Capítulo XIX

—No irás a negarme —observó lord Peter—, que a la gente que se halla en condiciones de suministrar información acerca de los últimos días de Agatha Dawson suele ocurrirle cosas muy extrañas. Bertha Gotobed muere repentinamente, en extraordinarias circunstancias; su hermana cree descubrir entre el gentío, en el puerto de Liverpool, a Mary Whittaker; el señor Trigg penetra en una casa misteriosa, donde pretenden envenenarle... No sé qué hubiera sido del señor Probyn si no llega a adoptar la decisión de ausentarse de Inglaterra.

—Yo no niego nada —repuso Parker—. Insisto solamente en que tengas en cuenta que cuando murió Bertha Gotobed la persona de quien sospechas se hallaba en Kent, con Vera Findlater, que no se separó un momento de ella.

—No me había acordado de decirte, Charles, que he recibido una carta de Katherine Climpson, en la que mi inestimable ayudante me notifica que la señorita Whittaker tiene una cicatriz en la mano derecha similar a la descrita por Trigg.

—¿De veras? Eso liga definitivamente a Mary con la aventura referida por el abogado. Ahora bien, ¿es que tú piensas que esa mujer se propone eliminar a todas las personas que sepan algo acerca de Agatha Dawson? Arduo trabajo para que sea emprendido por una joven, sin ayuda de nadie. En el caso de dar por cierta tu hipótesis habría que preguntarse: ¿cómo es que siguen viviendo el doctor Carr y las enfermeras Philliter y Forbes?

—He ahí un interesante punto de vista que yo ya había considerado. Creo poseer una explicación... Hasta el momento, el affaire Dawson ha presentado dos problemas diferentes, uno de carácter legal, el otro de tipo médico: el móvil y los medios, si es que te gusta más que me exprese así. En cuanto a la oportunidad se refiere, únicamente puede señalarse a dos personas como posibles autoras del crimen: Mary Whittaker y la enfermera Forbes. Esta última nada gana matando a su paciente, de modo que, por ahora, prescindiremos de ella.

»Vamos con el problema médico: los medios. Debo decir que hasta este instante se me antoja insoluble. El criminal piensa lo mismo, evidentemente. Sí. El móvil es el punto más débil de la trama... Esto justifica la prisa con que el asesino cierra la boca de quienes se hallan familiarizados con el aspecto legal de la cuestión.

—La señora Cropper ha regresado a Canadá. Parece ser que no la ha molestado nadie.

—Por esto me afirmo en la creencia de que en el muelle de Liverpool había alguien conocido. Valía la pena hacer callar a la hermana de Bertha en tanto ella no hubiera referido la historia a ninguna persona. Por eso me presenté en el embarcadero; por eso la acompañé ostentosamente hasta la capital.

—¡Eres tremendo, Peter! Supongamos que Mary Whittaker hubiese estado allí, cosa imposible, como ya sabemos... ¿Cómo iba a estar enterada de que tú hablarías con la señora Cropper del asunto Dawson? No te conoce...

—Pudo descubrir quién era Murbles. Recordarás que en el anuncio que lo desencadenó todo figuraba su nombre.

—Entonces, ¿por qué razón no has sido atacado tú, o él?

—Murbles es pájaro viejo. Ha tomado sus precauciones. No concede entrevistas a mujeres, no corresponde a ninguna invitación y no sale jamás de su casa si no es fuertemente escoltado.

—No sabía que lo hubiera tomado tan en serio.

—¿Qué quieres? Murbles le tiene cariño a su piel. En cuanto a mí... ¿No has observado la extraordinaria semejanza, en determinados detalles, entre la aventura del señor Trigg y mi aventurilla (lo diré así) en la calle South Audley?

—¿Te refieres a lo de la señora Forrest?

—Sí. A la cita secreta; a la bebida; al comportamiento de la mujer, decidida a hacerme pasar la noche a toda costa en el piso... Estoy seguro de que me hubiera ocurrido algo de no haber limitado inocentemente mis terrones de azúcar. Éstos contenían una sustancia extraña...

—¿Consideras a la señora Forrest una cómplice?

—Sí. Ignoro qué ganaría colaborando. Dinero, probablemente. Pienso en el billete de cinco libras y en que la historia relatada por esa mujer es una patraña. En su vida ha tenido un amante. Ni sabe lo que es un esposo siquiera. La experiencia se advierte en seguida. Me siento fascinado por la semejanza de los métodos empleados, Charles. Los criminales tienden a repetir sus trucos. Acuérdate del caso de «las novias en el baño»...

