Capítulo III

—Bueno, ¿y qué piensas tú de toda esa historia? —preguntó Parker, quien a la mañana siguiente se había reunido con Wimsey para desayunar los dos juntos, antes de partir en dirección a Notting Dale, en busca de un escurridizo escritor de cartas anónimas—. A mí me pareció que nuestro amigo se había excedido... En fin de cuentas, la vieja pudo morir de un simple ataque al corazón. Tenía muchos años y estaba enferma.

—Los que sufren de cáncer raras veces siguen ese inesperado camino a la hora de marcharse, si bien no excluyo tal posibilidad. Por regla general, sorprenden a todo el mundo por su tesón, por su afán de continuar viviendo. No volvería a pensar en el asunto de no ser por la sobrina. Ésta preparó el camino insistiendo en que la anciana se hallaba peor de lo que realmente estaba.

—Yo pensé lo mismo cuando el doctor nos refería el caso. Pero, ¿qué hizo concretamente la joven? No pudo envenenar a su tía, ni asfixiarla. La autopsia habría revelado esto. La verdad es que la mujer murió, con lo que se vio que la muchacha tenía razón y el médico, no.

—Exactamente. Bien. Conocemos a la sobrina y a la enfermera a través de su versión... y no debemos perder de vista a la primera, la última persona que estuvo con la anciana antes de que ésta muriese. ¡Ah! La otra le puso una inyección...

—Sí. Pero la inyección no tuvo nada que ver con lo sucedido. Es lo único claro del asunto. ¿No crees que la enfermera pudo haber dicho a la paciente de nuestro doctor algo que la trastornara, que provocara el «shock»? La enferma había perdido facultades, sí, pero quizás fuera capaz de comprender algo auténticamente inquietante. Es posible que esa persona hiciera algún estúpido comentario sobre la muerte... Ya sabemos que la pobre señora era muy sensible al tema.

—Esperaba que hicieses hincapié en esto. ¿No te has dado cuenta de que en esa familia había un tipo extraño, una figura siniestra? Estoy pensando en el abogado.

—¿El que la visitó para decirle algo acerca de su testamento, con el cual la mujer rompió posteriormente?

—Sí. Supón que el hombre pretendiera que dictase testamento a favor de una persona situada al margen de la historia que nosotros conocemos. Al ver que no había manera de conseguir nada, ese sujeto envió a la nueva enfermera, como sustituta...

—Ése sería un complot con escasa lógica —opinó Parker, dudoso—. ¿Cómo iba a saber que pensaban despedir a la novia del doctor? A menos, claro está, que se hallase de acuerdo con la sobrina y la indujese a efectuar el cambio...

—Eso no tiene pies ni cabeza, Charles. ¿Iba a ponerse de acuerdo la sobrina con el abogado para lograr ser desheredada?

—No, por supuesto. En mi opinión hay que ahondar en la idea de que la anciana, incidental o deliberadamente, sufrió un sobresalto que le ocasionó la muerte.

—Sí... Creo que vale la pena ahondar en el caso. Ahora que me acuerdo... —Wimsey tocó un timbre—. ¿Quieres echar al correo una nota, Bunter?

—Con mucho gusto, milord.

Peter Wimsey cogió un bloc.

—¿Qué vas a hacer? —inquirió Parker, mirando sobre el hombro de su amigo.

Lord Peter escribió:

«¿No es la civilización algo maravilloso?»

Firmó este sencillo mensaje y después introdujo la hoja de papel en un sobre.

—Si no quieres exponerte a recibir cartas estúpidas, Charles —dijo Wimsey—, no lleves nunca las iniciales de tu nombre y apellidos en el sombrero, junto a su marca.

* * *

—¿Y qué te propones que haga ahora? —preguntó Parker—. ¿No esperarás que me presente en un establecimiento comercial pretendiendo obtener toda clase de datos referentes a uno de sus clientes, verdad? Para realizar tal gestión he de contar con una autorización oficial, que no me concederían así como así.

—No —replicó su amigo—. No me propongo violar un secreto de confesión. De momento, por lo menos, no. Estoy pensando que si tu misterioso corresponsal te deja unos minutos libres podrías acompañarme. Voy a hacer una visita. No perderás mucho tiempo. Creo que te sentirás interesado. Se trata de una mujer y vas a ser tú la primera persona que llevo a su presencia. Ya verás lo complacida que se muestra.

