necesitaba malditamente un desfogue, y Zoey no lo estaba ayudando realmente nada. Incluso negándose a tener sexo.
—Es lo más cercano a mi trabajo. Es tarde, no te pongas especial, Jared —lo regañó juguetonamente.
El joven respiró hondo, la cafetería en la que estaban no era precisamente a donde hubiera querido llevarla, sin embargo no era por eso que estaba nefasto. Habría querido que comieran en casa, alimentarla él mismo y después cogérsela sobre la mesa como un poseso. Realmente se estaba convirtiendo en una especie de animal, ya no podía pensar ni razonar claramente.
—¿Qué les sirvo? —preguntó el mesero.
—Quiero un espagueti a la boloñesa, ¿y tú, amor?
—Lo mismo —pidió, sin molestarse en mirar el menú.
Zoey estaba contando alguna mamada sin trascendencia, cuando al fondo se escucharon sillas golpear contra el suelo, y acto seguido vio a una chica intentando huir a toda velocidad hacia las puertas de la cocina. Su cabello castaño le ocultaba el… puta mierda.
Toda la sangre se drenó del cuerpo de Jared al ver quién era. Sophia, por poco se cae contra una mesa, pero logró desaparecer detrás de unas pequeñas puertas. Para cuando la comida de ambos llegó, el joven seguía hundido en un puñetero estupor y con la furia sacudiéndolo de arriba abajo. Bullendo dentro de su piel.
Esa pequeña perra se las pagaría.
Jared estuvo cazándola como un psicópata a partir de ese día, necesitaba asegurarse de que la chica no diría hasta dónde habían llegado, estaba claro que ella también lo había reconocido. Tuvo que recurrir a pedir ayuda de su hermano, aunque era lo último que hubiese querido.
—Diablos, Jared. —Adam se pasó una mano por su cabello corto—. ¿Por qué te interesa esta chica?
—No quieres saberlo —masculló el joven entre dientes.
Se encontraba sentado en la ostentosa oficina de su hermano, sintiéndose tan fuera de lugar como siempre. Ser la oveja negra de la familia nunca le había importado.
—Créeme que sí quiero saberlo —contradijo su hermano, luciendo todo abogado profesional.
—Esa perra me tendió una trampa, ¿ya? —dijo, mientras se pasaba una mano nerviosamente por el cabello, revolviéndolo.
—¿Trampa? ¿Qué clase de trampa? ¡Mierda!… —Sus ojos azules se abrieron de par en par en comprensión—. Por favor, no me digas que te la tiraste…
—Algo así, solo dame el puto informe, ¿quieres? —regañó malhumorado.
—¡Es menor de edad, Jared! Mierda, ahora sí la jodiste…
Aquello fue como un balde de agua helada para el joven. ¡Puta mierda! ¿Esa chiquilla era de verdad menor de edad? El corazón se trasladó a su garganta y se encontró hiperventilando, la historia daría un horrible y puñetero giro si ella lo denunciaba por acoso, puta madre…
—¿Quieren explicarme los dos qué está ocurriendo? —preguntó William, luciendo emputado como la mierda. Claramente los había escuchado.
Genial, ahora su papá estaría metido en todo esto también.
Después de aquel jodido descubrimiento, solo quedaba hacer lo que William le había dicho. Ofrecerle una millonaria cantidad de dinero para que la chica guardara silencio, Dios librara a su familia de caer en habladurías. El prestigioso despacho Brown no necesitaba cargar con una mala reputación y, sin duda, lo que Jared había hecho pondría a prueba los estándares con los que supuestamente se manejaba su padre.
No obstante, se asombró de que con el paso de los días Zoey siguiera normal, eso quería decir que la niña no había hablado, sin embargo no podía jodidamente confiarse. Tuvieron que pasar tres días para que pudiera controlarse y así negociar con ella sin caer en un asesinato. Porque aunque fuera mujer, de verdad quería golpearla. Fue así que dejó a Zoey en casa de Anna, su madre, y se condujo inmediatamente a esa estúpida cafetería de mierda.
La encontró tarareando una canción felizmente, ajena a todo. Y justo ahí dudó. Le parecía una niña, tranquila e incluso puritana. Dudó que fuera la misma perra que lo había drogado en el Cooper’s. Pero en cuanto sus ojos se encontraron, pudo regodearse en el terror y la incertidumbre que empañó esa mirada.
