XIII
JACK y Betty salieron al encuentro.
Betty hablaba por siete. Jack, reía con su apacible semblante resignado.
Ella vio a Kim. Solo tuvo tiempo de besar a su hermana y a su cuñado y de ver cómo Jack, asiendo del brazo a Andrews, lo llevaba con él.
Dejó a Betty con otros Invitados que entraban en aquel momento.
Kim, al divisarla, le salió al encuentro.
Disimuló. Asió a Iris por un brazo y caminó con ella por el salón. Había muchos invitados. Durante varios segundos Iris se dedicó a saludar. Aquí y allí. Gentes conocidas de siempre. Personas que de soltera veía en todas partes cuando alternaba con Andrews. Gentes que tenía casi olvidadas desde que se casó.
Cuando pudo estar sola con Kim, sintió los dedos de esta en sus dedos.
—¿Nos quedamos aquí… o vamos a la salita contigua?
Miró en torno.
Apenas sí se atrevía a mirar a su íntima amiga.
—Prefiero quedarme aquí.
—¿Qué?
La miró brevemente.
Después, fijó los ojos en el salón. Andrews la buscaba con la mirada, pese a escuchar atentamente lo que le decían Jack y un amigo de este.
Cambió una mirada con él. ¿Distinta?
Se diría que todo un pasado repercutía en aquel cambio de miradas. Todo un pasado feliz. Todo su noviazgo, todo el tormento de su matrimonio.
—Iris…
La voz de Kim tenía un matiz suave que hacía bien al alma.
—Sí, te oigo.
—No me miras.
Lo hizo.
—Tienes… una expresión rara, Iris.
—Se lo he dicho.
Nadie, al verlas, podría decir que sostenían una conversación hondamente íntima.
—¿Qué… contestó?
—Nada aún.
—¿Lo admitió?
Se trababa la lengua en la boca, y la garganta la tenía como en un agotamiento.
—Me parece… que sí.
—Estás… deshecha. Pero, a la par, me da la sensación de que estás tremendamente sensible.
—Kim…
—¿Es así?
—Ahí viene Peter. Yo no bailaré.
Peter ya estaba allí.
Se inclinó hacia ellas. Supo que iba a sacarla a bailar. Por encima de los hombros de Peter encontró los ojos de Andrews. Inmóviles, raros, como penetrantes dentro de su hermetismo, fijos en ella.
—Me gustaría bailar contigo esta pieza. ¿Puedo, Iris?
—Me duele…, me duele… —los ojos de Andrews hacían daño en los suyos. ¿Y si bailara? ¿Por qué no? «No bailes con hombres». No. No podía. Ocurriera lo que ocurriera entre los dos, no podía desoír la voz de Andrews haciendo aquel ruego.
—Lo siento, Peter. Otro día…
—Bien, bien. No te preocupes.
Se llevó a Kim.
Mejor.
En aquel instante prefería la soledad. Pero en seguida otro hombre, Jim Ray, vino a buscarla.
Otra vez los ojos de Andrews, desde el otro extremo del salón, rogando en silencio. Otra vez sintiendo aquella turbación.
Se excusó como pudo, y entonces vio a Andrews avanzar hacia ella.
Se quedó plantado a su lado. Un silencio. Después…
—¿Conmigo?…
No era preciso que añadiera más.
Ella sabía lo que pretendía decir.
—Bueno…
Su voz tenía como un temblor perceptible.
Andrews la enlazó por la cintura.
Cerró los ojos.
Como antes. Como cuando eran novios y la emoción de ir junto a él, apretada en su pecho, abandonada, parecía partirle cuanto de sensible había dentro de sí.
La oprimió mucho.
Nadie bailaba como ellos. Se diría que estaban solteros, que apenas sí podían dominar sus pasiones.
Se dejaba llevar.
Ni en un solo instante pretendió protestar. La mano de Andrews, en su espalda, oscilaba. Tan pronto estaba en la cintura, como cerca de la nuca, como en la misma nuca. Hubo un momento en que la fundió contra sí como una necesidad física y moral al mismo tiempo.
Ella apretó los ojos. No quería verle. Solo necesitaba sentir aquella sensación de goce extremo.
¿Qué le pasaba?
Ni en un momento, durante su matrimonio, sintió aquella sensación de turbación y plenitud. En cambio, sí la sintió siendo novios.
¿Por qué?
¿Volvía a ser la misma?
¿La misma que se sintió turbada en aquella estación de ferrocarril, la que luego le daba casi miedo ir al piso con él? ¿La que en el ascensor se estremecía de pies a cabeza, teniendo junto a sí el ardor de Andrews?
—Gracias —dijo él quedamente.
—¿Gracias? —y levantó instintivamente la cabeza.
Él rió.
Una risa suave, curvando los labios en aquella son risa casi enigmática.
—No has bailado con hombres.
Desvió los ojos.
Se arrebujó en sus brazos sin saber lo que hacía.
* * *
No supo el tiempo que estuvo bailando con él en silencio.
Era como una borrachera intima, que atontaba y enloquecía.
¿Y cuando despertara?
¿Iba a despertar?
No quería despertar.
