X. El cerebro iluminado
¿Cómo sería estar iluminado? ¿Está el alma a nuestro alcance? ¿Se puede experimentar a Dios de manera personal? Para muchos, responder a estas preguntas es como atrapar a un unicornio, un bonito sueño que jamás se cumplirá. El unicornio representaba la perfección de la gracia en la Edad Media. El caballo blanco con un cuerno en la frente era un símbolo de Cristo, y capturarlo representaba el viaje interior para encontrar a Dios. El mito puede convertirse en realidad si encuentras el camino correcto.
La iluminación también requiere un viaje interior, con Dios como destino, y es asequible. No obstante, existen otros destinos además de Dios. El término original de la iluminación, moksha, en sánscrito, se traduce como «liberación». ¿Liberación de qué? Del sufrimiento, de la mortalidad, del dolor, del ciclo del renacimiento, de las falacias, del karma... La espiritualidad oriental ofreció muchos objetivos valiosos mientras se desarrollaba a lo largo de los siglos. Aunque el moksha se considera un objetivo realista, algo a lo que una persona debería aspirar, la frustrante verdad es que hay muy pocos ejemplos de personas que hayan alcanzado la iluminación. Los paralelismos con el unicornio resultan inquietantes.
Nos gustaría considerar la búsqueda de la iluminación como el camino natural para el cerebro. Muchos siglos antes de que alguien estableciera una conexión entre mente y cuerpo, la gente no sabía (como nosotros sabemos ahora) que el cerebro está involucrado en todas las experiencias. No puedes ver un tostador o un galápago sin activar la corteza visual. Y esta activación también es necesaria para ver un ángel, aunque solo sea en tu mente. A las neuronas del córtex visual les da igual que una imagen sea auténtica o soñada, que exista «aquí dentro» o «ahí fuera». Nada visual es posible sin estimular esa región del cerebro. Y no se trata solo de los ángeles. Para que exista Dios, Satán, el alma, los espíritus ancestrales o cualquier otra experiencia espiritual, tu cerebro debe ser capaz de registrarla, mantenerla y encontrarle sentido. Ya no hablamos solo de la corteza visual. Todo el cerebro es un territorio virgen para la espiritualidad.
El cerebro despierta
Una de las pistas de que la iluminación es real (y accesible) está justo delante de nosotros. Utilizamos frases comunes continuamente que apuntan a ello: despertar, ver la luz, afrontar la realidad. Todos estos términos señalan un estado de conciencia más elevado. Una persona iluminada no ha hecho otra cosa que ir un poco más allá. En la iluminación, despiertas por completo, ves con total claridad y afrontas la auténtica realidad. Por lo tanto, tu cerebro ya no está entumecido y soñoliento, sino que se suma a tu estado iluminado y permanece alerta, vibrante y creativo.
Tiene lugar un cambio dramático, y no es de extrañar que en una época de fe utilizáramos el término «despertar» con un sentido religioso. En el Nuevo Testamento, «ver la luz» significa «ver la luz de Dios». Cuando Jesús dijo: «Soy la luz del mundo» (Juan 8,12), quería decir que la gente vería la divinidad si lo consideraba no como un cuerpo de carne y sangre, sino como parte del ser de Dios. Dios es la luz suprema, y hacen falta unos ojos nuevos, los del alma, para percibirlo. No obstante, cualquier tipo de percepción, por más sagrada o poética que sea su terminología, implica un cambio en el funcionamiento del cerebro.
Cuando este cambio tiene lugar, lo ves todo bajo una nueva luz, y también a ti mismo. Jesús les ordenó a sus discípulos que no escondieran su luz bajo un celemín, porque ellos también formaban parte de Dios. Debían contemplarse a sí mismos con los ojos del alma y permitir luego que el mundo viera cómo se habían transformado. Las religiones intentan patentar la transformación personal y hacerla exclusiva, pero se trata de un proceso universal arraigado en la conexión mente-cuerpo. Cuando hablamos de «afrontar la realidad», queremos decir que debemos ver las cosas tal y como son, y no una especie de espejismo. Una persona iluminada ha liberado su mente de todos los espejismos y ve la realidad con perfecta claridad. Lo que parece ordinario de pronto se vuelve divino.
Una vez que la mente despierta, ve la luz y afronta la realidad, el cerebro lleva a cabo sus propios cambios físicos. La neurología no puede localizar todos esos cambios, ya que hay muy pocos sujetos iluminados a los que escanear. El tema de la conciencia elevada ha ido perdiendo importancia, y el progreso podría ser muy lento. Resulta casi imposible saber si la gente ve ángeles de verdad, porque los neurólogos no pueden explicar cómo ve el cerebro las cosas. Como hemos señalado, cuando observas el más común de los objetos (una mesa, una silla, un libro), en tu cerebro no hay una imagen de ese objeto. Así pues, la teoría de la visión, junto con las de los otros cuatro sentidos, es rudimentaria y parece más bien un juego de adivinanzas.
No obstante, el hecho de que existan pruebas de la iluminación, aunque hayan llegado poquito a poco, es positivo. Durante décadas, los yoguis indios expertos han llevado a cabo notables hazañas físicas bajo la atenta mirada de la ciencia. Cierta clase de hombres sagrados, conocidos como sadhus, someten su cuerpo a condiciones extremas como práctica devocional y también para conseguir autocontrol. Algunos han sido enterrados en una caja sellada y han sobrevivido durante días, gracias a su habilidad para reducir su ritmo cardíaco y la frecuencia respiratoria al mínimo posible. Otros han sobrevivido con una exigua cantidad diaria de calorías o han llevado a cabo excepcionales hazañas de fuerza. Mediante prácticas espirituales específicas, los yoguis y los sadhus han conseguido controlar su sistema nervioso autónomo; es decir, pueden alterar de manera consciente las funciones corporales automáticas.
Este tipo de control extremo es algo extraordinario, pero palidece si se lo compara con la iluminación. En ese estado, el cerebro adquiere una imagen del mundo completamente nueva y, una vez que el cerebro cambia, la persona se llena de admiración y felicidad. Experimentas una serie de momentos «¡ajá!» y, mientras tu cerebro procesa estos instantes memorables, tú consigues una nueva forma de ver el mundo. Con cada «¡ajá!», una de las viejas percepciones se anula.
El «¡ajá!» de la iluminación
Una serie de ideas brillantes
- Soy parte de todo. Abandona la creencia de que estás solo y aislado.
- Me siento protegido. Abandona la creencia de que el universo es vacío e impersonal.
- Me siento satisfecho. Abandona la creencia de que la vida es una lucha.
- Mi vida es importante para Dios. Abandona la creencia de que Dios es indiferente (o de que no existe).
- Soy infinito, un hijo del universo. Abandona la creencia de que los seres humanos son manchas insignificantes en la inmensidad de la creación.
