VI. El cerebro emocional

El miedo y el deseo se generan en tu cerebro instintivo, se procesan en tu cerebro emocional y se gestionan en tu cerebro intelectual. Estas estructuras atienden las exigencias de la mente para procesar la lujuria, el enamoramiento, la furia, la avaricia, los celos, el odio y la aversión. Todos estos sentimientos están ligados a la supervivencia en el curso de la evolución. La reacción de huida o lucha de los reptiles indica la existencia de circuitos cerebrales fijos para esa respuesta. El cerebro humano no evolucionó para librarse de esos circuitos, ni siquiera para anularlos (como hizo, por ejemplo, con la cola de los primeros mamíferos, que se convirtió en un hueso vestigial en la parte baja de nuestra columna).

En lugar de eso, el cerebro humano ha añadido nuevas capas sobre las antiguas. (En el caso del córtex cerebral, la región más superficial del cerebro, las capas son casi literalmente como la corteza de un árbol. Cortex significa «corteza» o «costra» en latín). Este capeado integra todo lo anterior, no lo anula. Si bien los recuerdos pasados de dolor e incomodidad llevan al miedo, los recuerdos de placeres y diversiones pasadas generan deseo. La evolución presiona y empuja al mismo tiempo. Es imposible decir dónde acaba el placer y dónde comienza la evitación del dolor. Puede que Shakespeare se avergonzara de su lujuria, pero no pidió que se la quitaran. Las emociones basadas en el miedo y en el deseo trabajan de la mano. Por ejemplo, tu miedo a ser rechazado por tu grupo social está enlazado con tu deseo de sexo y poder, lo que apoya al individuo y a la especie al mismo tiempo.

Las emociones son tan apremiantes como los instintos, pero están más desarrolladas. Freud llamó «ello» o id a los impulsos instintivos porque eran demasiado primitivos para nombrarlos. Las emociones tienen nombre, como «envidia», «celos» y «orgullo». Cuando un poeta declara que su amor es como una rosa roja, expresa lo mucho que nos fascina poner nombres a las emociones y construir un mundo alrededor de ellas. Así pues, las emociones son un paso más en la dirección de la conciencia.

El conflicto entre los instintos y las emociones nos enseña que los seres humanos han evolucionado (con mucho dolor y confusión) para aprender. Debes ser consciente de tus miedos y tus deseos. Ellos no tienen control en sí, y tampoco el cerebro reptiliano. El complicado sistema límbico es nuestro centro de las emociones, pero también tiene una relación oscura con cosas como la memoria a largo plazo y el sentido del olfato. Oler un perfume o unas galletas de chocolate basta para revivir un torrente de recuerdos pasados (en el caso de Marcel Proust, fue el hecho de mojar una magdalena en el té), porque el sistema límbico une el olor, los recuerdos y las emociones. Evolucionó en segundo lugar, después del cerebro reptiliano, pero todavía temprano. Todos los animales de cuatro patas, incluyendo los primeros anfibios, parecen haber desarrollado un sistema límbico. Las emociones, a diferencia del olfato, podrían haber aparecido más recientemente en la historia. O quizá las emociones no existieran hasta que el lenguaje les dio un nombre.

Nuestra inclinación a culpar al cerebro inferior de los comportamientos primitivos es un error. Puedes «oler» los problemas con una certeza que el cerebro superior envidia. El cerebro inferior no tiene dudas ni vacilaciones. No puede evitar lo que sabe. Nadie habla de la sabiduría del impulso sexual, pero está claro que nuestras emociones son sabias. Son la base del tipo de conciencia que nos conduce a la felicidad. Hace años, antes de que se inventara la palabra «friki», las universidades empezaron a atraer a un tipo de chicos obsesivos con talento para crear programas informáticos. Permanecían sentados día y noche escribiendo códigos. La era digital se creó gracias a sus noches en vela. Sin embargo, a los veintipocos sufrían un cambio, y cuando le preguntaron al decano de una universidad prestigiosa a qué se debía dicho cambio, respondió con un suspiro: «No podemos evitar que salgan de su habitación, y en cuanto conocen a una chica, desaparecen».

