IX. El cerebro antienvejecimiento

Para desbloquear las nuevas promesas que encierra el supercerebro, primero debemos resolver un viejo misterio. No hay misterio más antiguo, ni más grande, que el envejecimiento. Hasta hace muy poco, tan solo las pociones y elixires mágicos o la fuente de la juventud servían para escapar de los estragos del tiempo. El hecho de tener que recurrir a remedios mágicos demuestra lo confusa que estaba la mente. Envejecer es universal, algo de lo que no se libra nadie y, sin embargo, médicamente hablando, nadie muere de viejo. La muerte tiene lugar cuando al menos uno de los sistemas orgánicos fundamentales se desmorona y el resto del cuerpo cae con él. El sistema respiratorio casi siempre está implicado; la causa inmediata de muerte para la mayoría de nosotros será que dejemos de respirar. No obstante, una persona puede morir también por un fracaso cardíaco o renal. Con todo, el material genético del cuerpo todavía es viable en el momento en el que el sistema clave falla.

¿Cómo podemos prevenir que uno de los sistemas principales haga caer a todos los demás? Deberías prestar atención a todo tu cuerpo durante toda la vida. La predicción es extremadamente difícil. Hay muchos factores que impiden ver de antemano a dónde nos llevará el proceso de envejecimiento.

Incertidumbre 1: el envejecimiento es muy lento

Comienza alrededor de los treinta, y progresa más o menos un uno por ciento al año. Esta lentitud nos impide ver cómo envejecen las células. Vemos los efectos solo después de varios años. Y estos efectos no son uniformes. Hay gente que en realidad mejora con la edad en todos los aspectos físicos y de deterioro mental. Para un pequeño grupo de afortunados, a los noventa años la memoria puede mejorar en lugar de empeorar. El envejecimiento es como un ejército desaliñado en el que algunas células avanzan por delante de otras, pero todo el conjunto se mueve a paso de caracol y con gran sigilo.

Incertidumbre 2: el envejecimiento es único

Todo el mundo envejece de manera diferente. Los gemelos idénticos que nacen con el mismo ADN tendrán perfiles genéticos muy distintos a los setenta. Sus cromosomas no cambiarán, pero las décadas de experiencias vitales provocarán que su actividad génica se active o desactive según un patrón único. La regulación de cada célula, minuto a minuto durante miles de días, hace que sus cuerpos envejezcan de formas impredecibles. En general, todos somos muy similares en el momento del nacimiento, pero únicos en el momento de la muerte.

Incertidumbre 3: el envejecimiento es invisible

Los aspectos del envejecimiento que ves en el espejo (pelo canoso, arrugas, piel descolgada, etc.) indican que algo ocurre a nivel celular. Sin embargo, las células son inmensamente complejas, y llevan a cabo miles de reacciones químicas cada segundo. Estas reacciones son invariables y automáticas. Se establecen uniones entre distintas moléculas en función de las propiedades atómicas de los elementos que forman el cuerpo, sobre todo entre los seis elementos más importantes: carbono, hidrógeno, nitrógeno, oxígeno, fósforo y azufre. Si estos átomos se agitan en una cubeta de laboratorio, generarán un montón reacciones automáticas en cuestión de milésimas de segundo. Por sí solo, el fósforo es tan volátil que si chocara con el oxígeno, estallaría. Sin embargo, a lo largo de miles de millones de años, los organismos vivos han desarrollado combinaciones increíblemente enrevesadas que evitan esas fuertes interacciones. El fósforo de tus células no es explosivo. Forma un compuesto químico conocido como ATP, adenosina trifosfato, un componente clave a la hora de ligar enzimas y transferir la energía.

Un biólogo podría pasarse toda la vida estudiando cómo opera esta molécula compleja en el interior de las células sin llegar a ver jamás al controlador que dirige cada una de las reacciones, siempre invisible y desconocido. Mientras una célula funcione con normalidad, nadie necesita ver al controlador. Es evidente que existe una especie de inteligencia química, y resulta adecuado decir que el ADN, que contiene el código de la vida, es el comienzo y el fin de todo lo que ocurre en el interior de una célula. Sin embargo, el envejecimiento provoca que las células dejen de funcionar con total eficiencia, y es entonces cuando aparece el elemento invisible. Los átomos no tienen la capacidad de funcionar mal, pero las células sí. El cómo y el porqué no pueden predecirse, pero sí localizarse una vez que se ha producido un error.

Todas estas incertidumbres conducen a una única conclusión. No queda más remedio que prestar atención a todo tu cuerpo durante toda la vida. Sin embargo, esto es algo que la gente considera casi imposible. Nuestras vidas están llenas de contrastes, y somos adictos a sus subidas y bajadas. Seguir un camino recto y estrecho parece aburrido. Implica una especie de puritanismo sofocante en el que la negación es la norma y el placer, la excepción. El verdadero desafío, al menos para nosotros, es crear un bienestar vital tan deseable que deje de parecer un castigo.

¿Cómo empezar? Sin importar lo que quieras hacer para no envejecer, el cerebro debe intervenir. Ninguna de las células corporales es una isla. Todas reciben un torrente continuo de mensajes procedente del sistema nervioso central. Ciertos mensajes son buenos para las células, y otros, malos. Comerse una hamburguesa con queso al día genera un tipo de mensaje; comerse brócoli cocido envía otro. Un matrimonio feliz transmite mensajes distintos que el aislamiento y la soledad. Como es obvio, tú deseas enviar mensajes a todas tus células para que no envejezcan. Y ahí reside la promesa.

Cuando puedes maximizar los mensajes positivos y minimizar los negativos, el antienvejecimiento se convierte en una posibilidad real.

Resulta que el antienvejecimiento es un gigantesco ciclo de retroalimentación que dura toda una vida. El término «ciclo de retroalimentación» aparece una y otra vez en este libro porque la ciencia descubre cada vez más cosas sobre su funcionamiento. En 2010, un excitante estudio conjunto de la Universidad de California en Davis y de la UC San Francisco reveló que la meditación genera un incremento de una enzima crucial denominada telomerasa. Al final de cada cromosoma existe una estructura química repetitiva llamada telómero, que actúa como el punto al final de una frase: cierra el ADN del cromosoma y ayuda a mantenerlo intacto. En los últimos años, la descomposición de los telómeros se ha relacionado con el colapso del cuerpo mientras envejece. Debido a una división celular imperfecta, los telómeros se acortan y aparece el riesgo de que el estrés degrade el código genético celular. Mantener unos telómeros sanos parece importante, y por eso es una buena noticia que la meditación incremente la enzima que rellena los telómeros, la telomerasa.

Esta investigación parece muy técnica, interesante solo para los biólogos celulares. Sin embargo, el estudio de UC dio un paso más y demostró que los beneficios psicológicos de la meditación están vinculados a la telomerasa. Los niveles altos de telomerasa, que al parecer también pueden conseguirse mediante ejercicio y una dieta saludable, forman parte de un ciclo de retroalimentación cuyo resultado es, por sorprendente que parezca, una sensación de bienestar y la capacidad de superar el estrés. Este descubrimiento sirve para cimentar la tesis más básica de la medicina mente-cuerpo: que todas las células escuchan a escondidas al cerebro. Una célula renal no piensa con palabras; no se dice a sí misma: «He tenido un día horrible en el trabajo. El estrés me está matando», pero participa en silencio en ese pensamiento. La meditación provoca un estado de bienestar mental y transmite esa sensación hasta tu ADN por medio de sustancias químicas como la telomerasa. Nada queda fuera de ese ciclo de retroalimentación.

La conexión mente-cuerpo es real, y las decisiones marcan la diferencia. Si tenemos estas dos cosas en cuenta, el cerebro antienvejecimiento engloba una promesa incalculable.

Prevención y riesgos

Sin saber en realidad por qué envejecemos, la medicina ha considerado el envejecimiento como una enfermedad. Los gérmenes causan daños celulares, y también lo hace el envejecimiento. Lo más sensato es concentrarse en mantener tu cuerpo sano y en funcionamiento. La faceta física del antienvejecimiento es similar a los programas de prevención de cualquier trastorno en el estilo de vida. Repasemos los puntos principales. Te resultarán familiares después de décadas de campañas de salud pública, pero son una parte vital de tu bienestar físico.