Los momentos «¡ajá!» no aparecen todos a la vez. Forman parte de un proceso. Y puesto que el proceso es fácil y natural, todo el mundo tiene momentos de revelación. No es difícil cambiar la percepción. En las películas (y en ocasiones también en la vida real), una mujer le dice a un hombre: «Espera un momento. No solo somos amigos. ¡Estás enamorado de mí! ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta?». Este momento de lucidez, de revelación, ya sea en la vida real o en una película, puede poner patas arriba la vida de una persona. Pero incluso cuando no es así, la persona experimenta un cambio interior. La mente, en compañía del cerebro, pasa de un mundo basado en «solo éramos amigos» a un mundo en el que ha aparecido de repente «tú me amas». La iluminación sigue el mismo camino. La realidad A (el mundo secular) se altera gracias a un momento de revelación y tu vida empieza a regirse por nuevas reglas, las que se aplican en la realidad B (en la que Dios es real).
En su anhelo de significado y plenitud, la gente desea la realidad B. Si alguien estuviera seguro al cien por cien de la existencia de Dios, renunciar a la realidad A sería motivo de alivio y alegría. No habría más sufrimiento, ni dolor ni miedo a la muerte, no más preocupaciones por los pecados, el Infierno y la condenación eterna. Las religiones prosperan alimentando nuestro deseo de escapar de los escollos del mundo secular, por más confortable que pueda ser la realidad A.
La única garantía de que Dios existe procede de la experiencia directa. Tienes que sentir una presencia divina o la actuación de Dios, sea lo que sea lo que signifique eso para ti. Por extraño que parezca, Dios juega un papel relativamente pequeño en el proceso de iluminación. La mayor parte se debe a un cambio en la percepción: despertar, ver la luz y afrontar la realidad. Es un error creer que una persona iluminada es una especie de artista del escapismo, un Houdini espiritual que se libera misteriosamente del espejismo de la vida terrestre. El verdadero propósito de la iluminación es hacer el mundo más real. La irrealidad se genera al creer que estás aislado y solo. Cuando te das cuenta de que estás conectado a todo lo que forma parte de la matriz de la vida, ¿qué podría ser más real?
Hay distintos grados de iluminación, y nunca se sabe cuándo tendrá lugar el próximo instante de revelación. Existe un «¡ajá!» potencial en todas las situaciones cuando descubres una nueva forma de percibirlas. He aquí un ejemplo de nuestras propias vidas. En una conferencia, Deepak conoció a una ilustre neuróloga que le mencionó que se sentía más cómoda rodeada de pájaros que de personas. ¿Qué significaba ese comentario? No parecía ser un delirio. Aquella mujer conocía muy bien la neurología; era inteligente y elocuente.
Su experiencia era similar a la del hombre que susurraba a los caballos: estaba en sintonía con el sistema nervioso de otras criaturas. Una década atrás, una afirmación así habría resultado excéntrica. ¿Cómo es posible que alguien piense como un perro, como hace César Millán, o como un caballo, como el encantador de caballos original, Monty Roberts? La respuesta está en la sensibilidad y la empatía. Cuando somos autoconscientes, podemos extender nuestra conciencia para saber cómo se siente otra gente. No hay ningún misterio en sentir la alegría o el dolor de otro.
Según parece, podemos hacer lo mismo con los animales, y la prueba es que, si hablas su lenguaje, es posible entrenar a caballos o a perros sin apenas esfuerzo y sin látigos, bozales o golpes. Cuando sabes cómo percibe el mundo el sistema nervioso de un animal, no te hace falta «doblegarlo». Puedes cambiar su comportamiento sin problemas siguiendo el curso natural del cerebro del animal.
En el caso de la dama de los pájaros, la prueba de su sintonía es que varias especies de pájaros salvajes se sienten cómodos posados en su hombro o comiendo de su mano. ¿Eso la convierte en descendiente de san Francisco de Asís, al que se describe de una forma similar? En cierto sentido, sí. La capacidad de un santo para ver la totalidad de la creación como una parte de Dios brinda un sentido de empatía con todos los seres vivos. En el sistema nervioso del santo tiene lugar un cambio que expresa lo que la mente ya es capaz de aceptar: «Estoy en paz con el mundo y con todos los seres vivos. No estoy aquí para hacerles daño».
¿Tan increíble resulta que otras criaturas sepan cuándo nos acercamos a ellas en son de paz? Nuestras mascotas saben a quién le gruñen y a quién se acercan para recibir una palmadita en la cabeza. El sistema nervioso humano tiene muchas similitudes con el de otras criaturas. Suena muy seco decirlo de una forma tan analítica, pero la realidad resulta bastante hermosa cuando ves a un pájaro posarse en la palma de tu mano.
Deepak relató su encuentro con la dama de los pájaros, pero no fue una experiencia «¡ajá!». Fue Rudy quien desencadenó ese momento «¡ajá!» cuando Deepak le hizo una pregunta extrañísima: puesto que el ADN humano coincide en un 65 por ciento con el de un plátano, ¿podemos empatizar con los plátanos o comunicarnos con ellos? (Tenía en mente algunos famosos experimentos llevados a cabo por Cleve Backster, quien conectó plantas domésticas a sensores eléctricos y descubrió que las plantas mostraban cambios en sus campos eléctricos, medidos con algo similar a un polígrafo o detector de mentiras, cuando sus dueños discutían o mostraban un alto grado de estrés. Pero lo más sorprendente fue que las plantas mostraban la mayor excitación eléctrica cuando sus dueños pensaban en la posibilidad de cortarlas).
Rudy replicó que cuando saboreamos la dulzura de un plátano, los receptores de nuestra lengua están conectados con los azúcares de la fruta, así que en cierto sentido participamos en su realidad a un nivel químico. El plátano también nos proporciona proteínas que se unen a receptores similares a los nuestros. Por lo tanto, también experimentamos una especie de comunicación «molecular». De la misma manera, cuando digieres un plátano, su energía se transforma en tu energía, lo que establece un vínculo de comunicación aún más íntimo. Cuando analizas el ADN total de un ser humano, resulta que más del 90 por ciento procede de las bacterias que habitan en nuestro cuerpo en un régimen de mutua dependencia (simbiosis). Gran parte de nuestro ADN es similar al ADN bacteriano. Y los orgánulos principales que nos proporcionan la energía, llamados mitocondrias, son en realidad células bacterianas que se integraron en nuestras células con ese propósito. Así pues, estamos genéticamente incrustados en la red de la vida, que forma una matriz de energía, genes e información química codificada. Nada está aislado o separado. Ese fue el «¡ajá!». Y cada vez más personas tienen el mismo instante «¡ajá!», como demuestra el auge del moderno movimiento ecológico. Los seres humanos comenzamos a abandonar la ilusión de que la Tierra es nuestra, que podemos manipularla y dañarla a voluntad sin calamitosas consecuencias. Sin embargo, incluso sin la información sobre la desaparición de la capa de ozono o el aumento de temperatura de los océanos, los antiguos sabios y visionarios de la India, como parte de su camino hacia la iluminación, llegaron a la misma conclusión cuando declararon: «El mundo está en ti». La ecología fusiona todas las actividades que sostienen la vida, tanto si tienen lugar en nuestras células como en las de un plátano.