—Tanto mejor, si hay cómplices. Éstos suelen ser siempre los que descubren la tramoya de los hechos más sorprendentes.

—Cierto. Y nuestra posición no puede ser más idónea, ya que no creo que nadie se imagine que sospechamos una conexión entre los que examinamos.

—No obstante, sigo insistiendo en que necesitamos disponer de pruebas, para demostrar que han sido cometidos unos crímenes. Llámame pesado, si quieres. Si tú acertaras a sugerir un medio eficaz para deshacerse de una persona sin que el criminal deje el menor rastro, yo me sentiría más optimista.

—Te refieres a los medios, ¿eh? Ya sabemos algo sobre ellos...

—Explícate.

—Allá voy. Examinemos el caso de las dos víctimas efectivas y también el de las dos frustradas. Agatha Dawson se encontraba enferma e incapaz de valerse por sí misma; Bertha Gotobed se hallaba sumida en un gran sopor, a consecuencia de una pesada cena y cierta cantidad de vino; a Trigg le fue administrada una dosis de veronal suficiente para que se quedara durmiendo; a mí me ofrecieron una sustancia semejante... ¡Cuánto me habría gustado disponer de la taza en que me sirvió la señora Forrest aquel café! Bien. ¿Qué se deduce de todo esto?

—Supongo que se trataba de un medio para acabar con la persona que ingería la sustancia, pero que la dosis había de ser variada, de acuerdo con la naturaleza del individuo.

—Exacto. Ese fin puede ser logrado mediante una inyección, una operación delicada o la aspiración de algo, cloroformo, por ejemplo... Lo malo es que resulta difícil localizar huellas.

—Eso no nos llevará muy lejos, entonces.

—Todo puede servimos. Una enfermera, cabe esa posibilidad, ha oído hablar de una sustancia o procedimiento que se acomoda maravillosamente a sus propósitos. La señorita Whittaker había trabajado como tal. Su experiencia profesional le permitió vendarse la cabeza de manera que inspirara lástima, impidiendo al mismo tiempo que la reconociera ese estúpido de Trigg.

—No es posible que la treta en cuestión fuera una cosa del otro mundo, nada, quiero decir, que exigiera conocimientos especiales.

—Conforme. Sería algo cogido al vuelo, durante una conversación con un médico u otras enfermeras. Oye, ¿qué te parece si nos pusiéramos al habla de nuevo con el doctor Carr? ¡Oh, no! Me entrevistaré con Lubbock, el analista. Sí; eso es lo que haré mañana.

—Y mientras tanto, ¿qué? ¿Permaneceremos sentados aquí, mano sobre mano, esperando a que alguien más sea asesinado?

—Tengo una idea.

—Habla.

—Dentro del asunto Trigg contamos con ciertas pruebas. ¿No podrías, de momento, detenerla, acusándola de robo? Aquello fue un robo, en fin de cuentas... Forzó una de las ventanas, ya oscurecido, apropiándose de parte del combustible que había en la chimenea. Trigg identificaría rápidamente a la señorita Whittaker. Me consta que se fijó siempre en ella. Está luego el taxista, testigo que corroboraría la mayor parte de los detalles aducidos por aquél.

Parker fumó en silencio por espacio de unos minutos.

—Hay bastante de atinado en lo que me dices. Creo que vale la pena exponer el hecho a las autoridades —dijo el policía por fin—. Habremos de actuar a toda prisa, sin embargo. ¡Ojalá hubiésemos avanzado más con las restantes pruebas! Pero... ¿tú no sabes, Peter, que existe una cosa que se denomina «habeas corpus»? No se puede retener indefinidamente a una persona con el pretexto de que ha robado una minúscula cantidad de carbón.

—Hubo también allanamiento de morada, no lo olvides. Sí, amigo mío. Ése fue un robo con determinadas agravantes. Recurramos después, para terminar de redondear nuestro trabajo, al médico que atendió a Trigg, planteándonos así un intento de asesinato. ¡Nada más ni nada menos, Charles!

* * *

Las investigaciones realizadas por Parker requirieron algún tiempo.

Llegaron así los largos días del mes de junio.

Lord Peter había logrado reunir un montón impresionante de notas relativas a medios capaces de causar de un modo repentino la muerte. Había leído un sinfín de libros, celebrando consultas con exploradores y eruditos orientales... Había perdido la cuenta de las veces que molestara a sir James Lubbock, el analista, amigo suyo. Aquél se sentía perseguido por aquellos días. Por último, el hombre le indicó en tono zumbón que el asedio tenía que cesar.