Cómo reducir los riesgos del envejecimiento

  • Sigue una dieta equilibrada, con pocas grasas, azúcares y alimentos precocinados. La mejor dieta es la mediterránea: aceite de oliva en lugar de mantequilla, pescado (o fuentes de proteínas derivadas de la soja) en lugar de carnes rojas, cereales integrales, legumbres, frutos secos, fruta fresca y mucha verdura rica en fibra.
  • Evita comer demasiado.
  • Realiza ejercicio moderado durante al menos una hora, tres días a la semana.
  • No fumes.
  • Bebe alcohol con moderación, preferiblemente vino tinto.
  • Ponte el cinturón de seguridad.
  • Toma medidas para evitar los accidentes domésticos (suelos resbaladizos, escaleras empinadas, riesgos de incendio, aceras heladas, etc.).
  • Duerme bien por las noches. Cuando te vas haciendo mayor, también puede ser de ayuda echarse una siesta por la tarde.
  • Mantén la regularidad de tus hábitos.

En términos de prevención, el lado físico del antienvejecimiento puede mejorarse. Pongamos el ejemplo de la obesidad, que hace poco ha alcanzado proporciones epidémicas en Estados Unidos y Europa occidental. Hace mucho que el sobrepeso es considerado un factor de riesgo en muchos trastornos, entre los que se incluyen las enfermedades cardíacas, la hipertensión y la diabetes tipo II. Sin embargo, ahora hay un tipo de grasa, la abdominal, que se considera la más perjudicial. La grasa no es algo inerte, como una barra de mantequilla. Está continuamente activa, y la grasa abdominal envía señales químicas hormonales nocivas para el organismo, y altera también el equilibrio metabólico. Por desgracia, la grasa del abdomen no desaparece solo con ejercicio físico. Se necesita un programa de ejercicio y pérdida de peso general; comer suficiente fibra también parece ayudar a combatirla.

Puesto que tenemos a nuestra disposición muchos conocimientos avanzados, el problema reside en otra parte, en el cumplimiento. Saber lo que es bueno para ti y hacerlo son dos cosas diferentes. Todas las advertencias sanitarias nos bombardean con la necesidad de hacer deporte, y sin embargo cada vez somos una sociedad más sedentaria. Menos de un 20 por ciento de los adultos hacen la cantidad de ejercicio recomendada para gozar de una buena salud; una de cada diez carnes se consumen en McDonald’s, donde la comida es rica en grasas y azúcares y donde la fibra y las verduras son casi inexistentes.

Cumplir con lo necesario es difícil cuando tu cerebro está acostumbrado a tomar las decisiones equivocadas. Por ejemplo, hay ciertos sabores (sobre todo el salado, el dulce y el ácido) que resultan tan apetecibles que nos sentimos atraídos hacia ellos de inmediato. Con la repetición, estos sabores se convierten en nuestros preferidos. Y con las repeticiones suficientes, se convierten en los sabores que elegimos de manera automática, víctimas de un hábito inconsciente. (La industria de los aperitivos tiene un término, «ritmo de masticación», para describir la manera automática en la que una persona se mete en la boca palomitas, patatas fritas o cacahuetes sin detenerse hasta que se termina la bolsa. Este es el comportamiento inconsciente que más desean los proveedores de aperitivos, pero un desastre para la dieta de cualquiera).

Resulta inútil que los expertos en salud reprendan al público año tras año para que cambie su estilo de vida y que espere obediencia. Y todavía es menos efectivo que tú mismo te reprendas. Cuanto peor te sientas contigo mismo, más probable es que caigas en el desaliento. Una vez que te sientes desmotivado, ocurren dos cosas. Primero, te insensibilizas, te cansas de luchar contigo mismo. Segundo, intentas paliar tu malestar, generalmente con distracciones. Ves la televisión o buscas dosis rápidas de placer comiendo aperitivos dulces y salados. De esta manera, el esfuerzo por hacer mejor las cosas acaba empeorándolas. Si las regañinas funcionaran de verdad, seríamos un país de corredores que se pelearían para llegar a la sección de productos ecológicos de los supermercados.

El envejecimiento es un proceso muy lento. Una clase de control del estrés, unos cuantos meses de yoga, llevar una dieta vegetariana durante un tiempo... Todos meros parpadeos en la pantalla si se comparan con el lento avance del envejecimiento. Está claro que, para prevenirlo, debemos atajar el problema del incumplimiento.

Elecciones conscientes del estilo de vida

El secreto para hacer lo que hay que hacer no está en ejercitar más tu fuerza de voluntad ni en machacarte por no ser perfecto. El secreto está en cambiar sin forzarse. Todo aquello que consideres una obligación, al final fracasará. El antienvejecimiento no se consigue en un día. Lo que empieces ahora tendrás que hacerlo durante décadas. Así que deja de pensar en términos de disciplina y autocontrol. Algunas personas son santas de la prevención: consumen solo una cucharada de grasa en su dieta, porque esa es la cantidad ideal para la salud cardíaca. Realizan cinco horas de vigoroso ejercicio a la semana, sin importar que llueva o truene. Estos santos resultan inspiradores para todos nosotros, pero en el fondo también nos desaniman, ya que nos recuerdan que estamos a miles de kilómetros de ser como ellos.

El cambio sin forzarse es sin duda posible. Para conseguirlo, necesitas crear una matriz que te permita tomar mejores decisiones. Y con «matriz» nos referimos a un plan de vida diaria. Todo el mundo tiene una matriz. La matriz de algunas personas permite las decisiones positivas más fácilmente que la de otras. Un armario de cocina sin aperitivos podría ser una parte de esa matriz. Una casa sin televisión, radio o videojuegos también podría ser otra, pero si corres todos los días porque no tienes diversión en casa, no estás siendo justo contigo mismo. Al final, el lado físico es secundario. Una matriz es más sustanciosa y llevadera. Por esa razón nos rodeamos de apoyos para el comportamiento que más nos gusta.

El auténtico secreto es vivir en una matriz donde la mente se sienta libre para elegir lo correcto en lugar de sentirse obligada a elegir lo incorrecto.

Matriz para un estilo de vida positivo

  • Ten buenos amigos.
  • No te aísles.
  • Cuida una relación de por vida con tu pareja.
  • Embárcate en proyectos sociales que merezcan la pena.
  • Acércate a la gente que lleve un buen estilo de vida. Los hábitos son contagiosos.
  • Persigue un propósito en la vida.
  • Reserva un tiempo para juegos y para relajarte.
  • Mantén una vida sexual satisfactoria.
  • Controla los asuntos relacionados con la furia.
  • Practica el control del estrés.
  • Enfréntate a los efectos nocivos de la mente reactiva: cuando tengas una reacción negativa, detente, párate a pensar, respira unas cuantas veces y fíjate en cómo te sientes.

Ya vimos muchos de estos puntos cuando hablamos del estilo de vida ideal para tu cerebro, pero también están relacionados con la longevidad. Una de las cosas que tienen en común es muy simple: el éxito llega cuando la gente trabaja junta; los fracasos suelen ser individuales. Tener un cónyuge o una pareja que vigila tu dieta («Hoy ya te has comido una galleta. ¿Por qué no te comes una zanahoria?») es mejor que vagabundear solo por los pasillos del supermercado y coger congelados suficientes para cenar toda la semana. Un amigo que te acompaña al gimnasio tres veces por semana te proporcionará muchos más incentivos que todas las promesas que te haces a ti mismo cuando ves el fútbol los domingos por la noche. Es importante establecer pronto tu matriz y mantenerla. Los estudios han demostrado que perder súbitamente a un cónyuge lleva al aislamiento, la depresión, un mayor riesgo de enfermedades y una esperanza de vida menor. Sin embargo, si aparte de tu pareja mantienes una red social estable, tienes un amortiguador contra estas horribles consecuencias.