Lo que pierden los códigos binarios lo gana la humanidad. Con la emergencia del cerebro emocional, la conciencia comienza a distanciarse de la supervivencia física. Las distintas áreas del sistema límbico, tales como el hipocampo y la amígdala, han sido mapeadas con mucha precisión, y gracias a las RMF pueden relacionarse con todo tipo de funciones. Dicha precisión tienta a los neurólogos a afirmar que el sistema límbico nos utiliza para sus propios fines, como hacen los instintos, pero debemos rechazar dicha afirmación. ¿Quién quiere decidir si debe digerir o no los alimentos después de cada comida? ¿Quién quiere ponerse a pensar cómo debe reaccionar cuando ve que el coche de delante pierde el control? Hay enormes áreas de la vida que deben ser automáticas, y por tanto lo son.

Sin embargo, las emociones, incluso cuando son espontáneas, significan algo, y ese significado es un departamento del que todos queremos estar al cargo. «No puedo evitarlo. Cada vez que veo Casablanca me echo a llorar», podría decir alguien. Sí, pero somos nosotros quienes decidimos ir al cine, y una de las razones para hacerlo es la posibilidad de sentir emociones fuertes sin correr riesgos. No tiene nada de malo que un hombre llore al final de Casablanca, o cuando disparan al perro de Fiel amigo, ni siquiera aunque crea que los hombres adultos no deben llorar. Las películas son un territorio de recreo para el sistema límbico, pero no porque el cerebro necesite llorar, sino porque todos, en determinadas circunstancias, necesitamos llorar. El cerebro emocional no siente emociones. Eres tú quien las siente cuando lo utilizas.

Sin embargo, alrededor de la fase emocional del cerebro hay un nuevo conflicto, uno que ya hemos tocado: la memoria. La memoria es la forma más poderosa de crear tarjetas de memoria, y una vez que estas se insertan, son difíciles de retirar. Ya hemos hablado de la persistencia de una emoción, de la ansiedad. En sánscrito, la persistencia de una experiencia se denomina samskara. Se define como la impresión que dejan las acciones pasadas o karma. Son palabras exóticas, pero todas las tradiciones espirituales orientales están fundamentadas en un dilema universal: la batalla por romper los viejos condicionamientos, que generan dolor en el presente recordando el dolor pasado. El proceso de instauración de las impresiones kármicas es un aspecto inextricable del cerebro emocional.

Da igual que creas o no en el karma. Dejas impresiones en tu sistema nervioso a cada momento. Todos los gustos y aversiones que tienes («Detesto el brócoli», «Me gustan los espárragos», «Odio a esa mujer», «Te quiero») se deben a impresiones pasadas. Es algo más que un procesamiento de los datos. A cualquiera que compare el cerebro humano con un ordenador deberían preguntarle si los ordenadores odian el fascismo o sienten predilección por el brócoli. Las emociones guían las preferencias, y los ordenadores no tienen emociones.

Puesto que dejar impresiones no supone ningún esfuerzo, lo lógico sería que tampoco costara esfuerzo eliminarlas. En ocasiones es así. Si te equivocas al decir algo, puedes corregirte con un «olvida lo que acabo de decir», y tu interlocutor lo hará. Sin embargo, las impresiones que suponen una diferencia a largo plazo no pueden eliminarse, ni siquiera con el mayor de los esfuerzos. Los traumas permanecen contigo. Puesto que se sabe tan poco de la memoria, sus huellas no pueden ser detectadas en el sistema límbico. Aun así, algunos recuerdos vívidos son persistentes por naturaleza.

Debes llevar una vida emocional abierta y evaluar tus sentimientos. Pero cuando las emociones ganan la partida, es necesario evolucionar un poco más. En particular, nosotros creemos que deberías ser testigo de tus emociones. Esto no significa que debas quedarte a un lado y observar cómo te enfureces o entras en pánico cuando aparezcan esas emociones. Las emociones desean seguir su curso; al igual que los instintos, quieren lo que quieren. Pero tú no deberías alentarlas en exceso. La furia, por ejemplo, ya es bastante acalorada y desenfrenada de por sí. No necesita que tú le eches leña al fuego. Si observas tu furia, creas un pequeño hueco entre tu emoción y tú. Si piensas: «Así soy yo cuando me enfurezco», el «yo» y la furia están ahora separados. Con ese pequeño acto de distanciamiento, la emoción pierde fuerza. Siempre tienes la posibilidad de utilizar cualquier parte del cerebro como tu aliada. Los términos de esa alianza dependen de ti.

