Trece

Por primera vez, Josie se replanteó su plan de matar a Ian McDougal. Las emociones que la invadían la tenían sorprendida. Y la hacían sentirse frustrada. En los dos años que habían pasado desde el asesinato de sus seres queridos, nunca había dudado de sus intenciones respecto a los McDougal. Nunca se cuestionó el plan que tenía con respecto a Ian, el único superviviente de la banda de forajidos. Pero ahora, cuando no habían transcurrido ni dos meses desde su llegada a Torbellino, no estaba muy segura de ser capaz de matar al hombre que había asesinado a sangre fría a sus padres y a su prometido.

No tenía ninguna duda de que podría apretar el gatillo. La incertidumbre provenía al imaginar el modo en que Davis Lee Holt la miraría después. Apenas conocía a aquel hombre. ¿Cómo era posible que le importara más él que hacerle justicia a su familia?

¿Qué clase de persona era ella si unos cuantos besos la hacían olvidarse de vengar a la gente que amaba? ¿Dejar de lado la promesa que les había hecho sólo por tener la oportunidad de explorar sus sentimientos hacia Davis Lee? Pero, si la cumplía, aquel sheriff alto y guapo la miraría sólo con resentimiento. Y desde luego no volvería a besarla.

Josie odiaba que hubiera secretos entre ellos. Ya se había acercado demasiado a Davis Lee y eso no tenía vuelta atrás. Lo único que podía hacer era intentar mantener la mayor distancia posible entre ellos.

A excepción de la hora que pasaban juntos cada noche durante la clase de tiro, Josie se mantuvo lejos de él siempre que le era posible. Dejar las clases no entraba dentro de sus opciones. Estaba mejorando mucho, pero el juez llegaría en dos semanas y Josie no estaba todavía preparada por si el resultado del juicio no era el esperado. Cora volvió a invitarla a cenar el mismo día que Davis Lee, pero la joven puso una disculpa para no ir. Le estaba costando mucho trabajo hacerse la dura.

Davis Lee le gustaba demasiado. Lo deseaba. Aquel beso tan tierno que le había dado en Abilene la había dejado del revés. No podía dejar de pensar en ello. Y quería más.

El sábado por la tarde, después de la clase de tiro, Davis Lee la acompañó al hotel y luego fue a revelar a Jake para que fuera a cenar. Josie se pasó el resto de la velada haciendo los últimos retoques del vestido de novia de Catherine. Aquello la llevó tres veces más de lo que debió haber tardado porque no dejaba de mirar por la ventana. A él.

Sentía como si las paredes de la habitación se abalanzaran sobre ella. Estaba tan agobiada que bajó las escaleras y salió para respirar un poco de aire fresco.

Eran más de las diez de la noche. La luna llena brillaba como un ángel sobre el cielo negro como la tinta, derramando su luz sobre la ciudad. La taberna, situada al Nº Paginas 101-156

Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas otro extremo de la ciudad, estaba bien iluminada y se escuchaba el sonido de un piano y voces. Una luz brillaba dentro de la caballeriza, en la puerta de al lado.

Al principio, Josie se limitó a quedarse en la puerta del hotel y respirar el aire fresco, arropándose dentro del chal. Pero no podía evitar una sensación de deslealtad y culpabilidad hacia su familia por vacilar en su intento de matar a McDougal.

Entonces salió del hotel y comenzó a caminar hacia el otro extremo de la ciudad. Cuando pasó por delante de la cárcel, vio que había una luz dentro y distinguió la figura de Jake frente a la ventana.

Josie se preguntó si Davis Lee habría dado ya comienzo al ritual que llevaba a cabo por las noches. Le había dicho que siempre se aseguraba de que las puertas de los comercios estuvieran bien cerradas y no hubiera niños revoltosos andando por allí ni encuentros amorosos en la caballeriza.

No podía quitarse de la cabeza el recuerdo de su expresión cuando le habló de la mujer que había amado y que le había mentido. Josie no podría soportar que Davis Lee la mirara con aquella máscara implacable que había visto la noche en que le contó lo ocurrido con aquella mujer malvada de Rock River.

