Siete
En cuanto bajó las escaleras del hotel, Josie se dio cuenta de que Davis Lee no había vuelto a entrar en su oficina. Estaba apoyado en la pared, observándola.
Mirándola fijamente con insolencia. Tal y como había hecho durante los últimos cuatro días. La hoja plateada de una navaja brillaba bajo el sol. Estaba tallando una pieza de madera.
Josie apartó la vista de él y la clavó en el hombre alto de cabello oscuro con maletín de cuero negro que había visto desde la ventana. Salió de la oficina de correos, que estaba unos metros más arriba en la calle de enfrente, y ella se recogió las faldas. Mientras se acercaba a toda prisa a él, reprimió el impulso de regresar al hotel y escapar de la mirada penetrante de Davis Lee. Si quería tener una conversación con el hombre que esperaba fuera el doctor Butler, de Fort Creer, la tendría.
Tratando de ignorar la mirada del sheriff, se acercó al desconocido del maletín y le preguntó:
—¿Doctor Butler?
—¿Sí? —respondió él girándose con una sonrisa amable.
Josie fingió que Davis Lee no la estaba mirando como si quisiera tallarla a ella también con la navaja.
—Quería tener la oportunidad de darle las gracias. Soy Josie Webster. La semana pasada me…
—Usted es la joven a la que le mordió la serpiente —la interrumpió el médico
—. Sí, la recuerdo. ¿Cómo se encuentra?
—Mucho mejor. Le estoy muy agradecida por haberle recomendado a Catherine las hierbas que necesitaba para los emplastos.
La mirada intensa de Davis Lee pareció atravesar la distancia que los separaba hasta que estuvo a escasos centímetros de ella. Josie se dio la vuelta pata intentar colocarse delante del doctor Butler, dándole la espalda al sheriff. Con la esperanza de conseguir la información que deseaba, le comentó con amabilidad:
—Lo he visto salir de la cárcel. Espero que no le suceda nada malo al sheriff.
No, está perfectamente. Le estaba echando un vistazo a…
—Hola, doctor —dijo una voz grave y masculina a su espalda.
Maldición. Josie se giró y abrió los ojos de par en par al ver a dos hombres grandes de pelo oscuro. Los había visto antes, hablando con el sheriff en la calle unos días atrás.
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—Señora… —dijeron los dos al mismo tiempo, quitándose los sombreros de vaquero.
—Señorita Webster, le presento a Russ y a Matt Baldwin —dijo el doctor—.
Tengo entendido que ellos ayudaron a Davis Lee el día que a usted le mordió la serpiente.
—Así es —dijo uno de los hermanos—. Yo ayudé al sheriff con los caballos y mi hermano fue a buscar a Catherine.
—Gracias —murmuró Josie con calor—. Fue una suerte que estuvierais ahí. Me alegro de conoceros.
Josie seguía sintiendo la mirada escrutadora de Davis Lee. ¿Por qué no entraría en la cárcel y la dejaba en paz? Y aunque los Baldwin fueran muy agradables, Josie deseó que la dejaran a solas un minuto con el doctor Butler para averiguar por qué había ido a la oficina del sheriff.
—¿Qué está haciendo hoy en la ciudad, doctor? —le preguntó Russ girándose hacia el médico.
—Davis Lee quería que le echara un vistazo a su prisionero —respondió el hombre—. Tiene tuberculosis.
—Por mí como si se muere —aseguró Matt—. ¿Está peor?
—No ha empeorado. Se trata de una crisis.
Josie no quería que Ian McDougal falleciera a causa de aquella enfermedad.
Quería que su muerte tuviera un rostro humano. El de ella.
—Discúlpenme —dijo el médico cambiándose el maletín de mano—. Tengo que irme. Pero me alegro de haberla conocido, señorita Webster. Y de ver lo bien que se ha recuperado.
—Gracias.
