VII. Del intelecto a la intuición
Aunque hubiera dejado de evolucionar tras la fase emocional, el cerebro humano seguiría siendo una maravilla. Poseemos emociones extraordinariamente sutiles que nos unen a todos. No obstante, el cerebro no se detuvo ahí, porque la mente humana deseaba más. No es suficiente amar a alguien o sentir celos, admiración, gratitud, posesividad, y todos los demás sentimientos que a menudo se mezclan con el amor. No es suficiente que el amor pueda reducirse e intensificarse, desde un tierno afecto hasta una pasión salvaje. La mente quiere explayarse en el amor, recordar a quién amamos, cuándo y por qué. Somos las únicas criaturas que pueden escribir: «¿De qué modo te amo? Deja que te cante las formas».[1] ¿Se trata de un juego puramente intelectual? No, es una forma de añadir una nueva capa de riqueza a nuestras vidas.
La fase intelectual del cerebro
Tan pronto como te preguntas: «¿Por qué amo a X?» o «¿Por qué odio a Y?», entra en juego un elemento más evolucionado: el intelecto. El intelecto es la forma de evolución fundamental de tu cerebro para contrarrestar las obsesiones basadas en el miedo y los deseos. El pensamiento racional te permite idear una estrategia para conseguir lo que quieres, una actividad que domina la vida de todo el mundo. Sin embargo, también actúa como contrapeso para controlar tus emociones. Tus emociones y tu intelecto bailan una danza a nivel neurobiológico, del mismo modo que los neurotransmisores activadores (como el glutamato) están siempre inmersos en una batalla con los neurotransmisores inhibidores (como la glicina).
Al nivel de la experiencia personal, la continua interacción entre emoción e intelecto genera un discurso interno fluido que se transmite a todas las partes de tu cerebro siempre que estás despierto. Para algunos, este discurso no es más que un monólogo interno en el que el cerebro acapara toda la «charla», basada en viejos recuerdos, hábitos y condicionamientos. Para otros, el discurso se parece más a un diálogo interior en el que se enfrentan las viejas ideas y las nuevas. La persona debe decidir por cuál decantarse, si por las respuestas integradas en el cerebro o por las reacciones nuevas y desconocidas. Eso puede suponer un problema.
Esta batalla es tan dura que algunas personas intentan llevar una vida puramente intelectual, negando su lado emocional. Jesse Livermore fue un famoso inversor en el mercado de valores durante «los locos años veinte». Nació en Massachusetts en 1877, y en sus fotografías parece mirarnos con expresión vacía y malhumorada. Sin embargo, fue uno de los primeros economistas que no hicieron otro trabajo en su vida que manipular números en teletipos. Vivió para los números y reguló su vida con absoluta precisión. Se marchaba de casa todos los días a las 8.07 de la mañana, y en una época en la que los semáforos eran controlados a mano por policías situados en casetas, la visión de su limusina hacía que todos los semáforos de la Quinta Avenida se pusieran en verde.
El 29 de octubre de 1929, el desastroso Jueves Negro en el que el mercado de valores se vino abajo, la esposa de Livermore asumió que él había perdido su fortuna, como les había ocurrido a todos sus amigos. Ordenó a los criados que retiraran los muebles de su mansión, y cuando Livermore llegó a su casa se la encontró vacía. Sin embargo, este hombre había prestado atención a lo que le decían los números y ese día había conseguido más dinero que nunca. Esto podría parecer una anécdota sobre la aplastante victoria del intelecto, pero en la década de los treinta llegó la regulación a Wall Street. Los días de piratería, en los que unos cuantos inversores ricos podían manipular el mercado a voluntad, habían acabado. A Livermore le costó adaptarse. Sus transacciones se volvieron irregulares. Se desanimó, se deprimió, y en 1940 se encerró en el retrete de su club privado y se pegó un tiro en la cabeza. Nunca reveló qué había pasado con sus millones.
Para tu intelecto es algo natural hacerse preguntas y buscar respuestas. La mente humana tiene un infinito anhelo de conocimientos. Vivimos dos caminos paralelos. En uno de los caminos experimentamos todo aquello que nos ocurre y, en el otro, nos cuestionamos todas esas experiencias. La corteza cerebral, la adición más reciente de nuestro cerebro, se encarga del pensamiento en todos sus aspectos, entre los que se incluyen la toma de decisiones, el discernimiento, la reflexión y la comparación. Para un neurólogo, la corteza es la parte más enigmática del cerebro. ¿Cómo aprenden a pensar las neuronas? Y, más misterioso aún, ¿cómo aprenden a pensar sobre el pensamiento?
Porque eso es lo que haces todos los días. Tienes una idea y luego reflexionas sobre lo que significa esa idea. Esto suena muy abstracto, así que hagamos un diagrama de la perspectiva cerebral:
- Instinto: «Tengo hambre».
- Emoción: «Mmm, me apetece un montón una tarta de crema de plátano».
- Intelecto: «¿Puedo permitirme tomar tantas calorías?».
En la fase intelectual tienes infinitas opciones. Puedes preguntarte: «¿Quién hace una buena tarta de crema de plátano?» o «¿Es eso lo que de verdad me apetece?», o «¿Significa eso que estoy embarazada?». Puedes pensar todo lo que quieras, incluso la idea más extravagante («¿Los plátanos sienten dolor cuando los arrancan del árbol?»), o la más imaginativa («Me gustaría escribir un libro infantil sobre dos niños que conocen a una tarta de crema de plátano parlante»), y todo lo que se te ocurra entre medias.
Los seres humanos estamos orgullosos de nuestro intelecto, tanto que hasta hace poco negábamos que los animales inferiores tuvieran algún tipo de inteligencia. Esa idea está cambiando rápidamente. Por ejemplo, pocos pájaros pasan el invierno en el extremo norte del Gran Cañón, bloqueado por la nieve, y algunos de los que lo hacen se pasan el otoño enterrando semillas en el suelo. Recolectan los piñones de las piñas y entierran centenares de ellos en lugares aparentemente aleatorios. Cuando llegan las ventiscas invernales, estos lugares de enterramiento se cubren de nieve. Sin embargo, se ha visto que los pájaros regresan a todos los sitios donde enterraron los piñones, picotean la nieve y los recuperan. Cada pájaro vuelve solo a los lugares donde enterró sus propios alimentos, sin picotear de manera aleatoria el terreno que eligieron otros de sus congéneres.
Hay miles de ejemplos de inteligencia animal, pero aun así seguimos convencidos de que el intelecto es algo exclusivamente humano. Nuestra estructura cerebral apoya esta creencia, ya que en relación con el tamaño de nuestro cerebro, que es muy grande para nuestro peso, una parte desproporcionada pertenece al cerebro superior. (El hecho de que el 90 por ciento de tu corteza sea neocórtex, la «nueva corteza», demuestra que dedicas mucho tiempo a decidir y pensar. El gran cerebro del delfín, sin embargo, tiene un 60 por ciento dedicado al oído, algo lógico para una criatura que se guía por un radar subacuático). Aunque creamos que son los impulsos básicos como el sexo, el hambre o el miedo los que definen nuestra conducta, lo cierto es que el cerebro superior lo domina todo. Al fin y al cabo, antes de que dos países entren en guerra y bombardeen sus respectivas ciudades, primero deben haber construido dichas ciudades (y las bombas), que representan un logro descomunal del intelecto.
El cerebro superior marca la llegada de la autoconciencia. Todos los ejemplos que te hemos dado utilizan la palabra «yo» como parte del pensamiento; el «yo» es el ser consciente que utiliza el cerebro. Las fases instintiva y emocional se encuentran en el mundo del inconsciente. Suponemos que la inteligencia animal es totalmente inconsciente. Siempre en la misma fase lunar del mes de mayo, decenas de miles de cangrejos herradura se acercan a la orilla para depositar sus huevos en el litoral atlántico de Norte América. Salen de las profundidades del océano, como han hecho durante centenares de millones de años. En los días siguientes, un pájaro conocido como playero rojizo (Calidris canutus rufa) sigue su ruta migratoria hasta allí para alimentarse de los huevos que los cangrejos herradura han depositado en la playa.