El ruido penetró entonces en sus turbulentos pensamientos y Josie se encontró frente a la taberna de Pete Cárter. Las notas del piano intentaban abrirse paso por encima de las carcajadas. El olor a alcohol era lo suficientemente fuerte como para hacerse notar por encima del olor de los caballos que había en la caballeriza de al lado.

Josie no se había dado cuenta de que se había alejado tanto del hotel. Escuchó las voces desafinadas de un grupo de hombres cantando una canción que no conocía.

No estaba asustada, pero cruzó al otro lado de la calle.

Oyó entonces un ruido detrás de ella y giró la cabeza. Le pareció que provenía del callejón que había entre la taberna y la caballeriza. Volvió a escucharlo.

—¿Hay alguien ahí? ¿Necesita ayuda?

—Sí —respondió una vez masculina, rota por el dolor o por el exceso de alcohol.

Josie vio entonces a un hombre joven que se acercaba a la luz. Mediría casi dos metros y tenía el pelo rubio. Parecía incluso más joven que ella. Sus ojos azul claro brillaban en la semioscuridad.

—¿Puedes ayudarme?

Josie se quedó donde estaba. El hombre tenía los pantalones y la camisa muy sucios y olía a basura.

—¿Está herido?

—Sí. ¿Por qué no me das un beso para ver si me curo?

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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Disgustada, Josie se dio la vuelta para marcharse. Pero él reaccionó con rapidez y la agarró del brazo.

—¡Suélteme!

La joven intentó zafarse de sus dedos, pero era más fuerte de lo que parecía. El hombre intentó atraerla hacia sí.

—No eres tan amable como las demás chicas de la taberna.

—¡Te he dicho que me sueltes!

Pero el hombre la arrastró consigo hasta el fondo del callejón. Josie gritó. El chal se le cayó al suelo.

—Sólo quiero que pasemos un buen rato —dijo el hombre agarrándole el brazo izquierdo con la otra mano—. Ya verás como tú también te diviertes.

El aliento le apestaba a alcohol. Josie intentó hacerse con su bisturí. El hombre vio el movimiento que hacía y metió también la mano en su escote, apretando.

Una explosión de pánico y rabia se apoderó de Josie. Sacó el bisturí e intentó clavárselo en la traquea. El hombre torció la cabeza en el último instante. Le salía sangre del corte que le hizo en la mandíbula.

Josie trató de atacarlo de nuevo, pero él gritó rabioso y le puso las manos a la espalda. Ella se tambaleó y fue a dar contra el muro de la taberna. El bisturí salió volando. Josie trató de escapar.

Pero el hombre la agarró de la falda, le dio la vuelta y empezó a romper las costuras. Josie trató de zafarse y gritó con la esperanza de que alguien de la taberna pudiera oírla.

El maleante la agarró del pelo para obligarla a darse la vuelta. Sin dejar de gritar, Josie lo empujó y él respondió dándole un puñetazo en la cara. La joven cayó de rodillas y se mareó. Le ardía la mejilla. Intentó escaparse a gatas, pero él la agarró de las piernas. Entonces le puso la mano en la boca para acallar sus gritos. Ella se revolvió y pateó y le mordió la mano. El siguiente puñetazo la dejó tumbada y casi inconsciente.

El hombre se subió encima de ella, colocándole una vez más la mano en la boca.

Olía que apestaba. Tiró del escote de su vestido verde, arrancándole los botones.

Luego le puso una pierna encima de las suyas y la apretó con fuerza alrededor de sus tobillos, aprisionándola mientras le subía la falda.

De pronto dejó de sentir su peso. Josie intentó ponerse de pie para salir corriendo. Un hombre alto de hombros anchos estampó a su atacante contra el muro de la taberna. Gracias al reflejo de la luna pudo ver que se trataba de Davis Lee.

Tenía los ojos inyectados en sangre.

Josie se apretó contra el muro. El corazón le latía dolorosamente contra el pecho mientras su mente, confundida, intentaba razonar lo que estaba viendo. El puño de Nº Paginas 103-156

Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Davis Lee golpeaba una y otra vez el rostro del otro hombre, al que le sangraba la nariz y cuya cabeza se balanceaba de un lado a otro como si fuera un pelele.

