Epílogo de Rudolph. Mirando el alzheimer con esperanza y luz

Resulta fascinante conectar mente y cerebro, pero cuando la conexión se rompe, llega el terror. He pasado mi vida profesional investigando el lado oscuro del cerebro. En el Alzheimer’s Genome Project (Proyecto Genoma del Alzheimer), mi laboratorio continúa encontrando los genes, hasta ahora más de un centenar, involucrados en la forma de demencia más común y devastadora. Escribir este libro me ha dado la oportunidad de dar un paso atrás y observar el cerebro desde una perspectiva más amplia. Cuanto más sabes sobre la mente, más patrones y posibilidades aparecen en la investigación sobre el cerebro.

Los investigadores del cáncer sienten una enorme urgencia para encontrar una cura, muy similar a la tremenda presión que se cierne sobre la investigación del alzheimer. La esperanza de vida aumenta, y por tanto también lo hará el número de casos. Ya hay más de cinco millones de estadounidenses y treinta y ocho millones de personas en todo el mundo que sufren esta enfermedad. Para el año 2040, se prevé que Estados Unidos tendrá unos catorce millones de pacientes, y habrá unos cien millones de casos en todo el planeta si las terapias preventivas no se desarrollan.

En el presente, los estudios genéticos son nuestra mejor oportunidad para conseguir erradicar la enfermedad de alzheimer. Si conseguimos descubrir todos los genes que aumentan el riesgo de alzheimer, algún día seremos capaces de predecir con fiabilidad el riesgo que tiene una persona de desarrollar la enfermedad a una edad temprana. Para aquellos con mayor riesgo, es probable que sea necesario probar con la detección presintomática, que comienza entre los treinta y los cuarenta años. Los cambios cerebrales tienen lugar décadas antes de que aparezcan las primeras señales de falta de memoria. En su cruel progresión, el alzheimer destruye las áreas del cerebro encargadas de la memoria y del aprendizaje. Nuestra esperanza más inmediata es fortalecer a los individuos de alto riesgo con terapias que puedan detener la progresión de su enfermedad antes de que se instaure la demencia.

Una vez que tengamos fármacos que puedan conseguir esto, esperamos prevenir el alzheimer antes de que empiecen a manifestarse los síntomas clínicos de declive cognitivo. Esta estrategia «farmacogenética» está basada en la secuencia «predicción temprana/detección temprana/prevención temprana». Si conseguimos unir las tres cosas, con suerte podremos detener el alzheimer antes de que empiece. Es una estrategia muy amplia que se remonta a la prevención de la viruela con una vacuna infantil, pero que se extiende hasta la prevención del cáncer de pulmón dejando de fumar. Una estrategia similar se puede aplicar a otras enfermedades comunes relacionadas con la edad, como las afecciones cardíacas, el cáncer, los accidentes cardiovasculares y la diabetes.

¿Influye el estilo de vida en el alzheimer? Es una pregunta que no podemos responder con certeza todavía, pero quiero prepararme para esa posibilidad. El próximo horizonte es la mente. Cualquier cambio en el estilo de vida comienza en la mente. Primero tienes que querer cambiar, y luego debes conseguir que tu cerebro cree una nueva red neuronal que sostenga tu decisión. Ya sabemos que eso de «lo que no se usa, se atrofia» también se aplica al cerebro en general, y muy especialmente a todo lo que tiene que ver con mantener la memoria intacta a lo largo de la vida. Con la ayuda de Deepak, he penetrado mucho más profundamente en la conexión mente-cuerpo. Cuando ideamos nuestro «estilo de vida ideal para el cerebro», no sugeríamos que fuera específico para el alzheimer. Tampoco estamos diciendo que el alzheimer aparezca porque el paciente no llevó un estilo de vida adecuado. La genética y la forma de vida se combinan, la mayoría de las veces, para causar una enfermedad. Y algunos factores genéticos son demasiado difíciles de superar con una vida sana.