Aunque Wimsey y Parker eran grandes amigos, el primero siempre había sido algo reservado en lo tocante a sus asuntos estrictamente personales. Aquél suponía un nuevo paso en sus relaciones. Parker no se atrevía a calificarlo de beneficioso. Los dos hombres se movían siempre dentro de planos distintos, confluyendo periódicamente pese a no abdicar ninguno de ellos de sus particulares convicciones, en una respetuosa y digna coexistencia.

—...y es más bien un experimento —iba diciendo Wimsey—. Ahora está cómodamente instalada en un pequeño piso de Pimlico. Vendrás, ¿verdad, Charles? Lo cierto es que tengo gusto en que os conozcáis los dos.

—Sí, sí, desde luego. Pero... ¿Cuánto tiempo...? Quiero decir...

—La cosa data de hace unos meses tan sólo —apuntó Wimsey, adelantándose a su amigo, camino ya del ascensor—, y, al parecer, marcha satisfactoriamente. Por supuesto, para mí es una facilidad.

—Claro —dijo Parker.

—Por supuesto, como entenderás no entraré en detalles hasta que lleguemos, y entonces tu lo verás por ti mismo —Wimsey siguió hablando, cerrando las puertas del ascensor con una violencia innecesaria— pero, tal y como estaba diciendo, observarás que es algo bastante nuevo, no creo que nunca haya habido nada antes exactamente como esto. Bien es verdad, que no hay nada nuevo bajo el sol, como dijo Salomón, pero después de todo, me atrevo a decir que todas esas mujeres y puercoespines, como dijo el niño, debén haberle amargado su disposición un poco, como sabes.

—Desde luego —dijo Parker—. Pobrecillo —se dijo a si mismo—, siempre parecen pensar que es algo distinto.

En la acera de la calle, Wimsey hizo enérgicas señas a un taxi que pasaba.

—Llévenos al número 97A de la Plaza de San Jorge —dijo al conductor una vez se hubieron instalado en el vehículo—. Una válvula de escape, todo el mundo necesita una válvula de escape. Después de todo, uno no puede culpar a la gente, si es que solo necesitan una válvula de escape. Quiero decir ¿porque amargarse? No pueden evitarlo. Creo que es más amable darles una válvula de escape, que reirse de ellos en los libros y, despues de todo, no es muy díficil escribir libros. Y, después de todo, no es tan difícil escribir libros. Especialmente si uno escribe una historia mala en buen Inglés o una buena historia en un mal Inglés, que es a lo máximo que suele llegar la mayoría de la gente en estos dias. ¿No estás de acuerdo, Charles?

Parker asintió y Peter se perdió en disquisiciones de tipo literario, hasta que el taxi se detuvo frente a una gran mansión, originalmente proyectada para familias de la época victoriana, atendidas por servidores a prueba de fatigas, convertida posteriormente en un bloque de menudos pisos.

Lord Peter oprimió el botón del timbre, situado junto a una puerta en la que se leía un nombre: «Climpson». Luego se apoyó negligentemente en la pared.

—Seis pisos, ¿has visto? Se lleva algún tiempo la subida hasta aquí, al no contar el edificio con ascensor. Ella no hubiera aceptado jamás un piso más caro, por estimarlo inadecuado.

A Parker le sorprendió la modestia de la dama a la hora de exigir. Esperó pacientemente a que se abriera la puerta. A los pocos minutos se hallaba frente a una mujer delgada, en la edad media de la vida, en posesión de una faz de angulosos rasgos y unos modales muy vivaces. Vestía ropas oscuras. Rodeaba el alto cuello de su blusa una larga cadena de oro de la que pedían diversos adornos metálicos que tintineaban a cada movimiento de su dueña. Su peinado respondía al estilo de moda durante el reinado del fallecido rey Eduardo.

—¡Oh, lord Peter! ¡Qué alegría! Bueno, por venir a tan temprana hora del día sabrán dispensarme si ven el cuarto de estar algo desordenado. Entren, por favor. Las listas las tengo preparadas ya. Las terminé anoche. En efecto, estaba pensando en ponerme el sombrero y llevárselas. Confío en que no piense que me he tomado demasiado tiempo. Agradezco mucho su visita.

—No se inquiete, señorita Climpson. Le presento a mi amigo, el detective-inspector Parker, de quien ya le hablé...

