CAPÍTULO XIV

Murbles cenará conmigo esta noche, Charles. Quisiera que nos acompañases. Deseo hacerle una exposición completa del asunto que tú sabes.

—¿Dónde pensáis cenar?

—En mi piso. Los restaurantes me cansan... Además, Bunter se las gobierna muy bien en la cocina y con una ayuda adecuada... Te aseguro que no lo pasaremos mal.

Parker aceptó. Aquella noche experimentó la impresión de que Peter era un tanto vago en sus manifestaciones. Parecía hallarse absorto en sus pensamientos. En el momento de aparecer Murbles, su actitud fue cortés, como siempre. El invitado, sin embargo, acaparó su atención solamente a medias.

Mediada la cena, inesperadamente, Wimsey descargó un tremendo puñetazo sobre la mesa, derramando el vino de uno de los vasos. Parker y Murbles miraron sorprendidos a su anfitrión.

—¡Ya lo tengo! —exclamó aquél.

Hubo una pausa. Tras ésta, volvió a hablar Peter.

—¿No existe una nueva ley sobre la propiedad, Murbles? —inquirió.

—Sí, pero, ¿a qué viene eso ahora? —quiso saber el abogado.

—La frase que tú pronunciaste, Charles, no era nueva para mí —explicó Wimsey—. «El lejano reclamante de ultramar»... Creo haberla leído en un periódico, dentro de un texto concerniente a una nueva ley. Sostenía el autor del trabajo que ésta sería un terrible golpe para los novelistas románticos. ¿No acaba esa disposición con las reclamaciones de los parientes distantes físicamente?

—En cierto modo, sí.

—¿Y qué pasa cuando el dueño de los bienes muere sin testar?

—La cuestión es más complicada de lo que puede creerse.

—Veamos... Antes de que la ley a que me refiero fuese aprobaba todo el patrimonio iba a parar al pariente más cercano, ¿verdad?

—En general, sí. Viviendo el esposo o la esposa...

—Prescindamos de ambos. Supongamos que la persona interesada es soltera y también que carece de parientes cercanos. Los bienes irían a parar a manos de...

—El beneficiario sería el familiar más próximo, quienquiera que fuese, siempre que pudiera llegarse hasta él claramente.

—¿Aunque hubiera que remontarse, por ejemplo, hasta Guillermo el Conquistador?

—He ahí algo muy improbable.

—Sí, sí, ya sé; pero, ¿qué sucede ahora en tales casos?

—La nueva ley simplifica enormemente los problemas planteados por las personas que mueren sin testar. Cuando no hay esposo o esposa ni hijos, los bienes van a las manos del padre o de la madre del fallecido. De haber muerto estos últimos, los herederos son los hermanos y las hermanas y si ellos han desaparecido, los hijos de los mismos...

—¡Basta, basta! No es necesario que sigas adelante. ¿Estás seguro de lo último que has dicho?

—Sí. Aclararé más este punto: si tú murieras sin testar Y tus hermanos, Gerald y Mary, hubiesen fallecido ya, el dinero que posees sería repartido por partes iguales entre tus sobrinos y sobrinas.

—Comprendido. Continuemos suponiendo que éstos también han desaparecido del mundo de los vivos... ¿Heredarían mis resobrinos y resobrinas?

—Pues... sí, yo creo que sí —repuso Murbles, con menos convicción ahora.

—Naturalmente que heredarían —medió Charles, algo impaciente—. ¿No alude la ley a la descendencia de los hermanos y hermanas fallecidos?

—¡Ah! No hay que precipitarse, amigo mío —se apresuró a decir Murbles—. La palabra descendencia, para el hombre de la calle, tiene un sentido muy sencillo. Desde el punto de vista legal ofrece varias interpretaciones, de acuerdo con el carácter del documento en que aparece y la fecha del mismo.

—Pero en la nueva ley... —apremió Peter.

—No soy un profesional especializado en estas cuestiones. Por ello, mi opinión tendría que verse respaldada por una autoridad en la materia. Yo pienso que en el presente caso esa descendencia es ad infinitum y que, por consiguiente, tales resobrinos o resobrinas tienen derecho a la herencia.

—¿Puede existir una opinión contraria a la tuya?

—Puede haberla porque estos problemas son a menudo complicados. Y, exactamente, ¿por qué razón te interesas por tal asunto?

Wimsey mostró a Murbles el papel en que figuraban los datos genealógicos que le facilitara el Rev. Hallelujah, referentes a la familia Dawson.