Los playeros rojizos, unos pajarillos con motas pardas que se mueven cuidadosamente sobre sus largas patas, pasan el invierno en la Tierra de Fuego, un lugar del hemisferio sur situado a miles de kilómetros de distancia, donde se alimentan de pequeñas almejas. Nadie sabe por qué el playero rojizo migra los 15.000 kilómetros que separan la Antártida del Ártico, donde crían a sus polluelos; y mucho menos cómo han aprendido a cronometrar su migración para coincidir con la última luna llena o nueva de mayo, justo cuando los huevos de los cangrejos herradura aparecen en las playas de la bahía de Delaware y se convierten en el único alimento que comen los playeros durante su parada estacional. El lugar hacia el que se dirigen, la isla de Southampton, en Canadá, es un lugar ventoso, yermo y desolado en el que apenas hay comida. Los huevos de los cangrejos, con un alto contenido en grasas, les permiten almacenar energía suficiente para sobrevivir. Todo este complejo arreglo demuestra que el instinto no siempre es simple o primitivo. Consigue cosas que el intelecto no puede llegar a imaginar.
¿Toda la naturaleza es inconsciente realmente o estamos atrapados en nuestro deseo de etiquetarla de esa manera? Una cosa es segura: en los seres humanos, la fase intelectual del cerebro fusiona los impulsos instintivos y las emociones con los conocimientos conseguidos a través de la experiencia. Si las experiencias de una persona son desagradables, el intelecto intentará encontrar mejores experiencias, o quizá dé un paso más drástico para poner fin a su miseria, como el suicidio. Uno de los pensamientos de Nietzsche, deprimente pero perspicaz, fue: «El hombre es el único animal al que hay que animar a vivir». Existe una manera más positiva de decir lo mismo: los seres humanos nos negamos a someternos a nuestro cerebro inferior, incluso cuando nuestra supervivencia depende de ello.
El cerebro intelectual utiliza la lógica y el pensamiento racional para enfrentarse al mundo de una manera consciente. Mientras que el cerebro instintivo te hace «reaccionar» de forma natural e innata, el cerebro intelectual te proporciona la opción de «responder» conscientemente. «Respuesta» viene de la raíz latina responsum y significa reaccionar de una manera «responsable». Responder a una situación requiere comprensión, y reaccionar no. La comprensión no es un elemento aislado. Siempre se da en un contexto social. Debes identificarte con los demás; la gente debe comunicarse y establecer vínculos significativos. Quizá el Homo sapiens hubiera seguido siendo sociable sin esos rasgos superiores. Los chimpancés son sociables, y se apartaron del árbol genealógico de la familia de los primates seis millones de años después, y no antes, que nuestros ancestros homínidos.
Si miramos a los ojos a un chimpancé, veremos ciertos instantes en los que el animal parece pensativo, pero los chimpancés no son responsables, y aunque sean muy inteligentes, no pueden incrementar su proceso de aprendizaje. Puedes preparar un experimento en el que un chimpancé te observe mientras escondes algún alimento bajo una de dos cajas. Si recuerda y mira bajo la caja correcta, consigue la comida. Solo hace falta repetirlo unas cuantas veces para que el chimpancé aprenda a acertar siempre. Pero ahora vamos a cambiar el experimento. Colocas dos cajas delante del chimpancé, y si él te pasa la caja más pesada, le das una recompensa alimenticia. Incluso después de repetirlo seiscientas veces, el chimpancé no acertará más veces de las que podrían atribuirse al azar. Un niño de tres o cuatro años averigua enseguida que debe elegir la caja más pesada.
Nosotros también compartimos nuestro aprendizaje. La sociedad humana depende de la enseñanza, y esta requiere un tipo especial de cerebro, uno que transforma de inmediato la experiencia en conocimiento. Después de millones de años, algunos monos han aprendido a aplastar nueces contra las rocas para abrirlas, y los primates superiores como los chimpancés pueden utilizar un palo para sacar huevos u hormigas de los profundos agujeros de un tronco. Sin embargo, estas habilidades siguen siendo primitivas. Se le puede enseñar a un orangután a sacar la comida de un complicado recipiente de plástico compuesto por diferentes partes que deben ser retiradas en una secuencia precisa. Los orangutanes resuelven bastante rápido este puzle, pero luego se encuentran con un obstáculo: son incapaces de enseñarle a otro orangután cómo se resuelve el rompecabezas.
Nosotros no solo enseñamos con ejemplos, sino también con palabras. El lenguaje complejo aceleró la evolución del cerebro, ya que permitió una manera de comunicación mucho más sofisticada. También nos dio la capacidad del pensamiento simbólico. Esto significa que podemos crear mundos simbólicos o virtuales utilizando las mismas partes del cerebro que evolucionaron para permitirnos comunicarnos entre nosotros. Cuando te paras ante un semáforo en rojo, no te detienes porque escuches la palabra «para». Lo que haces es relacionar el color rojo con la palabra; es un símbolo. Aunque parece algo sencillo, tiene enormes ramificaciones. Los niños disléxicos, por ejemplo, tienen dificultades en el aprendizaje de la lectura debido a un defecto cerebral desarrollado en el útero. Su cerebro coloca las palabras y las letras en orden invertido. Sin embargo, se ha descubierto que este defecto puede solucionarse utilizando letras coloreadas. La A puede ser el rojo; la B, el verde, y así sucesivamente. Con esta asociación simbólica, el lenguaje progresa, porque uno de los mecanismos cerebrales de la corteza visual ha sido acondicionado para un nuevo uso: la capacidad de distinguir los colores, que en los seres humanos se extiende hasta un nivel increíble: el ojo humano es capaz de detectar diez millones de longitudes de onda diferentes. Nadie sabe con exactitud cuántas de estas longitudes se traducen a colores que podamos diferenciar, pero parece haber al menos varios millones.
Este tremendo don de imaginación y creación de símbolos puede volverse contra sí mismo. La esvástica se originó como un antiguo símbolo indio para el sol, pero si se pinta al lado de una sinagoga es una profanación, o incluso un crimen de odio. La imagen también puede bloquear la realidad. El término «dioses del cine» fue inventado para reforzar la ilusión general de que los actores de Hollywood no son como la gente normal. Como resultado, sin embargo, el público desea conocer lo que se esconde más allá de esta imagen, y cuanto más sórdida y ordinaria sea la realidad, más emocionante resulta.
La división de la mente en instinto, intelecto y emociones es muy antigua. En la actualidad, la neurología es capaz de localizar las regiones cerebrales que se encargan de cada uno de ellos, pero merece la pena recordar que esas divisiones son solo modelos que hemos inventado porque la naturaleza resulta demasiado compleja para asimilarla. En realidad, estamos creando realidad constantemente, un proceso que engloba todas las regiones cerebrales en una interacción continua y variable.
Como ocurre con cualquier otra fase del cerebro, el intelecto puede desequilibrarse.
Si eres demasiado intelectual, pierdes el contacto con la realidad que proporcionan los instintos y las emociones. Esto conduce a acciones excesivamente calculadas y a castillos en el aire.
Si no desarrollas tu intelecto, este se queda estancado en los pensamientos rudimentarios. Esto lleva a supersticiones y a todo tipo de argumentos deficientes. Te conviertes en el peón de las influencias procedentes del mundo exterior.
Puntos esenciales: tu cerebro intelectual
- El intelecto es la fase evolutiva más reciente de la mente.
- El intelecto nunca actúa solo, sino en combinación con las emociones y los instintos.
- El intelecto te ayuda a manejar de una forma racional tus miedos y deseos.
- Responder al mundo implica ser responsable con el mundo.
- El pensamiento racional se vuelve destructivo cuando olvida sus responsabilidades. (De ahí las armas atómicas, la destrucción de los ecosistemas, etc.).