¿Dónde está la prueba?
La perspectiva escéptica sostiene que cuando una persona cree en Dios, el cerebro, gracias a su capacidad para crear ilusiones, se engaña a sí mismo y adopta toda la parafernalia de la espiritualidad. Para un escéptico, la sencilla realidad material («Esta roca es dura. Eso es lo que la hace real») es la única que existe. Por lo tanto, todas las experiencias espirituales tienen que ser irreales, sin importar si están relacionadas con Jesús, con Buda, con Lao Tsé o con cualquiera de los incontables santos y sabios que han sido reverenciados durante miles de años. Para el escéptico empedernido, todo eso no es más que basura. El británico Richard Dawkins, etnólogo y escritor científico que se presenta a sí mismo como un ateo profesional, escribió un libro juvenil titulado La magia de la realidad, en el que aborda el tema de qué es real y qué no. En el libro se le dice al lector que cuando queremos saber lo que es real, utilizamos nuestros cinco sentidos, y cuando las cosas son demasiado grandes o demasiado distantes (por ejemplo, las galaxias lejanas) o demasiado pequeñas (por ejemplo, las células cerebrales y las bacterias), aumentamos nuestros sentidos mediante instrumentos como los telescopios o los microscopios. Podría pensarse que Dawkins añadió la advertencia de que los cinco sentidos no siempre son fiables, como cuando nuestros ojos nos dicen que el sol se eleva en el cielo por la mañana y desciende en el ocaso, pero no lo hizo.
Según Dawkins, nada de lo que sabemos de manera emocional o intuitiva es válido, y la creencia más fraudulenta de todas es «el delirio de Dios». (Desde luego, no habla en nombre de todos los científicos. Según algunas encuestas, los científicos creen en Dios y asisten a los servicios religiosos incluso con más frecuencia que la población general).
La desavenencia entre materialismo y espiritualismo (hechos demostrados contra fe), tiene siglos de antigüedad, pero el cerebro puede resolverla. La investigación sólida sobre la meditación ha confirmado que el cerebro puede adaptarse a las experiencias espirituales. En los monjes budistas tibetanos que dedican su vida a la práctica espiritual, la corteza prefrontal muestra una actividad exaltada; la actividad de sus ondas gamma cerebrales tiene una frecuencia dos veces superior a la de la gente normal. Ocurren cosas sorprendentes en el neocórtex de los monjes que los investigadores del cerebro no habían visto nunca.
Así pues, considerar la espiritualidad como un mero autoengaño o una superstición es algo que la propia ciencia ha descartado.
El escepticismo no es el problema; de hecho, no es más que una distracción. El verdadero problema es la incompatibilidad entre la vida moderna y el viaje espiritual. Hay muchísimas personas que anhelan experimentar a Dios. Puede que pasarse toda una vida en el sendero interior sea muy gratificante, pero hay muy pocos buscadores existenciales en el sentido tradicional. Las necesidades espirituales han cambiado desde la era de la fe. Dios se ha dejado a un lado. En cuanto a la iluminación, es demasiado difícil, demasiado distante e improbable. El cerebro puede ayudarnos con esto también. Redefinamos el estado de iluminación con términos actualizados. Vamos a llamarlo «estado de satisfacción máxima». ¿Cómo sería ese estado?
- La vida conllevaría menos esfuerzos.
- Los deseos se conseguirían más fácilmente.
- Habría menos dolor y sufrimiento.
- La perspicacia y la intuición serían más poderosas.
- El mundo espiritual de Dios y del alma sería una experiencia real.
- Tu existencia tendría un enorme significado.
Estos objetivos nos proporcionan un curso de acción realista que puede avanzar poco a poco. La iluminación es una transformación total, pero no instantánea. El cerebro lleva a cabo sus cambios físicos mientras tú, su usuario y su líder, alcanzas nuevas etapas de cambio personal. Eso es lo que hay que buscar. Lejos de ser algo exótico, son aspectos que ya forman parte de tu propia conciencia en este mismo momento; lo único que necesitas es expandirlos.
Siete grados de iluminación
- Incremento de la calma interior y del distanciamiento: puedes estar centrado en medio de la actividad exterior.
- Aumento del sentimiento de conexión: te sientes menos solo, más unido a los demás.
- Intensificación de la empatía: puedes percibir lo que sienten otras personas, y te preocupas por ellas.
- Sensación de claridad: te sientes menos confundido, menos preocupado.
- Agudización de la conciencia: se te da mejor saber lo que es real y quién es auténtico.
- Revelación de la verdad por sí misma: ya no apoyas las creencias y prejuicios convencionales. Te dejas llevar mucho menos por las opiniones externas.
- Crecimiento de la dicha en tu vida: amas más profundamente.
No intentes conseguir estos distintos aspectos de la conciencia expandida con un ataque frontal. Cada uno de ellos aparece a su debido momento, a su propio ritmo. No es necesario forzar nada. Una persona percibirá antes (y con más facilidad) un aumento de la dicha que la sensación de claridad, mientras que a otra le ocurrirá lo contrario. El desarrollo de la iluminación va en función de tu naturaleza, y todos somos diferentes.
La clave es desear la iluminación en primer lugar, ya que está íntimamente relacionada con la transformación.
Si quieres transformarte, que es de lo que trata la iluminación, ¿qué debe hacer tu cerebro? Si puede cambiar de una forma tan sencilla como está cambiando en este mismo instante, no hay ningún obstáculo importante. Los millones de personas que anhelan una transformación personal, en realidad ya la tienen al alcance de la mano. Su cerebro se transforma sin cesar. Del mismo modo que no puedes introducirte en un río dos veces por el mismo sitio, no puedes adentrarte en tu cerebro dos veces por el mismo lugar. Porque ambos fluyen. El cerebro es un proceso, no una cosa; un verbo, no un nombre.
Nuestro mayor error es creer que la transformación es algo muy duro. Piensa en una experiencia de tu pasado que te cambiara. La experiencia puede ser positiva, como enamorarse de alguien o conseguir un buen ascenso; o puede ser negativa, como perder el trabajo o divorciarse. En cualquiera de los casos, se produce un efecto en tu cerebro, tanto a corto como a largo plazo. Esto también se aplica a la memoria, ya que tienes regiones específicas para la memoria a corto y largo plazo, pero el efecto va mucho más allá. Las experiencias abrumadoras cambian tu sentido de la identidad, tus expectativas, tus miedos y deseos para el futuro, tu metabolismo, tu presión arterial, tu sensibilidad al estrés y, en general, todo aquello que es controlado por el sistema nervioso central. Las experiencias importantes te transforman.
Una buena película basta para provocar cambios importantes en el sistema nervioso. Los taquillazos de Hollywood compiten para explotar la sensación de realidad de la audiencia y ofrecen nuevas emociones indirectas. Vemos a Spiderman balancearse entre los artificiales abismos de los rascacielos neoyorquinos colgado de una telaraña, o a Luke Skywalker pilotando su nave para adentrarse en la Estrella de la Muerte, y otros muchos efectos asombrosos diseñados para transformar el cerebro.
