VI
—Tengo entendido que eres seguidor de un tal Jristós… —comenzó a decir Nerón mientras un suave murmullo indicaba que el intérprete traducía sus palabras a Petrós y a continuación escuchaba la respuesta.
—Sí —respondió—. Se reconoce como siervo de Jesús Jristós, el Hijo de Dios.
No me resultó preciso mirar para percibir el inesperado respingo que había dado Nerón al escuchar las últimas palabras. Había sido tan acusado que se había transmitido a través de la superficie de la mesa hasta llegar al lugar en el que me encontraba.
—Hijo de Dios… —masculló por lo bajo aunque sin formular ninguna pregunta.
Guardé silencio pero no se me escapaba lo espinoso de aquella situación. Desagradable resultaba que el fundador de aquella extraña superstición hubiera sido ajusticiado por un gobernador romano; repugnante me parecía el conjunto de las doctrinas que había llegado a conocer, pero que ahora salieran con que su jefe, un delincuente común, era el —y no sólo un— Hijo de Dios… Bueno, aquello era a todas luces excesivo.
—Bien —comentó Nerón sonriendo—, creo que podemos ahorrarnos los detalles de la vida de ese Jristós que estará en el cielo en compañía de su padre…
La risa de todos los romanos que estábamos presentes coreó la humorada del césar. Sin embargo, Petrós miró al intérprete como indagando sobre las razones de nuestra diversión aunque sin obtener respuesta.
—Centrémonos en los hechos —cortó el césar—. ¿Qué sabe acerca del origen de la… enseñanza de ese Jristós?
El intérprete transmitió la pregunta a Petrós y éste comenzó a responder. Lo hizo utilizando un tono cadencioso y sereno, casi monótono, como si no sintiera ni premura ni temor por el resultado de sus palabras. Aún no había terminado de contestar cuando el traductor empezó a hablar de nuevo.
Asistí así a un fenómeno que nunca había contemplado antes. De manera simultánea, el hombre iba vertiendo al latín las palabras de Petrós sin necesidad de esperar a que concluyera. Pensé que debía tener un dominio excepcional de ambas lenguas y que, especialmente, contaba con un enorme práctica en este tipo de tareas. ¡Una traducción simultánea! Jamás había visto cosa igual y, sin embargo, no me hubiera atrevido a decir que perdiera una frase o tan sólo una palabra de lo que escuchaba.
—Tal y como está escrito en Isaías, el profeta de Israel, se cumplieron las palabras que desde hacía siglos anunciaban: Envío a mi mensajero delante de tu rostro y preparará tu camino delante de mí. Será una voz clamando en el desierto: Preparad el camino del Señor; haced rectas sus sendas. Antes de que Jesús el Jristós se manifestara al pueblo, sumergía Juan a la gente en el agua del río Jordán, y les predicaba que este acto era una señal de que se habían arrepentido de sus faltas para obtener el perdón de Dios. Salían a su encuentro gentes de toda la provincia de Judea, y de la misma ciudad de Jerusalén; y eran sumergidos por él en las aguas del río Jordán tras haber reconocido sus pecados. Juan estaba vestido de pelo de camello, y llevaba un cinto de cuero y comía langostas y miel silvestre. Y predicaba: detrás de mí viene uno que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar la correa del calzado. Yo a la verdad os he sumergido en el agua; pero él os sumergirá en el Espíritu Santo.
—Bien, bien… —interrumpió Nerón con un tono de voz que dejaba traslucir su incomodidad—. No nos perdamos en prolegómenos y vayamos al grano. Por lo que veo ese Juan era otro de esos… maestros en que tan pródigos sois los judíos. Seguramente tendrá su interés pero desearía que respondieras a mi pregunta: ¿cuándo comenzó a actuar ese tal Jesús?
El intérprete tradujo las palabras del césar, pero Petrós no pareció sentirse ni incomodado ni nervioso por la interrupción. Con un rostro tranquilamente impasible reanudó el relato.