Casi todos nosotros heredamos variaciones genéticas que o bien incrementan o bien reducen el riesgo de alzheimer. Estas variantes genéticas se combinan con los factores ambientales para determinar el riesgo de padecer la enfermedad. Los factores de riesgo principales engloban una amplia gama de posibilidades, entre las que se incluyen la depresión, los accidentes cardiovasculares, las lesiones traumáticas cerebrales, la obesidad, el colesterol alto, la diabetes e incluso la soledad.

Los genes que influyen en el riesgo de alzheimer se engloban en dos categorías: determinista y susceptible. Una pequeña porción de la incidencia de la enfermedad (menos de un 5 por ciento) aparece antes de los sesenta años, debido sobre todo a mutaciones en uno de los tres genes que hemos descubierto mis colegas y yo. Estas mutaciones heredadas garantizan virtualmente la aparición de la enfermedad a los cuarenta o cincuenta años. Por suerte, estas mutaciones genéticas son bastante raras. En la amplia mayoría de los casos, se han identificado genes con variantes que aumentan la susceptibilidad. Dichas variantes no causan la enfermedad con certeza, pero cuando se heredan, confieren un aumento o reducción del riesgo de padecer la enfermedad a medida que la persona envejece.

Lo bueno es que en la mayoría de los casos de alzheimer, el estilo de vida puede triunfar sobre la predisposición genética a la enfermedad. Hay una imagen genética similar en la mayoría de los síndromes más comunes relacionados con la edad, como las afecciones cardíacas, los accidentes cardiovasculares o la diabetes. ¿Es posible que ciertos comportamientos generen un patrón de actividad cerebral que pueda ser tratado de manera temprana? Algunos investigadores del autismo se hacen esta misma pregunta sobre los niños que todavía no muestran síntomas del trastorno pero que levantan la cabeza de cierta forma que se considera precursora del autismo. Uno de los mayores avances en la investigación cerebral ha pasado inadvertido para el público general. Es el cambio de la sinapsis a la red neuronal. Durante décadas, la neurología centró sus principales esfuerzos en averiguar cómo funcionaba en realidad la sinapsis individual, el enlace de conexión entre dos neuronas. El trabajo de investigación fue extenuante y meticuloso. Imagina lo que es intentar detener un rayo mientras ilumina el cielo, solo que a una escala millones de veces más pequeña. Los avances revolucionarios, que llegaron poco a poco, precisaron tejido cerebral congelado del que se extrajeron moléculas mensajeras que ahora se conocen como neurotransmisores. Los estudios sobre dos de ellos, la serotonina y la dopamina, generaron enormes progresos en el tratamiento de distintas enfermedades, como la depresión o el Parkinson.

Sin embargo, el estudio de las sinapsis no nos llevó muy lejos. Hay muchos tipos distintos de depresión, por ejemplo, y cada uno tiene su propia firma química. Los antidepresivos de amplio espectro no son efectivos en algunos tipos concretos, ya que es muy probable que un paciente A no tenga los mismos síntomas que un paciente B, aunque ambos padezcan una mezcla de tristeza, vulnerabilidad, fatiga, irregularidades del sueño, pérdida de apetito, etc. La depresión forma redes neuronales únicas en cada persona.

Esa es la razón por la que apareció un nuevo sistema de enfoque, que busca patrones de redes neuronales que se extienden mucho más allá de la sinapsis. En tu casa, examinar un fusible del cuadro no es tan distinto de examinar todo el cableado general. Pero no ocurre lo mismo en tu cerebro. Las redes neuronales son entidades vivas, dinámicas, y están interrelacionadas de tal modo que un cambio en una pieza del cableado reverberará en todo el sistema nervioso.

Por más abstracto que parezca, el hecho de centrarnos en las redes nos ha abierto un inmenso número de puertas. Consideramos el cerebro como un proceso fluido, no como una cosa. Puesto que pensar y sentir también son procesos fluidos, es como observar dos universos especulares. (La mente inconsciente puede considerarse equivalente a la materia y la energía «oscuras» que misteriosamente controlan los sucesos del cosmos invisible). Dentro de esta amplia perspectiva, tus neuronas se sincronizan con todo lo que te ocurre, e incluso tus genes participan. Lejos de sentarse en silencio en el núcleo de cada célula, tus genes se activan y se desactivan, cambiando la información química en función de los sucesos que tienen lugar en tu vida. El comportamiento moldea la biología. Con ese lema, las investigaciones han demostrado que los cambios positivos en el estilo de vida, como una dieta sana, el ejercicio, el control del estrés y la meditación, afectan a unos cuatrocientos o quinientos genes... quizá más.

