Ocho

¡Menudo matón insoportable! Eso era lo que pensaba de Davis Lee Holt.

Acercarse a un grupo y luego obligarla a entrar en un cuarto a oscuras… Josie todavía echaba humo al día siguiente cuando tomó asiento en su puesto al lado de la ventana.

Durante la mañana hubo algunas nubes grises provenientes del oeste, pero a media tarde salió el sol, inundando la tierra de un suave calor. La boda de Catherine tendría lugar a mediados de octubre. Faltaba menos de un mes. Josie había adelantando mucho al coser la parte de arriba del vestido a la falda. Tenía mucho trabajo, lo que le impedía centrarse completamente en la cárcel.

No pensaba ir a su clase de tiro. Por lo que ella se refería, Davis Lee podía esperar hasta el día del juicio final.

A medida que transcurría el día, Josie vio a McDougal dos veces, cuando el sheriff lo sacó a la caseta. Davis Lee alzó la mirada en todas las ocasiones, pero ella se negó a mirarlo excepto cuando le daba la espalda.

La desconfianza del sheriff le dolía. No le gustaba que pensara que había intentado matar a Ian McDougal, algo absolutamente absurdo, ya que precisamente estaba en Torbellino para eso.

Pero ella no había sido. Entonces, ¿quién fue? Ian y sus hermanos habían matado a mucha gente por todo el estado. Seguramente, Josie no sería la única que quería verlo pagar por sus crímenes. Sólo en Torbellino había al menos tres personas que tenían buenas razones para vengarse.

Jericho Blue, el prometido de Catherine Donnelly, tenía motivos. Aquellos forajidos no sólo habían obligado a su amada a tratarle la tuberculosis a Ian, sino que además, habían asesinado a su compañero, también policía, y habían herido de gravedad al propio Jericho.

Susannah Holt había escapado de una muerte segura casi por casualidad cuando la banda, montada a caballo, asaltó su diligencia y su marido, Riley, fue tras Ian.

Si Cora Wilkes, cuyo marido, Ollie, había sido asesinado por los forajidos, hubiera sido la que disparó a Ian, seguramente no habría fallado. Aquella mujer parecía hábil en casi todo. Por otro lado, Josie no la veía tomándose la justicia por su mano.

Como aquello era exactamente lo que ella quería hacer, tenía que encontrar a alguien que la enseñara a disparar. Tenía que haber alguien dispuesto a hacerlo, alguien educado que la tratara bien. Josie dejó escapar un suspiro. Necesitaba a Nº Paginas 72-156

Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas alguien con acceso al prisionero para poder seguir vigilándolo. Y esa persona era Davis Lee.

Si no aparecía aquella noche para la clase, él se lo tomaría como una admisión de culpabilidad. No importaba que ella le hubiera asegurado que no disparó a Ian McDougal. Davis Lee pensaría que no se había equivocado. Y eso hacía que la llevaran los demonios.

Iría a su clase de tiro sólo para demostrarle que no tenía razón respecto a ella.

Se puso una falda azul sencilla y una parte de arriba blanca y se cepilló el cabello. Salió del hotel poco antes de la seis de la tarde y le hizo una visita a Jed Doyle, el armero de la ciudad. Cuando llamó a la puerta del sheriff con los nudillos eran casi las siete y ya había conseguido mantener a raya sus emociones.

O casi. Ver el asombro reflejado en aquellos ojos azules cuando abrió la puerta y la vio sirvió bastante para apaciguar su orgullo herido.

Davis Lee no esperaba que apareciera. Pero lo había hecho, y ahora tendría que lidiar con ella.

No llevaba puesto el sombrero y tenía el cabello revuelto aunque se pasara una y otra vez las manos por él. Un mechón grueso le caía por la frente, y Josie sintió deseos de colocarlo en su sitio. El sheriff la observó fijamente durante unos instantes.

—No te habrás olvidado de mi clase de tiro, ¿verdad? —preguntó con la más dulce de las voces, ladeando suavemente la cabeza.

—No —respondió Davis Lee apoyándose contra el marco de la puerta con expresión de estar decidiendo qué hacer con ella.

