Capítulo XX

Parker había pasado una media hora muy desagradable. Al parecer, Mary Whittaker había destruido todas las fotografías suyas que lograra localizar, labor que llevó a cabo poco después del fallecimiento de su tía. Claro, sus relaciones poseerían algunas instantáneas en las que apareciese ella, especialmente Vera Findlater. Pero es que el policía no quería sembrar la alarma en Leahampton... Visitó la casa en que se hospedaba la señorita Climpson, pero, naturalmente, no pudo ver a ésta. Finalmente, realizó gestiones acerca de los fotógrafos profesionales de la localidad, que eran cinco en total. Mary Whittaker no les había encargado jamás un retrato.

Fue más afortunado con las fotos de Vera Findlater, varias de las cuales expidió a Londres, con una descripción del vestido que llevaba la joven la última vez que la vieran.

Tras telefonear a varias comisarías de policía se enteró de que un Austin matrícula XX9917 había sido visto por un explorador en la carretera de Crow Beach. Wimsey y Peter decidieron que lo mejor era trasladarse a aquel punto.

Entretanto, la Prensa había tomado cartas en el asunto, a falta de más interesantes informaciones, llamando la atención del gran público sobre la misteriosa aventura de las dos mujeres.

Por Crow Beach nada se sabía de ellas ni de su coche.

No habían pernoctado en ninguno de los hoteles de la zona, ni detenido en ninguna estación de servicio o taller... Luego empezaron a llegar telegramas a Scotland Yard procedentes de diversos sitios. Las dos amigas habían sido vistas en Dover, Newcastle, Sheffield, Winchester, Rugby. De entre todo el aluvión de informes, Parker seleccionó el de un muchacho que afirmaba haber tropezado no lejos de Shelly Head con un automóvil Austin-7 con matrícula de Londres (que no recordaba), ocupado por dos mujeres.

Guiado por el muchacho, el automóvil de la policía se internó por una región dotada de malísimas carreteras. Habiendo llegado al sitio señalado por aquél, Parker asignó a cada uno de sus acompañantes la parte de terreno a inspeccionar.

Había espesas malezas por acá y acullá, sembradas de papeles, latas y desperdicios, abandonados por los excursionistas. Veíanse a cada paso profundos hoyos. Wimsey, en su deambular, pensó en las tradicionales montañas rusas de los parques de atracciones. La tarea que le había confiado Parker le desagradaba profundamente. Iba a emprender el descenso, desde la cumbre de un pequeño cerro, cuando le pareció ver algo en el fondo de uno de los hoyos que quedaban en las inmediaciones de la falda de la elevación...

Sí; no se equivocaba. El objeto era blanquecino y puntiagudo, asemejándose a un pie humano.

Sintióse ligeramente trastornado.

—Alguien ha querido descabezar un sueño aquí —dijo en voz alta.

A continuación pensó: «¡Qué raro! Antes que nada se ven siempre los pies.»

Avanzó nerviosamente entre los altos hierbajos y estuvo a punto de precipitarse dentro del hoyo. Murmuró, irritado, unas palabras.

Aquella persona dormía pesadamente. Raro, muy raro.

Las moscas que se le posaban en la cabeza tenían que resultarle molestas.

Al dar un paso más hacia delante, los repugnantes insectos remontaron el vuelo en bandada.

El golpe tenía que haber sido tremendo para llegar a aplastarle la nuca de aquella manera. Los apelmazados cabellos eran rubios. La faz permanecía oculta entre los desnudos brazos.

Dio la vuelta a aquel cuerpo...

Desde luego, de no haber visto antes su fotografía, no se hubiera atrevido a asegurar que estaba frente al cadáver de Vera Findlater.

Todo había ocurrido en unos treinta segundos, quizás. Salió del hoyo atropelladamente, llamando a gritos a sus compañeros.

Pronto se vio rodeado por ellos. Parker retiró de debajo del cadáver un pequeño bolso, poniéndose a rebuscar en su interior. En el suelo, cerca de la cabeza de la joven, había una gran llave inglesa, que presentaba una mancha oscura, a la que se hallaban adheridos unos cabellos. Pero la atención de Charles se concentraba en una gorra masculina de color gris.

—¿Dónde has encontrado esto? —le preguntó Wimsey.

—En uno de los bordes de la hondonada. Debe de habérsele caído a alguien.

Parker recogió cuidadosamente la llave inglesa con un pañuelo de seda, sujetándolo por las cuatro puntas.

—Evidentemente, el autor o autores del hecho debieron de huir en esa dirección —dijo señalando un punto a lo lejos—. ¿Quiere usted hacer el favor, comisario, de inspeccionar aquella pequeña arboleda mientras lord Peter avanza por el sitio opuesto y yo cubro el centro?

La búsqueda del automóvil no presentó grandes dificultades. Parker casi tropezó con él. El Austin se hallaba en un claro del bosquecillo registrado, junto a una pequeña corriente de agua, que formaba a un lado un diminuto estanque.

Dentro del vehículo no había nadie, contrariamente a lo que Parker pensara al aproximarse al mismo. Sobre un asiento vio un pañuelo desprovisto de iniciales. El policía gruñó. El asesino había dejado a su paso objetos muy personales. Debía tratarse de una persona sumamente descuidada. Nuevas pruebas de esto: en el barro descubrieron unas huellas, correspondientes, al parecer, a dos hombres y una mujer.

Sir Charles Pillington, Wimsey y Parker se reunieron al dar éste unas voces.

—Esos pasos de mujer corresponden a Mary Whittaker —opinó el segundo.

—Es lo que yo supongo. No pueden haber sido dados por Vera Findlater. Esta joven fue sacada del coche o se apeó voluntariamente.

—No, no son de Vera. No vi barro en sus zapatos cuando la encontramos.

Peter metió una mano por debajo de los cojines de los asientos, extrayendo una revista americana: «The Black Mask»[1], publicación que recogía exclusivamente fantásticos relatos de misterio.

—Lectura fácilmente digerible para las masas —comentó Parker.

—Probablemente habrá pertenecido a la señorita Findlater —opinó Wimsey.

—Cuesta trabajo creer que una mujer guste de leer estas cosas —declaró sir Charles.

—¿Por qué? El sentimentalismo y otras cosas por el estilo fastidiaban mucho a Mary Whittaker y su pobre amiga la imitaba en todo. Es posible que sus gustos, en cuestiones de lecturas, se aproximasen a los habituales en los varones de su edad.

—Bueno. El detalle carece de importancia —dijo el inspector Parker.

—Un momento. Mira esto. Alguien ha hecho unas señales aquí.

Wimsey acercó a sus ojos la revista, para efectuar una inspección más detenida de la cubierta.

La segunda de las palabras del título había sido subrayada con un lápiz.

—¿Y si esto fuera una especie de mensaje? Tal vez la publicación se encontrase en el asiento, al lado de la muchacha y ella trazara esa raya sin que los supuestos atacantes se dieran cuenta.

—Muy ingenioso, pero... ¿qué significado puede tener el trazo en cuestión? Black. No tiene sentido.

—¿Será negro uno de los hombres cuyas huellas hemos visto? —sugirió Parker.

Los tres guardaron silencio unos momentos.

Las cantarinas aguas del riachuelo seguían limando indiferentes los redondos y limpios guijarros del lecho, rumbo al sudoeste, en busca de una corriente de más caudal y del mar.

—Bien está que cantéis —dijo Wimsey dirigiéndose a las aguas—. Sin embargo, ¿por qué no decís, asimismo, lo que visteis?