5
El camarero —un hombre ya mayor ataviado con un delantal— depositó con sumo cuidado una gran bandeja blanca en el centro de la mesa. La bandeja contenía un único y gran trozo de carne: un solomillo nadando en su jugo, que hervía aún y desprendía un olor espléndido.
—Muy muy caliente —advirtió el hombre con ligero acento germánico, mirando a Will y a Hamza por turnos—. Si lo tocan, lo lamentarán.
—Entendido —dijo Hamza—. He estado aquí antes.
El camarero extrajo una serie de instrumentos de trinchar y se aplicó a la carne rebanándola en pequeños trozos, sirviendo a cada comensal una porción, que pasaba por la mantequilla chisporroteante de la bandeja antes de depositarla en los platos. A ello sumó una crema de espinacas y el puré de patatas, y escanció el vino; luego se retiró no sin antes advertirles, una vez más, con el dedo índice, de la bandeja recalentada.
Will cogió el tenedor y ensartó un trocito de carne, pero solo se lo quedó mirando.
—Ya entiendo —dijo Hamza—. Necesitas paladear el momento. De ahora en adelante, en tu vida habrá un antes y un después de este mordisco. No hay otro sitio como Peter Luger’s, que sirve el mejor filete del mundo desde 1887, justo aquí, en Williamsburg. Tenlo presente.
—No es eso —dijo Will—. Es solo que… se me hace difícil procesar todo esto. Este trozo de carne cuesta noventa dólares, la comida no nos costará menos de trecientos pavos. Es mi presupuesto para la compra de un mes. Me parece todo tan…
Dicho esto, devolvió el tenedor al plato. Hamza lo observaba con el ceño fruncido.
—No, no dejes que se enfríe, hombre.
—Dijiste que has estado aquí antes, Hamza. Yo no. Jamás me hubiera imaginado que podría venir alguna vez a un lugar como este.
—Podemos permitírnoslo, Will. Puedes pagar cualquier plato que sirvan en este lugar durante todo un mes y ni siquiera notarlo.
—Esa no es la cuestión. Todos mis instintos están ahora replegados, ya no sé lo que debo hacer. Me he pasado toda la vida, o buena parte de ella desde que vine a Nueva York, preocupado por no saber dónde sería mi siguiente bolo, si alguien me contrataría y podría pagar el alquiler, las facturas, la comida…
—Ya no tienes que pensar más en eso.
—Lo sé, pero no se me ocurre en qué debo pensar ahora… Quería disponer de todo este dinero, porque se supone que uno quiere el dinero. Pero ahora… me cuesta creer simplemente que todo esto vaya a durar mucho. Es demasiado grande. Vivo esperando que algo suceda y arrase con todo, que todo se joda.
Hamza le indicó su tenedor.
—Cómetelo y luego te explicare cómo lidiar con esto.
Will miró su tenedor y lo usó para llevarse el trozo de carne a la boca. El solomillo estaba tierno, sabroso y jugosísimo; era, sin la menor duda, una de las mejores cosas que había comido nunca.
—Ya está —dijo.
—Correcto —dijo Hamza—. Ahora sigue disfrutando de tu plato y solo escucha. Cuando estaba en Corman Brothers, vi a muchos cretinos sin ningún talento, de los directores generales para arriba, que se llevaban a casa cinco millones de pavos como bonificación anual. Gente miserable que se había ganado el puesto solo porque estaba decidida a ser más canalla que el resto en su escalada. —Se adelantó en la silla—. No se merecían los cinco millones de dólares, pero los conseguían igual, y nunca les ocurrió nada. No hubo ninguna justicia kármica. Vivían sus vidas tranquilos y todos a su alrededor los consideraban unos mierdas, pero al año siguiente, vuelta a cobrar los cinco millones de pavos.
Se reclinó de nuevo en la silla y ensartó una porción de su solomillo, se lo llevó a la boca casi con ira, lo masticó y se lo tragó. Luego apuntó con su tenedor sobre la mesa.