—Pues si estás listo, adelante.

El sheriff abrió la puerta del todo y señaló con un gesto al hombre de cabello negro que estaba sentado en la esquina de la mesa de Davis Lee limpiando un rifle.

—Éste es Jake Ross, mi ayudante. Jake, te presento a Josie Webster.

—Encantado —murmuró sin mirarla apenas el hombre, que tendría aproximadamente la edad de Davis Lee.

—Entra —la invitó el sheriff—. Voy a buscarte un arma.

—No es necesario —aseguró Josie palmeando el bolsillo oculto de su falda—.

Te hice caso y me compré uno de esos revólveres de bolsillo. Y dos cajas de balas.

¿Vamos a ir al mismo sitio?

—No —respondió Davis Lee saliendo de la oficina tras despedirse de su ayudante—. Vamos a la parte de atrás de casa de Catherine. Ya he hablado con ella y me ha dicho que no hay ningún problema. Allí hay menos serpientes. Vive con su hermano en la colina que hay justo pasada la iglesia.

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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Recorrieron hasta allí el camino en silencio. Catherine y su hermano no estaban en casa, así que bordearon el jardín, en el que había un invernadero, y torcieron al pasar por la bodega hasta dar con el establo. Davis Lee abrió la doble puerta y salió con una bala de heno en cada hombro.

—He pensando que esta vez podrías disparar a un objetivo más grande que una lata —bromeó el sheriff—. Así tendrás más posibilidades de acertar.

Josie se sintió tentada de sonreír, pero recordó el modo como la había tratado la noche anterior y apartó la vista. Davis Lee comenzó a caminar hacia una pradera que había detrás del establo. El sol de última hora de la tarde, de un dorado oscuro, recorría la parte superior de la hierba.

Davis Lee se detuvo bastante lejos del establo, en una suave hondonada, y colocó una de las balas rectangulares encima de la otra.

—Josie… —murmuró de pronto girándose para mirarla fijamente—. Me gustaría disculparme. Anoche fui demasiado bruto. No debí llevar el asunto del modo en que lo hice, y lo lamento.

Ella lo miró con los ojos muy abiertos, sorprendida.

—Estaba claro que me considerabas culpable.

—Sí. No sé. Pero si lo fueras no habrías ido esta noche a buscarme. No estoy muy seguro, pero en cualquier caso me disculpo por mis maneras.

Josie no pudo evitar sonreír levemente. Pero por mucho que le gustara escuchar sus disculpas, le resultaba mucho menos peligroso cuando no era tan amable.

—Gracias. Disculpas aceptadas —dijo—. Si algo le ocurriera a McDougal mientras estuviera aquí, ¿te harían a ti responsable?

—Sí. Después de todo, la cárcel es cosa mía.

Josie no quería eso. Davis Lee le había salvado la vida y ahora ella ponía en peligro su trabajo. Lo último que deseaba en el mundo era hacerle daño, pero lan McDougal tenía que pagar por haber asesinado a sus seres queridos.

Lo vio regresar al establo, comiéndose la distancia con sus largas piernas y regresó en unos instantes después con dos balas más que colocó encima de las otras.

—De acuerdo —dijo entonces el sheriff—. Empecemos.

Tras explicarle los rudimentos básicos, le enseñó cómo cargar las primeras seis balas y la animó a disparar. Josie vació el cargador sin acertar el blanco ni una sola vez.

—Intenta relajarte —le aconsejó Davis Lee colocándole suavemente la mano en el hombro—. Tienes los hombros muy tensos. Eso es parte del problema.

—El otro es que hasta un ciego tiene mejor puntería que yo —protestó Josie con una mueca.

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—Lo conseguirás —aseguró el sheriff sonriendo—. Sólo es cuestión de práctica.

Al disparar, aprieta el gatillo lentamente e imagina que vas a hacer un agujero en el saco.

Josie rellenó el cargador de balas. El sheriff se acercó a ella y le rodeó la muñeca con la mano, apoyando el pulgar en la base de su pulso. Tenía la palma de la mano caliente y fuerte. Así la sintió ella sobre la piel. Josie imaginó que acertaba el objetivo y apretó el gatillo. En la bala izquierda apareció un agujero.