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Tres días habían pasado desde que Jared se había aparecido por la cafetería, y ella seguía sin poder sacárselo de la cabeza.
No importaba cuánto lo intentara, cuánto se enojara consigo misma por aquellos pensamientos, no podía dejar de volver una y otra vez a su recuerdo. No podía describir lo que sentía, pero ya no quería pensar en él. Así que trató de concentrarse en las tareas y en lo bien que se veía Matt todos los días.
El martes la pequeña cafetería estuvo repleta de gente, eso era genial para Brie. Significaban más propinas, un poco de dinero extra siempre la hacía feliz. Podría comprar algunos de los medicamentos de Natalie, por lo que apresurada estaba limpiando las mesas cuando su sonrisa se borró al ver entrar a ese horrible cliente.
Esta vez no le dio tiempo de ocultarse, venía solo y… venía directo hacia ella.
Paralizada, se le resbaló el trapo con el que estaba limpiando las mesas, sintió que el corazón le daba un vuelco mientras la mirada intensa y fría de él la traspasaba, la estaba comiendo viva. La castaña sentía como si la sangre en sus venas se hubiera helado y no podía ni siquiera respirar.
—Tú. —Su voz, generalmente suave, fue baja y llena de violencia—. Tenemos que jodidamente hablar. —Aquel tono la hizo temblar de pies a cabeza. «Esto es lo peor, no, no podemos hablar, no debemos hablar. ¡Finge!», gritó su vocecita interna.
—¿Q-Qué le puedo ofrecer? —tartamudeó fingiendo. Era más fácil si no lo veía, por lo que mantuvo los ojos en el suelo.
—No te hagas la jodida estúpida. —Tomó su muñeca con rudeza, justo donde Hank la había lastimado. Brie gimió quedamente, aterrorizada más que dolorida. Él la soltó inmediatamente, luciendo contrariado para luego sujetarle de nuevo, pero con más cuidado, su mano—. ¿Quién te hizo esta mierda?
Ahora se veía visiblemente curioso, aquel brillo violento en sus ojos azules se había atenuado incluso un poco. Sin embargo, Brie estaba furiosa y cansada, muy cansada, por lo que irritada tiró de su mano. ¿Quién se creía?
—¿Qué te importa? —preguntó en voz alta, recomponiendo la compostura lo miró directamente a los ojos—. ¿Qué necesitas? ¿Quién eres? —La sonrisa de Jared fue torcida, burlona, sinceramente llena de malicia.
—¿Vas a seguir con esta mierda, Sophia? —Diablos, se sabía el nombre que ella le había dado, la recordaba. Dios-mío. Un escalofrío la sacudió mientras lo miraba horrorizada.
—¿Te está molestando, Brie? —inquirió Matt en un tono amenazante, la castaña no supo a qué hora, pero él estaba a su lado. Jared dejó de verla para enfocarse en el rubio, una sonrisa aburrida y ligeramente torcida se dibujó en sus labios al tiempo que elevaba el mentón.
—No, el señor ya se va —le aseguró. Jared ahora tenía un brillo demente en los ojos, y por la forma en la que abría y cerraba los puños, podía esperarse lo peor.
—Me voy una mierda —siseó—. Vine porque necesitamos jodidamente hablar. —Ella cerró los ojos, no tenía escapatoria, no se iría; y si las cosas se volvían a salir de control, esta vez Hank correría a Matt sin pestañear, o peor aún, el joven lo golpearía.
—Dame un segundo con él, Matt —suplicó mirando aquellos ojos verdes que tanto quería—. No sé qué es lo quiere… pero… —Se acercó más a él y le habló en voz baja—: Estate pendiente, por favor. —Su amigo asintió con recelo, y después de volver a lanzarle una furiosa mirada al joven, regresó a la mesa que estaba atendiendo antes de que Jared apareciera como un huracán.
Jared la siguió mientras caminaban en silencio hacia la puerta de servicio, las piernas le temblaban como gelatina y su cabeza estaba dando mil vueltas. El olor de ese hombre la estaba volviendo loca, se mordisqueó el labio. «Diablos, diablos, diablos. ¿Qué le voy a decir?»
El golpe de aire frío le revolvió el cabello mientras salían por la puerta trasera que daba directo a un callejón nada bonito, y menos en la noche. Había contenedores de basura a lo lejos y agua sucia esparcida en el suelo llegaba hasta sus pies. Armándose de valor se abrazó a sí misma antes de animarse a mirarlo, lo encontró con el ceño fruncido y una visible mueca de desagrado plasmada en su demasiado apuesto-para-ser-verdad rostro. Además estaba mirando sutilmente hacia todos lados, sin duda odiaba el lugar. De pronto sus ojos se encontraron, los de él se volvieron oscuros, incluso negros y carentes de toda emoción.