La fase intuitiva del cerebro
Tu intelecto forma parte de tu derecho de nacimiento, que incluye una insaciable necesidad de significado. Heredaste la intuición de un tipo de necesidad diferente, aunque igual de poderosa: la necesidad de valores. Bien y mal, bueno y malo, son conceptos tan básicos que el cerebro los tiene integrados. Desde una edad muy temprana, los niños parecen mostrar un comportamiento intuitivo en este sentido. Incluso antes de empezar a andar, un bebé que ve que a su madre se le ha caído algo, se ofrecerá a recogerlo en su lugar: la ayuda es una respuesta integrada. Se le puede mostrar a un niño de dos años un teatro de marionetas en el que uno de los títeres hace cosas buenas mientras que el otro hace lo opuesto.
La mayor parte del cerebro está compuesta por corteza cerebral. Conocida como cerebro superior, la corteza es la responsable de muchas de las funciones que asociamos con ser humanos: recibir y procesar la información sensorial, aprender, memorizar, y el inicio del pensamiento y la acción, así como el comportamiento y la integración social.
La corteza cerebral es la evolución más reciente del cerebro, y está formada por una extensión de tejido cerebral de unos 0,3 metros cuadrados dispuesto en seis capas desde la superficie del cerebro. («Córtex» significa «corteza» o «costra» en latín). Esta extensión de tejido se pliega sobre sí misma varias veces para tener cabida en el interior del cráneo. La corteza contiene la mayor concentración neuronal de todo el cerebro, que asciende a unos cuarenta mil millones.
La corteza cerebral tiene tres áreas funcionales principales: las regiones sensoriales que reciben y procesan la información procedente de los cinco sentidos, las regiones motoras que controlan los movimientos voluntarios, y las regiones asociativas del intelecto, la percepción, el aprendizaje, la memoria y los pensamientos de orden superior.
La corteza cerebral está compuesta por varios lóbulos. Hacia la parte posterior de la corteza está el lóbulo occipital, que contiene la corteza visual, donde el cerebro relaciona e interpreta la información que perciben tus ojos. La parte izquierda de la corteza se conecta con el ojo derecho, y viceversa. Justo por delante de los lóbulos occipitales se encuentran los lóbulos temporales. En ellos se localizan las emociones instintivas primitivas que aseguran la supervivencia: el miedo, el deseo y los apetitos, como por ejemplo el hambre o el apetito sexual. El oído y el equilibrio también se controlan aquí. Cuando esta zona del cerebro se lesiona o funciona mal, la persona puede padecer un apetito incontrolable de comida o sexo.
En la parte delantera y superior de los lóbulos temporales están los lóbulos parietales, donde se procesa la información sensorial junto con la orientación espacial, que te permite saber dónde estás. Finalmente, delante de los lóbulos parietales están los lóbulos frontales. Los lóbulos frontales regulan el control motor y los movimientos, pero también nuestro comportamiento en sociedad. Si la corteza frontal se lesiona o, por ejemplo, tiene un tumor, la persona puede mostrar una desinhibición patológica y convertirse en una exhibicionista, o incluso en un agresor sexual.
Los hemisferios derecho e izquierdo de la corteza están conectados por un paquete de fibras nerviosas denominado cuerpo calloso. Estas fibras permiten que los dos lados del cerebro «hablen» entre sí. Si no lo hacen, la persona podría experimentar lo que se conoce como «síndrome de la mano ajena», ¡en el que no se reconoce la propia mano! Acurrucado bajo el cuerpo calloso está el sistema límbico (fíjate en el diagrama 5), que contiene el tálamo y el hipotálamo. El tálamo está implicado en la percepción sensorial y regula el movimiento. El hipotálamo regula las hormonas, la glándula pituitaria, la temperatura corporal, las glándulas adrenales y otras muchas cosas.
Las otras dos regiones principales del cerebro son el cerebelo, situado en la parte posterior, que controla la coordinación de movimientos, el equilibrio y la postura; y el tronco encefálico (compuesto por el bulbo raquídeo y el puente de Varolio), que es la parte más antigua del cerebro. El tronco conecta el cerebro con la médula espinal, y regula el ritmo cardíaco, la respiración, y otros procesos automáticos.
Las funciones del cerebro que controlan los procesos fisiológicos (desde el ritmo cardíaco o la respuesta al miedo hasta la respuesta del sistema inmunitario) están concentradas en regiones específicas de la corteza cerebral, el cerebelo o el tronco encefálico. Pero estas regiones también se comunican con otras para crear un complicado sistema de equilibrio y coordinación que engloba toda la actividad cerebral. Por ejemplo, cuando observas una flor, tus ojos perciben la información visual y la transmiten a la corteza occipital, la región del córtex situada en la parte posterior del cerebro. Pero primero esa información visual viaja a través de múltiples áreas cerebrales, donde también sirve para coordinar tus movimientos en respuesta a los datos visuales. Los miles de millones de neuronas de estas regiones trabajan juntas en un equilibrio y una armonía perfectos, como una orquesta tocando una melodía. No hay ningún instrumento estridente o desafinado. El equilibrio y la armonía son las claves de un cerebro eficiente, y también de la estabilidad del universo.
Las cosas buenas están relacionadas con el juego y la colaboración; las malas, con el egoísmo y las quejas. Si le preguntas a un niño cuál de las marionetas es mejor, elegirá «la buena» mucho más a menudo que «la mala». Hemos evolucionado con respuestas cerebrales morales.
Sin embargo, la intuición también se ha puesto en entredicho. Una curiosa ironía del cerebro es que su parte intelectual puede descartar a la intuitiva como si fuera una simple superstición rayana en lo paranormal. Rupert Sheldrake, un biólogo británico con visión de futuro, ha dedicado décadas a realizar experimentos que demuestran la existencia de la intuición. Por ejemplo, ha evaluado la experiencia común de sentirse observado, generalmente por alguien que está detrás. ¿Tenemos ojos en la parte posterior de la cabeza? De ser así, esta sería una habilidad intuitiva, y Sheldrake ha demostrado que existe. Para su desgracia, su trabajo se considera cuestionable, lo que significa, tal y como señala con ironía el propio Sheldrake, que los escépticos ni siquiera se han molestado en echarle un vistazo a sus resultados.
En cualquier caso, el hecho de que los seres humanos son intuitivos no es discutible. Muchas de las áreas de tu vida dependen de la intuición. La empatía, por ejemplo. Cuando entras en una habitación, puedes percibir si la gente está tensa o se ha peleado antes de que llegaras; eso es intuición. Utilizas la intuición cuando alguien dice A pero quiere decir B, o cuando alguien se las da de puritano y sabes que esconde algo.
La empatía se define como la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro. En el Homo sapiens, cuando la capacidad de comunicarse dio un salto cuántico, la empatía se convirtió en un elemento crucial para la supervivencia social. Permitió que los padres cuidaran de los hijos del grupo mientras otros adultos se ausentaban para cazar o recolectar. Hoy día, la empatía todavía nos permite vivir en grupos y socializar, lo que la convierte en un freno necesario de la agresividad y la competitividad (un balance que la sociedad se esfuerza por mantener).
En un sentido más amplio, la empatía ha allanado el camino al razonamiento moral y al comportamiento altruista. (Las raíces latinas de «compasión» significan «sufrir con», lo que señala nuestra capacidad para reflejar los sentimientos que vemos en otra persona). Empatía no significa lo mismo que simpatía, en la que no es necesario compartir el estado mental de otra persona. Empatía tampoco es lo mismo que «contagio emocional», en el que uno no es consciente de si lo que siente es una emoción propia, o la ha asimilado por contacto con una personalidad más fuerte o con una muchedumbre.
A nivel neuronal, el área principal del cerebro que se activa con la empatía es la corteza del cíngulo. En latín, cingulum significa «cinturón». El cíngulo se extiende a modo de cinturón en la parte media de la corteza cerebral, y se considera parte del sistema límbico, relacionado con las emociones, el aprendizaje y la memoria. Ese es el hogar físico de la empatía. Las regiones de la circunvolución del cíngulo asociadas con la empatía son más grandes en las mujeres que en los hombres, y por lo general son más pequeñas en los pacientes esquizofrénicos, que a menudo se aíslan en sus emociones y se engañan con respecto a lo que siente otra gente.
