CAPÍTULO 24
ME registro en el hotel, subo a mi habitación en el tercer piso, llamo a recepción y pido que me conecten con la habitación de Katia. Creía que había salido, así que me llevo una agradable sorpresa cuando contesta.
—¿Sí? —hay un rastro de asombro en su voz. ¿Quién la llamará a Los Ángeles?
—Hola, Katia —digo—, soy Sam.
—¡Oh, Dios mío, Sam! ¡Qué sorpresa!
—¿Cómo estás?
—Estoy... ¡Estoy bien! Qué nervios. ¿Qué haces? ¿Has vuelto a los Estados Unidos?
—Sí.
—¿Qué tal Baltimore? ¿Todavía hace frío?
—No lo sé, no estoy allí.
No está segura de si me ha oído bien.
—¿Cómo?
—Estoy en el hotel. Dos pisos debajo del tuyo. En Los Ángeles.
—¿Qué haces aquí? —se empieza a reír—. ¡Oh, Dios mío!
—He oído el mensaje que me habías dejado en casa. Estaba en L.A., así que... aquí estoy.
—Esto es increíble. Estaba pensando en ti.
—¿Sí? Bueno, y yo en ti.
—¿Quieres... quieres que nos veamos?
—Pues claro.
—¿Tienes hambre? Todavía no he almorzado.
—Ni yo. Vamos a comer.
Nos reunimos en el vestíbulo veinte minutos después. Katia está más guapa de lo que recordaba. Lleva unos pantalones ajustados negro que acentúan la forma de sus largas piernas, una camiseta roja y una torera negra. Le pregunto si le parece bien ajo para comer y me dice que mientras yo también lo coma, le parece perfecto. Conozco un sitio genial muy cerca del hotel, justo a un par de manzanas por La Ciénaga, así que decidimos ir andando. El clima es ligeramente fresco pero nada parecido a las temperaturas invernales del este. Ninguno necesitamos abrigo.
—¿Qué tal tu familia? —pregunto mientras paseamos. Me da la mano y yo se lo agradezco.
—Están bien. Ha sido una visita agradable. Mi madre no ha estado bien. Tenía una infección extraña en la uña del pie y el médico temía que lo fuese a perder. O sea, el dedo. Pero le quitaron la uña y... Bueno, no querrás oírlo, ¿verdad?
—No me importa. Creo que puedo soportar la imagen de un dedo del pie sin uña.
—La cosa es que creo que se pondrá bien ya. Y mi hermana también está bien. Tan loca como siempre. Se va a divorciar por segunda vez. Tengo la sensación de que nunca será feliz casada. Es un espíritu libre.
—¿Como tú?
—Bueno, yo también soy un espíritu libre, pero no como ella. Si ella hubiese vivido en los sesenta sería hippie. ¿Y tú? ¿Dónde has estado?
—Oh, en el extranjero. Nada de particular. Lo de siempre.
—Ya, claro. Ventas internacionales. Recogida de información y solución de problemas. Me acuerdo, Don Misterioso.
—¡Es verdad!
—Claro. ¿Y qué haces en L.A.?
—Tenía que hacer una parada. De trabajo. Pero tengo veinticuatro horas libres.
—Oooh, ¿y has decidido pasarlas conmigo?
—Si tú quieres.
—Pues claro que quiero.
—Pero tengo que descansar un poco, estoy agotado.
Me da un puñetazo en la parte superior del brazo.
—No me vengas con esas, amigo. ¡Puede que pasemos las próximas veinticuatro horas en la cama, pero no va a ser durmiendo!
Llegamos al restaurante, uno de mis favoritos en L.A., y también en San Francisco. Se llama Stinking Rose y está especializado en platos con ajo. Katia no lo conoce, le va a encantar.
El sitio, como de costumbre, está casi lleno, pero hemos llegado a última hora de la comida. No hay problema para conseguir una mesa. La camarera debe de notar la tensión romántica entre Katia y yo, de modo que nos coloca en un rincón apenas iluminado y enciende una vela. Katia le echa un vistazo al menú y dice que todo le suena bien. Le aseguro que sí y le sugiero el aperitivo de bagna calda. Pedimos una botella de vino tinto de la casa y nos preparamos a pasar una agradable hora o dos.