Cuando sales del cine el impacto todavía perdura; es algo más que un simple efecto temporal. Besar a la chica en tu mente, derrotar al villano, caminar junto a los héroes victoriosos... desde la perspectiva de la neurona, ninguna de esas experiencias es irreal. Son reales porque tu cerebro ha sido alterado. Una película es una máquina de transformación, y también lo es la propia vida. Una vez que aceptas que la transformación es un proceso natural, uno en el que participan todas las células, la iluminación deja de estar fuera de tu alcance.
Por supuesto, conseguir a la chica de la película no ocurre en la vida real. Tu cerebro se engaña durante un rato, pero tú no. Tú vuelves a la realidad (donde el amor y el romance conducen a los espinosos problemas de las relaciones). Esa es la clave. Devolver tu atención a lo que es real puede convertirse en una práctica espiritual conocida como concienciación (mindfulness). La concienciación puede convertirse en una forma de vida, y cuando lo es, la transformación también se convierte en una forma de vida, tan fácil y natural como cualquiera desearía.
El camino consciente
¿De qué eres consciente en este mismo instante? Quizá no prestes atención a otra cosa que a las palabras de esta página. Sin embargo, tan pronto como se formula la pregunta «¿de qué eres consciente?», tu percepción despierta. Notas todo tipo de cosas: tu estado de ánimo, las sensaciones agradables o las molestias de tu cuerpo, la temperatura de la estancia y la luz que la ilumina. Este cambio, que centra la atención en la realidad, es la concienciación.
Puedes centrar tu conciencia en la realidad siempre que quieras. No hace falta que fuerces nada; no necesitas una fuerza de voluntad sobrehumana. Pero la concienciación es diferente de la conciencia ordinaria. Nuestra conciencia se centra normalmente en un objeto o en una tarea específica. Así es como entrenamos a nuestros cerebros: les enseñamos a ver lo que tenemos delante de los ojos pero no el trasfondo, que es la conciencia en sí. El trasfondo que pasa desapercibido... hasta que algo nos impulsa a concentrarnos en él. Imagina que estás en una cita con alguien que parece muy atento. Él o ella no puede quitarte los ojos de encima. Está pendiente de cada una de tus palabras. Como es natural, te pierdes en el placer de esa sensación. Pero, en un momento dado, te dice: «Lo siento, pero ¿sabes que tienes un trozo de espinaca entre los dientes?».
En ese instante, tu conciencia cambia. Te han sacado de golpe y porrazo de tu agradable ilusión. Volver a la realidad no tiene por qué ser desagradable. Imagina que estás a punto de conocer a alguien importante y te sientes nervioso y preocupado. Sin embargo, un momento antes de estrecharos la mano, alguien se acerca y te susurra al oído: «El señor Importante ha oído maravillas de ti. Está más que dispuesto a ofrecerte el puesto». En ese caso, tiene lugar otro tipo de cambio: pasas de un estado preocupado a estar más seguro de ti mismo. La concienciación es la capacidad para hacer eso.
Es una habilidad que aparece de manera natural. Unas cuantas palabras susurradas al oído pueden desencadenar un cambio enorme e instantáneo. A nivel hormonal, conocemos parte de la respuesta, pero estamos lejos de saber cómo es posible que el cerebro cambie su realidad en un abrir y cerrar de ojos. No obstante, existe una clara diferencia entre poseer esta capacidad y dejar que tu cerebro la posea. La concienciación marca la diferencia. En lugar de permitir que otra gente te traiga de vuelta a la realidad (de una manera agradable o desagradable), eres tú quien lo hace. Definir «concienciación» como «conciencia de la conciencia» no estaría mal, pero a nosotros nos suena arcano; la explicación más simple es que puedes volver a la realidad siempre que quieras.
Por desgracia, todos hemos renunciado a parte de esta habilidad. Es seguro prestar atención a ciertas áreas de nuestras vidas, pero otras quedan fuera de los límites. Por lo general, a las mujeres les gusta hablar de sus sentimientos, por ejemplo, y quejarse de que los hombres no lo hacen, no quieren o no pueden. Los hombres suelen sentirse más cómodos cuando se concentran en el trabajo, en los deportes o en distintos proyectos; casi en cualquier cosa que no toque una fibra sensible. Sin embargo, en las tradiciones espirituales orientales existe un amplio campo que la mayoría de los occidentales no conocemos: la conciencia de la conciencia. El término budista para esto es concienciación.
Siempre que te fijas en ti mismo estás siendo consciente. Antes de una cita o una entrevista de trabajo, puedes fijarte en lo nervioso que estás. Durante el parto, cuando el médico pregunta: «¿Cómo lo llevas?», la mujer controla si su dolor se vuelve insoportable. En estos casos básicos de concienciación, buscas estados de ánimo, emociones, sensaciones físicas... todas las cosas que llenan la mente. ¿Qué ocurriría si eliminaras el contenido de tu mente? ¿Te enfrentarías a un vacío frío y espeluznante? No. Puede que un gran pintor despierte un día y descubra que le han robado todos sus cuadros, pero todavía tendrá algo invisible y mucho más valioso que cualquier obra de arte: la capacidad de crear otros nuevos.
La concienciación es eso, un estado de potencial creativo. Una vez que eliminas el contenido de tu mente, tienes el mayor potencial, porque te encuentras en un estado de absoluta autoconciencia. (En cierta ocasión, un amante de la música se acercó al famoso profesor espiritual J. Krishnamurti y exclamó extasiado lo hermoso que había sido el concierto. Krishnamurti replicó astutamente: «Hermoso, sí. Pero ¿estás utilizando la música para no fijarte en ti mismo?») La auténtica concienciación es una forma de comprobar lo autoconsciente que eres. Como ya sabes, el supercerebro depende del desarrollo de la autoconciencia, así que ser consciente es crucial. Es una forma de vida.
La gente que no es consciente puede parecer olvidadiza y ensimismada a un tiempo. Está demasiado concentrada en sí misma para conectar con otras personas; carece de sensibilidad en muchas situaciones sociales. El contraste entre estar concentrado en uno mismo (egocentrismo) y ser autoconsciente es bastante impactante, así que echemos un vistazo a las diferencias. Ambos estados se generan en el neocórtex, aunque no provocan la misma sensación. El egocentrismo casi exige que te dejes llevar por las ilusiones mientras todo lo de alrededor gira en torno a tu imagen. No decimos que concentrarse en uno mismo esté mal; es la perspectiva que la sociedad consumista nos enseña a tener, la que nos anima a comprar cosas que harán que tengamos mejor aspecto, que parezcamos más jóvenes, más modernos, más divertidos. Cosas que nos distraerán durante un rato.
Egocentrismo: tus pensamientos y actos están dominados por «yo, mí, mío». Te centras en cosas específicas que puedes conseguir o poseer; te planteas objetivos y los cumples. El ego se siente al mando. Tus elecciones conducen a resultados predecibles. El mundo de «ahí fuera» está organizado con normas y leyes. Las fuerzas externas son poderosas, pero pueden controlarse y manejarse.