—En los días a los que estaba haciendo referencia, Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue sumergido por Juan en el Jordán.
Miré de reojo al césar. Aquellas palabras dichas con un tono medianamente altivo hubieran ocasionado la desdicha del reo. Sin embargo, la manera en que las había formulado excluía de manera automática cualquier posibilidad de ironía o sarcasmo. En realidad, parecía que se había limitado a continuar su relato justo en el punto donde se había visto obligado a interrumpirlo.
—… Y en el momento en que salía del agua, vio que se abrían los cielos, y que el Espíritu, en forma de paloma, descendía sobre él. Y entonces se escuchó una voz procedente de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco.
Volví a mirar de reojo a Nerón. Esta vez se había controlado algo mejor al escuchar la referencia a Jesús como Hijo de Dios, pero no me cabía duda de que le había molestado profundamente.
—Y a continuación —prosiguió Petrós— el Espíritu empujó a Jesús para que marchara al desierto y permaneció allí, en el desierto, cuarenta días, y fue tentado por Satanás, y estaba con las fieras; y los ángeles le servían.
—¿Satanás? —interrumpió Nerón—. ¿Quién es Satanás?
—Es el nombre que los judíos damos al príncipe de los demonios —respondió el intérprete—. La palabra significa en hebreo el adversario y es justo que así sea porque constituye nuestro principal enemigo para impedir que escuchemos a Dios y le obedezcamos.
—Príncipe de los demonios… —comentó Nerón mientras se acariciaba la recortada barbita con un gesto meditativo—. ¿Quieres decir que se trata de un dios… malvado?
—No —respondió el intérprete—. Sólo existe un Dios. Satanás es únicamente el caudillo de los ángeles que se rebelaron contra ese Dios y que fueron arrojados del cielo por su desobediencia. Nerón guardó silencio por un instante pero luego se inclinó hacia mí y dijo:
—Por lo que cuenta debe de tratarse de una especie de jefe de los titanes… No estaba yo en absoluto seguro de que así fuera pero no se me ocurrió expresarle mis dudas al césar.
Se suponía que mi deber era asesorarlo y no aumentar el creciente desconcierto que le estaba provocando aquel relato por demás extraño.
—Bien —dijo mirando fijamente al reo—, Jesús es sumergido en el agua de acuerdo con ese rito que realizaba Juan, es llevado al desierto… ¿qué sucedió después?
Tras un nuevo intercambio de palabras, Petrós comenzó a hablar y el intérprete a traducirlo.
—Juan no tardó en ser encarcelado y entonces Jesús vino a Galilea predicando la Buena noticia acerca del reino de Dios y decía: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se acerca; cambiad vuestra mente y creed en la Buena noticia. Una tarde estaba paseando junto al mar de Galilea, cuando nos vio a mi hermano Andrés y a mí cuando estábamos echando la red en el mar porque éramos pescadores. Jesús nos dijo entonces: Seguidme y os convertiré en pescadores de hombres. Entonces dejamos las redes y le seguimos.
Pescador… Sí, aquel sujeto tenía aspecto de haber sido pescador. Otra diferencia más con los sacerdotes egipcios. No sólo no vestía de blanco, es que además aceptaba el pescado como alimento.
—Apenas habíamos comenzado a seguirlo cuando a pocos pasos nos encontramos con Jacobo, el hijo de Zebedeo, y con Juan su hermano, que se encontraban en una barca, remendando redes porque también ellos eran pescadores como nosotros. Los llamó inmediatamente y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, le siguieron como habíamos hecho nosotros. Así nos reunimos los primeros cuatro seguidores de Jesús el Jristós.
—El que venció las tentaciones del príncipe de los demonios… —musitó en tono burlón el césar.
Las palabras que acababa de pronunciar habían sido más susurradas que dichas, pero Petrós calló al instante y estoy seguro de que sus imperfectos conocimientos de nuestra lengua latina le bastaron para comprenderlas. No pareció, sin embargo, molesto aunque sí me atrevería a decir que una nube de tristeza cruzó fugazmente su mirada. Luego volvió a abrir los labios y reanudó su relato.