Los aspectos más incapacitantes del envejecimiento suelen estar relacionados con la rutina. Es decir, seguimos haciendo lo que hemos hecho siempre. Por lo general, cuando alcanzamos el fin de la mediana edad, las cosas nuevas nos interesan cada vez menos. La pasividad se apodera de nosotros y perdemos la motivación. Hay muchísima gente mayor que se encuentra estancada por la rutina.

Deepak recuerda a una pareja que se fue a pique cuando la mujer cumplió los cincuenta. Ella consideró ese cumpleaños como un hito, un nuevo punto de partida. Con sus hijos listos para la universidad y un trabajo seguro, quería abrir nuevas áreas en su vida que no había podido explorar cuando las obligaciones familiares la mantenían alejada de sus sueños más profundos.

«Mi marido y yo teníamos un ritual anual», dice. «Pasábamos un fin de semana a solas y evaluábamos nuestro matrimonio. Era algo bastante sistemático. Hacíamos una lista de cada elemento de nuestra relación, entre los que se incluían el sexo, el trabajo, los planes ocultos y los resentimientos. Ambos somos muy organizados, y justo antes de cumplir los cincuenta, repasamos cada aspecto de nuestro matrimonio y nos dimos cuenta de que lo habíamos puntuado con al menos un ocho sobre diez en todas las categorías. Me sentí feliz y segura».

Así pues, esta mujer se llevó una sorpresa cuando una noche se sentó y reveló sus planes para conseguir que su matrimonio siguiera adelante otros veinte años. Su marido, un hombre de mucho éxito en los negocios, se volvió hacia ella y le dijo: «No quiero cambiar. ¿Para qué molestarse? Nos hacemos viejos. Nos veo sentados en sillones cómodos esperando a que llamen los niños». Sin que ella se diera cuenta, su marido había sucumbido a la rutina. Toda su vida estaba centrada principalmente en el trabajo; a su modo de ver, cuando se jubilara no le quedaría nada que conseguir. «Ya he hecho todo lo que voy a hacer. ¿Para qué intentar repetir el pasado? Ya resulta bastante duro hacer lo mismo una y otra vez».

Esta pareja acudió a un consejero, pero sus puntos de vista eran demasiado diferentes. Justo antes de divorciarse, ambos se sentían decepcionados, pero bastante satisfechos con sus propias decisiones. La mujer se sentía libre para construir una nueva vida basada en aspiraciones nuevas. El marido se contentaba con descansar sobre sus laureles y mirar con nostalgia el pasado. Los dos eran personas inteligentes con una elevada autoestima y muy seguras de sí mismas.

Sin embargo, cuando el tiempo pase y los cincuenta se conviertan en sesenta y luego en setenta y ochenta, ¿quién de ellos habrá tomado la mejor decisión? La mujer está trabajando en la matriz que la ha sostenido durante sus primeras cinco décadas; el marido confía en dejar pasar el tiempo. En la vida no hay garantías, pero la mayoría de los psicólogos dirían que ella tiene más probabilidades de alcanzar una existencia longeva y, lo que es mejor, más probabilidades de sentirse satisfecha a medida que envejezca.

Conectando con la inmortalidad

Hasta ahora hemos cubierto los aspectos clave de la «nueva senectud», el término que se aplica al movimiento que defiende un envejecimiento positivo. La imagen de la vejez ha cambiado drásticamente en las últimas dos décadas. Ya nadie espera quedarse sin opciones a los sesenta y cinco. Hay una gran parte de los nacidos durante la posguerra que no ven cercana la jubilación. El envejecimiento se ha retrasado más que nunca. En cierto sentido, este es el efecto secundario positivo de vivir en una cultura tan concentrada en la juventud. Nadie quiere dejar de ser joven. Las últimas hornadas de mayores están realizando cambios positivos en el estilo de vida, aunque no lo bastante rápido (y no con suficiente congruencia. El incremento de la longevidad que ha beneficiado a la mitad de los miembros que llevan el sustento a la familia en Estados Unidos no se ha extendido a la mitad inferior, donde la esperanza de vida sigue estando más cerca de los setenta que de los ochenta, hacia la que se encamina rápidamente la mitad superior).

Entonces, ¿cuál es el siguiente paso? A nuestro parecer, el antienvejecimiento necesita mirar más allá de lo físico, e incluso de lo psicológico. La mejor clase de vida se basa en una visión de plenitud, así que esa es la vida a la que uno debería aspirar. Resulta difícil tener una visión que desafíe al envejecimiento, porque durante incontables generaciones, los seres humanos han mirado a su alrededor y... ¿qué han visto? Han visto que todas las criaturas envejecen y mueren. Sin embargo, esta observación en realidad no es cierta. Las células son realmente inmortales, o al menos están tan cerca de la inmortalidad como pueden estarlo los seres vivos. ¿Podría ser esto una pista hacia una nueva y más elevada visión de la vida?

La peculiar alga verdeazulada que evolucionó hace millones de años sigue con nosotros. Nunca muere, solo se divide una y otra vez. Esto también se cumple en los organismos unicelulares como las amebas y los paramecios, que se encuentran en las aguas estancadas. Las circunstancias adversas matan miles de millones de formas de vida primitivas, pero los accidentes de la naturaleza no son lo mismo que la esperanza de vida natural. Hay muchísimas células que tienen una esperanza de vida natural ilimitada. Solo cuando se agrupan en plantas y animales complejos, las células enfrentan la perspectiva de la muerte. Un glóbulo rojo muere a los tres meses; un glóbulo blanco muere tan pronto como devora un germen invasor; una célula de la dermis acaba flotando en el viento... Todas estas células cumplen su esperanza de vida natural. Sin embargo, el cuerpo engloba centenares de expectativas de vida diferentes, tantas como tipos de tejidos hay. Y, aun así, existe mucho margen de maniobra y mucha flexibilidad. Las células madre existen hasta en el más viejo de los seres humanos, y poseen el potencial de madurar para convertirse en nuevas células.

Las células de tu cuerpo conservan todos los mecanismos de las formas de vida primitivas, incluida la división celular, pero también siguen evolucionando. Las criaturas complejas como los mamíferos han añadido avances que protegen la vida y que los organismos primitivos no poseen, como por ejemplo el sistema inmunológico. El cuerpo humano se enfrenta a muchas amenazas que no preocupan a un alga verdeazulada, pero, a lo largo del curso de la evolución, se ha enfrentado a todas ellas con métodos de defensa, lucha y supervivencia altamente creativos. La mente humana tomó el relevo a la evolución celular hace mucho tiempo. El mayor beneficio para la longevidad, por ejemplo, podría haber sido el sistema de saneamiento: la depuración y tratamiento de las aguas fue un salto evolutivo para la humanidad (y el hecho de que se contaminen los sistemas de alcantarillado y los suministros de agua supone un grave peligro para centenares de millones de personas en todo el mundo). La medicina, por supuesto, es también una de las principales formas de alargar la vida.

Cada uno de nosotros estamos atrapados entre dos fuerzas que se enfrentan por nuestro futuro personal: la fuerza de la evolución, que extiende la vida más y más, y la fuerza de la entropía, que provoca que las cosas físicas se deterioren con el tiempo. El envejecimiento es una forma muy complicada de entropía; no es algo tan sencillo como empezar a quedarse sin energía, colapsarse y llegar a una muerte dramática y explosiva como la de una nova o una supernova.

La situación es tan compleja, de hecho, que cada persona puede elegir qué bando es el suyo: el de la creación o el de la destrucción. La entropía no es el destino. No hay razón para que no puedas apostar por la evolución todos los días. A fin de cuentas, nuestro verdadero vínculo con la inmortalidad está en la evolución, que ha guiado la creación desde que tuvo lugar el Big Bang, hace unos trece mil ochocientos millones de años. Un día de comienzos de primavera, cuando los árboles se atrevan a creer que el invierno ha terminado, sal fuera y corta un tallo nuevo de un árbol en flor o el retoño de un rosal. Examínalo y notarás que todos los brotes tienen una punta de crecimiento que se alarga hacia lo desconocido. Por más vulnerable que ese brote pueda parecer, está repitiendo el acto de la creación que se ha llevado a cabo desde siempre. Esta es una prueba física de la fe que tiene la vida en sí misma.