¿Qué puedes hacer para prevenir o evitar la aparición del alzheimer? Sigue el estilo de vida que funciona en muchos otros trastornos. Para empezar, haz ejercicio. Un colega y amigo, Sam Sisodia, ha demostrado que en modelos animales (ratones con las mutaciones genéticas humanas del alzheimer), el hecho de proporcionarles ruedas para ejercitarse de noche reducía dramáticamente las patologías cerebrales. El ejercicio promueve la actividad génica que disminuye los niveles de beta amiloide en el cerebro. Los estudios epidemiológicos han confirmado que el ejercicio moderado (una hora al día tres veces por semana) puede disminuir el riesgo de alzheimer. Un experimento clínico concluyó que sesenta minutos de ejercicio intenso dos días a la semana bastaban para disminuir la progresión de la enfermedad una vez que esta aparecía.

La segunda clave es la dieta. La norma general es que los alimentos buenos para tu corazón también lo son para el cerebro. Una dieta mediterránea rica en aceite de oliva virgen, así como una cantidad moderada de vino tinto e incluso de chocolate negro se han asociado con un menor riesgo de alzheimer. Un método de prevención más sencillo incluso es comer menos. En modelos animales, la restricción calórica incrementa la longevidad y reduce las patologías cerebrales. (Hace poco se ha propuesto el aceite de coco virgen para tratar y prevenir la enfermedad. Sin embargo, se necesitan más datos para comprobarlo).

Estás realizando el tercer método de prevención mientras lees este libro. Se trata de la estimulación intelectual, que incentiva la formación de nuevas sinapsis en el cerebro. Cada nueva sinapsis fortalece aquellas que ya tienes. Al igual que ocurre con el dinero en el banco, crear más sinapsis significa que no será tan fácil quedarse a cero antes de que llegue el alzheimer. Si bien esta enfermedad afecta a personas de todo el espectro educativo, desde el instituto hasta los doctorados, algunos estudios sugieren que niveles superiores de educación pueden generar cierta protección. Quizá más importante que la estimulación intelectual sea el compromiso social. Ser socialmente interactivo ha sido relacionado con un riesgo menor, mientras que la soledad se ha documentado como un factor de riesgo para padecer la enfermedad.

Sería increíble que se consiguiera con el alzheimer el mismo tipo de cambio conseguido con el cáncer. Hace una década, el tratamiento del cáncer se concentraba casi exclusivamente en la detección temprana seguida de la administración de fármacos y la cirugía. En 2012, el Centro de Control de Enfermedades estimó que dos tercios de los cánceres son prevenibles mediante un estilo de vida proactivo que evite la obesidad y el tabaco. Otros centros del cáncer incrementan esa estimación hasta el 90 y 95 por ciento.

Las señales de progreso en todos los frentes (químico, genético, conductual y en el estilo de vida) son alentadoras. No obstante, no ha sido solo eso lo que me llevó a escribir sobre el supercerebro. En mi campo se puede prosperar siendo un técnico extraordinario, excavando tu nicho científico con detallados análisis de aspectos muy concretos de la enfermedad. Puedes llegar muy lejos en la ciencia dejando de especular y acatando el lema de «Cállate y calcula». La ciencia formal está orgullosa de su posición en la sociedad, pero he visto con mis propios ojos que este orgullo puede convertirse en arrogancia cuando se consideran las contribuciones de la metafísica y la filosofía al desarrollo de las teorías científicas. Este enorme desprecio por todo aquello que no puede ser medido y reducido a datos me parece increíblemente corto de miras. ¿Cómo puede parecer lógico descartar la mente, por invisible y escurridiza que pueda ser, cuando toda la ciencia es un proyecto mental? Los más grandes descubrimientos científicos del futuro comenzaron a menudo como sueños imposibles del pasado.