—La cuestión es la siguiente: nosotros hemos hablado siempre de Mary Whittaker como sobrina de Agatha Dawson. En todo momento se la llamó así y ella habla de la anciana como de su tía. Pero, mirándolo bien, puede apreciarse que era con relación a aquella resobrina o sobrina-nieta, siendo nieta de la hermana de Agatha: Harriet.

—Cierto —declaró Murbles—. Pero, al parecer, era la pariente más cercana viva y como Agatha Dawson murió en 1925, el dinero pasó automáticamente a Mary Whittaker, en virtud de la antigua ley sobre la propiedad. No se da ambigüedad alguna aquí.

—¡Santo Dios! —exclamó Parker—. Ya sé a dónde va a parar usted. ¿Cuándo entró la nueva ley en vigor, señor Murbles?

—En el mes de enero de 1926.

—Y la señorita Dawson murió, inesperadamente, como sabemos, en el mes de noviembre de 1925 —prosiguió diciendo Peter ahora—. Pero, supongamos que la anciana hubiera vivido, como esperaba el médico, hasta febrero o marzo de 1926... ¿Estás seguro, Murbles, de que Mary Whittaker hubiera sido la heredera entonces?

Murbles fue a replicar, pero... guardó silencio. Quitóse los lentes, en actitud pensativa, y se los volvió a poner cuidadosamente. A continuación declaró:

—Tienes razón, Peter. Ese punto es muy importante. Tanto que no quiero dar una respuesta categórica. Si no he entendido mal, sugieres que cualquier ambigüedad en la interpretación de la nueva ley puede proveer de buenas razones a determinada parte interesada para acelerar la agonía de Agatha Dawson.

—Eso es exactamente lo que he querido significar. Desde luego, si la sobrina-nieta ha de heredar de todas maneras, es lo mismo que la enferma muera hallándose en vigor la nueva ley o la vieja. Pero si existe alguna duda... ¿No crees que resulta tentador darle un empujoncito para que fallezca en 1925?

—Ahora que caigo en la cuenta... —medió Parker—. Excluida la sobrina-nieta como heredera, ¿a quién iría a parar el dinero?

—Al Ducado de Lancaster, esto es: a la Corona.

—En otras palabras: a nadie en particular. La verdad es que el crimen lo parece menos cuando se piensa en la eliminación de una persona que está sufriendo horriblemente, con el premio que representa la consecución de un dinero que de otro modo se perderá.

—Tu opinión es muy discutible, Peter. Desde el punto de vista legal eso es un crimen. Da igual que la víctima sea una persona gravemente enferma y el resultado conveniente.

—Aparte de que Agatha Dawson no quería morir. Eso decía ella —manifestó Parker.

—Me imagino, sí, que su opinión debía ser tomada en cuenta —corroboró reflexivamente Peter.

—Yo creo —dijo Murbles—, que antes de seguir adelante debiéramos tener la precaución de procuramos la opinión de un especialista en esta rama del Derecho. No sé si Towkington estará en su casa... Le tengo por una auténtica autoridad en la materia. ¿Por qué no llamarle por teléfono?

Towkington se hallaba en su domicilio y a su disposición. Habiéndosele expuesto el caso a grandes rasgos manifestó sobre la marcha que él creía que bajo la nueva ley la sobrina-nieta quedaba excluida como heredera. Tal resolución era provisional. ¿Por qué no se acercaba el señor Murbles por su casa? No había el menor inconveniente, desde luego, en que le acompañaran sus dos amigos.

Towkington era un hombre alto, fornido, de impresionante voz. Conocía a Wimsey de vista y se mostró encantado de que se le deparara una oportunidad de trabar relación personal con el inspector Parker. Los cuatro hombres se acomodaron en una acogedora habitación.

—He estado consultando unas disposiciones legales mientras ustedes llegaban. Mi querido Murbles: el quid del asunto radica en la interpretación de la palabra descendencia. Usted, ya lo he visto, se figura que ésta debe entenderse como ad infinitum.

—La intención general de la ley parece ser excluir los ascendientes más allá de los abuelos, no atentando contra los descendientes de hermanos y hermanas.

—Me extraña oírle hablar así, Murbles. Las leyes no encierran jamás intenciones. ¿Qué dice concretamente la que nos ocupa? «A los hermanos y hermanas y su descendencia». Hablamos de bienes personales, ¿verdad?

—Sí.

—¡Pues no veo en qué puede apoyarse esa sobrina-nieta!

—Un momento, un momento... Para que nosotros le comprendiéramos mejor, ¿tendría inconveniente en explicarnos lo que la palabreja significaba antes y lo que significa ahora?