En un sentido muy real, tú eres el extremo de crecimiento del universo. Una eternidad de tiempo, mucho más larga que la vida de la más antigua de las galaxias, ha conspirado para llegar a este momento de la existencia de una persona. ¿Hacia dónde se dirige el universo ahora? Solo tú puedes decidirlo. Eres el responsable de tu propio desarrollo, y por tanto la decisión es muy personal. La eternidad se ha puesto en tus manos. Aguarda tu decisión y, hagas lo que hagas, la realidad te seguirá. Si crees que estamos exagerando (o que incluso somos algo estrambóticos), piensa en lo que hacen tus células. Sin su vínculo con la inmortalidad, la vida no podría existir.

Soluciones supercerebrales. Longevidad máxima

Siempre que una célula envejece, tú también lo haces. Esta es la conclusión biológica. Sin embargo, el curso de la evolución ha diseñado a las células para sobrevivir. Están ligadas a procesos químicos que son literalmente inmortales, o al menos tan antiguos como el propio universo. Lo más irónico es que, aunque tu estilo de vida sea un completo desastre (aunque fumes sin parar, atiborres tu cuerpo de grasas y azúcares y no hagas nada de ejercicio), el mismo cerebro que te ayuda a tomar tus horribles decisiones está intentando ser inmortal. Como el resto de las células, las neuronas están implicadas en una exitosa campaña para vencer al tiempo; y esta campaña tiene lugar segundo a segundo, desde el momento de la concepción en el útero.

Nos hemos puesto un poco filosóficos, pero hay vías específicas que te permiten vivir una visión de longevidad máxima. Ganar la lotería genética es raro. Varios proyectos de investigación han intentado encontrar las mutaciones específicas que les permiten vivir más de cien años a algunas líneas familiares de judíos askenazíes, donde es frecuente que padres, madres y hermanos se conviertan en centenarios. (No había documentación histórica anterior sobre ninguna familia en la que más de una persona de una misma generación hubiese llegado a los cien años). La clave parece ser que sus genes inhiben el depósito en las arterias de placas ateromatosas, que son la causa fundamental de los infartos y los accidentes cerebrovasculares. En estos momentos, no obstante, la posibilidad de transferir este avance genético a otras personas parece muy remota.

En la población general de los países desarrollados la esperanza de vida aumenta cada vez más. Las mujeres japonesas son las más longevas del mundo. El incremento de la expectativa de vida que los estadounidenses han disfrutado cada década se entiende bien: la mejora de los servicios de saneamiento y de los cuidados médicos han sido fundamentales. Las enfermedades infecciosas de la infancia han sido controladas, y los recientes avances en el tratamiento de emergencia de los infartos y en los programas de recuperación tras los accidentes cardiovasculares han sido importantísimos. El hecho de que la gente fume cada vez menos también ha incrementado la esperanza de vida. Quizá, los últimos dos obstáculos a superar sean la falta de ejercicio y la obesidad. En otras palabras, mientras la gente se tome en serio la prevención y realice cambios positivos en su estilo de vida, establecerá las bases para vivir una larga existencia. Muy pocos individuos llegarán a ser centenarios (alrededor de uno de cada 30.000), pero cada vez más de nosotros llegaremos sanos a los ochenta y los noventa.

El punto de vista generalizado es que para realizar avances significativos en la presente situación, necesitamos encontrar una cura para el cáncer y para el alzheimer. Está claro que ambas enfermedades son un azote en la última etapa de la vida. La enfermedad cardíaca sigue a la cabeza de las causas de muerte en Estados Unidos ya que, a pesar del avance en los tratamientos, la medicina aún no ha descubierto qué la causa. La placa depositada en las arterias coronarias se parece a los escombros que atascan una tubería; sin embargo, hacen falta heridas o lesiones microscópicas en la capa interna de los vasos sanguíneos para que las diminutas partículas de grasa se depositen en la pared. Este proceso comienza cuando todavía somos bastante jóvenes, y aunque los factores de riesgo son bien conocidos (niveles elevados de colesterol, el tabaco, un estilo de vida sedentario, comportamientos Tipo A y estrés elevado), los riesgos no son lo mismo que las causas.

En el presente, la longevidad es el resultado de una confusa mezcla entre genes, factores de riesgo y medicamentos, siendo estos últimos los favoritos de las compañías farmacéuticas. La gente con más edad toma de media siete medicamentos recetados, todos con efectos secundarios. Las pastillas son fáciles de tomar (y fáciles de prescribir para los médicos), pero en la última década, los fármacos recetados para la depresión, la enfermedad cardíaca y la artritis han resultado menos efectivos (o más peligrosos) de lo que decían ser. Si acaso, el interés por los fármacos ha reducido la motivación del público a practicar la prevención, que no tiene ningún efecto secundario y sí beneficios demostrados.

Nos gustaría hablar de un enfoque más personalizado de la longevidad, uno que está integrado en tu cuerpo. Este enfoque requiere autoconciencia. Por un lado, tienes toda una vida de gustos y aversiones, de hábitos, de creencias y de condicionamientos. Por otro, tienes la sabiduría que la evolución le ha dado a cada célula. El antienvejecimiento es resultado de la fusión entre esas dos mitades. Este es el ejemplo perfecto de la supervivencia de los más sabios.

La sabiduría de las células

Siete lecciones sobre longevidad

  1. Las células comparten y cooperan. Ninguna célula vive aislada.
  2. Las células se curan a sí mismas.
  3. La vida de una célula requiere nutrición constante.
  4. Las células son siempre dinámicas; si se quedan estancadas, mueren.
  5. El equilibrio entre el mundo interno y el externo se mantiene siempre.
  6. Las células localizan de inmediato las toxinas y los gérmenes causantes de enfermedad y luchan contra ellos.
  7. Aceptan la muerte como una parte de su ciclo vital.

Las células han adquirido su sabiduría gracias a miles de millones de años de evolución; tú puedes llegar a ser tan sabio como ellas si utilizas los dones de la autoconciencia y prestas atención a la forma en que la biología ha resuelto algunos de los más profundos problemas a los que te enfrentas en tu vida diaria.

1. Las células comparten y cooperan. Ninguna célula vive aislada

Formas parte de la comunidad humana, y la coexistencia es la forma más natural y saludable de vivir. Las células no luchan contra este truismo. Se benefician al máximo de su agrupación para formar tejidos y órganos, y tu cerebro es la prueba más espectacular de esto. Sin embargo, todos nosotros sentimos la tentación de trabajar por nuestra cuenta, guiados por un ego que nos incita a amasar más y más para nosotros mismos, a mantenernos cerca de la familia y a excluir a casi todos los demás. (Un libro memorable sobre cómo hacerse rico reflexionaba sobre la vida de los millonarios que habían amasado sus propias fortunas y llegaba a una deprimente conclusión: la mayoría de ellos eran «unos cabrones tacaños»). Las células no aspiran a convertirse en las número uno.

No intentamos dar una lección sobre moralidad. Algunas de las investigaciones más fascinantes han demostrado que las conexiones sociales son misteriosamente contagiosas. Rebuscando en el inmenso banco de datos del Framingham Heart Study, que ha examinado los factores de riesgo relacionados con el infarto durante treinta y dos años, los sociólogos han realizado un descubrimiento sorprendente. La obesidad, uno de los factores de riesgo principales en la enfermedad cardíaca, se propaga como un virus. En la red social de la familia, compañeros de trabajo y amigos, el simple hecho de relacionarse con alguien que sufre problemas de peso hace más probable que tú también lo sufras. «De acuerdo con los datos, si una persona se vuelve obesa, la probabilidad de que a un amigo le ocurra lo mismo se incrementa en un 57 por ciento. (Esto significa que la red social es mucho más influyente en lo que se refiere a la obesidad que la presencia de genes asociados a esa enfermedad). Si un familiar se vuelve obeso, la probabilidad de que otro lo haga se incrementa en un 40 por ciento, mientras que un cónyuge obeso aumenta la posibilidad de que el otro cónyuge lo sea en un 37 por ciento».