Josie siguió apoyada contra el muro. Todo su cuerpo temblaba. Le dolía la mandíbula y le ardía la cara. Sentía un frío intenso dentro de los huesos. Davis Lee tiró al maleante al suelo, se arrodilló, y le hizo algo que Josie no pudo distinguir. La joven comenzó a sollozar.

Davis Lee corrió hacia ella, se puso de rodillas y la sujetó por los hombros.

—Josie, ¿te encuentras bien? Dime algo.

Ella lloraba con tal intensidad que no podía verlo. Davis Lee la rodeó con sus brazos y se dejó caer sobre su pecho sólido. Allí se sentía segura. Tranquilizada por su aroma masculino, terminó por comprender que le estaba haciendo una pregunta.

—Dime, ¿estás bien?

—Eso… Eso creo —murmuró Josie entre sollozos—. Por favor, sácame de aquí.

—Mírame, cariño —le pidió Davis Lee con dulzura—. Déjame que te vea la cara.

Ella hizo lo que le decía. Le temblaban las piernas. Davis Lee le recorrió con delicadeza el rostro con las manos, acariciando su mejilla dolorida. Cuando le rozó la mandíbula, gimió.

Davis Lee maldijo entre dientes y sus ojos desprendieron un brillo salvaje, pero sus manos fueron todo ternura cuando la ayudó a levantarse. Enseguida le preguntaría qué estaba haciendo allí. Y Josie no podía decirle que había salido porque pensar tanto en él la estaba volviendo loca.

Davis Lee encontró el chal, se lo pasó por los hombros y se quedó de piedra cuando volvió a mirarla.

—Tienes el vestido destrozado —murmuró con furia apenas contenida—. ¿Te ha…?

—No. Llegaste antes de que lo hiciera.

—Te llevaré con Catherine —le dijo abrazándola.

—¡No! —respondió ella sintiendo una oleada de pánico y de vergüenza.

—Pues con Cora entonces.

—Sólo tú. Nadie más —insistió Josie abrazándolo con tanta fuerza que uno de los botones se le clavó en la mejilla—. No quiero que nadie más lo sepa.

—No ha sido culpa tuya, Josie.

—Por favor —suplicó ella hundiendo el rostro en su pecho—. Por favor.

—De acuerdo, de acuerdo —cedió Davis Lee acariciándole la espalda—. Deja que te lleve a tu habitación y luego…

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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas

—Podría verme alguien. No quiero que nadie me vea así.

—¿Y si te llevo a mi casa? ¿Vendrías?

—Sí.

Davis Lee se inclinó para llevarla en brazos, pero ella se negó.

—Puedo caminar —aseguró con voz temblorosa.

—Me sentiré mejor si te llevo —insistió él levantándola del suelo sin esfuerzo—.

Te dejaré en casa. Luego me ocuparé de este desperdicio humano.

Luchando contra la imagen de Josie en el suelo con la falda levantada y aquel desgraciado montado encima de ella, Davis Lee la sacó del callejón.

La joven apoyó la cabeza sobre su hombro. Respiraba con dificultad. El sheriff sintió un nudo de rabia en la garganta. ¿Y si no hubiera oído su grito? ¿Y si no hubiera llegado a tiempo para impedir que aquel tipo la violara?

—¿Lo has… lo has matado? —preguntó Josie con voz trémula.

—Todavía no —respondió él apretando la mandíbula.

Josie se estrechó contra él. Le temblaba todo el cuerpo. Llegaron a la casita de Davis Lee, que estaba sólo iluminada por la luz de la luna. Subió los escalones del porche y abrió la puerta con el hombro, cerrándola con el pie una vez estuvo dentro.

Aparte de unas cuantas virutas de madera de pino, cortesía de la talla que estaba haciendo desde la noche en que la llevó a Abilene, la casa estaba limpia. Fue construida por la gente del pueblo para el sheriff de Torbellino y tenía más comodidades de las que Davis Lee estaba acostumbrado a tener. Ahora se alegraba de contar con una bomba de agua y un cuarto de baño en la parte de atrás de la casa.

