Catorce
—Estoy bien.
A la mañana siguiente, Josie vio a Davis Lee recorrer arriba y abajo la habitación del hotel por segunda vez en cinco minutos.
—Ahora que has comprobado que todo está bien, puedes marcharte. No me importa quedarme sola.
Él apretó la mandíbula, y Josie se preguntó la razón. Estaba tenso desde que se había despertado aquella noche entre sus brazos. En parte se debía a su preocupación por ella, eso lo sabía. Pero había algo más en sus gestos que no supo descifrar.
—Estoy perfectamente. De verdad. Has encerrado a ese hombre y ya no puede volver a hacerme daño.
Una sombra cruzó el rostro de Davis Lee mientras la observaba. Aquella mañana, le había dicho que si esperaban a que empezara el sermón, casi todo el mundo acudiría a la iglesia y él podría acompañarla al hotel sin que nadie la viera ni supiera que había pasado la noche en su casa. Y eso había hecho.
Ahora, con la claridad del día, Josie deseó que Davis Lee volviera a abrazarla.
Pero algo le impidió pedírselo. Tal vez fuera la tensión que notaba en su cuerpo lo que la echó para atrás.
Davis Lee le había dejado una aguja e hilo para que arreglara los descosidos de su vestido. También le había sacudido el chal todo lo que pudo, pero necesitaba un buen lavado. Davis Lee había hecho por ella todo lo posible, incluido abrazarla durante toda la noche contra el muro de seguridad de su pecho. Al principio Josie estaba demasiado nerviosa como para cerrar los ojos. Todo el cuerpo le temblaba todavía por sus besos y sus caricias.
Pero pronto se durmió. Al despertarse aquella mañana con él, ambos vestidos y con los calcetines puestos, se sintió mejor que nunca en su vida.
—¿Cómo tienes la cara? —le preguntó Davis Lee girándose para mirarle la mejilla.
—Todavía me arde la mejilla —aseguró ella con una sonrisa—. Y la mandíbula me molesta un poco, aunque no lo suficiente como para impedirme comer. He debido tomar al menos tres bizcochos junto con el café y los huevos que me has preparado.
Davis Lee sonrió, pero a Josie no le pareció un gesto sincero. Tenía los ojos entornados, y en ellos se reflejaba una combinación de sentimiento de protección y deseo.
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Josie lamentaba que no hubieran hecho el amor la noche anterior, pero él había estado acertado al detenerse. La adrenalina y el miedo se habían apoderado de su cerebro y de su cuerpo. Davis Lee la había salvado de algo más que de una violación.
Seguramente le había salvado también la vida y sin duda su reputación al llevarla de regreso al hotel sin que nadie la viera salir de su casa.
—Gracias por el desayuno.
Josie sentía deseos de hundirse en aquellos ojos azules. De huir con él a alguna parte y olvidarse de todo lo que no fueran ellos dos.
—Y por dejarme usar tus polvos para cepillarme los dientes. Y por cuidar tan bien de mí anoche.
Sentía deseos de besarlo, pero en lugar de hacerlo le apretó cariñosamente el antebrazo.
Su relación había cambiado. Josie era consciente de que él también se daba cuenta de ello.
—No tardaré mucho en coserte los botones de esas dos camisas —dijo la joven señalando la ropa de Davis Lee que había llevado consigo—. Así que seguramente te las podré devolver esta tarde. Arreglarte los pantalones y remendarte los calcetines me llevará un poco más.
—Vendré a buscar las camisas en cuanto me avises de que están listas.
—Estaré encantada de verte —aseguró Josie sonriendo y tratando de averiguar qué sería exactamente lo que le estaba preocupando a Davis Lee—. Vamos, sé que tienes que ir a la cárcel. Márchate. Yo estaré bien.
La incomodidad que reflejaban sus ojos le provocó tristeza. Josie no sabía qué estaba ocurriendo pero no le gustaba. Más confundida todavía que antes, se dejó llevar por el impulso de tomarlo de la mano.
Al sentir su contacto, Davis Lee se puso tenso. Josie sintió la dureza y el poder de su cuerpo.
—Por favor, no te preocupes por mí. Estoy bien.
Él se la quedó mirando con las facciones apretadas. No intentó apartarse. No actuó como si le molestara su contacto. Parecía como si no sintiera nada, pero Josie sabía que no era así.
—Vendré a verte más tarde —dijo finalmente el sheriff.
—Me gustaría.