Mediante métodos estadísticos que relacionaban a 12.067 residentes de Framingham, Massachusetts, los investigadores descubrieron que el comportamiento viral de la obesidad también se aplicaba a otros riesgos, como el tabaco y la depresión. Si tienes un amigo que fuma, la probabilidad de que tú lo hagas se incrementa, mientras que tener un amigo que deja de fumar aumenta la probabilidad de que tú realices el mismo cambio positivo. Sin embargo, el aspecto más enigmático es que no tienes por qué relacionarte con otra persona directamente. Si tu amigo tiene un amigo (al que tú no conoces) obeso, deprimido o fumador, tus probabilidades de adquirir esos hábitos se incrementan, aunque por un diminuto margen.

Otros sociólogos consideran inaceptables estas correlaciones, pero hasta el momento nadie ha encontrado un modelo mejor para explicar cómo se transmite este comportamiento. La cuestión es que situarte en un contexto social positivo es beneficioso, tanto en el sentido físico como en el mental. De algún modo que no se comprende del todo, nuestras células entienden lo que significa hacerlo bien. En un clásico estudio psicológico de Harvard, realizado en la década de los ochenta, se les pidió a los participantes que vieran una película que mostraba el trabajo de la madre Teresa con los niños huérfanos y enfermos de Calcuta. Mientras la veían, la presión arterial y el ritmo cardíaco de los participantes disminuyeron.

Dando un paso más, en un estudio de la Universidad de Michigan realizado en 2008 por la psicóloga Sara Konrath, se examinó la longevidad de 10.000 habitantes del estado que habían participado en un estudio de salud cuando se graduaron en el instituto en 1957. Konrath se concentró en aquellos que habían hecho trabajos de voluntariado en los diez últimos años, y sus descubrimientos resultan fascinantes. Los individuos que habían trabajado como voluntarios vivían más que los que no. De los 2.384 no voluntarios, el 4,3 por ciento murieron entre 2004 y 2008, pero tan solo un 1,6 por ciento de los voluntarios altruistas había muerto.

La palabra clave es «altruismo». Se le preguntó a la gente por qué había trabajado como voluntaria, y no todas las respuestas implicaban altruismo. Los motivos de algunos participantes estaban relacionados con los demás, como por ejemplo: «Me parece importante ayudar a otros» o «El voluntariado es una actividad importante para la gente que conozco mejor». Otros, sin embargo, tenían razones más egoístas, tales como: «El voluntariado es una buena manera de escapar de mis problemas» o «El voluntariado hace que me sienta mejor conmigo mismo». La gente que dijo que se ofrecía voluntaria por motivos de satisfacción personal tenía casi la misma tasa de mortalidad (4 por ciento) que la gente que no hacía labores voluntarias. Este es solo un ejemplo entre muchos que apoya que los rasgos invisibles del sistema mente-cuerpo tienen consecuencias físicas. Tus células saben quién eres y qué es lo que te motiva. La investigación de Michigan fue la primera en demostrar que la motivación de los voluntarios puede tener un efecto en la esperanza de vida.

Pasar del egoísmo egocéntrico hacia la cooperación social es un proceso. Los pasos serían algo así:

  • Quiero caer bien y ser aceptado.
  • Si me lo guardo todo para mí mismo, los demás me rechazarán.
  • Podemos lograrlo juntos o fracasar por separado.
  • Puedo permitirme compartir. No hace daño. De hecho, sienta bien.
  • He descubierto que cuando doy, recibo.
  • Cuanto más tengo, más puedo dar.
  • Por raro que parezca, dar más y más genera satisfacción.
  • El acto de entrega más satisfactorio es entregarme a mí mismo.
  • Me he dado cuenta de que la sensación de conexión más profunda procede de la generosidad de espíritu.

Como con todo en la vida, el camino que va del primer paso hasta el último no es una línea recta, sino un zigzag único para cada persona. Un niño de tres años que aprende a compartir sus juguetes no entiende lo que es la generosidad de espíritu. Algunas personas nunca lo entenderán, sin importar los años que pasen. Sin embargo, construir una personalidad sigue esa curva, una curva que encaja con el diseño celular natural, donde el acto de compartir y la cooperación son cuestiones fundamentales para la supervivencia. Al nivel del yo, la cuestión fundamental no suele ser la supervivencia. La cuestión fundamental es la gratificación que recibes a través de los vínculos y las conexiones, los procesos básicos que contribuyen a una sociedad pacífica.

2. Las células se curan a sí mismas

Cuando eres autoconsciente, aprendes a reparar los daños que causas. Esto es algo natural para las células, aunque la curación sigue siendo uno de los procesos orgánicos más complejos y desconcertantes. Solo sabemos que existe y que la vida depende de él. Las células tienen la suerte de no tener que pensar en la curación. Localizan cualquier daño y ponen en marcha de inmediato los mecanismos de reparación. Al nivel de la conexión mente-cuerpo, existe un paralelismo básico. Cuando decimos que el tiempo cura todas las heridas, hablamos de un proceso automático, por más doloroso que pueda ser. El sufrimiento, por ejemplo, sigue su curso sin que nadie sepa cómo se sanan las emociones destrozadas.

Sin embargo, hay una gran parte del proceso de curación que no es automático, como sabemos gracias a aquellos que jamás llegan a recuperarse del sufrimiento. La mayoría del tiempo, la curación es una actividad consciente. Miras hacia tu interior y te preguntas continuamente: «¿Qué tal estoy?». No existe garantía de que vayas a encontrar la clave, y cuando tus heridas interiores duelen, incluso pensar en ellas puede ser demasiado. La autocuración implica sobreponerse al dolor y encontrar una manera de estar entero de nuevo. El camino es algo así:

  • Me duele. Que alguien me ayude.
  • Me duele otra vez. Que alguien me ayude de nuevo.
  • ¿Es que el dolor no va a desaparecer? Si no le hago caso, tal vez se desvanezca.
  • He intentado distraerme, pero necesito hacer algo con este dolor interior.
  • No soporto pensar en lo que va mal.
  • Quizá haya algo que pueda hacer por mí mismo.
  • Puede que este dolor me esté diciendo algo, pero ¿qué?
  • Creo que lo entiendo, y ahora el dolor empieza a disminuir.
  • Me siento increíblemente aliviado. La curación es posible.
  • Confío en mi capacidad para sanar.

Un niño pequeño que llora y grita pidiendo ayuda a su mamá no tiene otros recursos. Un niño no entiende el último punto, el de «Confío en mi capacidad para sanar». Sin embargo, la sanación forma parte del amplio ciclo de retroalimentación que mantiene unidos tu cuerpo y tu mente. Cuanto más intentes curarte, más aumentará tu capacidad para hacerlo. El triunfo sobre las heridas más profundas es un triunfo emocional. Sin él, la vida sería cruel, ya que las heridas son inevitables. Solo mediante la construcción de una personalidad puedes demostrarte a ti mismo que, siempre y cuando la victoria sobre el dolor sea posible, la vida no es cruel. A través de la autoconciencia, te das cuenta de que la curación es una de las fuerzas más poderosas de tu vida.

3. La vida de las células requiere nutrición constante

Las células sobreviven gracias a su absoluta fe en que el universo les proporcionará todo aquello que necesitan. Esta confianza es tan sólida que una célula típica solo almacena reservas de comida y oxígeno para un máximo de tres o cuatro segundos. Los nutrientes siempre llegan. Utilizando esa certeza, una célula puede dedicar todo su tiempo y energía a hacer las cosas que posibilitan que la vida avance: crecer, multiplicarse, curarse y mantener el funcionamiento de su maquinaria interna. Además, las células no son quisquillosas con lo que es bueno para ellas. Todos los nutrientes son buenos. No hay tiempo para cometer errores o para coquetear con estilos de vida arriesgados.