—De acuerdo. Antes de 1837, cuando la reina Victoria subió al trono, la palabra descendencia carecía de significado legal. No se sorprendan, ¿eh? A muchos vocablos les ha ocurrido lo mismo. Otros poseen dos significados: el legal y el ordinario... Bien. Quedamos en eso: en que con anterioridad a 1837 la palabra descendencia no quería decir nada. ¡Ah! Pero esto quedó alterado por la Ley sobre Testamentos de 1837. A partir de dicho año, en tales documentos, el vocablo «descendencia» quiere decir «herederos del cuerpo», esto es, «descendencia ad infinitum», interpretación que se mantiene valedera hasta 1926.

»Descendencia del hijo o hijos de la persona fallecida significa ciertamente «descendencia ad infinitum», pero descendencia de cualquier persona que no sea hija del desaparecido quiere decir hija de esa persona y no incluye otros descendientes. Indudablemente, esto se mantiene hasta 1926. Y como la nueva ley no contiene declaración alguna en sentido contrario, hay que reconocer la vigencia de la idea. En el caso que estudiamos observarán ustedes que la reclamante no es hija de la difunta, ni desciende de un hijo de ésta, ni es hija tampoco de la hermana de la fallecida. Agatha Dawson. Es, simplemente, la nieta de aquélla, ya desaparecida... Consecuentemente, opino que conforme a la nueva ley no le corresponde herencia alguna.

—En cualquier caso —declaró Parker—, la falta de certeza en este asunto podía originar el crimen. Si Mary Whittaker pensó —pensar solamente—, que corría el peligro de perder el dinero de la herencia si su tía-abuela continuaba con vida en 1926, quizás sintiera la tentación de liquidarla un poco antes para adquirir seguridad en lo único que a ella le interesaba.

—Pero su teoría, señor Parker, descansa en la suposición de que Mary Whittaker hubiera conocido la nueva ley y sus probables consecuencias en el mes de octubre de 1925...

—¿Qué tiene eso de extraño? —inquirió Wimsey—. Yo recuerdo haber leído en el Evening Banner un trabajo cuando se discutía su articulado... A Mary Whittaker puede haberle sucedido lo mismo.

—Buscaría una persona que le aconsejara, entonces —opinó Murbles—. ¿Quién se ocupa habitualmente de sus asuntos?

Wimsey movió la cabeza, denegando.

—No creo que procediera así—objetó—. Hubiera sido una imprudencia. El abogado habría formulado algunas preguntas inquietantes, a la muerte de la anciana. Me inclino a pensar que recurriría a algún consejero desconocido, al que se presentaría con otro nombre, exponiéndole sus dudas de una forma velada. ¿Qué les parece esto?

El señor Towkington contestó:

—Es lo más probable... Muestra usted una admirable disposición para el crimen, ¿verdad?

—De decidirme por él, lo lógico es que adopte cierto número de precauciones elementales —declaró Peter—. Es sorprendente la cantidad de estúpidos errores que cometen habitualmente los delincuentes profesionales. Ahora bien, yo tengo un alto concepto de la señorita Whittaker. Debe de haber cubierto su rastro a la perfección.

—¿Y tú no crees que el señor Probyn mencionara ese asunto cuando fue a ver a la señorita Dawson con el propósito de convencerla para que dictase testamento? —sugirió Parker.

—No —repuso Wimsey categóricamente—. Tengo en cambio la seguridad de que intentó explicárselo todo a la anciana. Probyn ha navegado mucho en esta vida para caer en la ingenuidad de decirle a la heredera que solamente podría hacerse con el dinero de su tía en el caso de que la misma muriera antes de que la ley de que hemos estado hablando entrara en vigor. ¿Haría usted eso, señor Towkington?

Éste sonrió.

—Habría sido dar un paso nada aconsejable —corroboró.

—Claro que éste, al igual que otros detalles, se podría averiguar fácilmente. Probyn está en Italia. Yo iba a escribirle, pero quizás sería mejor que lo hicieras tú, Murbles. Entretanto, Charles y yo probaremos a dar con la persona que pudo ver solicitada su opinión por la señorita Whittaker.

—Supongo, Peter —dijo Parker ásperamente—, que no perderás de vista que la búsqueda del móvil es siempre una consecuencia del crimen. Todo lo que hasta ahora sabemos, en virtud de una autopsia practicada por dos médicos bien calificados profesionalmente, es que Agatha Dawson falleció de muerte natural.

—¡Cuánto me gustaría que abandonases definitivamente esa cantinela, Charles! Aguarda a que publique mi obra, que titularé «101 maneras distintas de causar una muerte repentina». Ya verás entonces que a mí no se me engaña fácilmente, querido.

Pese a sus palabras, Parker se entrevistó con su jefe inmediato al día siguiente, manifestando que estaba dispuesto a hacerse cargo del caso Dawson oficialmente.