—Te voy a jodidamente denunciar. —Es lo primero que dijo en cuanto abrió su linda boca. El corazón de la castaña retomó su loca carrera mientras retrocedía torpemente un paso.
—¿D-De qué hablas? ¿Quién eres? —Fingió de nuevo, pero era un intento patético y lo sabía.
—Ya déjate de mamadas, Sophia. Bien sabes quién soy yo. Nos acostamos en el Cooper's. ¿Quieres que describa los detalles o prefieres recordar de memoria? —inquirió con una sonrisa burlona pero terriblemente seductora en sus labios. Y que lo dijera así, que la viera así, la hizo querer desfallecer—. Me drogaste, perra —siseó, dando un paso peligroso en su dirección.
—Y-Yo no…
—Sí, tú sí. Me engañaste, me drogaste y me jodiste, como una maldita puta inteligente. Pero esto no se va a quedar así. Ya que te prostituyes, y ahora que sé que eres menor de edad, conseguiré que te metan a un puto reformatorio. Y a tus padres a la cárcel… —Ella abrió los ojos como platos al tiempo que se tambaleaba hacia atrás, un pitido intenso en sus oídos no la dejaba escucharlo con claridad—. ¿Qué te pasa? ¿Estás fingiendo otra vez? —demandó burlón, cerrando la distancia entre ellos.
Pero Brielle no podía respirar, no podía verlo ni dejar de temblar, y de pronto ya no pudo ni siquiera sentir.
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Se acercó a ella, pero los ojos de Sophia se habían vuelto blancos antes de que simplemente se desplomara. Mierda, apenas alcanzó a sujetarla.
—¿Qué mierda está pasando aquí? —inquirió el rubio abriendo la puerta trasera de la cafetería. Vio a la castaña y sus ojos se dilataron mientras se acercaba rápidamente a ellos—. ¿Qué le hiciste, bastardo? ¿Qué no ves que está embarazada?
—Yo… mierda, lo siento, no lo sabía… ¿tú eres el padre? —preguntó desconcertado y esperando que así fuera.
—No, ella me dijo que es de un tal Jared y es todo lo que tienes que saber, ¿quién rayos eres tú y por qué vienes a molestarla?
Esa simple afirmación cambiaría todo lo que Jared había sido hasta ese momento.
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Esto no es una pesadilla.
Lo sabía porque él seguía ahí, mirándola con lacerantes y fríos orbes azules, traspasándola, llenos de odio. Sabía que nada iría bien desde que había accedido a ese acuerdo con Spencer, pero pensó que tendría unos meses antes de que las cosas se supieran. Sin embargo, ahora solo le restaba esperar que Jared no supiera el resto, porque seguramente las cosas irían de mal en peor.
Aunque, por su respiración, por cómo se estaba pellizcando el puente de la nariz con el pulgar y el índice, y por cómo no dejaba de mirarla, intuyó que ya lo sabía. Sus ojos la hundían en una espiral de emociones interminables. Era tan alto que tenía que elevar la mirada para verle directamente a los ojos, tan imponente que no podía evitar sentirse pequeña. Con los brazos enormes y tatuados parecía un delincuente pero su aroma, Dios, olía tan exquisito que por un momento se permitió cerrar los ojos. «Esto no debió haber pasado, te dije que era una mala idea», murmuró su vocecita interna.
Ella abrió los ojos de nuevo, y desgraciadamente se encontró con que seguía donde mismo. Las oleadas de tensión que emanaban del cuerpo de Jared la iban a quemar viva. Brielle suspiró, ya era muy tarde para arrepentimientos. Su gabardina de cuero negra destacaba esa afilada y endurecida mandíbula. Y aunque sus ojos eran fríos y violentos, estaban remarcados por sus espesas y largas pestañas, era un adonis enfurecido.
—¿Cómo mierda pudiste? —rugió literalmente, su voz ronca y profunda, por extraño que pareciera, la recorrió con un estremecimiento delicioso. ¿Por qué se sentía así con algo como eso? Estaba loca, definitivamente se había vuelto loca.
—Deja de gritarle, imbécil. ¿Qué no ves que acaba de volver en sí?