Pensamientos típicos
- Sé lo que hago.
- Tomo mis propias decisiones.
- La situación está bajo control.
- Confío en mí mismo.
- Si necesito ayuda, sé dónde buscarla.
- Soy bueno en lo que hago.
- Me gustan los desafíos.
- La gente puede confiar en mí.
- Estoy construyendo una buena vida.
Consciente: tu mente es reflexiva. Se vuelve hacia el interior para controlar tu sensación de bienestar. El autoconocimiento es el objetivo más importante. No te identificas con las cosas que tienes. Valoras la perspicacia y la intuición más que la lógica y la razón, y a menudo confías más en las primeras que en las últimas. La empatía surge de manera natural. Llega la sabiduría.
Pensamientos típicos
- Esta opción parece correcta; esa otra no.
- Estoy descubriendo más cosas sobre la situación.
- Sé cómo se sienten los demás.
- Veo ambos lados del problema.
- Las respuestas llegan hasta mí.
- Algunas veces me siento inspirado, y esos momentos son los mejores.
- Me siento parte de la humanidad. Nadie me resulta ajeno.
- Me siento liberado.
El estado consciente es tan natural como cualquier otro. Cuando lo dejamos atrás, creamos problemas innecesarios.
Hace algunos años, por ejemplo, Rudy tenía prisa por completar algunos experimentos antes de tomar el vuelo de las siete en punto hacia Boston, donde debía dar el discurso de inauguración en una conferencia internacional. Atrapado en el denso tráfico de la hora punta, sin embargo, se quedó sin suerte y perdió el vuelo. No podían asegurarle un billete de reserva, pero si no cogía el último vuelo, tendría que sufrir la vergüenza de no aparecer. Rudy se puso nervioso y enfadado. Gritarle al empleado del mostrador no serviría de nada, pero sentía la tentación de hacerlo. Sin ser consciente de ello, se identificaba con los intensos sentimientos negativos que generaba su cerebro.
Por supuesto, la mayoría de la gente consideraría esos sentimientos completamente normales, dada la situación. Sin embargo, la alternativa más saludable habría hecho que Rudy experimentara su frustración durante un rato y que luego se volviera consciente. Al pararse a pensar, se habría dado cuenta de que el hecho de perder el vuelo había activado su cerebro instintivo/emocional, provocando una reacción al estrés en todo su organismo. Sin concienciación, el estrés sigue su curso durante un largo período de tiempo y, por desgracia, con el paso de los años, nuestro cuerpo se estresa con más facilidad y se recobra más despacio de los pequeños incidentes. Dejar que la reacción al estrés siga su curso no es saludable. Al final, el estrés genera estrés.
Al convertirse en un observador activo de los sentimientos negativos generados en su cerebro, Rudy habría podido enfrentar la situación de manera dinámica y aprender de ella. Y, lo más importante de todo, no habría sido la víctima de una mente reactiva. Este accidente aislado resume las ventajas de la concienciación:
- Puedes manejar mejor el estrés.
- Te libras de las reacciones negativas.
- El control de los impulsos resulta más fácil.
- Dejas espacio para tomar mejores decisiones.
- Puedes responsabilizarte de tus emociones en lugar de culpar a los demás.
- Puedes vivir en un lugar más centrado y tranquilo.
¿Cómo puedes cultivar tu concienciación? La respuesta corta es la meditación. Cuando cierras los ojos y viajas a tu interior, aunque sea durante unos minutos, tu cerebro tiene la oportunidad de regenerarse. No hace falta que intentes concentrarte. El cerebro está diseñado para recuperar un estado equilibrado y tranquilo cuando se le da la oportunidad. Al mismo tiempo, cuando meditas provocas un cambio en tu sentido de la identidad. En lugar de identificarte con los estados de ánimo, los sentimientos y las sensaciones, centras tu atención en el silencio, y en cuanto esto ocurre, el estrés que te embargaba ya no resulta tan persistente. Cuando dejas de identificarte con él, al estrés le resulta mucho más difícil aferrarse a ti.
La práctica de la meditación no resulta tan inusual como lo era hace tres o cuatro décadas, y hay muchos tipos avanzados. Sin embargo, empezar con las técnicas más básicas a menudo genera un contraste sorprendente. Siéntate en un lugar tranquilo y cierra los ojos. Asegúrate de que no haya distracciones; baja la intensidad de la luz.
Cuando te sientes, respira hondo unas cuantas veces, deja que tu cuerpo se relaje tanto como quiera. Ahora, concéntrate en silencio en tu respiración, en la inhalación y la espiración. Deja que tu atención se centre en la respiración, como lo harías si estuvieras en una tumbona escuchando la suave brisa veraniega. No te obligues a prestar atención. Si tus pensamientos se dispersan (algo que ocurre siempre), vuelve a concentrarte suavemente en la respiración. Si lo deseas, después de cinco minutos centra tu atención en el corazón y mantenla allí durante otros cinco minutos. En cualquier caso, estás aprendiendo algo nuevo: lo que se siente al estar en un estado consciente.
Para profundizar más, debes utilizar un mantra sencillo. Los mantras resultan beneficiosos porque llevan la mente a un nivel sutil. Siéntate en silencio y respira hondo unas cuantas veces, y cuando te sientas tranquilo, piensa en el mantra Om shanti. Repítelo y siéntelo, pero no fuerces un ritmo; esto no es un cántico mental. No sigas tu respiración. Solo repite el mantra siempre que notes que tu atención se aleja de él. No es necesario pensarlo lentamente (se volverá lento por sí mismo), pero tampoco debes pensarlo en voz alta. Haz esto durante diez o veinte minutos.
Los novatos se preguntarán, como es normal, cómo pueden saber si la meditación funciona. Si llevas una vida activa y gastas mucha energía, tu cuerpo necesitará descanso con tanta desesperación que te dormirás en muchas de las sesiones de meditación. Eso no es un fracaso; tu cerebro hace lo que más necesita. Pero, sobre todo si meditas por las mañanas, antes de empezar el día, experimentarás la tranquilidad de la conciencia que se observa a sí misma. Después de diez o veinte minutos, notarás lo fácil, relajante y agradable que es estar centrado.
Decimos que la meditación es la respuesta corta porque luego disponemos de todo el resto del día para reflexionar. ¿Cómo puedes ser consciente sin la meditación? Este principio te resultará familiar: cambio sin fuerza. Estar centrado y consciente todo el día no es algo que puedas forzar. No obstante, puedes adoptar poco a poco el comportamiento de una persona consciente:
- No proyectes tus sentimientos en los demás.
- No participes en la negatividad.
- Cuando notes que hay un ambiente estresado, aléjate de él.
- No te centres en la furia o el miedo.
- Si tienes una reacción negativa, deja que siga su curso durante un rato; luego, en cuanto puedas, párate a pensar, respira hondo unas cuantas veces y observa tu reacción sin entregarte a ella.