—¡Le he dado! —exclamó la joven tras unos segundos, sin dar crédito a su hazaña—. ¿Lo has visto? ¡Le he dado!

Emocionada, se giró hacia Davis Lee. Estaba más cerca de lo que recordaba, y lo empujó con fuerza. La pistola salió volando. Antes de que pudiera reaccionar, se escuchó un disparo en el aire.

Josie gritó y se tiró encima de él, echándole los brazos al cuello. Se apretó todo lo que pudo.

—¿Qué ha sido eso?

—Tu pistola —respondió Davis Lee abrazándola mientras miraba por encima de su hombro—. Tienes suerte de que estuviera señalando en otra dirección. Podrías habernos volado los pies.

—Estaba tan emocionada por haber dado al fin en el blanco —murmuró apoyando la cabeza contra su hombro—. Lo siento.

—No ha habido daños. Esta vez —le susurró Davis Lee en la mejilla.

Josie se dio cuenta entonces de que estaba completamente pegada a él. Con cada centímetro de su cuerpo. Tragó saliva.

—Tienes que tener cuidado —le dijo él con voz aterciopelada e insinuante.

Josie lo miró a los ojos. No había lugar a dudas del deseo que reflejaban. Un deseo que debió obligarla a apartarlo de sus brazos y poner los pies en terreno más sólido.

—Lo tendré —aseguró humedeciéndose los labios—. Lo prometo.

Los ojos de Davis Lee se oscurecieron y todos sus sentidos la arrastraron hacia el hombre que tenía delante.

El olor a pólvora y la emoción por haber acertado en el blanco desaparecieron.

El pecho de Davis Lee le resultaba duro contra sus senos. Su aroma a hombre le inundó los sentidos. Su cuerpo se ajustaba perfectamente al de ella.

—Voy a besarte, Josie —gruñó—. Tengo que hacerlo.

—¿Estás intentando asustarme? —preguntó ella conteniendo la respiración.

—Si estás asustada será mejor que salgas corriendo. Ahora.

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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas No quería salir corriendo. Quería sentir su boca sobre la suya. El corazón le latía a toda prisa en el pecho. Y apretó los brazos con fuerza alrededor de su cuerpo.

Tenía que probarla. Sintiéndose inundado por su aroma, Davis Lee inclinó la cabeza y posó los labios sobre los suyos.

Josie se puso rígida un instante y luego abrió la boca para darle acceso. El suave gemido que salió de la garganta de la joven aumentó su deseo. Había fantaseado con cómo sería su sabor, pero nunca imaginó que el dulzor de su boca pudiera alcanzar aquellos extremos.

Josie le acarició la lengua con la suya. Él le colocó una mano en la espalda y le cubrió la nuca, de modo que su dedo pulgar descansara en la hendidura de su cuello.

Davis Lee aspiró con fuerza su aroma, con la mente nublada a todo razonamiento, mientras una necesidad salvaje se apoderaba de él.

Torció un poco la cabeza para entrar más profundamente y más despacio con la lengua. Ella no se resistió. Era una mujer entregada y suave. Gimió y le agarró las solapas de la camisa. Davis Lee alzó la cabeza y respiró con profundidad. Loco de deseo, apretó la prueba de su excitación contra su muslo y ella, al sentirla, abrió los ojos.

—Oh, Dios… —murmuró alzando una mano temblorosa para acariciarle el rostro.

Davis Lee volvió a besarla, esta vez con más fuerza, exigiéndole una rendición total.

Y lo consiguió. Josie se derritió entre sus brazos y alzó los brazos hasta su cabeza para acariciarle el cabello. Estaba excitada y caliente.

Davis Lee pensó que le iban a fallar las rodillas. Apartó los labios de los suyos y le clavó suavemente los dientes en el cuello antes de abrirse camino hasta la oreja, mordisqueándole suavemente el lóbulo.

Josie se estrechó todavía más contra él, emitiendo un sonido a medio camino entre el gemido y la protesta. Él le recorrió la sien con la lengua, saboreando la fina textura de su piel, absorbiendo su aroma a miel. Le estaba rozando los labios con los suyos cuando escuchó un ruido detrás de él.