He aquí una muestra de sabiduría que la mayoría de las veces no se tiene en cuenta. En nuestra cultura, la excitación, el riesgo y el peligro son palabras positivas, mientras que el equilibrio, la proporción y la moderación parecen de lo más aburridas. Nos tomamos como un derecho de nacimiento experimentar con la rebelión. Así pues, todos sentimos la tentación de ignorar los beneficios de una vida equilibrada y, mientras experimentamos, nuestras células sufren. Sin embargo, la sabiduría tiene más de una lección. Todos valoramos el derecho a cometer errores, y la evolución siempre perdona. Siempre puedes volver atrás y llevar una vida más nutritiva. Lo importante es saber lo que resulta más nutritivo para ti y concentrar tus energías en eso.

Cuando lo hagas, la pasión se convertirá en parte del equilibrio. Lo más probable es que las células se apasionen con la vida; después de todo, hacen todo lo que pueden para prosperar y multiplicarse. Así pues, nútrete con las tres cosas que incrementen tu pasión por la vida. Merece la pena sentarse y escribir estas tres cosas, meterte la lista en la cartera y repasarla siempre que lo necesites. Dejando los asuntos específicos a un lado, tu nutrición necesita englobar mente y cuerpo. Por tanto, tu lista debería incluir:

  1. Tu visión más elevada.
  2. Tu amor más profundo.
  3. Tu mayor aspiración.

La visión te otorga propósito y significado. El amor te concede emociones vibrantes y una pasión duradera. La aspiración te proporciona un desafío que tardarás años en cumplir. Sumados, estos tres elementos primordiales llevan a la verdadera felicidad. Como con todos los aspectos de la sabiduría, tienes un sendero que seguir para nutrir tu vida. Sería algo así:

  • Supongo que soy bastante feliz. Mi vida es tan buena como la de cualquiera.
  • Solo desearía que mi día a día no fuera tan rutinario y predecible.
  • Tengo sueños secretos que pululan bajo la superficie.
  • Quizá no deba tener miedo a intentar dar el máximo.
  • Me merezco más felicidad y una mejor calidad de vida.
  • Me arriesgaré a perseguir mi felicidad.
  • Mis aspiraciones empiezan a hacerse realidad.
  • Es increíble, pero el universo está de mi lado.

Esta es una curva de confianza creciente, el tipo de confianza que a las células les resulta natural pero que apenas se da en nuestra vida. Para la mayoría de las personas, la confianza se topa con un obstáculo a muy temprana edad. Pierden la ingenua confianza de los niños, que dependen de sus padres para alimentarse, vestirse y continuar su existencia. Se produce una transición cuando aparece un nuevo tipo de confianza: la confianza en uno mismo. Durante esta transición, una persona aprende a dejar de confiar en lo exterior («Confío en papá y mamá») y empieza a confiar en lo interior («Confío en mí mismo»). Está claro que esta difícil transición implica muchos contratiempos, así que es necesaria una conciencia constante para seguir evolucionando. La única nutrición auténtica que dura toda la vida proviene del interior. Si continúas depositando tu confianza en los demás, puede que esta desaparezca. Pero si confías en ti mismo, esa amenaza no existe. El camino lleva del «Puedo hacer esto sin ayuda» a «Me basto para esto» y finalmente a «Cuento con el apoyo del universo». Ningún otro camino es más sublime ni más gratificante.

4. Las células son siempre dinámicas; si se quedan estancadas, mueren

Las células son inmunes a muchos de los problemas que llenan nuestra vida diaria; deben serlo para poder sobrevivir... y es una bendición que nunca se queden estancadas. El mundo de una célula es el sistema sanguíneo, una superautopista de sustancias químicas llena de tráfico. A simple vista, la sangre parece uniforme, un líquido cálido y viscoso de color rojo. Sin embargo, a nivel molecular está repleta de cambios. Una célula nunca sabe con exactitud a dónde la va a llevar esa autopista. La química sanguínea de un soldado en la batalla, la de un paciente al que acaban de diagnosticar un cáncer, la de un yogui sentado en una cueva del Himalaya o la de un bebé recién nacido, son completamente diferentes.

Las células, en respuesta a un mundo siempre cambiante, se adaptan de inmediato. Y el cerebro se ve obligado a ser el órgano más adaptable de todos, ya que todas las operaciones corporales, hasta las más minúsculas, llegan hasta él. Por lo tanto, cuando te quedas estancado en un comportamiento, hábito o creencia que se niega a desaparecer, estás poniendo trabas a tu cerebro. La ciencia médica tardó mucho tiempo en aceptar lo graves que pueden resultar los estancamientos. Hace veinte años, algunos estudios pioneros sobre la conexión mente-cuerpo buscaban correlaciones entre la piscología y la enfermedad. Muchos médicos sospechaban, sin pruebas científicas, que la personalidad de algunos pacientes aumentaba su predisposición a ciertos tipos de cáncer. Los resultados lo demostraron: las llamadas «personalidades enfermizas» estaban marcadas por una represión emocional y un nerviosismo generalizado. Sin embargo, no había «personalidades cancerígenas». Por lo tanto, no sirvió de mucho descubrir que tu psicología puede suponer un riesgo vago para casi cualquier enfermedad, desde el catarro común hasta la artritis reumatoide o los infartos.

Sin embargo, podemos utilizar este descubrimiento para darle la vuelta. En lugar de intentar detectar el tipo de comportamiento que hace que un cáncer sea más posible, podemos concentrarnos en no quedarnos estancados, ya que sabemos que las células cerebrales (y todas las demás células corporales) están diseñadas para ser dinámicas, flexibles y atentas a los cambios. Aprender que el cambio es tu aliado no resulta fácil, y a medida que envejecemos, esa dificultad aumenta. El camino a seguir sería algo parecido a esto:

  • Soy lo que soy. Nadie tiene derecho a cambiarme.
  • Solo me siento cómodo con lo que me resulta familiar.
  • Mi rutina diaria empieza a parecer monótona.
  • Veo a gente que hace más cosas que yo. Quizá haya reprimido mi curiosidad.
  • No puedo esperar que la vida me traiga cosas nuevas. Tengo que motivarme a mí mismo.
  • Las cosas nuevas empiezan a resultar agradables.
  • Es posible sentirse cómodo en mitad del cambio.
  • Me encanta la vida dinámica; hace que me sienta vivo.

Las células no siguen este camino; la evolución ha demostrado que el dinamismo es simplemente un hecho de la vida. Tan solo a nivel personal debes enfrentarte a tu estancamiento. Al final, la razón es de lo más básica y natural: estás diseñado para evolucionar porque así es como funciona tu cuerpo. Tu cooperación con la naturaleza puede encontrar cierta resistencia al principio, pero si insistes, te resultará la forma más fácil de vivir y prosperar.

5. El equilibrio entre el mundo interno y el externo se mantiene siempre

Las células no se limitan a flotar en su mundo interior. No se vuelven neuróticas ni obsesivas con el futuro. No se arrepienten de nada (aunque sin duda tienen cicatrices pasadas; pregúntaselo al hígado de un alcohólico o al estómago de un aprensivo crónico). Puesto que no se quejan, es fácil asumir que las células no tienen vida interior, pero eso no es cierto. La división entre el interior y el exterior de la célula es la membrana externa. En muchos sentidos, esta membrana es el cerebro celular, ya que la célula recibe todos los mensajes a través de los miles de receptores que llenan la membrana. Estos receptores aceptan unos mensajes y rechazan otros. Al igual que los nenúfares, se abren al mundo, pero tienen raíces bajo la superficie.

En el interior, esas raíces permiten que ciertos mensajes accedan al lugar donde se necesitan. La negación o represión, la censura de ciertos sentimientos y el estallido de otros, el impulso de la adicción o la inflexibilidad de los hábitos... todas esas cosas dejan huellas en la membrana celular. Los receptores cambian constantemente para mantener el equilibrio entre el mundo interno y el externo. Este es otro aspecto del don de la adaptabilidad. A Deepak le gusta decir que no solo tenemos experiencias, sino que además las metabolizamos. Todas las experiencias se convierten en una señal química codificada que alterará la vida de tus células, ya sea mucho o poco, durante unos minutos o durante varios años.