Davis Lee se soltó suavemente la mano y se marchó. Josie no volvió a oírlo moverse hasta que echó la llave a la puerta. Entonces se acercó a la ventana. Un minuto después lo vio salir a la calle. Se dio la vuelta y la miró. Ella lo saludó con la mano. El mero hecho de pensar en salir de la ciudad, en dejarlo, le partía el corazón.
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas No podía hacerlo. Quería tener una oportunidad con Davis Lee. Lo único que tenía que hacer para no tener que matar ella misma a McDougal era encontrar la manera de asegurarse de que el forajido recibía su merecido.
A lo largo del día, Josie trató de apartar sus pensamientos del ataque y concentrarse en Davis Lee o en el trabajo. Coserle los botones de las camisas la ayudó. La tela, ya desgastada, conservaba su aroma a madera, e inhalarlo la ayudaba a tranquilizarse. Igual que mirar por la ventana cada pocos minutos. Davis Lee pasó a verla dos veces, pero no se quedó más de un minuto cada vez.
Justo antes de apagar la luz y meterse en la cama, Josie volvió a acercarse a la ventana. La difusa luz de la luna se desparramaba por la calle principal. Vio a Davis Lee en la puerta de la cárcel. La iluminación del interior de la oficina le marcaba los hombros y despertaba reflejos de ámbar en su sombrero y en su camisa negros. Tenía la vista clavada en su ventana.
Josie tocó el cristal para que supiera que lo había visto, consciente de que el sheriff estaba allí para tranquilizarla. Aquel pensamiento la hizo estremecerse de alegría. Luego suspiró y se metió en la cama.
Cuando se despertó a la mañana siguiente, su primer pensamiento fue para él.
Por mucho que le gustara estar con él, por muy a gusto que se sintiera teniéndolo cerca, no podía olvidarse de Ian McDougal.
Pero aunque tuviera dudas respecto a su plan, de lo que estaba segura era de sus sentimientos hacia el sheriff. Y eso no cambiaría aunque se marchara de Torbellino. Tal vez no cambiaría nunca. Si perdía la oportunidad de estar con él se arrepentiría de ello toda su vida.
Desde el día que habían pasado en Abilene, la resistencia de Josie había disminuido considerablemente. Y tras lo ocurrido el sábado por la noche, no le quedaba ninguna defensa contra él. Ni McDougal, ni William, ni los asesinatos.
Estaba cansada de concentrarse en sus deseos de venganza, cansada de intentar compaginar sus sentimientos hacia Davis Lee con lo que sentía por su familia.
Tenía que hacer algo. El intento de asesinato de Ian McDougal que tuvo lugar la semana anterior dejaba claro que alguien más quería ver al forajido muerto. Si supiera de quién se trataba, tal vez pudiera dejar que fueran ellos los que llevaran a cabo la hazaña.
Seguramente Cora supiera todo lo que los malhechores habían perpetrado y la gente a la que le habían hecho daño, pero Josie no tenía corazón para sacar aquel tema tan doloroso cuando faltaba tan poco para el aniversario de la muerte de Ollie Wilkes.
Podría preguntar por la ciudad, pero no quería ser tan obvia. Lo último que necesitaba era que alguien le fuera a Davis Lee con el cuento de que andaba Nº Paginas 115-156
Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas preguntando por los crímenes cometidos por los McDougal. ¿Cómo podría enterarse?
Se le ocurrió pensar entonces que tenía que haber un registro de las fechorías de la banda en el periódico de Torbellino. El Prairie Caller la llanura tenía su sede en un pequeño edificio de ladrillo situado entre la taberna de Peter Cárter y el almacén de Haskell.
Josie no sabía sin encontraría alguna información valiosa ni qué haría con ella en caso afirmativo, pero tenía que intentarlo. Cuanto más supiera, más posibilidades tendría de encontrar la manera de cumplir la promesa que les hizo a William y a sus padres sin destrozar los sentimientos de Davis Lee hacia ella.
«No debió tocarla nunca».
Ni siquiera el lunes por la tarde, cuando Davis Lee y Josie estaban detrás de la casa de Catherine, podía el sheriff dejar de pensar en ello. La imagen de aquel malnacido subido encima de ella no se le quitaba de la cabeza. Lo que aquel canalla le había hecho a Josie y lo que podía haberle llegado a hacer… La habían herido, habían estado a punto de violarla, y ¿cómo había respondido él? Poniéndole las manos encima y besándola.