- Cuando estés en plena reacción, no tomes decisiones. Déjalas para después, cuando estés centrado de nuevo.
- En tus relaciones, no utilices las discusiones para airear tus resentimientos. Hablad de vuestros asuntos cuando ambos os sintáis calmados y razonables. Esta es una buena manera de evitar heridas innecesarias provocadas por el calor del momento.
En términos prácticos, ser consciente es autoevaluarse sin culpar ni juzgar. Cuando no te evalúas a ti mismo, puedes caer presa de una amplia variedad de dificultades. «No sé por qué hice eso» es la queja más frecuente cuando la gente no es consciente, junto con «estaba fuera de control». Después tener una reacción impulsiva, la gente lo lamenta y se arrepiente.
Desde la perspectiva cerebral, cuando te autoevalúas, generas un estado de equilibrio más elevado. Las reacciones primitivas del cerebro rara vez son apropiadas en la vida moderna. Perduran como si los seres humanos todavía necesitaran luchar con los depredadores, defenderse de las tribus invasoras o huir de las amenazas. En el curso de la evolución, el cerebro superior ha evolucionado para introducir una segunda respuesta, que está más de acuerdo con el nivel de amenaza de la situación actual. Sin embargo, para la mayoría de la gente y durante la mayoría del tiempo, no existe ninguna amenaza. No necesitas las reacciones primarias del cerebro inferior, aunque seguirán apareciendo, porque están integradas a nivel biológico.
Cuando el cerebro inferior actúa de manera inapropiada, puedes desactivarlo recordándote la realidad: no estás siendo amenazado. Esa conciencia basta para reducir muchos tipos de reacciones al estrés. La concienciación va más allá, sin embargo. Después de pasar algún tiempo meditando, encontrarás un equilibrio superior y empezarás a identificarte con un estado tranquilo de alerta sosegada. Eso abrirá las puertas al tipo de experiencia espiritual que de otra forma quedaría fuera de tu alcance. Un precioso pasaje del Mandukya Upanishad de la antigua India describe lo necesario que es el estado consciente:
Al igual que dos pájaros posados en el mismo árbol, que son íntimos amigos, el ego y el yo moran en el mismo cuerpo. El primer pájaro come las frutas dulces y amargas de la vida, mientras que el otro lo observa en silencio.
Cuando te conviertas en alguien consciente, las dos partes de tu conciencia tendrán cabida, y entonces podrán convertirse en los amigos íntimos de los que habla el pasaje. El ego, ese sujeto inquieto y activo, ya no actuará según sus impulsos y deseos. Aprenderás que el yo, la otra mitad de tu naturaleza, se contenta simplemente con existir. Esta es la inmensa alegría que se genera al descubrir que tienes suficiente contigo mismo, que no necesitas estímulos externos para ser feliz. A esto, nosotros lo llamamos el verdadero yo.
Soluciones supercerebrales. Haciendo realidad a Dios
Queremos arrojar un poco de luz sobre el antiguo dilema de la existencia de Dios. La concienciación puede ayudar, porque en lo que se refiere a la fe y a la esperanza, es crucial. Existe un enorme abismo entre «yo espero», «yo creo» y «yo sé». Esto es válido para todo lo que ocurre en tu conciencia, no solo con Dios. ¿Tu pareja te engaña? ¿Sabrás apañártelas si te ascienden a supervisor en el trabajo? ¿Tus hijos van a tomar drogas? De una forma o de otra, las respuestas están en la vecindad de esas tres opciones: tú esperas, tú crees o tú sabes que tienes la respuesta correcta. Sin embargo, puesto que Dios es la más difícil de estas opciones, nos concentraremos en él (o ella).
Se supone que la fe es la respuesta a las cuestiones espirituales, pero su poder parece limitado. Casi todo el mundo ha tomado una decisión personal con respecto a Dios. O bien decimos que Dios no existe o que sí. Pero nuestra decisión suele ser dudosa y siempre personal. «Para mí, Dios no existe; al menos, eso creo» sería más preciso. ¿Cómo puedes saber si las cuestiones espirituales profundas tienen una respuesta segura? ¿Se aplica el mismo Dios a todo el mundo?
De niños, todos hacíamos las preguntas espirituales más básicas. Nos salían de manera natural: ¿Dios cuida de nosotros? ¿Adónde fue la abuela cuando murió? Los niños son demasiado jóvenes para comprender que sus padres se sienten tan confusos como ellos en estas cuestiones. Obtienen respuestas tranquilizadoras, y durante un tiempo se conforman con eso. Si se le dice que la abuela fue al cielo para estar con el abuelo, el niño dormirá mejor y se sentirá menos triste. Cuando creces, sin embargo, la pregunta reaparece. Y entonces descubres que tus padres, pese a su buena intención, nunca te mostraron el camino correcto para encontrar respuestas, no solo sobre Dios, sino sobre el amor, sobre tu propósito en la vida o sobre el significado más profundo de la existencia.
En todos estos casos, o bien esperas o bien crees o bien sabes que la respuesta es: «Espero que me ame», «Espero que mi pareja sea fiel», «Sé que mi matrimonio es sólido». Estas respuestas son muy diferentes, y nos sentimos confundidos, porque no sabemos diferenciar entre «espero», «creo» y «sé», y desearíamos que fueran lo mismo. No queremos ver cómo están en realidad las cosas.
La realidad es un objetivo tanto espiritual como psicológico. El camino espiritual te lleva desde un estado de incertidumbre («espero»), a un estado más firme de seguridad («creo»), y finalmente al verdadero entendimiento («sé»). Da igual si el asunto son las relaciones, Dios, el alma, el yo superior, el cielo o el reino de los espíritus. El camino empieza con la esperanza, se hace más fuerte con la fe y se afirma con el conocimiento.
En estos tiempos escépticos, muchos críticos intentan minar esta progresión. Afirman que no puedes conocer a Dios, el alma, el amor incondicional, la vida después de la muerte y muchas otras cosas profundas. Sin embargo, los escépticos desprecian el camino sin haber puesto siquiera un pie en él. Si repasas tu pasado, verás que ya has seguido este camino; muchas veces, en realidad. De niño esperabas llegar a adulto. A los veinte creías que era posible. Ahora sabes que eres un adulto. Esperabas que alguien te amara; en cierto momento creíste que alguien lo hacía; ahora sabes que es así.
Si esta progresión natural no ha tenido lugar, es que algo ha ido mal, porque el desarrollo de la vida está diseñado para avanzar desde el deseo al cumplimiento de ese deseo. Por supuesto, todos sabemos que hay escollos. Te puedes decir a ti mismo: «Sé que convertiré esto en algo grande», cuando en realidad solo lo esperas. Un divorcio podría significar que no sabías si alguien te amaba de verdad o no. Los niños que crecen resentidos con sus padres por lo general no saben en quién confiar. Hay cientos de ejemplos de sueños rotos y promesas perdidas. Pero la gran mayoría de las veces, la progresión funciona. Los deseos son lo que impulsa la vida hacia la plenitud. Aquello que al principio solo esperas, algún día lo sabrás.