El problema surge cuando una persona sella su mundo interno y no consigue equilibrarlo con el externo. Aquí aparecen dos extremos. En uno de ellos se encuentran los psicóticos, cuya única realidad son sus pensamientos distorsionados y sus alucinaciones. En el otro extremo están los sociópatas, que carecen de conciencia y apenas tienen mundo interior; su único objetivo es explotar a las personas de «ahí fuera». Entre estos dos polos existe un amplio rango de comportamientos. El mundo exterior y el interior se desequilibran con todo tipo de mecanismos de defensa. En otras palabras, insertamos una especie de pantalla que separa el mundo exterior de nuestra forma de reaccionar ante él. Los tipos de pantalla que la gente suele utilizar son:

  • Negación: te niegas a afrontar lo que sientes realmente cuando las cosas van mal.
  • Represión: te insensibilizas a los sentimientos para que los sucesos de «ahí fuera» no puedan hacerte daño.
  • Inhibición: bloqueas los sentimientos; utilizas la lógica para menospreciar los sentimientos porque es más seguro y más aceptable para la sociedad.
  • Manía: dejas que los sentimientos se descontrolen sin tener en cuenta las repercusiones que tendrá tu conducta en la sociedad; es lo contrario a la inhibición.
  • Victimización: te niegas el placer porque otros no te lo darán, o aceptas la carga del dolor porque sientes que te lo mereces.
  • Control: intentas amurallar el mundo interno y el externo para que nadie pueda traspasar tus límites.
  • Dominación: utilizas la fuerza para mantener a otros en una posición inferior mientras te deleitas con tu propia fantasía de poder.

¿Cómo sería vivir sin esas pantallas? En una palabra, tendrías más flexibilidad emocional. Los estudios sobre la gente que ha conseguido mantener un buen estado de salud a los cien años indican que su mayor secreto es la capacidad de amoldarse. Los centenarios han sufrido los mismos reveses y decepciones que todo el mundo, pero parecen tener más facilidad para recuperarse y quitarse de encima las cargas del pasado. La flexibilidad emocional requiere la ausencia de los mecanismos de defensa, porque cuando estos están presentes, la persona se aferra a viejas heridas, alberga resentimientos secretos e incorpora factores de estrés en lugar de deshacerse de ellos. Tu cuerpo es quien paga el precio de todos los escudos defensivos que levantas.

Las células no se comportan de una manera tan retorcida. En lugar de eso, hay un flujo hacia el interior y hacia el exterior, el ritmo natural de la vida. La respuesta celular interna concuerda con los sucesos externos. Para poder restaurar este ritmo en tu vida necesitas conciencia. Todo el mundo tiene cierto bagaje emocional, y solemos reaccionar protegiendo nuestro mundo interior para evitar más daños o ignorando nuestra vida interior porque resulta demasiado dolorosa. El camino que lleva a un equilibrio entre «aquí dentro» y «ahí fuera» podría ser algo parecido a esto:

  • Esto hace que me sienta mal. No quiero ni pensar en ello.
  • No es seguro mostrar lo que siento.
  • El mundo es un lugar aterrador. Todo el mundo tiene derecho a protegerse.
  • Me enfrentaré a mis problemas mañana.
  • Las cosas no parecen mejorar por sí solas.
  • Quizá deba enfrentarme a mis actitudes y sentimientos reprimidos.
  • He mirado en mi interior y he visto que tengo mucho trabajo que hacer. Pero no ha sido tan aterrador como imaginaba.
  • Es un alivio dejar atrás viejos problemas.
  • Empiezo a sentirme más cómodo en el mundo, y mucho más seguro.

6. Las células localizan de inmediato las toxinas y los gérmenes causantes de enfermedad y luchan contra ellos

Si las células tuvieran una opinión sobre la forma en que dirigimos nuestras vidas, sin duda expresarían su asombro ante lo mucho que toleramos las toxinas. Por naturaleza, las células expulsan las sustancias tóxicas o las neutralizan. El principal trabajo del sistema inmunológico es separar a los invasores nocivos de los que no lo son. El cometido de los riñones es filtrar las toxinas de la sangre. En tu intestino hay una amplia variedad de flora bacteriana que debe estar ahí (tomar un antibiótico eliminará indiscriminadamente la mayor parte de las bacterias de tu cuerpo y alterará tu digestión durante un tiempo, quizá de manera dramática), y hay una variedad igual de amplia de sustancias bioquímicas en tu torrente sanguíneo. El sistema inmunológico y los riñones han evolucionado para distinguir lo bueno de lo malo. La inteligencia de tu cuerpo sabe muy bien lo que es tóxico, y se protege contra ello. A los seres humanos nos resulta muy difícil aprender esa lección.

Cuando la medicina convencional ignoró la campaña a favor de una dieta más natural y en contra de los aditivos alimentarios, le hizo un mal servicio al bienestar público. Desde que las industrias cárnicas y lácteas empezaron a añadir cantidades masivas de hormonas para acelerar la producción de carne y aumentar la cantidad de leche que daban cada día las vacas, se han producido cambios sospechosos en la salud pública, tales como una aparición temprana de la menstruación en chicas jóvenes y un aumento del cáncer de pecho. (El tejido mamario es muy sensible a las sustancias extrañas y puede confundirlas fácilmente con señales hormonales). Incluso hoy día, el terapeuta medio tiene una educación mínima en cuestiones de nutrición y dieta, pero los médicos deberían haberse unido a la campaña contra la posible contaminación tóxica de nuestro aire, nuestra agua y nuestra comida.

Las poblaciones con aguas contaminadas y un inadecuado sistema de saneamiento están expuestas a todo tipo de epidemias, y tienen una esperanza de vida reducida. Sin embargo, todavía no se ha estudiado la correlación entre la expectativa de vida y los aditivos «normales» de la dieta estadounidense. El gobierno controla el uso de pesticidas e insecticidas mediante leyes, pero raramente persigue y enjuicia a los culpables cuando estas leyes no se cumplen. Los inmensos intereses comerciales promueven el consumo de comida rápida, la comercialización rápida de la ternera, los niveles altos de azúcares y un amplio rango de conservantes. Una dieta rica en grasas y en azúcares ya es arriesgada. La precaución es la actitud más sensata; seguir una dieta natural es lo más lógico. ¿Por qué no eliminar de la dieta tantas toxinas como nos sea posible?

Esto no debe convertirse en un argumento para el extremismo. Hasta la fecha, ningún estudio ha demostrado que la gente que consume obsesivamente grandes cantidades de suplementos alimenticios o la que come estrictamente alimentos ecológicos viva más que la gente que lleva una dieta equilibrada normal. «Toxina» es una palabra espeluznante, pero un enfoque equilibrado es mejor que una rigurosidad absoluta motivada por el miedo. La ley exige que los pesticidas e insecticidas se hayan degradado para el momento en que los alimentos llegan al mercado, y los productos se lavan cuando se procesan para la venta; de todas formas, lavar la fruta y la verdura en casa debería ser una práctica obligada. Lo más sensato es no confiar del todo en la industria alimentaria, que nos asegura que no ingerimos la cantidad necesaria de conservantes, aditivos y pesticidas para poner en riesgo nuestra salud. En la vida, eres lo que comes. Esa debería ser una advertencia suficiente.