—¿Y dónde has estado, Señor Vendedor? —pregunta Katia. Sus ojos castaños relampaguean a la luz de la vela y me siento tentado de contárselo todo. Por una vez, el fantasma de Regan no está presente. Quizá mi difunta esposa me esté viendo desde el cielo y me desee lo mejor. Regan hubiese querido que siguiera con mi vida, que encontrase a alguien a quien querer. Después de todo, cuando Regan cayó enferma nos habíamos separado y no vivíamos juntos. Nos mantuvimos cordiales por Sarah pero sé que Regan y yo seguimos teniéndonos mucho cariño. También creo que a Regan le hubiese caído bien Katia.
—He estado en el Extremo Oriente —le digo. En realidad, no quiero hablar demasiado sobre mi trabajo. Obviamente Katia ha adivinado parte. Me debato constantemente por si contarle o no toda la verdad. Supongo que si nuestra relación se vuelve más seria tendré que hacerlo.
—Veamos, Extremo Oriente —dice—. Eso debe de significar... ¿Japón? ¿Corea?
—No.
—¿Hong Kong? ¿Indonesia?
—Caliente.
—Mira, Sam, una cosa que pido es que seas sincero conmigo —da un sorbo a la copa de vino y me mira fijamente—. Entiendo que tienes el corazón endurecido cuando se trata de relaciones y no quiero asustarte. Yo también soy independiente y te aseguro que no soy nada exigente. Pero he estado pensando sobre el poco tiempo que hemos pasado juntos y bueno, creo que lo pasaremos muy bien si seguimos con ello. No te estoy pidiendo un compromiso ni nada de eso, pero te pido que me cuentes la verdad sobre ti mismo.
Antes de que pueda decir nada, llega el aperitivo. Bagna calda es un plato impresionante de dientes de ajo horneados con aceite de oliva virgen y mantequilla con un toque de anchoa. Servida en un plato caliente, se extiende en el pan recién hecho con el que se acompaña.
—Dios mío, esto es fabuloso —dice Katia después de probarlo—. Podría llenarme solo de esto.
—Está bueno, ¿verdad? En la recepción del restaurante puedes comprar el libro de recetas si te apetece probar a hacerlo en casa.
Pedimos los platos y hablamos de otras cosas, mientras el asunto de mi sinceridad queda aplazado temporalmente. El Krav Maga es un gran tema de conversación, igual que nuestros hábitos para conservarnos en forma. Me cuenta un poco sobre su vida en Israel antes de venir a los Estados Unidos. Su padre era israelí pero su madre es americana, de ahí la doble nacionalidad. Tras el divorcio de sus padres, su madre se trajo a Katia y a su hermana a California. Su padre murió de un fallo cardíaco seis años después.
Llega la comida y es increíble. Ella ha pedido el salmón atlántico horneado con limón y salsa de ajo y alcaparras servido con pasta acini di pepe. Yo he escogido las costillas asadas con ajo que viene, naturalmente, con puré de patatas al ajo. Como le digo a Katia, el Stinking Rose es un sitio genial para llevar a una cita porque sabes que después los dos tendréis mal aliento.
A media comida la conversación vuelve a cómo me gano la vida. Menciona que le encanta viajar pero que no lo hace mucho.
—Tú tienes suerte. Debe de ser agradable viajar por trabajo —me dice.
—A veces sí. Depende.
—¿De qué?
—De lo que tenga que hacer allí.
—Sam, trabajas para el gobierno, ¿verdad? Vamos, tu secreto está a salvo conmigo.
No le doy una respuesta, pero sí que me encojo de hombros para indicarle que está en el buen camino. Es lo mejor que puedo hacer.
—Lo sabía. Mira, he conocido a otros que trabajan para agencias gubernamentales. Una vez salí con un tipo de la CIA. Estuvimos juntos mucho tiempo antes de que me enterase de cómo se ganaba la vida y me cabreó mucho.
—¿Por?
—Porque me había estado mintiendo. Me dijo que formaba parte de un lobby. Mostraba las mismas señales que tú; no hablaba de su trabajo, estaba fuera largos periodos de tiempo, estaba increíblemente en forma para su edad y le encantaban las artes marciales. Créeme, Sam, me conozco el tipo.
—¿Y ese es el mío?
—¿No lo es?