—Insisto en que ha de haber alguna sustancia que mate sin dejar la más leve huella de su presencia en el organismo —contestó Wimsey, no dándose todavía por vencido—. Con respecto a un producto así, imagínese la demanda mundial que puede existir. ¿Por qué no se anuncia? Debiera existir una compañía que se dedicara a explotarlo. Se trata de algo que uno puede necesitar el día menos pensado.

—Son muchos los venenos que no dejan huella de su paso —repuso pacientemente Lubbock—. Los de procedencia vegetal no se descubren por el análisis, en general. Y es preciso saber en cada caso qué es lo que se busca concretamente. Si vas tras unos posibles rastros de estricnina no lograrás dar con morfina. Los «tests» varían de una sustancia a otra... ¡Ah! No los hay establecidos para todas, ¿eh?

—¿Y cómo localizan estas últimas?

—Tenemos a la vista el cuadro de síntomas y la historia clínica del enfermo. O de la víctima, según los efectos.

—Yo necesito un veneno que no produzca ningún síntoma... que no sea la muerte, si me permite que considere ésta como tal. ¿Existe lo que busco o no?

La contestación del analista fue negativa. Afortunadamente, antes de que aquello se convirtiese en una peligrosa obsesión para Wimsey, Parker comenzó a actuar.

—Voy a ir a Leahampton —anunció el policía a su amigo—. Mi jefe opina que hay que hacer algo. Piensa extenderme una orden de arresto, por si preciso de ella sobre la marcha. La Prensa nos está pegando fuerte... Existen ya demasiados enigmas pendientes de aclaración. ¿Deseas acompañarme?

* * *

Llegaron a Leahampton sin novedad. El coche de la policía, en el que viajaban cinco hombres en total, se detuvo frente a la casa de la avenida de Wellington.

Parker se apeó, acercándose a la puerta acompañado por el comisario de policía del distrito. A los pocos segundos tenían delante de ellos una asustada doncella, que gritó levemente a su vista.

—¿Han venido ustedes a decirme que le ha pasado algo malo a la señorita Whittaker? —preguntó la joven.

—¿No está en casa su ama, entonces?

—No, señor. Se marchó en el coche, en compañía de la señorita Vera Findlater. Esto fue el lunes, hace cuatro días ya... Por aquí no ha vuelto a aparecer ninguna de las dos y yo estoy muy preocupada.

—¿Sabe usted a dónde han ido?

—La señorita Whittaker dijo que se dirigían a Crow Beach, señor.

—Eso queda a casi cien kilómetros de aquí —explicó el comisario—. Lo más probable es que pensaran permanecer en dicho lugar un día o dos.

«Lo más probable es que hayan seguido una dirección totalmente opuesta», pensó Parker.

—Salieron a las diez de la mañana, señor. Me indicaron que comerían allí, regresando por la noche. Y la señorita Whittaker no ha escrito...

—No creo que les haya ocurrido nada —manifestó, tranquilizador, el comisario—. ¡Qué lástima! Deseábamos hablar con su señorita, particularmente. Dígale, si se le presenta la ocasión, que estuvo a verla sir Charles Pillington acompañado de un amigo.

—¿Y qué puedo hacer yo ahora?

—No haga nada. Tranquilícese. La pondré al corriente si tengo noticias de su señorita.

Lord Peter acogió la noticia con sincera alegría.

—Se ha puesto en marcha, ¿eh? Mis sospechas empiezan a justificarse. ¿Y por qué se habrá hecho acompañar por su amiga? No estaría de más que visitáramos a los Findlater. Quizás sepan algo.

La visita a la casa de Vera fue totalmente infructuosa. Su familia se hallaba en la playa, veraneando. La criada que les atendió se portó con absoluta naturalidad, sin delatar la menor señal de alarma.

—Aquí no queda otro recurso —opinó Parker—, que el de organizar la búsqueda de las dos jóvenes, radiando y publicando los avisos necesarios. Hubiéramos debido pasar a la acción antes. Hemos de procurarnos fotografías de Mary y Vera. Wimsey: ¿por qué no ves a Katherine Climpson? Pudiera saber algo de interés...

Wimsey, a su vez, añadió:

—Y a ti que no se te olvide recomendar a tus agentes que no pierdan de vista a la señora Forrest. Cuando pasa algo definitivo con un criminal no está de más vigilar a sus cómplices.

Sir Charles Pillington acogió con gran escepticismo las manifestaciones de Parker y lord Peter.

Éste no tuvo suerte. La señorita Climpson había salido después de comer, con objeto de dar un largo paseo por el campo. La patrona de su colaboradora notificó a Wimsey que la había visto preocupada a partir de la noche del día anterior...