La campaña por una dieta mejor forma parte de la tendencia generalizada hacia un mayor cumplimiento (ojalá avanzara más rápido), y el mayor problema son las toxinas invisibles que reducen el bienestar. Estas también están bien divulgadas: el estrés, la ansiedad, la depresión, la violencia doméstica y el abuso físico y emocional. No puedes ver ni saborear estos tóxicos, pero causan los mismos problemas que los otros. La gente tolera demasiado bien los estilos de vida tóxicos. Se comporta de formas muy perjudiciales para su cuerpo, o disculpa conductas perniciosas en sus familiares, amigos y compañeros de trabajo. La solución es la conciencia: hay que mirarse con sinceridad en el espejo y encontrar una forma de acabar con las toxinas invisibles de la vida. El camino a seguir sería algo como esto:

  • Estoy fuerte y sano. Puedo comer lo que quiera.
  • Nada parece ir mal.
  • Lo «natural» es para los hippies y la gente que se preocupa demasiado.
  • He investigado el asunto y hay más toxinas de las que pensaba.
  • Más vale prevenir que curar.
  • Debo cambiar hoy si quiero estar sano mañana.
  • Puedo pasar de los alimentos preparados si me lo propongo.
  • Me merezco un estado de bienestar. Requerirá esfuerzo, pero merece la pena.

Para eliminar de tu vida las toxinas invisibles hay que seguir otro camino, pero no muy distinto. Pasas de pensar: «Puedo aguantar esto» a «Me están destrozando la vida», y al final dices: «Me merezco un estado de bienestar». Los razonamientos y la rutina son cosas poderosas. Podemos pasarnos años tolerando las toxinas porque nuestra mente encuentra razones para no cambiar. Hay que reconocer lo poderosas que son esas fuerzas y respetarlas. No es necesario que organices un ataque frontal en un intento por purificar tu vida. Basta con evolucionar en la dirección correcta. La sabiduría que han adquirido las células a lo largo de miles de millones de años de evolución se merece unos cuantos años de seria consideración por tu parte.

7. Las células aceptan la muerte como una parte de su ciclo vital

Las células consiguen hacer algo que nosotros envidiamos y apenas comprendemos: invierten toda su energía en permanecer con vida y, sin embargo, no tienen miedo a morir. Ya hemos hablado de la apoptosis, la muerte celular programada en los genes, que indica cuándo ha llegado la hora de morir. Sin embargo, la mayoría de las veces, las células se dividen en lugar de morir: desafían la mortalidad cuando se transforman en una nueva generación de células. Si observas la mitosis celular a través de un microscopio, verás con tus propios ojos que la reencarnación existe. A los seres humanos nos inquieta mucho más la muerte, pero en las últimas décadas (gracias sobre todo al revolucionario libro escrito en 1969 por Elizabeth Kübler-Ross, Sobre la muerte y los moribundos), nuestra actitud social es menos aprensiva.

La sabiduría celular encaja a la perfección con la de los grandes maestros de la sabiduría. La muerte no es lo contrario a la vida. Es una parte de ella que lo engloba todo. Todo lo que nace debe morir y, sin embargo, en el esquema cósmico morir no es más que una transición hacia otro tipo de vida. La renovación es el lema constante de la naturaleza. Este lema resulta controvertido cuando la gente compara sus creencias religiosas y cuando entran en guerra por ciertas verdades dogmáticas. Pero las células no son religiosas, y tampoco lo es la naturaleza en su conjunto.

Un escéptico despotricará contra cualquier visión de la vida basada en la fe, argumentando que el universo es frío e impersonal, algo regido por sucesos aleatorios y absolutamente indiferente a la existencia humana. Por extraño que parezca, la lucha entre fe y escepticismo no parece tener impacto en el enfoque personal de la mortalidad. Aceptar la muerte es algo tan personal que va más allá de las creencias. Hay creyentes devotos que tiemblan de miedo ante la perspectiva de la muerte, y escépticos que la afrontan con ecuanimidad. El punto esencial, el primero de la amplia escala establecida por Kübler-Ross, es que morir es un proceso que atraviesa varias etapas. Hoy día, estas etapas resultan familiares: dolor, negación, furia, negociación, depresión y aceptación. (Deepak conoce a dos hermanas que cuidaron de su madre, de ochenta y nueve años, mientras esta estuvo ingresada en la unidad de cuidados terminales. Cada hermana se sentaba a un lado de la cama, y se turnaban para leer en alto Sobre la muerte y los moribundos con la esperanza de ofrecer algo de consuelo a su madre, que escuchaba en silencio con los ojos cerrados. De repente se dieron cuenta de que había muerto. Una de las hermanas exclamó súbitamente: «¡Pero si solo habíamos llegado a la cuarta etapa!»).

Desde que se publicó el libro, han surgido desacuerdos sobre si Kübler-Ross describió correctamente las etapas de la muerte o el orden en el que ocurren. Sin embargo, la lección más importante es que la muerte debería ser tan dinámica como la vida, una experiencia que evoluciona a medida que ahondas en ti mismo. Algunas culturas, como el budismo tibetano, ofrecen una preparación extensiva para la muerte y una teología altamente detallada sobre los distintos cielos e infiernos (aunque estos bardos son más bien las etapas que atraviesa la conciencia después de dejar atrás el cuerpo físico). En occidente no existe esa tradición (salvo en el pueblo nativo americano), y cada persona debe enfrentar el asunto de la muerte sola. Pero debemos enfrentarla bien. Tener miedo a la muerte es malo para tu cuerpo, pero no porque la muerte se acerque siniestramente, sino porque el miedo es un tipo de tóxico.

El ciclo de retroalimentación que envía mensajes a tus células es ineludible. Lo bueno es que el resquemor de la muerte es casi siempre psicológico, de modo que puedes eliminarlo. La naturaleza está de tu parte. La amplia mayoría de los pacientes moribundos llegan a aceptarlo; los trabajadores de las unidades de cuidados terminales notan a menudo que es la familia de la persona moribunda quien siente una mayor ansiedad, sufrimiento y estrés. Además, relacionar el envejecimiento y la muerte es un disparate, y también una equivocación. El envejecimiento es algo que le ocurre al cuerpo; la muerte le ocurre al yo. Así pues, es probable que la persona que posee un elevado sentido del yo, que ha investigado profundamente la gran pregunta de «¿quién soy?», afronte la muerte con muchísima más calma.

Tenemos mucho más que decir sobre cómo alcanzar tu verdadero núcleo de personalidad. Es un tema fundamental, ya que todas las tradiciones de sabiduría del mundo afirman que la muerte no llega a la verdadera identidad... y esa verdad es a la que se refería san Pablo cuando dijo «la muerte de la muerte». Aquí queremos resaltar que morir es una parte natural de la vida, como bien saben todas las células de nuestro cuerpo. El camino para aceptar la muerte puede ser algo similar a esto:

  • No pienso en la muerte. No tiene sentido.
  • Lo principal es vivir la vida a cada instante.
  • De todas formas, creo en secreto que no envejeceré ni moriré.
  • Para ser sincero, no pienso en la muerte porque es demasiado aterrador.
  • He visto la muerte, la de un amigo, un familiar o una mascota. Sé que tendré que enfrentarme a ella algún día.
  • Empiezo a sentirme más tranquilo con este tema. Puedo pensar en la muerte sin salir huyendo.
  • La muerte es algo que le ocurre a todo el mundo. Es mejor afrontarla con calma, con los ojos bien abiertos.
  • He sentido los primeros aguijonazos serios de la mortalidad. Ya es hora de afrontarla.
  • En realidad me interesa mucho todo el tema de la muerte.
  • Es posible aceptar el proceso de la muerte como una etapa natural de la vida... y lo he hecho.

Adquirir sabiduría es un proyecto que dura toda la vida. Nos sentimos animados por la «nueva senectud» y por los estudios que resaltan el lado positivo del envejecimiento, que pueden agruparse bajo la rúbrica de la madurez. La gente mayor suele rendir menos de lo esperado en los test de memoria y de coeficiente intelectual cuando se la compara con los jóvenes, pero en las áreas de las experiencias vitales, su puntuación es mucho mayor. Esto se pone de manifiesto en los test que requieren que tomes una decisión en una situación comprometida, como despedir a un empleado, decirle a un amigo que su esposa le engaña, o afrontar el diagnóstico de una enfermedad grave en la familia. Lo que se necesita en esas situaciones es madurez, y aunque la inteligencia emocional juega su papel, ni un solo aspecto de los test de inteligencia puede equipararse a la madurez. Debes vivir la vida para adquirirla. ¿Por qué no vivir esa vida en consonancia con la evolución, como lo hacen tus células?