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Johnny abrió los ojos como platos cuando le expliqué lo que me proponía hacer. En un papel que busqué en el escritorio, le anoté todo el material que yo creía iba a ser necesario: las grapas y fórceps de rigor, una selección de escalpelos, toda clase de instrumentos de sutura. Mucho de lo que pedía a Johnny era mera conjetura, pues yo jamás había invadido la cavidad corporal de un ser humano vivo, al menos de aquella manera. Johnny examinó la lista y meneó la cabeza de puro asombro.

- ¿Es que piensa abrirle la espalda?

- El costado, creo. Dése prisa. Tardará un poco en reunir todas las cosas. Si se le ocurre algo más mientras está allí, tráigalo también. Confío en su intuición, cabo.

Johnny sacó pecho y me saludó marcialmente.

- Gracias, señor. Se lo agradezco, señor.

Le despedí con un gesto y me froté la cara con las manos. Santo Dios, pensé, ¿en qué lío me estaba metiendo? Con la palma de las manos me cubrí los ojos y me los apreté concentrándome en la presión. Cuando los volví a abrir, lo primero que vi fue a Toca las Nubes, todavía inmóvil, inescrutable, exudando una fortaleza casi sobrehumana.

Me senté en la silla al otro lado de Caballo Loco. Con los codos apoyados en las rodillas, junté las manos y crucé los dedos.

- Bueno, enigmático hijo de puta -mascullé en dirección a Toca las Nubes-, ¿crees que podrías darme una pista sobre lo que me he estado preguntando desde hace un año?

Toca las Nubes no tenía ni idea de lo que le estaba diciendo, así que los señalé a él y a Caballo Loco.

- Vosotros dos -dije-. ¿La batalla de Big Horn?

Toca las Nubes asintió apenas con la cabeza.

- ¿Y después, cuando levantasteis los campamentos, en qué dirección fuisteis? To ketki ya hwo?

- Wiyokiyapata kiya.

- ¿Hacia el sol de la mañana? -Hice el signo del este y el sur.

- Han -repuso Toca las Nubes.

- Al sureste.

El jefe asintió de nuevo. Había entendido adónde quería ir yo a parar, pero me constaba que Toca las Nubes aprovecharía nuestros precarios medios de comunicación para soslayar la verdad.

- ¿Mandaba Caballo Loco vuestra marcha? -Volví a emplear el lenguaje de signos.

- Había varias bandas -me respondió él por el mismo sistema.

- Pero la banda en que ibas tú, ¿la mandaba Caballo Loco?

- Han.

- Y os dirigíais hacia el sureste.

- Han.

- Hacia las Black Hills. Paha Sapa. -Bien, ya lo había dicho. Esperé ver una sombra de desilusión en los ojos de Toca las Nubes, pero no detecté ninguna-. Había unos dos mil colonos en esas colinas. ¿Pensabais hacerles la guerra?

- Paha Sapa nos pertenecía, según el tratado. -Toca las Nubes agitó violentamente las manos y eso me impidió comprenderle del todo.

- ¿El tratado del 68?

- El que se firmó después de la guerra de Nube Roja. Estábamos en nuestro derecho al querer ir a Paha Sapa. -El jefe levantó sus enormes manos y las cruzó frente al pecho como si tuviera frío. Luego las bajó otra vez y con gestos fluidos agregó-: Los mineros no tenían ningún derecho a estar en nuestras colinas. -Y con pausados movimientos, sentenció-: Estaban arrancándole las entrañas a nuestra tierra.

Lo que Toca las Nubes decía era la pura verdad. Es difícil imaginar lo que fueron para los vencedores aquellos días tras la batalla de Big Horn. Fueron sin duda jornadas emocionantes y memorables. ¿Se habría mostrado demasiado engreído Caballo Loco? ¿Llegó a pensar que era invencible? ¿Era su intención aniquilar a los civiles en las Black Hills, como Crook temía?

Dirigí la vista hacia la figura postrada delante de mí. Incluso en su estado, seguía teniendo en sus músculos aquella tersura de caballo que tanto me atrajo el primer día, en las frescas aguas del Knife.

- Así que ibais hacia allá cuando os encontramos en los Slim Buttes.

- Ya habíamos estado antes -respondió por señas Toca las Nubes.

Yo estaba seguro de que no me había entendido bien. Los Slim Buttes están a doscientos cuarenta kilómetros de las Black Hills. En septiembre, hacia la mitad de la Marcha del Hambre, cuando la tropa empezaba a desesperar, nos topamos con unos sioux escondidos entre los riscos de los Slim Buttes. Fue espantoso; resultó que en su mayoría eran mujeres, niños y ancianos. El segundo día del asedio aparecieron guerreros en el horizonte, pero yo dudé de que fueran los hombres de Caballo Loco.