En la parte izquierda de la habitación central había una chimenea que hacía que el dormitorio de Davis Lee, separado por una pared, se mantuviera calentito durante el invierno. Al otro lado de la estancia principal había un segundo dormitorio. Hacía un poco de frío. El aire olía a madera y a queroseno.

Davis Lee atrajo hacia sí una silla con el pie y la acercó al horno. Pero cuando trató de depositar allí a Josie, la joven se abrazó con fuerza a él.

—Voy a buscar una lámpara —dijo suavemente—. Luego encenderé el fuego y te pondré una manta.

—No quiero que te vayas —aseguró ella abriendo los ojos de par en par, aterrorizada.

Davis Lee le acarició el cabello para tranquilizarla y finalmente ella lo soltó.

—Tengo que irme un momento para meter a ese tipo en la cárcel —aseguró el sheriff tras encender la chimenea y tapar a Josie con una colcha que había hecho su madre hacía años—. No tardaré.

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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas No le preocupaba que aquel malnacido se marchara a ninguna parte, porque había utilizado su propio cinturón para atarlo como un perro. Pero Davis Lee tampoco quería que el tipejo llamara la atención de nadie.

—Toma —dijo dejando un arma encima del regazo de Josie—. Utilízala si la necesitas.

Ella asintió con la cabeza pero no tocó la pistola. Davis Lee le acarició el cabello despeinado.

—Atranca la puerta cuando salga. Volveré enseguida.

Esperó a escuchar el sonido de la tranca de madera antes de salir corriendo hacia el callejón para asegurarse de que el prisionero no se había movido. Allí seguía.

Davis Lee comprobó que todavía respiraba. Y se sintió un poco decepcionado al ver que sí.

Había sido un milagro escuchar el grito de Josie con el jaleo que había en la taberna, sobre todo teniendo en cuenta que Davis Lee estaba comprobando que la puerta de la armería de Jed Doy le, situada bastante lejos, estuviera bien cerrada.

Para no dejar a Josie sola más tiempo del necesario, Davis Lee corrió hacia la cárcel y le pidió a Jake que detuviera al tipo que estaba allí atado y lo encerrara. Las preguntas que podrían planteársele a su ayudante tendrían que esperar. Menos de cinco minutos más tarde, Davis Lee había regresado a su casa.

Cuando Josie escuchó su voz, abrió la puerta tan deprisa que el sheriff se imaginó que había estado todo el tiempo allí. Estaba acurrucada dentro de la colcha, y al verlo una expresión de infinito alivio cruzó por su rostro.

—¿Está ya en la cárcel?

—Va camino de ella —aseguró Davis Lee cerrando la puerta y luego se quitó el abrigo.

Josie acortó la distancia que había entre ellos y colocó la cabeza en su pecho. Él sintió un nudo en la garganta.

—Vamos allá —dijo colgando el abrigo en la percha que había detrás de la puerta.

La levantó en brazos y la llevó a la silla en la que había estado sentada antes. Al inclinarse para dejarla, Davis Lee cerró los ojos y aspiró su aroma, se dejó invadir por él. Josie tembló entre sus brazos y él esperó en silencio a que se le fuera pasando el miedo.

—He encontrado tu bisturí. Lo tengo en el bolsillo del abrigo.

—Se lo clavé.

—Ya lo sé, cielo. Bien hecho —la tranquilizó él acariciándole muy suavemente el pelo.

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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Josie tenía los ojos cerrados y estaba pálida como la cera. Su chal descansaba en el respaldo de otra silla y le pareció ver una cosa verde y blanca en el suelo, detrás de la mesa. Su vestido.

—Tenía que quitármelo —aseguró ella siguiendo la dirección de su mirada.

—¿Entonces no tienes…? ¿Estás…? ¿Necesitas algo de ropa? Puedes ponerte una camisa mía.

—Estoy bien. No me lo he quitado… Todo. No tengo frío.

Davis Lee la tapó todavía más con la colcha, tratando de no pensar en lo que se podría encontrar debajo de ella. Le asomaban las botas por debajo, y distinguió unos calcetines blancos.