—Estás desconcertado, Will, y tiene sentido. El cambio puede ser muy duro, y lo que te ha ocurrido… lo que nos ha ocurrido… le ha dado una vuelta a nuestras vidas. Pero terminarás acostumbrándote a ello. El gran paso que puedes dar ahora mismo en esa dirección es dejar de buscarle el sentido a tus predicciones. Estás atascado con todo este asunto del destino, pero el destino no existe, colega. Lo que pasa, pasa.
»Mi padre acostumbraba a decírmelo todo el tiempo. Se sentía frustrado por la forma en que la gente en Estados Unidos asumía, casi como una certeza moral, que había un plan más grande. Obviamente, no lo hubo para él ni para mi madre cuando estaban en Paquistán. Para ellos la vida allí era un caos. Ninguno de nosotros está destinado a algo, nadie está destinado a nada. La vida es un caos, pero también es oportunidad, riesgo, y de qué modo vas a manejarlos. Si eres inteligente, consigues esto… —Abarcó con un gesto de su mano la mesa surtida de caros manjares—. Y si no lo eres, no. Eso es todo.
Will hundió el tenedor en su crema de espinacas, pensativo. Hamza dio un sorbo a su copa de vino, sin despegar los ojos de su amigo.
—Los números, sin embargo —dijo Will.
—¿Los números?
—Veintitrés, doce, seis. Es la última predicción, si eso es que lo es.
—Venga, hombre —dijo Hamza, que comenzaba a crisparse—. No tienes ninguna prueba de que esos números signifiquen algo. Tienes que trabajar con lo que sabes, no con lo que sientes.
—Ya. Pero si todo esto no tiene un propósito superior, entonces solo soy un músico estúpido con una suerte gigantesca. Si las predicciones no significan nada, yo tampoco significo mucho.
—Al diablo con eso —dijo Hamza—. Si eres rico, importas y mucho; es el mundo en el que vivimos. Y ahora somos los dos muy ricos, no importa lo que suceda. No… no te sabotees a ti mismo.
—¿Es eso lo que hago? —se preguntó Will.
—No lo sé —dijo Hamza—. Espero que no. Aunque he visto que subiste tres nuevas predicciones al Sitio.
Will levantó la vista.
—Sí, bueno, un material muy inocuo.
—Pero la tercera, esa acerca de Hosiah Branson… —comenzó a decir Hamza.
—Sí, por supuesto —corroboró Will—. Habrás oído las cosas que dice de mí. Y puesto que tenía precisamente una predicción acerca de él, me pareció demasiado buena para no utilizarla.
Se llevó a la boca un nuevo trocito del filete y lo masticó a conciencia. Como a la defensiva.
—Branson no dice cosas de ti, Will —dijo Hamza—. Las dice del Oráculo, no debemos dejar que esto se vuelva personal. Nunca. Acabamos de vender una predicción por quinientos millones de dólares. No estoy muy seguro de que tenga algún sentido seguir malvendiéndolas de aquí en adelante. El Sitio ha cumplido su propósito. No es Facebook, ni tenemos que seguir actualizándolo.
Will frunció el ceño. El peor rasgo de Hamza era, con total seguridad, su propensión a pontificar.
—Ya sé que solo soy un estúpido bajista, Hamza, pero confía un poco en mí, por favor. Creo poder determinar por mí mismo cuándo una predicción vale algo —dijo—. Y además… ¿cuánto dinero más necesitamos de verdad? ¿Cuándo vamos a parar?
—Cuando tengamos tanto que, literalmente, no importe cómo lo conseguimos. Incluso si nos descubrieran como la gente que está detrás del Sitio, debemos tener lo suficiente para que actúe como un salvavidas.
—¿Y cuánto será eso?
—Más que lo que tenemos ahora. Estoy haciendo planes —dijo Hamza—, que me tienen muy ocupado. El dinero implica trabajar por él, Will. Empresas fantasma, cuentas múltiples, todo el paquete. Una cosa es tener unos pocos miles de millones en cuentas en el extranjero, y otra más compleja es lograr que el dinero esté disponible en tu cajero automático. Puede que los doscientos mil dólares que acabo de entregarte sean, de momento, todo cuanto tendremos cada uno. Por lo menos de momento.