Matt lo empujó con todas sus fuerzas, sin embargo solo logró moverlo ligeramente hacia atrás. Para Jared fue demasiado al parecer, ya que su semblante se endureció instantáneamente, tenía los puños cerrados y los labios en una delgada línea. Dios mío, definitivamente era de los que resuelven todo a golpes, así que la joven se incorporó lentamente y de una buena vez.
—¿Podrías darme unos minutos, Matt? Tengo que explicarle a… este señor unas cosas.
—Pero, Brie…
—¿Por favor? —suplicó de nuevo mirando a su amigo. Él bufó y con bastante recelo finalmente asintió. En cuanto se quedaron solos volvió a sentirse indefensa, Brielle respiró hondo pensando que era mejor empezar con una disculpa, rodeó su vientre protegiéndolo entre sus brazos—. Está de sobra que le diga que lo siento, ¿verdad?
—Mierda, sí —espetó él entre dientes.
—De todas formas quiero decirle que lo siento.
—¿Lo sientes? No te bastó solo con drogarme sino que además… —Pellizcó el puente de su nariz visiblemente enfurecido, al parecer trataba de controlar su temperamento. Brie respiró hondo mirando hacia el suelo, hacia sus sucios Converse.
—¿Qué diablos está ocurriendo aquí? —La joven cerró los ojos al escuchar la voz de Hank—. ¿Por qué tardas tanto en…? —Su padrastro se calló al ver al enorme hombre de pie a su lado.
Solo hasta ese momento Jared desvió su penetrante mirada hacia Hank, lo miró de arriba abajo como si de una basura se tratara. Lo miró exactamente como lo hacía con ella. «Me odia, es un hecho». Y luego, el hombre al que ella le había destruido al parecer la vida, dijo con voz ronca cuatro palabras que cambiarían toda la vida como la conocía, incluso su destino de forma permanente e irrevocable.
—Vas a venir conmigo.
—¿Te refieres a Brielle? —prorrumpió Hank, soltando una ácida y sonora carcajada—. Sí que estás confundido, esta chica no sale de aquí.
—No te estoy malditamente preguntando si puede salir o no —gruñó—, a partir de hoy, ella vendrá a vivir conmigo, no es opción.
—¡¿Qué?! —preguntaron Hank y ella al mismo tiempo.
—Es la futura madre de mi hijo… —Una comisura de sus labios se elevó en una perversa sonrisa torcida—. ¿O no, Brie? —expresó lentamente, mirándola. Sus ojos bailaban oscuros y fríos, terriblemente seductores.
La cara de Hank se convirtió en un poema, y de nuevo, bajo los pies de la castaña la tierra se movió. De todas las cosas que temía que Jared hiciera, ésta era la que menos se esperaría. Lo sabía, maldita sea, él lo sabía. Un sudor frío recorrió su columna, estaba a punto de hiperventilar… de nuevo.
—¿Es de éste de quien te embarazaste? —exclamó su padrastro incrédulo.
—No, yo… —La castaña no podía ni formular una oración, estaba temblando como una hoja.
—¿No nos habremos visto en las bodegas, o sí? —murmuró el joven dirigiéndose hacia Hank, quien parpadeó confundido.
—Tú e-eres… bueno… —Se le quedó viendo casi como en un trance antes de sacudir la cabeza—. Brielle es menor de edad —especificó Hank, chasqueando la lengua—. Estás metido en un gran problema, hijo, uno que se resuelve de forma muy fácil, claro… si tú quieres. —Se encogió de hombros con una sonrisa.
—¿Ah, sí? —murmuró Jared, su tono mortalmente suave—. ¿De qué forma? Instrúyeme. —Sonrió.
—Cuarenta mil dólares. Sé que no deben ser mucho para ti, he visto cuánto ganas por pelea —indicó, devolviéndole la sonrisa. La castaña abrió la boca pero nada salió de sus labios. Su padrastro la estaba vendiendo… Las náuseas le subieron como la espuma por la boca.
—Es mucho por una puta, ¿no crees? —inquirió el joven. ¿Y acaso esto era en serio? ¿Estaban negociando con ella como si se tratara de un auto? ¿Otra vez?
—No, para nada, eso es lo que quiero… de momento, quizás después algo de la mercancía de Gary. —Los dientes amarillentos de Hank quedaron al descubierto cuando esbozó una malintencionada sonrisa. Jared hizo una mueca de asco que no trató de disimular.