—Gracias por no contárselo a nadie.

—De nada —respondió el sheriff apoyando la cabeza de Josie contra su hombro

—. Jake lo llevará mañana a Abilene. No quiero ver a ese malnacido cerca de ti. ¿Te sientes un poco mejor?

Ella asintió con la cabeza y dejó escapar un suspiro.

—¿Cómo ha sido, Josie? —le preguntó con dulzura acariciándole el cabello.

—Salí a dar un paseo —aseguró ella con voz pausada—. No me di cuenta de lo lejos que había llegado hasta que me vi en la taberna. Cuando quise volver al hotel, escuché un sonido detrás de mí. Y entonces aquel hombre me atacó.

—Me alegro de que llevaras el bisturí.

—Yo también.

—¿Qué hacías paseando tan tarde? —quiso saber Davis Lee sin dejar de acariciarle el pelo.

—No… No podía dormir.

—¿Algo te preocupaba?

Ella asintió con la cabeza apoyada contra su hombro.

—¿Quieres contármelo?

Si no la hubiera tenido abrazada no se habría dado cuenta de que su cuerpo se tensó casi imperceptiblemente. ¿Por qué no querría que supiera lo que la preocupaba? Seguro que no había estado viendo a nadie. Ni tampoco se había vuelto a colar en la cárcel.

—¿Es que a estas alturas todavía no sabes que puedes confiar en mí? —le preguntó suavemente.

—No se trata de eso —susurró Josie con voz tan baja que tuvo que hacer un esfuerzo para entenderla—. Sólo… Sólo salí a dar un paseo.

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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Su instinto le dijo que había estado a punto de contarle algo, pero prefirió no insistir. El latido del corazón de Josie comenzó a tranquilizarse y su respiración se hizo menos agitada también.

—Traeré un poco de agua. Te sentirás mejor cuando te hayas quitado todo ese polvo.

Davis Lee se levantó despacio y sacó un barreño de debajo del fregadero y lo llenó de agua. Añadió un ladrillo caliente de la chimenea. Tras meter dentro una toalla limpia, dejó el barreño encima de la mesa y sacó del armario una botella de whisky y dos vasos.

Tras llenarlos con una cantidad moderada de licor, se acercó de nuevo a Josie y le puso uno en la mano.

—Bébetelo. Te ayudará a tranquilizarte.

Ella bebió despacio, poniendo un gesto de desagrado al primer sorbo.

Davis Lee le puso la mano en la parte superior de la espalda y la acarició hasta que se hubo bebido todo el vaso. Luego sacó la mecedora de la esquina en la que estaba, la puso delante de la silla y le hizo un gesto a Josie para que se sentara allí.

Luego le llevó el barreño de agua.

—Yo te lo sujetaré —le dijo.

Ella relajó un poco la tensión con la que estaba sujetando la colcha y la abrió ligeramente a la altura del cuello. Luego alzó la mano para agarrar la toalla y la apretó para quitarle el exceso de agua. Le temblaban las manos visiblemente y las unió, mirándolas fijamente como si pudiera ordenarles con la vista que dejaran de moverse.

Tras unos segundos, al ver que seguía sin moverse, Davis Lee dejó el barreño en el horno frío y sentó a Josie en sus rodillas, apoyándola contra el hombro izquierdo para poder utilizar la mano derecha. Luego le quitó con delicadeza la toalla.

—Me siento una estúpida —murmuró ella bajando la vista.

—No es ninguna estupidez que me dejes ayudarte. Especialmente esta noche.

Ella asintió con la cabeza, mirándolo por fin a los ojos.

—Intentaré no hacerte daño.

Davis Lee le aplicó la tela a la mejilla, que ya estaba un tanto descolorida, y luego la deslizó por las delicadas líneas de su rostro tratando de extremar el cuidado en la mandíbula.

—Me alegro tanto de que me encontraras… —murmuró Josie cerca de su oído.

Cuando le pasó la toalla por el cuello, la colcha se abrió lo suficiente como para dejar entrever un poco del encaje de su ropa interior. Davis Lee apartó la colcha sólo lo suficiente como para llegar al escote y se quedó congelado.

