Esto no es tuyo. Alguien lo dejó en un sobre pegado a mi taquilla, sin escribir siquiera mi nombre en él. Pensé que sería algo de tu parte, pero cayó en mi mano sin nota alguna. Y cuando lo sujeté entre mis manos, sentí la ira de Al, malhumorado, honesto, increíblemente furioso. Mi entrada gratis, ganada por haberle ayudado a pegar carteles. Maldito subcomité. Podría haberme obligado a comprar una, pero ahí estaba, un regalo envuelto en cabreo. No es tuyo, pero te lo devuelvo porque fue culpa tuya. Los de los grupos de teatro encargan estas imaginativas fichas en vez de entradas para poderlas llevar alrededor del cuello todo el año, si eres de lo más penoso, y demostrar que fuiste al Baile de Todos los Santos para Toda la Ciudad. Yo nunca guardaba las mías, simplemente las dejaba en un cajón o por ahí. ESPERANZA, qué gracia. Es un recuerdo de la noche, admitámoslo ahora —un Halloween de pura maldad—, de la noche en la que debimos haber roto.