—Vete a la mierda. No hay trato —aseveró el joven. A Hank se le descompuso imperceptiblemente el rostro, pero Brie lo conocía bien, detrás de aquella máscara de indiferencia realmente había un hombre terriblemente furioso—. ¿Qué te parece si mejor te doy setenta mil dólares, liquido tus deudas con Gary y tú solo te encargas de desaparecer de mi puta vida para siempre?
—Que sean cien —negoció Hank. Jared elevó una ceja antes de reírse incrédulamente.
—Te estoy diciendo que te doy más jodido dinero y que liquidaré deudas que pueden salvarte la puta vida, ¿y aun así te atreves a pedirme más?
—Podrías ir a la cárcel, y no solo por lo de Brielle… —advirtió Hank de forma mezquina.
—¿Piensas que la jodida cárcel me asusta? —se rio incrédulo—. Yo no tengo nada que perder, en cambio tú... —sonrió indiferentemente el joven—. Así como tu esposa, no lo olvides, tienen más que perder. Tenías trabajando a tu hija en un prostíbulo, incluso hay un video que lo comprueba… puedo traerlo y haré que venga la policía por sus muy jodidos padres.
Brielle cerró los ojos, no podía creerlo, esto no podía ser cierto. ¿Por qué Spencer adelantaría los planes? Su vida nunca se había caracterizado por ser precisamente buena, pero esto era el colmo.
—Bueno, yo… —titubeó, mirándola como si fuera una mercancía—. Hecho, dame lo que dijiste —indicó Hank malhumorado después de pensárselo mejor.
Jared sonrió al tiempo que deslizaba sus largos dedos hacia el bolsillo trasero de sus oscuros vaqueros negros de donde sacó una chequera. Delicadamente trazó la cantidad y plasmó su firma en ella, luego se lo extendió a Hank.
—Ahora piérdete a la mierda de mi vista —ordenó secamente.
—Claro, solo que te aviso que te llevarás a Brielle hasta que vaya a cobrar este dinero —anunció su padrastro con una amplia sonrisa, mirando el cheque como si se tratara de un filete y él estuviera hambriento.
—De ninguna puta manera —contradijo Jared, aún con el cheque en la mano—, nos vamos ahora. —Bajó sus lacerantes ojos hacia ella. La chica no podía creerlo, apenas estaba procesando que estaba muda y estática—. Ve por tus cosas.
—¡No! —ladró su padrastro, sujetando con fuerza su muy lastimada muñeca. Brie no pudo evitar un leve quejido—. Ella no va a ningún lado hasta que yo…
En un movimiento que pilló desprevenido a Hank, Jared lo empujó con violencia haciéndolo chocar contra la pared, lo sujetó del mugriento abrigo que llevaba y lo alzó hasta su altura, como si no pesara nada. Asombrado, Hank parpadeó confundido, sus pies apenas tocaban el suelo.
—Nos vamos a ir en este puto instante —declaró el joven—, y no te opondrás, no volverás a joderme la vida ni te atreverás a tocarla de nuevo, desaparecerás a la mierda de mi vista, de la ciudad si es preciso… porque si no… no querrás verme emputado, ¿o sí? —sentenció con voz fría y certera. Soltó a Hank como la basura que era, haciendo que éste torpemente trastabillara hacia un lado.
Brie soltó un chillido ante el contacto frío del joven con la piel de su brazo, la puso de pie con rudeza para sacarla del restaurante. Sin poder evitarlo, mordió su labio presa del dolor, no que le estuviera causando Jared, sino por sus viejos moretones.
—Nos vamos ahora mismo —dijo con voz casi ronca. Sus orbes violentos y llenos de ira controlada solo apenas.
—No me he despedido de mi mamá, Jared… —sollozó—, por favor… ¡No! —chilló aterrada al pensar en lo que haría Spencer, esto no era parte del trato, esto nunca debió haber salido a la luz, histérica se revolvió como una demente—. Él va a matarlos, por favor, ten corazón…
—¿Por favor? —Jared se detuvo abruptamente sin soltarla, haciéndola tropezarse contra su enorme espalda. Brielle estuvo a punto de caerse pero él la sostuvo haciendo una mueca de desagrado, como si haberla tocado le diera muchísimo asco—. ¿Te tocaste alguna vez el puto corazón conmigo? —arguyó entre dientes, mirándola con odio. Parpadeó atónita, lágrimas silenciosas comenzaron a correr por sus mejillas—. Eso creí.