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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Josie tenía un rasponazo que le llegaba desde la base del cuello hasta el principio del pecho izquierdo.

Davis Lee se puso rígido por el esfuerzo que le supuso controlar la marea negra que amenazaba con hacer explosión dentro de él.

—¿Por qué no me dijiste que tenías una herida aquí?

—No lo sabía.

—¿Tienes alguna otra marca?

—No lo creo.

Transcurrió un minuto largo hasta que Davis Lee fue capaz de volver a recuperar el control. Le limpió con cuidado el escote, incapaz de dejar de apretar la mandíbula a medida que se acercaba a la herida con sangre de su carne tierna.

El hecho de pensar que le habían hecho daño ya era lo suficientemente doloroso, pero sólo imaginar lo que podría haber ocurrido lo hacía volverse loco.

Odiaba no haber estado allí para prevenir el ataque, sentía que hubiera podido hacer algo. Sin pensar en lo que hacía, Davis Lee inclinó la cabeza y le beso suavemente la herida.

Josie emitió un sonido de sorpresa y, sin saber muy bien por qué, comenzó a llorar.

—Oh, cariño, no llores. Ya estás a salvo.

—Lo… Lo sé —sollozó ella tapándose los ojos—. Es que no puedo evitarlo.

El estremecimiento que recorrió el cuerpo de Josie despertó en él su más profundo sentimiento de protección. Deseaba prometerle que nunca volvería a ocurrirle algo así. Pero no podía. Lo único que podía hacer era estar con ella en aquel momento.

Davis Lee le tomó las manos para apartárselas de los ojos. Incapaz de contenerse, le besó las lágrimas primero de una mejilla y luego de la otra. Sabían a sal. Luego le apartó más lágrimas con el dedo pulgar. La expresión de absoluta confianza que reflejaba el rostro de Josie le hizo sentir algo especial.

—Casi me da algo al verte allí en aquel callejón.

Los ojos de Josie, verdes y húmedos, se clavaron en los suyos. Davis Lee todavía tenía en la mano la toalla húmeda apoyada contra su pecho. Y podía sentir su pulso golpeando con fiereza, y la suave curvatura que daba paso a su pecho.

Josie se apoyó contra él y le rozó los labios con los suyos. Dentro de él se derrumbó una nueva barrera. Con ternura, con deseo, Davis Lee se alimentó de su boca conteniendo los impulsos que lo asaltaban. En un principio apenas abrieron los labios. Entonces ella le pasó el brazo por el cuello y un gemido apasionado surgió de lo más profundo de su garganta.

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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Consciente de la herida que tenía en la mandíbula, y tratándola como si fuera de cristal, Davis Lee le deslizó la mano por la nuca para tener un mejor acceso. Ella abrió los labios, invitándolo a entrar. El lento apareamiento de sus lenguas lo tranquilizó, porque era la prueba de que Josie se encontraba bien.

La joven sacó el brazo de la colcha y le rodeó el cuello.

Davis Lee no podía dejar de besarla. Dejándose llevar por el calor de su sangre y por unos sentimientos que no podía seguir negando, le desabrochó los tres primeros botones de la parte superior de su ropa interior y deslizó una mano por la piel suave que había debajo, cerrando los dedos sobre su seno.

Sintió cómo el pulso de Josie se aceleraba cuando le deslizó el pulgar por el pezón. En respuesta se puso firme mientras ella volvía a besarlo en la boca. Lo besó con pasión desatada, salvaje. Davis Lee se sintió invadido por la emoción. Quería devorarla, montarla, reclamarla como suya. Desabrochó un botón y luego otro, dejando a un lado la tela de encaje y apartando los labios de los suyos para poder mirarla.

Tenía los pezones rosados y erectos, tocados con una luz dorada de fuego. La imagen de su mano grande y callosa sobre aquella piel tan nívea y tan perfecta provocó una punzada en el pecho de Davis Lee. Emocionado, le pasó el dedo pulgar por la curva del seno.

—Eres lo más bonito que he visto en mi vida —dijo un instante antes de que su boca se cerrara sobre la de ella.

