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- ¿Puede echar un vistazo, señor? Dígame si necesita alguna otra cosa.

Me enderecé y fui hasta el escritorio, donde Johnny había dispuesto los instrumentos en dos filas paralelas. Fanny trató de mirarme a los ojos, preguntándose, supongo yo, en qué habría estado pensando, pero yo ya había dejado atrás mis recuerdos y aparté la mirada. Estaba concentrado en la tarea que me disponía a llevar a cabo.

Los riñones, según recordaba de mi experiencia en la facultad con un cadáver, tenían forma de judía y eran asombrosamente pequeños. Estaban situados junto a la columna vertebral en la parte baja de la espalda. En el cadáver que había examinado, el riñón izquierdo estaba ligeramente más alto que el derecho, pero yo ignoraba si el muerto había sido normal o había padecido alguna anomalía. Era una pregunta ociosa, puesto que en cualquier caso yo tenía que explorar el riñón dañado.

Componer o extirpar, pensé en ese momento. Una vez hecha la incisión podía ser que el tejido fuese demasiado endeble para admitir suturas. Si se daba este caso, mi plan era extirpar la víscera y tratar de coser las arterias y venas que la conectaban al resto del aparato urinario. Es una operación que ahora se realiza con cierta regularidad, pero jamás se me habría ocurrido que tendría que intentarlo en el suelo de la ayudantía. En aquel entonces era difícil pensar que un ser humano pudiera salir adelante sin uno de sus órganos.

Imaginar el camino que había de tomar a través de la piel, los músculos, las costillas y el tejido conectivo, no era difícil. Antes de cada operación siempre procuraba repasar las distintas fases, anticipándome a lo que pudiera encontrar, a lo que pudiera salir mal, y qué instrumentos serían los más convenientes en cada contingencia. Johnny había dispuesto en la hilera superior una serie de escalpelos. Éstos servirían para cortar la epidermis y la capa muscular. Dos sierras, una en forma de cepillo de ingletes y otra como un serrucho de calar, venían a continuación. Cogí la primera de ellas y la dejé aparte. No habría sitio entre las costillas para accionar una sierra de hoja tan ancha. Había un surtido de grapas y retractores, lo cual podría servir para separar las costillas. En la hilera inferior estaban la lupa, media docena de agujas de diferentes formas con material de sutura ya enhebrado, una jeringa hipodérmica, una botella de agua purificada con tapón de cristal, un montón de torundas y esponjas y un frasco grande de sulfato de morfina -el suministro para todo el campamento. En mitad del escritorio estaba la omnipresente botella de whisky.

Toqué uno por uno todos los instrumentos, los viales de morfina, las torundas, las gasas y finalmente la botella de whisky. Repasé mentalmente el procedimiento una vez más y luego asentí con la cabeza:

- ¿Ha traído el cloroformo y la mascarilla?

- Sí, señor. Están en esa bolsa. Puedo hacer la mezcla en un santiamén.

Asentí de nuevo.

- Excelente trabajo, cabo. Como de costumbre.

Johnny bajó la vista al oir el cumplido y sólo acertó a murmurar «gracias». Pero cuando me arrodillé para mirar a Caballo Loco, vi que el cabo sonreía a placer. Luego hizo pequeños ajustes en los instrumentos desplegados sobre el escritorio.

Caballo Loco gimió al ser colocado sobre el costado a fin de que yo pudiera examinar la herida. Era difícil verla con claridad porque estaba llena de una sangre acuosa. La piel que bordeaba la laceración se había abarquillado, de forma que el músculo emergía de dentro cual el chorro de una fuente.

- ¡Oh, Valentine! -Era Fanny, que estaba a mi lado-. Me alegro de que hayas decidido hacerlo.

- Habrá que limpiar esta zona con violeta de genciana -le dije a Johnny.

- Sí, señor. Ya he preparado un poco.

Se puso a ello, y cuando hubo terminado de limpiar la herida me miró para ver qué más quería yo que hiciera.

- Muy bien, cabo. Quiero que vaya a buscar al teniente Clark. Creo que debería estar presente.

- Sí, señor. -Johnny se levantó estirándose el uniforme-. Lo traeré enseguida, señor.

- Gracias, cabo. Fanny, vamos a sujetar al paciente y levantarle un poco la cabeza para que podamos administrarle el cloroformo.