La empatía también se ha relacionado con las «neuronas espejo», un tipo de células nerviosas que ya existen en primates inferiores como los monos. Lo de «imitar como un mono» tiene una razón neuronal crítica para el aprendizaje de nuevas habilidades. Cuando un monito pequeño, o incluso un bebé lo bastante joven para mamar todavía, ve que su madre coge un alimento y se lo come, las áreas de su cerebro responsables de coger, despedazar y masticar la comida se iluminan: imitan lo que ve. No pueden llevarse a cabo experimentos en niños humanos para ver si ocurre lo mismo en nuestra especie, pero es muy probable que así sea. (El peligro de la imitación reside en que cuando los niños ven comportamientos negativos, tales como la violencia doméstica, puede activarse un patrón cerebral. Se sabe que los niños que sufren maltratos a menudo se convierten en maltratadores cuando crecen, porque integran ese comportamiento).
Nadie sabe cómo funcionan con exactitud las neuronas espejo, pero parecen jugar un papel clave en la adhesión social, que es la responsable de que nos sintamos seguros, protegidos y aliviados cuando formamos parte de un colectivo. Un grupo de sustancias químicas llamadas neuropéptidos (pequeñas proteínas cerebrales que regulan la adhesión social y entre las que se incluyen la oxitocina, los opioides y la prolactina), son las que regulan la sensibilidad empática.
La oxitocina facilita el comportamiento maternal y hace que uno se sienta «enamorado». Se ha demostrado que la aplicación de oxitocina mediante un espray nasal reduce la respuesta al estrés social y al miedo en el cerebro. La oxitocina también puede incrementar la confianza mutua y volvernos más sensibles a las expresiones faciales de los demás. Una mutación genética adversa en el receptor de la oxitocina genera menores niveles de empatía. Así pues, la oxitocina juega un papel fundamental, aunque su nombre popular, la «hormona del amor» no debería tomarse de manera literal. El amor, que es un comportamiento complejo, depende de muchas respuestas cerebrales, y podemos concentrar su origen en una única hormona. Nos enfrentamos al enigma de dónde termina la mente y dónde empieza el cerebro. Todo aquel que se haya enamorado locamente alguna vez sabrá que ese misterio es muy personal. Los seres humanos han desarrollado una estructura cerebral que evolucionó a partir de la necesidad de apareamiento de los mamíferos inferiores, pero nosotros decidimos a quién amamos y quién nos atrae. Puede que la biología nos indique el camino a seguir, pero eso no le quita importancia a la mente.
Todos estos asuntos nos llevan de vuelta al libre albedrío, que siempre consideramos algo primordial en la especie humana. No obstante, el hecho de que las sustancias neuroquímicas controlen nuestras emociones, entre las que se incluyen el amor y la empatía, puede interpretarse de dos formas. Por un lado, podemos decir que no tenemos control sobre lo que sentimos, que somos esclavos de nuestra neuroquímica con poca o ninguna voluntad. Por otro, desde el punto de vista del supercerebro, podemos asegurar que el cerebro es un órgano extremadamente adaptado que genera las emociones que necesitamos en un momento dado. El cerebro necesita desencadenantes, que pueden llegar a ser muy sutiles. Una mujer puede responder de formas diferentes al conocer a un hombre atractivo, en función de si ella está o no «en el mercado». Si no lo está, el mecanismo del amor no se disparará en su cerebro; si lo está, ocurrirá lo contrario. En cualquiera de los casos, el cerebro no es quien toma la decisión por la mujer. A pesar de su innegable poder, nuestras emociones se generan para servirnos.
Aquí es donde entra la mente intuitiva. Se eleva sobre las emociones y el intelecto, dándote una imagen general de las cosas (lo que los psicólogos llaman una gestalt, la imagen de la realidad que asignamos a distintas situaciones). En el trabajo, a la persona al cargo no le hace falta llevar una etiqueta que diga: «Soy el jefe». Hay todo tipo de señales (como el tono de voz, su gran despacho, su aire de autoridad) que se mezclan para formar una imagen que nosotros percibimos de manera intuitiva. Podríamos decir que «sentimos» una situación, pero no es lo mismo que una emoción. Es la sensación que te transmite todo lo que ocurre a la vez, sin tener que formarte la imagen general uniendo cada pieza emocional o intelectual.
Todo lo siguiente entra en la categoría de intuición:
- Enamorarse a primera vista.
- Saber que otra persona miente.
- Sentir que las cosas ocurren por una razón, aunque dicha razón se desconozca todavía.
- Utilizar la ironía, que dice una cosa pero quiere decir la contraria.
- Reírse de un chiste.
La intuición sería menos controvertida si se hubiera aislado en una única región del cerebro, pero no es así. La creencia más popular es que el hemisferio derecho del cerebro es el responsable de la intuición, mientras que el izquierdo es racional y objetivo, pero esta idea no se sostiene con pruebas rigurosas. Aun así, el sello distintivo de las personas intuitivas está bien confirmado:
- Toman decisiones rápidas sin pasar por un proceso racional, y aun así sus decisiones son igual de acertadas.
- Se fijan en las expresiones faciales sutiles.
- Confían en la perspicacia, definida como el conocimiento directo de algo sin tener que esperar a que la razón llegue a una conclusión.
- Dan saltos creativos.
- Juzgan bien los caracteres, saben cómo interpretar a la gente.
- Confían en sus primeros impulsos y los siguen. Estos primeros impulsos son valoraciones o juicios rápidos, lo que solemos llamar «tener buen ojo» para algo.
Para cualquiera que confíe en su intuición, esta última categoría de juicios rápidos resulta especialmente intrigante. Por lo general, valoramos más otro tipo de juicios. A la gente joven se le advierte que no se apresure, que piense bien las cosas y que llegue a una conclusión bien meditada. Pero en realidad todos tomamos decisiones rápidas. De ahí la idea de que no se puede borrar una primera impresión. Las primeras impresiones, que se toman en un abrir y cerrar de ojos, son las más poderosas. De los recientes estudios se deduce que las primeras impresiones y juicios rápidos son a menudo los más acertados. Los agentes inmobiliarios experimentados te dirán que las personas que quieren comprar una casa saben en menos de treinta segundos si la que están viendo es adecuada para ellas o no.
Antes se daba por hecho que una persona reconocía mejor las caras si primero las describía verbalmente. Se suponía que una frase como «la chica tiene cabello largo castaño, piel clara, una nariz chata y ojos azules pequeños» ayudaba a grabar cierto rostro en tu memoria. Sin embargo, los experimentos demuestran lo contrario. En uno de ellos se mostró a los participantes una rápida sucesión de fotografías y se les pidió que apretaran un botón cuando vieran pasar una cara en particular. La gente que solo había visto el rostro de pasada lo hacía mejor que la que había tenido tiempo para observarlo y para verbalizar sus rasgos. Estos descubrimientos parecen intuitivamente correctos (otra vez esa palabra), porque todos sabemos lo que significa tener el rostro de alguien grabado en la memoria, aun cuando no hemos reparado en sus rasgos separadamente. También creemos a las víctimas de un crimen cuando dicen: «Reconocería esa cara si volviera a verla dentro de un millón de años».
En efecto, la intuición cumple los requisitos de cualquiera que busque un sexto sentido. Los sentidos son básicos, una forma primitiva de asimilar el mundo que nos rodea a través de la vista, el oído y el tacto. Y más importante aún, tú «sientes» cuál es tu camino en la vida, sigues corazonadas, sabes lo que te conviene y lo que no, hacia dónde debes dirigir tu carrera y cómo evitar callejones sin salida, quién te amará durante décadas y quién no es más que un romance pasajero. Cuando se le pregunta a la gente con mucho éxito cómo ha llegado a la cima, casi siempre está de acuerdo en dos cosas: ha tenido mucha suerte y estaba en el lugar adecuado en el momento oportuno. Pocos pueden explicar qué les llevó al lugar adecuado en el momento oportuno. Pero si consideramos la intuición como una habilidad real, es probable que a la gente con mucho éxito se le dé mejor «sentir» qué camino debe seguir.