Como no contestó nada, él reanudó el paso. Frente a ellos, una limusina reluciente los esperaba. Jared abrió la puerta y casi la aventó hacia adentro.
—¡Brielle! —La joven pudo ver a Matt correr hacia ellos.
—¡Matt! —chilló mientras el auto comenzaba a andar.
Y solo hasta que ya estaban a una distancia donde no podía ver como su amigo corría hacia ellos, se dio cuenta de que no iba sola con Jared en el auto. Un hombre apuesto de cabello rubio y ojos azules los acompañaba, Brie no pudo evitar medio gritar al verlo. No esperaba ver otro hombre ahí, y sus penetrantes ojos azules la cimbraron dejándola sin aliento, tenía las piernas ligeramente abiertas y las manos recargadas en las rodillas. Jared estaba a su lado, y ambos la observaban como si tuviera una segunda cabeza, por lo que avergonzada, se limpió torpemente las lágrimas con el dorso de la mano y miró por la ventana.
—¿Puedo saber por qué la trajiste? ¿Qué pasó?—habló el rubio luciendo desconcertado, y por cómo se le escoció la piel, Brie supo que ninguno le había quitado el ojo de encima—. ¿No accedió?
—Está embarazada —contestó Jared en voz monótona. Brie lo miró y vio que tenía la mirada perdida, como si estuviera en un trance.
Después de eso se quedaron en un denso y espantoso silencio, pero la castaña sabía lo que Jared pensaba sin necesidad de que hablara. En sus ojos podía ver la ira que empañaba sus preciosos orbes azules. En sus gestos bruscos notaba que estaba también nervioso. Seguro que pensaba que era una traidora, oportunista, la puta barata que lo había traicionado. «Bueno, ni tan barata», suspiró.
—Esto no puede ser, Jared. ¿Qué mierda estabas pensando al meterte con una niña? No puedo entenderte, a Debbie le va a dar un ataque al corazón y será tu culpa…
—¡Esto no estaba planeado, William! ¿Qué no lo ves? —Sacudió la cabeza, una sonrisa llena de ironía plasmada en aquellos delgados labios—. Claro que no lo entiendes, alguien como tú nunca lo entendería. ¿Crees que sería tan pendejo como para haber hecho esto si lo hubiera sabido? —siseó el joven.
—Nunca piensas las cosas, eres voluble e irritable, no aceptas consejos y mira la mierda en la que te has metido… —De pronto la limusina se detuvo afuera de una gran residencia. La verja de color negro era impresionante y estaba custodiada—. ¿Qué vas a hacer con ella? Irás a la cárcel. Mierda. —Se pellizcó el puente de la nariz—. Tal vez podrías resolverlo diciéndole al padre que…
—Setenta mil lo resolvieron, ella vivirá conmigo y nadie levantará cargos —lo interrumpió. El rubio abrió la boca pero nada salió de ella—. Te juro que te pagaré todo.
—El dinero me importa una jodida mierda, y aunque no lo creas, entiendo de errores.
—¿Lo dices por mí? —preguntó burlón. Los ojos azules del rubio se endurecieron como dos piedras.
—No quise decirlo así. ¡Dios!, Jared, contigo todo tiene que ser un problema. Hablaremos sobre el futuro de ese bebé, te quiero mañana en mi despacho y no es negociable. —El rubio la miró—. Sophia —dijo a forma de despedida. Abrió la puerta sin mediar otra palabra y salió como si el auto estuviera en llamas.
Entonces oficialmente se quedaron solos. El estómago de Brie daba vueltas, su cabeza daba vueltas. El camino era sumamente silencioso e intentó no hacer ningún sonido, ni siquiera quería que la escuchara respirar. Encogió inconscientemente los dedos de sus pies mientras se abrazaba a sí misma tratando de proteger a su ángel que crecía dentro de ella. Quería convertirse en una estatua, no quería que él la notara, pero como siempre, logró todo lo contrario. Quizás venía tan seria que por eso la estaba mirando fijamente. Dios, pero qué molesto. Parecía un depredador, un lobo listo para comerse a un cordero. «¿Por qué me mira como si quisiera comerme?»
Quería gritarle que era de mala educación mirar fijamente, quería decirle que lo odiaba también, que el sentimiento era mutuo, pero sobre cualquier cosa, quería saber…
—¿Qué vas a hacer conmigo? —susurró, odiando como su voz salió suave y empañada de miedo.