Aquí entran en juego ciertos aspectos de la concienciación, y parecen ser universales. Son importantes para cualquiera que no quiera verse atrapado en la consumación de un deseo inútil o en una fe que no está basada en la realidad. Solo puedes confiar en aquello que sabes con certeza.
¿Cómo lo sabes?
Cuando sabes algo de verdad, puede aplicarse lo siguiente:
- No aceptaste la opinión de otras personas. Lo descubriste por ti mismo.
- No te rendiste. Seguiste investigando a pesar de los callejones sin salida y los intentos nulos.
- Confiabas en que tenías la determinación y la curiosidad necesarias para descubrir la verdad. Las verdades a medias te dejaban insatisfecho.
- Lo que sabes de verdad surgió de tu interior. Te convirtió en una persona diferente, tan diferente como pueden serlo dos personas cuando una de ellas se ha enamorado locamente y la otra no.
- Confiaste en el proceso y no dejaste que el miedo o el desánimo lo impidieran.
- Prestaste atención a tus emociones. El camino correcto se percibe de una determinada manera: es algo satisfactorio y despejado; la incertidumbre huele mal y provoca náuseas.
- Fuiste más allá de la lógica y te adentraste en aquellas áreas donde la intuición, la perspicacia y la sabiduría cuentan de verdad. Para ti se hicieron reales.
Lo que convierte este escenario en universal es que este mismo proceso puede aplicarse a Buda mientras buscaba la iluminación o a un joven que aprende a relacionarse o a encontrar su propósito en la vida. Al dividir el proceso en sus componentes, las enormes preguntas sobre la vida, el amor, Dios y el alma se vuelven algo más manejables.
Puedes trabajar con un ingrediente cada vez. ¿Estás predispuesto a aceptar opiniones de segunda mano? ¿Desconfías de tus propias decisiones? ¿El amor resulta demasiado doloroso y desconcertante para explorarlo en profundidad? Estos no son obstáculos insalvables. Forman parte de ti, y por tanto nada puede ser más cercano ni más íntimo. Pero vamos a ser más específicos. Piensa en un problema que desees resolver, algo que signifique mucho para ti. Puede ser algo tan filosófico como: «¿Cuál es mi propósito en la vida?», o tan espiritual como: «¿Dios me ama?». Puede estar relacionado con una relación, o incluso con un problema de trabajo. Elige algo difícil de resolver, algo que te provoque dudas, resistencia y estancamiento. Sigues esperando encontrar una respuesta, pero hasta el momento no la has conseguido.
Elijas lo que elijas, encontrar una respuesta en la que puedas confiar implica dar ciertos pasos.
Avanzar desde la esperanza hasta la fe y el conocimiento
- Paso 1: date cuenta de que tu vida está diseñada para avanzar.
- Paso 2: reflexiona sobre lo bueno que es saber algo de verdad, en lugar de limitarte a esperar y a creer. No te conformes con menos.
- Paso 3: pon por escrito tu dilema. Haz tres listas separadas con las cosas que esperas que sean ciertas, las cosas que crees ciertas y las cosas que sabes que son ciertas.
- Paso 4: pregúntate por qué sabes las cosas que sabes.
- Paso 5: aplica lo que sabes a aquellas áreas en las que tienes dudas, donde todavía solo existen esperanza y creencia.
En lo tocante al alma y a Dios, hemos elegido un tema que la mayoría de la gente considera místico, que requiere un salto de fe, y lo hemos dividido en varias piezas. Al cerebro le gusta trabajar de manera coherente y metódica, incluso cuando se trata de la espiritualidad. Los primeros dos pasos son una preparación psicológica; los tres últimos te piden que despejes tu mente y dejes el camino abierto al conocimiento. Ahora, apliquemos los pasos a Dios.
Paso 1: date cuenta de que tu vida está diseñada para avanzar
Desde el punto de vista espiritual, avanzar significa desear aceptar a Dios; sientes que lo mereces, y sabes que los beneficios de una deidad afectuosa mejorarán tu vida. Esto no tiene nada que ver con la famosa apuesta de Pascal, que dice que lo mejor es apostar a que Dios existe, porque si no crees y Dios resulta ser real, podrías acabar en el infierno. El problema es que la apuesta de Pascal está basada en el miedo y en la duda. Ninguno de ellos es una buena motivación para el desarrollo espiritual. En lugar de eso, piensa en lo gratificante que será saber si Dios es real, no en lo mal que te iría si apostaras a lo contrario.
Paso 2: reflexiona sobre lo bueno que es saber algo de verdad
Aquí proponte encontrar a Dios como una experiencia asequible, no como una prueba de fe. Cuando sientas dudas e inquietudes (todos las tenemos con respecto a Dios), no las descartes. Deja espacio a la posibilidad de que los argumentos contra Dios no sean toda la historia. A pesar de todos los infortunios que pesan sobre la vida humana, incluidos los peores que se le reprochan a Dios (genocidios, guerras, armas atómicas, dictaduras, crímenes, enfermedades y muerte), el asunto no está decidido en absoluto. Puede existir un Dios afectuoso que permite a los humanos cometer errores y aprender a su propio ritmo. Sin embargo, no saques conclusiones apresuradas. Adopta una actitud que te permita resolver los problemas de violencia, culpa, vergüenza, ansiedad y prejuicios (las raíces de los problemas en general) en tu propia vida. Emprender un desarrollo personal es mucho mejor que lamentarse del continuo sufrimiento humano.
Paso 3: pon por escrito tu dilema
El objetivo aquí es evitar las generalizaciones y las opiniones aceptadas. La mayoría de la gente realiza juicios generales a favor o en contra de Dios, y luego cubre sus apuestas de acuerdo con la situación. (Como afirma el dicho, no hay ateos en las trincheras. Seguro que también hay unos cuantos devotos rezando en un bar de solteros después de la medianoche).
Al hacer una lista de tus esperanzas, creencias y conocimientos reales, te sorprenderás a ti mismo. Los temas espirituales resultan fascinantes cuando les prestas la debida atención. Como beneficio colateral, agudizarás y aclararás tus ideas, lo que también ayuda a tu cerebro. Pensar es una capacidad que se organiza en el neocórtex, y también pensamos cuando pensamos en Dios.
Así que sé sincero. ¿Crees en secreto que Dios castiga a los pecadores, o esperas que no lo haga? Si ambas cosas son ciertas, anótalas en las dos listas, en la de creencias y en la de las esperanzas. ¿Crees que has presenciado algún acto de gracia o de absolución? Si es así, escríbelo en el apartado de cosas que sabes.
Este ejercicio resulta muy revelador como inicio de la exploración espiritual. Tómate tu tiempo para hacer las listas, y cuando las termines, déjalas en un lugar donde puedas consultarlas en el futuro. Esta es una buena manera de averiguar si tu progreso avanza de manera adecuada y realista.