Mientras el médico caminaba hacia su carruaje, situado al lado de la cárcel, Matt y Russ se colocaron delante de ella. Pero en el pequeño espacio que dejaron entre ellos, Josie vio el destello de una camisa azul. Davis Lee se acercaba a ellos.
¿Por qué?, pensó la joven molesta.
Se plantó allí con una naturalidad que la irritó todavía más. Como si tuviera todo el derecho a estar allí, se colocó a la izquierda de Matt y rozó a Josie con la manga de la camisa. El calor de su cuerpo y su aroma a limpio le recordaron a la joven lo sucedido la otra noche delante de la puerta de su habitación.
—Buenas tardes, Davis Lee —lo saludó Russ, mientras que su hermano hizo lo mismo inclinando el sombrero.
—Sheriff… —murmuró Josie llevándose la mano al cuello almidonado.
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—¿Le gustan las carreras de caballos, señorita Webster? —preguntó Matt entusiasmado—. En esta época del año hay unas muy buenas en Abilene. Tal vez podríamos…
—He visto a vuestro padre en la herrería de Ef —intervino Davis Lee—. Parecía impaciente. ¿Habéis quedado con él allí?
—No me acuerdo, pero supongo que será mejor que nos vayamos —aseguró Russ mirando al sheriff—. Encantado de conocerla, señorita Webster.
—Llamadme Josie, por favor. El placer ha sido mío.
Josie fue consciente del modo en que el sheriff apretó las mandíbulas. Y la mirada apenas perceptible que les dedicó a los hermanos. Y entonces comprendió.
Los Baldwin pensaban que el sheriff tenía alguna especie de derecho sobre ella y él estaba permitiendo que lo pensaran. Incluso lo fomentaba.
Los hermanos se dirigieron a la otra punta de la ciudad, mirando de vez en cuando hacia atrás mientras caminaba.
—Son encantadores —aseguró Josie saludándolos con la mano.
—Lo son con todas las mujeres que conocen.
La joven lo miró y luego centró su atención en una mujer y una niña pequeña que entraban en el almacén de Haskell. Todavía estaba débil por la fiebre. Por eso no dejaba de preguntarse cómo le habrían sabido los besos de Davis Lee, esa tenía que ser la razón por la que no dejara de pensar en ellos.
—¿Qué querías del doctor Butler? —le preguntó él mirándola fijamente—.
¿Tenías interés por saber qué hacía en la cárcel?
—¿Se supone que tengo que hacerle saber todas mis actividades al sheriff? —le espetó, horrorizada por lo vivamente que recordaba el calor de su pecho.
—¿Es que quieres que piense que me estás espiando a mí, Josie? —le preguntó él con tono grave.
—Quería darle las gracias al doctor por las hierbas que le recomendó a Catherine para mi emplasto —aseguró ella con gesto desafiante, arqueando una ceja
—. ¿Entendido?
Su silencio prolongado la puso nerviosa, y tuvo que controlar el deseo de retorcer la tela de su vestido.
—Dijo que se alegraba de verme tan recuperada —añadió—. De hecho, me siento tan bien que me veo capaz de retomar las clases de tiro, si fueras tan amable.
—¿Estás segura? —le preguntó el sheriff sintiendo una leve tensión en el cuerpo.
—Sí.
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas El modo en que Davis Lee le afectaba la había hecho reconsiderar el asunto de las clases. Pero al pensar en sus padres y en William se decía que no saber disparar era tan arriesgado como estar cerca de Davis Lee.
—¿Quieres empezar esta noche? —le preguntó mirándola a la cara.
¿Aquella noche? Tal vez estuviera dispuesta a correr riesgos estando cerca del sheriff, pero necesitaba un poco de tiempo para prepararse.
—Eh… No. ¿Qué tal el sábado? ¿O el lunes?
—Mañana mejor que el lunes. ¿A la misma hora que la última vez?
—Entre las seis y media y las siete es perfecto.
Josie miró a su alrededor y vio a Charlie Haskell en la puerta de su tienda observándolos. El hombre les dedicó una sonrisa radiante y asintió con la cabeza en gesto de aprobación.