Yo había colocado las piernas y los brazos de Caballo Loco de modo que estuviera lo bastante estable y no se moviera cuando empezáramos a operar. Le puse una manta debajo de la cabeza y le cubrí con otra para que no se enfriara.

Miré a Fanny mientras trabajábamos y me pareció que algo le rondaba la cabeza. Sonreí en un intento de aligerar la situación, pero la expresión de Fanny estaba llena de preguntas.

- Doctor -dijo.

La miré como si me hubiera sorprendido oírla hablar.

- ¿Sí?

- Aquel día en el manicomio, cuando dejamos al soldado Holden…

- Sí, ¿qué? -dije mientras ajustaba las mantas.

- Te dijo algo al oído, ¿verdad?

- Sí, creo que lo hizo. -Estaba montando la jeringa, simulando concentrarme en mi tarea.

Fanny no se dejó engañar. Se me quedó mirando hasta que hablé.

- No sé si lo entenderías, Fanny -dije al fin-. Ni siquiera estoy seguro de comprenderlo yo. -Tenía la jeringa a punto. La sostuve a la luz para cerciorarme de que funcionara correctamente. Un chorrito de morfina salió disparado hacia arriba-. Habíamos estado hablando de que él pasaría un tiempo en aquella institución. Holden estaba preocupado por su falta de libertad, pero era un hombre inteligente y valeroso. Sabía que no le quedaban muchas opciones.

- ¿Qué fue lo que dijo?

Dudé otra vez. Era difícil decírselo.

- Quizá recordarás que nos dimos un abrazo -confesé para ganar tiempo-. Cuando se me acercó me dijo que no me preocupara. -Miré a Fanny a los ojos-. Me aseguró que no les diría a los doctores que yo aún estaba suelto. -Me reí -. Estaba absolutamente loco -concluí al fin.

- Fue por todo lo que tuvo que pasar en aquella horrible marcha.

- En parte, sí. Aquello nos volvió a todos un poco locos. -Miré hacia el fondo de la habitación y allí, en la misma postura sedente que adoptara horas antes, estaba Toca las Nubes. Entonces me dirigí a él-. Debíamos de ser todo un espectáculo, jefe. Imagino que tú y Caballo Loco os habríais reído de nuestros apuros si no hubierais estado en una situación muy parecida. -Se produjo un momento de silencio, pero era evidente que Toca las Nubes no me había entendido y no iba a decir nada.

Caballo Loco se agitó en el suelo y un gemido grave salió de sus labios resecos.

- ¿Puedes humedecerle la cabeza, Fanny?

Retiré el tapón de vidrio esmerilado de los frascos de morfina, puse en un plato varias medidas para sendas dosis fuertes y añadí agua purificada. Agité la mezcla con una varilla de vidrio y la absorbí con la jeringa. Ésta podía contener diez centímetros cúbicos, pero un centímetro bastaba, ya que esa mezcla tan potente equivalía a cincuenta miligramos de morfina, la suficiente para aliviar el dolor a una docena de recién amputados. Cuando miré la jeringa al trasluz, la morfina ocupaba solamente una pequeña porción del tubo de cristal.

Fanny sujetó el brazo de Caballo Loco mientras yo introducía la aguja en el músculo. Ella deslizó las manos hacia abajo y yo me di cuenta de que con la izquierda estaba tocando la derecha del paciente. Tenían las manos casi del mismo tamaño, pero las de Caballo Loco mostraban el pulpejo de los dedos lleno de callos y cicatrices. Vi que Fanny pasaba las yemas de sus dedos sobre los de Caballo Loco mientras la jeringa se iba vaciando. Pero eso no me molestó, al contrario, me satisfizo ver que Caballo Loco abría los ojos. Estaba extenuado y muy débil.

- McGillycuddy -dijo. Le palmeé un brazo.

- Sí, soy yo. Vamos a ver si te arreglamos.

El jefe intentó hablar, pero apenas se le oyó. Fanny y yo hubimos de inclinarnos para entender lo que decía.

- ¿Volaré otra vez, McGillycuddy?

Le palmeé el brazo de nuevo. Parpadeé varias veces.

- Confío en ello -dije-. Y si lo consigues, espero volar contigo.

Caballo Loco sonrió débilmente:

- Es lo que siempre he querido hacer.