Paso 4: pregúntate por qué sabes las cosas que sabes
La frase «sé lo que sé» es muy compleja. La mayoría de la gente se aferra a sus creencias sin pararse a pensar de dónde vienen. ¿Crees en Dios? Y si es así, ¿crees en él porque te lo dijeron tus padres o aceptaste las lecciones de las clases de catequesis? Quizá tu creencia se base en una esperanza desesperada de que el hombre de arriba te esté viendo; pero para ser realista, en realidad no sabes si Dios es un hombre, y «arriba» podría ser cualquier parte, ninguna parte o toda la creación.
Para conocer realmente a Dios es sin duda mucho mejor tener experiencias personales, pero estas abarcan un rango mucho más amplio de lo que imaginas.
- ¿Has sentido alguna vez una presencia divina o luminosa?
- ¿Te has sentido amado de una forma absoluta?
- ¿Has sentido un súbito arrebato de felicidad o alegría sin ningún motivo aparente?
- ¿Te has sentido seguro y cuidado, como si el universo protegiera tu existencia?
- ¿Experimentas momentos de profunda calma interior, de fuerza o de sabiduría?
Como puedes ver, la palabra Dios no tiene por qué estar conectada a experiencias de conciencia expandida, que son lo que quieres que tu cerebro registre y recuerde. Según las encuestas, casi toda la gente asegura haber visto una luz alrededor de alguien, y muchas personas han experimentado sanaciones o el poder del pensamiento positivo. La cuestión más importante no es si has conocido a Dios; la cuestión más importante es la experiencia real que podría dirigir tu mente hacia un mundo que se extiende más allá de lo material.
Mientras consideras el tipo de experiencia que sabes que es real en tu vida, también puedes pensar en las escrituras y en la gente que las escribió. Si sabes que disfrutas leyendo la Biblia o los poemas de Rumi, si te has sentido en paz cuando estás cerca de una persona espiritual o en un lugar sagrado, sabes que algo es cierto. Si prestas atención y les das significado a esas experiencias, avanzarás un buen trecho en lo que se refiere a encontrar tu lugar en la matriz espiritual, del mismo modo que has encontrado tu lugar en la matriz de la vida.
Paso 5: aplica lo que sabes a aquellas áreas en las que tienes dudas
Si has seguido los primeros cuatro pasos, deberías tener un buen mapa mental de tus esperanzas, creencias y conocimientos. Esto en sí mismo es muy útil, ya que te proporciona una base para detectar cualquier señal de cambio. El cambio requiere intención, y si le dices a tu cerebro que quieres buscar a Dios, tus poderes de percepción empezarán a aumentar. (¿No pasa lo mismo cuando decides que quieres buscar pareja? De repente ves a la gente que te rodea bajo una luz diferente, más intensa. Los desconocidos se transforman en posibles candidatos para el romance, o no).
A Dios le gusta mantenerse ocupado, o lo que es lo mismo: interesarse por el desarrollo espiritual no es algo pasivo. Debes abrirte a la posibilidad de seguir el camino, espiritualmente hablando. En contra de lo que se suele creer, esto no significa hacerse el propósito en Año Nuevo de volver a ir a la iglesia (y no es que nosotros lo desaconsejemos, ni mucho menos) o decidir ser santo y devoto de la noche a la mañana. Esos son metas, más que puntos de partida. Lo fundamental es encontrar una manera de actuar que favorezca la posibilidad de que Dios se haga real.
Nosotros llamamos a esos actos «actividades sutiles», porque tienen lugar en el interior. Considera las siguientes actividades sutiles y cómo podrías adaptarte a ellas.
Actuar como si Dios pudiera ser real
- Medita.
- Mantén la mente abierta a la espiritualidad. Examina cualquier inclinación a ser automáticamente escéptico y luego apártala.
- Fíjate en lo bueno de la gente. Deja de cotillear, culpar y regodearte cuando a las personas que no te caen bien les ocurren cosas malas.
- Lee poesía motivadora y escrituras de distinta procedencia.
- Investiga la vida de los santos, los sabios y los visionarios de las tradiciones espirituales orientales y occidentales.
- Cuando estés nervioso, pide que tu ansiedad desaparezca y que tu inquietud se reduzca.
- Ábrete a la posibilidad de recibir soluciones inesperadas. No fuerces el tema ni recaigas en la necesidad de control.
- Experimenta plenamente la alegría todos los días. Hazlo aunque solo sea al mirar el cielo azul o al oler una rosa.
- Pasa más tiempo con los niños y absorbe su espontánea efusividad ante la vida.
- Ayuda a alguien necesitado.
- Considera la posibilidad del perdón en alguna área de tu vida donde este suponga una marcada diferencia.
- Reflexiona sobre la gratitud y sobre las cosas por las que te sientes agradecido.
- Cuando sientas ira, envidia o resentimiento, párate a pensar, respira hondo e intenta eliminar esos sentimientos. Si no lo logras, pospón al menos la reacción negativa hasta más tarde.
- Practica la generosidad de espíritu.
- Espera siempre lo mejor, a menos que tengas evidencias de que hay algo que cambiar, mejorar o cuestionar.
- Encuentra una forma de disfrutar tu existencia. Céntrate en los obstáculos que impiden tu alegría.
- Haz lo que sabes que es bueno. Evita lo que sabes que es malo.
- Busca un sendero de realización personal, sea lo que sea esta para ti.
Esta lista te da algo específico para que Dios no se convierta en un vago arrebato de emoción o en un tópico que posponer hasta que se avecine una crisis. Hemos evitado el tema religioso, no porque tengamos nada en contra de la fe, sino porque el objetivo aquí es diferente. Tú quieres acostumbrar poco a poco a tu cerebro a percibir y valorar una nueva realidad. Cómo participar en esa realidad es elección tuya. Solo debes tener en cuenta que para sintonizarte con la enorme matriz de experiencias espirituales, tu cerebro tiene que estar listo para adaptarse.
En cierto sentido, el consejo más sencillo que hemos oído sobre Dios es también el más profundo. Al menos una vez al día, cede y permite que Dios, o tu alma, o la entidad de sabiduría superior que prefieras, se encargue de una situación. Porque, al fin y al cabo, no es el hombre de arriba (ni un panteón entero de dioses) quien dirige el curso de la vida. La vida evoluciona por sí misma, y Dios es solo una etiqueta que aplicamos a los poderes invisibles que existen dentro de nosotros mismos, aguardando el momento preciso para aflorar. Cuando leas estos versos del gran poeta bengalí Rabindranath Tagore, presta atención a lo que sientes:
Oye, corazón mío, los suspiros del mundo
que está queriendo amarte.
O estos otros:
¡Cómo anhela el desierto el amor de una única brizna de hierba!
La hierba sacude la cabeza, ríe y se aleja volando.
Si notas la ternura de los dos primeros versos y el misterio de los segundos, hay un lugar en tu interior que se ha conmovido como si el propio Dios te hubiera rozado. No hay ninguna diferencia, salvo que las experiencias seguirán creciendo hasta que lo divino sea real para ti. Este es tu privilegio. No hay necesidad de que sea real para nadie más.