Algo que su sobrino y él le habían dicho el día anterior, cuando fueron a hacerle una visita, cobró sentido entonces. La joven bajó la voz.
—¿Estás intentando que la gente piense que hay algo entre nosotros?
Davis Lee sonrió y se echó el sombrero hacia atrás con un golpecito de los dedos.
—¿Eso piensa la gente?
Parecía encantado de conocerse, y Josie entornó los ojos.
—Charlie y Mitchell me dijeron que habías estado preguntando mucho por mí.
Los Baldwin al parecer han sacado una impresión parecida, y tú no has hecho nada para sacarlos de su error.
Josie se cruzó de brazos y bajó todavía más el tono de voz.
—Y estoy segura de que al menos Charlie se ha dado cuenta de toda la atención que le prestas a la ventana de mi habitación, porque no te has tomado la molestia de ser discreto.
—¿Cómo tú? —preguntó él soltando una carcajada.
Josie se sonrojó. Aunque había mantenido las distancias desde el martes por la noche, se resistía a abandonar su puesto de vigilancia al lado de la ventana.
—Yo creo que la gente se habrá dado cuenta también del interés que muestras por la cárcel.
Josie sintió un nudo en el estómago. Una vez, cuando lo vio en la calle, lo había saludado para mofarse de él, para que supiera que lo había visto. Tal vez no estuvo muy acertada.
—No puedo cambiar la orientación de mi ventana —aseguró ella poniéndose rígida.
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—Y tal vez a mí me guste disfrutar de la vista de una mujer bonita, igual que a los demás hombres de la ciudad.
La observación le molestó profundamente, y trató de no pensar en el cosquilleo de placer que le había atravesado el cuerpo cuando le dijo que era bonita.
—Los dos sabemos que no me miras porque te atraiga.
—¿Estás segura? —preguntó Davis Lee deslizándole la mirada hacia los labios.
A Josie no le gustó el súbito acelere de su corazón ni el calor que le recorría el cuerpo. Se debía a la mordedura de serpiente, se dijo a sí misma. No a aquellos ojos azules intensos.
—Sí, estoy segura de que no te sientes atraído por mí.
Josie se levantó levemente el bajo de las faldas, dispuesta a marcharse.
—No deberías ser tan obvio. La gente murmurará.
—Eso me importa mucho menos de lo que parece importarte a ti.
—De acuerdo. Pues observa todo lo que quieras —respondió Josie alzando la barbilla y dirigiéndose hacia el hotel.
Sólo había dado dos pasos cuando el sheriff le preguntó:
—¿Qué es exactamente lo que estás siempre mirando desde allí arriba, Josie?
El sonido ronco de su voz la hizo vacilar. Sabía que le estaba pinchando, y ella quería hacer lo mismo. Inducida por algún perverso demonio, lo miró por encima del hombro y dijo con dulzura:
—Lo miro a usted, sheriff.
Aquellas palabras lo obligaron a alzar la vista y mirarla con los ojos encendidos.
Josie sintió un escalofrío recorriéndole la espina dorsal y salió corriendo, reprimiendo una carcajada. Confiaba en haberlo dejado descolocado, tal y como él la dejaba a ella en muchas ocasiones. Aquello le habría servido de escarmiento por querer dar la impresión de que entre ellos había algo. Por supuesto, si reanudaba las lecciones de tiro con él contribuiría a acrecentar aquella impresión. Sólo pensar en verlo todos los días le provocaba un estremecimiento de placer.
Pero aquello eran tonterías, se dijo. Lo único que necesitaba, que quería de Davis Lee, era que le enseñara a manejar un arma.
Su voz se deslizó sobre él como espuma de terciopelo. Deseaba ponerle las manos encima, la boca… Todo. Quería desabrochar todos y cada uno de los malditos botones de su vestido.
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Davis Lee fue tras ella movido por un impulso y no por el sentido común.
Estaba a unos pasos del hotel cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se detuvo bruscamente.