Como cualquier otra fase del cerebro, las emociones pueden desequilibrarse.

Si eres demasiado sentimental, pierdes perspectiva. Tus sentimientos te convencen de que son lo único que importa. Las emociones en exceso resultan extenuantes, y dejan agotado todo el sistema mente-cuerpo. Si sucumbes a las emociones durante el tiempo suficiente, te conviertes en su prisionero.

Si controlas demasiado las emociones, sin embargo, pierdes el contacto con las sensaciones de la vida. Y esto conduce a la ilusión de que con el intelecto basta. Al ignorar lo poderosa que resulta una emoción oculta, te arriesgas a un comportamiento inconsciente. La represión de las emociones también está muy relacionada con la proclividad a las enfermedades.

Puntos esenciales: tu cerebro emocional

  • Deja que los sentimientos vayan y vengan. Cuando lo hacen, son espontáneos.
  • No te aferres a sentimientos negativos excusándote en que tú tienes razón y otra persona se equivoca.
  • Reflexiona sobre tus puntos débiles. ¿Te enamoras con demasiada facilidad? ¿Pierdes los estribos demasiado rápido? ¿Te preocupan los riesgos insignificantes?
  • Empieza a observar tus debilidades en cuanto aparezcan.
  • Pregúntate si de verdad necesitas tener la reacción que estás teniendo. Si la respuesta es no, los sentimientos indeseados empezarán a recuperar el equilibrio.

Antes del salto

En este momento llegamos a un salto en la evolución en el que aparece el cerebro superior. La pregunta sobre el significado de la vida nació en la corteza cerebral, que se sienta sobre el cerebro inferior como un rey filósofo. Pero a veces los reyes son destronados, y el cerebro no es ninguna excepción. El cerebro inferior siempre está ahí para realizar sus exigencias instintivas, en ocasiones primitivas.

Es muy probable que la evolución no haya dado un salto más grande (ni en la tierra ni en el cosmos) que el salto necesario para el desarrollo de la corteza cerebral.

Le dedicaremos su propio capítulo. Pero primero volvamos a repasar el cerebro emocional y el instintivo. Se merecen respeto por la complejidad de su respuesta ante el mundo. Si te persigue un tigre, el cerebro instintivo liberará de inmediato ciertas sustancias neuroquímicas que te permitirán hacer todo lo posible para sobrevivir.

Este cóctel neuroquímico, compuesto sobre todo por adrenalina, tardó millones de años en perfeccionarse. La adrenalina es el comienzo de una cascada química en el cerebro. Genera actividad electroquímica en sinapsis específicas para instarte a correr mientras optimiza tu ritmo cardíaco y tu respiración para alcanzar el mayor rendimiento físico posible. También maximiza tu concentración para que puedas soportar la persecución y ser más listo que el tigre. Incluso te hace sentir placer al tiempo que inhibe todos los sentimientos preexistentes de hambre, sed o incluso la necesidad de ir al baño.

Estas distracciones potenciales se desvanecen al instante para que toda la actividad física y mental pueda concentrarse en escapar y sobrevivir. Cuando estabas en la escuela, si alguien intentaba arrebatarte el dinero para el almuerzo, contraatacabas sin dudarlo. O, si el abusón era mucho más grande que tú, huías sin pensártelo dos veces.

La evolución ha perfeccionado la alianza entre el cerebro emocional y el instintivo para asegurar nuestra supervivencia, pero si se abusa de ella, esa alianza puede convertirse en nuestro peor enemigo. Esto se debe a que tanto el cerebro emocional como el instintivo son «reactivos»: inducen un estado de excitación de manera inconsciente. Cualquier estímulo externo fuerte (un disparo, el frenazo súbito del coche que circula delante de ti, una mirada de una chica bonita o de un hombre seductor) dispara automáticamente una reacción que activa la alianza entre instintos y emociones.

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Acurrucado bajo la corteza cerebral se encuentra el sistema límbico (sombreado). Este sistema da cobijo a nuestras emociones, a los sentimientos de placer asociados con la comida y el sexo, y a la memoria a corto plazo. Está formado por varias áreas diferenciadas, como el tálamo y el hipotálamo, así como la amígdala y el hipocampo, que controlan la memoria a corto plazo.