Josie quería estar cerca de él, sentirse protegida, y Davis Lee había estado a punto de quitarle la ropa. Y lo hubiera hecho si su suave gemido pidiéndole que le hiciera olvidar no le hubiera recordado con exactitud lo que había ocurrido.
Ambos estaban muy desconcertados, aquello era lo normal, pero su sentido común había desaparecido en cuanto el deseo de poseerla se apoderó de él. ¿Cómo iba a sentirse Josie a salvo a su lado?
Cuando Josie y él llegaron a casa de Catherine, Andrew y ella habían salido a saludarlos. Pero ahora estaban solos. Un par de veces la pilló mirándolo con gesto perplejo, pero Josie parecía estar a gusto con él. Lo que reforzaba su decisión de mantener las manos apartadas de ella.
Ninguno de los dos habló mucho mientras la joven hacía sus prácticas de tiro.
Los días se estaban haciendo más cortos, así que Davis Lee la citó una hora antes de lo normal.
—Lo estás haciendo muy bien —aseguró el sheriff cuando ella decidió dejarlo por aquel día.
—Tengo un buen profesor —respondió ella.
Davis Lee no había vuelto a besarla desde el sábado por la noche, cuando la tuvo en su casa. No volvería a hacerlo, pero desde luego ganas no le faltaban.
—¿Te puedes creer que ya estamos en octubre? —preguntó Josie pasándose las manos por los antebrazos—. Dentro de poco hará demasiado frío para seguir dando clase. Y estará muy oscuro.
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Davis Lee murmuró algo en señal de asentimiento, pero no estaba prestando atención al tiempo ni a la clase. Todavía había luz suficiente como para ver la rozadura en la mejilla de Josie y el golpe de la mandíbula. Cada vez que la miraba, Davis Lee apretaba los puños. Torbellino era su ciudad y se suponía que tenía que proteger a su gente, especialmente a las mujeres. Especialmente a ella. Y había fallado.
—Josie, todavía no he podido llevarme esa basura a Abilene —dijo aclarándose la garganta.
—No pasa nada —respondió ella, que pareció un poco sorprendida pero en absoluto molesta.
—Uno de los ayudantes del rancho de Jake llegó ayer con la noticia de que ha habido un accidente en el rancho. Jake lleva allí desde el domingo, así que no ha podido trasladar al prisionero a Abilene.
—Gracias por decírmelo —murmuró ella mirándolo pensativa—. Sé que no permitirás que vuelva a hacerme daño.
—De eso puedes estar seguro.
Pero, ¿podía decir lo mismo de él? ¿Podría confiar Josie en que no la desnudaría en cuanto tuviera la mínima oportunidad?
Porque eso era exactamente lo que le apetecería hacer.
El sabor a vainilla de su piel, la suavidad de su cuerpo bajo su lengua y bajo sus manos, todo había servido para que el deseo que sentía hacia ella creciera.
Desde que la tuvo medio desnuda sentada en sus rodillas, su ansia se había vuelto prácticamente insoportable. Aquella mujer lo volvía loco, pero quería algo más que su cuerpo. Quería que confiara en él. Se negaba a que volvieran a pillarlo como le había sucedido con Betsy. Haría todo lo que estuviera en su mano para averiguar lo que necesitaba saber respecto a Josie. Antes de que fuera demasiado tarde para proteger su corazón.
Así que el día anterior había escrito a su primo, Jericho Blue, que estaba en Houston. Catherine había recibido una carta del policía de la guardia montada un par de días atrás en la que le decía que pensaba que podría terminar con sus asuntos allí aquella misma semana.
Como Davis Lee no había conseguido recibir noticias del sheriff de Galveston, le había pedido a Jericho que se pasara por aquella ciudad para preguntar por Josie.
La respuesta de su primo había sido muy rápida.
Haría lo que pudiera, aunque tardaría al menos tres días antes de encontrarse con Davis Lee. Entretanto, el sheriff confiaba en que la propia Josie le contara por qué había ido a Torbellino.
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Davis Lee se acercó a los blancos. La joven se había graduado con buena nota en balas de heno y latas. Mientras las recogía para meterlas en el saco, Josie vació su pistola y la limpió.
—¿Estás lista? —le preguntó el sheriff dándose la vuelta para marcharse sin mirarla.
—Davis Lee…
El sheriff miró por encima del hombro y se detuvo al ver que ella no se había movido.
—Sé que ocurre algo. ¿Se trata de mí? ¿Es que no puedes mirarme después de lo que me hizo aquel hombre?
—¡No!