Regresó a la cárcel maldiciendo entre dientes durante todo el camino, ignorando las miradas curiosas de Pearl Anderson y de Tony Santos, que habían salido de sus negocios.
Josie Webster estaba provocando estragos de todo tipo en su cabeza. Y en su cuerpo. Y eso lo volvía loco. Aquella mirada sensual de sus ojos le provocaba el deseo de mandar al cuerno su desconfianza y desnudarla. Lo que sería probablemente la cosa más estúpida y peligrosa que podría hacer.
Para él estaba claro como el agua que los hermanos Baldwin se la habían imaginado también sin aquel sencillo vestido blanco y amarillo. La habían mirado como si Josie fuera un de aquellas bailarinas a medio vestir que habían visto el año anterior en Dallas, y de las que todavía seguían hablando. Y estaba claro que a Josie le había halagado aquella atención. Pensar que pudiera llegar a estar alguna vez con alguno de los dos hermanos le obligaba a apretar los dientes.
Davis Lee sacudió la cabeza. Sólo le interesaba la compañía de Josie porque quería saber qué escondía en la manga. Tal vez efectivamente sólo le estuviera dando las gracias al doctor Butler, pero tenía la impresión de que no. Apostaría hasta su último dólar a que había intentado averiguar si el médico había ido a examinar a Ian McDougal.
Josie mentía, y a Davis Lee más le valía no volver a olvidarlo. Aunque le resultaría difícil después del interés que había visto reflejado en aquellos ojos verdes y ardientes.
Consideró la posibilidad de aprovecharse de ello, de utilizar el tirón que había entre ellos para intentar ganarse su confianza y arrancarle la verdad. Pero enseguida desechó aquella posibilidad. Sabía por propia experiencia lo que era ser utilizado, y no le haría lo mismo a ella.
Había algo en Josie… Una especie de tristeza escondida en sus ojos. Cada vez que la miraba, el corazón le daba un vuelco. Se dijo que aquello le ocurría porque la había visto al borde de la muerte, pero la emoción que experimentaba cuando la veía parecía deberse a algo más. Se imaginó que aquello desaparecería en cuanto averiguara cuáles eran sus intenciones. Y lo averiguaría. Aunque tuviera que pegarse a ella como una lapa, impediría que hiciera lo que tenía en mente, fuera lo que fuera.
Regresó el mismo calor que se había apoderado de él la otra noche, y Davis Lee trató de luchar contra él. Gracias a Betsy, ahora andaba con cien ojos. Si bajaba la guardia por un par de ojos verdes maravillosos, no podría culpar a nadie más que a sí mismo.
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas No tenía intención de volver a cometer el mismo error. Ni con Josie Webster ni con nadie.
Horas más tarde, cuando la media noche había abrazado la ciudad, Davis Lee entró por fin en la cárcel y cerró la puerta. Se había pasado toda la noche sin quitarle ojo al hotel. Josie no había puesto un pie fuera desde que la había visto por la tarde.
La luz de su cuarto se había apagado hacía aproximadamente una hora.
Comprobó que McDougal estaba dormido y que la celda seguía siendo inexpugnable. Luego sacó la cama de hierro con su fino colchón de la otra celda y la llevó arrastrando hasta su oficina. La colocó en el espacio que había entre la ventana y el escritorio. No esperaba que hubiera ningún problema, pero le gustaba estar cerca de la puerta por si acaso. Le vendría bien una noche tranquila, sin sobresaltos.
Tras quitarse el cinto con la pistola, se sentó en la esquina de la cama y se quitó las botas. Llevaba toda la tarde pensando en Josie Webster.
«Lo miro a usted, sheriff».
Por mucho que lo intentara, no podía borrar la sonrisa de su rostro. Ni evitar la acumulación de riego sanguíneo en la zona de la entrepierna. Era una mujer fría, capaz de mantener la compostura incluso cuando él sabía que estaba tocada. Por supuesto, Davis Lee estaba deseando comprobar si él sería capaz de acabar con aquella calma fingida.