Ver el futuro es también algo intuitivo, y todos estamos diseñados para ello. No hay necesidad de considerarlo una habilidad paranormal. En un experimento, a los participantes se les enseñó una sucesión rápida de fotos, algunas de las cuales mostraban imágenes horribles de accidentes de tráfico mortales o carnicerías de guerra. Se medían los síntomas de estrés que mostraban los individuos: elevación del ritmo cardíaco, aumento de la presión arterial y palmas sudorosas. Tan pronto como aparecía una de las imágenes horribles, se desencadenaba la respuesta al estrés. Pero luego ocurrió una cosa curiosa. Sus cuerpos comenzaron a mostrar signos de estrés justo antes de que apareciera una imagen impactante. Aunque el orden de las fotografías era aleatorio, aquellas personas reaccionaban con anticipación a las imágenes horribles, y no a las inocuas. Esto significa que sus cuerpos predecían el futuro o, para ser más precisos, sus cerebros lo hacían, ya que solo el cerebro puede desencadenar la respuesta al estrés.
No estamos diciendo que una fase cerebral sea más importante que las demás, pero es fundamental no negar la existencia de una de ellas por puro escepticismo o prejuicios intelectuales. El objetivo de los estudios controlados es llegar a convertirse en pruebas objetivas que puedan ser aceptadas por el intelecto; así pues, el hecho de que nuestra actitud social con respecto a la intuición siga siendo recelosa, y a menudo negativa, es una injusticia para los centenares de estudios de psicología cognitiva que han demostrado su existencia. ¿Eres intuitivo? Tu intuición te dice que lo eres.
Al igual que las demás fases del cerebro, la intuición puede desequilibrarse.
Si confías demasiado en tus corazonadas, no serás capaz de razonar en los momentos necesarios. Esto lleva a las decisiones impulsivas y al comportamiento irracional.
Si ignoras tu intuición, pierdes la capacidad de «sentir» las situaciones. Esto conduce a tomar decisiones ciegas que dependen demasiado de la racionalización de tus actos, incluso cuando es evidente que son decisiones equivocadas.
Puntos esenciales: tu cerebro intuitivo
- Se puede confiar en la intuición.
- «Sentir» tu camino en la vida consigue buenos resultados.
- Los juicios o valoraciones rápidas son precisos, ya que la intuición no necesita los procesamientos del cerebro superior.
- La razón es más lenta que la intuición, pero a menudo la utilizamos para justificar un conocimiento intuitivo porque nos han enseñado que la razón es superior.
- El cerebro intuitivo no tiene límites previsibles; todo depende de lo que la mente quiera que haga el cerebro.
Uniendo las piezas
Hemos separado el cerebro en cuatro partes, pero ¿qué obtenemos si volvemos a unirlo? Una herramienta magnífica para crear la realidad, que tiene infinitas posibilidades. La mejor manera de conseguir salud, felicidad y éxito es equilibrar las cuatro fases de tu cerebro. Tu cerebro se desequilibra cuando utilizas más una parte que otra. Es muy fácil identificarse con una de las fases cerebrales, y eso la hace predominante. Si dices «Estoy triste todo el tiempo», te estás identificando con el cerebro emocional. Si dices «Siempre he sido bastante listo», te identificas con el cerebro intelectual. De la misma manera, el cerebro instintivo es el dominante cuando obedeces impulsos inconscientes; y el cerebro intuitivo, cuando sigues las corazonadas, juegas y te arriesgas. Con las repeticiones suficientes, las regiones favorecidas del cerebro ganan ventaja y las desfavorecidas empiezan a atrofiarse.
Sin embargo, tu verdadera identidad no se encuentra en ninguna de esas regiones. Eres la suma de todas ellas, ya que es la mente quien las controla. El controlador del cerebro es el «yo», la personalidad. No obstante, el «yo» puede olvidar su papel y caer presa de los estados de ánimo, las creencias, los impulsos, etc. Cuando esto ocurre, tu cerebro te utiliza, pero no por despecho ni para conseguir poder, sino porque lo has entrenado para que lo haga. Resulta difícil asimilar que cada pensamiento es una instrucción, pero así es. Si te detienes frente a un cuadro impresionista, los colores brillantes y el ambiente alegre te atraen de inmediato, pero ninguno de los datos en bruto que se procesan en la corteza visual son capaces de entrenar al cerebro. (Conseguiste dominar la habilidad de concentrar la vista en un lugar específico sin vacilar durante los primeros meses de vida). Sin embargo, tan pronto como piensas «Me encanta esta catedral de Monet», le estás dando instrucciones a tu cerebro o, en otras palabras, lo estás entrenando, y no de una manera sencilla.
En el instante en que piensas: «Me gusta X», ya sea Monet, un helado de plátano o la persona con la que te casarás algún día, tu cerebro entra en modo holístico.
- Recuerda lo que te gusta.
- Registra el placer que sientes.
- Recuerda de dónde procede ese placer.
- Toma nota para repetir ese mismo placer en el futuro.
- Añade un recuerdo único a tu banco de memoria.
- Compara el nuevo recuerdo con los anteriores.
- Envía reacciones químicas de placer a todas las células de tu cuerpo.
En realidad, este es solo un breve esquema de lo que significa para tu cerebro entrar en modo holístico. Resultaría agotador describir cada detalle, pero al menos sabes en qué museo te encuentras, cómo se mueve la gente por la sala, y si te sientes cansado o no, además de las sensaciones inconscientes habituales, como si tienes hambre o te duelen los pies de andar mucho.
Unir todo eso es el mayor logro de la mente humana. Y eso es lo que hacemos, aunque no sabemos cómo. La experiencia es muchísimo más rica que las explicaciones. Nuestro objetivo es expandir el modo holístico del cerebro. En el fondo, todos sabemos que es mejor que nos gusten todos los cuadros de un museo, y no solo unos cuantos. Cada pintor tiene una visión única, y cuando aprecias el arte, te abres a esa visión. Y aún más en el fondo, sabemos que es mejor amar a todas las personas que solo a las que están más cerca de nosotros. Sin embargo, expandir los centros emocionales del cerebro resulta amenazador. Por lo general, solemos identificarnos con la gente que se parece más a nosotros (ya sea por la raza, por la posición social, por la educación, por cuestiones políticas, etc.) y nos sentimos distantes de aquellos diferentes.
A medida que creces, la tendencia es reducir tus gustos y aversiones, lo que significa que le niegas a tu cerebro su capacidad de ser holístico. En un interesante experimento sobre psicología social, los investigadores eligieron a diez personas de Boulder, Colorado (una ciudad muy liberal a nivel político) y a diez personas de Colorado Springs, que tradicionalmente siempre ha sido un lugar muy conservador. Uno de los problemas actuales en Estados Unidos es su división política, y tras él hay una razón demográfica. En el pasado, la gente con visiones políticas diferentes vivía junta, y por tanto un candidato podía ganar por cinco o seis puntos porcentuales.
Desde la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, se ha producido un cambio decisivo. Los liberales se han trasladado a las ciudades donde vivían otros liberales, y los conservadores a ciudades donde vivían otros conservadores. Como resultado, ahora las elecciones son enormemente desiguales, y los candidatos suelen ganar por un amplísimo margen. El experimento Boulder-Colorado Springs quería comprobar si esto se podía cambiar. Sentados en sus propios grupos, los diez sujetos de cada ciudad hablaban de política y valoraban lo que sentían con respecto a cada tema. Por ejemplo, en lo referente al aborto o el matrimonio gay, valoraban su postura del uno al diez, dependiendo de si estaban a favor o en contra.