—Por aquella época vivíamos en Cafarnaum y los sábados que es como llamamos los judíos a los días de descanso, Jesús tenía la costumbre de acudir a la sinagoga y enseñaba. Cuando lo hacía, la gente se admiraba de su doctrina porque la transmitía como quien tiene autoridad, y no como los letrados. Un día, cuando estábamos en la sinagoga, nos encontramos con un hombre poseído por un espíritu inmundo, que comenzó a dar voces, diciendo: ¡Ah! ¿Por qué vienes hasta aquí, Jesús? ¿Acaso has venido para destruirnos? Sé quién eres. Tú eres el consagrado por Dios. Sin embargo, Jesús le reprendió diciéndole: ¡Cállate y sal de él! Al escuchar aquellas palabras, aquel espíritu inmundo sacudió al hombre con violencia, y tras lanzar un gran alarido, salió de él. Entonces todos se asombraron y comenzaron a discutir entre ellos diciendo: Pero ¿esto qué es? ¿Qué nueva doctrina es ésta, para que con autoridad mande incluso a los espíritus inmundos y le obedezcan? Y de esta manera muy pronto se difundió la fama de Jesús por toda la provincia alrededor de Galilea. Discretamente, dirigí la mirada hacia el rostro de Nerón. Me pareció obvio que se sentía incómodo tras escuchar aquel relato. La verdad es que a nadie le puede gustar la referencia a seres demoníacos y más si causan en los hombres enfermedades o trastornos, pero el hecho de que ese Jesús pudiera mandar sobre ellos… Bueno, cuando menos resultaba inquietante. Por un momento me pareció que iba a ordenar callar a Petrós, pero se contuvo y el judío siguió hablando con su mismo tono tranquilo y monocorde.
—Aquel mismo día, al salir de la sinagoga, Jesús vino a mi casa, la casa que compartía con mi hermano Andrés. Nos acompañaban también Jacobo y Juan. En circunstancias normales, hubieran sido bien atendidos. Sin embargo, mi esposa sólo podía ocuparse en esos momentos de mi suegra, que estaba acostada con fiebre. Nada más vernos entrar, mi mujer se refirió a ella y entonces Jesús se acercó, la tomó de la mano y la levantó. En aquel mismo instante, la fiebre abandonó a mi suegra y comenzó a servirnos. Su caso no fue el único. Cuando llegó la noche, una vez que se puso el sol, la gente del lugar le trajo a todos los que tenían enfermedades, y a los endemoniados. De hecho, toda la ciudad se agolpó a la puerta y Jesús curó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y expulsó muchos demonios sin dejarlos hablar porque le conocían. Así pasó buena parte de la noche y Jesús sólo pudo acostarse muy tarde. Pero de madrugada, cuando aún era muy oscuro, salió de mi casa y se fue a un lugar desierto, y allí estuvo orando. Sólo cuando nos levantamos, pudimos percatarnos de que no estaba con nosotros y tanto yo como Andrés, Jacobo y Juan comenzamos a buscarlo. No tardamos en dar con él y entonces le dijimos que todos lo buscaban, pero él nos respondió que debíamos encaminarnos hacia otros lugares porque había venido precisamente para predicar a todos. Así fue como empezamos a recorrer las sinagogas que había en toda Galilea y todos pudieron ver con sus propios ojos cómo expulsaba a los demonios.
—¡Basta! —exclamó Nerón al escuchar la nueva referencia a los demonios. ¡Basta!
Que no le agradaba lo que estaba escuchando lo sabíamos todos los presentes pero aquella reacción nos sobresaltó. El mismo Nerón, como si estuviera sorprendido de la manera en que había interrumpido el relato de Petrós, respiró hondo y dijo:
—Este tribunal se tomará un descanso.