—¿Cómo está usted, señor Parker? ¿O quizás debiera de decir «inspector»? Perdóneme si incurro en errores. Es realmente la primera vez que tengo contacto con la policía. Entren. Por aquí. Son muchas escaleras, ¿verdad? Es que a mí me ha gustado siempre vivir en los pisos superiores. El aire es más puro y gracias a las atenciones de lord Peter disfruto también de un grato panorama ciudadano... Se trabaja mejor al no verse una confinada. Por favor, no se fijen en ciertos detalles. Los útiles del desayuno ofrecen un aspecto casi repugnante después de ser usados. ¡Qué lástima que a los sabios de nuestros días no se les haya ocurrido todavía inventar una vajilla que se lave por sí misma! Pero... hagan el favor de tomar asiento. No les entretendré mucho. Y a usted, lord Peter, sé que le agradará fumar. A mí me encanta el olor de sus cigarrillos. ¡Es algo delicioso!

La pequeña habitación en que se hallaban, perfectamente limpia y en orden, a pesar de las protestas de su ocupante y el despliegue de fotografías, que ocupaban todos los espacios disponibles, resultaba muy acogedora.

La señorita Climpson se apresuró a retirar de allí la bandeja del desayuno.

Parker se dejó caer cautelosamente entre los brazos de una butaca embellecida con un cojín que impedía echarse hacia atrás. Lord Peter encendió un cigarrillo y se sentó, cogiéndose las rodillas con ambas manos.

—He tomado numerosas notas, lord Peter —explicó la señorita Climpson—, pero confío en que la factura de la mecanógrafa no le parezca demasiado elevada. Mi escritura es clara, de manera que no creo que haya dado lugar a errores. ¡Santo Dios! ¡Y qué historias más tristes me han referido esas pobres mujeres! He llevado a cabo indagaciones minuciosas con la ayuda del sacerdote. Si usted desea examinar...

—De momento, no, señorita Climpson —la interrumpió lord Peter, apresuradamente—. Ya te contaré, Parker, más tarde, lo que hay sobre eso... Ahora, señorita, deseamos su colaboración en otra tarea completamente distinta.

La señorita Climpson se armó de papel y lápiz, escuchando a Wimsey con atención.

—La investigación se divide en dos partes —manifestó lord Peter—. La primera le resultará sumamente tediosa. Quisiera que fuese a Somerset House y que examinara, o hiciese examinar, todos los certificados de defunción correspondientes a Hampshire, extendidos en el mes de noviembre de 1925. Desconozco el nombre de la población y también el del difunto. Es preciso localizar el de una anciana de 73 años de edad. Causa de la muerte: cáncer. Causa inmediata: colapso cardíaco.

»El certificado fue firmado por dos médicos, uno de ellos afecto a los servicios de asistencia pública, siendo el otro designado por las autoridades que supervisan las cremaciones. Si quiere alegar una excusa para justificar su trabajo, diga que está redactando unas estadísticas sobre el cáncer, lo que realmente interesa son los nombres de las personas que tuvieron relación con aquel caso y el del pueblo...

—¿Y si hay más de un certificado coincidente con los datos mencionados?

—¡Ah! Al paso de eso sale la segunda parte, donde su probado tacto puede sernos de gran utilidad. Cuando haya reunido los documentos «posibles» le pediré que visite las poblaciones correspondientes, a fin de localizar la que interesa verdaderamente. Claro, habrá de disimular sus propósitos. Lo ideal sería que diera con alguna vecina parlanchina, presentándose usted a su vez como tal. No pierdo de vista un hecho: que cuando se lo propone sabe fingir hábilmente. Esto último no será difícil porque el caso que nos ocupa dio mucho que decir y no habrá caído en el olvido de las gentes todavía.

—¿Cómo sabré que he dado con el pueblo que se busca?

—Bueno. Si dispone de unos minutos quiero que escuche una pequeña historia. Una vez en situación, señorita Climpson, usted hará como si no la hubiese oído nunca. Quizás no necesitara ni indicarle eso siquiera... Charles: tú que tienes el hábito de conjuntar datos a menudo dispersos y complicados, ¿accederías a referirle a la señorita Climpson la pesadilla que nos confió anoche nuestro amigo?

Parker contó la historia convenientemente extractada. La señorita Climpson le escuchó atentamente, tomando continuas notas. Parker observó que se fijaba en los datos más sobresalientes. Formuló, incluso, alguna aguda pregunta. Sus ojos, grises, eran los de una persona dotada de natural inteligencia. Cuando hubo terminado, ella repitió su narración. Parker no tuvo más remedio que felicitarle por su retentiva.

—Una amiga mía solía decir que yo hubiera hecho un excelente abogado —señaló la señorita Climpson, satisfecha—. Pero cuando yo era joven las muchachas no se enfrentaban con las oportunidades que les ofrece el mundo de hoy. A mí me hubiera gustado recibir una esmerada educación. Mi padre no creía en que las mujeres tuvieran necesidad de tal cosa. Era un hombre de otro tiempo.