Davis Lee dejó caer el saco con las latas y se acercó a ella en dos zancadas.
—¿Qué te hace pensar semejante cosa?
—Últimamente te noto incómodo cuando estás conmigo.
—Desde luego no se debe a nada que tú hayas hecho, Josie —aseguró él, odiando haber dibujado una sombra de tristeza en sus ojos verdes.
—Entonces… ¿Por qué tienes tanto cuidado de no rozarme? —preguntó la joven abrazándose a sí misma.
—Cielo, estuve a punto de tomarte —murmuró Davis Lee apretando los puños para contenerse—. Pero puedes confiar en mí.
—Confío —aseguró Josie dando un paso adelante y colocándose a escasos centímetros de él.
Su aroma a miel invadió por completo los sentidos del sheriff.
—En estos momentos eres el único hombre en el que confío. Creo que te sientes culpable por lo que ocurrió entre nosotros la otra noche. Y no tienes por qué.
—Debí haber tenido más control —insistió Davis Lee—. Pero no te preocupes.
—¿Estás intentando decirme que no tengo que preocuparme de que vuelvas a tocarme?
—¿Estás preocupada por eso? —preguntó a su vez él, paralizado por la elección de sus palabras—. Porque si es así…
—¡No! Lo que me preocupa es que no vuelvas a tocarme nunca.
—Josie… —murmuró Davis Lee cerrando los ojos—. La otra noche pasaste por un infierno y yo te puse las manos encima. Por todo el cuerpo. Eso no era lo que necesitabas.
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—Sí lo era, Davis Lee —aseguró Josie poniéndole una mano en el pecho—.
Contigo me siento segura.
—¿De veras?
Ella asintió con la cabeza.
Aliviado, el sheriff deslizó la mirada hacia un mechón de cabello que le rozaba la mejilla.
—Así que yo puedo tocarte, ¿verdad?
Davis Lee vio que todavía tenía la mano sobre su pecho.
—Sí.
—Entonces, tal vez tú puedas tocarme a mí también —reflexionó Josie mordiéndose el labio inferior—. Podrías ponerme las manos en la cintura. Como si estuviéramos bailando.
Davis Lee hizo lo que le decía. El calor de su cuerpo le calentó la palma de la mano.
—Como ves, no tengo ningún miedo de ti —susurró la joven—. Ni tampoco me rompo. No soy de cristal.
El sheriff le rodeó la cintura con más fuerza y la atrajo ligeramente hacia sí.
—De acuerdo. Lo entiendo.
Davis Lee confiaba en que se tratara de una invitación, porque así fue como él se la tomó. Inclinó la cabeza, Josie le echó las manos al cuello y sus labios se rozaron.
El sheriff sentía el pecho extraño, ardiente y ligero al mismo tiempo. Ella olía delicioso y tenerla cerca era una maravilla. Estaba experimentando el mismo deseo desbocado que se había apoderado de él la otra noche. Quería seguir besándola, y más que eso, pero no podía. Se agarró al último atisbo de sentido común que le quedaba y se apartó lo suficiente como para mirarla a la cara, pero siguió abrazándola.
—Ya que te he dicho lo que tenía en la cabeza, ¿por qué no me dices qué hay en la tuya?
Josie se puso tensa. Davis Lee vio el pánico reflejado en sus ojos justo antes de que ella desviara la mirada.
—¿A qué te refieres?
—Cariño, los dos sabemos que ocurre algo.
—Es… Sólo lo del ataque.
—Josie, se trata de algo que está entre nosotros desde el día que te vi en el callejón —insistió el alzándole la barbilla.
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Ella cerró los ojos, y cuando volvió a abrirlos reflejaban una tormenta oscura. A juzgar por el gesto descompuesto de su rostro, parecía que le estuvieran provocando un daño físico real.
—Todavía no puedo hablar de ello. Dame un poco más de tiempo.
—¿Cuánto tiempo? —respondió Davis Lee irritado dejando caer los brazos—.
Quiero saber la verdadera razón por la que viniste a Torbellino.
—Davis Lee… —murmuró ella tragando saliva.
—¿Por qué tanto secreto?
—¿Quién ha dicho que haya ningún secreto?
—Si no lo hubiera, ¿por qué no ibas a contármelo? —reflexionó Davis Lee mirándola con fijeza—. ¿No te importa que yo pueda pensar que estás metida en algo turbio?
—No puedo evitar que pienses lo que quieras.
—Puedes, pero no lo evitas. Voy a averiguar de qué se trata y sería mejor que tú me lo contaras. Dime lo que quiero saber —le pidió con los ojos llenos de fuego—.