Él la miró, una lenta y seductora sonrisa se curvó en sus labios robándole un escalofrío que no supo si era producto de los nervios o del miedo. Lentamente, Jared se movió como una enorme pantera para sentarse en seguida de ella. Su primer impulso fue gritar, moverse. Pero apretando la mandíbula, no lo hizo. Su olor a cuero y lilas se coló por cada poro de su cuerpo, ¿por qué se sentía así? En su interior se estaban construyendo toda clase de anhelos irracionales… Jared se acercó tanto que quedó a pocos centímetros de su rostro. Diablos, la dejó totalmente deslumbrada. Él se relamió los labios y no pudo evitar ver que eran suaves y sedosos. ¿Pero como por qué diablos estaba pensando que le gustaría besarlo?
—Durante tu embarazo me pertenecerás. —Lentamente deslizó un largo dedo por su rostro—. Cada puto día, cada momento. Si tengo hambre me harás comida, si tengo sueño desaparecerás de mi vista. —Se inclinó hacia su cuello donde olisqueó la suave piel, haciéndola dar un respingo, estaba tan encima de ella que lo sintió sonreír contra su sensible piel—. Y si quiero coger… estarás lista, siempre que yo jodidamente quiera.
Ahora sus labios se movían contra su piel antes de subir por su mandíbula hasta tirar gentilmente del lóbulo de su oreja. Brie se quedó muda, paralizada. No sabía qué responder, su boca ardía en deseos de gritarle, pero dentro, muy dentro de su cuerpo también otra clase de sentimientos irracionales la tenían acalorada. Lo odiaba, no iba a dejarlo salirse con la suya.
—N-No… —balbuceó, moviéndose ligeramente lejos de él—. No puede obligarme…
—Acabo de pagar por ello, ¿no has visto? —preguntó ahora con rabia contenida.
—Soy un ser humano —su voz se escuchó débil—, no… no un objeto.
—Yo tampoco, y sin embargo me utilizaste como tal —advirtió con voz dura.
«Diablos, ya que lo pone así se oye muy feo». Nunca fue su intención entrometerse en su feliz vida, quería encontrar el momento adecuado para explicarle… Se animó a elevar el rostro para mirarlo y ahogó un grito al casi rozar sus labios con los suyos. Aterrada, lanzó bruscamente la cabeza hacia atrás chocando contra el cristal de la ventana, él sonrió de forma lasciva haciéndola enojar más. Obvio que no le importarían sus explicaciones, así que se las guardó.
—Escaparé en cuanto pueda —formuló, pero sonó como un gatito asustado.
—¿Ah sí? ¿A dónde irás, Sophia? —inquirió burlón—. En cuanto vea que no estás te reportaré a la policía, y como eres menor de edad, la corte te llevará, una: de regreso a tu casa donde tu padre te entregará de nuevo a mí, o dos: si no te encuentro —se encogió de hombros—, le quitaré todo el dinero que le di, y entonces su cabeza rodará en cuanto haga eso, lo sabes, ¿verdad? Está hasta el cuello con los Cooper. —Brie mordió su labio. No, no sabía eso, ese no era el trato que hizo con Spencer. Dios, ese no era el trato, su padrastro no podía deberles nada, ella misma había saldado esa cuenta—. Después irán tras tu madre… —Se le agitó la respiración al pensar en Natalie.
—Solo quiero irme… —susurró con una ridícula voz quebrada, lágrimas brotando libremente de sus ojos.
—Y lo harás, pequeña —aseguró con voz ronca, luego, sujetó con firmeza su mentón para que lo viera. Su mirada destilaba frialdad, podía verse reflejada en aquellos pozos sin fondo—. En cuanto nazca mi hijo te largarás de nuestras vidas, no antes. Después podrás revolcarte con cualquier otro y tener más hijos como la puta que eres.
La castaña abrió la boca pero nada salió de ella, lo miró incrédula. La había llamado puta más veces que ningún hombre en toda su corta vida. Brie pensó en su padre, él nunca habría permitido aquello y seguro estaba revolcándose en la tumba. Sintió como todo se rebelaba dentro de ella, durante meses le habían gritado muchas cosas, pero nunca puta.
Maldito, ¿quién se creía? En sus escasos diecisiete años le habían pasado cosas que seguramente en la vejez de él nunca le habían pasado, se recordó cuánto lo odiaba, se recordó una y otra vez la forma en la que él la había utilizado aquella noche en el Cooper’s, y ahora que oficialmente se habían declarado la guerra, lo haría pagar. Brielle Sophia Evans no vivía en 1930, sino en pleno 2015, y ya no se iba a dejar oprimir. Sintiendo cómo todo su cuerpo se revolucionaba, se levantó en armas.