Will consideró el asunto.
—¿Has hablado con las Damas de Florida? —preguntó—. Quizá ellas puedan ayudarnos con este tema. Para eso les pagamos, ¿no?
Hamza se puso serio.
—No voy a involucrarlas más de lo que ya están. Son desde luego maravillosas, las dos, y valen cada centavo de la tarifa desorbitada que nos cobran, pero si no tienes inconveniente, yo preferiría que no estuvieran al tanto de nuestro saldo bancario… Yo mismo estoy ocupándome de ello, Will.
Hubo un silencio incómodo.
—En fin —dijo Will.
—En fin —repitió Hamza—. No todo son malas noticias. He pagado las tarjetas de crédito que he usado desde que renuncié a mi puesto en el banco, y mi crédito universitario. También el de Miko. No es muy excitante, pero, joder, sienta bien.
Will apuró su copa de vino y fijó la vista en el fondo del cristal.
—¿Y cómo le has explicado lo del dinero? ¿Aún te hace preguntas?
—No, Will. Se limita a aceptar que la Providencia la ha bendecido con un esposo brillante y varios millones de dólares… Por supuesto, ella hace preguntas.
—¿Y tú qué le dices?
—Le digo que tú y yo hemos conseguido un montón de capital riesgo para varias empresas, lo que es más o menos cierto. No me cree, pero entre los dos hay algo así como pacto tácito: ella me ama y sabe que yo la amo. Si elijo no contarle lo que estoy haciendo, confía lo suficiente en mí para imaginar que es por una buena razón y que quizá terminaré contándoselo cuando pueda… Pero —agregó— eso no va a durar para siempre, ni yo quiero que así sea. Es algo que ha comenzado a interferir entre nosotros.
Will miró fijamente a su amigo.
—Lo entiendo, Hamza, pero cuanta más gente lo sepa… —bajó el tono de voz—. Soy el Oráculo, ¿de acuerdo? Seré yo quien se las cargue si se descubre quién soy. Sé que deberás contárselo a Miko en algún momento, pero ya casi estamos con un pie fuera del asunto. Venderemos unas cuantas predicciones más, tendremos nuestro salvavidas, como dices, y luego el Oráculo deberá desaparecer. Entonces sí podrás decírselo, ¿vale?
Hamza dudó un segundo y asintió. Rellenó la copa de su amigo y la suya, hasta el borde, y propuso un brindis.
—Basta de recriminaciones y toda esa mierda, esto es una celebración. Brindo por la idea más extraña que nadie jamás haya tenido y porque hemos hecho que funcione —dijo—. Y por el mejor socio que uno pueda tener.
—Absolutamente —dijo Will, y chocó su copa con la de su amigo.
Comieron en silencio un rato, concentrados ambos en el solomillo, que se había enfriado un poco, aunque eso no lo hacía menos sabroso.
—Eh, y otra cosa más —dijo Hamza como de pasada, casi como algo forzado—. La próxima vez que quieras cambiar algo en el Sitio, quizá sea mejor que lo hables conmigo antes, ¿vale? Lo único que podría hundirnos es que alguien descubriera quién eres antes de que estemos preparados para que eso ocurra. Subiste esas nuevas predicciones tal como nos indicaron las Damas de Florida, ¿no es así?
—Exacto —dijo Will—. Pero yo pensé que no te gustaban las Damas.
—Entiendo que las necesitamos. Solo me gustaría que nuestra operación fuese un poquito más autosuficiente, eso es todo. De todas formas, es lo apropiado, estoy seguro. A fin de cuentas, si no lo estuviera, ahora mismo tú y yo estaríamos en un calabozo del FBI, ¿no?
—¿El FBI? —dijo Will, levantando de nuevo su copa—. Venga ya. No somos delincuentes.