La amígdala determina qué recuerdos se almacenarán basándose en la respuesta emocional que evoca una experiencia. El hipocampo es el responsable de los recuerdos a corto plazo y los envía hacia las partes correspondientes de la corteza cerebral para su almacenamiento a largo plazo. Esta región se ve particularmente afectada en la enfermedad de alzheimer. El sistema límbico está íntimamente conectado con el lóbulo olfatorio, que procesa los olores. Este es el motivo por el que ciertos olores pueden desencadenar recuerdos muy vívidos.

Rudy recuerda una experiencia con un abusón de su infancia, una que nos servirá para enlazar con nuestro siguiente tema: el cerebro superior. En la escuela primaria era un niño muy tímido y bastante torpe en los deportes. Por el contrario, su hermana melliza Anne era una atleta con mucho talento para su corta edad. Cuando los abusones lo fastidiaban en el recreo, Anne intervenía para luchar sus batallas. Resultaba frustrante que una niña lo defendiera, y que encima fuera más fuerte que él.

Lo más importante era que la respuesta de huida o lucha quedaba abortada, ya que no servía ninguna de las dos cosas. Huir hace que los niños pequeños pierdan su orgullo; recibir una paliza es humillante. Sin embargo, en un extraño sentido Rudy replicaba un problema evolutivo primario. Los primeros humanos tuvieron que ingeniárselas para vivir juntos; no podían formar una sociedad si huían cada vez que la adrenalina se lo ordenaba, y tampoco si se enzarzaban en un combate sangriento cada vez que la hormona se inclinaba hacia el otro lado y les ordenaba luchar. Rudy tuvo que encontrar una forma de solucionar el mismo dilema social. Poco a poco, cuando los otros niños le fastidiaban, empezó a utilizar su intelecto cada vez más.

Al principio, el remedio principal fue táctico. Una vez en el tercer curso, un abusón provocó una pelea. El chico se abalanzó sobre la espalda de Rudy y empezó a golpearle. Anne lo observó todo bien atenta, lista para intervenir. Pero Rudy, en lugar de entrar en pánico e intentar quitárselo de encima, tuvo una idea. Vio que había un roble enorme detrás de ellos y retrocedió tan rápido como pudo para aplastar al abusón contra el tronco. El muchacho se quedó sin respiración y se desplomó sobre el suelo congelado. Ese chico, que nunca olvidó lo ocurrido, jamás volvió a molestar a Rudy. En otras palabras, aunque los cerebros emocional e instintivo le habían advertido a Rudy del peligro de la situación, su cerebro intelectual le había indicado por primera vez una opción que no era ni la huida ni la lucha.

Suponemos que los primeros humanos hicieron descubrimientos similares. Cuando tus oponentes empiezan a pensar, tú debes hacer lo mismo. Las tácticas para librar una batalla llevan inevitablemente a las tácticas para poner fin a la guerra. La necesidad de sentarnos frente al fuego y compartir los frutos de la recolección y la caza nos dieron razones para ser sociales. Los estímulos externos no fueron lo único que propició el salto cuántico en la evolución necesario para la aparición del intelecto. Todas las células del cuerpo poseen una inteligencia innata. No sabemos cuál es el alcance de la inteligencia celular, que ha sido crucial para que nuestro cuerpo se haya convertido en lo que es hoy día. Las células viven juntas, cooperan, se perciben las unas a las otras y se comunican constantemente. Si una única célula se vuelve antisocial y se rebela, el sistema inmunitario intervendrá, y si eso fracasa, puede desarrollarse un cáncer, que es el mayor comportamiento antisocial en el organismo. En cierto sentido, el cerebro superior no hizo más que ponerse al tanto de lo que sabían hacer las células individuales. Fuera como fuese, el salto hacia el cerebro intelectual aumentó las posibilidades de la vida humana un millar de veces.

Soluciones supercerebrales. Crisis personal

Mucha gente reacciona a las crisis personales con miedo, lo cual es instintivo. Sin embargo, es posible darle un enfoque más integrado o, lo que es lo mismo, utilizar tu cerebro superior y tu cerebro inferior de manera conjunta. Una crisis personal no es más que un desafío magnificado hasta proporciones drásticas, y los desafíos forman parte de la vida diaria. Nadie escapa a esos momentos oscuros en los que las dificultades se transforman en crisis; muchos momentos cruciales surgen al enfrentarse a un desastre inminente.

