Diez
Durante las siguientes dos horas, Josie lo observó disimuladamente. Sus invitaciones para bailar descendieron notablemente tras bailar con Davis Lee, y ella supo que era porque la gente pensaba de ellos lo mismo que Susannah y Catherine.
¿Por qué no la dejaba en paz?
Mientras el sheriff bailaba con ellas, con Cora, con Pearl y con casi todas las mujeres del lugar, Josie respondió a las preguntas que le hacían sobre su trabajo como costurera. Cuando la gente empezó a marcharse, Josie buscó con la mirada a Cora, que había desaparecido tras bailar con Davis Lee.
—Les dije a Cora y a Loren que yo te llevaría al hotel.
Josie dio un respingo al escuchar la voz de Davis Lee. ¿Cómo era posible que hubiera aparecido así, de manera tan sigilosa?
—Puedo volver con Catherine.
—Se ha marchado también. Insisto en llevarte. He traído carruaje.
Josie echó un vistazo a su alrededor y se dio cuenta de que apenas quedaba ya gente. Pero no entendía por qué el sheriff se había ofrecido a acompañarla si la otra noche había dejado perfectamente claro que no quería pasar mucho tiempo con ella.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —le dijo cuando estuvo instalada cómodamente en el carromato con una manta encima de las piernas—. ¿Qué ocurrió en Rock River?
El rostro del sheriff se descompuso por completo y ella se sintió inexplicablemente culpable por haberle hecho aquella pregunta. De pronto, no quiso saber porqué le hacía tanto daño recordar.
—Lo siento, Davis Lee —dijo en voz baja—. No es asunto mío. No debí preguntarlo.
Él no apartaba la vista del camino. La luz de la luna le marcaba el contorno de las facciones, y por un instante pareció tan distante, tan solo, que Josie sintió lástima por él.
—Una vez estuve enamorado —dijo finalmente—. Se llamaba Betsy Mays. O
eso me dijo. La conocí cuando llegó a Rock River fingiendo huir de un padre que abusaba de ella. Cuando me di cuenta de que mentía ya había timado a la mitad de la ciudad pidiéndoles dinero para ayudar a mujeres como ella a iniciar una nueva vida.
—¿Y te echaron de la ciudad por su culpa? —preguntó Josie sin dar crédito.
—Yo la defendía. A la gente no le gustó que su sheriff tuviera tan poco sentido común. ¿Y quién puede culparlos? Yo soy un representante de la ley. Debí sospechar algo al menos.
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Ahora entendía Josie por qué vigilaba la diligencia para controlar cada nueva llegada.
—Como habrás adivinado, siento una aversión especial por los mentirosos —
aseguró con voz cargada de rabia—. Y tengo mucho cuidado con la gente nueva que llega a la ciudad. No permitiré que vuelva a ocurrirme nada semejante.
—No fue culpa tuya.
—Confié en ella y no debí hacerlo. Mucha gente sufrió por culpa de eso.
Josie entendió que tenía buenas razones para sospechar de todo el mundo, para desconfiar de ella. Le estaba mintiendo, igual que había hecho la otra mujer. Si alguna vez lo averiguaba, si la miraba con la misma fiereza en los ojos, no podría soportarlo.
—Nunca le había contado esto a nadie, excepto a mi hermano Riley —murmuró el sheriff—. Y ya que he sido sincero contigo, ¿por qué no lo eres tú también conmigo, Josie? Dime qué has venido a hacer a Torbellino. Tengo curiosidad por saber por qué has dejado a tu familia para venir tan lejos.
—Mis padres han muerto —dijo ella colocándose las manos en el regazo.
—Lo siento —murmuró Davis Lee sintiendo que se le encogía el corazón—. ¿Y
por qué escogiste Torbellino?
—No lo escogí —aseguró Josie—. Me subí a la diligencia y cuando se detuvo aquí me pareció un lugar agradable y quise quedarme.
Davis Lee sabía que la joven estaba ocultándole cosas. Pero también tenía la sensación de que estaba empezando a confiar en él. Y deseaba que eso ocurriera tanto como deseaba obtener respuestas.
Ya habían llegado casi al hotel. Josie estaba preciosa con aquel vestido rosa y la luz de la luna iluminándole el rostro. Quería volver a besaría. Quería nacer más que eso.
Las preguntas que los hermanos Baldwin le habían hecho antes regresaron a su cabeza con total claridad. No se creían que tuviera una relación con Josie como quería haberles hecho creer. Ellos dejaron bien claro cuáles eran sus intenciones, sobre todo Matt. Y Davis Lee sintió un latigazo interior. Le había pedido un baile porque sabía que, de no hacerlo, todos los hombres del lugar sabrían en cuestión de minutos que Josie estaba libre. Y no lo estaba.
Tal vez no confiara en ella, pero la deseaba. Y hasta que supiera qué hacer con ello, él sería el único hombre con el que pasaría su tiempo.
Davis Lee detuvo el carruaje y se bajó para ayudarla.
—Buenas noches —le dijo reteniendo su mano más tiempo del que hubiera sido necesario—. Te recogeré mañana a las seis y media.
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—¿Cómo? —preguntó ella—. ¿Para qué?
—Para tu clase —aseguró el sheriff sonriendo al observar su gesto de desconcierto.
—Pensé que estabas muy ocupado —le recordó Josie mirándolo con dureza—.
Además, estoy muy contenta con Jake.
—Me sentiré mejor sabiendo exactamente qué clase de instrucción recibes —
insistió el sheriff.
—¿Por qué has cambiado de opinión? —quiso saber la joven entornando los ojos.
—Pensé que querías que fuera yo quien te diera la clase —aseguró el sheriff subiendo al pescante—. No te preocupes por Jake. Yo se lo diré.
Josie se cruzó de brazos y lo miró fijamente durante unos segundos. Al darse cuenta de que no iba a cambiar de opinión, se rindió.
—De acuerdo —dijo suspirando.
Davis Lee esperó a que se metiera dentro del hotel para dirigirse a la caballeriza a devolver el carruaje. Poco a poco se iba ganando la confianza de Josie. La joven le había contado que sus padres habían muerto, igual que su prometido. ¿Tendrían aquellas muertes algo que ver con el hecho de que estuviera allí, en Torbellino? De un modo u otro terminaría averiguando la razón de su presencia allí.
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