Gruñendo, el sheriff se dio la vuelta en la cama y cerró los ojos, repitiéndose que debía dejar de pensar en ella.
Un poco más tarde se despertó sobresaltado. Apoyó los pies en el suelo al escuchar el sonido de una campana. La campana antiincendios. El ayuntamiento había colocado una en la caballeriza, otra dentro de la iglesia, en el otro extremo de la ciudad.
El sheriff se puso las botas, agarró el cinto con la pistola y se metió las llaves en el bolsillo trasero mientras salía a toda prisa. Las llamas se elevaban en el pasto que había detrás de la taberna de Pete Cárter. Davis Lee corrió por la calle como una exhalación hasta llegar al callejón que había entre la taberna y la caballeriza. La gente salía corriendo de las casas situadas detrás de la cárcel, y de los negocios en los que algunos también vivían.
—¿Qué está ocurriendo? —gritó alguien.
—¡Todavía no se sabe!
Pete y Ef Gerard estaban ya intentando luchar contra las llamas con mantas húmedas. Davis Lee escuchaba a sus espaldas murmullos y gritos de sorpresa a medida que la gente se iba enterando de que había fuego.
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas El sheriff ralentizó el paso y se detuvo al lado de Ef. El fuego estaba casi extinguido, apagándose dentro de un círculo de tierra quemada.
—¿Viste lo ocurrido? —preguntó atándose el cinto con la pistola alrededor de la cadera.
—No —aseguró el herrero moviendo la manta húmeda con la fuerza con la que levantaba su martillo—. Pero no ha habido daños. Sin contar la hierba. Pete olió a quemado y me dio un grito. Supongo que llegamos justo a tiempo.
Davis Lee aspiró con fuerza el aire para tratar de llenarse los pulmones. El fuego no se había acercado ni a la caballeriza ni a la taberna, pero en cuestión de minutos podría haberlo hecho.
—Seguramente fue algún chaval con un cigarrillo —aseguró Pete removiendo unas ascuas con un palo—. No parece que quisieran quemar nada a propósito.
—¿Quién habrá podido…? —comenzó a decir Davis Lee sacudiendo la cabeza.
Pero el sonido seco de un tiro a sus espaldas le cortó las palabras. Se dio la vuelta. El ruido provenía de la ciudad, y no de muy lejos. Algo le dijo que acudiera allí corriendo. Al llegar a la calle principal de Torbellino, fue mirando a los grupos de gente que había. Nadie parecía estar herido, pero sentían curiosidad por el disparo.
¿Quién había lanzado aquel tiro y por qué?
El sheriff amainó el paso cuando cruzó la calle camino de la cárcel. En el centro de la ciudad, la gente había salido de sus casas igual que en las afueras.
—Davis Lee, ¿qué ha ocurrido? —preguntó Cal Doy le, que tenía el despacho de abogados justo al lado del almacén de Haskell—. Hemos escuchado un disparo.
—Estoy en ello. También ha habido un pequeño incendio detrás de la taberna de Cárter, pero ya está controlado.
Pearl Anderson y su hija pequeña estaban al lado de Charlie y de su sobrino, Mitchell Orr, en el porche del restaurante de Pearl.
—No pasa nada, muchachos —los tranquilizó Davis Lee.
Josie apareció de pronto y se reunió con Pearl y con los demás. Davis Lee no pudo ver de qué dirección venía, pero esperaba que no fuera de la cárcel.
Ahora que estaba lo suficientemente cerca, podía escuchar a McDougal berreando como un cerdo. El sheriff subió las escaleras del porche sin perder de vista a Josie, que se dirigió con el grupo hacia el hotel.
—¡Alguien ha intentado matarme! —gritó Ian en cuanto el sheriff cruzó por la puerta—. ¡Sheriff!
—Ya te he oído —respondió Davis Lee agarrando una lámpara y enfocándola hacia la celda.