Las consecuencias de tu vida dependen de cómo te enfrentas a sus momentos más oscuros. ¿Se convertirán estos en momentos cruciales o en adversidades? Aquí entra en juego lo que nosotros llamamos sabiduría, ya que la mayoría de las personas toman decisiones importantes basándose en impulsos o en lo contrario, en hábitos. Notan la presión de las emociones, que nunca son más intensas que cuando la mente está desequilibrada. No hay forma de negar la famosa primera frase de la obra de M. Scott Peck El camino menos transitado: «La vida es difícil». Sin embargo, la sabiduría puede ser un incentivo para conquistar las dificultades, para transformar la frustración y el abatimiento en momentos cruciales y éxitos.

Siempre que las cosas vayan mal, hazte tres preguntas destinadas a convertir el caos mental en un proceso ordenado que el cerebro puede seguir y organizar físicamente.

Pregúntate

  1. ¿Debería solucionar, soportar o alejarme de este problema?
  2. ¿Puedo consultar a alguien que haya resuelto el mismo problema con éxito?
  3. ¿Cómo puedo ahondar en mí mismo en busca de soluciones?

Por el contrario, existen tres preguntas que no deberías hacerte, porque promueven el abatimiento y el caos mental.

No te preguntes

  1. ¿Por qué lo hago todo mal?
  2. ¿A quién puedo culpar?
  3. ¿Qué pasaría en el peor de los casos?

Estas preguntas salen a flote en innumerables ocasiones, desde una mala relación hasta un grave accidente de coche, desde el diagnóstico de una enfermedad mortal hasta el arresto de un chico por cuestión de drogas. La triste verdad es que mucha gente se hace constantemente preguntas que no debería, mientras que tan solo una pequeña porción se hace las preguntas justas que llevan a las acciones correctas. Veamos si podemos mejorar eso.

1. ¿Debería solucionar, soportar o alejarme de este problema?

Lo primero que necesitas es hacerte una composición de lugar razonable. Así pues, pregúntate: «¿Debería solucionar, soportar o alejarme de este problema?». A menos que respondas a esta pregunta de manera clara y racional, tu perspectiva quedará nublada por las reacciones emocionales. Sin saberlo, te verás inmerso en la influencia de la alianza instintivo-emocional de tu cerebro. Es posible que cedas a la impulsividad o que recaigas en viejos hábitos, cuando lo que necesitas es hacer algo nuevo, buscar una solución adecuada para la crisis que tienes entre manos.

Las situaciones malas a menudo inducen una mala toma de decisiones y, de igual forma, para tomar buenas decisiones hay que aclarar la confusión interior. Párate a pensar (y consulta a personas de confianza) un curso de acción que comience con encontrar un arreglo. Si no hay arreglo posible, pregúntate por qué. La respuesta puede ser que necesitas ser paciente y soportar la situación desagradable, o que debes alejarte de ella porque nadie en tu posición puede encontrar una solución. A veces los problemas económicos pueden arreglarse, pero otras debes soportarlos, a menos que las cosas vayan a peor y debas alejarte formalizando una bancarrota. Es muy importante seguir esta secuencia. La sociedad se quedó sin saber qué hacer cuando las deudas se convirtieron en un fracaso moral y los deudores fueron encarcelados. Se le privó de los medios para solucionar su situación o para alejarse de ella.

No te quedes estancado en juicios y actitudes morales punitivas. En general, puesto que encontrar una solución requiere esfuerzo y alejarse siempre parece arriesgado, la mayoría de las personas optan por soportar las situaciones desagradables, incluso las crisis, como por ejemplo una pareja violenta y agresiva o el elevado riesgo de infarto que supone la obesidad. Tan solo un pequeño porcentaje de la gente (menos de un 25 por ciento) busca ayuda profesional para sus problemas emocionales, mientras que la mayoría (más de un 70 por ciento) afirma que afronta las dificultades emocionales viendo más la televisión.