Se besaron de forma apasionada e intensa, casi alocada. Josie se giró un poco de modo que sus senos se apretaran completamente sobre el pecho de Davis Lee.

—Por favor, Davis Lee —suplicó ella entonces, levantando las caderas—.

Ámame.

Él alzó la mano para tocarle el rostro, para embeberse de su imagen. Josie tenía el rostro sonrojado, los ojos de un verde soñador. La parte superior de su ropa interior estaba abierta, dejando al descubierto sus senos, que se apretaban contra su torso. A Davis Lee se le agolpaba la sangre en los oídos y en la entrepierna.

—Davis Lee, llévame a la cama —le susurró Josie al oído tras cubrirle el lóbulo de besos.

No podía resistirse. Hundió el rostro en su cuello para llenarse de su aroma, de su esencia.

—Hazme olvidar —murmuró ella casi sin aliento—. Hazme olvidar.

Aquellas palabras atravesaron la nebulosa de su deseo lo suficiente como para que Davis Lee se diera cuenta de que algo iba mal. Se dio cuenta entonces de lo lejos que habían llegado, de lo que estaban haciendo. De lo que estaba haciendo él.

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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Transcurrieron unos segundos hasta que consiguió recuperar el aliento y controló ligeramente el deseo que lo consumía por dentro.

—Josie, mírame —le pidió apartándose un poco de ella.

Ella abrió los ojos a medias, sorprendida. En ellos se reflejaba la pasión. Tenía el cabello revuelto y los labios húmedos y rojos por sus besos.

—No podemos hacer esto, cariño —murmuró Davis Lee sujetándole el rostro con las manos—. Quiero hacerte el amor, Josie, pero cuando estemos juntos quiero que sea algo especial. Un recuerdo que no quede manchado por lo ocurrido hace un rato.

—Pero te necesito.

—Así no —insistió él tras besarla suavemente en los labios—. No quiero que estemos juntos porque estés triste. Nuestro acto amoroso debe ser algo entre nosotros dos, sin el recuerdo amargo de ese hombre y de lo que te ha hecho.

—Pero tú puedes hacer que las cosas horribles que me hizo desparezcan —dijo Josie temblando.

—¿Eso es lo que quieres que sea para ti? ¿Una manera de olvidar?

—No —reconoció ella con la respiración entrecortada.

—No te estoy rechazando a ti, cariño —aseguró Davis Lee apartándole con ternura el cabello de la cara—. Pero esta noche no es el momento.

Bajo la luz del fuego, pudo ver cómo las mejillas de Josie se sonrojaban. Apartó la vista, sintiéndose incómoda.

—Lo siento —murmuró—. Creí que me deseabas del mismo modo que yo a ti.

—Y así es. Muchísimo. Pero no quiero tomarte de esta manera —dijo Davis Lee alzándole suavemente la barbilla con los nudillos—. Dime que entiendes lo que estoy diciendo, cariño. Y por qué lo estoy diciendo.

Josie se estremeció y clavó la vista en sus labios antes de mirarlo a los ojos.

—Tienes razón. Sé que la tienes.

Davis Lee sintió una oleada de alivio.

—¿Quieres que me vaya? —le preguntó Josie agarrándole el cuello de la camisa.

—¿Tú quieres? —le preguntó él a su vez, soltándose con suavidad.

—No. Esta noche no quiero estar sola.

—De acuerdo entonces.

Davis lee la estrechó entre sus brazos, pensando en lo fácil que le resultaría dejar la mente en blanco y quitarle la ropa. Lo dulce que sería deslizarse en el interior Nº Paginas 111-156

Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas de su cuerpo. Pero no quería que su primera vez se viera ensombrecida por lo ocurrido aquella noche.

Davis Lee sintió entonces un escalofrío al darse cuenta de una cosa. Con secretos o sin secretos, se estaba enamorando de aquella mujer.

Se dijo a sí mismo que no debía permitir que las cosas fueran más lejos hasta que supiera más de ella, pero era demasiado tarde. Y lo peor era que no le importaba ni lo más mínimo.

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