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¿Alguien había intentado matar a aquel forajido? ¿Estaría relacionado el intento con el incendio? El fuego podría haber sido una distracción para que Davis Lee se fuera de allí.
—¡Mira esto! —dijo el más pequeño y único superviviente de la banda de los McDougal señalando al suelo de madera—. ¡Me han disparado!
—¿Pudiste ver quién era? —preguntó el sheriff observando las sombras que había alrededor del preso.
—No. Estaba demasiado oscuro.
Davis Lee pudo ver entonces el brillo del plomo. La bala había dado contra el suelo de madera.
—Dio contra los barrotes y luego cayó al suelo —aseguró Ian con los ojos enloquecidos.
—¿No viste ni oíste nada más?
No, sólo el jaleo antes de que usted saliera corriendo. Alguien gritó que había fuego.
—Sigue.
—Estaba mirando por la ventana y tratando de llamar la atención de alguien para que me dijera qué estaba ocurriendo cuando vi algo por el rabillo del ojo.
Alguien me puso una pistola en la cabeza y apenas tuve tiempo de agacharme antes de que disparara.
—¿Estando tan cerca falló?
—Parece que eso le desilusiona —dijo Ian agarrándose a los barrotes—. Fuera quien fuera, no era un buen tirador.
—¿Viste su cara? ¿Sus manos? ¿Eran de hombre?
—No estoy muy seguro. Todo transcurrió demasiado deprisa —murmuró Ian hundiendo la cara en los barrotes—. La próxima vez tal vez no fallen. Debería trasladarme a otra celda.
—Más adelante.
¿Un mal tirador? A Davis Lee no le gustó el pensamiento que se le cruzó por la cabeza. Giró la lámpara y la colocó al otro lado de la puerta antes de marcharse.
—¿Adónde va ahora? —inquirió el forajido—. ¡No puede dejarme aquí!
—Empuja la cama contra los barrotes y no te pongas delante de la ventana.
Regresaré enseguida.
—¿Sabe quién ha sido?
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Davis Lee no respondió. Deseaba no saberlo, pero no podía evitar rumiar una sospecha. Había visto a Josie muy cerca de la cárcel, y eso le hacía plantearse algunas preguntas.
Tardó más de lo normal en llegar desde la cárcel hasta el hotel, porque mucha gente lo detuvo por el camino para hacerle preguntas. ¿El fuego estaba completamente extinguido? ¿Sabía el sheriff qué había ocurrido? ¿Y cuándo lo sabría?
—Tranquilizaos, amigos. No ha habido heridos. Nadie se acercó siquiera a las llamas.
Nadie parecía tan preocupado por el disparo como lo estaba él.
El hotel estaba completamente iluminado con luces y candelabros. Davis Lee entró y se dirigió a las escaleras, mirando hacia un grupo de personas que había reunido en el comedor.
Al ver de reojo una cabellera castaña y un vestido que le resultaba familiar, cambió de dirección y pasó por delante de las escaleras. Josie estaba con Esther y Penn Wavers, Charlie y su sobrino. Todos hablaban del fuego.
—¿Alguien ha oído el disparo? —preguntó Mitchell.
—Yo.
Josie llevaba una luz y un chal amarillo clarito sobre los hombros. Tenía puesto el mismo vestido que llevaba horas antes.
—¿Quién estaría disparando, y por qué?
Aquello era exactamente lo que Davis Lee pretendía averiguar. Se detuvo detrás de ella, preguntándose cómo era posible que oliera a miel incluso a aquellas horas de la noche. La agarró del hombro, y ella se giró sobresaltada al sentir su contacto.
—Buenas noches, amigos —dijo el sheriff apretando los dientes para tratar de aparentar tranquilidad—. Parece que todo está ya controlado. Necesito hablar un momento con la señorita Webster.
—Pero yo no…
Josie se detuvo cuando él le apretó el brazo en señal de advertencia.
Davis Lee se dio la vuelta sin hacer caso a los rostros asombrados de los demás y tiró suavemente de ella. Josie dio un saltito y lo siguió.