Las alternativas podrían funcionar si la gente no vacilara cuando las cosas salen mal. Un día desean con esperanza una solución y quizá dan unos cuantos pasos para conseguirla. Al día siguiente, se sienten pasivos y víctimas, así que toleran las cosas como están. El tercer día están enfermos y hartos de sufrir, y simplemente desean escapar. El resultado final es la autoderrota. No se puede encontrar jamás una solución huyendo en tres direcciones diferentes. Así pues, aclara tu situación y actúa según lo que ves con claridad.

Acciones: cuando te sientas más calmado, siéntate y reflexiona sobre la crisis. Toma nota de las opciones, haz una columna para Solucionar, otra para Soportar y otra para Alejarse. Escribe los motivos para cada una. Sopésalas con cuidado. Pídele a alguien de confianza que lea tu lista y la comente. Una vez que decidas lo que debes hacer, atente a ello a menos que algo importante te indique una nueva dirección.

2. ¿Puedo consultar a alguien que haya resuelto el mismo problema con éxito?

Las situaciones desagradables no se resuelven en aislamiento, pero nuestras reacciones emocionales sin duda nos aíslan. Empezamos a preocuparnos y a deprimirnos. Nos encerramos en nosotros mismos. Por nuestra mente pululan los sentimientos de vergüenza y de culpa, y una vez que arraigan, tenemos más motivos aún para distanciarnos. Así pues, deberías preguntarte: «¿Puedo consultar a alguien que haya resuelto el mismo problema con éxito?».

Encontrar a alguien que haya superado la misma crisis a la que te enfrentas logra varias cosas a la vez. Te da un ejemplo a seguir, un confidente que comprende tu situación y una alternativa al aislamiento. Las víctimas siempre se sienten solas e indefensas. Por lo tanto, busca alguien que haya demostrado que no tienes por qué sentirte una víctima de las cosas desagradables a las que te enfrentas.

No hablamos de darse la mano y compartir miserias, ni siquiera de terapia. Todas esas actividades pueden resultar beneficiosas (o no), pero no sustituyen la necesidad de hablar con una persona que haya entrado en el mismo agujero oscuro que tú y haya conseguido salir. ¿Dónde encuentras a una persona así? Pregunta por ahí. Cuando te sientes sobrecargado y estresado, hay más personas dispuestas a ayudar de lo que imaginas. Internet facilita muchísimo la búsqueda, ya que ofrece foros activos donde se puede hablar de las crisis a tiempo real y encontrar recursos interrelacionados. Sin embargo, asegúrate de no entrar en una sesión de lamentos, ya sea en línea o cara a cara. Dada la intensidad de nuestros sentimientos, es fácil apoyarse en cualquiera dispuesto a escuchar.

Párate a pensar. ¿Estás consiguiendo lo que necesitas? ¿Sacas algo positivo, algo que puedas utilizar, de cada charla? ¿La otra persona es realmente compasiva? (Si quieres, puedes saber si alguien finge). Compartir tus emociones es solo el principio. Necesitas pruebas de que tus emociones empiezan a sanarse y de que comienzas a atisbar una solución a la crisis.

Acciones: encuentra a un confidente al que contarle tu historia. Busca un grupo de apoyo; entra en Internet para encontrar blogs y foros... hay muchas más posibilidades que nunca. No te detengas hasta que encuentres no solo un buen consejo, sino también la empatía de alguien en quien confíes. Pon a prueba lo que te digan escribiendo la solución que te han sugerido. Actualiza tus notas cada pocos días hasta que la solución empiece a funcionar; si no es así, vuelve atrás y pide mejores consejos.

3. ¿Cómo puedo ahondar en mí mismo en busca de soluciones?

Al final no existe manera de evitar el enfrentamiento cara a cara con la crisis. Convertir algo malo en algo bueno depende de ti. Nadie puede estar contigo todo el tiempo y, te guste o no, las crisis resultan muy absorbentes. Debes enfrentarte a un mundo interior que, de repente, está lleno de amenazas, miedos, ilusiones, fantasías, negaciones, distracciones y conflictos. El mundo de «ahí fuera» no cambiará hasta que el mundo de «aquí dentro» lo haga. Así pues, pregúntate: «¿Cómo puedo ahondar en mí mismo en busca de soluciones?».