—Bueno, pero eso no significa que yo le haga la vida fácil tampoco —aseguró, aparentando más confianza de la que sentía—. Y también lo odio.
Lo vio fruncir el ceño, pero rápidamente se recompuso sonriéndole en-can-ta-do-ra-men-te. Maldita sea. ¿Por qué lo hacía? Se veía más joven y guapo cuando lo hacía.
—¿Ah, no? —preguntó en tono juguetón. La joven se quedó sin aliento cuando él se acercó más, justo así se veía todo sexy, cabello revuelto, vestido todo de negro, loción exquisita… pero no. Se recordó que lo odiaba y mucho.
—No, y desde ya le digo que no sé cocinar, créame que yo tampoco lo quiero ver antes de dormir, usted es horrible y prepotente, además quiero que deje de llamarme Sophia, mi nombre es Brielle.
—Pues tendrás que aprender, Sophia —aseveró con una sonrisa, que por más que fuera encantadora, la hizo enfurecer.
—Lo haré, pero practicando con usted… —advirtió con una sonrisa, quizás era una pésima amenazadora, pero había visto telenovelas. Justo ahora se sentía una villana, así que se atrevió a agregar—: Cariño. —Luego, sonrió como había visto tantas veces en las telenovelas, y con gratitud lo vio estremecerse ligeramente y echarse hacia atrás.
¿Eso quería decir que lo había logrado?
En eso la limusina se detuvo haciendo que ambos miraran por la ventana, Brie no sabía dónde estaban pero lucía tenebroso, e incluso de muy bajo nivel social. No porque ella fuera rica, por-Dios... Pero bueno, ¿qué hacían aquí?
—Bájate —gruñó Jared. Su humor de perros había vuelto, pero no pudo evitar mirarlo asombrada. «¿Y ahora qué? ¿Piensa prostituirme en alguna esquina? ¿Vender mis órganos?»
Su mirada fría y mortífera la incitó a no tentar más su suerte, por lo que abrió rápidamente la puerta odiando en todo momento como le temblaban las manos. Se apresuró a bajarse, sin duda Jared podía ser peor que cualquier maleante, más valía estar lejos de él.
El frío aire le golpeó el rostro de forma horrible, como si fuera una bofetada. Y para colmo, una ligera llovizna comenzaba a cubrir la ciudad mientras caminaba hacia la acera. En un intento por darse calor, se frotó los brazos y se dio cuenta que sus pezones estaban erguidos bajo su frágil camiseta. Brie suspiró. Justo hoy tenía que pasarle todo, hoy que se le había ocurrido ponerse una fea y desgastada blusa blanca, la cual era tan delgada que de nada servía que fuera de manga larga. Jared bajó también de la limusina, murmuró algunas cosas al chofer y después éste arrancó dejándolos allí, en ese lugar peligroso a una hora incierta de la noche.
Caminó hacia ella de nuevo con esa mirada, con ese semblante, como si un felino caminara hacia su presa. Dios, era siniestro vestido todo así de negro y con esa mirada oscura, de verdad quería desviar los ojos pero no pudo hacerlo, se movía de forma tan elegante y agraciada que la tenía hipnotizada, le robaba el aliento, junto con un par de escalofríos extraños, y cuando vio como él desviaba la mirada hacia sus pechos, se quedó sin aliento, por lo que ruborizada se cruzó de brazos. Él se rio de esa forma oscura que tanto temía.
—¿Q-Qué… qué hacemos aquí? —balbuceó cohibida cuando estaba a tan solo un paso de ella. Su aroma la golpeó con fuerza. Él tomó su muñeca, la que no estaba lastimada, como si darle la mano fuera tan complicado.
—Aquí vamos a vivir. —Sonrió socarronamente—. ¿Te gusta, cariño?
Brielle parpadeó, asombrada por dos cosas: La había llamado cariño y había dicho que vivirían aquí. ¿Lo estaba diciendo en serio? ¿Habría escuchado bien? No pudo seguir viéndolo, porque él tiró de su muñeca conduciéndolos hacia el viejo edificio frente a ellos, el cual amenazaba con venirse abajo en cualquier momento, y sí, al parecer estaba hablando muy en serio.