Dime que no me he equivocado a confiar en ti.
Josie se giró para evitar el gesto acusador de sus ojos azules. Había ido a Torbellino con un plan concreto y ahora todo se había transformado en un laberinto de emociones y secretos que no había esperado.
—Yo te conté lo de Rock River, Josie —le recordó Davis Lee con un inequívoco tono de desilusión—. ¿Es mucho pedir que me digas tú algo, una sola cosa?
No era mucho, pero ella no respondió. Sintiendo como si la tierra se estuviera abriendo bajo sus pies, le preguntó con voz temblorosa:
—¿Es mucho pedir también que me dejes contártelo cuando yo crea que sea el momento?
—Sí, porque no creo que pienses decírmelo —aseguró él de malos modos—. Lo único que estás haciendo es darme largas.
—Bueno, pues lo único que tú has hecho es presionarme —respondió Josie pasando delante de él para marcharse—. Pensé que sentías algo por mí.
—No juegues con esa carta —dijo Davis Lee con crudeza siguiéndola con el saco lleno de latas—. Será mejor que cambies de opinión y me lo cuentes. Y rápido.
—No lo haré —respondió ella, molesto por su tono impertinente.
Josie caminó más deprisa, pero las piernas largas del sheriff la alcanzaron enseguida. Llegaron al final de la ciudad. Ella atajó entre dos casas y se dirigió a las escaleras del porche del hotel.
—Supongo que entonces tendré que averiguarlo por mí mismo.
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—¿Y cómo? —preguntó Josie acalorada, sintiendo una voz de alarma.
Si le decía que había ido a Torbellino a matar a Ian, el sheriff intentaría impedírselo mediante la persuasión o la coacción.
—Lo único que necesitas saber es que voy a observarte muy de cerca.
Josie se detuvo en el último escalón y se giró para mirarlo con fiereza. En los ojos de Davis Lee había determinación. Y todo el miedo y la frustración que habían ido creciendo en su interior explosionaron en forma de rabia.
—¿Por qué no me dejas en paz?
—Deja las cosas claras y todo estará bien. Estás poniendo las cosas mucho más difíciles de lo que deberían ser.
—Márchate —murmuró ella apretando los dientes.
—Si cambias de opinión, ya sabes dónde estoy.
Josie se fue a su habitación conteniendo la rabia. Pero una vez a solas, le dio rienda suelta. Se apoyó contra la puerta cerrada y se quedó un buen rato en penumbra, temblando y luchando contra una creciente sensación de hundimiento. Si a Davis Lee le importara algo realmente, confiaría en ella.
¿Y por qué habría de hacerlo?, reflexionó su parte más sensata. «No le has contado nada sobre el dolor que Ian y sus hermanos te han provocado y el modo en que escaparon de la justicia».
Pero no quería decírselo porque ahora sabía que era ella la que tenía que matar a Ian. Josie se apartó de la puerta y se acercó a encender la lámpara de la mesilla antes de dejarse caer en el colchón. Incapaz de contener las lágrimas, hundió el rostro entre las manos.
La visita que había hecho por la mañana al periódico le había proporcionado información de sobra sobre la banda de forajidos, pero no sobre posibles personas aparte de las que ya conocía que pudieran tener interés en matar al único superviviente de los McDougal. Nadie aparte de Catherine o Andrew Donnelly, Cora Wilkes, Susannah o Riley Holt.
Josie no creía que ninguna de aquellas personas hubiera intentando atentar contra la vida del forajido.
A causa de lo que sentía por Davis Lee, su resolución iba menguando a cada hora que pasaba. ¿Cómo no iba a enamorarse de un hombre tan cuidadoso con sus sentimientos, que se preocupaba tanto de protegerla?
No quería pensar en cómo la había cuidado tras la mordedura de serpiente, ni en cómo la había salvado de una violación y seguramente de la muerte. Se había abierto a ella más de una vez y le había pedido que hiciera lo mismo. No se merecía menos, pero Josie no había sido capaz de devolverle la misma sinceridad.
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Si le contaba todo a Davis Lee, querría verla lejos de la ciudad y desde luego de su vida. Aquel pensamiento le provocaba un miedo helado. Pero la idea de que Ian McDougal pudiera volver a eludir a la justicia otra vez y no llegara a pagar nunca por todos los asesinatos que había cometido, todas las vidas que se había llevado, era espantosa. No era una decisión fácil.
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