Estás buscando una entrada al reino del cerebro superior, donde el intelecto y la intuición pueden ayudarte. Pero debes darte permiso primero, lo que implica una voluntad de profundizar. Todavía no nos hemos enfrentado con el cerebro superior. Como idea previa, considera una verdad en la que Rudy y Deepak creen profundamente: la solución nunca está en el mismo nivel que el problema. Sabiendo esto, puedes escapar de muchas de las trampas en las que suele caer la gente.

¿Qué es lo que existe a nivel del problema? Pensamientos repetitivos que no llevan a ningún sitio. Viejos condicionamientos que siguen aplicándose a opciones desfasadas. Montones de comportamientos obsesivos e inútiles. Estancamiento. Y mucho más. Sin embargo, la idea más importante es que tienes más de un nivel de conciencia, y a un nivel más profundo posees una intuición y una creatividad sin explotar.

Tu cerebro superior posee el potencial de crear nuevas soluciones, pero tú debes cooperar. Mucha gente dice: «Tengo que pensar bien en esto», lo que puede ser un buen primer paso. Pero a un nivel más profundo tiene lugar un proceso de autorización. Debes encontrar una manera de relajarte, algo muy difícil en una crisis. Todo el mundo se siente a punto de estallar. La presión constante lleva a una preocupación constante. La ansiedad creciente estimula al cerebro inferior, que a su vez aumenta sus reacciones. Tan solo el cerebro superior es capaz de alejar la mente de las reacciones instintivas y emocionales.

Entonces, ¿cómo puedes lograr que el cerebro superior funcione mejor? Tanto la experiencia como la confianza ayudan. Si alguna vez en el pasado has tenido un momento «¡ajá!» en el que la solución ha aparecido de la nada, confía en que ocurrirá de nuevo. También es muy útil creer en la intuición. Prepara el ambiente adecuado para un cambio radical: quédate en silencio durante un rato. Cierra los ojos y concéntrate en tu respiración hasta que tu cuerpo empiece a calmarse. El estrés físico bloquea el cerebro superior. Asegúrate de descansar bien, en la medida que te sea posible. Mantente alejado de los agentes estresantes y de la gente que te hace sentir vulnerable.

En tu silencio, busca una respuesta. Para algunas personas, esto significa rezar a Dios, pero no es necesario que sea así. Puedes preguntarle a tu yo más elevado o, sencillamente, tener una intención focalizada y clara. Luego déjalo y relájate. Las respuestas siempre llegan, porque la mente nunca se queda sin canales de comunicación. Lanzar una pregunta al universo, como lo llamaría alguna gente, estimula al universo a responder. En cualquier caso, generaciones de sabiduría apoyan la noción de que las soluciones creativas aparecen de manera espontánea.

  • La primera etapa consiste en que el miedo disminuya y te sientas lo bastante fuerte para enfrentarte a la crisis.
  • La segunda etapa consiste en que veas lo que haces.
  • La tercera etapa consiste en que entiendas el significado de toda la experiencia. El cerebro superior facilita este desarrollo natural si tú se lo permites.

Acciones: concédete un espacio para la tranquilidad interior. Distánciate de las preocupaciones; no te sumerjas en el caos. En estas circunstancias propicias, alcanzas el nivel de la solución mientras te alejas del nivel del problema.

Las tres preguntas que no debes hacerte te acosarán a menos que las dejes a un lado deliberadamente. Todos sentimos la necesidad de absolvernos, de culpar a otros de nuestros infortunios y de fantasear con un desastre total. De eso tratan las tres preguntas incorrectas, y cuando nos rendimos a ellas, resultan muy perjudiciales en nuestra vida diaria. Recuérdate, en tus momentos de claridad, que eso es un autocastigo. Abre una brecha de pensamientos despejados a fin de desarmar las reacciones instintivas y emocionales que queremos controlar.

Nosotros, Rudy y Deepak, no sabemos con exactitud cuáles son las cosas malas que te ocurren. Solo te animamos a dejar de formar parte de la mayoría de gente que vive en un estado de confusión y conflicto. Únete a la minoría que ve un camino claro en la presente oscuridad, que nunca se rinde al miedo y a la desesperación, y que cumple con su parte para sacar al mundo de una crisis y llevarlo a un futuro lleno de luz.