No sé quién llegó a separarla de Andrews. Sintió frío cuando la soltó para mirar a Betty.
Tenía que ser Betty.
¿Qué quería de Andrews?
¿Es que no se daba cuenta de que ellos deseaban seguir así, juntos, sin decirse nada, como si aún fueran aquellos novios un poco locos, a quien Jack quería casar porque temía su apasionamiento?
—Tengo que enseñarte algo, Andrews. Quiero que me des tu parecer respecto a la decoración de la alcoba que estoy haciendo para Dean.
¿Era tonta Betty?
Bueno, siempre lo fue algo. Arrancar a Andrews de sus brazos para hacerle una pregunta impropia de un día de fiesta.
Andrews se echó a reír y miró a su esposa fijamente.
—¿Vienes con nosotros o prefieres quedarte aquí?
—Que se quede —saltó Betty rápidamente—. Iris no tiene un gusto muy depurado —no se daba cuenta de que hería a Andrews. Claro que este ya la conocía y no le tomaba nada en cuenta—. Y un gusto así, para la decoración aparatosa que yo quiero, no sirve.
—Perdona un momento, Iris.
—Sí.
Se fueron. Casi en seguida, surgiendo de no sé dónde, llegó Kim. No dijo nada. Apretó la mano de su amiga y tiró de ella.
—¿Adónde… me llevas? —preguntó Iris cohibida.
Kim rió.
Esa risa melancólica y feliz que denota una gran alegría intima.
—A un rincón. ¿Vamos al bar a tomar algo?
—Ahora…
—Si, si, ahora —y asiéndola del brazo, camino del bar—: Te he visto bailar. Como no tengo marido, me pasé en esta puerta un buen rato. Lo contemplo todo con detenimiento.
—Kim.
—Os vi bailar —y bajo, empujándola hacia un rincón del bar—: Pretendes separarte. Tú, o él… Ni tú te atreverás a proponerlo otra vez, ni él te lo admitiría.
Iris se sentó.
Le temblaban un poco las piernas y las manos al cruzarlas sobre el tablero de la mesa improvisada para aquel menester.
Miró en torno.
No se atrevía ni a mirar a Kim.
Le daba vergüenza. La misma que sentía cuando era novia de Andrews y alguien le hablaba de su amor.
Muchas parejas rondaban por el bar. Había dos caballeros sentados ante un mesa pequeñita a la entrada del bar.
—¿Sabes lo que es esta pieza cualquier otro día? —rió para distraer la mente de su amiga—. Una salita de juegos de Dean y Mitsy.
—Me lo imagino.
—Betty es así. En seguida improvisa las cosas.
—No quiero hablar de Betty ni de sus cualidades para organizar fiestas.
—Kim…, yo te ruego… que no menciones…
—¿Eres tonta?
—Soy así.
—Y no sé si Andrews sabe lo que eres. ¿Se percató de tu emoción? ¿Te percataste tú de la suya?
—No lo sé, pero… —abatió los párpados—. De todos modos, las cosas seguirán así. No puedo soportar la idea de que todo volviera a su cauce normal y… fuera para Andrews, involuntariamente, lo que fui todo este tiempo hasta que se malogró mi hijo.
—¿Hablasteis de eso?
—¿De qué?
—De la frustración de tu maternidad.
—De modo fugaz, sí.
—Es lógico. Lo que ahora ventiláis no es el malogrado hijo, sino vosotros mismos, vuestro amor, vuestra vida en común. Iris —añadió de modo intensísimo, inclinándose hacia adelante—, no quisiera volver con mi marido mientras no supiera que tú y Andrews…
—¡Calla, por favor…, calla!
—Hay que dar a cada cosa su nombre.
—Sí.
—¿Entonces?
—¿Supones la humillación que será para mí saberme junto a Andrews y sentir aquel horror que me paraliza y me insensibiliza?
—Tienes que probar.
—Oh, no —se puso en pie—. Me horroriza solo el pensarlo.
—No te vayas.
—Kim, por favor. Me estás martirizando y no te das cuenta.
—Esta madrugada tendrás que hablar con Andrews otra vez. Sin subterfugios. Exponiendo la verdad escuetamente.
—¿La verdad? Oh, no, no —se agitó.
Era de una sensibilidad subida.
—Es la pura verdad. Olvídate de todo y piensa que empiezas de nuevo. Tienes ese deber.
¿Andrews?
—Andrews.
—Tiene derecho a ser feliz, a hallar en la vida otro tipo de mujer.
—Si viéndole bailar contigo nadie puede pensar semejante estupidez… Él te quiere a ti. Como eres. Con lo que sientes o no sientes en tu ser, Iris…
—Andrews viene ahí —y agitadísima—: ¿Qué hora es?
—Las cinco de la mañana.
—Oh.
Andrews ya estaba allí. Ponía una mano en el hombro de su esposa y decía quedamente:
—Ya es hora. Iris. Todos los invitados se están yendo.
—Sí.
La ayudó a ponerse en pie.
Kim dijo a su vez:
—Me dejaréis en el hotel de paso para vuestra casa, ¿eh, Andrews?
—Por supuesto.