En este punto, una de las personas de Boulder se sentó en el grupo de Colorado Springs, y una de las personas de Colorado Springs se sentó en el grupo de Boulder. Todos tenían permitido expresar sus puntos de vista para convencer a la gente del grupo liberal o conservador de que cambiara de bando. Después de una hora, los grupos volvieron a puntuarse en los asuntos más controvertidos. ¿Escuchar al otro bando suavizó sus opiniones? Eso se podría pensar, pero lo cierto es que ocurrió todo lo contrario. Después de escuchar a un liberal, los conservadores se volvieron más conservadores en ciertos asuntos de lo que lo eran antes. Del mismo modo, el grupo liberal se volvió más liberal.
Estos descubrimientos pueden llevar al desánimo. A uno le gustaría pensar que estar expuesto a otros puntos de vista abre la mente. Sin embargo, algunos neurólogos concluyen, después de estos experimentos, que el pensamiento «nosotros contra ellos» está integrado en el cerebro. Nos definimos a nosotros mismos por oposición; necesitamos tener enemigos para sobrevivir, ya que los primeros humanos afinaron sus habilidades gracias a la presencia de sus enemigos.
Nosotros estamos totalmente en contra de esta interpretación. Estos científicos pasan por alto un hecho básico: que la mente puede superar cualquier modelo integrado en el cerebro. En el caso del experimento Boulder-Colorado Springs, existe una enorme diferencia entre escuchar una opinión contraria con la mente cerrada y decidir que quieres entenderla.
Contemos la historia de un amigo de Deepak que nació en el sur, curiosa y triste a la vez. Su pequeño pueblo de Carolina del Norte tenía una tienda llamada Bernstein’s, cuyo dueño era judío. Había también otras familias apellidadas Bernstein que no eran judías. «Los nojudíos pronunciaban su apellido “Bern-stain”, mientras que la tienda era “Bern-stin”», le dijo a Deepak. ¿Por qué? Su amigo se encogió de hombros. «Esa era la única forma de que la gente supiera contra quién debía tener prejuicios. Si te digo la verdad, ningún miembro de mi familia llegó a conocer jamás a alguno que fuera judío».
Nos negamos a creer que la tendencia a discriminar sea algo integrado en nuestra naturaleza. Si examinas su diseño físico, el cerebro es un órgano altamente unificado en el que distintas regiones y sus células nerviosas se comunican constantemente. Para un biólogo, todas las características cerebrales, incluida la capacidad para comunicarse con miles de millones de neuronas, pueden reducirse a dos objetivos principales: la supervivencia de la especie y la supervivencia del individuo. Sin embargo, los seres humanos de hoy día no aceptan la mera supervivencia. Si lo hiciéramos, no habría caridad con los pobres, hospitales para los enfermos ni cuidados para los discapacitados.
Intentar preservar la vida de todo el mundo, y no solo la de los alfa dominantes que consiguen más comida y derechos de apareamiento, nos eleva por encima de la evolución darwiniana. Compartimos los alimentos; podemos casarnos sin tener hijos. En resumen, evolucionamos por elección, no por imposición natural. El cerebro avanza en una dirección holística.
Nuestra frase favorita en este tema es «la supervivencia del más sabio». Si quieres, puedes evolucionar mediante decisiones conscientes.
Desarrollo del cerebro
Cómo formar parte del próximo salto evolutivo
- No generes conflictos en ningún área de tu vida.
- Crea paz siempre que puedas. Cuando no puedas, aléjate.
- Valora la compasión.
- Elige la empatía, y no la culpa o el desprecio.
- Resiste el impulso de pensar que tienes razón.
- Establece amistad con alguien que tenga una forma de ser opuesta a la tuya.
- Ten generosidad de espíritu.
- Descarta el materialismo en bien de la plenitud interior.
- Realiza un acto de servicio cada día; siempre hay algo que puedes dar.
- Muestra una preocupación genuina cuando otra persona tenga problemas. No ignores las señales de infelicidad.
- Combate los pensamientos «nosotros contra ellos».
- Si estás en el mundo empresarial, practica el capitalismo con conciencia y valora tanto las implicaciones éticas como los beneficios.
Estos no son meros ideales. El doctor Jonas Salk, que se hizo famoso en el mundo entero por curar la poliomielitis, fue también un visionario y un filántropo. Desarrolló el concepto de «mundo metabiológico», un mundo que va más allá de la biología. Ese mundo depende de los seres humanos en nuestro papel como creadores de realidad: todo lo que hacemos, decimos y pensamos va más allá de la biología. Pero ¿cuál es el propósito de todo lo que hacemos, decimos y pensamos? Para Salk, tenemos un único objetivo que supera todos los demás: desarrollar todo nuestro potencial. Solo un cerebro holístico puede ayudarnos a conseguirlo. El carácter intelectual de la ciencia excluye, por definición, el mundo subjetivo de los sentimientos, los instintos y las intuiciones. Para la mayoría de los físicos, el universo no tiene un propósito; no es más que una máquina enorme cuyas piezas existen para que las descubran. Pero si utilizas todo tu cerebro, el universo tiene sin duda un propósito: auspiciar la vida y todas las experiencias que esta nos brinda. Cuando tus experiencias se hacen más ricas, el universo cumple mejor su propósito. Esa es la razón por la que el cerebro empezó a evolucionar en primer lugar.
Soluciones supercerebrales. Descubre tu poder
Si todo el mundo tiene el poder de crear la realidad, ¿por qué hay tantísimas personas insatisfechas con sus vidas? La creación de la realidad debería conducirte a la realidad que deseas, no a la realidad en la que te encuentras. Sin embargo, eso no ocurrirá hasta que descubras tu poder. Como todo lo demás, el poder personal debe partir del cerebro. Una persona poderosa es una combinación de muchos rasgos, y cada uno de ellos ha sido entrenado en el cerebro:
¿Qué hay en el poder personal?
- Confianza en uno mismo.
- Buena toma de decisiones.
- Confianza en las corazonadas.
- Perspectiva optimista.
- Influencia sobre otros.
- Elevada autoestima.
- Capacidad para convertir los deseos en acciones.
- Capacidad para superar obstáculos.
Siempre que alguien se siente incapaz de cambiar una situación, sea la que sea, es porque faltan uno o más de estos elementos. Es posible que pienses que la gente poderosa nació con un golpe extra de carisma o de seguridad en sí misma. Sin embargo, los ejecutivos más poderosos suelen ser personas tranquilas y organizadas que han descubierto cómo encaminar las situaciones hacia los objetivos que quieren conseguir. Todos empezaron de forma muy similar a los demás, así que la diferencia debe de estar relacionada con la retroalimentación. Ellos internalizaron cualquier pequeño éxito y reforzaron así la siguiente oportunidad. Acostumbraron a sus cerebros a absorber las experiencias y a poner el listón más alto.
La gente que se siente indefensa o incapaz, en cambio, se ha entrenado para absorber las experiencias negativas. Para el cerebro, el proceso es el mismo. Las neuronas son neutrales con respecto a los mensajes de fracaso o éxito. En un mundo ideal, el título de esta sección sería «Cinco maneras de sentirte más poderoso». Pero lo cierto es que mucha gente se siente impotente, y las corrientes sociales que reducen el poder personal no hacen más que crecer. Tanto si luchas contra la recesión económica, como contra una pareja controladora o contra el anonimato del trabajo rutinario, es fundamental que encuentres tu fuerza personal, en especial cuando todas las tradiciones de sabiduría mundiales han repetido, era tras era, que cada individuo posee en su interior un poder infinito.
Nos gustaría ser sistemáticos y aclarar algunos errores básicos. Antes de hablar sobre el poder personal, vamos a dejar claro lo que no es. No es una fuerza que puedas utilizar como arma para salirte con la tuya. No es una manera de eliminar lo que no te gusta de ti mismo y conseguir un ideal perfecto que el mundo pueda admirar. Hay herederos de inmensas fortunas, acomodados en el regazo del lujo, que se sienten más indefensos que las personas normales y corrientes. Esto se debe a que las cuestiones del poder están todas «aquí dentro», donde te identificas contigo mismo.
Ahora que sabemos lo que no es el poder personal, podemos enumerar los cinco pasos que sacan a la luz el verdadero poder.