—Es igual, señorita Climpson —dijo Wimsey—. Lo importante es que usted reúne las cualidades requeridas por nosotros, bastante raras por cierto, de modo que nos consideramos una pareja con suerte. Le diré que tenemos interés en llevar este asunto adelante, con la mayor rapidez posible.

—Iré a Somerset House en seguida —replicó su interlocutora—. En cuanto esté lista para salir en dirección a Hampshire se lo haré saber.

—Conforme —declaró lord Peter poniéndose en pie—. Nos vamos, entonces. ¡Ah! Habré de darle dinero para sus gastos de viaje y demás. Me parece prudente que se presente usted como una dama que vive desahogadamente y se empeña en localizar una población tranquila donde quedarse para siempre. No se haga pasar por persona rica... Los ricos no inspiran confianza. Si me lo permite le extenderé ahora un cheque por cincuenta libras. Cuando comience a moverse de un lado para otro ya me diré qué necesita usted aparte de ese dinero... En su día me entregará una nota de todos los gastos que haya tenido, como de costumbre.

—¡No faltaba más! Y ahora le firmaré un recibo.

La señorita Climpson acompañó a sus visitantes hasta las escaleras, pese a sus protestas, cerrando por fin la puerta del piso a sus espaldas.

—¿Puedo preguntarte...? —empezó a decir Parker, mirando a lord Peter.

—No es lo que tú te figuras —le atajó muy formal Wimsey.

—No seas tonto. ¿Quién es en realidad la señorita Climpson?

—La señorita Climpson constituye una prueba de la mala administración que sufre nuestro país. Piensa en la electricidad, en la energía que contienen en potencia las aguas, en la fuerza de las mareas... Piensa en el sol. Se desperdicia día tras día su potencia, perdida lastimosamente en el espacio. Bien. Millares de viejas doncellas, repletas de utilísimas energías, se malogran por culpa de nuestro estúpido sistema social, que absorbe sin el menor fruto sus aptitudes naturales para el discurso y su famosa curiosidad, cualidad esta última que las capacita providencialmente para las tareas policíacas, hoy realizadas por hombres frecuentemente mal dotados...

—Ya, ya. Quieres decir que tú utilizas a la señorita Climpson como a un agente.

—Ella es mis oídos y mi lengua —afirmó lord Peter—, y especialmente mi nariz. La señorita Climpson formula preguntas que no podría hacer una joven sin ruborizarse; se las arregla para hurtar el bulto allí donde otros que se las dan de más vivos salen con un buen chichón en la cabeza, y es capaz de olfatear el rastro de un animalejo en la oscuridad...

—La idea no es mala, no —convino Parker.

—Es mía y, por tanto, brillante. Tú fíjate... La gente desea averiguar algo. Muy bien. ¿De quién se vale? Generalmente, de un hombre armado con su libro de notas. Yo utilizo esa dama que has visto. Naturalmente, como cualquier otra persona, hace preguntas. Todo el mundo espera esto de ella. Nadie se sorprende; nadie se alarma. Las solteronas de este país, querido, acabarán levantándome una estatua. ¿Y todo eso por qué? Por haberles dado una misión en la vida, por haber contribuido a su felicidad.

—Creo que hablas demasiado, Peter. ¿Y qué hay de esos escritos a máquina, sus informes? ¿Te estás volviendo filántropo? ¿A tus años, querido?

—No, no —repuso Wimsey, haciendo apresuradas señas a un taxi—. Ya te hablaré de eso más adelante. Es un plan personal... Una especie de seguro contra la revolución socialista... «¿Qué hiciste con tu dinero, camarada?» «Comprar primeras ediciones de libros». «¡Aristócrata! ¡Al patíbulo!» «¡Eh, un momento! Tomé medidas contra 500 prestamistas que se dedicaban a oprimir a los trabajadores». «Ciudadano: has procedido bien. Te perdonaremos la vida, encomendándote la labor de limpiar las alcantarillas». ¡Ay, Parker! Uno tiene que estar a la altura de su tiempo. Ciudadano taxista: lléveme al Museo Británico. ¿Quieres que te deje en algún sitio determinado? ¿No? Hasta la vista, entonces. Yo voy ahora a cotejar un manuscrito del siglo XII, aprovechando que el viejo orden persiste.

Parker tomó un autobús. Tenía que entrevistarse por exigencias de su profesión con varias representaciones de la población femenina de Notting Dale. Se le antojaba que en aquel medio no podían ser utilizados fructuosamente los talentos de la señorita Climpson.