—Quiere comprobar que se encuentra bien —aseguró Esther—. Qué encanto.
Mitchell murmuró algo que Davis Lee no entendió.
—No sé qué crees que estás haciendo —protestó Josie tratando de soltarse el brazo.
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Pero él no se lo permitió, sino que la llevó hasta el vestíbulo. Quería hablar con ella a solas, pero, ¿dónde? Fuera no. Habría demasiadas interrupciones. ¿Su habitación? Aquello no sería lo más adecuado para la reputación de Josie.
Davis vio la puerta que había detrás del mostrador de recepción y que daba al despachito de Penn. Davis Lee agarró un candelabro de un extremo del mostrador y arrastró a Josie.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó la joven intentando una vez más zafarse inútilmente.
—Entra —dijo él abriendo la puerta.
Ella hizo un último amago de irse, pero Davis Lee la agarró sin dificultad de la cintura y la levantó del suelo.
—¡Bájame ahora mismo! —protestó ella. El sheriff se abrió camino a través de aquel cuarto oscuro y sin ventanas. Luego cerró la puerta y la dejó en el suelo. El candelabro daba la luz justa como para iluminar su rostro. Davis Lee fue consciente de golpe de la suavidad de su olor, y de que estaban solos.
—Quiero hablar contigo.
—Aquí no —respondió ella acercándose al pomo de la puerta—. Estamos solos.
El sheriff apoyó la palma de la mano contra la puerta y dijo apretando los dientes:
—No querrás que te haga estas preguntas delante de todo el mundo, ¿verdad?
—¿Qué preguntas?
Davis Lee introdujo el cuerpo entre ella y la única salida, obligándola a retroceder. La luz del candil parpadeó con su movimiento. Incluso bajo aquella luz tan suave, sus ojos estaban iluminados y su piel parecía de terciopelo.
Molesto consigo mismo por haberse dado cuenta de aquellos detalles, Davis Lee la acorraló como habría hecho con una vaca extraviada, cercándola sin tocarla para llevarla hacia donde él quería. La guió hacia el fondo de la habitación y colocó el candil sobre el escritorio de Penn. La tenue luz dibujó un pequeño óvalo luminoso contra la pared.
—No me gusta que me acoses de esta manera —aseguró Josie frotándose el brazo y mirándolo fijamente—. La gente hablará. Ya has oído antes a Esther.
—¿Dónde estabas hace un rato?
—Ya me viste —respondió ella estirándose los bordes del chal—. En el comedor, ¿te acuerdas?
—No, cuando regresabas al hotel, ¿de dónde venías?
—De aquí.
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Davis Lee se cruzó de brazos y la miró fijamente.
—Es verdad —aseguró Josie secamente—. Salí del hotel y pensé en dirigirme hacia el fuego, pero me encontré con Charlie y Mitchell. Ellos me dijeron que ya estaba extinguido, así que me di la vuelta y entré otra vez con ellos para decirles a Penn y a Esther que todo estaba controlado. Porque lo está, ¿verdad? —preguntó con expresión preocupada.
—Si acabas de regresar de la cárcel, no.
—Te acabo de decir que…
—Sí, ya te he oído.
—¿De qué va todo esto? —preguntó Josie intentando apartarse de la pared.
Pero Davis Lee se interpuso entre ella y la puerta.
Podría haber salido perfectamente del hotel, encender el fuego para distraer su atención y volver a la cárcel. Aunque también podría haber regresado al hotel, como aseguró que había hecho.
Los ojos de Davis Lee se habían acostumbrado a la luz y ahora podía distinguirle las facciones. Pero lo que quería era verle los ojos. Torció ligeramente el cuerpo, obligándola a avanzar hacia el escritorio. El aire estaba cargado y Davis Lee sentía calor por todas partes, lo que achacó al hecho de estar enfadado, y no a que estuviera lo suficientemente cerca de ella como para contarle las pecas de la cara o comprobar lo deprisa que le latía el pulso en el cuello.