- Deja de renunciar a tu poder.
- Reflexiona sobre qué tiene de «bueno» ser una víctima.
- Desarrolla una personalidad madura.
- Sincronízate con el flujo de la evolución o del crecimiento personal.
- Confía en un poder superior que trasciende la realidad diaria.
Cada uno de estos puntos depende de un único hilo que los une a todos: la realidad que ves a tu alrededor ha sido creada por corrientes invisibles que fluyen dentro y fuera de ti.
«Aquí dentro» estás apoyado por la creatividad y la inteligencia de tu cuerpo, con su innata sabiduría. «Ahí fuera» estás apoyado por la fuerza evolutiva que sustenta el universo. Creer que estás desconectado de esas fuerzas, que te encuentras solo y débil dentro de una burbuja privada, es el error fundamental que lleva a sentirse indefenso en la vida diaria.
Expliquemos cada paso necesario para reconectar con la fuente de poder personal.
1. Deja de renunciar a tu poder
La sensación de impotencia no es algo que aparezca de la noche a la mañana, como una horda de bárbaros que derriba tu puerta e incendia tu casa. Es un proceso, y para la mayoría de la gente es tan gradual que ni siquiera lo nota. De hecho, muchos renuncian poco a poco a su poder de buen grado. ¿Por qué? Porque estar indefenso parece una forma fácil de ser popular, de que te acepten y te protejan.
Estás renunciando a tu poder cuando complaces a otras personas con el fin de encajar.
O cuando sigues las opiniones de la masa.
O cuando decides que otros importan más que tú.
O cuando permites que alguien que parece tener más poder se haga cargo de ti.
O cuando guardas rencor.
Todas estas acciones ocurren a un nivel psicológico y, por tanto, invisible. Si una mujer renuncia a su poder sin darse cuenta, acepta como un comportamiento correcto y adecuado sentarse modestamente en un segundo plano, sumarse a las opiniones aceptadas, vivir para sus hijos y dejar que su marido controlador la trate sin miramientos a fin de mantener la paz. Sin embargo, ese comportamiento reduce su autoestima de muchas maneras, y sin autoestima, sus expectativas son menores y, en consecuencia, también lo son las capacidades de su cerebro.
Todo poder oculto es un poder propio. Cuando minas tu autoestima, esta se compensa con una serie de compromisos, falsos gestos, hábitos y condicionamientos. Tu cerebro se acostumbra a pensar que en la vida hay cada vez menos desafíos emocionantes, y sin esos desafíos, la creación de realidad se convierte en un asunto rutinario. Una baja autoestima es un filtro que bloquea las señales de éxito que recibes continuamente.
Cómo evitarlo. Para dejar de renunciar a tu poder, debes resistir el impulso de seguir igual. Aprende a hablar por ti mismo. Deja de posponer las pequeñas cosas que temes hacer. Date la oportunidad de conseguir algún pequeño éxito cada día. Ten en cuenta ese éxito, y permite que se registre como un momento de plenitud. Deja de equiparar la abnegación con la virtud. Conseguir menos para que otros consigan más no es más que una excusa para la insatisfacción. Deja de guardar rencor y malgastar energías con resentimientos duraderos. La próxima vez que percibas una amenaza, pregúntate cómo puedes transformarla en una oportunidad.
2. Reflexiona sobre qué tiene de «bueno» ser una víctima
Una vez que empiezas a minar tu autoestima, estás a un paso de sentirte una víctima. Nosotros definimos el hecho de sentirse una víctima como un «dolor desinteresado». Al decir que en realidad no importas, puedes convertir tu sufrimiento en una especie de virtud, como hacen los mártires. Es bueno ser un mártir cuando se sirve a un propósito espiritual elevado (o así lo creen algunas religiones), pero ¿y si no existe dicho propósito elevado? La mayoría de las víctimas se sacrifican a sí mismas en el altar de causas que no merecen la pena.
Sufrimiento «bueno» que no necesitas
- Culparte de los errores de otros.
- Encubrir los abusos, ya sean físicos o mentales.
- Dejar que te menosprecien en público.
- Dejar que tus hijos te falten al respeto.
- No decir lo que piensas.
- Negarte una plenitud sexual.
- Fingir amor.
- Trabajar en algo que detestas.
Consentir aunque sea uno de estos sufrimientos inútiles te hace más vulnerable a las cosas malas en general, ya que el victimismo, una vez que se transforma en un hábito en el cerebro, limita tus respuestas. De un modo inconsciente, decides en cada situación que eres quien debe llevarse la peor parte del problema. Y esa es una expectativa poderosa y muy peligrosa.
Las víctimas siempre encuentran «buenas» razones para su conducta. Si perdonan a una pareja maltratadora, perdonar es algo espiritual, ¿no? Si encubren a un adicto, la tolerancia y la aceptación también es algo espiritual. No obstante, si te paras a reflexionar, las víctimas de esas situaciones atraen el sufrimiento deliberadamente, y al final llega la sensación de indefensión. A una víctima siempre le hacen algo. Hay suficientes maltratadores, adictos, maniáticos del control y tiranos mezquinos para esquilmar las fuerzas de cualquiera que interprete de manera voluntaria el papel de víctima.
Cómo evitarlo. Lo primero y más importante es darte cuenta de que tu papel es voluntario. No estás atrapado por el destino ni por la voluntad de Dios. La idea de que el sufrimiento «bueno» es sagrado quizá sea cierta para los santos, pero en la vida diaria, ser una víctima es una mala decisión. Dale un vuelco a tus opciones. Identifica a las personas a quienes has convertido en tus «verdugos» y da los pasos necesarios para impedir que lo sean. No lo postergues, y no racionalices. Si te sientes maltratado, herido, menospreciado u obligado de alguna manera, enfrenta la verdad y sal de eso tan rápido como te sea posible.
3. Desarrolla una personalidad madura
Los seres humanos son las únicas criaturas que no maduran de manera automática. El mundo está lleno de gente estancada en la infancia y la adolescencia, sin importar la edad que tenga. Madurar es una elección; alcanzar la edad adulta es un logro. Bombardeados como estamos por los medios de comunicación, es fácil confundir la juventud con lo mejor de la vida, cuando lo cierto es que la juventud (que va desde más o menos los trece a los veintidós años) es la etapa más problemática, inquieta y estresante de la vida. Ningún proyecto es más decisivo para el poder personal (y la felicidad) que el proyecto de convertirse en un adulto maduro.
Ese proyecto lleva décadas, pero la satisfacción se incrementa cada vez que superas un hito y un punto decisivo del camino. Existe muchísima diferencia entre los ancianos que han envejecido a regañadientes, insatisfechos y deprimidos, y aquellos que miran atrás con placer y satisfacción interior. A los setenta, la suerte está echada. Sin embargo, el proceso de maduración empieza con una visión del objetivo. Para nosotros, el objetivo podría resumirse en el término «núcleo de personalidad». Esta es la parte de ti que moldea tu realidad, que te coloca en el centro de las experiencias que creas personalmente.
Qué se siente con un núcleo de personalidad
- Sabes que eres real.
- No te sientes controlado por los demás.
- No te desvives por conseguir aprobación; no te quedas destrozado cuando obtienes desaprobación.
- Tienes objetivos a largo plazo que te esfuerzas por conseguir.
- Superas situaciones difíciles gracias a tu sentido de la dignidad y a tu autoestima.
- Muestras respeto y lo recibes de los demás.
- Entiendes tu propia vida emocional. No te dejas llevar por las emociones de otros.
- Te sientes a salvo en el mundo y te gusta tu lugar en él.
- La vida te ha otorgado cierta sabiduría.