- Nuestras mujeres y nuestros niños -dijo Toca las Nubes por señas-. Por eso regresamos. Habíamos ido a las colinas que hay cerca de vuestra Deadwood City. Íbamos de regreso. No pudisteis alcanzarnos. Sólo a nuestras mujeres y niños. Estaban escondidos en los Slim Buttes.

Fue una masacre a sangre fría, motivada por el miedo y la furia. Los ocupantes del campamento que no murieron en la primera carga buscaron refugio en las grutas, donde soportaron una lluvia de balas hasta verse obligados a salir. Los soldados de Philo eran como animales enjaulados, desesperados por las derrotas y las privaciones de la campaña militar. Pasando ahora a la ofensiva, su sed de sangre no se sació con nada. Los gritos de las mujeres y los niños hicieron que el propio Crook ordenara a voces el alto el fuego. Pero nadie hizo caso. Al final había un montón de cuerpos agonizantes y destripados. El último en salir de las grutas fue el jefe en persona: Caballo Americano apareció muy digno y muy tieso, pero no podía levantar las manos en señal de rendición. Las tenía ocupadas tratando de impedir que los intestinos le cayeran al suelo. Hice lo que pude por salvarlo a él y a otros, pero tuvo una muerte horrible. Y cada vez aparecían más guerreros para cargar contra nuestra retaguardia.

- ¿Erais tú y Caballo Loco los que nos disparabais? ¿Cómo lograsteis ir a reconocer nuestros campamentos de las Black Hills y volver tan deprisa?

Toca las Nubes no me entendió, pero me lanzó una mirada mezcla de desdén e ironía.

- Somos rápidos -dijo por signos-. Seguimos a Caballo Loco, montados cuando era cuesta abajo y a pie cuando era cuesta arriba. Tardamos tres días en encontrar vuestros apestosos poblados. -Movía las manos cada vez más rápido; a mí me costaba seguirle-. Estuvimos vigilando a los mineros, y Caballo Loco mató a dos que cavaban en un arroyo. -Las manos se detuvieron y ambos miramos a Caballo Loco. Luego volvieron a moverse, esta vez más despacio-. Los mineros chillaron como niños. Eran cobardes y Caballo Loco los persiguió y los mató con su cuchillo. Invocaban a vuestro Dios, pero no les sirvió de nada.

Todavía hoy me acosa la imagen de Caballo Loco persiguiendo a dos hombres blancos, probablemente dos muchachos, que trataban de huir con el agua por las rodillas de un arroyo que creían llevaba oro. A veces casi les oigo sollozar, implorar por sus vidas. El segundo en morir debió sin duda de rezar mientras veía cómo asesinaban a su compañero. Esa fue la pesadilla que debió de atosigar a Crook mientras conducía a su hambrienta columna de hombres extenuados hacia las Black Hills.

Si los lakotas hubieran planeado echar a los colonos de las colinas, habría sido sin duda el peor desastre experimentado por la raza blanca a manos de los pieles rojas. Habían ido a reconocer los campamentos mineros para preparar un ataque que podría haber aniquilado a un millar de personas. De pronto caí en la cuenta de lo que se había evitado cuando los indios renunciaron a atacar y regresaron a los Slim Buttes porque nosotros habíamos encontrado a sus mujeres y sus niños.

Toca las Nubes desvió la mirada hacia el rincón oscuro de la habitación. Tragó saliva despacio, recordando todo aquello.

- Nosotros queríamos luchar -me dio a entender-. Pero Caballo Loco siempre protegía a aquellos que no podían defenderse. -No creo que eso pueda decirse nunca de los jefes a cuyo mando servíamos-. Cuando vosotros lucháis, siempre abandonáis a las mujeres y los niños. Nosotros no. Y fue por esa razón que nos alcanzasteis.

No cabe duda de que Toca las Nubes estaba en lo cierto. El trayecto que a ellos les había llevado tres días había significado una marcha de varias semanas para las derrotadas columnas de Crook. Nuestra misión era salvar a los colonos de las Black Hills de un posible ataque y, en una fracción del tiempo que tardamos en alcanzar esas colinas, los guerreros a los que perseguíamos habían tenido tiempo de ir y volver y también de defender su poblado. Fueron sin duda los peores momentos que he pasado en mi vida. Tan duros, estoy seguro, como lo fueron para los indios a los que perseguíamos.

Había tristeza y desafío en el rostro de Toca las Nubes, pero era un pesar leve al lado del horror y los padecimientos que experimentamos nosotros en la Marcha del Hambre hacia las Black Hills, y nada comparado con el sufrimiento de las mujeres y niños sioux que murieron a nuestras manos. Los supervivientes no sufren de la misma manera que sufrieron aquellos a quienes lloran. Pero a veces sobrevivir no me parece ser ninguna ganga si pienso en los trasgos que infestaban la mente de hombres como el soldado John Holden.