—La gente nos ha visto entrar aquí solos —aseguró Josie mirándolo con los ojos muy abiertos.
—Si bajas el tono de voz, nadie sabrá dónde estamos. ¿Puedes decirme qué has hecho en cada momento durante esta noche?
—¿Por qué? —preguntó ella con ojos que parecían genuinamente sorprendidos
—. Me estás poniendo nerviosa.
La mano que hasta entonces sujetaba uno de los extremos del chal se curvó entre la lana suave que cubría sus senos.
Davis Lee le puso la mano encima de la suya, consciente del ramalazo de calor que le subió por el brazo cuando rozó con los nudillos el suave contorno de su pecho.
—Mantente alejada de ese bisturí.
A Josie le brillaban los ojos y apretó la mano bajo la suya. Sintió el movimiento de su pulso. Y con un movimiento certero, le quitó el chal.
—¡Devuélvemelo! —exclamó ella tirando de él.
—Me lo quedaré hasta asegurarme de que no intentas hacerte con ese bisturí.
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas Josie se puso en jarras sin dejar de mirarlo fijamente. Aquel gesto provocó que los senos se le apretaran contra la tela del corpiño. El pecho le subía y le bajaba a toda prisa, el cabello le caía por los hombros. Sin poder evitarlo, Davis Lee deslizó la mirada por su cuerpo y al alzarla se detuvo en sus senos. Tenía los pezones duros. Lo vislumbró a pesar de la oscuridad.
—¿Qué es lo que cree que he hecho, sheriff? —preguntó Josie apoyándose de nuevo contra la pared.
—Dime qué has hecho esta noche.
—Cené en el comedor del hotel y luego subí a mi habitación para cortar la parte de arriba del vestido de novia de Catherine. Luego me fui a la cama.
—¿A qué hora?
—No lo sé —aseguró ella alzando una ceja—. Hace una hora o dos.
—Apagaste la luz hace sólo una hora.
Josie suspiró profundamente y habló tratando de dejar claro que estaba teniendo mucha paciencia.
—Si ya lo sabes, ¿para qué me lo preguntas? ¿Qué es lo que crees que he hecho?
—Creo que acababas de salir de la cárcel. Alguien ha disparado esta noche a Ian McDougal.
—¿Está…? —comenzó a decir Josie abriendo mucho los ojos.
—No —respondió el sheriff—. No está muerto.
—Escuché un disparo —aseguró la joven—. También lo oyeron Esther, Charlie y Mitchell.
—Quien disparara a McDougal, es un pésimo tirador. Ni siquiera le rozó.
Josie guardó silencio durante un instante antes de responder.
—No he sido yo. Por favor, devuélveme el chal.
Tenía las manos vacías. Ni rastro del bisturí. Se acercó a Davis Lee para que le devolviera la prenda y sin darse cuenta le rozó la entrepierna con la cadera. La súbita explosión de deseo que atravesó el cuerpo del sheriff lo obligó a soltar el chal a toda prisa y dárselo.
—Si descubro que has sido tú, darás con tus huesos en la cárcel —murmuró entre dientes, acercándose a recoger el candil antes de abrir la puerta del despacho y echarle un vistazo al vestíbulo—. No hay nadie. Puedes regresar tranquilamente a tu habitación. Tu reputación está a salvo.
—No me iré a ninguna parte hasta que te hayas ido —aseguró Josie con voz quebrada pero sin apartar la vista.
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Debra Cowan – Una boda relápago – 3º Whirlwind, Texas El sheriff habría podido jurar que vio lágrimas en sus ojos. ¿Por qué? ¿Porque le había disparado a aquel delincuente y él lo había descubierto? ¿O porque le había hecho daño?
A Davis Lee no le gustó el modo en que protestó su conciencia, el modo en que le pedía que se disculpara por haberla puesto en aquella situación, por acusarla de mentir y de intentar matar a su prisionero.
¿Disculparse? ¿Por intentar averiguar qué estaba tramando? Ni en un millón de años.
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