Tener un núcleo de personalidad es ser el autor de tu propia historia; es justo lo opuesto a ser una víctima, que debe vivir una vida creada por otros. Porque al establecer objetivos, tu núcleo de personalidad avanza por delante de ti. No puedes esperar alcanzarlo algún día, no más de lo que un niño de guardería podría esperar alcanzar a un chico que empieza la universidad. La razón por la que utilizamos «núcleo de personalidad» en lugar de decir simplemente «personalidad madura», es que la madurez es un término que no tiene muchas connotaciones positivas y suele traer a la mente a alguien que lleva una vida aburrida y formal. En realidad, el viaje de tu vida será mucho más excitante si sigues un propósito que te inspire año tras año. Los propósitos crean oportunidades de culminación; por tanto, el núcleo de personalidad es una fuente de inmenso poder que da origen a tu futuro.
Cómo lograrlo. Para empezar, olvídate de las actividades insustanciales y embárcate en el insondable proyecto de convertirte en una persona auténtica y madura. Siéntate y escribe cuál es tu visión personal, tu propósito. Apunta a los más altos objetivos que se te ocurran, todos aquellos que puedan proporcionarte una satisfacción plena. Busca a gente que comparta esa misma visión y que tenga éxito. Una vez que sepas hacia dónde te encaminas, el sendero aparecerá con su propio guía interior. Permite que esto ocurra; tu potencial sin desarrollar necesita un refuerzo diario.
4. Sincronízate con el flujo de la evolución o del crecimiento personal
Este capítulo sobre el desarrollo cerebral ha dejado claro que cualquier posible evolución futura es una elección. Tu cerebro no está limitado por la teoría evolutiva darwiniana. Tu supervivencia no está en peligro, pero tu plenitud sí. Optar por el desarrollo automático significa enfrentarse a lo desconocido. Al principio, todos dudamos sobre la orientación que debemos tomar. Todo el mundo siente cierta inseguridad que, poco a poco, da paso al autocontrol y al verdadero conocimiento.
Pero sin evolución no habrá camino, solo un vagabundeo errante. La evolución es una fuerza cósmica. Es la razón por la que las nubes de polvo estelar iniciaron la vida en la Tierra. Es la fuente de toda creatividad e inteligencia. Todas las buenas ideas que tienes, todos los momentos de lucidez o momentos «¡ajá!» demuestran que la evolución trabaja en silencio, guiando la vida entre bastidores.
Estamos convencidos de que el universo respalda la evolución de todo el mundo, pero al mismo tiempo, tú puedes guiar tu propio desarrollo. El deseo es la clave. Todos deseamos más y mejores cosas para nosotros mismos. Cuando esas cosas son buenas para tu desarrollo, te conviertes en el guía de tu propia evolución. Si lo que deseas sirve para ayudar a otros, las probabilidades de conseguirlo serán mayores.
¿Qué es lo que hace que un deseo sea evolucionista?
- No repite el pasado; parece algo nuevo y fresco.
- Ayuda a más gente, no solo a ti.
- Genera una sensación de satisfacción.
- Colma un deseo profundo.
- No provoca arrepentimiento.
- Aparece de forma fácil y natural.
- No luchas contigo mismo ni contra fuerzas externas.
- Cumplirlo sería bueno también para otras personas.
- Engloba un campo de acción más amplio.
- Expande tu conciencia a medida que se cumple.
El deseo es un guía poco fiable si solo piensas en aquello que te hace sentir bien o mal en un momento dado. Necesitas un marco de referencia mayor. La cultura india hace una distinción entre dharma y adharma. El dharma incluye todo aquello que sustenta la vida de manera natural: la felicidad, la verdad, el deber, la virtud, la admiración, la adoración, la veneración, el aprecio, la pasividad, el amor, el respeto a uno mismo. Para el individuo, el flujo de la evolución conlleva todas esas cualidades, pero primero debes elegirlas.
En cambio, existen malas opciones, adharma, que no respaldan la vida de manera natural: la furia, la violencia, el miedo, el control, el dogmatismo, el escepticismo implacable, los actos poco virtuosos, la autoindulgencia, los hábitos condicionantes, los prejuicios, las adicciones, la intolerancia y la inconsciencia en general. Lo que une a todas las tradiciones de sabiduría mundiales, tanto las orientales como las occidentales, es la distinción entre lo que es dhármico y lo que es adhármico. Lo primero lleva al conocimiento y la libertad; lo segundo, a un mayor sufrimiento y esclavitud.
Cómo lograrlo: Sigue el camino dhármico. El dharma es el poder último, porque si la evolución es capaz de sustentar toda la creación, te sustentará sin problemas a ti, un único individuo. Reflexiona honestamente sobre cada día de tu vida y las decisiones que tomas. Pregúntate cómo puedes incrementar las decisiones dhármicas y reducir las adhármicas. Paso a paso, sigue tu decisión de evolucionar.
5. Confía en un poder superior que trasciende la realidad diaria
Nada de lo que hemos descrito hasta ahora se cumplirá sin una visión elevada de la realidad. Por el momento, dejemos a un lado la religión y cualquier posible referencia a Dios. Es mucho más importante aprovechar la oportunidad para abandonar el rol pasivo y abrazar el papel de creador de la realidad. Sea lo que sea lo que te retiene en un estado de impotencia, si estás destinado a quedarte estancado, no recuperarás el poder.
Por suerte, el poder de ir más allá del sufrimiento existe; es tu derecho de nacimiento. Tener aunque sea una migaja de conciencia es estar conectado a la conciencia infinita que promueve la evolución, la creatividad y la inteligencia. Ninguna de estas cosas es accidental, ni tampoco un privilegio entregado a unos pocos afortunados. Cuando solicitas estar en conexión con un nivel más elevado de realidad, esa conexión se establece.
Atisbos de una realidad más elevada
- Te sientes cuidado y protegido.
- Te sientes querido.
- Reconoces las bendiciones de tu vida, que sientes como gracias.
- Sientes gratitud por estar vivo.
- La naturaleza te llena de asombro y admiración.
- Has tenido alguna experiencia en la que has visto o sentido una luz sutil.
- Una presencia divina te ha tocado personalmente.
- Has experimentado momentos de puro éxtasis.
- Los milagros parecen posibles.
- Sientes que tienes un propósito elevado en la vida. Nada ha sido accidental.
¿Estás muy cerca de la realidad elevada? Para usar una metáfora, imagina que estás atrapado en una red. Todas las redes tienen agujeros, así que encuentra uno y atraviésalo. La realidad superior estará esperándote.
Una mujer con un marido avasallador se sentía agobiada e indefensa. Nunca había trabajado fuera de casa, ya que había dedicado veinte años de su vida a criar a su familia. Sin embargo, escapó de esa red cuando descubrió la pintura. Para ella fue mucho más que un pasatiempo. El arte fue una vía de escape, y cuando encontró compradores que apreciaban sus obras, se produjo un cambio en su interior. La imagen de su realidad pasó de ser «Estoy atrapada y no puedo hacer nada» a «Debo de valer más de lo que imaginaba, porque mira el hermoso cuadro que he creado».
Cómo lograrlo. Las rutas de escape existen en todas las partes de la conciencia. Lo único que debes hacer es ser consciente de los potenciales ocultos que hay en tu conciencia y recuperarlos. ¿Cuáles son las posibilidades de la vida que siempre deseaste y nunca llegaste a cumplir? Esas son las posibilidades a las que debes volver. Si persigues algo que anhelas profundamente, la realidad superior reconectará contigo. Esta nueva conexión se registra «aquí dentro» como alegría y curiosidad, como un interés en el mañana. Y se registra «ahí fuera» como posibilidades crecientes que te respaldan cuando menos lo esperas.
Todo lo que hemos hablado es al final una especie de vía de escape. Todas las vías de escape vuelven al núcleo de personalidad, a la persona que nació para ser una creadora de realidad. A esa persona le da igual el poder personal; lo que de verdad le importa va más allá del individuo: es la gloria de la creación, la belleza de la naturaleza, las cualidades del corazón como el amor y la compasión, el poder mental de descubrir cosas nuevas, y las epifanías inesperadas que brinda la presencia de Dios. Estos aspectos universales son tu verdadera fuente de poder. Forman parte de ti, y tú formas parte de todos ellos.
[1] Soneto 43 de Elizabeth Barrett Browning (N. de la T.).