El supercerebro representa el esfuerzo de dos investigadores serios, ambos procedentes del campo de la medicina, por llegar a descubrir lo máximo posible de la conexión entre mente y cuerpo. Es un paso osado para un investigador «formal» del cerebro ponerse en la posición de «la conciencia primero», pero la evolución de mi pensamiento me ha llevado poco a poco hasta ese punto... como les ha ocurrido a personajes eminentes como Wilder Penfield y sir John Eccles antes que a mí. Desde mi punto de vista, los neurólogos no pueden permitirse ignorar la interfaz de manera consciente, porque al argumentar que «el cerebro tiene que ser lo primero», podrían ser culpables de intentar proteger su terreno en lugar de actuar como verdaderos científicos y buscar la verdad, sea cual sea el camino que tome esta.

La verdad sobre la conciencia tiene que incluir algo más que electrones que chocan contra otros electrones dentro del cerebro. Me metí en la investigación del alzheimer para solucionar un difícil rompecabezas fisiológico, pero una motivación igual de importante fue la compasión que sentía, sobre todo después de ver cómo mi propia abuela sucumbía a esta terrible enfermedad. Cuando el alzheimer ataca, los que lo sufren y sus seres queridos se sienten completamente traicionados. Incluso las etapas tempranas resultan aterradoras. Los síntomas más tempranos son los «deterioros cognitivos leves», que dicho así parece bastante inofensivo. Sin embargo, una vez que aparecen, su efecto sobre las personas difícilmente puede considerarse leve, porque los pacientes empiezan a tener problemas para recordar las actividades diarias y ya no son capaces de hacer varias cosas a la vez. Cuando comienzan a tener dificultad para encontrar las palabras adecuadas, también les resulta cada vez más difícil hablar y escribir.

No obstante, peor que eso es la sensación de condenación que experimentan. Una vez que el proceso se inicia, no hay vuelta atrás. Los viejos recuerdos se desvanecen, y no pueden formar ninguno nuevo. Al final, el paciente ya no recuerda que padece la enfermedad, y para entonces el trabajo de cuidador a tiempo completo ha recaído, casi siempre, en la familia más cercana. Se estima que en estos momentos hay unos quince millones de cuidadores que no reciben sueldo. Este terrible robo de mentes va sembrando el sufrimiento a su alrededor.

Cualquiera que haya presenciado esta epidemia con sus propios ojos siente compasión, pero podemos esforzarnos para convertir la lástima y el sentimiento de condenación en una perspectiva diferente. ¿Por qué no considerar el alzheimer como un acicate para utilizar nuestros cerebros de la mejor manera posible en las décadas que nos quedan antes de llegar a la vejez? El alzheimer mata la posibilidad de que la vejez sea una etapa satisfactoria de nuestra vida. Antes de conseguir la victoria final con la cura de la enfermedad, cada uno de nosotros podemos conseguir otra victoria utilizando todo el potencial de nuestros cerebros, incluso desde la infancia. Esa es la visión del supercerebro, la parte de este libro que más significa para mí.

Como especie, deberíamos tomarnos un rato cada día para dar gracias por ese asombroso órgano que funciona en el interior de nuestra cabeza. Tu cerebro no solo te transmite el mundo, sino que crea ese mundo para ti. Si logras dominar tu cerebro, podrás dominar la realidad. Una vez que la mente libera su profundo poder, el resultado es una conciencia mayor, un cuerpo más sano, una disposición más feliz y un desarrollo personal ilimitado. Cada día se hacen nuevos y asombrosos descubrimientos sobre la capacidad del cerebro para regenerarse y remodelar su red de circuitos. Esa remodelación es física, pero se produce en respuesta a las intenciones mentales. No debemos olvidar nunca que el auténtico asiento de la existencia humana es la mente, ante la que el cerebro se inclina como el más devoto e íntimo de los sirvientes.