Lo dejo pasar. La comida continúa agradablemente y la conversación pasa a temas más cómodos. En un momento dado durante el postre, una mousse de brownie y café irlandés que compartimos, noto su pie descalzo tocándome el gemelo. Se ha quitado el zapato y ha empezado a acariciarme la pierna, subiendo cada vez más hasta que su pie alcanza mi regazo. Aprieta los dedos del pie contra mi entrepierna mientras me mira con un brillo en los ojos que me indica que va en serio. De repente me siento tremendamente excitado, una reacción que sé que tiene que ver con haber regresado de una misión de vida o muerte. Los psiquiatras de la NSA que me examinan todos los años siempre se sorprenden cuando les cuento lo de mis años de celibato. La mayoría de los que llevan a cabo misiones peligrosas para el gobierno tienen una libido imparable. Quizá ahora esté saliendo todo eso.
—¿Qué te parece si pagamos la cuenta y nos vamos a toda prisa de aquí? —pregunto.
—Me estaba preguntando cuándo ibas a sugerirlo —dice, con una sonrisa maliciosa bailando en sus labios húmedos.
Nos pasamos el resto de la tarde y la noche en mi habitación del hotel. El sexo es tan intenso como el día de mi cumpleaños en Towson. Katia es insaciable, parece, y ya no siento la fatiga que me estaba acosando cuando llegué a California. Quizá sean las feromonas que corren por mi cuerpo o algo así, si crees en esa clase de cosas. Sea lo que sea, las reacciones químicas de mi entrepierna no fallan y hacen su trabajo.
Para las nueve de la noche volvemos a tener hambre. Llamo al servicio de habitaciones y pedimos un par de bocadillos y refrescos. Nos sentamos en la cama, desnudos, cenamos y nos reímos ante la pinta que debemos de tener. Después de comer Katia se ofrece a darme un masaje y yo acepto con ganas. Mientras me masajea con sus fuertes manos empiezo a sentirme cansado de nuevo. Estoy maravillosamente relajado y tengo la sensación de estar flotando en el agua. Lo siguiente que sé es que la habitación está a oscuras y Katia está en la cama a mi lado. He debido de quedarme dormido durante el masaje. El reloj digital de la mesita dice que son las 2:35. He dormido al menos seis horas.
Me deslizo silenciosamente de debajo de las sábanas y me siento un momento mirando a Katia. Está profundamente dormida. En la débil luz su melena oscura rizada, extendida sobre la almohada, parece pintura derramada.
Sí, pienso. Podría ser esto. Los años de celibato han terminado. Mi hija, Sarah, puede que tenga que acostumbrarse a verme con una nueva compañera. No estoy pensando en matrimonio ni nada tan radical. Ni siquiera estoy seguro de que quiera vivir con Katia. Pero sé que quiero seguir viéndola. Si lo que dijo sobre que los dos seguiríamos siendo independientes es cierto, entonces la relación podría ser ideal. Supongo que tendré que cruzar cada puente según vaya llegado a él. Pero por ahora me siento... feliz.
Pero como si lo supiese, mi OPSAT zumba silenciosamente. Lo cojo, apago el ruido y veo el mensaje de texto de Coen. Todos los detalles que necesito para encontrar GyroTechnics están ahí. El agente Kehoe ha informado de que el edificio ha sido misteriosamente evacuado y desde medianoche no hay nadie dentro. Lambert sospecha que el arresto de Mike Wu ha empujado a la dirección de la empresa a tomar medidas drásticas. Lambert quiere que vaya allí lo antes posible.
Katia se mueve y abre los ojos.
—¿Qué hora es? —farfulla.
—Es de noche —le digo—, vuelve a dormir. Volveré por la mañana.
Se incorpora y pregunta:
—¿Adónde vas?
—Tengo un trabajo que hacer. Volveré, te lo prometo.
—¿Estás en peligro?
—No. Katia, vuelve a dormir. Volveré cuando sea la hora de levantarse.
Frunce el ceño y hay un momento en el que temo que vaya a haber un conflicto de intereses. Pero en lugar de ello sonríe, se estira, tira de mi cabeza hacia la suya y me besa.
—Ten cuidado —susurra. Luego vuelve a poner la cabeza sobre la almohada y cierra los ojos. Mueve el cuerpo bajo las sábanas y se acurruca sobre el punto cálido que he dejado en mi lado de la cama.
Me pongo el uniforme y salgo del hotel en el Murano.