Once

Davis Lee pasó despierto buena parte de aquella noche pensando en Josie. Y no sólo en el modo de sacarle sus secretos, tema en el que había llegado tan lejos como en resolver quién le había disparado a su prisionero.

Pero el sábado por la mañana, tras tener que separar en la taberna a Odell y a Luther en su enésima pelea de borrachos, se dio cuenta de que Josie estaba debajo de la marquesina en la que se tomaba la diligencia.

—Hola —dijo sorprendido al verla ataviada con un sombrero marrón de terciopelo—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Esperando la diligencia. Salgo de la ciudad. Por trabajo.

¿Se marchaba? Davis Lee sintió que el corazón se le caía a los pies. No se le había pasado por la cabeza en ningún momento que pudiera marcharse.

—Supongo que te saldrán más clientes en una ciudad grande —dijo forzándose a hablar.

—Sólo voy pasar el día a Abilene —respondió Josie girándose con una sonrisa

—. Necesito comprar tela.

Sólo un día. Davis Lee sintió como si le quitaran un peso de encima.

—Pero la diligencia pasó por aquí ayer —le dijo a la joven—. No volverá hasta el miércoles.

—Eso es dentro de cuatro días —protestó ella—. Y necesito urgentemente encaje para el vestido de novia de Catherine. Si tengo que esperar cuatro días, no lo tendrá listo. ¿Sabes de alguien a quien pueda contratar para que me lleve hasta allí?

No me gustaría ir sola.

—No deberías. Yo te llevaré.

—Oh, no, no puedo pedirte algo así —aseguró Josie abriendo mucho los ojos.

—No me lo has pedido. Además, no me vendrá mal tratar algunos asuntos con el Jefe de Policía de allí.

—¿Y tienes quien se encargue de cuidar al prisionero mientras no estés? —

preguntó Josie.

—Si Jake no puede vigilar la cárcel el día que vayamos, le pediré a Cody Tillman que lo haga. Es uno de los ayudantes de Riley en el rancho —aseguró el sheriff apoyándose en una de las columnas de la marquesina—. ¿Hay alguna razón por la que no quieres que te lleve?

—No, por supuesto que no —contestó Josie deslizándole la mirada por los labios—. Claro que no.

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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Davis Lee quería besarla. Con pasión. Pero no lo haría.

—¿Te parece bien que te lleve el lunes?

—Claro que sí —contestó ella entusiasmada—. Muchas gracias, Davis Lee. Te lo agradezco de veras. ¿A qué hora quieres que esté lista?

—Bueno, si salimos antes de las ocho tendremos tiempo de sobra para almorzar después de que hayas terminado tus compras.

—Me parece perfecto —aseguró Josie—. ¿Nos vemos esta noche en clase de tiro?

Davis Lee deslizó la mirada por su cuerpo. Con aquel precioso vestido de viaje marrón, parecía un caramelo, y él deseaba lamerla por todas partes.

—¿Vas a llevar eso puesto en clase?

—No —respondió Josie poniendo los ojos en blanco, como si aquella fuera la tontería más grande que había escuchado en su vida.

—Te veo entonces a las seis y media —dijo el sheriff sin poder ocultar aquella sonrisa bobalicona que se le había instalado en la cara.

Ella asintió con la cabeza y se dio la vuelta para marcharse. Josie caminó unos metros y desapareció en el interior del almacén de Haskell. Davis Lee recordó entonces la punzada que había sentido en el estómago cuando creyó que se marchaba de la ciudad. Tal vez debería marcharse. Al menos así dejaría de pensar que había una conexión entre ella y McDougal. Pero Davis Lee no quería que se fuera.

No debería haberse ofrecido a llevarla a Abilene. Se había dejado llevar por su instinto y se lo había sugerido porque le apetecía, sin pensarlo. No quiso ni siquiera plantearse que pudiera haber alguna otra razón.

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