Davis Lee alzó la cabeza.

—No… —gimió Josie intentando volver a bajársela.

—Sss…

La apretó contra sí, tratando de escuchar por encima del murmullo de su sangre.

El sonido de una voz, el ruido de los arneses, el suave relinchar de un caballo…

Había alguien en el establo. Catherine.

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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Josie escuchó entonces también los ruidos. Se puso tensa y se apartó de sus brazos. Tenía el rostro sonrojado y el cabello revuelto. Sus senos subían y bajaban rápidamente.

Davis Lee apretó los puños y se obligó a sí mismo a dar un paso atrás, algo que le resultó muy duro porque su deseo era estrecharla de nuevo entre sus brazos y terminar lo que había empezado. Apartándose, esperó a que Josie le diera una bofetada o saliera corriendo.

Ella lo miraba fijamente, con sus ojos verde musgo brillando.

El potente latido de su pulso comenzó a calmarse entonces lo suficiente como para que su cerebro funcionara. Seguramente Josie esperaba que se disculpara por haberse tomado semejantes libertades, pero ella se limitó a decir:

—Creo que deberíamos marcharnos.

La joven se dio la vuelta y se agachó para guardar su pistola. Vació cuidadosamente el cargador y después la metió en el bolsillo de la falda. Se pasó la mano por el cabello. Todavía tenía los labios húmedos por sus besos.

Davis Lee sintió un deseo ancestral en su interior al mirarla. Quería volver a saborearla. Quería tomarla. Era suya.

Aquella idea hizo explosión dentro de su cabeza y de de pronto sintió que no podía respirar. Le quemaban los pulmones, como si tuviera encima una presión invisible. Tenía que alejarse de ella.

—Luego vendré a llevar las balas de heno al establo de Catherine —dijo—.

Debería acompañarte al hotel antes de que se haga de noche.

—Sí. De acuerdo.

Josie no lo miró mientras caminaban en silencio de regreso a la ciudad. Iban por un sendero alejado. Una sola mirada a la joven y quedaba claro que la habían besado apasionadamente.

—Josie…

—No digas nada, por favor. No digas nada.

Sabía que aquello no volvería a ocurrir nunca. No podía ser. Pero no quería escucharle decir que se arrepentía.

Encontraría la manera de dejar de lado aquel recuerdo, de modo que Davis Lee pudiera continuar dándole clase.

Al llegar a la puerta del hotel se detuvieron. La joven trató de aliviar la tensión del momento soltando una carcajada.

—Me alegro de que hoy no hayas tenido que matar ninguna serpiente por mí —

dijo—. Espero poder volver a acertar en el blanco. ¿Crees que lo de hoy ha sido una casualidad?

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—No puedo hacerlo, Josie —aseguró él aclarándose la garganta—. No puedo volver a darte clase y lo siento.

—¿Es porque he dejado caer la pistola? —preguntó la joven poniéndose tensa

—. No volverá a ocurrir. Pero no es por eso, ¿verdad? —quiso saber mirándolo fijamente—. Es por… por lo que ha ocurrido, ¿verdad?

—No, no es por eso —aseguró Davis Lee.

Pero parecía tan incómodo que Josie supo que mentía.

—Podemos olvidarlo.

Ella no sabía cómo. Nadie la había besado nunca así, ni siquiera el hombre con el que había prometido casarse.

—Quiero decir, que han sido sólo unos besos, ¿no?

—Han surgido cosas que reclaman mi atención —aseguró Davis Lee endureciendo el gesto—. Toda mi atención. Espero que lo entiendas.

—Pero…

—Ya nos veremos —murmuró el sheriff llevándose la mano al sombrero.

Y dicho aquello se marchó. Josie observó su paso firme y conscientemente apresurado mientras se encaminaba hacia la cárcel. Sintió deseos de gritar. Lo necesitaba. Necesitaba su ayuda, se corrigió. Sólo eso. Sin embargo, luchó contra la desagradable sensación de haber perdido algo más que unas clases de tiro.

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